sábado, 19 de diciembre de 2020

El gran timo

Estaba haciendo un recuento del último robo que había hecho. Era su seguro de vida por si algo fallaba después. Revisó su cuartada y cuando quedó satisfecho, se dispuso a darse un relajante baño. El teléfono vibró un poco. Era un mensaje de voz. “Descárgate esta aplicación, Te puedes ganar mucho dinero”. ¿Quién demonios me ha enviado ese spam? No le puso atención y lo borró. Se fue a duchar y volvió muy tranquilo. Se sirvió una copa del mejor vino que tenía en su bodega y se sentó a leer. Lo sacó de su concentración el móvil. Otra vez estaba el mensaje. Lo trató de borrar, pero esta vez fue imposible. Por alguna razón oprimió el enlace y se descargó un programa muy raro. Apareció un video en el que un hombre le proponía un trabajo. “!Hola, querido Vincent, soy John Royers!!Espero que estés bien y te haya salido a pedir de boca tu último trabajo—se extrañó de que alguien supiera lo de su atraco—. No te preocupes. Este programa no existe más que para nosotros dos. Para que no estés con la duda, voy a ir al grano. Mira, Vincent, necesito que me consigas el cuadro de Johannes Vermeer. ¿Sabes a cuál me refiero? Sí, sí que lo sabes. Te ha llegado de inmediato el nombre a la cabeza. En efecto, necesito que me consigas “Mujer con una jarra de agua. Qué me dices, ¿eh?”. El vídeo se terminó.

Vincent se quedó pensando en lo extraño de la situación. Solo una persona sabía que él deseaba quedarse con aquel hermoso cuadro y no era posible que alguien más estuviera al tanto. En realidad, ya tenía casi terminado el plan para hurtarlo, lo único que lo detenía era el nuevo sistema de seguridad que le habían puesto a la pintura para que nadie la pudiera sacar del museo. Él tenía una capacidad impresionante para ingeniárselas con el control de seguridad, todo lo humano lo podía resolver, pero el micro chip antirrobo era cosa de otro mundo, pues ni siendo hacker profesional lograría deshabilitarlo. No, no te dejes engatusar. Terminarás en la cárcel lamentándolo toda tu vida. Mira lo que tienes. Ya puedes retirarte y vivir a cuerpo de rey. ¿Para qué quieres ese cuadro? ¡Ah, ya lo pillo! ¡Es por vanidad! ¿Y hasta qué límites llegarás para satisfacer tu ego?¿En verdad lo harías solo para poderte enorgullecer frente a tus competidores? ¡No me hagas reír! Hace mucho que te han dado tu lugar y si te critican y te calientan la cabeza con eso de que no sacarías la Gioconda o La Madonna Litta u otra de esas grandes joyas, es solo para que des un paso en falso y se puedan deshacer de ti.

En efecto no tenía necesidad de demostrarle nada a nadie y bien podía vivir sin el cuadro de Vermeer y los de Da Vinci, pero sabía que si le ponían un reto nunca se echaba para atrás. Pensó en investigar quién era ese tal John Royers. No le sonaba de nada y eso que se había encontrado con los más influyentes coleccionistas. Si ese tipo fuera famoso, lo conocerían todos. Hizo varias llamadas y supo que, en efecto, Royers era un coleccionista caprichoso, muy inteligente, con buen gusto y pagaba sumas desorbitadas por cada tarea. Billy le había conseguido el revólver del general Custer que había llevado el día de su muerte en la Batalla de Little Bighorn y se lo había compensado con una suma muy difícil de rechazar. También estaba otro de sus conocidos. Alain Tissandier quien le había conseguido los resultados de unas pruebas de vacunas contra la gripe.

Después de enterarse de lo que le habían comentado sus amigos ya no pudo dormir. No era el dinero lo que lo tentaba, sino el reto en sí mismo. Con una hazaña de ese tipo no solo pasaría a la historia, sino que encabezaría, quién sabe por cuántos años, la lista de los más talentosos y escurridizos. La lucha interior fue brutal. Su otro yo, era como un demonio en una subasta, no paraba de herirle el orgullo. En vigilia podía dominarse gastando toda la energía haciendo todo tipo de cosas. Aireaba la cabeza echando fuera sus pensamientos intoxicados, pero en el estado onírico era víctima de sus monstruos. Un sábado por la mañana se actualizó la aplicación de su móvil. Vincent no pudo evitar escuchar el mensaje de voz que sonó automáticamente, “Bien, Vincent, sé que te da miedo fracasar, pero te prometo que no habrá ningún problema con el plan. Te echaré una mano con lo del chip. No tienes que contestar ahora, En cuanto estés listo me pondré en contacto contigo”.

Al final, ya no se pudo contener y aceptó, sin embargo, un cosquilleó raro que fue capaz de helar a su ego le susurró que tuviera cuidado, que quizás fuera una trampa y lo estaban calando o usando para un fin desconocido. No le dio importancia a ese temor y se dirigió al salón donde estaba el teléfono. Cuando lo desbloqueó apareció John Rogers.

—Te agradezco mucho que hayas aceptado, querido Vincent. No te arrepentirás. Saldrá todo que ni pintado.

—¿Cómo sabes tanto de mí, John?

—Bueno, hago mis deberes y estoy bien informado, señor.

—¿Cómo me encontraste?

—Ah, deja esa falsa modestia, por favor. Para la gente normal eres un desconocido. Pero en este inframundo eres casi un dios. Así que mejor pasemos a lo que nos incumbe.

—Creo que no tienes ni idea de lo difícil que es librarse del chip líquido y peor aún, inventar uno del mismo tipo, para ponérselo a la copia si fuera necesario.

—No te ocuparás de eso, Vincent, déjamelo a mí. Tú, prepárate a hacerlo este mes y cuando tengas dudas estaré aquí.

Vincent comenzó a sospechar de Rogers, ¿Cómo es posible que esté al tanto de tus planes, incluso, de tus ideas? Tendrás que investigar sobre él. Sí, pero, eso lo haré durante la ejecución del plan. Mañana nos vamos a Nueva York. ¿En serio lo vas a hacer? Y por qué no. Seguro que la retribución es muy buena y la fama no tiene precio. Mira, si John soluciona lo del chip, podré llevarme el cuadro y toda la humanidad hablará de mí. Me idolatrarán en todos lados, seré casi un dios. ¿Eso está clarísimo, pero si te pillan? Eso no va a pasar, tenemos todas las ventajas. Pues, haz lo que quieras, pero si nos meten a la cárcel, te reprocharé toda la vida tu falta de sentido común. ¿De acuerdo? Sí, sí, de acuerdo, pero ya déjame en paz.

El vuelo duró una hora. Salió del aeropuerto y se fue a un hotel. Se registró con su pasaporte alemán. En su habitación dispuso todo lo necesario para visitar el museo y verificar que todo seguía como lo había hecho hacía un mes. Después de la visita fue a dejar una solicitud de empleo. Quería trabajar en el archivo. Le dijeron que habría podido meter su solicitud por Internet, pero él les contestó que le urgía el trabajo. Le dieron cita para otro día. Volvió a su habitación para descansar y sonó su móvil. En la aplicación había documentos, instrucciones, planos y consejos para infiltrarse al museo. No había vídeos ni mensajes de voz. Vincent revisó la información y descubrió que se habían hecho cambios en la zona de almacenamiento y la puerta que había considerado para escapar, se encontraba clausurada. Tengo que revisar todo esto porque si no se puede salir por allí, la única salida será la principal y el camino está lleno de detectores que se dispararán en cuanto trate de cruzarlos. Miró con atención los planos y leyó la lista de consejos e instrucciones que le daba Mr. Rogers. ¡Joder! ¡¿Este tío tiene espías o qué?! ¿Ves? Te lo he advertido. Y ¿si fuera una trampa, querido Vincent? ¿No lo habías sospechado ya? Pues no, porque me fie de Billy y Tissandier y ya sabes que ellos son mis incondicionales. Pues a mí, me huele mal este asunto.

De pronto, sonó el teléfono. Se oyó la voz de Rogers. “Oye, Vincent, te comento que en esta semana habrá una exposición temporal en el museo. Con ellos podrás meter la copia de la pintura. Ya lleva integrado el chip de repuesto. Lo único que tienes que hacer es desactivar el del original. Mañana por la mañana te llegará un paquete que contiene una tableta. Lo único que debes hacer es tomarle una foto y la aplicación hackeará el programa de seguridad. Luego lo único que tendrás que hacer es tomarle otra foto a la copia y se activará el programa contra robos. Suerte. ¡Ah! Por cierto, si deseas saber cuánto vas a ganar eleva el diez a la sexta potencia. Te los puedo depositar hoy mismo. ¡Éxito, muchacho!

¿Has oído eso? Es un dineral. Sí, sí, pero ¿cómo te dice que te lo puede pagar antes de que lo saques y se lo entregues? O ese Rogers es un tonto, o se pasa de listo, ¿no crees? Pues, será lo segundo porque ya ves que nos va siguiendo los pasos e, incluso, se nos ha adelantado. Ahora resulta que lo único que tengo que hacer es entrar al museo este viernes, desactivar el chip, cambiar el cuadro y activar el programa de seguridad. ¡Menudo atraco que va a ser este! ¿Sabes? Esto es ridículo. Ese estafador nos quiere ver la cara de tontos. Sí, es verdad, vamos a darle una pequeña sorpresita, ¿qué te parece? Completamente de acuerdo. Se oyó el vibrador del teléfono. Vincent lo cogió y vio el saldo de su tarjeta American Express negra. ¡Demasiado tarde, maldita sea! ¿Podrás creer que se nos adelantó el muy hijo de…? Esto ya es demasiado. Bueno, creo que estarás de acuerdo conmigo en que no nos queda otra salida más que la de seguir adelante. Bien, ya mañana veremos que sorpresa nos entregan en el paquete.

Vincent no era supersticioso, pero su conciencia nunca estaba tranquila y lo acosaba a todo momento. Era por eso que debía afinar hasta el último detalle para que su, así llamada orquestación, sonora de forma impecable. Los ritmos, los silencios, los vientos y acordes debían coordinarse como si fueran a tocar en el mismo cielo. Se dedicó toda la mañana a revisar la ruta, las entradas y salidas del museo, el personal, los trabajadores de limpieza y todo lo que fuera necesario. Volvió cerca de las tres de la tarde y cuando entró al hotel se dio cuenta de que un mensajero caminaba al mismo paso que él. Cuando llegaron con el recepcionista uno preguntó por la llave y el otro por el señor Vincent Roosevelt, le fue entregado el paquete y se fue a su habitación a mirar el contenido.

Bien, muy bien, ¿de dónde habrá sacado el señor Rogers todo esto? Mira, estos bastidores son mejores que los nuestros. Y esa pintura parece que en realidad es del siglo XVIII. Pues, si que nos va a convenir trabajar con este tipo. Ahora solo tenemos que llevar todo esto en una maleta de mano mezclarnos con los trabajadores que harán los fletes y cambiaremos el cuadro en un santiamén. Y ese trabajillo nos va a dejar ese “diez a la sexta”. ¡Ja, ja, ja! Todo será cuestión de niños. Sí, pero ¿dónde está la adrenalina que necesitamos para esto? ¿Recuerdas por qué te apasionan este tipo de tareas? Sí, tienes razón. Sin emociones fuertes, esto resulta muy indigesto. ¿Qué hacer? No sé. Tal vez dispararle a alguien o abusar de alguna de las cuidadoras de las salas o de alguna estudiante despistada a la que le puedas decir que eres un coleccionista. Piensa, piensa. No. Lo siento. Es completamente inútil, el señor Rogers nos ha frustrado toda emoción. ¿Y por qué no improvisas? ¿Estás loco? Bien sabes que ese, precisamente es el ultimísimo recurso que empleo. No, no estoy dispuesto a saltarme mis propias normas. ¿A dónde llegaría así? Sería una humillación, un golpe muy duro a mi amor propio. Está bien, está bien. Hazlo como quieras. Una cosa si que quede bien clara. Es nuestro último trabajo. Creo que sí deberíamos tomar eso en serio, Después de esto quedaré inhabilitado para siempre. ¿Qué quieres decir con eso? Pues que psicológicamente quedaré hecho un embrollo y eso solo me obstaculizara los trabajos que quiera hacer en el futuro. ¿Entonces pactamos? ¡Trato hecho!

Llegó el viernes y Vincent fue al museo, Presentó su identificación se las ingenió para que lo dejaran pasar sin revisar su maleta y se fue al almacén. Los trabajadores ya estaban descolgando las pinturas. Él aprovechó el momento para montar el cuadro. No es muy grande, ¿verdad? Claro, se monta en tres minutos, lo que necesitamos es el marco, mira allí lo traen. Vamos a por él.

Las cosas salieron a pedir de boca. Vincent salió del museo a las seis de la tarde, después de haber activado el chip de Mr. Rogers. Iba a subirse a su camioneta cuando sonó su teléfono. Contestó.

—¡Felicidades, Vincent! ¡Lo has hecho muy bien! ¿Ves el coche negro con matrícula MNS 080? Sube. El chófer te está esperando.

—Es usted muy previsor, Mr. Rogers.

—No, Vincent, no lo malinterpretes. No es desconfianza. Es que lo que llevas en tu bolsa es muy valioso y nadie se arriesgaría a perderlo. Hoy tendremos el gusto de conocernos. En unos minutos nos veremos.

Rogers colgó y el chofer le abrió la puerta para que se subiera. ¿Qué te parece, querido Vincent? ¡Joder!!No nos deja ni un segundo fuera de su control! Bueno, ya veremos de qué madera está hecho ese tipo. Llegó en veinte minutos a una casa muy lujosa de estilo moderno. Salió un hombre joven de aspecto muy extraño. No parecía del todo real. Vincent pensó que sería por lo extravagante de su vestido. La camisa y los pantalones eran como un camaleón que se adaptaban a medias a las tonalidades. Se saludaron, Vincent, lo tomó por Mr. Rogers, pero el dijo que era solo un ayudante. Entraron a la casa y la decoración y el lujo lo dejaron pasmado. Había esculturas que reconoció de inmediato. Él mismo se había querido llevar unas piezas de Rodin, pero no era su especialidad. De los cuadros si sintió envidia y orgullo a la vez. ¿No es ese La Caridad de Van Dyck? Sí, exactamente. Pero ¿qué demonios hace aquí ese cuadro? Ni idea. Tal vez Rogers lo compró después de que se lo consiguiéramos a Williams. ¿O no sería que Williams te lo pidió por encargo de Rogers? Esto es un misterio. Mira, hay más de nuestros encargos y cosas que sabemos quién se las robó. Esto ya pasa de castaño oscuro. Tendremos que aclarar algunas cosas, ¿verdad? Sí, sí, lo primero que haré será darle un puñetazo que se acordará toda su vida por prepotente. ¿Quién se cree ese estúpido? Ya, cálmate. Allí viene su ayudante.

“El señor Rogers le espera, Vincent, sígame por favor”. Bajaron por un ascensor unas tres o cuatro plantas. Cuando salieron Vincent pensó que se encontraba en una ciudad subterránea. Lo condujo el ayudante hasta un corredor muy amplio y le indicó que siguiera hasta el final. Vincent avanzó despacio, mirando todo lo que podía inquietarle. Al final, llegó a un sitio donde se abrió una puerta metálica. Entró, pero no vio a nadie. Se oyó la voz de Mr. Rogers. Pase, Vincent, siéntase como en su casa. Quiero mostrarle algo. Camine recto y gire a la derecha. Encontrará un corredor con curiosidades. Vincent se quedó tieso de miedo. Allí estaban sus conocidos. No se movían y lo miraban sin parpadear. “Están congelados, Vincent. No debes tener miedo”.  Pero ¿qué clase de loco es usted? ¿Qué ha hecho con estos hombres? No se ponga así. Yo no tengo sentimientos. Soy producto de ustedes los hombres. Me creó la IA y me dieron la tarea de capturar a todos los ladrones de arte. No podrá escapar de aquí. En pocos minutos estará inconsciente y después igual que sus amigos. Debe saber antes de que lo enfriemos, que usted sí fue de verdad un gran ladrón. Hemos archivado todo el conocimiento de su cerebro para la posteridad. ¡Hasta nunca, señor Vincent!

 

 

 

 

 

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Una gran cualidad

 

El día de su boda constató lo que había sospechado. No le dio gran importancia porque moralmente ya estaba preparado para aceptarlo. Con esta ausencia se completaba ese rompecabezas que él había ido armando poco a poco. Ese vacío de información en el que siempre se encontró incómodo, por fin desaparecería. Sería muy difícil para todos. La situación había sido muy incómoda mientras él lo había ignorado, pero ahora sus amigos le habían hecho la confesión sin hablar. Se alegró de que León, Juanjo y Alfredo no hubieran llegado. Pilar estaba radiante. Desde que la conoció se llevaron bien. Eduardo pensó que los había juntado una celestina, sin embargo, fue la coincidencia la que arregló todo.

Tenían pocos invitados y el pequeño restaurante no tenía más clientes ese día. Los padres de Pilar se emocionaron. Su hija les había dado muchos dolores de cabeza. “No sabes lo agradecidos que te quedamos, estimado Lalo”. Sí, en efecto, quien más lo festejaba era la señora Alicia que sabía a la perfección que su hija había buscado a su hombre ideal y no lo había encontrado hasta que él apareció. ¿A cuántos patanes tuvo que soportar? ¿Cuántas discusiones tuvo con su hija tratando de demostrarle que esos tipos con los que llegaba por las noches solo la querían usar? Pilar no era nada tonta, pero su corazón idealista le hacía creer que al final excavaría tan dentro de los corazones masculinos que hallaría la joya que buscaba.

Los músicos comenzaron un vals. Los suegros se levantaron y felices recordaron aquellos tiempos en que asistían a los concursos. Tenían buena forma física y los aplausos no se hicieron esperar. Las invitadas que eran el contingente más grande esperaban que el novio o el apuesto señor Boris las sacara a mostrar sus encantos. Se divirtieron unas tres horas. Brindaron por el éxito del matrimonio y se fueron retirando poco a poco hasta que quedó solo Eduardo con su familia política. “Es una lástima que no hayan podido venir tus padres, querido Lalo—le dijeron al unísono los suegros”. No, no se preocupen. Ya habrá una oportunidad para que nos reunamos todos. Gracias por venir. Liquidaron la cuenta y Pilar y Eduardo se fueron en una limosina al hotel donde pasarían la noche antes de viajar a su Luna de Miel.

Durmieron bien y se levantaron con el pie derecho. El primer día de matrimonio era muy diferente de los habituales. Estaba lleno de palabras dulces y comprensión. Cuando se prepararon para salir al aeropuerto a Pilar la arroyó la felicidad. Fue tan arremetedor el torrente que se tuvo que sentar en la cama y llorar media hora. Al final si había encontrado a su media naranja que le venía exactamente a la medida. ¿Por qué le había costado tanto trabajo encontrarlo? No era buen momento para dejarse llevar por esa idea, pues sabía a la perfección que miles de mujeres jamás lo logran y, por el contrario, les tocan tipos que las engañan y golpean.

—Será mejor que comencemos a arreglar el equipaje, cariño. No llores—. Lalo la abrazó le dio un beso.

—Es que realmente soy feliz, ¿sabes? Desde que te vi por primera vez presentí que eras lo que yo buscaba.

—Yo también me sentí muy atraído por ti, Pilar. Ahora ya sabes, hasta que la muerte…

No le dio tiempo de terminar la frase porque Pilar lo estrechó y le preguntó si estarían juntos para siempre.

—Por supuesto, eso ni lo dudes. Tú eres todo lo que deseo en la vida.

Se pusieron a ordenar sus cosas y llegó el taxi. Bajaron el equipaje y se fueron a tomar su vuelo.

Durante su corto noviazgo habían hablado muchísimo. Se habían contado muchos detalles de la juventud y descubrieron cosas similares. El primer amor y la desilusión más grande. La búsqueda interminable de un amor de verdad, las riñas con la familia, las cosas maravillosas de la vida de estudiante y cosas por el estilo. También habían coincidido en sus planes. Tendrían un año para ellos, luego ella se embarazaría. Él seguiría con sus ascensos en la empresa y vivirían en armonía.

El viaje fue muy bueno, No tuvieron más que alegrías y ningún percance estropeó su romance. Lalo volvió al trabajo y sus compañeros lo recibieron muy bien. Sus amigos le llamaron para disculparse por no haber asistido a la boda. Se sentían fatal y deseaban enmendar su falta. ¿Qué te parece si te vienes con Pilar a la casa y organizamos una barbacoa? Le proponían sus amigos. Al final aceptó la invitación y un fin de semana llegaron a Casa de León quien los recibió con mucha cordialidad. Estaban Juanjo y Alfredo. Todos estaban acompañados de sus mujeres. Salieron al jardín y se repartieron las tareas. En la cocina Pilar le contó a Lucía, Cristina y Zara que estaba muy contenta por haber encontrado lo que tanto buscaba. Zara y Cristina la felicitaron, pero sabían que antes de casarse con sus respectivos maridos, ella había salido con ellos. Eso ya lo habían superado porque en realidad no pasó de ser una aventurilla. Lo que les estaba poniendo nerviosas es que Pilar no hubiera encontrado ni en León, ni en Juanjo, ni en Alfredo, eso que sí tenía Eduardo. Pensaron que físicamente estaría super dotado, pero al poner su función su intuición y despertar todos sus sentidos decidieron que debía ser otra cosa. Algo en el trato, pensaron todas, quizá sea más que un caballero, atento y con una comprensión de la naturaleza femenina increíble. Tampoco, fue eso porque se veía como cualquier tío, incluso, torpe o con maneras poco educadas. La duda se despertó en ellas y se quedaron muy nerviosas. ¡Qué maldita cualidad hace a Eduardo mejor que a mi esposo, joder! La vida seguía para todos, lo malo era que las tres mujeres les pasaron su inquietud a sus cónyuges.

—Oye, Alfredo, ¿te acuerdas de que te acostaste alguna vez con Pilar?

—¡Hombre, Cristina! ¿No habíamos quedado en que eso ya era agua pasada? ¡No empieces de nuevo con esos celos, por favor!

—No, no se trata de eso. Es que, ¿sabes lo que nos dijo Pilar?

—No, Cristina, no tengo ni idea.

—Pues, dijo que había encontrado en Eduardo lo que no había podido hallar en ningún otro hombre y ya sabes que no son pocos los que se ha llevado a la cama.

—No, lo sé, Cristina, y tampoco me interesa. No le des vueltas a eso, te vas a volver loca y al final va a resultar que es una cursilería.

—No, Alfredo, me perdonas, pero no es una cursilería. Conociendo bien a Pilar una se queda pensándolo porque de los que le hemos conocido hay algunos que están fuera del común denominador y ni siquiera esos lograron quedarse con ella, así que debe ser algo muy especial.

—Mira, Cristina, no tengo tiempo para tonterías. Me voy a trabajar y no me molestes más con esas preguntas tontas.

Alfredo salió enfurecido y humillado. Cómo era posible que Lalo, con ese aspecto tan soso, tuviera algo que le faltaba a todos los demás. Llegó a la oficina y se lo comentó a León y Juanjo cuando habló con ellos por teléfono. Se rieron a sus costillas y especularon con todo tipo de fantasías. Alfredo no podía sacarse de la cabeza las palabras de su mujer. “Si Mauro, Joséelo y Paco no lo tienen, menos tú y tus amiguetes”. Levantó la vista para despojarse de la frase que le hacía rascarse la cabeza como si tuviera sarna. Vio a su secretaría Guadalupe y sin pensarlo le preguntó.

—Guadalupe, ¿qué cualidad más preciada busca usted en un hombre?

— ¡Ay! ¡Qué preguntas me hace! No lo sé.

—No, no, te hablo en serio ¿Es algún sentimiento o una cualidad física?

—¡No qué va! Lo físico no importa tanto y lo sentimental, es imposible.

—¿Cómo que imposible?

—Si, todos los hombres son unos patanes que buscan solo el sexo.

—Y eso quiere decir que, si un hombre no busca el sexo, es un fuera de lo normal. Digo, en el sentido que les gusta a las mujeres…

—No sé, Alfredo, no estoy de humor para bromas y la verdad no me imagino a qué viene todo esto.

Alfredo comprendió que estaba actuando de forma inapropiada y se disculpó. Luego se quedó pensando mucho tiempo en la cuestión. ¿Qué pasaría si de pronto Eduardo, quien a todo mundo le daba lástima, fuera un súper dotado? ¿Cuál era esa maldita cualidad que lo hacía único? Recordó las burlas en el bar. “¡Cómo que se casa con Pilar! ¿Es que no le ha pasado un ejército por encima a esa baja braguetas? ¿En qué piensa ese tío? Va a ser el hazmerreír en todos lados. ¿Qué va a contestar cuando le pregunten si sabe que su mujer se ha metido a la cama con media humanidad?”. Y ahora va a resultar que Lalito es el mejor de todos. El único que ha podido meter en trancas a esa mujer de cascos ligeros.

Un viernes por la mañana Cristina se encontró a Lalo. Ya tenía una semana completa de incertidumbre porque había visitado a Pilar y la había visto irreconocible. Ya no hablaba de hombres, se arreglaba con gusto y parecía una mujer muy culta. Un cambio de esa magnitud era imposible según la opinión de todos los que la conocían, pero la evidencia estaba allí y ella estaba obligada a descubrir el secreto. Saludó a Lalo y le preguntó qué hacía.

—¡Que gusto me da verte, Lalo! ¿Qué tal estás?

—Bien, Cristina, he venido a buscar unas cosas que necesitamos en la casa para los cortineros y el dormitorio. Y ¿tú qué tal?

—Bien, muy bien. También estoy buscando cosas para la casa, pero son para la cocina. ¿Podrías ayudare a elegirlos?

—Por supuesto. Mira, precisamente allí hay una tienda para el hogar.

Se fueron comentando los últimos acontecimientos de la vida familiar. Se fueron directamente a la sección de baños y cocinas, pero Cristina no tenía nada que comprar allí y pensó en alguna estratagema que la sacara del apuro, pues no podía llegar a su casa con más vajilla o algo tan innecesario como un colador u otra cosa de las que había allí. Lo único que se le ocurrió fue tropezarse y caer en los brazos de Lalo. El acercamiento fue tal, que sus labios se unieron. Cristina se sonrojó y dijo que había sido algo inconsciente.

—No te preocupes, Cristina, esto no lo sabrá jamás nadie.

—Es que eso me ha pasado algunas veces con Alfredo y siempre nos besamos, así que…

—Vamos, hombre. No pasa nada. Es una cuestión instintiva. No creas que me lo tomaré en serio. Lo olvidamos y ya está.

—Pero, ¿de verdad lo guardarás en secreto?

—Te digo que sí. Olvídalo y vamos por lo que necesitas.

—Oye, y si nos hubiéramos besado y luego…Tú ya sabes…Que si nos hubiéramos acostado… ¿Guardarías el secreto, también?

—Claro, ¿por quién me tomas? No se lo diría a nadie, aunque me torturaran. Te lo juro.

Ante esa sinceridad, Cristina, se sintió desarmada y, peor aún, se llenó de valor. Un atrevimiento que iba más allá de toda cordura.

—Oye, Lalo, ¿y si te propusiera que fuéramos a un hotel, irías?

—Pues, si fuera para ayudarte sentimentalmente, sí lo haría.

—¿Y guardarías el secreto hasta irte a la tumba?

—Ya te he dicho que tengo palabra de honor y nadie se enteraría.

Ella se lo tomó muy en serio y decidió que tenía la gran oportunidad de descubrir esa dichosa cualidad de la que se enorgullecía tanto su amiga. Se lo confesó todo a Lalo. No había nada que comprar para su cocina y quería tener una aventura con él. No deseaba más que un poco de comprensión, cariño y discreción. De esa forma terminaron los dos en un hotel.

La experiencia no fue tan maravillosa como se había imaginado Cristina. No le sorprendió nada de las capacidades sexuales de Eduardo, incluso pensó que era tan común como cualquier otro hombre. Sí, era cierto que le había mostrado mucho cariño, pero eso no era, con toda seguridad lo que satisfacía a Pilar. Pensó que se había tirado a la piscina y no había hecho nada más que comprometer su reputación. Pensó que tal vez Lalo, en una fiesta con sus amigos, se fuera de la lengua y entonces ya tendría motivos para sufrir. El divorcio, la patria potestad de sus hijos y las humillaciones por parte de la familia de Alfredo. Sudó frío, pero algo muy dentro de ella, le dijo que Eduardo le había dicho la verdad y lo descubrió en las siguientes semanas cuando se volvieron a reunir todos en la casa de Juanjo. La noticia le llegó por conducto de Zara.

—Oye, Cristi, tengo algo que confesarte. Ven conmigo a donde no nos vea ni nos escuche nadie.

—¿De qué se trata Zara? ¿No me lo puedes decir aquí?

—No, ni lo mande dios. No estoy loca para hacer eso. Mira, vamos a comprar unos pastelitos y en el camino te lo cuento.

Salieron con la excusa de comprar una tarta para los niños. En el coche Zara ya no se pudo contener y lo soltó todo. Cristina la escuchó con paciencia sopesando la situación y después hizo su confesión. No era posible. Las dos se habían acostado con Lalo y no habían sido capaces de encontrar su famosa cualidad. Volvieron con un mal sabor de boca. Lo único que estaba claro era que Lalo decía la verdad. Nadie habría sospechado jamás que había estado con las dos mujeres. Lo pero Lucia las reunió en el baño y en voz muy baja les dijo que ella también. Era el colmo. Las tres se habían tomado muy en serio la búsqueda y se encontraban desnudas confesando que no habían hallado nada. La discreción fue el pacto y si Lalo se iba de la lengua lo matarían.

León, Alfredo y Juanjo ni se las olían. Seguían reuniéndose en el bar. Comentaban los bulos que les llegaban a través de sus esposas, e incluso llegaron a pensar que no estaría nada mal acercarse a Pilar para preguntarle cuál era esa cualidad tan preciada. Nadie les habría perdonado la intromisión y habrían terminado con la amistad. Decidieron dejar las cosas como estaban y seguir la vida sin ponerle atención a nada de lo que le atañía a ese matrimonio.

Los cambios en Pilar fueron enormes. Se embarazó, se enclaustró en su casa. Vivía tranquila educando a sus hijos y en las reuniones seguía alabando las cualidades de su marido. Sus amigas sentían vergüenza al encontrarse con ella y algo muy dentro de su conciencia les decía que esa cualidad, de la que ellas y sus maridos carecían, era simplemente la discreción.

 

 

lunes, 30 de noviembre de 2020

Ucronía de Paco

El sueño es milagroso. Bendita sea aquella frase que dice todo el mundo: “Consúltalo con la almohada”. Vaya que me ha dado resultado. Apenas ayer estaba rompiéndome la cabeza con todos mis problemas y hoy estoy con un ánimo increíble. Eso de que tu cerebro trabaja mientras tu descansas, es verdad. Por fin lo he comprobado. En todos esos libros de autoayuda que encuentras en Internet te describen el funcionamiento de la máquina más evolucionada del universo. ¿Cuántos millones de años fueron necesarios para crear un sistema tan complejo? Pues desde que dios tiene uso de razón. No, ya en serio. Te quiero contar lo que he pensado para solucionar todos los problemas. ¡Que loco estás, Paco! Espera y no me juzgues. Bueno, pero dime ¿a qué te refieres? ¡Explícamelo! Pues a que voy a darle la vuelta a la tortilla. Pero, ¿no habías dicho que no ibas a ceder? Pues, no tiene nada de malo recapacitar, ¿no? ¿No les pasa a todas las personas? Escucha, es un plan perfecto.

Al principio, lo más importante, Carmela. No le voy a decir que deje a su novio. Me he pasado todo el año tratando de demostrarle que su Pedrito es un gañán, pero el resultado ha sido nulo, sin embargo, he ideado una súper estrategia. Le voy a decir que está bien. Me rindo que salga con él el tiempo que quiera. Es más, le voy a proponer que se lo traiga a vivir a la casa. ¿Estás loco? No, claro que no. Eso ya lo hablamos toda la noche y no me interrumpas porque se me va la olla y luego empiezo a decir tonterías.  Bueno, el caso es que, si nos traemos al Pedro, mi mujer no va a saber qué hacer. ¡Se va a quedar tan sorprendida que dejará de moler con sus reclamos y sus peroratas de…”!No entiendes a tu hija! ¡Recapacita, por dios! ¿No sabes que ya está en edad de merecer?”. Pues, sí. ¡Venga! ¡Merece eso y más! Lo que no sabe Marga es que a los tres días ya estará deseando que se largue de aquí. Y ¿eso por qué? No me salgas con eso, ¿acaso no lo entiendes? ¿No te das cuenta de que son incompatibles? Además, Armando se va a poner como un toro de lidia. Ya sabes que no lo traga y se va a encargar de que la vida en la casa sea un infierno para él. ¿Te acuerdas cuando leímos a Sartre? ¡Ah! ¡Pillín! ¿Te refieres al libraco “A puerta cerrada”? Claro ¿Recuerdas que nos encantó eso de que el infierno son los otros? Por supuesto que sí, pero y ¿cómo vas a soportarlo tú? Pues con dos remedios, hago de tripas corazón y me lavo las manos. Pero tu casa será el caos. Vas a confrontar a tu familia. ¿Y eso qué? Llevo mucho tiempo tratando de mantener la paz y la buena voluntad y ¿cuál ha sido el resultado? Sí, sí, ahora caigo. Oye, ¿Y Luciano? Bien que lo mencionas. Mira, voy a decirle que estoy de acuerdo en que deje los estudios y que haga lo que quiera. Eso no me gusta nada, vas a perder toda la autoridad y te van a mangonear todos. No, no lo has entendido. Ya sabes que, si les impones cosas a mis hijos, lo primero que hacen es llevar la contraria. Lo que quiero es que se meta a trabajar y se mantenga solo. Ya estás grandecito, le diré. Búscate la vida solo. De mi bolsillo no saldrá ni un solo quinto para ti. Creo, sinceramente, que eso va a ser el acabose, la verdad. Te lo digo porque se va a ir con sus amigotes y se echará a perder. Pues me importa un comino. Ya estoy cansado de echarles sermones inútiles. ¡Que prueben la vida! ¡Ya es hora de que se rasquen con sus propias uñas!

—Hola, buenos días, papá. ¿Qué tal has dormido? —Oye, Paco. ¿Qué le habrá pasado a la Carmen? Si nunca te da los buenos días. No lo sé. Está rarísima. Bueno, contéstale. No te quedes como tonto.

—Hola, hija. Bien, he descansado muy bien y ¿tú?

—También. ¿Quieres que te prepare el desayuno? —Me lleva la reverenda…Oye, ¿no les habrá pasado en la noche lo mismo que a ti? Pues, seguro que sí. A lo mejor, ayer hubo un fenómeno galáctico o algo así. Tendremos que buscar en el Internet al rato.

—Bueno, Carmelita. ¿Serías tan amable?

—Por supuesto que sí. ¿Quieres unos huevos con jamón y frijolitos?

—Sí, hija. Eres un amor.

—Los hago en seguida. Oye, papá ¿y el café con leche?

—Sí, hija, gracias.

La verdad no lo entiendo. Ayer juró y perjuró que dejaría de hablarte toda la vida y…Mírala. Tan hacendosa y amable. Creo que no es la primera ni la última sorpresa del día. Mira, allí viene tu mujer. !Está irreconocible! Hasta parece que en la noche perdió diez kilos. Se ve como hace veinte años. ¡Qué barbaridad! Solo falta que me dé un beso y me planche la camisa para ir al trabajo. Sí, ya viene para acá. Mírala cómo se acerca y se ha peinado. Sí, ahora sí que tendremos que buscar lo de la alineación de los planetas.

—Hola amor, ¿qué tal dormiste?

—Bien, muy bien y ¿tú? —¿Cuándo fue la última vez que te dijo Amor? Ya ni me acuerdo. Por lo regular no me habla en las mañanas y los saludos se terminaron hace un montón de tiempo.

—Cielo, he estado pensando en Luciano. Al final, estaría bien costearle la carrera de Derecho. ¿Quieres que se lo comentemos en el desayuno? ¿Se lo digo yo? ¿Prefieres hacerlo tú? —Esto sí que es surrealismo. ¿Cómo va a estudiar Luciano en la universidad si ni siquiera terminó la secundaria? Pues, ya ve aceptando que este día será de locos. Mira, ahí viene Luciano. Pero ese no es Luciano. Mi hijo lleva barba y no usa pijama. ¡Ah caray! Y ¿ese peinado? Ya no entiendo nada, ¿y tú? Yo tampoco.

—Hola, papá. Dice mi madre que quieren hablar conmigo…

—Sí, Luciano, es sobre lo de los estudios —Oye ¿te vas a atrever a hacerlo? Mira que te vas a endeudar y las cosas con esta pandemia no están nada seguras. ¿Qué tal si mañana hacen recortes en la empresa? Ya ves que todo mundo ha puesto sus barbas a remojar, No es un momento para afrontar esos compromisos. Sí, sí, ya lo sé. Pero ¿no has oído que Marga ha dicho que sí? ¿Y de dónde piensa que sacarás el dinero? No lo sé. Se lo voy a insinuar en el desayuno.

—Gracias, papá. No sabes qué alegría me da.

—Sí, sí, ahora te lo explico con tu madre. Vamos a la mesa, que Carmelita ya nos tiene el desayuno preparado—. !Qué locura! Ya te veo con tu cara de ridículo, explicándoles a todos de dónde vas a sacar la lana para la cerrera de tu hijo. Pero ¿qué puedo hacer? Esto es realmente un milagro. Bueno, ya están todos sentados. Te miran con ojos interrogativos. No te puedes quedar callado. Habla, di algo. Comienza por Armando que apenas se está despabilando.

—Bueno, Armando, ¿qué tal has pasado la noche?

—No he dormido mucho, papá. He tenido que hacer el proyecto de la universidad y, para serte sincero, te diré que me eché un sueñito de cuatro a siete.

—Es muy poco, hijo. Te vas a acabar así—. ¿Qué te parece su aspecto? Está cambiadísimo. No es el de siempre. ¿Ya no hace físico-culturismo? No lo entiendo, la verdad. ¿No te parece que es un día muy extraño? Y que lo digas. Bien, piensa rápido y echa ya el sermón.

—Y ¿qué pasa con lo de Luciano, Amor?

—A sí, quería decirte, hijo, que empieces con los trámites para lo de tu carrera. Olvida todo lo que dije antes y adelante.

Oye, eso no era lo que tenías que decir. ¿Por qué te miran así? Calla y deja que sean ellos quienes te lo digan. Además, ya te tienes que ir a trabajar.

—Oye, papá. Parece que hoy te has confundido en todo. Ya nos preocupa un poco esto. Es que no es la primera vez. Suele pasarte, pero no te preocupes. Ya sabemos que es pasajero. Será mejor que llames al trabajo y pidas el día. Te hará muy bien.

—No, no, Carmelita. Es que tengo tantas cosas en la cabeza que me embrollo y luego salgo con estas cosas. Por cierto, ¿ya está lista mi ropa?

—¿Ves lo que te digo, Amor? Te preparé todo ayer por la noche. Sube al dormitorio y ahí lo verás doblado en la silla. Mira, en mi opinión deberías pedirte el día. Anímate y nos vamos a dar una vuelta por allí.

Joder, Paco, ¿qué quiere decir con eso? ¿No será que le está haciendo daño la menopausia? Ni idea. Será mejor que ponga pies en polvorosa.

—Gracias, Cielo, te lo agradezco mucho. Iría con todo gusto, pero hoy tenemos una reunión importante en la oficina. Mejor, me arreglo y el fin de semana salimos a donde quieras—. Oye, seguro que ahora te va a echar la bronca de siempre. Prepárate, Nunca vas a aprender, ¿querido Paquito?

—Está bien cariño. Entonces el sábado vamos al teatro.

—Sí, Corazón, por supuesto y ahora, si me perdonan…

¡Qué lío! Todo está patas arriba. Oye, ¿y si en el trabajo pasa lo mismo? ¿qué vas a hacer? Cómo que qué voy a hacer, pues encerrarme en mi despacho y no hablar con nadie. Sí, creo que será lo mejor. Bueno, pues vámonos, parece que tu chofer ya está allí abajo. ¿El chófer? Que, ¿me vas a decir que no te acuerdas? La verdad es que no. Ya estamos.

—Buenos días señor Francisco.

—Buenos días, ¿qué tal todo?

—Pues, como siempre. Con un poco más de frío, pero sin novedades.

—Bien, pues vámonos ya.

No recuerdo que este asiento fuera tan cómodo. Mira, ¿ese es el nuevo centro comercial? No ese ya lleva varios años. El nuevo está más adelante. ¡Qué memoria la mía!

—Hemos llegado señor. Su secretaria lo está esperando en el lobby.

—Gracias, Jaime, eres muy amable. Hasta la tarde.

Me parece que no se llama así el chófer, ¿no era Casimiro? Mejor ni me preguntes y mejor aconséjame para enfrentar a la secre. Ella sin duda es Laura, tú le dices Laurita, así que suave y con mano izquierda. Mira, allí está. Más guapa que la vez pasada. Sí, ahora entiendo todo eso de que las secretarias son las amantes de sus jefes. Ojalá en nuestro caso fuera así, ¿no crees? Sí ¡Mira nada más que mujer!

—Francisco, tienes que bajar a la sala de reuniones. Aquí está el informe. No necesitas decir nada. Solo clausuras el evento y les dices que la resolución ya fue aprobada por los accionistas de la empresa.

Preparémonos para lo que viene. Te pido que no te vayas de la lengua y no me obligues a decir alguna estupidez. Llegamos, nos sentamos, oímos las participaciones, les damos las instrucciones y cerramos la reunión. Sí, de acuerdo. ¡Aja! Ahí están todos sentados. No tienen buena cara. Saluda y siéntate. No ha sido nada cordial el recibimiento. Que suerte que no te toca hablar. ¿Quiénes son todos estos tipejos y ¿por qué nos exigen tantas cosas? No han parado de quejarse y ya me están llegando a los aparejos. Yo no tomé la decisión. Si hay recortes, pues no es culpa mía. Váyanse todos al diablo. Oye, no es justo. ¿Qué no has oído lo que dicen? Pobre gente, se han dejado la vida aquí y ahora de patitas a la calle. Oye, no es mi problema. Me dijo Laura que leyera solo el informe y que se las arreglen como puedan. ¡No tienes sangre en las venas! ¡Cobarde! Pero, ¿qué te pasa? Tranquilo, todo saldrá bien, este no es nuestro problema. ¡Qué poco sentido humano tienes, joder! Ya, cállate y espera. Esto ya se va a acabar. ¿Lo ves? Bueno, haz la lectura y vámonos. No sé cómo no se te cae la cara de vergüenza. Ni siquiera pusiste atención en el contenido del informe. Lo leíste como si estuvieras anunciando los puntos de una reunión. Nadie te lo va a perdonar. Ahora, vive con eso para siempre. ¿Viste la cara de Mauro, la de Luis, la de Carolina? Ni siquiera te dignaste verlos. ¡Qué poco hombre eres! Te ordeno que pares. Ya es suficiente. Todavía nos queda el día por delante y lo único que haces es estropearlo más. Ya, por favor, para y cállate.

Gracias por haberme dejado pasar el día sin tu compañía. He terminado el trabajo, ¡Qué alivio! Pues, vámonos a la casa. Cenamos, vemos un rato la tele y hasta mañana. La verdad no sé cómo te sientas tú, pero a mi me está remordiendo mucho la conciencia. ¿Qué le vas a decir a tu familia? Oye, eso no es asunto tuyo. ¡Ah! No me vengas con esas cosas ¿Y lo demás? ¿Ya no te acuerdas de todos los consejos que te he dado? Te he soportado toda una vida y ahora me sales con que eso no es de mi incumbencia. Ya, ya está bien, cálmate. Hacemos las paces y listo. Está bien.

¿Cuándo va a venir ese Jaime? ¿No quedamos en que es Casimiro? ¡Sí, es verdad! Bueno, ¿dónde estará ese Casimiro? No lo sé. Ya llevamos una hora esperándolo y no viene. Llámale por teléfono. Pero no sé su número. Pues mira en el móvil. ¡Que raro! ¡Aquí no hay nada! No está el de la casa, ni el de Marga, ni el de Carmelita, ni el de nadie. ¿Sabes qué presiento? No, no lo digas, por favor. ¿Por qué no? Esto ya es demasiado, es la quinta vez que nos pasa. Sí, tienes razón. Es la quinta vez que despertamos de nuestro sueño en el sitio incorrecto. ¿Y ahora qué? Nada. Tenemos que apechugarlo. Volvemos a nuestra realidad. Me lleva la que me trajo. ¿Qué es eso que tienes en el bolsillo? ¿Esto? Sí, sí, eso. No sé, a ver, a ver…!Ay! ¡Carajo! ¡Es la carta de dimisión que nos hicieron firmar en la empresa! O sea que…Sí, eso exactamente. ¡Qué pena, la verdad! ¿Y ahora qué? No lo sé. Supongo que tendremos que seguir perreando. Sí, maldita la hora en que nos recortaron. Ya lo decía yo, esto no podía ser real. Otra vez esta maldita confusión. Si las cosas siguen así y no se termina este confinamiento. Me voy a volver loco de verdad.

 

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

El castigo de un crimen

Jack se quedó viendo las olas del mar. Levantó la cabeza para mirar la lejanía del horizonte y no puso atención en las gaviotas que revoloteaban disputándose unos peces o comida abandonada por los turistas. Estaba muy concentrado. Repasó detenidamente todo lo que había hecho hasta ese momento. Su plan había sido todo un éxito y ahora ya podía respirar más tranquilo. No, no, de ninguna manera eso significaba que se relajaría y se entregaría a la vida que siempre había deseado, más bien empezaría a surcar la nueva ruta de su existencia con pies de plomo, pero sin la enorme carga de Helen. Respiró profundamente y formó su rompecabezas colocando las piezas de su coartada. Lo había hecho muchas veces y todo se había amoldado a su deseo. Ni siquiera los pocos imprevistos le habían obligado a disminuir o aumentar las piezas, el mecanismo era perfecto. Todo encajaba en su sitio. Hinchó el pecho y exhaló con fuerza, como si quisiera que su soplido alejara su pasado para siempre. En unas cuantas semanas, se dijo a sí mismo, podré vivir mi día a día con toda libertad y haré lo que se me pegue la gana. Una cosa sí que recordaré siempre. Jamás volveré a encandilarme con ninguna mujer. Las conquistaré, pasaré el rato con ellas y las despacharé antes de que se me monten del cuello. Para Helen habría sido mejor entenderlo, pero se aferró a sus principios. ¿Y de qué le sirvió? Ahora está allí lejos, muy lejos de mí y de mi vida. ¡Gracias a dios! ¡Qué en paz descanse!

Se fue tranquilo caminando como un adolescente que ha encontrado alguna motivación en la vida, con ese andar saltarín característico de la juventud. Se subió a su coche y se fue bordeando la costa. Llegó a su casa en quince minutos. La vistosa construcción por la que había pagado bastante dinero era muy moderna. Se había elevado el precio en esa zona y no pudo renunciar al contrato que había firmado. Merecía la pena estar en esa parte de la ciudad. Era tranquila. Los vecinos eran muy cordiales y estaban tan ocupados que se veían pocas veces. Entró y se dirigió al baño. El calor le había dejado el cuerpo con una capa salada. Se sirvió un poco de vino y puso música clásica. No le gustaban las óperas completas, pero le fascinaban las arias. Escuchaba sin parar La Casta Diva, La reina de la noche, Nessun Dorma, Brindisi y Nabuco, entre otras. Les decía a sus empleados que se le ponía la carne de gallina al escuchar esas voces que llegaban hasta lo más profundo de su corazón. Sus conocidos lo tenían por un vanidoso impertinente que trataba de ocultar sus defectos e incapacidad para comunicarse con la gente mostrando una máscara de falsa elegancia. No tenía muchos enemigos, pero sus más allegados conocidos le hablaban por alguna necesidad. Tenía talento para los negocios, pero le faltaba mucha inteligencia emocional. Había quien pensaba que era un reptil porque no se inmutaba ante el sufrimiento humano. Podía despedir a sus empleados sin ni siquiera escuchar sus ruegos y disculpas. En esos momentos permanecía como una estatua, pero su apariencia era la de un ser inmensamente despreciable. Trabajaba bastante y se encerraba en su estudio por muchas horas. Salía poseído por una idea exitosa para manejar las finanzas y hasta que no lograba su objetivo no se detenía. Al término de su explosión de adrenalina quedaba flácido, sin fuerzas y con la impetuosa necesidad de aislarse.

Pasaron los días y Jack se fue acostumbrando a su nueva situación. Trabajaba más y se sentía liberado del grillete que lo había mantenido preso e imposibilitado por algunos años. Disfrutaba más las comidas y se permitía los platillos más predilectos. Comía caviar y tomaba champagne caro. Los fines de semana se iba a sitios de prestigio en los que se respetaba la privacidad de los clientes y se desbordaba en los cuerpos de preciosas mujeres que solo se podían permitir tipos con bastante dinero. Le gustaba en especial una mujer joven de origen ucraniano. Era todo lo contrario de su esposa Helen y con ella podía conversar a sus anchas. Era asombroso como esa joven conjuntaba cualidades tan opuestas. La belleza y una muy envidiable inteligencia. Podía hablar de literatura, arte y política sin problema. Usaba un léxico especializado y Jack la oía una hora entera sin contradecirla después de que hacían el amor. Quizás había cometido su pecado para unirse a ella. La idea le llegó exactamente ese día que volvió de la playa. Libre del yugo podía adquirir a una modelo para que le hiciera compañía. Podría cubrir todos los gastos y cuando se hartara de ella, la podría devolver sin compromiso alguno. Habló con la matrona que se lo comunicó a los representantes de la organización delictiva que dominaba en la ciudad la trata de blancas. Costó bastante, pero era el primer capricho que se daba en su nueva condición de viudo. Le puso un departamento y comenzó a visitarla dos veces por semana.

Las cosas iban bien y en su calendario de registros había un retraso. Había calculado que después de un mes debería empezar activamente la búsqueda de su esposa. El terremoto había sido muy fuerte y no había réplicas. Por lo regular, su mujer se desaparecía unas semanas cuando tenían desavenencias en la casa. Jack al principio le rogaba que no se fuera y que recapacitara, pero como los enfados se repetían con regularidad, Jack decidió dejarla ir y esperar su regreso sin molestarla ni apresurarla para que volviera. Era precisamente esa situación la que le había permitido llevar a cabo su plan. Siguió con su rutina habitual, pero no bajó en ningún momento la guardia. Hizo bien porque de haber estado desprevenido el día de la aparición del inspector Ernest King en su oficina, no habría podido responder a las preguntas.

—¿Es usted el señor Jack Silveti? —le preguntó el detective.

—Sí ¿dígame en qué puedo ayudarle?

—Buenas tardes. Soy el investigador privado Ernest King y me gustaría hacerle unas preguntas.

—Sí, inspector. Dígame ¿qué se le ofrece?

—Es sobre su esposa Helen. ¿Hace cuánto que no la ve?

—Pues, casi un mes o algo así.

—Y ¿no le preocupa?

—No. Claro que no. ¿Por qué tendría que preocuparme?

—Pues, es que ha desaparecido misteriosamente y nadie sabe qué le sucedió.

—Eso es extraño señor inspector porque yo la hacía en casa de mi suegra.

—Lamento informarle que fue precisamente la señora Margaret quien me ha enviado a buscarla.

—Eso es muy raro porque Helen tenía la costumbre de irse a ver a su madre cuando nos enfadábamos y como yo rompí relaciones con esa familia hace tiempo, lo único que hacía era esperar a que se le pasara el berrinche a mi mujer y volviera a la casa como si nada hubiera pasado. He de confesarle que vivíamos como extraños.

—Y ¿por qué no se divorciaron?

—Por ella, señor inspector. Se lo propuse muchas veces, pero Helen me reprochaba haberle estropeado la vida y se empeñaba en permanecer en la casa para recordármelo. Sé que eso suena muy infantil y que las personas adultas no hacen eso, pero ya ve, nadie se salva de cometer estupideces.

—En eso tiene razón. Bueno, perdone la molestia. Le dejo mi número de teléfono por si ella vuelve. Que tenga un buen día, señor Silveti.

—Lo mismo le deseo, inspector.

El inspector salió del edificio. Pensó que se enfrentaría a un tipo calculador y frío. “Ese cabrón sabe que, si no encontramos el cuerpo de Helen, no tendremos manera de atraparlo”. Siguió detrás de sus ideas como si fueran el hilo de Ariadna que lo sacaría del laberinto en el que se encontraba. Sabía que, en efecto, Jack había dicho la verdad, sin embargo, había todo un mes en el que nadie había visto a la mujer. Era muy posible que hubiera muerto el día que se disponía a ir a casa de su madre. Antes de entablar conversación con Jack, King le había preguntado al personal sobre los hábitos de su jefe. Supo que las riñas con su mujer eran frecuentes, que él no les daba importancia y se dedicaba a su trabajo. Había ocasiones en las que, incluso, dormía en la oficina. También hacía viajes o se desconectaba del mundo los fines de semana. Ernest comenzó a hacerse preguntas sobre el carácter de un tipo así. ¿Qué lo había llevado a casarse con Helen? ¿Por qué habían empezado sus riñas? ¿Qué hacía para desahogar su odio contra la mujer que tenía en su casa y no le servía ni de amante ni concubina ni prostituta ni nada? Era evidente que había planeado su desaparición. Empezó a rondar la casa y la oficina. Pronto encontró el departamento en el que se reunía con su amante.

Ella le contó toda la verdad. Se habían conocido en un burdel de lujo. Lilia se había liberado del yugo de sus extorsionadores gracias a un pago en efectivo que había realizado el ejecutivo. Le había puesto el departamento y se encontraban dos veces por semana. Él le depositaba dinero en su tarjeta y ella vivía sin llamar mucho la atención. No podía decir que Jack era el hombre con el que a ella le habría gustado pasar el resto de su vida, pero estaba en deuda con él y las cosas iban bien. Ella lo complacía y él le brindaba seguridad. Tenían poco tiempo de estar juntos, pero su relación había empezado hacía un año y medio. En ese período ella solo se había enterado de la existencia de Helen, pero ni siquiera sabía cuál era su aspecto. “Él nunca habla de ella señor inspector. No se queja de ella ni me dice si la quiere o no. Además, a mí su vida personal no me interesa. Lo que sé de él es suficiente para mí”. Estaba claro que el maldito Jack era un cofre cerrado con llave. Un ejecutivo talentoso, excelente en los negocios, repelente a cualquier contacto fraternal y audaz. La partida iba a ser muy dura. Jack había empezado con una tirada inocente, pero detrás de ella estaba todo bien organizado. Tendría que ser muy paciente y analizar con calma cada una de las posibilidades de sus hipótesis. Había por el momento un posible móvil. Jack detestaba a su mujer y la engañaba visitando un burdel. Se había enamorado de Lilia y la había apartado para su propio gusto. Helen era un obstáculo, a pesar de que Jack aseguraba que entre ella y él ya no había nada. Tenía que investigar todo sobre su relación.

No tardó mucho en saber que el matrimonio había sido por interés. Helen era ambiciosa y sabía que su futuro marido le daría el estatus que deseaba. Su condición no era de pobre, ni siquiera clasemediera, pero Jack se desenvolvía en terrenos para ella inalcanzables, fue por eso que mostró interés y pasión al principio, pero después de la boda las cosas se fueron enfriando. Helen sabía que tenía asegurado su futuro y el divorcio sería muy bien compensado. Jack rompió muy pronto la relación con sus nuevos parientes. Le parecieron demasiado tontos e insensatos. Sobre todo, la madre, Margaret, que era demasiado caprichosa y mal educada. Paul le pareció un viejo sometido a la voluntad de su arpía mujer. Había otra cosa que despertaba el optimismo, pues se enteró de que Helen tenía un amante con quien tenía sus encuentros amorosos. Eso significaba que lo que había dicho Jack sobre las visitas de su mujer a la casa de su suegra eran una vil mentira y él lo sabía, pero había fingido ignorancia para mejorar su situación y no parecer sospechoso. El encuentro con Salvador, así se llamaba el latín lover de Helen fue poco productivo. El mulato de origen cubano le confesó que él solo le proporcionaba placer a la gélida Helen. No hablaba mucho de su vida personal y prefería que su amigo le contara cosas sobre su preciosa isla. El día que Helen había desaparecido tenían cita, pero ella no llegó. No era la primera vez. En ocasiones tenía la amabilidad de llamar y disculparse por el inconveniente, pero por lo regular no lo hacía y le compensaba con jugosas gratificaciones sus faltas. No se había preocupado en absoluto por su ausencia porque tenía otras clientas y no prescindía de la ricachona Helen. “Sabía que algún día se hartaría un poco de mí y se alejaría, inspector, por eso ni siquiera sospeché nada de su ausencia. Pensé que estaría dándose tiempo para echarme de menos un poco y volver”. Ernest comprendió la situación y supuso que Helen quería evitar problemas, por eso evitaba relacionarse con alguien que la pudiera comprometer en público.

Jack se acostumbró a su nueva vida. Tenía un aspecto más tranquilo y relajado. Ya no parecía un lobo en busca de su presa y pasaba más tiempo en la cancha de tenis, en la sauna y con su amante. Se había informado sobre el inspector. Le sorprendió mucho que se hubiera retirado tan pronto del departamento de policía para trabajar por su cuenta. Lo estudió con mucho cuidado y al reconstruir su personalidad comprendió que los unían muchas cosas. Tenían un carácter muy similar y eran buenos estrategas. “Un contrincante a la altura, ¿eh? —se dijo alegre mirándose al espejo —Enhorabuena señora Margaret”. El fin de semana fue muy tranquilo y dejó a Lilia con la promesa de llevarla a dar una vuelta por la playa.   

Ernest King descubrió que Jack era propietario de un hermoso yate. No era muy grande, pero era una buena embarcación. Ya tenía todo el cuadro del crimen ante sus ojos. Jack había sorprendido a su esposa cuando iba a visitar a Salvador. Le dijo que podrían llegar a un acuerdo. La convenció de subir a la embarcación y en medio del mar la mató y se la tiró a los tiburones. Sin cadáver no hay delito—genial señor Jack lo ha hecho como está escrito en los manuales—. No obstante, debería saber que si hay testigos y encontramos el arma o alguna circunstancia que nos lleve a desenredar este acertijo, usted irá a la cárcel. Deme tiempo y ya lo verá.

Ernest llegó al embarcadero cuando Jack estaba preparándose para zarpar. Con él estaba Lilia que lo saludó con amabilidad. Jack supo de inmediato que el inspector ya había fisgoneado en su vida amorosa y que sospechaba que él había tirado a su mujer en el mar.

—¿Qué lo trae por aquí inspector?

—Buenos días, Jack, No quisiera estropearle el día. Veo que está a punto de dar un agradable paseo con su amiga y no me gustaría robarle mucho tiempo. Le voy a pedir que me deje ver su yate. ¿Me permite?

—Oh, no se preocupe. Si quiere puede unirse a nosotros. Queríamos dar solo una vuelta.

—No, muchas gracias solo deseo echar un vistazo en el interior. ¿Sabe? Siempre soñé con tener uno, pero mi carrera de policía y mi sueldo jamás me lo permitieron.

—Bueno, pero ahora que lleva asuntos tan importantes, seguro que pronto estará en condiciones de adquirir uno.

—¡Que más quisiera! Lo malo es que no sé nada de navegación.

—Bueno, venga aquí y mire lo que quiera.

Ernest subió con cuidado y pidió permiso para entrar a la escotilla. Era amplia y estaba decorada con buen gusto. Tenía un diván, una estantería y una cocina muy práctica. Ernest se interesó por el mobiliario, las ventanas y las normas de seguridad. Comprobó que hubiera extintor y algunas herramientas. Cuando vio que había un hacha preguntó por su uso y si no había sido ese objeto con el que le habían dado muerte a Helen.

—Me ofende usted, inspector, puede llevársela y buscar mis huellas si lo desea. Faltaría más.

—Perdone si eso le ha ofendido, Jack. Uno como inspector se ve en situaciones muy desagradables. No, no hace falta que me la dé. Bueno, creo que le he importunado innecesariamente, así que lo mejor que puedo hacer es retirarme y desearle un buen día. Hasta pronto y que tenga un buen paseo. 

El inspector se alejó. Pronto se puso en marcha “La Sirena” y se fue alejando con un ruido suave. Ernest hizo un recuento de las cosas que había visto. Se imaginó el asesinato y decidió que no era nada plausible y que faltaban cabos por atar. No excluía la posibilidad de que Helen hubiera muerto en tierra y se encontrara en otro sitio. Tenía que reconstruir el caso por otra ruta.

Jack volvió de su paseo feliz. Sabía a ciencia cierta que estaba fuera de peligro. Estaba tan emocionado que se pasó dos días en la cama de Lilia. La sacó a pasear y le hizo regalos caros. Luego se dedicó a sus cosas y llevó un tren de vida muy activo. Había recibido un fuerte impulso para seguir con sus planes. La única molestia que tuvo que afrontar fue una acusación de su suegra. Fue citado a juicio, pero alcanzó fianza y lo dejaron en libertad con la condición de que no abandonara el país en un año. Estaba por terminarse el plazo. Jack ya tenía elegido su lugar de residencia. Se iría a una isla del caribe y pasaría allí unos años. Ya había elegido una casa y sabía qué tipo de negocios podría manejar desde su paradisiaco hogar. Lilia ya no estaba con él y sus jefes le habían permitido irse.

 Una mañana de domingo pareció una noticia en el diario. Habían hallado un cadáver en alto grado de descomposición. Se encontraba enterrado entre unas rocas en la costa a una distancia considerable del embarcadero. Lo había descubierto el perro de un pescador. No se sabía a quien pertenecía el cuerpo y se había comenzado la investigación. Jack y Ernest estaban en sitios muy distintos, pero leyeron la información al mismo tiempo. Comenzó una carrera a contra reloj. Jack calculó los días que se tardarían las pesquisas y decidió que podría con facilidad esconderse. Ernest hizo un calculó con la cabeza más fría y dejó que su presa emprendiera la marcha. La cacería había comenzado.

 

lunes, 16 de noviembre de 2020

La hermosa villana

Mi caso es el de aquellas chicas que fueron descubiertas en una cafetería por casualidad. Suena a cliché, pero fue así en realidad. Estaba cubriendo el horario de mi compañera Annie que se había enfermado y llegó un hombre trajeado. Se notaba de inmediato que era influyente. Su forma de mirar, de pedir el menú y conversar lo delataban por más que se esforzara en ocultarlo. Además, sus manos estaban muy bien cuidadas, llevaba un anillo de oro con una gran piedra y un reloj de muy buena marca. Se quitó el sombrero y el abrigo al entrar, vio un sitio vacío y se sentó. Me acerqué y le di el menú. Me miró con curiosidad y mientras atendía a los demás clientes sentí su mirada pegada a mi espalda. Era como un cosquilleo muy persistente en la nuca. Le pregunté tres veces si ya había decidido lo que quería tomar, pero estaba poniendo a prueba mi paciencia. No podía reñirle o tratarlo como a los típicos hombres que aparecían por allí para invitarme a salir. Después de varios intentos y, cuando ya había empleado todo mi encanto, se decidió por un café y unos huevos con tocino. Me pidió varias veces servilletas, agua, sal, palillos y cualquier cosa que le pudiera ofrecer una excusa para llamarme. Terminó de comer y después me preguntó mi nombre, dijo que no le gustaba, que era demasiado alemán. “Ya hay una Dietrich, una Hagen y una Bergman, así que te tendrás que cambiarte el nombre, querida—lo dijo como si fuera un director de cine que va a elegir su reparto—. ¿Qué te parece Diana Lange? No está mal, ¿no?”. Le sonreí cortésmente y me encogí de hombros. Le entregué su cuenta y me retiré. Cuando volví a cobrarle ya estaba de pie. Era bastante alto y me preguntó por el dueño. Le dije que estaba en su oficina al lado de los baños. Se fue directamente a verlo y diez minutos más tarde me ordenó que me quitara el uniforme, que fuera por mis cosas y me despidiera de mis amigas. Me fui a cambiar y me choqué con el dueño.

Enhorabuena, dijo muy alegre, te has ganado la lotería, Catherine. No sabía en ese momento a qué se refería y tampoco tenía mucho deseo de investigarlo porque el tipo no me caía bien y si trabajaba en su establecimiento era por la gran necesidad que tenía de hacerlo. Cuando volví con mis cosas el hombre rico se presentó y me dijo que le indicara el camino a mi casa. Le contesté que alquilaba un piso con una compañera. Me llevó hasta mi dirección y saqué mis cosas. Me había dado su tarjeta y me mostró un periódico reciente en el que salía su nombre. Nunca lo había visto porque no me interesaban los directores de cine. Veía las películas y si me gustaban recordaba el reparto, pero nada más. Ese día cambió mi vida por completo y pensé que, por fin, la suerte iba a sonreírme. Lo que no sabía era que mi destino, ya torcido desde la adolescencia, llevaba al mismísimo infierno. Una especie de círculos dantescos e infernales.

Mi padre nos abandonó un poco después de que cumplí los trece años. Ya no pudo soportar la infidelidad de mi madre y su frivolidad. Era, en cierto grado una ninfómana, pero su mal, más que físico, era mental. Siempre he pensado que ella buscaba a los hombres para que la humillaran, era masoquista y deseaba que su cuerpo sufriera como si esa fuera la penitencia por haber nacido. Quizá estaba inconforme con su feminidad y ese era su modo de vengarse. Muchos hombres entraron en la casa. Le daban un poco de dinero y hacían con ella lo que se les antojaba. A mis quince años me sentía con la necesidad de huir, pero vi tan mal a mi madre que pensé: “Si la dejo ahora, se morirá y cargaré con ella el resto de mi vida”. Hice mal en no largarme porque se le ocurrió la idea de alquilar una habitación. La casa era pequeña y tenía dos pisos. Había un estudio en la planta baja que mi padre siempre había usado para descansar y leer. Mi madre lo puso en alquiler.  Muy pronto apareció tipo que trabajaba de obrero. Tenía un gesto raro que no se podía definir a primera vista y no estaba claro si era por una dolencia física o tenía dentro algo monstruoso. Era lo segundo, pero lo descubrí muy tarde.

Las primeras semanas se comportó bien, pero cuando llegó el cumpleaños de mi madre le entregó un regalo caro, la embriagó y le dijo que se quería juntar con ella. Le prometió bienestar, seguridad y diversión en la cama. Como mi madre no trabajaba, aceptó y comenzó a beber más de lo habitual. Se caía en el salón por la embriagues y se quedaba tumbada en el diván. Joseph la encontraba así, la levantaba en vilo y la metía en la cama. Jamás me atreví a asomarme y ver qué era lo que hacía cuando mi madre en su delirio le gritaba e insultaba. No podía soportarlo más y decidí marcharme. No tuve tiempo de hacerlo cuando debía porque el fin de semana que estaba preparando mi huida llegó Joseph muy de madrugada y se metió en mi habitación. No estaba tan borracho. Me desperté y lo vi horrible. La luz de la luna le daba en pleno rostro y su sonrisa de dientes torcidos era macabra. Me tapó la boca y me hizo infinidad de porquerías. Me tuvo atada dos días y descargó toda su escoria sobre mí. No deseo contar con detalles lo sucedido, pero cualquier mujer queda destrozada después de una experiencia así. Me escapé de milagro y fui a denunciarlo. La policía lo interrogó e incluso lo metieron en una celda, pero lo dejaron ir por falta de pruebas. Estaba tan herida y ultrajada que me prometí matarlo algún día.

Abandoné la ciudad y comencé a trabajar de camarera. Trataba de evitar el contacto con los hombres y cada vez que recordaba lo sucedido en mi casa o veía un sueño que se relacionara con eso, me asaltaba el pánico y me quedaba tiesa por mucho tiempo. Pensé que la única forma de acabar con mi mal, era vengarme, sacarme esos demonios del interior, y así lo hice. Reuní un poco de dinero y conseguí un arma. Era una pistola vieja y medio oxidada, pero disparaba bien. Me la consiguió un viejo solitario que tenía una tienda de antigüedades. No tiene valor como antigüedad, pero dispara, dijo mirándome con ojos de cómplice. Me la dejó por unos cuantos dólares. Incluso me llevó a un descampado y me enseñó a usarla. Me fui decidida a dispararle a quema ropa al maldito Joseph. Él ya no vivía en mi casa. Mi madre estaba muy demacrada y seguía encontrándose con los tíos, tenía muy mal aspecto y en mis tres años de ausencia se había convertido en un esqueleto. Una tarde fui a la fábrica y esperé a que saliera mi víctima. Lo seguí hasta su nueva casa. Vivía solo en un cuchitril. Esperé a que llegara el viernes y lo dejé que se emborrachara en un bar. Salió cerca de la madrugada, se fue por una calle mal iluminada y lo seguí. Me le enfrenté y cuando me vio se rió con sarcasmo. Se apoyó en una pared y comenzó a burlarse de mí. Le apunté a la cara y disparé. Fue horrible. Ver su sangre saltar por todos lados y mirar su rostro desfigurado no me liberó de mis problemas, al contrario, hizo que la zanja fuera más profunda en mi alma.

Pasó el tiempo y logré ocultar mis traumas, mas no superarlos. Jerome Adams apareció en un momento muy certero. Tenía la cabeza tranquila cuando me encontró y hasta pensé que con un hombre así, podría superar mis fobias. Lo malo es que a él no le interesaba como mujer, sino como actriz. Me dijo que tenía una combinación de niña inocente y demoniaca que me serviría para ser una estrella. “En las películas de suspenso serás La Diva del crimen, te lo juro”. Pagó el alquiler por seis meses y le dio dinero a mi compañera de cuarto, subió mis maletas al coche y nos marchamos. Hicimos tres horas hasta la ciudad. Jerome me condujo a los estudios. Ya tenía un lugar selecto en la comunidad cinematográfica. Toda la gente lo saludaba. Era agradable y muy comunicativo. Tenía una forma muy especial de inclinar la cabeza y quitarse el sombrero. Contaba chistes muy graciosos y bromeaba contagiando el buen humor. Solo que en cuanto cogía el altavoz y sonaba la claqueta, se transformaba y podía echar a quien fuera del escenario si no hacía las cosas como las pedía. A mi me dijo que la señora Sara Butler me daría clases de actuación y cuando estuviera preparada me lanzaría al estrellato. Comencé a llevar una vida muy agradable. Todo el tiempo había reuniones en las casas de los famosos. En la semana me dedicaba a interpretar los papeles que me daban para entrenarme y me sentía muy bien. Los viernes por la tarde comenzaba el ajetreo. Es de conocimiento público que no terminé la escuela y que nunca asistí a la universidad, pero para la actuación no lo necesitaba. “El peinado y esa misteriosa mirada son lo único que necesitas para triunfar, muchacha”. Era verdad, lo decían todos y la primera película que hice me lo dejó muy claro. Aunque mi participación era muy breve, el público se fijó en mí. En las fiestas me elogiaban y me animaban a ser la maléfica protagonista en los films de detectives. Con la primera cinta me llegó el éxito.

Creí que la fortuna se haría mi amiga y tendría el mundo a mis pies, pero surgió el adefesio que se había encargado de volver mi alma putrefacta. No podía relacionarme con ninguno de mis pretendientes. Por más que lo intentaba, no podía soportar sus besos y me ponía los pelos de punta que me trataran de desnudar, mi reacción era impredecible y se comenzó a propagar el rumor de que era una gata salvaje a quien no convenía tocar. Me gané el respeto de todos, pero eso me dejó aislada. Mientras estaba en el escenario era una persona como todas, pero una vez que se terminaban los rodajes y volvía a mi camerino sentía que mi cuerpo se llenaba de púas. Las personas se alejaban y nadie quedaba conmigo para salir. En las reuniones se me acercaban por compromiso, pero nadie entablaba amistad o simples conversaciones conmigo. Me fui quedando sola a merced de los monstruos que me acosaban por las noches. Lo más terrible es que pasé de moda muy pronto y me remplazaron por mujeres más altas y con mejor figura. Esa imagen de niñita traviesa dejó de ser un gancho para las malvadas asesinas o amantes fatales y me quedé aislada en mi vivienda. El dinero comenzó a escasear. No tenía muchas deudas, pero lo que poseía no me daba la oportunidad de seguir a flote en esa élite. Conseguí papeles secundarios y bajé de nivel, aunque interpretaba mejor los papeles. Comencé a refugiarme en la bebida para olvidar mi fracaso.

Al principio tomaba unas copas para conciliar el sueño, pero el ocio, el mal humor y la situación económica me hundieron. Me miraba en el espejo y ya no me veía a mí, sino a mi madre. Iba en picado por la misma cuesta. Sabía que no serían los hombres quienes me echarían a la fosa común. No, no eran ellos y jamás podrían hacerlo. Solo el maldito alcohol tenía ese poder fabuloso de engañarme y luego hacerme perder en un laberinto del que salía bañada de vómito, dolor de cabeza y arrugas. Cuando ya no pude soportar el vértigo del descenso me fui a una comisaría y escribí mi confesión. Se abrió el caso y se hizo pública la noticia. Había logrado llevar a la vida real a mis protagonistas. Los reporteros se dieron vuelo escribiendo sobre mi naturaleza oculta. Me calificaron de esquizofrénica, psicópata y asesina serial. Paré aquí en esta celda. Con una condena de reclusión perpetua. No sé si podré resistir mucho. Lo más probable es que una de estas noches no tenga la fuerza suficiente para seguir viviendo y me vaya para siempre.