martes, 18 de febrero de 2014
domingo, 16 de febrero de 2014
sábado, 15 de febrero de 2014
Cuentos I
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viernes, 14 de febrero de 2014
El Rudo Mc Pérez
Marco Antonio Pérez era un chicano descendiente de
una familia de hacendados en la ciudad de San Diego en el estado de California.
Como todo macho de origen mexicano tenía un carácter fuerte y la sangre le
hervía con facilidad, por eso desde pequeño llamó mucho la atención por sus
riñas y broncas. Era suficiente que alguien le llamara “Fucking Pocho” para que
sus puños se tornaran en rocas y, a la menor oportunidad, tumbara al imprudente
que pronunciara esas palabras de un impacto sordo y seco. Tenía tanto carácter
que los niños de tres o cuatro años mayores que él, le tenían pavor. Es que
golpeaba con los puños bien apretados, además tenía una puntería y rapidez para acertar en la
nariz, el mentón o el hígado que los
contrincantes que se le ponían “al tiro” se le derrumbaban en un dos por tres.
Lo peor de todo era que ni siquiera se daban cuenta del momento en que recibían
el golpe. Otra de las cualidades que tenía Marquito, que era como le llamaban
en su casa, salió a relucir un día que uno de los chamacos más traviesos del
barrio lo cogió desprevenido y le propinó una golpiza que no hubiera soportado
ni un hombre ya hecho. El chaval alevoso se llamaba Mauricio y era tres años
mayor que el pequeñito Marco Antonio. Para derribarlo, el malilla, le asestó
por la espalda un tremendo puñetazo directo a la nuca, Marco cayó al piso y se
levantó como si fuera un resorte, se puso en guardia y, un poco atontado y
desconcertado, recibió un recto a la nariz, un uppercut en la barbilla
y un swing en la cabeza, pero no se inmutó ni se rindió. Sangrando a
chisguetes por las fosas nasales y la boca, miraba fijamente a su agresor que
lo superaba en alcance y estatura por unos 15 centímetros. Así, el Rudito Mc
Pérez, como comenzaron a llamarle desde aquel fatídico día, se fue acercando al
“Mañoso”, que era el apodo de Mauricio, y le tiro con todas sus fuerzas un
golpe en el mentón que casi lo derriba.
Luego, por arte de magia, disparó el puño izquierdo al estómago del que ya no era un
contrincante sino un costal de arena flácido, sin guardia y con las piernas
tambaleantes como fideos. Se oyó un fuerte resoplido, primero, y luego un
impacto contra la tierra de la placita donde se habían reunido los partidarios
de Mauricio para celebrar el triunfo que les había prometido el cabecilla. Mas,
los que al principio habían vitoreado a su púgil, ahora permanecían en silencio con los ojos desorbitados e
incrédulos. Al ver que Mauricio tardaría algún tiempo en recuperarse, Marquito
le escupió en la cara y se marcho vociferando y limpiándose la sangre con el
dorso de la mano. Después de ese percance todos sabían que el diminuto Mc Pérez
no solo pegaba como patada de mula, sino que resistía los ataques como un toro.
Pasó el tiempo y por los gimnasios del barrio, y
luego los de todo el estado de California, corrió la sangre en riachuelos los
gimnasios y arenas por donde pasaba el joven Pérez que a los dieciocho años se
había convertido en un atleta carnicero e inmisericorde. En pocos años ya tenía
en su cuenta los campeonatos del ayuntamiento donde había nacido, el campeonato
de pesos ligeros del estado de California y el primer lugar de las
eliminatorias para participar en los Juegos Olímpicos.
Cuando derrotó al Pelirrojo Floyd Moore, que era el
boxeador más prometedor de todos los EEUU para representar la categoría de los
pesos wélter en las próximas olimpiadas, todos los entrenadores y promotores
del boxeo pusieron el ojo en el correoso e invencible Rudo Mc Pérez. La participación
que tuvo El Rudito en las Olimpiadas fue devastadora. Derrotó a todos sus
contrincantes por nocaut en el primero o
segundo round. El medallista de oro volvió
envuelto por la gloriosa aureola que le había dado su excelente
participación deportiva. Daba entrevistas en inglés y renegaba contra el país
vecino cuando le preguntaban por el origen de su apellido. Su familia estaba
feliz y orgullosa de él. Su padre, que se dedicaba a la venta de pollos
rostizados, decidió ampliar su comercio pidiendo un préstamo al banco. El día
de la inauguración de la nueva sala del restaurante familiar se develó una
placa de bronce con el nombre de Marco Antonio Pérez García “El Rudito Mc
Pérez”- Campeón de Boxeo. La decoración del local contenía una colección muy
buena de las fotos del exitoso púgil, y haciendo un recorrido desde la puerta
de entrada hasta el amplio salón de fiestas, que era el lugar más amplio y
lujoso del establecimiento, se podía ver toda la trayectoria boxística de Marco
Antonio. Su padre decía que el puro nombre que le habían puesto al hijo menor
de una familia numerosa ya olía a fama, que Marquito había traído al nacer la
fortuna debajo del brazo. El lugar estaba a reventar y todos los presentes se
morían de ganas por celebrar y comer a costillas del nuevo rico, pero tuvieron
que esperar a que se descubriera el mural que se había pintado en honor del
campeón olímpico. Un artista callejero de gran talento había cogido una foto
del periódico, donde aparecía el Rudito, y le propuso al pollero plasmar en un
muro el momento de la gloria de su hijo recibiendo su medalla olímpica dorada.
El resultado fue un fresco al estilo callejero pero con sorprendente equilibrio
y gusto, incluso alguien se atrevió a decir que habían copiado la geometría de
un mural de David Alfaro Siqueiros, lo cual hizo que se marcara una gran
sonrisa de satisfacción en la cara de Fernando Pérez Aguilar y su esposa Laurita dueños del local y
progenitores del campeón.
Pasaron los meses y los triunfos vinieron uno tras
otro, no había boxeador extranjero o americano que pudiera impedir el imponente
paso que llevaba el Rudo Mc Pe, como empezaron a llamarlo lo promotores, hacia
el campeonato mundial de los pesos wélter. El nuevo entrenador de Marco Antonio,
Ángel Dantés, estaba empeñado en que dejara de ser un matarife estático capaz
de matar un buey a golpes, para transformarse en un esgrimista-bailarín de la clase
de Sugar Ray Leonard o el mismísimo Cassius Clay. Al principio Mc Pe se negó
rotundamente a bailar y desplazarse sobre las puntillas de los pies. Las
primeras veces interpretaba los saltitos y alternancia de las piernas como una
cosa ridícula y lo interpretaba como una mariconada, pero poco a poco se fue
desentumiendo, sus piernas y cadera adquirieron más soltura y agilidad. Un día
sintió de pronto la aceptación del público que ahora no esperaba que le
destrozaran la cara antes de que derribara a sus rivales, sino la demostración
del boxeo defensivo y el ataque, además de los potentes impactos que hacían
desplomarse como tablas a los contrincantes. Se comenzaron a publicar artículos
sobre el nuevo representante del boxeo americano, se le nominó para boxeador de
la década y para eso se incluyó en una famosa revista de boxeo toda su trayectoria
pugilística.
Una ocasión, saliendo de su casa de dio de narices
con una vecinita que el siempre había recordado por su sonrisa de ángel. Se
llamaba Jane Díaz y tendría, según su cálculo, unos diecisiete años. Antonio
era un hombre de pocas palabras y nunca había tratado con mujeres, por eso se
estremeció cuando vio a tan solo un metro de distancia a una joven rubia de
ojos verdes, con un cuerpo tan atractivo
que hubiera dejado impávido al más atrevido de los hombres. Bajó la mirada y
quiso pasar de largo pero ella lo detuvo y le preguntó que si él era El Rudo Mc
Pérez, el contestó que sí, ella le dijo que lo admiraba mucho y que pensaba que
pronto sería el campeón de todas las asociaciones de boxeo. Él se sonrojó y sacó
fuerzas de lo más hondo de su ser para decirle tartamudeando que sería campeón
del mundo, sólo si ella, aceptaba casarse con él. Ella lo besó.
Un mes después se celebró la boda con aspaviento y
lujo en uno de los más caros restaurantes de San Diego. Asistieron grandes
personalidades del mundo de la farándula y el deporte. Se echó la casa por la
ventana y todos los periódicos publicaron en la primera plana de la sección de
sociales el gran acontecimiento. En las fotografías aparecía la pareja sonriente
y feliz.
Para cumplir la promesa que le había hecho a su
esposa, pues era un hombre de palabra, Marco se puso a entrenar como nunca y le
pidió a su promotor que formalizara lo que ya era inevitable: el encuentro con
el Súper Monarca de todos los cinturones de todas las organizaciones de boxeo
habidas y por haber.
Cuando llegó el día de la pelea, Marco Antonio salió
de los vestidores hacia el ring, pero antes de subirse al cuadrilátero, fue a darle
un beso a su amada esposa y le dijo murmurando -“El cinturón me lo pones tú”-,
y fue verdad, porque no pasó ni un cuarto de hora de riña cuando fue necesario
llevarse al ex campeón al hospital y declarar al Rudo Mc Pe soberano invencible
y dueño de todos los fajines del peso wélter. Jane, haciendo lujo de su gran
atractivo y de una hermosa sonrisa de felicidad, le puso el cinturón a su
cónyuge tal y como se lo había pedido.
En un pueblito mexicano de las montañas de la Sierra
Madre Occidental de nombre Aguaje, como la fruta que crece en regiones
tropicales y húmedas, había también un
boxeador que pronto se cruzaría en el camino de Marco Antonio. Mientras el
monarca disfrutaba de la fama, la admiración y el cariño de los americanos, Chava
Valdés, que era como se le conocía al gladiador mexicano, corría por las
cuestas y pendientes de las montañas para luego dedicarse más de dos horas a
cortar leños y transportar cargas pesadas sobre su espalda.
Salvador Valdés Chávez entrenaba en un pequeño gimnasio
de su pequeño pueblo chihuahueño y un día se lo llevaron para disputar el
campeonato nacional y lo ganó. Luego, se fue a disputar el puesto de retador
oficial del campeón de la Asociación Mundial de Boxeo (WAB) y de la Asociación
Internacional de Boxeo (IFB). Tuvo que enfrentarse al invencible, hasta ese momento,
Steve Cazamayó originario de Puerto Rico. En un encarnizado combate, Salva ganó por decisión dividida de los jueces con
la mínima diferencia de un punto y se convirtió de la noche a la mañana en el aspirante
oficial al título mundial supremo.
El encuentro entre
Rudo Mc Pe y Cara de Piedra Valdés se fijó para el 16 de septiembre, y fue
tal vez un error o tal vez un presagio, porque Salvita Valdés iría preparado
como nunca y con hambrienta sed de victoria. Triunfo o muerte, era su consigna.
Llegó el momento tan esperado y decisivo, en el Madison
Square Garden había dieciocho mil almas expectantes esperando el inicio de la
riña. Tocaron el himno nacional mexicano interpretado por un grupo de mariachis
y un charro adorado en todo el Mundo, que se había ofrecido para cantar gratis
porque sabía que si él iba a decirle a “Cara de Piedra” que todo México estaba
con él, entonces el ídolo mexicano ganaría por puro orgullo patriótico. Luego, se ejecutó magistralmente el insigne y
celebre himno de EE.UU que cantó una de las estrellas de color más distinguidas de América del Norte.
El réferi llamó a los peleadores al centro del
cuadrilátero para darles las instrucciones habituales, Marco no miró
directamente hacía la cara de su retador, pero tampoco bajo la mirada, bien
sabía que nunca se debe ver de frente al retador antes de comenzar la riña
porque eso puede desorientar, engañar o crear falsos juicios, incluso lástima.
Lo que vale es que le vas a dar una tunda al osado que se ha atrevido a medirse
contigo, -se decía Mc pe a sí mismo-, eso lo sabían todos.
Salva
estaba tranquilo e inmutable, su cara de guerrero azteca lo hacía parecer una
estatua de bronce, además tenía una expresión del rostro férrea e
inexpresiva, quizá milenaria y oxidada por el viento de las montañas. Tenía
una cicatriz en el pómulo izquierdo que parecía una grieta, era la marca
que le habían dejado unos enemigos después de haberle atacado con un machete
cuando transportaba una carga de leña.
Sonó
la campana y comenzó el primer asalto. El campeón salió disparado y dispuesto a
terminar con su adversario, el cual comenzó a dar vueltas como cangrejo. Marco
Antonio giraba, revoloteaba, recorría cientos de veces los rincones de la lona,
y al mismo tiempo, iba soltando sus mortales golpes rectos, ganchos, jabs,
uppercauts y volados, pero Chava no daba muestras de dolor, parecía que ni
siquiera percibía los golpes que le propinaban. Al término de los primeros tres
minutos Mc Pe solo recibió cuatro impactos, muy dolorosos claro, pero no era
nada en comparación con lo que él le había recetado a la Piedra Valdés.
Fueron
avanzando los asaltos y, poco a poco, al Rudo Marco le surgió la sensación de
que tenía enfrente a un guerrero jaguar de la época del imperio Azteca, algo le
dijo en el fondo que esa era también su esencia; que él había surgido de la
misma tierra con las mismas cualidades de los minerales; que su carácter y su
fuerza venían de los más profundo del maíz, los frijoles y el chile. De pronto
tuvo miedo, sudó frío. Había comprendido que la vida le había puesto un reto
que no podría superar porque mientras él cambiaba la lucha a muerte por el
baile y la gimnasia, Salva había seguido luchando en la guerra. Valdés no había
parado de combatir la adversidad, había seguido guerreando contra todo tipo de
enemigos e invasores, en cambio el se había dormido en sus laureles. Gozaba de
las comodidades y el reconocimiento que le daba la fama y una Nación de cuento
de hadas que convertía a cualquier anuro en príncipe. Se reprochó el no haber
parado a tiempo: el no haber despertado del paradisiaco sueño americano.
A
la altura del octavo round, Cara de Piedra ya era un Jaguar armado de cuchillos
de obsidiana, su cuerpo era de jade con tonos rojizos y en la cabeza llevaba un
plumaje psicodélico que se balanceaba de forma hipnótica y cuando disparaba los
golpes se oía el sonido de un cascabel. Marco Antonio se desmoronó en el
noveno. Cayó y no se pudo levantar a la cuenta de diez, sus ojos estaban perdidos
y veían como en una pesadilla que sobre el volaba la sombra de un águila que se
disponía a devorarlo.
En
la rosticería del señor Fernando Pérez García imperaba el silencio, la
gente se había quedado con el pollo masticado a medias en la boca, se miraban
unos a otros con sorpresa, el televisor parecía haberse congelado y solo
mostraba la imagen del cuerpo tendido del ex campeón. Una lágrima de plomo
caliente recorrió la mejilla de la Señora Pérez, que no sabía si lamentaba más
que su hijo estaba inconsciente en Las Vegas, o que habían perdido el titulo y
honor de la familia. Todo mundo gritaba maldiciones contra el maldito mexicano
que se había atrevido a llevarse el fajín de incrustaciones, joyas y escudos
que avalaba la certificación de soberano de los pesos livianos del Mundo, a
México. Entre tanto alarde, furia y lágrimas, un espalda mojada cansado y
viejo, cuarteado por el trabajo de la pisca y la mala vida de brasero, sonreía
con satisfacción y sus ojos mutilados por el sol de los campos miraban con
ilusión un firmamento inexistente mientras sus labios repetían con un dulce y
embriagante susurro “Se ha hecho justicia, se ha hecho justicia, Virgencita de
Guadalupe”.
Juan Cristóbal Espinosa Hudtler
lunes, 10 de febrero de 2014
Dibujante de almas
Le gustaba
describirlos, pero de una forma especial porque para él no era suficiente trazar
con unas cuantas frases el retrato o aspecto interior de sus personajes, más
bien lo que le interesaba era encontrar una clave que expusiera su alma, que la
reviviera tal y como se revive una imagen en una cinta de película en un
laboratorio fotográfico. Por eso, permanecía horas y horas dándole vueltas a la
figura de sus personajes hasta que encontraba algo especial y lleno de esa
esencia que revelaría lo más intrínseco de su héroe. Como la tarea de la
apreciación era tan larga, este hombre no escribía mucho y tampoco era muy
comunicativo, se llamaba Vicente. Era bajito, muy enclenque, con un pelo espeso
y gran copete, de aspecto limpio y cuidado. Lo conocían todos porque al
saludarlo en las cafeterías o los bares, sus conocidos siempre le preguntaban sobre
lo que escribía en ese momento, él respondía con voz aguda y convincente que estaba consagrado a un tratado sobre el
espíritu de los pobres. Se le tenía como un filántropo que rescataba a los
desamparados para convertirlos en titanes literarios y su método era asombroso,
ya que cuando encontraba a un
pordiosero se detenía en seco y se ponía
en cuclillas a unos cuantos metros del desgraciado y comenzaba la tarea de la
observación y traslación osmótica. Los transeúntes que rara vez ayudaban con
alguna moneda, no se daban cuenta del proceso de simbiosis espiritual que sucedía
en ese momento frente a sus narices. El fenómeno que le acaecía era la
levitación que actuaba solo en su alma porque su cuerpo permanecía sujeto a la
acera, esa elevación era más que espiritual, era una sensación metamorfosea, sentía que se salía de sí mismo y se
trasladaba al otro cuerpo, luego penetraba en el otro armazón de carne y hueso
y empezaba a percibir los acontecimientos más tristes de la vida del otro ser.
Pasadas unas horas se terminaba el proceso de teletransportación y volvía en si.
Cuando se filtraba de nuevo en su propio cuerpo, traía consigo una infinidad de
impresiones que acomodaba en su espíritu, para analizarlas después. Poco a poco
se iba incorporando tal como lo hacen las mariposas recien nacidas al salir de su dura y
frágil armadura. Algunas veces se daba cuenta de que algunos distraídos le
habían dejado unas monedas a sus pies, entonces las cogía y con mucho cuidado
se las entregaba al ser abandonado que hacía unas horas había sido objeto
de su análisis místico. Luego, Vicente se iba a su casa y no salía por varios
días, incluso semanas. Trabajaba en su pequeño estudio, tenía sus cuadernitos
de pasta dura acomodados por fechas en su estantería, además había todo un
tratado de los sentimientos humanos elaborado por el mismo, las obras completas
de Freud y la biblia. Era muy paciente y escribía con excesivo cuidado, su
lentitud no era tanto por cautela sino
porque destilaba las historias de una forma sosegada y esporádica. Un día salió
de nuevo a la calle urgido de una sensación especial que le permitiera escribir
algo asombroso e impactante pero todos los desvalidos que encontraban en su
camino no le servían para el fin que perseguía. De pronto sintió que se alejaba
de su barrio y que un efecto de telequinesis lo conducía hacia algún lugar, se
dejó llevar y poco a poco fue distinguiendo al ser que lo arrastraba. Era una
mujer joven pero con una vida trágica, tal vez la más trágica que conocía él
hasta ese momento. Voló a su encuentro, incluso comenzó su viaje astral de
forma anticipada para mezclarse con el alma de la mujer antes de verla. Así
fue, cuando el cuerpo de Vicente llegó hasta donde estaba la joven, él ya
tomaba notas de los sufrimientos de ese espíritu maltratado y oprimido. Así
permaneció sentado al lado de la mujer marchita. Pasaron las horas, luego los
días, después las semanas. Tenía a sus pies, acumuladas, varias pilas de
monedas acomodadas escrupulosamente, a su lado la mujer dormía un sueño
profundo del que de vez en cuando salía para exhalar un hálito de alma.
Vicente
parecía una de esas estatuas vivientes que abundan en los parques y plazas de
las grandes metrópolis. Al pasar a su lado algunas personas lo reconocían y le
dejaban de manera simbólica una moneda. Cuando alguien preocupado preguntaba si estaba bien que el escribiente permaneciera
allí tanto tiempo, la respuesta era que no había motivo de preocupación, que
seguramente esta vez sí crearía un personaje de la talla de Madame Bovary pobre,
o una mísera Anna Karenina, o la menesterosa Lady Chatterley, o algo aun más
trascendental, quizá. Pasó mucho tiempo
y Vicente se integró al hormigón de la acera y quedó incrustado en el muro en el que se recargaba. La mujer hacía tiempo que había desaparecido.
JCEH
miércoles, 5 de febrero de 2014
Poemas eróticos II
La más bella diosa del entarimado
Vi tu pelo, borde de olas doradas
tu cuerpo, de gacela engalanada
tus senos, lunas mellizas nacaradas.
Eras flujo de pasión contenida,
sueño eterno, inalcanzable, dulce.
Tus labios desflorados, tiernos cerezos,
sonreían, se burlaban, me llamaban.
Entré en tu corazón con la ley de Dios,
salí de tu cuerpo tentado por el mal.
Redimido por la confesión, acepté
hacerme esclavo de tu vulva suave,
de tus colinas carmesí y tus valles.
Vivo enseñoreado, te poseo,
te pertenezco, camina a mi lado,
duérmete conmigo, contigo, sin mí
seamos dos, un cuadrúpedo defectuoso,
enredo de carne, ovillos de almas,
fluidos desgañitados, gritos derramados.
Tus grandes dotes sobre el escenario,
lenguas salivosas deseándote allí,
y yo, el único, gozándote aquí.
JCEH
Poemas eróticos
¿Qué es para ti poesía?
Poesía es lo que despiertas en mí ser
El torrente de palabras excitantes,
elocuentes, dulces, aterciopeladas
Es todo lo que explota dentro de mí,
la química
espiritual de la carne,
presteza y exactitud
de la lengua
y la prisa de
mis miembros por amarte
real, sustanciosa o imaginaria;
sueños efímeros de placer eternos,
deseo contenido y goce celestial
Poesía es tu cuerpo expuesto aquí,
claro, desnudo y unido al mío.
JCEH
martes, 4 de febrero de 2014
El eterno Don Juan
En
realidad ya no recordaba de dónde había sacado su genial idea. Tal vez de uno
de los cuentos de Allan Poe, de Robert Louis Stevenson, de Oscar Wilde o de un
desconocido escritor de misterio que había dejado un cuento escalofriante sobre
un hombre que había logrado conservarse joven evitando relacionarse con sus
conocidos de la infancia y con las personas que envejecían a su alrededor. La
cuestión era muy sencilla, lo único que tenía que hacer era ir borrando todo lo
que le recordara el paso del tiempo. También, había visto una película con el
titulo de “Pide al tiempo que vuelva” protagonizada por el guapísimo artista Christopher
Reeve quien después por un accidente se había quedado en silla de ruedas.
Él había
aprendido bien la lección: “No dejar ningún rastro que le permitiera recordar
el pasado”. En un pequeño cuadernillo tenía unas
formulas matemáticas y unos dibujos en los que se veía una red horizontal de
líneas de bolígrafo en la que descansaba una esfera creando una hendidura, más
adelante había anotaciones de la relación matemática entre las líneas del
tiempo, que eran las rayas telaraña de la red, y el espacio, que era la esfera.
Había, además, algunas citas de personajes famosos y unos dibujos trazados
rápidamente pero con una gran concepción de la forma y el espacio. Por aquel
entonces decidió permanecer joven tanto física como mentalmente.
Primero,
elaboró una dieta balanceada y unos hábitos para mantenerse en forma, después,
excluyó de su vida los excesos y estableció un horario para realizar sus
comidas, por último, cambió su vocabulario descartando el uso de palabras que se refirieran a los días,
meses, fechas, al apresuramiento y todas las que le produjeran estrés. Hubo
algunas cosas que le comenzaron a estorbar, una de ellas era el trabajo que lo
desgastaba y mermaba con devastaciones irreversibles, por eso renunció en cuanto reunió una modesta suma para meterla
en el banco y vivir de los intereses. Acto seguido, decidió cambiar de lugar de
residencia cada año para no ver las consecuencias del paso del tiempo en los vecinos
y personas allegadas. Se deshizo de todas sus fotografías, diarios y
pertenencias de la infancia y juventud, rompió relaciones con todas las
personas que le despertaran la más mínima duda de su éxito en la empresa que se
había propuesto. Empezó a evitar los espejos y los cristales que le permitieran
verse reflejado en ellos, se ponía mascarillas y cremas para conservar la
consistencia tersa y joven de la piel. Bebía con puntualidad sus porciones de
agua y no se exponía demasiado al sol para que la piel no se le degenerara.
Usaba todo tipo de ungüentos y compraba colágeno y sustancias rejuvenecedoras.
Por su constante movilidad no tenía amigos y las personas con las que se
relacionaba lo olvidaban después de que por vez consecutiva cambiara de
residencia. En alguna ocasión le sorprendió saber que algunos de sus amigos
habían muerto o se encontraban en una situación paupérrima por la vejez, pero
él seguía con sus estrictas reglas para que el tiempo se detuviera y no le
afectara. Las personas que lo veían le seguían el juego diciéndole que tenía
muy buena apariencia y que no se le notaba la edad, que estaba hecho un jovenzuelo,
que era un buen partido para cualquier jovencita veinteañera, y cuando se
marchaba a sus espaldas decían: Pobre anciano, habrá perdido la razón. Qué
lástima que no tenga a nadie que se pueda ocupar de él.
JCEH
Problemas de la vista
Se me apaga la luz
Su caso no es grave,- dijo el doctor con cara de
indulgencia-, lo que pasa es que es muy extraño. Seguro que usted ha oído hablar
sobre los problemas más comunes de la vista como el astigmatismo, que impide
que la persona enfoque bien los objetos que mira, es un defecto de la retina,
¿sabe? También está la miopía, que es una deficiencia que hace que tengamos que
llevar esos horrorosos lentes de fondo de botellón y que dan pie a una
infinidad de bromas y burlas en nuestra lengua. No se olvide de que con la edad
algunas personas empiezan a mostrar problemas de hipermetropía y les es
imposible leer de cerca, ¿ha visto como algunas personas van alejando los
libros o los diarios hasta la distancia de medio metro para poder leerlos?
Pues, como le decía, su caso es único y no sé como
considerarlo porque una infección no es y un defecto de la vista, tampoco.
Mire, ya le he revisado muchas veces el tamaño de la pupila, su forma de
dilatarse, el iris lo tiene bien, pero pasa algo en el interior es como si sus
ojos fueran una linterna y fueran perdiendo energía, es como si se estuvieran
apagando. Cuando le revisamos el sistema nervioso no encontramos nada que nos
diera una pauta para diagnosticar un principio de ceguera por algún trauma o bloqueo nervioso. Por lo
regular, la luz entra por los ojos y es cómo podemos ver los objetos. Lo que le
pasa a usted es completamente lo contrario, sus pequeñas pupilas en lugar de
recibir los rayos de luz, los emiten pero se está acabando la energía que los
ilumina. Si usted fuera un robot o un coche le cambiaríamos el acumulador o el
cargador, pero es usted una persona y mientras no descubramos la razón de la
disminución de esos rayitos de sus ojos, no podremos hacer nada. ¿No será que
le faltan ilusiones? Cuénteme ¿cómo era su vida cuando veía bien, tenía
sueños o proyectos?
Creo que si lo razonamos un poquito más nos daremos cuenta de que su
problema es, tal vez, espiritual. ¿Por qué no? ¿Qué acaso no ha oído esa frase
que dice que los ojos son el espejo del alma? Si es así, entonces usted está
perdiendo las ilusiones, ¿no cree?
Tendríamos que investigar si no es un problema de
alimentación, ¿Y si hay alimentos que le llenan de energía sus ojos? Pruebe con
algo que le guste y que le dé satisfacción y placer, ¿un pastel? ¿No? ¿Y qué
tal una carne con papas y mucho chile? ¿Ni así?
Dios mío, ¿es que no hay nada que pueda devolverle la luz? Entre más
pienso me oprimen la inquietud y la zozobra. Me parece que ya sé que es lo que
pasa. Usted se niega a ver, esa es la única razón. A ver, dígame si hay algo
que usted no desea hacer, entender, negar, aceptar o ignorar. Debe de haber
algo que le produce esta reacción.
En realidad
tiene que cambiar su forma de pensar y ser más optimista, le diría que tiene
que ver la vida de otro color pero sin su colaboración pronto no distinguirá
ningún color. Le voy a prohibir que ingiera alimentos desagradables, que tome alcohol
o drogas y, lo más importante, encuentre una ilusión, ¿de acuerdo?
-El hombre salió sin despedirse del doctor y con el
poco resplandor que tenía en los ojos y la mirada fija, se alejo pensando si
hay en esta vida una forma de encontrar ilusiones cuando te has divorciado, no
te alcanza el dinero para pagarle los alimentos a tu ex esposa, no te llaman de
ningún lugar donde has dejado tu curriculum, comes dos veces por semana y te
encuentras en los huesos y, para colmo, has tenido que rematar en un anticuario
el reloj que te regaló tu abuelo (herencia que pasó de generación en
generación) para pagar la consulta de un oftalmólogo que no te puede cambiar la
visión de las cosas.
JCEH
lunes, 3 de febrero de 2014
El regreso
Al final llegó al mismo sitio. Había salido de ahí
hacía más de treinta años y ahora estaba sentado en la misma banca de la que se
levantó para subirse al tren del tiempo y recorrer un círculo en el que cada
estación en que bajó le dejó algo: una
boda, un divorcio, un nacimiento y una muerte. Su trayecto fue en el sentido del
reloj y, por el efecto de las leyes físicas, envejeció más rápido; fue como si
se hubiera adelantando a su propio tiempo y esto le causara un envejecimiento
prematuro. Se sentía nervioso porque
estaba por llegar la mujer de su vida que, por alguna distracción, tomó el tren
en dirección contraria e hizo el recorrido al revés, lo que implicó que el
tiempo fuera más benigno con ella y su ruta fuera más estable y sin cambios de
velocidad. Pasaron algunos minutos y él se entretuvo descubriendo los muchos
cambios habidos en su ausencia. Se detuvo un vagón y salió una mujer guapa y
madura que lo miró. Él se supo reconocido, sin embargo, bajó la vista y dejó que
ella siguiera caminando por el andén llevándose sus recuerdos y la última
esperanza.
JCEH
JCEH
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