viernes, 21 de diciembre de 2018

El amante cibernético


I

Estaba tibia como el pan horneado, echaba el humo en forma de rosquillas y miraba el techo. Tenía la cabeza apoyada en mi hombro, yo le acariciaba la espesa cabellera de color marrón. Estaba pensando en las emociones que nos había traído nuestra unión. Para ella esto representaba una liberación y un gran escape hacia la vida normal. En su lujosa casa estaba rodeada de intelectuales, todos muy petulantes; todos engreídos poetas y escritores fracasados que visitaban a Clement. Él era su marido y le gustaba que oyeran sus historias y que conversaran sobre la creación literaria, la originalidad y la inspiración. Muchos de los visitantes se interesaban más por Constanza que por el escritor. Incluso uno de ellos ya le había puesto los cuernos, pero sólo una vez y sin dejar muy claro que había mascullado su honor. No fue tan valiente para enfrentar los ataques directos que le lanzaba Clement en sus párrafos llenos de hojas afiladas. La metáfora lo hubiera matado si no se hubiera acobardado tanto y hubiera pactado con una obra de teatro dedicada a su amigo. Eduard decidió aliarse, someterse a las exigencias de su vencedor y le dedicó una pieza. La diosa del éxito, caprichosa y convenenciera, prostituta interesada, como le llamaban ellos, le sonrió al par de egocentristas. La obra se presentó en el mejor teatro de la ciudad y fue un verdadero éxito. Las ventas de los cuentos y novelas de Clement aumentaron y con ello su atención por Constanza bajó a grados alarmantes. Ella sabía que si quería encontrar distracción, amor o placer debía buscarlo fuera de los límites de las propiedades de su cónyuge. Lo malo es que tenía una larga extensión de tierras y era difícil alejarse o ir a la ciudad por un período largo.

La fortuna quiso que la extinción de los faisanes y la reforestación me llevaran con urgencia a los terrenos de Clement y me sacaran de las minas donde laboraba como técnico. Me hicieron la propuesta, me presenté en casa del terrateniente y se me asignó una cabaña en el bosque. Supe que Constanza había sufrido una depresión, que su hermana se la había llevado a la ciudad para que la viera un doctor. La aburrida existencia, las decepciones con las personas de su círculo le estaban desecando el cuerpo. La vida se le iba saliendo como exudado en pequeñas nubes de vapor que dejaba en la habitación de su marido o en los jardines y en las largas horas de espera y soledad. No había una semilla pródiga que pudiera germinar en el árido campo de su existencia, algo que le despertara el deseo de vivir. Los hombres la habían decepcionado con sus ideas falsas y mentiras piadosas. “La mujer tiene tanto derecho al placer físico como los hombres”—se decía a menudo Constanza—, pero mientras los machos luchaban con sus dudas interiores, la mujer deseaba realizarse en el amor, era por lo que había disonancia, una arritmia de la unión carnal, en su triste hábitat. Si no nos hubiéramos encontrado, jamás habríamos sabido que la armonía de ritmos, tonos y compases existe.  Los tuvimos, pero no desde el principio, sino a lo largo de nuestros encuentros.

Cuando nos vimos por primera vez éramos dos piezas de mármol en bruto, había mucho que cincelar para llegar a descubrir la forma. El primer golpe de mazo fue nuestro encuentro en la cabaña. Estaba limpiando las jaulas de los faisanes y las gallinas, mi mente estaba ocupada mientras mis manos trabajaban de forma automática. Estaba haciendo un recuento de mi vida: la vida militar en la India, mi trabajo en las minas de cobre, mis fracasos amorosos, las ilusiones perdidas y esa plasta de cochambre que me había cubierto durante los últimos años y que me empezaba a dificultar el movimiento. De pronto, ella ocupó todo mi campo visual. Me saludó y me preguntó si me incomodaba. “En absoluto”—le respondí sintiendo un aroma olvidado. Le ofrecí tomar un poco de té. Ella aceptó, así que terminé de limpiar las jaulas, puse la tetera y saqué lo poco que tenía de pan y mermelada. Cuando me acerqué a ella sentí ese aroma de mediados de la primavera, por influencia del cual los machos empiezan a seducir a las hembras, nos miramos siguiendo un rito de hace miles de años. No hablamos, pero mi respiración y la suya se unieron, nos llenaron el pecho de una fuerza magnética que nos arrolló. Le dije que se echara en una manta, ella obedeció dócilmente sin despegar sus ojos de los míos. La abracé y nos quedamos adheridos, temblando de añoranza, descubriendo nuestro calor. Parecía que el abrazo era más importante que cualquier palpitación y cuando llegó la explosión fue mutua, ardiente y breve. La sorpresa nos silenció y animó el florecimiento de una sonrisa en nuestros rostros. Constanza se fue sin decir nada. Era inútil hablar.

Volvió unos días después. Estaba cambiada, llevaba su misma ropa de paseo, pero su mirada era más alegre. Me comentó que se aburría en la casa de su marido, que ya no le interesaban los poetas y que empezaba a sentir la falsedad de la metáfora y el ruido en la métrica. El poder, el lujo y la prepotencia, así como la nueva filosofía industrial de su esposo era para ella un hierro frío que le atravesaba el pecho. Así comenzamos a descubrir nuestras sensaciones íntimas. Entre más tiempo pasábamos juntos, más descubríamos las deficiencias que nos obstruían nuestra realización. Es verdad que al principio me conduje como un animal, pero era un semental manso, no lograba contener mi potencia porque no sabía qué era lo que nos hacía falta. Ella estaba resentida y a mi me habían faltado mujeres muchos años. Teníamos una diferencia de edad considerable, pero presentíamos que eso no sería una barrera. Constanza ya me había recibido y agasajado con su confianza, a mí me bastaba con acariciarla y sentir su piel templada y blanca, ella intuía que alcanzaríamos el placer juntos. No se equivocó. Nos fuimos haciendo confesiones, le conté todo sobre mis relaciones anteriores, ella me dio su opinión sobre los hombres que había tenido y descubrimos que lo nuestro no era simplemente deseo, sino una forma de amor cimentada en la relación física, pero con una estructura sentimental muy fuerte. Unas semanas después Constanza me confesó que iba a tener un hijo mío y que no se lo había dicho a su marido Clement. Él quería que se fuera de viaje y que se buscara un amante ocasional en Italia para que se quedara embarazada. El pobre hombre, por su incapacidad sexual, le había prometido que convertiría a su hijo en un Lord. Ahora sé que ese Lord sería mi propio hijo y me daría mucho gusto. Tendría un futuro muy bueno y tal vez hasta ayudaría a su hermana, a la cual conocería algún día.

II

Era el quinto viaje que hacía. Su nave llevaba casi doscientos días de trayecto y estaba a punto de aterrizar en Marte. Para pasar el tiempo se había leído las novelas que más le gustaban. La última era sobre una de las historias más escandalosas del siglo XX. La censura de los años treinta la había prohibido por sus pasajes de sexo explícito. Mc Dowell había vivido en el cuerpo del personaje principal, había sentido las caricias de su amante, había experimentado diversas sensaciones relacionadas con la vida de Oliver en la India y en las minas inglesas de cobre y carbón. Había, incluso, sentido las convulsiones del placer sexual al estar con Constanza. Había sido muy interesante y pensó que tal vez en uno de sus próximos viajes elegiría novelas más atrevidas como “La Venus de las pieles” o “Grushenka”, entre otras. Sólo que no estaba satisfecho porque le habían surgido unas preguntas tontas relacionadas con el placer. ¿Sentía lo mismo el antiguo ser humano de carne y hueso y cuál era ahora el concepto del ser y el placer? 

Los alientos y redobles de los instrumentos musicales de la película de Kubrick, que había recordado y sonaban en su cabeza como claridad estereofónica, lo acorralaron con ese cuestionamiento del ser, el amor y la felicidad. ¿En qué se había convertido el hombre? ¿Seguía siendo él mismo? Había disfrutado del erotismo de la gran obra de Lawrence y, en cierto sentido había gozado sexualmente, pero su satisfacción había sido una serie de estímulos en el cerebro que no se podían comparar con los de un humano del siglo XX. Sabía que el doctor Royers había demostrado que la satisfacción sexual estimulaba algunas partes del cerebro llamadas ínsula y el núcleo estriado y que al eyacular esas regiones encefálicas se activaban y la persona sentía ese placer al que muchos se hacían adictos cuando el cerebro tenía cuerpo, sin embargo,  ahora el cerebro era el todo. Era mantenido en buenas condiciones por sustancias benéficas que lo conservaban fresco y sano, se había ganado la lucha contra la muerte en los primeros doscientos años y el futuro sería todavía mejor. Había cosas que habrían alarmado a un hombre de fines del siglo XX. Cuestiones tan simples como la felicidad que, en ese tiempo, según un gran ideólogo como Eduard Punset, se podía conseguir con tres elementos simples: tener tiempo para lo que realmente te gusta; gozar de una relación emocional estable y; vencer los miedos. Todo eso es absurdo hoy porque un cerebro ya no le tiene miedo a nada, las relaciones son innecesarias y hay muchísimo tiempo para hacer lo que se quiera. La felicidad ahora no depende de un deseo temporal que satisfaga un sueño. La felicidad está fuera de contexto porque un ser vive mucho y pronto vivirá más. La felicidad se puede determinar como esa necesidad de conocimiento infinita, pero ¿es un ser feliz y qué somos ahora? Yo, por ejemplo, soy el encargado de traer cosas de la tierra. Me la paso viajando y conectado a mi equipo. Si deseo caminar e ir por la nave para revisar alguna cosa no tengo más que ensamblarme a un cuerpo robótico y caminar. No necesito dormir porque no tengo unas articulaciones que demanden descanso y recuperación. Las diversiones pueden ser incluso extremas, pues se puede programar la degradación de algún hemisferio y pedir que se rehabilite. Una vez pedí que me estimularan con sustancias alucinógenas y la experiencia fue increíble.

Antes teníamos la necesidad de reproducirnos, el cuerpo nos torturaba con la testosterona y la gente tenía problemas para satisfacerse porque había muchas reglas morales, éticas y económicas que formaban un insalvable muro para el individuo común. En nuestra época eso ni siquiera tiene significado. Cuestiones como la existencia de Dios o de un poder supremo es incoherente. El derecho y la sociología son útiles, pero en casos excepcionales. El cerebro y la humanidad se han reducido a un depósito de veintisiete decímetros cúbicos, pero gobernamos el universo. Podríamos crear vida en cualquier lugar, pero no nos importa, eso es algo que le interesaba a los filántropos, pero ahora la razón es lo único, nuestra capacidad se amplía cada hora, podemos imaginar el pasado, crear un presente y soñar con un futuro. Hacemos operaciones matemáticas que ningún mortal podría hacer en tres vidas y nos ocupa unos segundos. Lo que preocupaba a Moisés, Noé, Mahoma y Buda ya no es importante. La riqueza y el poder son absurdos porque no existe la economía. Somos colonizadores y tenemos el universo a nuestra disposición y por más avaro que fuera un gobernante jamás podría ser dueño de todo lo que hay. Cristo desapareció porque ya no hay prójimos, ya no hay pobres ni ricos, ni mejillas que ofrecer. No existe el pecado y los crímenes son osadías de mentes fuera de control, las cuales son aniquiladas de inmediato para que no den complicaciones. Cuando el hombre era animal las cosas eran diferentes, pero siendo materia gris pura sentimos nostalgia por esa condición antigua. Tal vez, se habría podido optar por el alargamiento de la vida regenerando el cuerpo, luchando contra las enfermedades y re-estableciendo células, lo malo fue que la moda de los grandes directivos, de los hombres del poder, fue la de pasar los cerebros a la vida virtual y fue tan arrollador el deseo y tan vertiginosa la tecnología que nos hallamos en una encrucijada de la que ya no pudimos salir. Podríamos volver al cuerpo animal de antes, pero nadie lo desea. La Tierra es un sitio muy limitado y con las posibilidades que tenemos ningún loco cambiaría sus poderes por una vista defectuosa y tridimensional, por un cuerpo poco resistente al dolor y al frío y con atavíos como el de la belleza, la vanidad, la avaricia y el sexo.

III

He aterrizado y ahora tendré que ir a la zona de reconstrucción y re-estructuración médica. Salgo a pie y saludo a mis compañeros. Llevamos nombres antiguos. Allí está Mohamed y Ramanuyan son trabajadores del aeropuerto distribuyen la carga y la ordenan para sus diferentes destinos. Algunas veces nos juntamos físicamente para intercambiar ideas, noticias y experiencias. A pesar de que tenemos gran capacidad mental, cada uno se dedica a lo que más le interesa. Mohamed por ejemplo es especialista en culturas antiguas orientales. Gracias a él se ha podido saber qué final habrían tenido las culturas de oriente si hubieran sobrevivido al período de selección en pro de la inmortalidad. Se tuvo que sacrificar a cientos de personas, digamos que eran millones. No había recursos para convertirlos a todos en virtuales y se les dejó morir. La tecnología se proporcionó sólo a los grandes pensadores o gente influyente o a los afortunados. De los siete mil millones de humanos no sobrevivió ni el uno por ciento y en un decenio el planeta quedó habitado por los animales salvajes. Nuestra curiosidad nos ha traído a Marte y está colonizado por la tecnología humana. Para un hombre de carne y hueso sería imposible vivir aquí, pero los cerebros virtuales o reales con conexiones y acceso a la red habitamos muy bien. La tecnología ha podido crear fábricas y laboratorios, los cerebros se pueden diseñar y pronto ya ni siquiera serán de células, sino completamente sintéticos.

Nos esperan milenios prósperos y tal vez algún día se haga un experimento creando las condiciones de la Tierra como las que tenía hace más de cuatro mil quinientos cuarenta y tres millones de años y se eche una molécula que contenga la información evolutiva necesaria para que surja la vida. Así se podrá ver paso a paso cómo surgió la vida en nuestro planeta. Es muy probable que seamos el Dios de esos nuevos hombres que surgirán. Les ayudaremos a elaborar herramientas, a descubrir la siembra y aplicar su razonamiento para dirigir un grupo de gente. Les ayudaremos a corregir algunos errores de nuestra historia y les mostraremos el camino correcto o el mejor para llegar al objetivo con más rapidez. Quedaría pendiente la cuestión del alma o el espíritu, pero como ya somos dioses algo les daremos, aunque sea una pequeña pista o esperanza.

Me gustaría decirles que tengo que irme a ver a mi familia, que este domingo se lo voy a dedicar a mis hijos y que les diré que los echo de menos porque no los he visto en más de medio año y que follaré con mi esposa para compensar mi larga ausencia, también podría decirles que tengo ganas de empezar un nuevo proyecto para mi empresa, que deseo ocupar un buen puesto y ganar más dinero, que iré con mis compañeros a jugar al fútbol, que me tomaré una cerveza en un bar y le dedicaré tiempo a mis colegas, que seré una persona más amable y comunicativa, que me alegraré de que todavía se puede uno abrazar con alguien y sentir la vida real, pero eso es una falsa ilusión, una cursilería salvaje de nuestros antepasados y que, a pesar de que todos lo podían hacer, nadie lo intentó y ahora es tarde para realizarlo. Es verdad lo que me dicen ustedes. Estimularnos en determinadas partes nos proporciona las mismas sensaciones, pero eso es artificial. No saben cuánto daría por recobrar la forma humana que tenía hace ciento cincuenta años.  Bueno, lo siento mucho. Tengo que dejar mi nostalgia por el pasado. Me ocuparé de mis cosas y los veré en el siguiente viaje. Hasta pronto.

Fin

viernes, 23 de noviembre de 2018

El hombre multiplicado


Llegó de muy buen humor, como si lo estuviera acompañando la suave música de un saxofón una tarde de verano. Iba girando su llavero y abrió con alegría la puerta. Vio en el fondo de la cocina a su mujer que hablaba por teléfono. Antes de que ella lo viera pasó al comedor, puso en la mesita de centro el ramo de flores que había comprado para la reconciliación y esperó el mejor momento para dárselo. Los gritos de despedida con su madre fueron la señal. Se puso de pie cogió el ramo y entró, pero su mujer al verlo se desconcertó, no entendía el motivo de la disculpa. “No seas tonto Rodrigo, no recuerdo que nos hayamos peleado por algo—dijo Mariana con una gran sonrisa y poniendo las flores en un jarrón—, pero ya que has traído flores, lo mejor será que cenemos y tengamos una noche romántica, ¿no crees?”. Era lo mejor que le podía pasar a Rodrigo que unos días antes se había olvidado de una reunión familiar importante y, a pesar de todas sus disculpas, su mujer le había dejado de hablar dos días. Todo le parecía diferente. Las paredes grises se veían muy claras y con tonos rosas, los muebles parecían de mejor calidad, las ventanas eran un poco más grandes y el mismo aire que siempre había arrastrado un sabor agrió, tenía un parecido a la vainilla. Rodrigo inhaló varias veces para confirmar que no era un aromatizante, incluso se lo dijo a su esposa: “Este desodorante de vainilla está muy bien”. Ella se rió y negó con la cabeza. Se abrazaron y la cercanía de los cuerpos les produjo una sensación rara, parecía que habían vivido juntos cinco años y nunca se habían detenido a valorar la firmeza de los senos o la excitación de la entrepierna. Una mirada cómplice les indicó el camino hacia las escaleras. Mariana subió moviendo con alegría las caderas y Rodrigo la fue empujando suavemente mientras sentía el encaje de las bragas de su amada. Se enredaron en un abrazo y comenzaron a despojarse de la ropa. Rodrigo, a pesar de toda la pasión que sentía, pudo notar que el cubrecama era más colorido, que el colchón estaba más duro y que la piel de Mariana era más blanca. Se dejó arrullar en los brazos níveos. Besó con afán el cuerpo que había rechazado en varias ocasiones irritado por sus resentimientos. Cuando terminaron, decidieron vestirse y dar un breve paseo. Las flores eran más grandes, más aromáticas, las casas de sus vecinos más limpias y mejor cuidadas. Rodrigo durmió bien y al día siguiente se fue al trabajo feliz. 
“No me digas, no me digas…—le repetía constantemente su amigo Raúl cuando le contó lo sucedido la noche anteriór—. No te lo puedo creer”. Y, sin embargo, era verdad, había pasado la mejor noche de su matrimonio, había visto en Mariana a otra mujer y había experimentado el placer que jamás había conocido. Probó de nuevo comprar unas flores, entró otra vez con el llavero haciendo ruido, vio a Mariana en el fondo de la cocina y se sentó en el salón para actuar en el momento oportuno. Se tardó más de lo planeado, Mariana no dejó de preparar la comida y vio de reojo a su marido sin reaccionar. Rodrigo se le acercó y le entregó las flores y, en lugar del abrazo esperado, se encontró con una boca torcida y unos ojos muy duros. Ni siquiera puso las flores en un jarrón y él tuvo que dejarlas en el antepecho de la ventana. Subió a su estudio y cerró la puerta. Los primeros minutos trató de recordar las sensaciones del día anteriór. Como le fue imposible reconstruirlo todo, bajó por las escaleras, salió y volvió a entrar a la casa. El olor agrió de siempre lo dejó frío, no había ni un sólo gramo de vainilla, las ventanas parecían más chicas , las paredes menos luminosas. El ambiente era lúgubre. Pensó que tal vez el día anteriór una fuerza magnética del espacio le había hecho sentir otras cosas. Cuando se sentó a comer con Mariana le pidió disculpas. Ella le reprochó que siempre era igual, que nunca se acordaba de las fechas importantes y que ya estaba harta de su falta de pasión en la cama. “Ponte la lencería de encaje”—le dijo con la intención de arrastrarla a la cama, pero Mariana lo vio como si fuera un extraño y le echó en cara que no tuviera ninguna prenda de lencería fina y menos con bordados finos. Rodrigo se resignó y esperó a que llegara la noche para consolar a su mujer. Todo se sentía más rancio, más gris y el cuerpo desnudo de Mariana iluminado por una lámpara de mesa parecía cadavérico. No era posible que en un día la degradación del cuerpo de su mujer pudiera ser tal. Se dio la vuelta y se durmió. Por la mañana Raúl le preguntó por su gesto agrió y se vio obligado a repetir su frase de siempre, pero esta vez con verdadero asombro porque el cosquilleo de la sospecha le hizo pensar que su amigo le estaba tomando el pelo. Esperó sin éxito el momento en que Rodrigo le dijera que era una broma, pero en lugar de eso, vio unas lágrimas sinceras. 
Tuvo que emplear toda su empatía para que se alegrara un poco Rodrigo. Pasaron las horas y Rodrigo se resignó a su situación. Las tormentas magnéticas del espacio ya no le traerían esas emociones del día antepasado. Se equivocó porque al llegar a su casa cabizbajo y triste, notó que Mariana estaba en la cocina rascándose una pierna, pero como era en la parte superiór, ella se levantaba el vestido y se rasguñaba dejando ver una pierna fuerte y morena. Rodrigo se acercó con las flores y Mariana lo cogió por la corbata, el nudo se recorrió y él empezó a ponerse rojo, sintió que le apretaban el pantalón y empezó a cobrar un tono morado. Mariana no lo soltaba, lo tenía acorralado contra la pared, luego se quitó lo que llevaba debajo y comenzó a dar soplidos. Rodrigo cayó al suelo y logró salvar la nuca de puro milagro. Después, la corbata se aflojó, Mariana, como una niña traviesa empezó a jugar diciéndole que era un apache malvado y que debía morir. En efecto, casi sintió la muerte, pero fue sólo para sacudir su cuerpo. Se levantó sorprendido porque su mujer no era la cadavérica del día anteriór ni la apasionada de la ropa de encaje. Se subió los pantalones y Marina le dijo que comerían fuera. Se puso un vestido azul muy pegado y tacones. Se montaron en el coche y ante la mirada interrogativa de Rodrigo sonó la frase: ¡Tonto, ya se te olvidó otra vez! Vamos a la tasca Marina, nos espera mi hermana con su marido”.  Rodrigo puso el sistema de posicionamiento y dijo el nombre del restaurante. Mariana se rió y le dio un golpe en la nuca, luego cerró el ojo y chasqueó con la lengua. Llegaron pronto y entraron para que los condujeran a la mesa de los García. Encontró a su cuñada que era muy poco parecida a su mujer. Tenían casi la misma estatura, pero Rosa era más delgada, su nariz era más aguda y su cuerpo escuálido, su marido Fernando era del mismo tipo. Estaban hechos tal para cual. A pesar de la apariencia penosa que tenían sabían conversar muy bien, tenían buen humor y hacían chistes muy buenos. Rodrigo se tomó una copa de vino y se relajó. Oyó gustoso las bromas y los desplantes intelectuales con los que Rosa lo dejaba atónito. Parecía escritora, poeta, historiadora y contable a la vez. Fernando era aun más brillante y al término de la cena se despidieron con un fuerte abrazo. Rodrigo le dijo a Mariana que su cuñado era espectacular. Ella sólo se acomodó el pelo y contestó que parecía que era la primera vez que los veía. La noche estuvo anegada de asfixia y placer. Rodrigo se levantó con una marca en el cuello. Se lo tapó con la camisa más anticuada que tenía. Al ver de nuevo a Raúl le contó todo lo sucedido y esta vez, su compañero no mostró sorpresa y reaccionó con naturalidad.
 “Es lo que me cuentas siempre”.—respondió sin quedarse a oír el final de las bromas que contaba su amigo. Rodrigo salió del trabajo pensando en lo que le esperaba ese día. Compró un ramo de flores sin saber por qué y se imaginó tres variantes de encuentro. No quería estropearlo todo con sus supersticiones, pero si hubiera tenido el poder de realizar su deseo habría escogido a la Mariana de lencería fina. Se acercó jugando con las llaves, abrió la puerta, miró al fondo de la cocina y vio a la Mariana gris. Escuálida y un poco encorvada miraba por la ventana. Rodrigo se le acercó y le entregó las flores. Se le iluminó el rostro, abrió mucho los ojos por la sorpresa y se le quedó mirando, luego dijo:

—Tú no eres Rodrigo.
—Pero qué dices, cómo no voy a ser yo, mírame bien, soy el de siempre.
—Pues, eso hago, pero me pareces más tierno, más atractivo, como si quisieras hacerme el amor y ponerme ropa de lencería con encaje.

Después se levantó el delantal y dejó ver sus piernas enclenques con unas bragas negras con encaje gris, se desnudó por completo y se llevó de la mano a Rodrigo. Hicieron el amor y Mariana quedó tendida en la cama sin fuerzas, respiraba casi sin jalar aire, sonreía. “¿Lo ves? Eres otro”—dijo ella acurrucándose en su pecho. Rodrigo la besó, le dio las buenas noches y se durmió. Al día siguiente se encontró a Raúl y le contó todo lo que pensaba. “Creo que necesitas con urgencia unas vacaciones, querido amigo—le dijo sonriente Raúl—. Estás trabajando demasiado y empiezas a alucinar”. Rodrigo se fue muy desconcertado a su oficina y se quedó pensando toda la mañana sobre cuál sería el motivo de esas visiones y sensaciones raras que tenía. No pudo encontrar una respuesta lógica y siguió con lo mismo de siempre. Compró el ramo de flores y se fue a su casa, pero cuando iba a bajar del coche vio que otro hombre entraba en su domicilio. Si hubiera sido un desconocido lo habría apaleado allí mismo, pero lo que vio entrar fue un tipo con un traje azul marino y un ramo de flores, de altura media, delgado con el pelo corto y lacio, sin bigote y con un llavero idéntico al de él. El desconcierto no le permitió salir de su auto. Se imaginó lo que el hombre estaría haciendo en ese momento y esperó a que subiera por las escaleras o cayera en el piso de la cocina. Decidido bajó y se dirigió a la puerta, lo malo es que su llave no abrió. No era posible. La casa era casi igual, con unos cuantos detalles diferentes, pero la misma. No le quedó más remedio que volver al coche y esperar, De pronto, se le ocurrió que, tal vez, se había equivocado de ruta. Echó a andar el auto y dio una vuelta a la manzana. Fue leyendo con atención las calles, los números de las casas y llegó de nuevo a su aparcamiento. Bajó, sacó el llavero y abrió la puerta. Mariana estaba en el fondo de la cocina mirando por la ventana hacia el jardín. Él la abrazó y cuando ella se volteó lo miró con asombro.

—¡Ah! Hoy eres el de siempre.
—¿El de siempre? ¿Qué significa eso?
—Pues que vienes igual de soso, pálido y triste del trabajo. Deberíamos irnos de vacaciones.
—Aja, ¿de dónde sacas que estoy cansado? Es solo que no dormí muy bien ayer.
Mariana no quiso seguir la conversación y puso la mesa, comió en silencio y con un “haz lo que se te pegue la gana” se levantó y se fue a su habitación. Rodrigo sacó una botella de whisky y se tomó dos copas. Pensó en lo raro de la situación. No lograba entender los cambios que sufrían las personas que lo rodeaban. No pudo ordenar a las tres diferentes Marianas, ni a los Raúles, ni a su doble. Era verdad, su amigo tenía razón. Debía descansar y, por si las moscas, acudir a un psiquiatra. Cerca de la oficina había un especialista muy bueno del que todo mundo hablaba muy bien, Hizo la cita y dejó que pasara una semana. Lo malo es que llegó a la consulta en estado crítico.
—No se altere, estimado amigo, cálmese y cuénteme todo. Tome asiento, por favor—Rodrigo temblando un poco y sin poder parpadear se tumbó en un gran sillón cama.
—Estoy fatal doctor. Mire, todo empezó hace dos semanas cuando volví a mi casa y encontré a mi mujer muy guapa. Llevaba ropa interiór de lencería y tuvimos una noche apasionada.
—Bueno, eso no es nada del otro mundo. Su mujer debe ser guapa, ¿verdad?
—Sí y no, doctor, el problema es otro.
—Ah, ella ¿lo engaña?
—Pues sí y no.
—Bueno, amigo, decídase, ¿lo engaña o no?
—Sí doctor, me engaña, pero conmigo mismo.
—¿Cómo dice? ¡No me haga reír! Eso no es posible, salvo que los dos: usted y ella sufran desdoblamientos de personalidad.
—Pues, no lo va a creer, pero son desdoblamientos físicos, reales, reales ¿entiende?!Reales!
—Bueno, está bien, le creo, pero tiene que contármelo con detalle. Vamos, empiece, ya no le interrumpiré.
—Llegué hace unas semanas a mi casa después del trabajo y mi mujer me recibió con una ropa muy fina de lencería, luego pasamos una tarde fabulosa y al día siguiente salí feliz, sin embargo, cuando volví la encontré gris, sosa y fría, luego salí de nuevo a la mañana siguiente y al volver la encontré como una mujer liberada, un poco sadista, ¿sabe? Me apretó la corbata y casi me asfixió, pero lo pasamos súper. Después del trabajo del cuarto día, volví a mi casa y la encontré con otro, es decir, un hombre igual a mí entró en la casa. Iba a colarme detrás de él, pero no me decidí, en lugar de eso di una vuelta y cuando regresé él ya no estaba.
—Ah, no se preocupe, eso pasa por agotamiento. Los sentidos fallan cuando el estrés se ha acumulado, la gente se confunde, ve visiones, cree estar en otro sitio o con otras personas. Le voy a recetar unos calmantes y, si me permite, unas buenas recomendaciones. Mire, haga marcas, lleve un cuadernillo para apuntar todos los detalles y así verá que es una simple confusión.
—No doctor, esto va más allá de unas simples alucinaciones y es real. No lo va a creer, pero me he encontrado tres veces con otros yoes, me he acostado con las tres Marianas: la cadavérica, la apasionada y la sadista, y he hablado con mi amigo Raúl y sus dobles y le puedo asegurar que son muy parecidos, pero son otros. Eso va más allá de la realidad.
—Pues, a mí me parece que usted está agotado y necesita unas vacaciones y unos calmantes. Vaya por su esposa, póngale la lencería y váyase a una playa, pero ya.

Rodrigo salió decepcionado del consultorió. Decidió que jamás volvería a ese tipo de sitios y que la próxima vez que se encontrara con algunos de sus otros yoes lo atajaría y arremetería contra ellos con infinidad de preguntas. Estuvo a punto de lograrlo, pero por no llevar las llaves adecuadas o por aparcarse con lentitud o no correr detrás de sí mismo, había fallado en todos los intentos. Le urgía encontrar una solución porque no sólo él se había multiplicado, Mariana, su cuñado y su hermana y el mismo Raúl ya tenían cerca de diez variantes. No había un sistema que le pudiera indicar con exactitud cuál sería la persona que encontraría si se retrasaba un minuto en llegar a su casa o si daba un paso más lento al llegar a la puerta de entrada o empezar antes la conversación con Raúl. Estaba a punto de volverse loco cuando se cruzó en su camino un astrónomo. Casi chocan por una distracción y el señor Constantino Estrella, al dejar caer unos libros, dijo algo que detuvo en seco a Rodrigo.
“Malditos dobles”—fue lo único que dijo, pero en la cabeza de Rodrigo se despertó un enjambre de dudas. ¿A qué dobles se refería? ¿A los suyos? ¿A los ajenos? ¿A los de Mariana? Se lo preguntó sin tapujos.

—¿A qué dobles se refiere, estimado señor?
—Pues, a cuáles va a ser, a estos—y señaló los ejemplares de libros que se le habían caído en pares por la acera.
—Ah, perdone es que en mi vida han aparecido tantos dobles que ya no sé qué hacer.
—¿Dobles? ¿Qué tipo de dobles?
—Pues, dobles míos, por ejemplo. Me he visto varias veces a mí mismo en la calle, en mi casa y hasta en el baño.
—Entonces, es verdad, es verdad ¡Es verdad!
—¡Cálmese, cálmese y explíqueme! ¿Por qué grita así?
—Oh ¡Que alegría me ha dado usted! Mire. Escúcheme con atención. ¿Sabe en qué era está viviendo usted? ¿Sabe en qué planeta está usted?
—Claro que lo sé. Estamos en el siglo XXI y vivimos en el planeta Tierra.
—Sí, eso es cierto, pero ¿sabe que nuestra galaxia tiene una forma especial y esa forma se repite en otros universos y que esos universos son parte de uno más grande y ese otro es parte de algo aún más grande y así hasta el infinito?
—No, no, lo sé, ¿qué significa eso?
—Es muy simple. Si usted está aquí en la Tierra, en otros universos, donde hay más Tierras iguales a la nuestra, hay un hombre como usted o muchos, pero un poco diferentes y con una vida similar, pero de otra forma. La diferencia sólo está en la elección del camino o algo que no sé...Es como si usted va a una tienda y se compra una camisa amarilla y otro usted se compra una roja y otro más una verde y uno no se compra nada y…¿Se imagina?
—No, no logro asimilarlo, explíquese.
—Y eso no es todo, amigo mío. Hay más. Mire, cada vez que usted, como dice, ve a sus dobles o se encuentra con las mujeres de sus dobles o con quien sea, usted sólo se une mentalmente a ellos, pero están a millones de años luz de aquí. Es como si fuera telepatía.

Rodrigo bajó la cabeza y, a pesar de que sí había entendido al astrónomo, siguió su camino en silencio, luego se dijo que aceptaría la vida como era; que se tomaría las mentadas vacaciones y que dejaría de preocuparse de las Marianas y los Raúles, les daría a todos por su lado y lograría la calma. Aplicó por un tiempo su método y se acostumbró a que aparecieran más Marianas sádicas, apasionadas y cadavéricas. Gozaba al máximo a cada una porque había entendido que oponerse era inútil, incluso tuvo la sensación de haberse saludado a sí mismo varias veces cerca de su casa o del trabajo. Aprendió a vivir con su mal, pero un día salió una noticia en el Internet que decía que con el comienzo de la era cuántica se habían aceptado algunos conceptos del pasado que parecían esotéricos. Lo que los budistas habían buscado a través de la meditación, es decir, el séptimo sentido o consciencia existía en forma infinita y era posible comunicarse con los seres idénticos que vivían en otros universos, por el momento muy pocos seres humanos tenían la virtud de comunicarse a millones de años luz, pero la ciencia estaba a punto de descubrir qué parte del cerebro emitía esa señal que podía percibirse en los demás mundos paralelos. Rodrigo sonrió y garabateó unas frases en una libretita donde estaban sus algoritmos. Había organizado sus acciones para que la mayoría de las veces llegara a la casa donde lo esperaba la Mariana de prendas finas con encaje. Miró su reloj y se apresuró a comprar un ramo de flores.

domingo, 18 de noviembre de 2018

El caso Prometeus


El sepulturero les mostró el último cuerpo. Le faltaba la cabeza y pertenecía a uno de los pensadores más brillantes de la época. El inspector Robert Mallone se quedó mirando a su asombrado ayudante. El jefe de la policía dio la orden de volver a enterrar los cuerpos que habían sido profanados y le preguntó a Mallone si tenía idea de quién podría haber cometido semejante aberración. No hubo respuesta y la nube que ocultaba la luna por fin dejó que ésta alumbrara el cementerio. Todos se ajustaron los cuellos y se acomodaron los abrigos para sentir menos el viento helado. El enterrador con cara de piedra y determinación cogió al gran filósofo Anderson, o lo que quedaba de él, y lo metió de nuevo en su ataúd. Luego comenzó a echar la tierra con la pala. Mallone se despidió del Donald Charles y le pidió que le tuviera al tanto de todo lo que se supiera del caso. James Wells estaba temblando más por el terror que por el frío. Le preguntó a Mallone si tenía una hipótesis sobre quien podría ser el culpable. “No, lo sé por el momento, querido James—dijo controlando el cascabeleo de los dientes—, pero si pensamos sobre las partes del cuerpo que han sido mutiladas de los cadáveres, podríamos empezar a acercarnos al profanador de tumbas. ¿Para qué querría un loco llevarse una cabeza, un corazón y un cuerpo?”. James se quedó callado y se encogió de hombros. Mallone ya no quiso seguir hablando y se quedó mirando a través de la ventana. Eran las dos de la madrugada y el cochero paró enfrente de su casa. Se despidió de James y le dijo que hablarían al día siguiente.

Era invierno y el sol salía muy poco. Las nubes grises opacaban el cielo y la visibilidad a en la tarde era afectada por la caída de unos copos de nieve aguados. James Wells estaba haciendo unas anotaciones en un cuadernillo. Se le habían ocurrido varias hipótesis y estaba un poco impaciente por el retraso de su amigo Robert Mallone con quien llevaba trabajando cinco años. En ese período de tiempo se habían conocido lo suficiente para saber de qué modo pensaba su compañero. A pesar de que habían resuelto muchos casos, este sobrepasaba la lógica y la moral. James pensaba que tal vez se habían llevado del cementerio el cuerpo y las otras partes para realizar un rito. Seguramente se trataba de alguna brujería o algo relacionado con el satanismo. Sabía que había unas sectas que realizaban ese tipo de ceremonias demoniacas. Se imaginó a un sacerdote con bata negra haciendo invocaciones para adquirir la sabiduría del filósofo, la fortaleza del cuerpo de un coloso de circo y el corazón de un hombre con sensibilidad. Lo malo era que habría que encontrarlo y demostrar que se había llevado esos órganos para cumplir su objetivo. No era tarea fácil porque primero, Mallone tenía que aprobar la idea, luego debían que encontrar al brujo y después demostrar cuál había sido el objetivo de tan despreciables acciones. La explicación que tenía sonaba bien y cuando Mallone cruzó la puerta del establecimiento, James respiró con fuerza y saludó a su compañero.

—Buenas, querido James, ¿ya tienes algo para mí? Espero que tus hipótesis sean ingeniosas.
—Buenas tardes, Robert, en efecto tengo algo que podría interesarte.
—Bien, muy bien James, a mi también me gustaría hablar del caso. ¿Sabes que no he podido dormir por pensar en lo de anteayer?
—Sí, Robert, a mí me pasó lo mismo.
—Bueno, pues suéltalo.
—Verás, Robert—dijo James sacando el pecho y acomodando sus abundantes anotaciones frente a él—. Todo parece indicar que el demente ese se ha llevado todo para realizar un acto satánico. Se trata, con seguridad de un fanático que cree que se puede adjudicar cualidades con la ayuda del inframundo. Pienso que…
—No, no, querido James, ¿para qué te has metido eso en la cabeza. Comprendo que fue terrible la impresión, pero eso no tiene nada de diabólico, es más bien, cómo explicártelo, ah, sí, es un acto, un acto que yo llamaría, si se me permite el término, científico.
—¿Científico? ¿Qué significa eso?
—Bueno, James, ¿cómo llamarías a un estudio sistematizado de los fenómenos de todo tipo con un sistema que pudiera permitir comprobar las teorías?
—No te entiendo nada, Robert, explícame con calma.
—Bueno, imagínate que un brujo se roba las partes más importantes del cuerpo de unas personas poco habituales para obtener sus poderes. ¿Cómo podría adquirirlos y cómo podría demostrar que los ha recibido? Para ser tan inteligente como el filósofo Anderson se necesita leer una biblioteca entera, ¿cómo podría un brujo, con ayuda de sus demonios y hechizos, obtener toda esa información?
—¡Ja, ja , ja! Eso sí que tiene chiste, Robert, no me imagino a un brujo apestoso de hierbas raras recitando poemas helénicos y contando la biblia o las grandes obras de literatura. Pero y ¿entonces?
—Ahí viene lo interesante, James. Ayer, es decir, esta madrugada me he quedado pensando en esos trucos de los seguidores de Luigi Galvani. ¿lo recuerdas?
—Sí, Robert, creo que una vez ya lo comentamos. Nos quedamos pensando en aquel día, si sería posible armar una rana con cabeza de lagarto y darle toque para que bailara colgada de un tubo.
—¡Exacto! ¡Exacto, James!¿Lo ves? Mira, imagínate que a un demente se le mete en la cabeza de hacer lo mismo, pero con seres humanos. Quitándonos de todas las cuestiones técnicas, ¿qué resultaría de lo de anoche?—Mallone abrió de forma descomunal los ojos y extendió las manos para ver la reacción de su amigo.
—Pero ¿sería posible?—dijo James moviendo la cabeza como si con esos movimientos pudiera borrar sus temores de la cabeza.
—Aunque no lo creas, James, es eso, exactamente.
—Entonces…¿Crees que el chiflado ese se ha puesto a armar un monstruo?
—Bueno, James, es una hipótesis y, además, no estoy tan seguro de que fuera un monstruo, pues con una cabeza tan brillante, un corazón tan noble y un cuerpo tan fuerte, lo menos que podríamos esperar sería un hombre casi perfecto: inteligente, fuerte y noble.
—Y ¿Dónde lo encontraremos?
—No lo sé, James, pero estoy seguro de que ese es el camino correcto. ¡Vayamos a los hospitales a preguntar por los doctores más brillantes!

Salieron sin terminar de tomar la comida y detuvieron un coche. Se fueron a uno de los hospitales más famosos de la ciudad. Los recibió Konchalowski, un hombre ya entrado en años que había hecho algunas declaraciones con respecto al uso de la electricidad en la medicina. Lo encontraron en una sala llena de enfermos de pulmonía. Trataba de darle ánimos a las enfermeras y veía con pena a los pobres pacientes que parecían estar en las últimas. Saludó con cordialidad y se extrañó mucho cuando Robert, que siempre cuidaba de su arreglo personal, le hiciera preguntas tan inteligentes. Muy interesado el experto médico lo invitó a sentarse y les contó sus ideas con respecto al futuro de la electricidad. Mientras contaba los experimentos que había realizado se restregaba el pelo y sonreía como un niño. Parecía que, más que contar algo relacionado con la materia y la vida, narraba una interesante historia de fantasía en la que reptiles y pequeños mamíferos recibían cargas eléctricas generadas por una máquina demoniaca y comenzaban a correr como si nunca hubieran muerto. “La electricidad es como la energía de la vida—decía repitiendo la frase sin parar—. Algún día todos la usarán”. Dio pauta para que le preguntaran si sabía de alguien que tuviera la misma opinión y que tuviera en mente hacer bailar cuerpos, pero no de gatos y lagartos, sino de hombres.  Mallone le reveló el caso de la desaparición del cuerpo y los miembros en el cementerio y Konchalowski se quedó frío. “Sí, sí, conozco a un tal Víctor Brown—dijo el doctor con emoción—, un joven muy despierto que un día, en una conferencia sobre las operaciones me comentó que estaba investigando algo sobre la relación de los cuerpos y la electricidad, dijo que admiraba a Luigi Galvani y que haría que su nombre fuera famoso algún día—al oír ese nombre, Mallone y Wells se quedaron tiesos—. No sé dónde se encuentre, pero dondequiera que esté debe de estar avanzando en sus experimentos a pasos agigantados”. Mallone le preguntó al hombre qué se necesitaría para darle vida a un cuerpo humano reconstruido. Ilya Konchalowski dijo que se necesitaría la electricidad de un rayo. James miró a Mallone y se pusieron de pie. Le agradecieron su amabilidad al médico y salieron. Ya les había dicho el sepulturero que una semana antes había visto rondando las tumbas a un hombre bajo con la espalda jorobada. Pensaron que ese hombre sería un cómplice del brillante Víctor Brown. No tenían tiempo que perder, debían encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde. A pesar de la urgencia, Mallone estaba tranquilo y frente a los reproches de James dijo que había un lado positivo del caso y otro no tanto.

—¡Imagínate! ¡Imagínatelo! ¿Sería posible crear super hombres? Gente superior, inteligente que tendría la cordura para ver las cosas que la gente normal no logra. Dirigirían las naciones de una forma eficaz y serían el ejemplo para todos.
—Pero y si no fuera así, Robert. Si a alguien se le ocurriera formar un ejército de monstruos seleccionando cuerpos de jóvenes atléticos con una mente limitada a recibir órdenes y…
—Y ¿qué pasa con el alma, querido James? ¿Tendrán alma esos humanos zurcidos?
—No lo sé, Robert, de cualquier forma, nos espera algo espeluznante. ¡Hay que encontrar a ese loco lo antes posible!
—Bueno, tenemos tiempo hasta que ocurra una tormenta, pues si el resucitador de cuerpos se nos adelanta, estaremos perdidos.

Para colmo esa misma noche llovió mucho, los relámpagos amenazaron la ciudad y por culpa de las altas casas y la cortina gris del agua de lluvia no pudieron localizar la caída de las cargas eléctricas. Sabían que para descargar del cielo una energía tan fulminante se necesitaría un tubo metálico, un gran mástil que recibiera la carga y la llevara hasta el cuerpo inerte. Había cuatro puntos en la ciudad que podrían servir para atraer la carga. El primero era la Catedral, el segundo el castillo antiguo que estaba en las afueras, la casa de tabaco que tenía cinco plantas y una torre abandonada en el sur. La distancia entre ellas era enorme y en un día sería imposible revisarlas. Eligieron las que se encontraban más cerca. En la catedral no obtuvieron ninguna información y perdieron mucho tiempo preguntando si alguien había querido montar en la cúpula más alta un artefacto raro. La pregunta estaba completamente fuera de lugar en un sitio como ese, por eso la hizo James fingiendo inocencia, pero la respuesta fue una cara inexpresiva y hombros encogidos. Se dirigieron a la casa de tabaco donde tardaron mucho en ser recibidos. Después del chasco consecutivo se marcharon. Durante el regreso Mallone le pidió a James que escogiera entre el norte, donde estaba el castillo y el sur con la torre. La lógica indicaba que las condiciones más apropiadas se encontrarían en el castillo, siendo Brown un hombre astuto se habría ido a la torre abandonada para que nadie lo viera trabajar. Una moneda tirada al aire decidió que visitarían primero la torre. Al día siguiente salieron con ánimo para atrapar al demente doctor Brown. En el camino repasaron los detalles, hablaron sobre la captura del doctor y la muerte del monstruo. Lo malo fue que empezó a llover de nuevo y tardaron mucho en llegar. Bajaron del coche armados y listos para cualquier ataque, pero sus ilusiones se desvanecieron cuando encontraron todo limpio. Miraron en dirección del castillo y al unísono dijeron: ¡Que estúpidos!!El maldito está allí!

Volvieron cabizbajos, no querían hablar y James trató sin éxito de dormirse un poco. Fingió que dormía y de reojo miró la cara de Mallone. Sabía que en su cabeza había una tormenta de ideas que le desfiguraba la cara en ese momento. Se despidieron y Mallone le pidió a James que estuviera listo en la madrugada porque lo recogería antes de la salida del sol. Mallone llegó a su casa y se tumbó en su cama. En su cabeza se fue construyendo un plan que continuamente se veía mermado por la imagen de un creador joven y listo y su criatura violenta o tierna. Si el engendro era lo primero, no costaría trabajo eliminarlo, pero si fuera lo segundo, de qué manera lo tratarían, qué lugar ocuparía en la sociedad y qué consecuencias traería el reconocer que Dios no era el único que había creado al ser humano. 

Llegaron a las ocho de la mañana, la neblina todavía descansaba sobre el aire sin poderse tender sobre la hierba. El cochero se detuvo y Mallone salió de prisa, detrás iba con una pistola en la mano su ayudante. Subieron una pendiente y llegaron hasta la puerta y empezaron a golpearla y gritar. Cinco minutos de espera les colmaron la paciencia y trataron de forzar la puerta con ayuda del cochero, pero se dieron cuenta de que sólo estaba atrancada con una cuña. Al ceder el gran portón de madera y hierro vieron una torre donde se encontraba un gran tubo metálico. Corrieron hasta donde se encontraba la escalera y subieron en tropel. Se asombraron mucho al ver una cama enorme, sogas metálicas y todo tipo de aparatos raros. Lo comprendieron de inmediato. Brown había tenido éxito. No había ninguna duda. Sabían que se había marchado de allí, así que estaba al tanto de la persecución. Mallone le ordenó a James que se subiera al coche y que siguiera el rastro dejado por un pesado carro en el camino hacia Welloland a unos treinta kilómetros. “Vete tras ellos, James—le dijo con prisa Mallone—volveré a la ciudad a buscar toda la información de Brown, estaré contigo pasado mañana a mediodía o por la tarde. Mándame un telegrama cuando los veas. El coche se alejó y Mallone se fue a buscar a alguien que pudiera llevarlo a la ciudad. Caminó media hora sin ver a nadie hasta que un hombre elegante en un carruaje de dos ruedas le hizo la señal y después de presentarse, el aristócrata, estuvo de acuerdo en acercarlo a la ciudad. Conversaron bastante sobre la vida en los pueblos, el rico hombre se quejó de su servidumbre en sus propiedades. “Son unos abusivos—decía retorciéndose el bigote y echando bocanadas de humo—, uno les da la mano y se toman el pie. Ya sabe cómo es esa gente miserable. No sabe cuánto daría por una docena de esclavos, corpulentos y con una salud de caballo”. Richard sonrió pensando en que el doctor Víctor Brown se podría hacer rico en caso de que sus experimentos fueran exitosos. No cayó en la tentación de compartir su secreto y se puso a hacer bromas que al final dejaron pensando seriamente al terrateniente que le hizo una invitación para que asistiera a una de sus fiestas en su casa cerca de la plaza central. Mallone se fue directamente a la comisaría. Encontró a Donald Charles muy atareado buscando unos documentos de su familia. La secretaria permanecía en silencio mientras el jefe de policía se metía cada vez más adentro de su gaveta. Cuando levantó la cabeza vio a Mallone.

—¿A qué debo el gusto, señor Mallone?
—Es algo urgente señor Charles, necesito toda la información que tenga de un hombre.
—Sí, Richard, dígame, ¿de quién se trata?
—Es sobre Víctor Brown.
—Ah, es eso. Mire, ese tipo nunca paga sus deudas y siempre engatusa a la gente con historias raras. 

Debe tenerle cuidado. En un momento le traeremos todo lo que tenemos de él en el archivo.
Minutos más tarde, Mallone, bajo la vigilancia de la secretaria, leía uno por uno los reportes sobre el tal Brown. Constaba que tenía treinta años y que recibía dinero de un banco alemán. Los montos no eran muy considerables, pero llegaban con regularidad. El doctor Brown, como se presentaba el mismo, daba consultas a domicilio y sus clientes hablaban muy bien de él. Los últimos seis meses no se le había visto y sólo había llegado un reporte de que se había llevado una pequeña oveja sin pagarla. Después de recibir la visita de un gendarme hizo llegar la suma al carnicero que estaba muy enfadado. En la declaración figuraba el nombre de Friedrich Mann, un hombre que según le dijeron, era defectuoso porque tenía joroba, estaba un poco cojo, pero era muy fuerte. Según dijeron los policías que lo vieron, era la mano derecha de Brown y siempre que lo cogían haciendo algo impropio quien lo liberaba de toda culpa era su amo Víctor. También había un reporte de unos vecinos sobre un altercado entre la señorita Anne Stevens y Brown, al parecer ella era su prometida y en una discusión él la había lastimado. Más adelante se describía el suceso como una riña de novios. Mallone preguntó sobre la dirección de Anne y le informaron que era una joven muy guapa, muy modesta y bastante educada del pueblo Welloland. Estaba claro. Brown había ido en esa dirección para encontrarse con ella. ¿Cuál sería la intención de Brown?—se preguntó Richard—. ¿Trataría de explicarle lo que estaba sucediendo? O ¿ella ya estaba al tanto de la situación y él iría a demostrarle que todas sus teorías sobre resucitar muertos era verdad? Fuera como fuera, urgía que Richard alcanzara a James para atrapar al doctor loco.

No esperó y se puso en marcha. Tuvo que hacer el viaje de noche y por la mañana preguntó por un mesón u hostería donde seguramente estaría alojado su compañero. Se alegró mucho de ver el coche. James no estaba allí y el cochero tampoco. Entró a la casona vieja y preguntó por su amigo. Le informaron que había salido de prisa a enviar un mensaje en la oficina de correos que no estaba muy lejos. Richard se apresuró y cuando entró vio a James dictando.

“ Mallone, urgente, hallados, tres hombres: jorobado, Brown y monstruo”.
—Oh, querido amigo, gracias por el mensaje.
—Pero Richard, ¿qué haces aquí?
—¿Qué tal estás, James? Te ves mal, ¿qué sucede?
—Oh, Richard, los hemos visto. El cochero no ha podido sobreponerse. Está rezando en la iglesia y no quiere salir. ¿Sabes que él llevó mucho tiempo a Anderson a sus encuentros? Hoy lo ha reconocido y no lo ha podido creer. Bueno, yo tampoco, pero ya estaba al tanto, en cambio el pobre hombre…
—Sí, James, a mí me habría pasado lo mismo.
—¿Estás bromeando?
—Bueno, mira, he venido porque tengo información importante. Tenemos que encontrar a la señorita Anne Stevens.
—¿Anne Stevens? Y ¿qué relación tiene con todo esto? Ni siquiera sé quién es.
—Es la prometida de Víctor Brown y si ha venido ese trío del que me informas en tu mensaje, entonces tendrán que ir a verla. No tenemos tiempo que perder.

Les informaron que la familia Stevens vivía en una casa alejada del pueblo. Como el cochero se negó a ir y no hubo forma de convencer a nadie para que los llevaran, decidieron coger el coche y hacer el trayecto solos. Richard le contó los pormenores y le planteó el plan que tenía a James. Se trataba de retener el mayor tiempo posible a Brown para que pudieran llegar refuerzos y arrestar al profanador de tumbas que de paso era sospechoso de, por lo menos, tres homicidios. Encontraron la casa de los Stevens. Parecía que no había nadie. Llamaron a la puerta y les abrió una joven guapa de mirada intensa. Llevaba un flequillo y trenzas, tenía el pecho muy grande y era delgada. Los invitó a pasar y contestó con tranquilidad todas las preguntas que se le hicieron con respecto a su novio. Les dijo que hacía tiempo que se había alejado de ella, que cada vez se veían menos y que, al final, sus padres le habían prohibido relacionarse con él. Víctor había llegado para llevársela consigo, tenía planeado ir a Francia y establecerse allí. Decía que tenía conocidos que lo acogerían en su círculo y que tendría un trabajo y una familia como todo el mundo, luego había aparecido su ayudante y muy alarmado le había dicho que Prometeus se había enfadado y que se había ido hacia las montañas, luego Víctor había salido desesperado y no sabía más. Mallone no sabía qué decisión tomar porque los tenía muy cerca, pero en caso de encontrarlos no podría detenerlos. Decidió aplicar la estrategia de los cazadores limitando el territorio por el que se pudiera desplazar Víctor Brown y sus compinches. Dio la orden de que se pusiera sobre aviso a la policía de las poblaciones cercanas, se les comunicó que tuvieran cuidado con tres individuos poco comunes y que reportaran todo lo que supieran de ellos.
Las noticias no tardaron en caer. Le avisaron dos días después a Mallone que habían atrapado a Brown. Richard dijo que lo trataran con cuidado y que él se encargaría de interrogarlo. Fue de inmediato a verlo. Lo encontró desaliñado y con mucha preocupación. Hablaba de forma precipitada y le rogó a Mallone que le proporcionara protección inmediata a su novia Anne, pues corría mucho peligro. Richard dio la orden con la condición de que Brown desembuchara todo.

—Mire, inspector, ya sabe quién soy y a qué me dedico. Lo que no sabe es que todo lo que he hecho es en favor de la humanidad. Tenía un sueño de pequeño, ¿sabe? Quería recuperar a mis seres queridos. Mis padres murieron cuando yo era un niño. Fui educado en orfanatos y sólo después de que conocí la medicina pude encontrar un refugio fiable. El estudio y la experimentación han sido mi salvación, pero ahora que he logrado lo que soñaba, las cosas se están complicando—Richard tenía muchas ganas de hablar, pero permaneció callado para que Brown dijera todo sin ocultar nada—. He creado un hombre con una inteligencia excepcional, un corazón dulce y un cuerpo de atleta. Al principio todo fue bien. Prometeus me consideró su padre, fue como si hubiera salido un polluelo de su cascaron y al ver al primer ser vivo decidió que era su progenitor. Yo le hice muchas promesas, pero después me di cuenta de que no era el ser que yo pensaba. Me amenazó con matarme. El problema fue que vio a Anne y me dijo que le hiciera una igual, que él cooperaría en todo. Era imposible, usted lo sabe a la perfección. Se enfadó y se fue, pero le dijo a Friedrich que me mataría. Ahora ya lo sabe. Es un monstruo, hay que destruirlo.
—Está bien, Brown, le prometo que le ayudaré en todo lo que pueda. Mandaré gente para que proteja a su novia y buscaremos a su Prometeus, pero dígame, ¿se imagina dónde está?
—No debe estar muy lejos, inspector, seguro que no parará hasta robarse a Anne. Lo malo es que es capaz de matarla. Es escalofriante, no puedo dejarla así. ¡Cuídela! ¡Cuídela!

Mallone dio la orden de que se le brindara protección a Anne y que se siguiera el rastro del monstruo que para pasar desapercibido actuaría, sin duda, de noche. Se montaron guardias el primer día y cuando hubo un momento de distracción la segunda noche. Anne desapareció. La noticia casi mata de un infarto a Mallone que vio todas sus expectativas rotas. No se lo comunicó a Víctor para no causarle daño. Lo peor fue que al día siguiente llegó una carta anónima dirigida a Víctor decía que el resucitador estaba de acuerdo Prometeus le devolvería a su novia, pero tendría que asistir solo a una reunión cerca de las montañas están indicado el sitio y se prevenía a la policía que no acudiera junto con Brown porque en ese caso él asesinaría a Anne. No hubo más salida que dejar ir a Víctor a la cita. Se le proporcionaron armas y dos caballos para que pudiera volver sano y salvo. Todos se encomendaron a Dios y se despidieron de él.

No fue la mejor decisión porque dos días después, Víctor regresó con el cadáver de su novia. Estaba deshecho y le habían salido canas. Estaba flaco y no tenía deseos de vivir. Había perdido la razón o el shock emocional que había recibido lo había dejado en una situación deplorable. Casi no parpadeaba y cuando le preguntaron por Prometeus no contestó. Después se supo que el monstruo le había pedido una novia y cuando Víctor se negó a hacerla, Prometeus, le dijo que entonces tendría que revivir a Anne y llevar ese peso en su conciencia. La mató frente a él sin conmiseración. La mirada fue tan cruel que Víctor no se recuperó jamás. No se supo más del ser horripilante que tenía atemorizados a los viajeros. Había quien aseguraba que lo había visto vagando en las montañas o bosques, pero no había manera de comprobarlo. Con el tiempo se fue convirtiendo en leyenda y los hombres dejaron una zona virgen en las montañas para no irritar al peligroso monstruo. Víctor vivió siempre como un autómata y en ocasiones decía que Prometeus lo visitaba por las noches.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Guardián del futuro

Serguei Kusnetzov llegó a su oficina muy pronto. Había tenido una discusión con uno de sus empleados y estaba de muy mal humor. Le pidió a su secretaria que no lo molestara nadie. Era el encargado del departamento de seguridad y se había enterado de que alguien estaba tratando de violar una de las normas en el sector mejor custodiado en todo el órgano de seguridad.  Estaba permitido con la autorización de los secretarios del Consejo permanente hacer viajes al pasado. El control era muy rígido y era necesario calcular los detalles para que no se presentara ninguna paradoja, además las misiones en ningún caso consistían en asesinar a alguna persona o cambiar el rumbo de la política o la economía. Más bien eran para confirmar alguna información del pasado fundamental para el presente. Los viajes al futuro estaban prohibidos y se castigaban con la cárcel o la condena de muerte. Según le habían comunicado el impostor estaba tratando de robar el código de autorización para saltar al pasado y un lugar estratégico hacer un viaje al futuro. El caso requería de discreción total. Serguei debía mantener un control severo en todos los empleados y se puso a revisar sus expedientes. El primer sospechoso que encontró fue James Chaterley un inglés de origen irlandés que era muy desagradable en su conducta. No se le había podido comprobar ningún nexo con organizaciones terroristas o religiosas, pero Serguei sabía que todo era cuestión de tiempo. Organizó un grupo especial para que siguieran a James y no le permitieran actuar, ya que en caso de viajar al futuro dominaría información confidencial que sería determinante en algunas áreas impredecibles y eso sería el caos.

Ya había sucedido. Uno de los inventores de los mecanismos de saltos inter-temporales había viajado al futuro para matar a uno de sus enemigos y al hacerlo le había quitado la posibilidad al gobierno de demostrar una serie de violaciones a los derechos humanos. El señor Thomas Shakil había cometido crímenes contra la humanidad y se le efectuó un juicio en el que se le concedió la libertad condicional mientras seguían las investigaciones. El caso fue que Dan Cameron no quiso esperara a que se reunieran las acusaciones contra el criminal y se fue, ya que tenía todos los medios durante su experimento, al futuro para matar dos años después a Shakil. Cuando regresó a su tiempo, Dan dejó de preocuparse por Shakil y no supo lo que las noticias anunciaban. Se dedicó por completo a sus experimentos y dos años después cuando se iba a realizar un severo interrogatorio para que Thomas Shakil declarara sus crímenes resultó que había amanecido en una celda de alta seguridad apuñalado. Se demostró que las huellas encontradas en el arma eran las de Dan Cameron y se le condenó al encierro. Antes de suicidarse, Dan, dejó unas descripciones muy claras de lo que se podía provocar con los cambios en las circunstancias tanto del pasado como del futuro y se implantó La ley no alteraciones.

Serguei lo sabía muy bien y dominaba el programa de cálculo de probabilidades. Una semana completa siguió el rastro de James Chat, como le llamaban sus amigos, pero no pudo aferrarse a nada. Estaba limpio y parecía que se cubría bien las espaldas. Pensando en la posibilidad de que el astuto Chat se le adelantara con algún truco sofisticado, Serguei tomó una resolución.
Era mediodía, los empleados habituales estaban terminando su turno de media jornada y había una hora entre los turnos, así que Serguei se dirigió al departamento de Seguridad y entró en las cámaras de teletransportación. Cogió un aparato que le ayudó a hacer una evaluación de los acontecimientos importantes de los últimos seis meses en la organización y programó una cámara para viajar al espacio de treinta minutos después. Se reportaría el viaje como un pequeño fallo en el funcionamiento de las cámaras y el mismo supervisaría el trabajo de los técnicos cuando saltaran las alarmas. Puso el tiempo 12.35 y se metió a la cámara. Apareció en el pasillo, los técnicos corrían junto con él a ver que sucedía en la zona de transportaciones. Dio la orden de que se cerraran las puertas y no se dejara entrar a nadie del nuevo turno hasta que todo estuviera arreglado. En la confusión, trató de encontrar al impostor. Chat no dio muestras de nerviosismo. Su actitud fue la de un técnico dispuesto a corregir una emergencia bajo las normas establecidas. Un empleado de color le llamó la atención y se dijo que tendría que incluir entre los espías a ese técnico. “Estaría muy mal que fuera un infiltrado de algún grupo terrorista o fanático religioso—se dijo mentalmente mirando el gafete de identificación del trabajador—. Pasadas las sorpresas todo mundo volvió a su puesto y el nuevo turno comenzó con un retraso de diez minutos. En su oficina Serguei comenzó sus indagaciones. Salió a dar un paseo por los jardines y empezó un interrogatorio a la base de datos que respondía al nombre de Eilikrines.  “Eili, por favor, dame toda la información de Artur Washington empleado 1324—Dijo con el pensamiento mientras veía las hermosas fuentes de chorros de colores—, me interesa saber si tiene relación con grupos terroristas o sectas. Aplica en la búsqueda el código de seguridad AIN3, gracias”.

El resumen fue bastante largo, pero no había nada sospechoso en la conducta de Artur que mereciera la pena. Ni sus familiares, ni amigos, ni amantes ocasionales tenían cola que les pisaran. Washington llevaba una vida simple, llena de placeres temporales que lo mantenían dentro de la norma y se podía confiar al cien por ciento en él porque sus aficiones estaban relacionadas con el arte y el deporte. Luego le pidió a Eili que repitiera la búsqueda, pero está vez de Chaterley, pidió que no sólo le aplicara el código AIN3, sino que también usara el método de investigación secreta para sospechosos especiales ISSE. Eili le dijo que en un cinco por ciento cabía la posibilidad de que James pudiera efectuar un viaje al futuro, pero que dependía de varios factores. Uno era la posibilidad de que lo acusaran de espionaje, otra la de que se desequilibrara su composición química y sintiera la necesidad de cambiar algo en su vida por la falta de algún componente renovador—dijo Eili excluyendo otras posibilidades más remotas—. A Serguei no le sorprendió mucho la información, lo único malo es que la vez anterior el porcentaje que le había dado Eili era inferior. En la cabeza le comenzó a dar vueltas la idea de que en ese pequeño margen existía el riesgo de que el código secreto lo tuviera James y estuviera esperando la posibilidad de actuar en un momento de distracción. Por desgracia, la sospecha comenzó a interrumpirle el sueño a Serguei. Realizaba su trabajo a la perfección, pero cada vez le dedicaba más tiempo al asunto de Chat. El colmo fue que en la siguiente conversación con Eili, la nueva cifra llegó al ocho y Serguei se puso muy nervioso. Era un aumento considerable y ya era alarmante. Le pidió un consejo a Eili, per ella objetó argumentando que las máquinas no debían por ningún motivo influir en las decisiones humanas. La inteligencia artificial era para hacer evaluaciones y estadísticas no para corregir el pensamiento y menos la lógica.

Serguei comenzó un nuevo plan. Tenía que adelantarse a las acciones de Chat y se decidió por la más segura, pero más arriesgada. Empezó a imaginar el curso de la vida en las próximas tres semanas, luego en un mes y cuando ya tenía una visión clara de lo que pasaría en los próximos seis meses se fue a la cámara de teletransportación. Puso una cifra en la máquina y se fue al futuro.  Llegó a una cámara de alta seguridad todo estaba aislado y el estaba recostado sobre una cama. En una de las paredes había un paisaje real tridimensional que simulaba una puerta que daba a un bosque. Los animales parecían reales, se acercó un ciervo y lo miró, luego comió algo del suelo y se marchó muy despacio. Había ardillas y un mapache, muy cerca, estaba comiendo avellanas. Serguei se concentró en los pensamientos que tenía en ese instante, sabía que en uno momentos volvería al pasado y debía guardar en su memoria la mayor cantidad de información.

“Fue un gran error, querido Serguei, no debiste dejarte llevar por los rumores, todo lo del robo del código por parte de Chat eran mentiras y tú con tus razonamientos inadecuados para esa situación distorsionaste las cosas. Creaste las condiciones para que te descubrieran. ¿Creías que en la revisión no se darían cuenta de tu primer viaje al futuro? Una falla—dijiste como si hubiera vivido en el siglo veinte—. ¿Creíste que unos minutos de diferencia no representaban nada? Pues, ya lo ves ahora. Se ha encontrado el peine y pronto serás condenado a la muerte. Se puede jugar con el destino propio, pero, por una corazonada, ¿comprometer el futuro de la humanidad? ¿dónde tenías la cabeza, Serguei? Ahora es tarde y no se podrá solucionar esto, a menos que…”. En ese momento Serguei regresó a su tiempo. Se sintió destrozado por la nueva situación. Concluyó que, por sus pesquisas, había provocado que James Chat respondiera a sus sospechas y empezó un juego en el que él tuvo que demostrar la culpabilidad de su contrincante y no pudo. “¿Qué fue lo que falló?¿Cómo llegué a enfrentarme a un juicio y lo perdí? Tendré que consultar la próxima semana a Eili—se dijo desesperado—. Lo malo es que, si Chat declaró que yo había viajado media hora al futuro, lo más probable es que trataran de encontrarme para arrestarme y llevarme al proceso, pero el caso es que una situación así, en nuestro tiempo, ocuparía una semana. Sin embargo, seré encarcelado dentro de cinco meses. ¡Cinco meses! Eso indica que dentro de cuatro meses sucederá algo que me comprometerá y se cumplirá el futuro. Eso suena a patraña porque yo mismo podría declarar ahora mismo que he violado las normas y ese futuro jamás llegaría. Debe haber algo más.

Serguei siguió con su existencia habitual. Tuvo incluso un período de vacaciones y en ningún momento perdió de vista a su contrincante James, quien se suponía, debía estar en secreto fraguando algo gordo contra él. Le pregunto cada día a Eili las posibilidades de un atentado por parte de Chat. Había bajado en porcentaje la sospecha. Eso era lógico porque si ya no estaba interesado en viajar al futuro, si que le apremiaba culparlo a él. No había otra salida. Uno de los dos tendría que ser eliminado, pero cómo. Por su parte él podría desaparecer a Chat, pero necesitaba tiempo. Del Consejo de Seguridad no lo habían llamado, la vida era rutinaria, tanto que la estabilidad aplastaba el interés por las cosas. No era posible que todos guardaran silencio frente a una violación tan grave como la que él había cometido.

 “Es un maldito plan secreto—se dijo Serguei apretando los puños—. Me quieren acorralar. Eso hubiera sido muy divertido hace cien años, pero ahora es macabro. Tendré que fingir que las cosas siguen igual y en el momento en que James actué lo eliminaré, ya lo dice el refrán: A rey muerto, rey puesto. Ese monarca seré yo”.

Las cosas siguieron un curso de aguas tranquilas sin alteraciones ni altibajos. El mundo había alcanzado la felicidad que tanto deseaba. La gente se divertía con el ocio que le ofrecían miles de empresas, las satisfacciones físicas eran complacidas por medios naturales, sintéticos o virtuales. No había quejas, ni pobreza, ni riñas entre cónyuges. La vida estaba asegurada y las personas disfrutaban del avance de la ciencia. El hombre era un mecanismo que necesitaba revisiones técnicas, tenía los mejores asesores para la supervivencia y podía abusar de los placeres cuanto quisiera. La medicina moderna les permitía todos los excesos. La economía se basaba en un acuerdo de confianza en el que era muy difícil dudar de los individuos. Era el mundo feliz. La única persona que no podía gozar de esos derechos era Serguei. La vida por fin estaba asegurada y el plazo era los ciento noventa años. Claro que seguían existiendo las catástrofes, los accidentes letales y la gente no le temía a la muerte gracias a los aditivos químicos que se producían como refrescos. Lo único malo era pensar que gozando de la posibilidad de vivir casi doscientos años. Alguien palmara aplastado por unas rocas o algo semejante. El miedo a perder la vida por una tontería había hecho desaparecer muchos deportes de alto riesgo, además ya no tenían sentido porque un par de inyecciones y una cámara virtual eran capaces de hacerle sentir al individuo un infarto a seiscientos metros de altura, hacerle sentir la caída con una aceleración enorme y evitarle la caída para que después se levantara tranquilo del piso y se fuera a su empleo. Nadie quería trabajar en su casa. Los gurús de la humanidad insistían en que la gente debía juntarse y no alejarse. Así que los grandes colectivos, la antigua tradición de tomar un café o fumarse un cigarrillo, seguían siendo muy populares, más por su significado que por su provecho.

Llegó el momento en que, abrumado por el tiempo, Serguei estuvo obligado a tomar una decisión. Era inevitable. El grado de sospecha sobre James era del cero por ciento, eso significaba que se estaba preparando para el gran ataque. “Hay que matarlo—dijo Serguei en medio de un bosque cercano a su casa—. O es él o soy yo”. Lo sentía de verdad porque James ,se había aficionado al papel de padre ejemplar de familia. Con sus pequeños retoños rememoraba a los padres ideales de fines del siglo anterior, sus pequeñas hijas se divertían de lo lindo y su mujer decía que le habría encantado, entre comillas, haber nacido en la época de los mortales prematuros.

Serguei supo que Chat se iría a escalar el Everest y que estaba entrenándose con un programa que lo estaba capacitando para experimentar de verdad todas las emociones reales. James había decidido escala con equipo antiguo. Es decir. Sogas, cascos , polainas, botas especiales y ropa térmica. La única complicación estaba en que su fecha de regreso estaba fijada y coincidía con la fecha en que se haría la denuncia contra él. Era necesario tomar cartas en el asunto y desaparecer a Chat. El plan consistía en ocasionarle un accidente el intrépido James y listo. Él mismo se había creado las condiciones adecuadas para fallecer por casualidad. No llevaría protección ni apoyo de seguridad, era en una palabra un suicidio voluntario. Tenía que aprovecharlo. Consiguió la ruta, el plan de escalada, las reservaciones en los hoteles del lugar y eligió el mejor tiempo para actuar.

Estaba cayendo bastante nieve, la temperatura era muy baja y James Chat estaba durmiendo en su casa de campaña. La altura era de más de dos mil metros, ya había hecho un trayecto muy peligroso y le restaba una pendiente de setecientos metros. Serguei le quitó todos los aparatos que permitieran localizarlo y le provocó una asfixia gracias a una avalancha, después lo desapareció por partes. Volvió casi a las seis de la mañana. Los usos horarios regían en cada espacio de tiempo como en la vida normal. Se cambió de ropa, se deshizo de su anorak, botas, y demás instrumentos. Volvió a sonar la alarma y esta vez no llegaron los técnicos, sino los agentes de seguridad. Lo detuvieron y le dijeron que sería encarcelado en espera de un juicio. Había muchas pruebas de que había estado usando los equipos teletransportadores para satisfacer sus caprichos. Lo metieron en una cámara y se fueron.