Tercero,
último testamento
I
Le faltaba
muy poco para jubilarse. Durante las largas tardes en la comisaría
lo atosigaba el sopor. La única cosa que lo alegraba un poco era
separarse de los viejos expedientes cuando llegaba la hora del
almuerzo. Salía cabizbajo y si alguien lo saludaba, respondía con
un movimiento de la mano. Hacía tiempo que su ayudante James
Clavijero había muerto. Todavía le irritaban los resquicios que
había provocado la fractura de la muñeca en su vida. A pesar de
haber sanado por completo, en ocasiones tronaba y ese insignificante
crujido del tendón le recordaba el momento en el que no pudo
dispararle al delincuente para salvar a su compañero. A veces las
pesadillas, motivadas por el remordimiento, lo mantenían dando
vueltas por las noches. En cierto grado, estaba decepcionado de la
vida. Desde joven había querido que desapareciera la delincuencia,
lo sabía imposible, pero albergaba el deseo de ver un mundo más
justo y ordenado. Los años lo resquebrajaron porque el peso de la
verdad lo debilitó y lo hundió. La injusticia creada por la misma
sociedad demandaba la separación de privilegiados y desposeídos. No
parecía un país moderno, pues las reglas de la esclavitud seguían
rigiendo. Claro que eran diferentes, pero el orden de las cosas
llevaba a la gente a ser plebeya del dinero.
¿Qué tal
está hoy? Le preguntó el camarero que le había servido su bistec
con patatas durante años. Ellery respondió con una sonrisa
condescendiente y Orlando se fue por la comida. Cuando terminó
de masticar el último trozo de carne, una imagen lo distrajo. Era
una pintura nueva que habían colgado cerca de la puerta de la
cocina. El restaurante era de estilo moderno, por eso un bodegón,
desencajaba mucho. Estaba pintado con elementos surrealistas, pero
desde donde se encontraba el inspector parecía de estilo clásico.
Pidió la cuenta y salió. Se fue caminando despacio a la comisaría,
se sirvió un café y siguió ordenando los casos abiertos que tenía
sobre el escritorio. No siempre había pasado las horas leyendo
expedientes todo el día. La mayor parte de su servicio fue muy
activa y por sus facultades atléticas siempre había perseguido a
los malhechores. Tenía muchas medallas de las que podía presumir
porque había atrapado a estafadores, asesinos seriales,
chantajistas, proxenetas y hasta mujeres violentas; sin embargo, todo
le parecía como algo irreal, como si de verdad no hubiera sucedido
nada de eso y los años de servicio se hubieran reducido a los
fracasos y esas carpetas con información incompleta que se resistían
a revelar los nombres de los asesinos. Los últimos meses en la
oficina serían la imagen del último recuerdo de una carrera
brillante. No se quería despedir así, tenía la esperanza de que le
dieran un caso sencillo para que cerrara su trayectoria con un
arresto. Así, sí que podría soportar la jubilación y después la
muerte en soledad, pero con las actividades de chupatintas estaba
pensando seriamente en el suicidio. McAllan, el jefe de la
comisaría, nunca lo había apreciado desde que sustituyó a Thomas
Moore con quien Ellery siempre había tenido buenas
relaciones. “Es un viejo decrépito e inútil ̶
dijo con desprecio ̶ , denle una oficina y que se dedique a
ordenar los casos pendientes, a ver si ayuda en algo ese patán”.
Por alguna razón, esas palabras le crearon un cerco del que no podía
salir, la rutina le producía somnolencia por el día e insomnio por
las noches. Dormía un promedio de dos horas y su cara estaba muy
descompuesta.
Cenaba
alguna cosa rápida y se ponía a leer las noticias, luego se echaba
un regaderazo y sorbía un poco de whisky o coñac, a las dos se
metía a la cama y se dormía profundamente, pero a las cuatro y
media despertaba como si fuera ya la hora de salir al servicio.
Cuando trabajaba con Clavijero no tenían horario, les faltaban las
horas para espiar a los sospechosos, indagar sobre el paradero de
gente desaparecida y podían salir a cualquier hora de la madrugada a
revisar el escenario del crimen del homicidio en turno. Ellery echaba
mucho de menos a James que se había convertido en un hijo brillante
que aprendió todo muy rápido, hubo ocasiones en que reconoció que
su ayudante tenía más cualidades de investigador que él mismo y
pidió su ascenso, casi lo logró, pero el destino no lo quiso.
Lamentaba que Sandra se hubiera quedado sola, con un hijo
huérfano y un trabajo miserable. Los policías tampoco ganaban mucho
y la pensión era muy mala. ¿Cuánto valía James? La suma apenas
alcanzaba para alimentar al niño, fue por eso que Ellery pidió que
le recortaran una parte de su sueldo para ayudar a la pobre viuda.
Tenía planificado dejarle también parte de su pensión, sabía que
no sería por muchos años, pero ayudaría un poco en su manutención.
Se fue
acercando la fecha de su salida. El trabajo era cada vez más tedioso
y en ocasiones Ellery se atormentaba tratando de recordar detalles de
los homicidios ocurridos hacía muchos años. En algunos descubría
la incapacidad de los órganos judiciales para aceptar declaraciones
y pruebas, en otros notaba la presencia de la corrupción. Muchas
veces se había dejado en libertad a personas altamente peligrosas,
pero no era como en las películas. En la vida real eso traía
consecuencias políticas o venganzas. Lo más lamentable era que
James había sido presa de esas bestias voraces que vendían todo
tipo de estupefacientes. Un insignificante vendedor de drogas
callejero lo mató con un bate. Le había dado un fuerte golpe a
Ellery en la mano derecha, la pistola cayó al piso, luego se oyó un
golpe seco producido por la madera y el cráneo de James. Ellery
levantó el arma con la mano izquierda y disparó sin mucha suerte.
El hombre escapó y ni siquiera le pudo ver bien la cara. Sabía que
era un vago de mala muerte y sintió un gran pesar al narrárselo a
sus compañeros. Sandra escuchó otra versión, pero no mejoró en
nada la situación, ni moral ni económica.
II
Se acercó
la fecha de su baja permanente. Un compañero le preguntó por sus
planes y Ellery dijo que se iría a vivir a una casa de campo que
estaba lejos de la ciudad. “Quiero dedicarme a la caza, la
jardinería y la pesca ̶ dijo
resignado ̶ . Soy un viejo inútil que ya no le importa nadie”.
Trataron de convencerlo de lo contrario y le recordaron sus grandes
hazañas, pero todo se vio ensombrecido por la presencia de McAllan
que les ordenó callarse. Ellery comenzó a desocupar su despacho.
Metió en unas cajas las pocas pertenencias que tenía y salió a
comer por última vez. No encontró a Orlando y le atendió una joven
nueva, le comentaron que su amigo estaba enfermo y que faltaría unos
cuantos días. Comió sin apetito y volvió con pasos lentos a la
comisaría. En el trayecto solo vio sombras, edificios grises,
vitrinas opacas y un asfalto gélido de tono mortuorio. Escupió
maldiciendo su vida. Le parecía que había sobre valorado cosas
insignificantes para no aceptar su fracaso. Era un hombre decrépito,
solo, sin nadie que lo estimara de verdad, tal vez algunas personas
agradecidas podrían decir que les había ayudado a impartir la
justicia, pero nadie lo recordaba, era simplemente un servidor, el
inspector Ellery que pronto saldría del escenario sin aplausos, ni
abucheos, como un personaje secundario en una interesante obra en la
que lo único que hizo fue poner esposas como un simple policía.
Lloró en silencio, con ira y sin lágrimas. En la puerta de la
comisaría ya lo esperaba un hombre de overol con una camioneta. “¿A
donde quiere que lo lleve, Sr.? ̶ le preguntó un joven fortachón
que mascaba su chicle y hacía pompas con él. Ellery le señaló el
ascensor y subieron a su oficina. En quince minutos estaba todo
vacío. Salió entre modestos aplausos y una secretaria le dio un
paquete con un regalo. No lo abrió y dio las gracias con la voz
entrecortada. Al bajar, el hombre ya tenía el motor encendido.
Ellery se subió a la camioneta. Hicieron el trayecto en silencio.
En
su casa, Ellery acomodó todo en un rincón y se tiró en el sofá.
Se había imaginado ese día de forma muy diferente. Había
conservado mucho tiempo la imagen en la que James y Sandra llegaban
bien arreglados para cenar con él. La pareja le contaba los
progresos en el departamento de homicidios. James como nuevo
inspector le hacía consultas y le hablaba de sus planes para acabar
con algunos policías corruptos, le satisfacía colaborar en el
mejoramiento de la comisaría, además sentía que su compromiso con
la sociedad se materializaba a través de su querido amigo. Veía a
la gente salir de sus casas segura, confiada en que no tendrían
ninguna penuria y que podrían divertirse y ser libres en un país
resguardado por agentes responsables. Cenó poco y se durmió. Pasó
bien la noche, pero la visión de Ekaterina
Tomashenko lo obligó
a despertarse en la madrugada. La conoció en la única misión que
había hecho fuera del país. Viajó por orden de Thomas Moore a la
Unión Soviética o, más bien, a lo que quedaba de ella en los años
ochenta del siglo XX. Tenía que encontrar a unos estafadores que se
habían ocultado en una de las repúblicas socialistas del sur de
Rusia. La mujer lo impresionó no solo por su belleza, sino por la
gran inteligencia y astucia que mostró durante la investigación.
Katya le confesó que nunca había salido de la URSS y que en los
cursos de espionaje le habían enseñado a pronunciar con acento
inglés. Era una mujer severa en su trabajo, pero con un corazón
noble. Viajaron juntos en un tren y tuvieron la oportunidad de
estrechar su relación en un compartimiento que reservaron para ellos
dos. El era bastante atractivo, su pelo castaño ondulado y su rostro
lampiño de nariz afilada lo hacían parecerse al Harry el sucio de
la famosa película de Eastwood, pero estaba muy lejos de la rudeza
del gran policía de la pantalla. A Ellery le sorprendía todo lo que
veía en el país anfitrión. Tomaba con gusto el té negro
sosteniendo un portavasos de níquel. Veía como Katya apoyaba su
dedo pulgar en la cucharilla de aluminio y sorbía el líquido marrón
con gusto. “Por qué no sacas la cuchara ̶ le preguntó en broma y
mirándola con sarcasmo. Sería mucho más cómodo”. Ella siguió
bebiendo sin responder y cuando terminó lo miró fijamente y le dijo
que esa era la tradición rusa. Luego Ellery puso atención en todas
las personas que tomaban té y lo confirmó. No fue la única
conducta sorprendente. Había muchas cosas que lo incomodaban o lo
intimidaban. Una de ellas era la franqueza con que se decían las
cosas.
El
imperativo era la forma cordial de ofrecer la comida y no había
ocasión para los agradecimientos. Si le ofrecían algo buscaba
excusas para rechazarlo, pero su compañera le decía que lo
expresara claramente. Sí o no, no había una tercera variante.
Llegaron a la ciudad de Gorki. Salieron de la estación, los estaba
esperando un volga del Partido Comunista. Katya iba vestida igual que
el chófer, con un abrigo de cuero negro, botas militares y una
boina. A pesar de estar vestida con atuendo de hombre, Katya
impresionaba por su belleza. Tenía el pelo castaño, la voz un poco
áspera, un perfil chato y los ojos de tigre. Subieron al coche y
cruzaron el puente Kanavinski, Ellery vio con asombro el paisaje, que
a pesar de ser verano, se veía gris. La gente llevaba ropa de
colores opacos, algunos viejos iban con gabardinas y calzado
desgastado y poco lustroso. El río Volga parecía inmóvil, se
dirigieron al puerto y pasaron frente a la escalera de Chkálov,
siguieron hasta la calle Radiónova y en un edificio armado con
bloques de hormigón se detuvieron. “Es aquí, le dijo Katya
cogiéndolo del brazo, nuestro piso está en la quinta planta”.
Ellery cogió su maleta y entró al edificio. No podía creer que
una de las ciudades industriales más importantes de la nación
soviética padeciera tanta pobreza. Se imaginó que había hecho un
viaje a la época de la depresión en EE UU y sonrió con ironía.
Cuando llegaron al apartamento número 36, Katya sacó unas llaves y
abrió varios cerrojos. Entraron, el aire estaba húmedo y un poco
rancio. Abrieron las ventanas para ventilarlo y Ekaterina comenzó a
preparar un poco de té. Unos minutos más tarde Ellery probó la
mermelada de frambuesas, el requesón, el pan y el té. Comió con
calma bajo la mirada atenta de su colega. Ella comía y miraba
fijamente sin parpadear, parecía que estaba acostumbrada a no perder
la atención de su objetivo, incluso en los momentos más tensos de
su trabajo. Ellery pensó que tal vez las francotiradoras de la II
Guerra Mundial habían sido como ella y sintió aprecio. Eso le ayudó
a acostumbrarse a la comida que le parecía mala y hasta
despreciable. No le gustaba mucho el salchichón, ni el alforfón,
tampoco podía comprender que no hubiera sándwiches, perros
calientes o pizzas y que la mostaza fuera tan astringente como un
arma para martirizar. “Te acostumbrarás pronto ̶ le dijo ella
como si hubiera leído sus pensamientos ̶ , esta comida es más sana
que la que ustedes ingieren en su país del sueño americano”.
Ellery quiso explicarle mil cosas, pero sabía que sería inútil. Le
habían recomendado ser muy prudente y no abrir la boca en vano.
Pasaron
varios días en la ciudad y localizaron a los sospechosos que
buscaban. Con gran paciencia fueron estableciendo de forma muy
rutinaria las actividades y los contactos que tenían los
malhechores. La ciudad estaba cerrada para los extranjeros, pero por
el desorden de la Perestroika y la Glasnost ya a nadie le importaba.
Mucha gente desesperada por no saber cómo obtener un trozo de la
tarta de riqueza del país se comprometía con el mismo demonio a
ceder su alma por una fortuna ilusoria. Unos de esos hombres eran los
que habían contactado a los americanos para organizar una banda
delictuosa.
Ellery
se había camuflado, vestía igual que Ekaterina y sus botas de cuero
mal curtido le molestaban. La gabardina negra y la boina le iban muy
bien y parecía la pareja ideal para la agente del Consejo Estatal de
Seguridad Soviética. Así fue como lo conocieron Tim Johnson y Ariel
Montani cuando fueron detenidos. Después del interrogatorio Ellery
preguntó si los iban a extraditar , pero le dijeron que esos
bandidos no saldrían jamás de la URSS. En efecto, llegó una orden
oficial para desaparecer a los delincuentes y ni siquiera le
permitieron a Ellery enviar un reporte. “Ya lo tenemos todo bajo
control, señor Ellery ̶ le dijo un hombre muy corpulento en un
inglés muy malo ̶ , su misión ha terminado. Puede quedarse unos
días en nuestro país, pero le recomendamos que se vaya lo más
pronto posible. Pregúntele a sus superiores cuáles son las órdenes
y comuníqueselo a Ekaterina”. No hubo más relación con la
policía secreta ni los agentes. Katya se transformó en una
ciudadana normal sin uniforme. El tiempo se había compuesto y Ellery
paseaba las tardes con su amiga. En una conversación ella le confesó
que le encantaría irse del país con él, pero que era imposible
porque el sistema comunista era demasiado estricto. La única opción
era que él se quedara. Que renunciara a su trabajo de inspector de
policía y se capacitara en el servicio secreto. “Aprenderás
rápido el ruso ̶ le dijo Katya sin soltarle la mano ̶ , eres
inteligente y podrás realizar las funciones que se te asignen,
piénsalo. Es por los dos”. Esas palabras siempre fueron como una
espina en su corazón porque pudo hacerlo y nadie se lo habría
reprochado. Su vida habría sido completamente diferente con esa
mujer y habría incluso alcanzado la categoría de diplomático, pero
decidió ser fiel a su patria y esta le falló y no solo no cumplió
con sus pocas expectativas, sino que lo dejó abandonado e
inservible.
III
Los
fantasmas del pasado se apropiaron de su espacio vital. No había un
solo instante en el que no viera la figura ágil y graciosa de
Ekaterina. Habían pasado solo una noche juntos. Antes de salir de la
URSS. Ellery probó el fruto del pecado. Se había acostado en la
incómoda cama con resortes, Katya salió de la ducha con una bata
azul celeste y dibujos de flores. Se peinó frente a él y lo miró
de reojo, como si no existiera y fuera solo parte del mobiliario,
luego se desnudó, fingió haber olvidado algo, volvió pronto del
baño y se metió bajo el cobertor. Ellery sintió el calor de su
cuerpo. Tenía la carne muy firme. Ella lo cogió por la quijada sin
mucha fuerza y lo miró diciéndole “Ya tengo la solución. Quédate
a trabajar para el servicio secreto soviético. Hablaré con Mijail
Fedorchuk, él te enrolará y trabajaremos juntos”. No hubo
más. Ellery sintió un abrazo hirviente, deseó renunciar a todo con
tal de que Katya estuviera a su lado por toda la vida. No sabía que
la seducción de los extranjeros era parte de la preparación de las
militantes de la organización. Ignoraba que esas mujeres tenían una
frialdad racional que las aislaba de las sensaciones del cuerpo. En
otra situación Katya le habría confesado su amor y le habría
implorado que se quedara y, sin duda alguna, Ellery lo hubiera hecho.
Fue inolvidable esa apasionada noche porque Ellery casi no había
tenido mujeres y Katya le había mostrado lo mejor de la vida sexual.
Lo llevaron al aeropuerto Sheremetievo y Katya se le acercó fría,
pero con unos ojos implorantes que le pedían que se quedara. Él lo
pensó e, incluso, dejó caer sus cosas al suelo. Estaba decidido,
pero al preguntarle a ella si habría hecho lo mismo por él no
obtuvo respuesta, aún así quería dejarlo todo por ella, pero su
aspecto seco lo hizo dudar y cuando anunciaron que iban a cerrar la
sala de abordo la inercia lo arrastró. Vio los ojos cristalinos de
Katya y su corazón le dijo que volviera, que sería feliz con ella,
que nunca más tendría una oportunidad así, lo malo fue que sus
pies se alejaron solos. Ese recuerdo atosigó al inspector Ellery
Cárter hasta el día de su jubilación y si lo había podido
controlar más de treinta años, ahora la aparición era más
frecuente. “No me respondiste ̶ le decía frente al espejo del
baño, en la cocina o frente a su armario ̶ , era simple, ¿por qué
callaste, Katya? Era necesario solo un movimiento de cabeza. Habría
sido suficiente, !Caray! !Qué raros eran esos soviéticos locos!”.
Luego el silencio lo seguía por todos los rincones y para espantarlo
silbaba alguna melodía de Frank Sinatra.
Decidió
trasladarse a su casa de campo. Pensó en lo que necesitaría para
sobrevivir en un sitio aislado y cuando estaba sacando cosas del
armario recordó que toda su vida había querido leer su colección
de novelas de detectives. Había comprado a lo largo de los años
colecciones de novelas negras clásicas y modernas. Tenía diez
volúmenes de Conan Doyle, las obras completas de Agatha Christie y
Allan Poe, entre muchos otros autores. Algunas le habían ayudado a
descubrir a los delincuentes en la vida real. Hizo su plan de salida.
Le pagaría a la casera su última mensualidad y se llevaría solo
los objetos que fueran imprescindibles. Llamó de nuevo a la agencia
de fletes y pidió que le mandaran al mismo joven corpulento amante
de la goma de mascar.
Era
mediodía, estaba nublado. Ellery tenía el humor gris ni siquiera
sus alucinaciones lo molestaban. La vida era tan realista que sus
mejores intenciones y deseos parecían abnegados sueños infantiles.
La boca se le torció por el efecto del hígado. Recibió al chofer
de mono con poca cordialidad. Entre los dos bajaron las cosas que
estaban destinadas al basurero y luego acomodaron lo demás. Era un
viaje largo, ciento cincuenta kilómetros para ir al cementerio. Se
sentía como uno de esos elefantes viejos que abandona su manada para
ir a unas cavernas lejanas. Se sentó junto al conductor después de
comprender que ir sentado en la parte trasera de la camioneta le
dejaría las asentaderas deshechas. Iba callado y le pidió al hombre
de la goma de mascar que pusiera música. “¿Cuál le gusta,
anciano? ̶ le preguntó con acento vulgar de rapero ̶ le puedo
poner a Elvis”. Ellery le dijo que prefería el jazz y sacó una
memoria portátil con sus canciones preferidas. Viajaron con los
compases de Dave Brubeck tomando cinco notas, la voz maleable de Al
Jarreau que le arrancó una sonrisa de resignación con la canción
After all, luego Grover Washington Jr. y Jeorge Benson con sus
composiciones románticas y cuando la naturaleza fue llenando los
ojos de Ellery con la esencia de los robles, los abedules y los arces
empezó la música de verdad: Louis Armstrong, Ray Charles, Ella
Fitzgerald, B B King, Ray Charles y muchos más. La camioneta parecía
avanzar al ritmo de Hit the road Jack mientras con sus preguntas
Ellery interrogaba a Ekaterina mentalmente. “Soy pobre ̶ se decía
̶ , pero tú fuiste de piedra, no te supe entender, fuiste de hierro
y no sabías que lo único que teníamos en ese momento de la
separación era un quedate, era solo eso...”. No pudo continuar
porque su acompañante el preguntó si de verdad le gustaba toda esa
basura para dinosaurios.
̶
¿Cómo puedes decir eso, muchacho? ̶ contestó Ellery realmente
enfadado porque le había cortado su cadena de pensamientos
masoquistas.
̶
Oiga, anciano, no se ofenda, pero la gente de hoy no oye eso. Ni
siquiera nos importa quién fue Mike Jager, Lenon, Quenn, Michael
Jakson o, el otro George Michael, o el de las trenzas Boy Geoge,
¿sabe? Ni Madonna, ni Britney, ni ninguno de esos del pasado. La
buena música es del Rap para acá.
̶
No tienes ni idea de lo que es una buena composición, mocoso ̶
respondió sin mirarlo ̶ . Lo que creen ustedes es que cualquier
idiota puede dar lecciones de la vida con una perorata de media hora
con una rima barata. Parecen monos amaestrados, con sus colgajos de
oro de imitación y su actitud de perdonavidas. Otra opinión
tendrías si hubieras ido al ejército o hubieras hecho unas
prácticas en la policía, pero mira en qué paraste. ¿Acaso tu
música de barrio bajo te va a sacar de tu situación? Serás un
hombre fracasado toda tu vida porque ahora mismo ya eres un donadie,
no tienes opción.
El
joven dijo unas palabrotas y al mirar que la situación estaba
perdida se quedó mirando al frente, sacó la pendrive y la tiró
por la ventana. Ellery se controló porque no quería entrar en una
disputa poco ventajosa e inútil. Los siguientes kilómetros se
alargaron y Ellery no pudo concentrarse en nada. La cabeza le dolía
y sus pensamientos era como un alambre de púas que le molestaba
mucho.
Llegaron
por fin a una desviación y Ellery le indicó al hombre que girara a
la derecha. Entraron a una carretera muy estrecha que al principio
tenía asfalto, pero después era solo de tierra. La camioneta se
desplazó dejando una nube de polvo, llegaron a una pendiente desde
la que se veía una pequeña casa de madera. Es allí, dijo Ellery
señalando con el indice. Llegaron pronto, Ellery se disculpó por lo
de la música y le dio un billete grande de propina al tipo, pero
éste se limitó a guardarlo en el bolsillo y dejó las cosas
enfrente de la casa. Estaba oscureciendo, cogió las llaves y abrió
la puerta, recogió unas ramas secas y las amontonó en la chimenea.
Luego echó un poco de gasolina y un fósforo. Se puso a limpiar y
metió las cajas. La cabaña no era muy grande tenía una habitación
grande que podría ser un comedor, pero estaba vacío y un dormitorio
con una sencilla de madera de roble. No tenía electricidad y el
generador llevaba años sin usarse.
IV
Los
días en la naturaleza lo vivificaron. Se sentía más activo y
saludable. Al principio echó en falta las comodidades de la ciudad,
se enfadaba por no poder hacer el café en una máquina, tampoco se
duchaba como lo hacía siempre y una sensación de incómoda suciedad
se apoderaba de él, pero pronto comprendió que no había mucha
diferencia entre su vida allí y la que había desperdiciado en su
piso alquilado pensando en las emboscadas que le pondría a los
ladrones. Descubrió un poblado que se encontraba a dos kilómetros
de su casa y comenzó a abastecerse de productos allí. Le dijeron
que si lo deseaba podían descontarle de su pensión las compras y un
encargado se las llevaría cada semana. Aceptó sin reparos y se
resignó a llevar una vida de asceta o ermitaño. Por las tardes leía
con ahínco. Empezó a llenar unos cuadernillos con el análisis de
cada historia que le atraía. Hacía un pequeño croquis de los casos
más difíciles y en ocasiones se golpeaba la frente pensando que si
hubiera leído esas novelas antes, habría podido solucionar algunos
crímenes con más rapidez, lo cual habría evitado que murieran
algunas personas. Se fue amoldando a su nueva existencia y pronto le
encontró el gusto. Aprendió a cazar con trampas ingeniosas, tenía
un rifle de bajo calibre que era ideal para los roedores y ciervos.
Se fue convirtiendo en una especie de Daniel Boone que por las
mañanas se iba a la montaña y volvía con algún trofeo. Curtió
varias pieles y se hizo unas alfombras, ropa y un gorro de mapache.
Silbaba de alegría cuando salía el sol y se entretenía contándole
a un interlocutor ficticio las cosas que leía. Quería conseguir un
perro para que las presas no se le escaparan y fue a conseguir uno de
aguas al pueblo. Le asombró que las cosas estuvieran cambiando
vertiginosamente. La gente parecía alarmada y un viejo le regaló un
pequeño cachorro. “Lléveselo y aliméntelo como pueda”.
Un
día se dio cuenta de que la gente comenzaba a acumularse cerca de su
casa. Le robaban las presas de caza en cuanto se descuidaba. Llegó
un momento en que le resultaba muy difícil salir sin el temor de
encontrar su vivienda destruida u ocupada por gente con aspecto de
pordiosera. Se preguntaba constantemente de dónde podrían proceder
esos muertos de hambre. Tuvo que hacer por las noches una excavación
para mantener sus provisiones fuera de peligro. Los meses siguientes
fueron peores. No había comida y la gente se encontraba como en los
campos de concentración. Ellery se miró al espejo y vio el fracaso
total. Su barba era muy larga. No se había duchado en mucho tiempo,
su mirada era salvaje y tenía la manía de quedarse inmóvil para
tratar de oír si alguien quería hurtarle algo. Las fuerzas lo
habían abandonado y estaba dispuesto a morir. Se recostó y se quedó
mirando la pila de cuadernos que tenía en un rincón. Repasó
mentalmente las historias de detectives y saboreó el gusto del
triunfo de la deducción y el razonamiento sobre la idiotez humana.
Una historia comenzó a iluminar su mente. Era sobre unos asesinatos
en los que siempre atrapaban al asesino, pero cuando le tomaban las
huellas digitales éstas no coincidían con las que se hallaban en el
arma, tampoco con las que había en los muebles, la vajilla y otros
objetos. “El caso de la media de seda” era desde el punto de
vista de Ellery la historia mas entretenida que había en toda la
narrativa de novela negra. El cuarto amarillo era otra de esas obras
impresionantes, luego estaban las demás. Siguió paso a paso las
andanzas de Sherlock y Watson, se imaginó a los dos hermanos gemelos
burlándose del ingenuo inspector haciéndose un embrollo con los
asesinatos. Al final recibían su merecido y Ellery reía al imaginar
su rostro perplejo por no haber contado con la gran astucia del
personaje de Conan Doyle.
De
pronto se le vino un torrente de sucesos de la vida, una eterna
soledad y los fracasos amorosos frustrados por el mismo, al no
asistir a una cita o al decirle algo indeseable a las mujeres que lo
habían amado. Había tenido una amiga emigrante de Cuba con la que
pasó muchas horas conversando. Ella estaba dispuesta a soportar
cualquier cosa con tal de que la aceptara como compañera, pero
cuando llegó el momento decisivo, Ellery se quedó mudo y se dio la
media vuelta. Ana María estuvo a punto de suicidarse, dejó
de hablarle para siempre y Ellery siempre sintió el peso de sus ojos
de resentimiento. Alimentó la esperanza con frecuentes visitas,
conversaciones interesantes y un aprieta y afloja que resultó una
especie de juego de seducción. Ella resentida se casó con un ladrón
de su barrio, sufrió golpizas y humillaciones y culpó de todo al
maldito agente investigador que solo la había hecho perder el
tiempo. Para Ellery ese recuerdo era como una pelusa en la garganta.
Le causaba desagrado y no lo dejaba respirar con libertad. Pensó que
la situación en la que se encontraba era pésima y se decidió dejar
morir. Unos cuantos días de ayuno y listo. Ya no tenía muchas
fuerzas, su piel se le pegaba a los huesos y no había deseo o
esperanza que lo detuviera en el mundo. Una tarde en la que de verdad
sentía que le faltaba poco para palmar oyó un toquido en la puerta.
No puso atención porque sabía que sería algún malparido que
estaría dispuesto a comérselo por pura ociosidad. Los golpes se
hicieron más fuertes y de pronto sonó una voz. Ellery tuvo que
abrir porque pensaba que pronto tirarían la casa. Cuando abrió
encontró a un hombre joven, bien parecido y con mucha vitalidad. Lo
dejó pasar.
̶
Ellery, no sabes cuanto trabajo me ha costado encontrarte, !Dios mío,
te ves fatal!
̶
¿A caso le conozco?¿Quién eres , mocoso?
̶
Soy Thomas Moore ̶ contestó el hombre y el efecto de esas palabras
desconcertó a Ellery que pensó que le estaban haciendo una broma.
̶
No me vengas con cuentos chinos, muchacho, Thomas Moore debe haber
muerto hace varios años y tu eres un payaso. Por qué no te largas y
me dejas morir en paz.
̶
Ellery, ahora no lo crees porque no entiendes lo que ha pasado, pero
en cuanto te lo explique pensarás de forma diferente. Lo más
importante es salir de aquí lo más pronto posible.
̶
No quiero, el mundo y la vida ya no me importan, me has venido a
estropear mi encuentro con la muerte.
̶
!Dios santo!No me digas que tenías la intención de suicidarte...
̶
Pues, sí, lo iba a hacer precisamente ahora, pero con tu teatrito me
lo has echado a perder todo.
̶
No, Ellery, espera. Mira, pregúntame algo que solo supiera Moore tu
ex jefe de la policía. Anda, prueba sin miedo.
Ellery
dudando de las palabras del entrometido interlocutor pensó un poco,
se esforzó por recordar algún detalle del pasado y con tono de
ironía preguntó.
̶
¿Por qué ocultaste las pruebas del caso Simpson, falso Tom Moore?
̶
Oh, Ellery eso fue trágico. Solo te lo confesé a ti, en verdad. Te
juro que nadie más lo oyó jamás. La verdad es que mi hermano
estaba implicado, ¿Recuerdas cómo me dolieron tus palabras? Son
cosas que jamás se olvidan, Ellery. Necesitas irte conmigo ahora.
Tenemos muy poco tiempo.
Ellery
estaba impresionado porque era verdad. Moore solo le había contado a
él que no había presentado las pruebas suficientes en contra de
Larry Simpson en el asesinato de su esposa porque una persona muy
allegada saldría culpable. Trató de descubrir los rasgos del Thomas
que recordaba en el hombre y le pareció que, en efecto, había una
ligera similitud, sin embargo, para esas fechas el ex jefe de la
policía debía de tener unos noventa o cien años.
Mira
̶ le dijo Moore ̶ entiendo que desconfíes de mí, pero si no te
vienes conmigo ahora, el futuro de la humanidad peligrará. Tú eres
el único que puede recordar algo importante. Por desgracia todo es
muy complicado y en unas horas no lo entenderías, necesitas verlo
todo con tus propios ojos.
Ellery
se acostó y trató de borrar sus pensamientos diciendo en voz alta
“Esto es una alucinación, es una simple alucinación...”. Moore
se desesperó y llamó a dos hombres que estaban fuera de la casa.
Cogieron en vilo a Ellery, le echaron una manta encima y lo
condujeron a un vehículo que había a unos metros de allí. Se
alejaron a gran velocidad.
V
En
el salón del coche Ellery perdió el habla y las fuerzas. Nunca
había visto algo tan moderno. Sentía que viajaban en el aire pero a
una altura muy baja. No había ruido del motor y estaba completamente
computarizado.
̶
Siento mucho haber tenido que hacer esto, querido Ellery, pero es que
te están esperando en el centro de rehabilitación para poderte
asignar una misión especial.
̶
¿Estás loco, jovencito? ¿No te das cuenta de que hace unos quince
años que me jubilé? ¿Cómo voy a realizar una misión si ni
siquiera me puedo mover? A ver !Respóndeme, mocoso!
̶
!Todo ha cambiado, Ellery, no entiendes nada!
̶
¿Que no entiendo nada? Sí ya estaba a punto de palmar y vienes tú,
jovencito impertinente, a estropeármelo todo. ¿Qué voy a hacer
ahora? Te he dicho que la vida ya no me importa un bledo.
̶
Pero, es que te necesitamos, Ellery, de ti dependen muchas cosas.
̶
!Qué va a depender de mí, inútil jovenzuelo! !Si ni siquiera puedo
andar por mi propio pie!
̶
Ya lo entenderás, Ellery, los tiempos han cambiado. En tu
aislamiento no viste lo rápido que nos adelantó la tecnología, es
decir la singularidad y eso de los Jesuses saltadores…
̶
No quiero saber nada de tus calumnias y demás tonterías que no me
dicen nada
̶
Pero, Ellery. Tienes que ser más condecendiente...
Ellery
se ocultó en su asiento dando a entender que no quería hablar más
del asunto. Se durmió pronto y cuando despertó ya estaban cerca del
centro médico de rehabilitación. Miró con curiosidad a los
acompañantes del supuesto Moore, eran un poco raros porque podían
permanecer inmóviles, sin parpadear y, casi sin respirar, había
algo de artificial en ellos que lo atemorizó un poco. Moore notó
que estaba despierto, pero fingió ir distraído leyendo. Sostenía
una hoja plástica maleable y deslizaba el dedo por la superficie.
Ellery supuso que sería un ordenador, pero demasiado sofisticado. No
pudo ver por las ventanas porque los cristales mostraban unos
paisajes semejantes a los de las televisiones de plasma. “Casi
hemos llegado, querido Ellery ̶ le dijo Moore sin separar la vista
de su pantalla ̶ . No tienes ni idea de lo que le está ocurriendo a
la humanidad en este momento. Tienes suerte de que te hayamos
encontrado”. Ellery se tapó los oídos como si fuera un niño que
escuchara algo muy desagradable y se volvió a ocultar en el rincón
de su asiento. De pronto se abrieron las puertas y apareció un
edificio de cristal.
̶
Ven, Ellery, te presentaré a los médicos que te tendrán bajo
tratamiento. Mira, este es el doctor Karl Bauman y su
ayudante Yukio Himura ̶ . Ellery extendió la mano para
estrechar la que le ofrecían los médicos por cortesía. Sintió las
miradas de aprecio, que interpretó como lastimosas, y sonrió con
ironía.
̶
Ya veo que aquí toda la gente es artificial, ¿verdad?
̶
No estimado Ellery, lo que pasa es que hemos adelantado mucho en la
ingeniería genética y ahora la piel de las personas es más
resistente y agradable. Usted mismo lo comprobará muy pronto, en
carne propia, si me permite decirlo así, amigo.
Retiró
su mano y bajó la cabeza sin ánimo de colaborar, pero oyó que le
ordenaban andar. Siguió a Moore. Pasaron por una gran sala en la que
había unas pantallas con imágenes tridimensionales. Ellery se
detuvo a ver como unos esquiadores bajaban a gran velocidad por una
gran pendiente. Se acercó con cuidado pensando que el hospital
estaría en la cima de una montaña nevada. Al llegar a lo que
pensaba que era la orilla, se vio rodeado de árboles y vio su propia
cabaña. Había gente vagando y en todas partes había cadáveres. Se
espantó y volvió a prisa hacia Moore.
̶
¿Qué pasa, Moore? ¿Qué significa todo esto?
̶
Es que una parte de la humanidad se va extinguir. Es la nueva ley,
Ellery. Tú podrías haber fallecido estos días, pero la ANH* te
rescató. Ya te he dicho que tienes una misión. Espera a que te
rehabiliten y luego lo sabrás todo.
Hizo
más preguntas, pero no le contestaron ninguna. Lo metieron a una
habitación y le pidieron que esperara un poco. Sentado en un sofá
se imaginaba que cosas como las que estaba viendo eran solo posibles
en las novelas de ciencia ficción. “Necesita asearse un poco,
señor Ellery, le dijo Yukio Himura, venga aquí hay una ducha”.
Ellery cogió una toalla, se puso unas chanclas y entró al baño.
Se quitó la ropa y abrió el grifo del agua. Salió un chorro
moderado a una temperatura muy agradable. Cuando comenzó a
enjabonarse, el agua dejó de salir y cuando levantó la mano
buscando el grifo sintió de nuevo el chorro tibio. Le gustó la
experiencia porque tenía muchos años de no bañarse con calma.
Salió mojado como un gato envuelto en una toalla y lo recibió una
enfermera. Le dijo que le afeitarían la cabeza y la barba y luego lo
llevarían a comer.
Media
hora más tarde entró a una sala en la que le esperaba una joven con
una ensalada, un plato de carne con patatas, agua, vino, pan y
pastelillos. Comió con gusto y notó que la carne era muy suave y
que la podía masticar sin dificultad a pesar de que le faltaban
algunos dientes. Se levantó satisfecho y lo condujeron a una gran
habitación. Ellery no estaba acostumbrado a tanta amplitud. Siempre
había vivido en interiores muy bajos y estrechos. La cama le parecía
para tres personas, el techo muy alto y la falta de mobiliario le
producía agorafobia. “No se preocupe por esto, querido Ellery, le
dijo el doctor, pronto se acostumbrará. Ahora me gustaría que se
viera atentamente y recuerde su estado”. Ellery no quiso moverse,
pero la enfermera lo convenció. Con sorpresa se miró la cara, el
cuello y la cabeza. No se imaginaba que el deterioro causado por la
vejez fuera tan contundente. Se sintió realmente como una momia. Se
pasó las manos por la cabeza rapada, luego se intentó desarrugar el
rostro y se desabrochó la camisa. Vio un esqueleto forrado de piel
amarillenta. Se le veían las venas azules y verdes y el vello era
como una pelusa blanca. Sintió desconsuelo y luego recordó que
tenía una misión. “Oiga, doctor Himura, dijo sin voltear y
señalando al espejo, ¿podría decirme cómo va a realizar su misión
este esqueleto?”. El doctor Yukio se puso a reír a carcajadas.
̶
Mire, Ellery, no lo va a creer, pero la ciencia a logrado dominar la
estructura genética del hombre. En este momento, ya podemos hacer
cualquier cambio en su organismo, incluso hemos encontrado una forma
de revertir la juventud.
̶
Sí, doctorsito de pacotilla, eso suena muy bien; pero no me dice
nada.
̶
Usted no es biólogo, pero sus métodos de detective le podrían
ayudar a deducir la forma en que lo vamos a rejuvenecer.
̶
Y ¿qué? ¿Me van a cortar los pellejos, me van a cambiar el cerebro
y me van a poner nuevos músculos?
̶
Ni se imagina las transformaciones que le esperan. Mire, primero
tenemos que ir a un laboratorio para hacer una evaluación del estado
de su cuerpo.
̶
No se necesita mucho esfuerzo para ver que estoy hecho una momia.
̶
Mejor, así podrá constatar que le digo la verdad. !Venga aquí! Nos
vamos al laboratorio, ya.
Pasaron
por un largo corredor y llegaron a un espacio en el que las paredes
eran grandes pantallas. Una voz se dirigía a ellos y les
preguntaba cosas. Himura dijo que era necesario hacer una evaluación
exacta del grado de envejecimiento de Ellery. Del techo se proyectó
un haz de luz y en las paredes fueron apareciendo las imágenes
escaneadas. Había datos impresionantes. Velocidad de la circulación,
la cantidad de neuronas funcionales del cerebro, la temperatura, el
desgaste oseo y mucho más. Ellery no entendía mucho y cuando la voz
avisaba sobre el riesgo de contraer alguna enfermedad o el grado
temprano o avanzado del cáncer, él temblaba. También oía la voz
de Himura que le decía que todo era curable. Que se podían
restituir los órganos sin extraerlos del cuerpo. El hígado de
Ellery estaba dañado y funcionaba al cuarenta por ciento. Algunas de
las malas costumbres en su alimentación habían provocado anemia y
principios de diabetes. Se sentía como una cobaya a la que se
disponen a torturar. Una vez terminada la examinación la voz dijo
que el proceso se tardaría más o menos un año, que era mejor así
para que el individuo se recuperara de forma natural. Yukio le dijo a
Ellery que se vistiera y le acompañara. Salieron del edificio. Yukio
le dijo que iba a vivir en el bloque aledaño donde había algunas
personas como él. Ellery no se alegró mucho. Empezó a caminar en
silencio, pero le extrañó que las lozas del piso fueran cambiando
de colores y se escuchara una música clásica muy agradable. “Es
Chaikovski, dijo Himura con una gran sonrisa, las luces se encienden
al compás de los violines, es hermoso, ¿verdad? Pida una
composición y verá”. No se le ocurrió otra más que el bolero de
Ravel que conocía por una película que había visto en su juventud.
Le gustó mucho que la música fuera tan expresiva y provocara tantos
efectos en las piedras cuadradas. También se encendió una fuente y
los chorros tenían un baile especial, solo que al final tuvieron que
apresurarse un poco porque los truenos de los tambores hacían que
los chorros se elevaran muchísimo.
̶
Aquí esta su habitación ̶ dijo Himura con alegría.
̶
¿Dónde está el mobiliario y la cama?
̶
Ah,¿le sorprende, ¿no? Es gracioso. Lo único que tiene que hacer
es pedir las cosas. Así, por ejemplo. Quiero la cama ̶ apareció
del piso una cama bastante grande ̶ , ¿lo ve?
̶
Y ¿cómo voy a saber sí hay algo aquí?
̶
Pues, pídalo. Si lo hay se lo darán y si no, pregunte dónde se
puede encontrar. Es fácil.
̶
Ah, ¿y si pido una piscina?
̶
Pues le dirán dónde encontrarla. !Hágalo y verá!
̶
Oye, tú, cosa de allí, ¿dónde está la piscina?
La
voz dijo que necesitaba bajar a dos plantas y le señaló el
ascensor. Ellery preguntó por las demás personas y Himura le dijo
que había un horario de eventos recreativos, que podía consultarle
los horarios a la voz. Himura se fue y le deseó una estancia
agradable a su paciente.
̶
Oye, tú cosa esa, como te llames...quiero una copa de coñac y un
puro ̶ dijo Ellery
̶
¿Podrías llamarme Dea?
̶
¿Dea? ¿Qué significa eso?
̶
Es una mujer creada por Victor Hugo, de su obra el hombre que ríe,
¿la has leido?
̶
No, Dea, no la conozco y no me interesa
̶
Pues, yo podría leertela o traerte el libro. Aprenderías mucho
sobre la historia de Inglaterra del siglo XVII, se considera la mejor
novela del autor
̶
No sé, tale vez después. Mira, mejor ¿podrías darme un coñac con
un habano?
̶
Por supuesto, querido Ellery, enseguida te lo traerán. ¿Algo más?
̶
Sí, claro que sí. ¿Podría ver las noticias?
̶
Lo siento, pero está prohibido por ahora. Saber lo que ocurre allá
fuera podría enfadarte o impactarte. Pídeme cualquier cosa menos
eso.
̶
No, déjalo así. Me encerraré en mis pensamientos sin que nadie me
moleste.
̶
Como tú lo desees.
Pronto
se presentó una joven con un vestido blanco, puso la bandeja en una
mesa que apareció cerca de la ventana y le deseó una estancia
placentera. Ellery quiso hacer conversación con ella para indagar
sobre la situación mundial, pero él se negó argumentando que
pronto llegaría una persona interesada en él.
VI
Ellery
se había acostumbrado a su nueva condición. Le asombró que en la
primera semana le hubiera salido más pelo, tenía la sensación de
que el número de arrugas era menor y que su peso iba aumentando poco
a poco. Se presentó ante él el doctor Bauman y mantuvo una
conversación en la que puso al tanto a su paciente.
̶
Le parecerá un poco extraño que sus cambios sean tan lentos. Lo que
pasa es que así se acostumbrará a su nueva condición.
Ellery
estaba mirando el gran campo de césped que tenía enfrente. Los
edificios tenían fachadas de cristal y se veían pocos vehículos
circulando.
̶
Sí, doctor Bauman, algo de eso me habían dicho ya, pero me gustaría
saber para qué soy necesario.
̶
Algo le habrá dicho su nuevo amigo Charles Jameson con quien
usted trabajará en la misión. ¿Sabe resulta muy curioso que a él
le hayamos tenido que retrasar su rejuvenecimiento. Lo podríamos
dejar a la edad de veinte años en una semana.
̶
Esa es una patraña. No se lo creo.
̶
Oh, querido Ellery, no sabe usted lo que está pasando en el mundo.
Estamos en una reserva para las personas privilegiadas. Se está
haciendo una selección depurada de la especie. No es al estilo de
Darwin esperando que se evolucione...
̶
¿Cómo dice? ¿Una selección natural? ¿De qué forma?
̶
Es sencillo. Mire, cuando usted estaba a punto de jubilarse ¿notó
que muchas personas famosas, ricas o influyentes murieron?
̶
Sí, la gente lo comentaba mucho, pero creo que era normal. Había
enfermedades incurables que mataban a cualquiera. No sé qué se haga
ahora pero...
̶
Permítame decirle que no murieron.
̶
¿Cómo que no murieron? ¿Dónde están ahora?
̶
Sí, en efecto. Ninguno de ellos murió porque se unieron al plan de
la Asociación por la Nueva Humanidad. A esa organización le
pertenece todo esto. Se lo dijo Moore su ex jefe, que por cierto fue
seleccionado en esa época y estuvimos a punto de perderlo porque
estaba mil veces peor que usted y véalo ahora. Es un joven de
treinta años.
̶
Supongamos que es verdad, pero ¿qué cosa quiere esa asociación?
̶
Mire, Ellery, hay algunas cosas que creó la humanidad que no fueron
tan buenas como se esperaba y por eso se va a reducir la población
mundial. Muchas personas mueren cada día. Se ha creado un caos
económico que está matando de inanición a una tercera parte de la
gente. Los que mueren son sujetos que no tenían una esperanza de
vida de más de sesenta años y se consideran una escoria.
̶
Y ¿quién decidió eso? ¿a quién se le ocurrió semejante locura?
̶
Bueno, está por demás decirle que es la ANH, pero es importante que
sepa que le pertenece a las personas más ricas de la primera y
segunda década del siglo XXI. ¿Cree usted que los famosos
multimillonarios se fallecieron así porque si. ¿A quién se le
ocurriría morir cuando ya era posible renovar órganos y mejorar la
condición física?
̶
Pero los medios de comunicación lo decían, ¿no? Si eso no era
verdad, alguien se habría enterado, ¿no cree?
̶
Sí, tiene razón, lo que pasa es que las ventajas de guardar
silencio eran muchas. Se nos ofrecía algo jamás imaginado. Algo así
como la inmortalidad. Imagínese al creador de la empresa de
ordenadores más famosa del mundo muriendo de un simple cáncer. ¿No
daría usted sus millones porque lo curaran?
̶
No, claro que no, por si no lo sabe, a mí me han traído a la fuerza
y si fuera rico pagaría todos mis millones para que me dejaran morir
tranquilo.
̶
Bueno, eso es en su caso, pero hubo otros que sí dieron su fortuna
para la investigación. Por desgracia, amigo mio, en tiempos de paz
el progreso es más lento y nosotros teníamos un enfrentamiento con
algunos científicos de China que estaban experimentando con el
genoma humano sin rendirle cuentas a nadie. Para la gente habitual
era natural morir de hepatitis, Sida u otra enfermedad heredada del
siglo XX, pero ya era posible restablecer células en el mismo
organismo. Ya no era necesario un trasplante, ni siquiera el
desarrollo de un órgano artificialmente. Era fantástica la
oportunidad. Imagínese que se presenta usted como el tal JB de la
empresa de la manzana y le dicen: “No se preocupe, ya hay curación
para su páncreas. Solo tendrá que tomar este nano regulador
funcional y su glándula volverá a ser la de antes, además le
regularemos el estado de todas las demás partes del cuerpo”. ¿Qué
le parece?¿No daría usted su fortuna por eso?
̶
No, creo que ni así lo haría.
̶
Pues, es usted un tacaño e ingenuo porque es cosa de niños. Ahora
mismo se está realizando ese proceso dentro de su organismo. Ya le
he dicho que lo habríamos podido hacer en el transcurso de una
semana, pero para su misión tendrá que esperar unos meses más.
̶
¿Otra vez con esa cantaleta? Estoy pensando en negarme a la misión,
¿sabe? Sobretodo porque nadie me dice qué es lo que tengo que
hacer.
̶
Por desgracia no tengo autorización para decirle, pero le aconsejo
que se prepare porque es algo trascendental para la futura humanidad.
Debería cumplir con su trabajo y luego hacer lo que se le pegue la
gana y, si me disculpa, tengo que irme a hacer mis cosas, que tenga
un buen día.
Ellery
se irritó pero al verse reflejado vio que el pelo ya le cubría la
cabeza, seguían siendo canas , pero eran más gruesos. Se podría
decir que había rejuvenecido unos cinco años y en lugar de tener
sus ochenta y cinco bien cumplidos, solo tenía ochenta. No era
grande la diferencia, pero pensó que en otras circunstancias ya
habría muerto y su estado sería paupérrimo y agonizante. Le surgió
un presentimiento y se fue a escribir en una pequeña libreta que
había pedido unos días antes. Se recomendó a sí mismo no cambiar
de opinión porque estaba por surgir otro Ellery, más joven y
ambicioso como el que había entrado hacía decenas de años en la
policía. ¿Qué pasará si después no se me da la gana palmar? ̶
se preguntó haciendo gestos. Hizo muchas anotaciones, subrayó
palabras y remarcó fragmentos enteros. Luego se fue a mirar por la
ventana, se vistió y bajó al campo de césped.
VII
A
su encuentro fue Charles, se miraron con camaradería y empezaron a
caminar. La tarde era muy tibia, el cielo se veía fantástico por
algunos tonos rosados y naranja que lo hacían parecer una deliciosa
fruta. Ellery no quería conversar en realidad porque se sentía como
un jugador de ajedrez al que le han cantado un jaque y ha notado una
pequeña grieta en su defensa. Fue Charles quien lo sacó de su
concentración. Primero le habló de sus cambios, luego de las cosas
que empezaba a recordar y la ausencia de padecimientos, por último
se paró y se quedó viendo unas nubes.
̶
Son hermosas, ¿verdad?
̶
Sí, amigo mío, Son fantásticas. Un milagro de la naturaleza.
̶
Sí, en efecto, Lo malo es debajo de ellas se está muriendo la
gente. ¿Ya se lo han dicho?
̶
¿Qué cosa?
̶
Eso de la selección humana. Seguro que le ha dejado un nudo en el
estómago.
̶
Sí, es verdad. Es horrible, pero estaba preocupado por otra cosa.
¿Qué pasará cuando me mejore y esté listo para mi tarea?
̶
No lo sé, amigo mío, pero me imagino que nos mandarán juntos. Me
lo ha dicho Himura.
̶
¿A sí? Y ¿qué es lo que vamos a hacer?
̶
Pues, no lo sé. Yukio solo me ha dicho que empiece a entablar
amistad contigo porque nos enviarán al otro lado del planeta.
̶
Por cierto, ¿sabes dónde estamos Charles?
̶
Sí, esto antes era San Diego.
̶
¿San Diego? ¿Cómo es posible? Estaba hace un mes en Carolina del
Sur. Pensé que esto sería Alabama o Georgia porque tardamos par de
horas en llegar en coche.
̶
No, Ellery, esto es California. Te lo puedo asegurar. Es que los
coches ya no son como tú los recuerdas. Ahora nos transportamos en
aerodeslizadores que alcanzan velocidades de 400 kilómetros y pueden
ir por cualquier superficie, asfalto, tierra o agua. Es un invento
muy ingenioso, incluso han dejado en desuso a los aviones comerciales
y son más seguros. !Imaginate!
̶
Es por eso que se mueven a una altura mínima del piso, ¿verdad? ̶
preguntó Ellery comprendiendo finalmente el efecto
antigravitacional.
̶
Exacto, Ellery, pero todo ha cambiado. En realidad, tu tratamiento es
lento porque quieren que vayas asimilando las cosas nuevas. Te
sorprenderá todo lo que vas a ver. El futuro nos ha adelantado en
casi todo. Tú solo conoces las instalaciones que tenemos aquí cerca
que son una maqueta especial para la gente de nuestra generación,
podría decirse que somos una reserva específica. Allá afuera está
sucediendo algo atroz y los países se están despoblando con
rapidez.
̶
Oye, Charles, ¿qué es eso de la ANH?¿Tú lo sabes?
̶
Es complicado de explicar, pero según sé, hubo un acuerdo
internacional en el que la ONU y los presidentes hicieron un pacto
secreto ante la posibilidad de prolongar la vida. Era imposible
pensar en mantener una población de siete mil millones de personas
sobre la tierra con una esperanza de vida de ciento veinte años o
más, además conforme pasa el tiempo la cifra aumentaría hasta los
doscientos. Sería un caos. ¿Te imaginas los gastos que generarían
la producción de alimentos y las pensiones? Ah, veo que quieres
contradecirme, pero si piensas que una población mundial podría
producir a gran escala, es verdad, pero con una tasa de natalidad
alta como lo sería con una vida asegurada en una década el mundo
estaría a reventar. Fue más o menos así, Ellery, se tomaron en
cuenta muchos factores y, al final, dijeron que conservarían sólo a
la gente que fuera necesaria. La plebe desaparecerá, la economía ya
no depende de la política ni la producción. Hay una estandarización
y no se hacen presupuestos para la investigación, los acuerdos
imaginados que se han creado ahora no son como los de nuestro siglo.
Hay una transformación demoníaca. Hasta las religiones caducaron.
̶
Bien, Charles, creo que empiezo a entender. No somos conejillos de
indias, sino nuevas personas con el privilegio de vivir, sin embargo
yo sigo deseando morirme, pues no le veo sentido a esta nueva vida.
̶
Sí, te entiendo, pero quizás haya algo que te haga cambiar después.
Ni siquiera nos han dicho de qué es la misión, eso te transformará
sin duda, si no es que, con tu proceso reversivo, eso suceda muy
pronto.
Ellery
recordó su imagen de la mañana en la que el pelo ya poblaba toda su
cabeza y la cantidad de canas era mínima. Las arrugas comenzaban a desaparecer y se le habían ampliado el pecho, los brazos y las
piernas. Le habían dolido un poco las encías y notaba que asomaban
unas punta afiladas, le costaba menos trabajo recorrer distancias
largas y podía pasear varias horas por el inmenso territorio de la
clínica que además tenía un campo de fútbol, piscina, un estadio
cubierto, un auditorio, salas de exposiciones y teatros. Charles le
preguntó a Ellery si asistiría esa noche al concierto de Beethoven.
Aceptó y quedaron de verse a las ocho de la tarde.
En
su habitación Ellery empezó a cuestionarse su futuro. Era verdad
que estaba rejuveneciendo. ¿Cuántos años le quitarían de encima y
para qué?¿Cómo sería su existencia al volver a la
juventud?¿Tendría los mismos sueños que tuvo cuando fue joven? No
quería atormentarse con sus ideas y por curiosidad le preguntó a
Dea por las personas que asistirán al concierto en la noche. Son
gente que en su época se destacó por alguna cualidad. Esta noche la
mayor parte de los visitantes que estarán en la sala son personas
altruistas e intelectuales que de alguna forma conservaron hasta el
último momento la esperanza. Son de todas las profesiones y a usted
le gustará conocer algo de sus vidas. Como usted tienen una tarea,
pero no tan importante como la suya. Si le preguntan diga la verdad,
que era investigador de homicidios y, al igual que todos ellos, está
rejuveneciendo despacio para asimilar su nueva condición física.
Se
puso un traje negro y se fue por el campus hasta llegar a un edificio
con forma de una flor de titanio. Había poca gente y se encontró
con Charles quien iba acompañado de una mujer guapa de unos
cincuenta años. Ellery pensó que pronto sería una hermosa
fotomodelo o se parecería a una de las grandes actrices de cine. Por
un momento, la idea de que estuvieran retrocediendo en el tiempo le
pareció como vivir una vida alrevés o al estilo de Benjamin Boton.
Pensó en lo habría dicho Francis Scot Fitzerald hubiera estado
allí. Las conversaciones giraban en torno a las condiciones tan
agradables en las que se vivía. Muchos de los hombres mencionaban
obras de literatura, películas de gran interés y cocina, pero nadie
se atrevía a mencionar algo sobre política, economía o filosofía.
Las mujeres no ponían atención en las joyas, los vestidos o la
condición social de la gente que se encontraba allí. Un hombre de
la misma apariencia de Ellery le sacó conversación, le dijo que se
había dedicado a la abogacía y que se sentía feliz de que lo
hubieran escogido para formar parte de la nueva humanidad. Lo malo es
que a todas las preguntas que le hizo, se negó a contestar. Cada vez
que Ellery le manifestaba sus dudas, el astuto abogado hablaba de las
nuevas condiciones del derecho internacional del futuro. La propiedad
privada se había derogado, la garantía de pago entre las naciones
tenía otros parámetros y no se comerciaba con dólares. Otros
curiosos también dieron su opinión algunos decían cosas
desconcertantes. Como un historiador que decía que se habían
rebasado todos los límites y que por fortuna, el hombre había
apostado por la biología y no la robótica. Ellery logró intuir un
poco lo que le estaba sucediendo porque varias mujeres comentaron la
forma en que se les iban desprendiendo los años y Williams, el
doctor explicaba con detalle el restablecimiento celular.
Al
comienzo de la novena sinfonía de Beethoven, Ellery tenía muchas
preguntas, pero la música le fue dejando una sensación ya olvidada.
Se sintió vivo de nuevo, con vigor y el deseo de unir a la gente,
fuera cual fuera, las hermosas notas le había endulzado el espíritu.
Habló con placer de lo que recordaba del compositor. Charles y su
pareja se sintieron alagados por su compañía y cenaron juntos.
Amanda era generosa y encontraba las opiniones de Ellery muy
adecuadas, había en su mirada una expresión de agradecimiento que
Ellery sentía como si fuera atraído por un campo magnético que lo
mantenía en una órbita. “Debió ser usted un hombre muy
compasivo, señor Ellery ̶ le dijo ella con una sonrisa muy bella ̶
, no me sorprende que lo hayan escogido para vivir aquí”. En
realidad nos mandarán a una ciudad, dijo Charles, pero tendrá que
acabarse esa limpieza de la que todo mundo habla, pero no se sabe
nada en concreto. Ellery bailó con Amanda y feliz se marchó a
dormir.