jueves, 20 de agosto de 2015

Mini cuentos




“El aguacero del verano tamborea en la cabeza de las carpas”.

 Nunca pude entender esa frase de Masaoka Shiki y pensé que en el lejano Japón todo sería al revés porque aquí el verano es más seco que el desierto de Atacama. Quien me lo reveló fue Laine, una joven de Estonia delgada y caderona que tenía un pez azul tatuado en su muslo izquierdo. En japonés-dijo,- se llama Koi asagi, carpa azul. -¿Y tu nombre significa algo en estonio?- Sí, Laine en mi idioma significa Ola. -¿Es por eso que te has tatuado ese pez?- No, no es por eso. Es porque me encantan los dibujos del lejano oriente, tienen su magia y misterio.

Y vaya que si lo tenían-, le dije al chico que me estaba haciendo mi tatuaje en el hombro-. Imagínate que yo sólo la había visto en minifalda, pero un día por azares del destino terminamos en una habitación de hotel y vi su dibujo completo. El pez estaba con la cabeza dirigida hacia el vientre y tenía la boca abierta, pero ésta terminaba exactamente en la entrepierna. Fue cuando recordé al poeta renovador japonés y comprendí su increíble sabiduría que me dejó sin habla.



La marioneta

Te recuerdo así, tan bella, y ahora, eres tan antigua, con una carita resquebrajada y agrietada, con tu semblante blanquirrosado y tu vestidito de encaje azul celeste, con esos hermosos zapatitos chatos y calcetincitos bordados, con aquellos largos calzones de holanes y tu delantal. Tu pelo recogías por el día y tus trenzas castañas atabas por las noches. Evocas en mí los recuerdos de los brazos morada con los que una niña nos protegía al meterse el sol y para dormirse a su madre le pedía las más románticas canciones. Suenan, muy dentro de mi corazón de trapo, las notas de una agradable composición:

 Naranja dulce, limón partido, dame un abrazo que yo te pido, si fuera falso mi juramento en otros tiempos se olvidarán…
Adiós señora, yo ya me voy a mi casita de sololoy.

Se me derraman unas lágrimas hiladas en carretes de pelusa, y te miro desde lejos, suspiras pero no por mí,  y estás ahí en la balda, sentadita, impasible y enamorada, mientras yo roto y descosido, arrumbado en una caja del olvido rememoro aquellos tiempos en que añoraba con el alma, ser para ti tan importante como un osito de peluche.








Cosas del pan, cosas del vino

La desgracia no podía venir de otra forma ni en otro momento. Me llegó así cruda, pelona y desagradable, acompañada de la crisis y el paro, surgió sin tapujos después de una engalanada y desesperada frase que pronunció mi madre:
“Aunque sea pan con pan, te lo comes y te callas”
Había un secreto en esa sopa de aire con música de Pan, pues existía una estrategia para burlar el hambre y era soñando un bocadillo mágico. El rico emparedado me llegó en lo que sería la fase más profunda del letargo nocturno, pero por desconocimiento de la ruta del inconsciente o hundimiento en las imágenes oníricas llegué a un bosque dónde se confundieron las cosas y de tanta falta que me hizo, durante el día, la presencia de un mendrugo, éste se me  apareció pero con patas de cruasán y cuernos dorados. Me hipnotizó con su flauta y su  melodía.Me desperté en el sueño y me vi ya grande, alejado de ese eterno sufrimiento por la falta del relleno en el tubo de pan, sin embargo había aparecido una nueva forma de ninfo migaja que me incitaba al vino diciéndome con acoso:
 “Al pan pan y al vino vino”

¡Stop Manta!

Ante él estaba una anciana de ébano. Reconoció en su sonrisa, de coral y espuma, la boca de su madre que le hablaba con cariño. Le dolía el cuerpo y deliraba, se sentía roto y resquebrajado por dentro. Veía ante sus ojos las escenas más disparatadas. Primero, una patera náufraga repleta de emigrantes y las olas blancas danzando como cola de sirena, después, sus instrumentos musicales y su lengua nativa diluyéndose en el mar, luego, la imagen joven y fresca de su mujer a quien siempre recordó con su abalorio, un turbante índigo y su psicodélico caftán, al final, una manta con mercancías clandestinas y sus plantas tatuadas en la ardiente arena.

Recordó lo que pasaba. Unos Mossos d´Esquadra lo auxiliaban. Miró el cielo buscando Senegal, pero sólo vio volar, como parvada de gaviotas, las promesas hechas a sus hijos.

 —Estarán grandes —pensó—, tal vez casados y con hijos, ¿Qué dirán de mi mis nietos? ¿Cómo me recordarán?

 Un estruendo de patrullas y ambulancias lo interrumpió mientras alguien le preguntaba ¿Cómo estás Mor? Te persiguen por lo del Top manta. Desilusionado el vendedor entornó los ojos para meditar, pero los eternos sufrimientos de su cuerpo salieron evaporados.





Sueño de una noche de verano.

Notó que había perdido la conciencia por el sopor del agobiante sol. Se levantó y miró los enormes muros que tenía ante sí, parecía imposible salvarlos; así que empezó a buscar una salida. Media hora más tarde supo que era un laberinto. La luz lo cegaba y tenía sed. Descubrió un lecho en el que se encontraba sentada una mujer y, a pesar de que no podía distinguir sus facciones, su instinto masculino le decía que era hermosa. Un hombre fuerte como el mismo Hércules apareció a su lado y le dijo:

 “Es ella, mi señor”.

Al llegar a la cama vio a una amazona exuberante, fecunda y aromática como ninguna y se mareó al recordarla, “Hipólita, Hipólita”, gritó angustiado porque su bella prometida tenía un par de enormes orejas de asno y estaba montada sobre un lujurioso minotauro que la cabalgaba. Se habían sujetado por la cintura con un cinturón. Teseo miró el rostro agónico de su amada que rebuznaba de placer y lloró amargamente. Quiso desatarla del monstruo pero los coletazos que ella le propinaba con el rabo se lo impidieron. Despertó agitado; corrió al espejo; confirmó que era William y murmuró:


 “Sucedió en una noche de verano…”




El poeta caníbal.

Soy un presidiario y cumplo condena de cadena perpetua por asesinato. El otro día soñé que me pasaba a la celda de mi vecino y veía lo que hacía en ese momento. Siempre me había intrigado un sonido que me llegaba a través de la pared. Se filtraba por las grietas del muro con aspecto de las fauces de un lobo masticando, luego, había chasquidos y un grito de felicidad como si una fiera aullara en la noche. Por fin, ese misterio desaparecía ante mis ojos porque mi vecino de claustro era José Luis Calva Zepeda. El criminal me había quitado el sueño para siempre. Entendí porqué, desde hacía mucho tiempo, me había sentido como un ratón incrustado en un rincón debajo de mi cama.
El caníbal estaba con la boca sangrante y tenía una pieza de carne cruda en la mano. Me veía con curiosidad y soberbia, como si yo le  hubiera interrumpido durante una delicada tarea que exigía su  total atención. “Soy Crono, el titán, me he comido a mis hijos”. En ese momento me desperté y vi  al mismo hombre de mis sueños reflejado en un mudo, sangriento y sorprendido espejo. A mi lado había dos guardias con un tarro de vaselina, una macana y una soga. Se disponían a ahorcarme.

Nota:
El personaje es real y se le denominaba "El caníbal de la Guerrero". Fue arrestado y condenado por sus actos de canibalismo. Murió ahorcado en la prisión y se rumorea que fue asesinado.





Horrores nocturnos

Al final de un sueño comenzó la pesadilla. Nunca le gustó ser liebre, por eso en su letargo imaginó que era un enorme lobo, que ensañado con los lagomorfos, los devoraba. De pronto, se veía perseguido por unos cazadores que le disparaban. Corría angustiado por la persecución, sentía que lo alcanzaba un dardo anestésico y se lo llevaban dormido en una camioneta.
 Al recuperarse del embotamiento, notaba que estaba en una sucia y estrecha jaula. Unos hombres le estiraban las patas para desollarlo. El lobo recordó que estaba dentro de un sueño y se despertó para volver a su forma original, pero temía hacerlo porque sabía que al volver a su mundo real sería tragado por una bestia voraz.
 Trató de mantener los ojos cerrados el mayor tiempo posible y, cuando ya no pudo más, se resignó a su destino y entreabrió los ojos. A su alrededor había pieles de zorro por todos lados, charcos de sangre y carne fresca. Se miró. Estaba abierto de patas, atado y un hombre de ojos rasgados le hacía un canal en la panza. Vio el rojo borbotón de sangre, perdió el conocimiento, quiso volver a ser libre pero ya no dormía.



Venustrafobia.

Se me evita porque soy un alienado pervertido y peligroso. Vivo en un manicomio pero no estoy loco de locura, estoy loco de amor. Fue por Anita, ella fue quien me dejó en esta condición. La conocí de joven en un jardín de Sommarvägen, parecía una Venus en bañador naciendo de su enorme concha de mar cada vez que se inclinaba. Era preciosa. La miraba desde la distancia y me percataba de no quedar frente a ella porque, entonces, me sudaban las manos, me temblaban las piernas y en la lengua se me tropezaban las palabras.

Se fue a Hollywood y comenzaron mis problemas. Recorté la portada del picturegoor, me enredé en su conversación y follamos por primera vez. Han pasado cincuenta años, hemos tenido amor y odio. No me queda otra cosa que su imagen de adolescente. No veo su famosa “Dulce vida” ni “Locos por Anita”. Prefiero verla como siempre, virgen, esbelta y dulce. Pronto me borrará la mente la otra demencia, la de verdad, la que no amenaza. Para entonces, sólo quiero que me pongan en mi celda una pancarta enorme con su rostro para poder irme con ella en el momento en que me desconecte.


¡Existen las palomas grises!

Paloma que va volando no dice a dónde ni cuándo. Con esa frase empezaban los días de miel y llegaban las noches de hiel. Era por ella que vivía. Tan majestuosa e imponente; con ese garbo; dominadora y de aspecto silvestre; de casta torcaz. Era mensajera de infortunios porque le traía placer en los sueños y en vigilia lo desgraciaba. Le gorjeaba a todos menos a él. Salía por las tardes con su falda entallada, levantaba los tacones como si buscara bulla e hinchaba el prominente pecho. Hacía su baile de ritual y emprendía el vuelo. Volvía de madrugada, muy herida de tabaco y alcohol, desplumada y sofocada por revolcarse en lechos de otros. Parecía que se burlaba al verlo de reojo, pero era más para excitarlo que para rechazarlo.
—No te fijes más en ella, hijo mío, es una perdida. Es un ave capona que se revuelca en nidos ajenos, es ave de mal agüero —le decía doña Tomasa.
—Otra vez con su lema, mamá. Ya no me salga con la misma cantaleta, que un día me convierto en gavilán y me la como, ya verá.

Lo cumplió un día, pero fue su maléfico fastidio.



Gulag

Fueron suficientes sus ideas económicas y un chivatazo para condenarlo al campo de disidentes. Fue por el vecino cobarde que no aceptaba su rebeldía. En el 38, era suficiente opinar en contra del régimen para condenarse en la URSS. El maléfico artículo 58, con sus catorce cláusulas. Imposible librarse. Le aplicaron el 58-10 por hablar de la economía capitalista y criticar algunos aspectos de producción del sistema soviético. Llegaron como siempre en un coche negro, lo sacaron con la ropa que llevaba puesta y se lo llevaron de viaje. Veinte años de trabajos forzados sirvieron para forjar su espíritu y ajar su cuerpo, tuvo que esperar hasta que la muerte lo separara de Jossif Vissarinovich para volver con su familia. Llegó hecho un esperpento, sus hijos lo recordaban por una fotografía pero el maltratado hombre que se presentó no encajaba con el otro. Siempre saldrá una flor después de la tormenta—se decía a sí mismo—. Lo único que surgió fue un tallo retorcido, sin pétalos, que no mereció los años de sopa aguada, castigos y humillaciones físicas y morales. Sólo valió su amor que lo salvó, pero por desgracia a los otros no les sirvió de nada.

Ojos semi hundidos de perro



Vivía en una sociedad de inadaptados en la que las personas eran presas de la histeria, la psicosis, la angustia, la depresión y la perversión. Había tratado muchísimos años de no cruzar esa línea de lo que consideraba buen juicio o cordura, pero una mujer lo obligó a arriesgarse porque se enamoró perdidamente de ella. La vio por primera vez en la sala de un museo donde había una exposición de cuadros grises que reflejaban la angustia de personas monstruosas de espíritu. Estaba apreciando un cuadro con el título de “perro zambullido”, en el que aparecía la cabeza de un perro en un fondo beige claro que no alcanzaba a ocultar los dibujos que cubría, cuando ella apareció a su lado. Iba vestida de forma modesta. Una blusa blanca muy holgada, una falda de estilo hippie de los años setentas, su pelo castaño era muy volátil y ensortijado. Llevaba brazaletes de madera y un collar de cuencas verdes enormes. Se le acercó con mucha precaución y buscó la forma de entablar una conversación con ella. En verdad, le resultó muy difícil porque la mujer pertenecía al grupo de los vesánicos. Tenía una libretita donde iba apuntando datos, luego sacaba una grabadora y en voz muy baja cuchicheaba algo como si fuera una avispa. Todo indicaba que era periodista y que trabajaba para un diario.
Al principio, sintió un poco de rechazo, causa del fatídico descubrimiento, pero después fue conciliándose con su propia desavenencia para aceptar la realidad. La chica le gustó tanto que llegó a admitir que sería conveniente tolerarla. Era una mujer que valía la pena y lo sabía. Echó todos sus principios por la borda y se dio fuerzas para aparentar que estaba tan poco cuerdo como ella y pronunció unas palabras.
-¿A usted también le parece que este cuadro encierra su misterio?
-¡Hombre, lo que ha dicho suena muy lógico!
Ramiro se recriminó de inmediato por haber cometido un error tan grave y se sonrojó. Decidió que si quería conquistar a la mujer tendría que esforzarse en manifestar sus disparates de una forma contundente. Pensó en lo que sería más descabellado decir y prosiguió.
-Disculpe, me refería a que debajo de cada capa de pintura, puesto que el artista se despertaba por las noches y oscurecía sus cuadros, debe encerrase algún misterio que por desgracia no podemos ver por completo, pero si pone atención verá que detrás de este fondo amarillento hay monstruos.
Ella sonrió con verdadera alegría a pesar de que el disparate había sido imperdonable.
-Pues, ahora que lo dice, creo que sí. Tiene razón. ¿Y qué más piensa? –Ramiro se mordió los labios y lamentó, por un lado, tener que sumergirse en una conversación estúpida y sin principios racionales.
-Bueno, a decir verdad se ha escrito mucho sobre esto y usted debe saber mucho más que yo. ¿Es usted periodista?
-Sí, cómo lo adivinó.
-Por la grabadora que tiene en la mano y por su aspecto intelectual.
-Gracias. Es usted muy amable.
-¿Cómo se llama?  -preguntó con dificultad porque en ese momento le habría encantado darle rienda suelta a sus verdaderos sentimientos y saltar sobre ella para danzar, pero tenía que actuar como un anormal y le estaba costando mucho trabajo.
-Beatriz.
-¡Que nombre tan bonito! ¿No había en una obra de Dante una heroína con ese nombre?
-Pero qué desconcertante es usted. Por momentos me parece muy lúcido e ingenioso y en otros un papanatas.
-¿Eso le molesta?
-No. Por el contrario. Me gusta mucho.
En realidad no estaba siendo sincera porque él le infligía un poco de temor. No podía acostumbrarse a su mirada turbia y sus movimientos nerviosos. Sabía que el hombre estaba completamente fuera de sí y que hacía esfuerzos enormes por conquistarla y llamar su atención. Decidida a hacer una excepción en su vida, trató de escuchar y entender a su interlocutor que no era muy mal parecido, pero que gracias a su desaliño dejaba claro que era un poseído.
-¿Y cómo te llamas y a qué te dedicas? –Él se quedó con la vista perdida y mudo por completo. No sabía qué contestar porque no sabía nada de ninguna profesión. Jamás se había interesado por ninguna disciplina de los perturbados y no se imaginaba sobre qué trataba el derecho, la medicina o la economía. Vivía de lo que le habían dejado sus padres. Él no administraba sus cuentas ni sus bienes porque se necesitaba ser un completo imbécil para entender las funciones del dinero y eso a él le tenía sin cuidado. No encontraba ninguna cosa que le sirviera en ese momento así que decidió decir lo que le pareció lo más propio.
-Soy poeta de la vida.
-Pues entonces somos algo así como colegas. A mí me gusta también la poesía pero se me da mal. No tengo mucha imaginación.
- Me alegra mucho que tengamos algo en común -dijo con una hermosa sonrisa estúpida-. ¿Te gustaría ir a tomar una copa?
-Hoy, por desgracia no puedo, ya será en otra ocasión. Tengo que volver al trabajo porque hay una reunión importante.
-Sí, lo entiendo. Bueno, pues dame tu teléfono y te llamo durante la semana.
Se separaron con la promesa de encontrarse unos días después. Ramiro estaba exhausto por el esfuerzo. Nunca se había puesto a pensar que podría enamorarse de una persona sin juicio. Hizo una evaluación de los pros y los contras de su situación y tomó la determinación de cruzar esa raya que lo había mantenido en su mundo y ahora tendría que sacrificarlo todo por una mujer. Le causaba terror trasladarse a ese medio que había evitado toda la vida y al que sus familiares le habían obligado a entrar, sin resultado alguno, por tanto tiempo con críticas severas y fuertes castigos. Cualquier condena habría sido mejor que perder la cordura, sin embargo la imagen de Beatriz se le aparecía para invocarlo como si él fuera un ánima y ella una visionaria sensorial. Compró muchos libros y ensayó todo lo que se le recomendaba en los manuales de buenas costumbres y maneras. Se compró un traje nuevo de marca que le pareció lo más ridículo del mundo, se cortó la barba que había mantenido intacta unos años, se lavó el pelo, se recortó las uñas y se compró un perfume. Al final, le pareció que estaba fatal y que el sacrificio había sido excesivo. Se prometió que si Beatriz lo rechazaba, jamás volvería a sacrificarse tanto y dejaría de frecuentar para siempre la tierra de los locos.
Llegó el día esperado y con su ridícula apariencia se fue a la cafetería en donde debía encontrarse con su bella periodista.
Cuando entró buscó en todas las mesas pero no la vio. Se sentó y pidió un vaso de agua disculpándose con la excusa de que tenía que esperar a alguien. De pronto, se abrió la puerta y entró ella. Iba un poco sucia y con ropa ajada, con el pelo desordenado y una cinta en la cabeza. En bandolera un bolso de percal y caminaba haciendo mucho ruido con sus guaraches. Al verse se dieron cuenta de que habían recibido correctamente el mensaje y se sentían torpes e inútiles, pero la sensación era muy placentera. Merecía la pena tal sacrificio -se dijo en voz baja-, pero ya no pudo pensar más porque ella estaba a su lado con los ojos inmóviles detrás de las gruesas gafas. Permanecieron un instante apreciando los cambios que había les había generado el amor y hablaron al unísono enmarañando sus pensamientos en una conversación que nadie entendió y, sin embargo, los unió para siempre.