miércoles, 25 de mayo de 2016

La congregación de las tigresas blancas

¿Hace mucho que conocías a Casandra? —le pregunté a Martín, quien era cliente distinguido en la casa de citas de doña Leonor o la Emperatriz Dorada, como le decían en el barrio. Bueno, a decir verdad—contestó con su aspecto apacible de siempre—, llevaba visitándola más de dos años. Pero, ¿cómo la conociste? —le interrumpí precipitado por la curiosidad—. Fue a través de José Hermilo, él fue quien me llevó por primera vez. Todavía recuerdo cómo hice mi primera visita al Templo Plateado.
 Eran más o menos las siete de la tarde y me recibió doña Leonor. Iba con una bata de imitación seda de color rojo con unos dragones, no se veía mal y hasta creí que ella era una de las chicas que prestaban los servicios allí. Cuando le pregunté a Hermilo si era una de las trabajadoras, se rió como loco. Luego, doña Leonor me dio las gracias por el cumplido, me clavó sus penetrantes ojos verdes como si quisiera hipnotizarme o descubrir algo en mi cabeza y me pidió que la esperara un momento. 

Me senté en un sofá y me quedé viendo la decoración. Todo era de China. Los farolitos de papel, el incienso, los cuadros, los jarrones y la vajilla. Había trajes de artes marciales y un montón de cosas de oriente porque el salón era muy amplio. Bueno, tú conocías la casa por fuera. Adentro había seis habitaciones y en el jardín de atrás descansan las muchachas. Allí meditaban y recibían sus lecciones de la secta. Luego me mostraron a seis chicas que llevaban un peinado sujetado con unos palillos como se ve en los cuadros orientales. Tenían la apariencia de adolescentes y le pregunté a la Emperatriz Dorada si no sería un delito acostarse con niñas, pero ella me dijo que ya eran mayores y que gracias a la filosofía de Hsi Lai se conservaban jóvenes. Les ordenó que se quitaran la bata de seda y quedaron todas semi desnudas frente a mí. Ninguna de ellas me miró y se quedaron como estatuas de piedra. La que me atrajo con una fuerza muy extraña fue Casandra. Le dije a la dueña que quería estar con esa joven de color almendra y ojos de color azabache. “¿Tendrás que pasar la prueba de iniciación —dijo doña Leonor—, si no estás capacitado y cometes una imprudencia jamás volverás aquí, está claro?”

Yo le dije que estaba de acuerdo y entonces me dieron una cucharada de lo que decían, era chocolate, después supe que era opio con azúcar. Mientras el narcótico me hacía efecto, la Emperatriz Dorada me dijo que las chicas estaban dedicadas a la iniciación espiritual, que la energía sexual del acto era muy importante para ellas, que era la fuerza que las integraba al universo y que las hacía rejuvenecer. Le creí todo lo que me dijo, aunque en mi interior la voz del sentido común me decía que eran puras patrañas, sin embargo, estaba obsesionado ya con la chica, incluso me la imaginé en la cama haciéndome el amor como una geisha, pero doña Leonor me dijo que sólo podría estar con ella unido sexualmente si era lo suficientemente adecuado para ello. Además, me advirtió que si lo lograba tendría derecho a poseerla una vez por semana y que debía cambiar mis hábitos y mi dieta. El sermón duró más de media hora y cuando lo había comprendido todo me hicieron pasar a una habitación de la segunda planta. Allí había una decoración con tonos azules, cigüeñas y había un olor dulce de cuerpo lácteo, no se sentía el incienso y había una energía especial en el aíre, era como una ola tibia de energía. Entró Casandra y me pidió que me duchara. 
Cinco minutos después, salí y me recostó en una cama de madera que no tenía colchón, sólo tenía una gruesa colchoneta. Esperé que ella empezara su rito. Me cubrió la cara con una sábana para que no la viera, me ató las manos con una cinta de seda y comenzó a acariciarme. No pude evitar una erección, pensé que pronto se montaría encima de mí, pero se limitó a acariciarme y me llevó a un grado extremo de excitación. Cuando finalmente terminé, ella entró en trance y dándose un masaje en la cara y el cuerpo con mi leche se puso a cantar una melodía en chino. Se vistió y se fue. Me quedé muy desconcertado porque el placer había sido tanto que no lamenté el no haberla poseído, además ella se transformó al recibir mi esperma, tuve la impresión de que había rejuvenecido gracias a los impulsos de mi vientre. Antes de salir, le pagué por los servicios a doña Leonor y esperé a Francisco que venía muy contento porque había copulado con una chica con la que mantenía relaciones cuando Casandra estaba ocupada. Desde ese día comencé a seguir las instrucciones que me daban en el Templo Plateado. 
No tenía permiso de hablar sobre el sitio y si quería llevar a alguien primero tenía que pedir la autorización de la dueña. Me fui acostumbrando a las visitas y la compañía de Casandra se convirtió en el único objetivo de mi vida. Ella sólo hablaba conmigo para darme instrucciones y me transmitía todos sus mensajes a través de sus caricias y miradas previas. Me lo había advertido doña Leonor, estaba prohibido hablarles porque eso entorpecía el buen desarrollo de las chicas. Unos meses después de mi primera visita pude por fin unirme a Casandra. Fue una experiencia muy rara. Primero, no me dejó terminar dentro de ella, después se dedicó más a la felación que a follar y durante la penetración no experimenté más que la tortura de una extrema provocación y la espera, por último, su trance duró más de lo acostumbrado y esta vez sí noté los cambios en su piel y su cara. ¿Cuántos años tiene? —le pregunté a doña Leonor—. Cuarenta—contestó con orgullo—, es sorprendente, ¿verdad? —Me quedé frío al saber que la joven adolescente con quien ya mantenía una relación simbiótica, fuera una mujer madura. Estuve dándole vueltas a la cabeza todo un mes y no pude comprender nada. Busqué especialistas en cultura china y un acupunturista que había estado en Pekín me habló por primera vez de la secta de las tigresas blancas de la antigüedad.

“Es una filosofía muy antigua, ¿sabe? Se remonta al año 2500 a.c. y el objetivo es recobrar la juventud a través de la energía sexual que les transmite el hombre en el momento de eyacular, sólo que ellas provocan el flujo de energía con ayuda de las felaciones. Según decían en la antigüedad la hembra de tigre blanca es representante de yin, lo contrario o complementario del yan, y necesita más de cien copulaciones para quedar preñada. Además, por su aspecto es muy sensual, incita al hombre hasta volverlo loco de pasión. Se supone que las sectas de ese tipo no existen y es imposible encontrar representantes que sean en realidad tigresas blancas, sin embargo, hay quien ha intentado encontrarlas. ¿Conoce a Valerie Tasso? ¿No? Pues, esa escritora de libros eróticos se hizo a la tarea de encontrarlas y sólo pudo contactar a una escritora americana de origen oriental de nombre Jade Lee que tiene unos libros con los títulos de tigresas blancas y no sé qué más. Sin embargo, la representante que cuenta todo sobre la primera tigresa blanca, es Hsi Lai, una cortesana de la antigua China que conocía todos los secretos de la fuente de la juventud. Una de las técnicas de sugestión que aplican es la de volver a sentirse adolescentes y experimentar la curiosidad de la primera vez, eso las ayuda a retardar el envejecimiento, hay quien dice que muchas ancianas de setenta años siguen reglando, pero se supone que biológicamente es imposible. Las etapas son tres: la restauración, en la que tienen durante tres años el mayor número de felaciones; luego la conservación, en la que obtienen la energía vital chin; y, por último, el refinamiento, que llega después de nueve años de constantes prácticas. Los niveles superiores hablan de una relación más complicada porque la tigresa puede tener un mecenas con el que puede tener relaciones sexuales una vez a la semana, es llamado dragón de jade, éste hombre puede presenciar las relaciones de la tigresa oculto para que no lo vean, la única condición es que no debe ni masturbarse ni eyacular para mantener la energía suficiente en su próximo encuentro sexual. ¿Pero por qué precisamente la felación? —le pregunté al pequeño hombre con traje de seda, cara de ratón y larguísima coleta—. Mire, la saliva lleva muchos nutrientes y al chupar, la mujer extrae el líquido seminal, llamada lágrima de dragón, la cual lleva muchos nutrientes, luego con el semen hay como una germinación de la mujer completa quien se convierte en un enorme óvulo que espera que la preñe el esperma, sin embargo, eso es imposible, pero la piel se restablece al cien por ciento porque queda inyectada de nueva materia joven. ¿Entiende? Y, por último, está la conexión de la mujer excitada con el momento de la eyaculación que sería el hilo que une a la mujer con el origen de la vida. Lo que respecta a la preparación física, se requiere que la tigresa sea elástica, que medite sobre su cuerpo y se pueda hacer un cunnilingus si fuera necesario. Las prácticas sexuales de las tigresas están reguladas por normas muy estrictas, pero se les permite tener orgias y relaciones heterosexuales. Querido amigo—dijo para terminar su explicación—, si usted ha encontrado una secta de tigresas blancas, disfrútela y goce hasta que pueda hacerlo porque llegará el momento en que le chupen toda la energía y de un día para otro se verá usted como una momia. ¿Qué significa, eso? —inquirí—. Eso significa que, si no logra convertirse en el dragón de jade de su amada, ella lo devorará. Le pagué por la consulta y me fui muy desconcertado”.

Pasaron unos meses y seguí dependiendo de mis encuentros con Casandra, pero noté una mañana que mi cuerpo había perdido vitalidad y que tenía menos peso que cuando era adolescente. Traté de no aparecerme por el Templo Plateado, pero por las noches una fuerza misteriosa me obligaba a volver una y otra vez. Empecé a buscar un antídoto para contrarrestar la fuerza que me estaba arrastrando al precipicio. Leí tratados de filosofía china, las teorías de Confucio y todo lo que caía en mis manos que tuviera relación con la cultura china. De esa forma cayó en mis manos un libro de Yashunari Kawabata, “La casa de las bellas durmientes”, en ese escrito se hablaba de unos hombres ancianos que iban a dormir con mujeres jóvenes vírgenes para rejuvenecerse y gozar de la tibieza de sus cuerpos mientras estas dormían y de allí me surgió la idea de salvación. El principio era muy sencillo, pues si por un lado Casandra me estaba exprimiendo toda la energía sin concederme el papel de su dragón de jade, entonces yo podía recuperar la fuerza vital perdida acostándome con pequeñas doncellas que me proporcionaran la vitalidad que necesitaba. 
Fue por esa razón que comencé a buscar chicas adolescentes a las que engatusaba y drogaba para que se durmieran y yo pudiera sacar la energía que me salvaría. El sistema dio resultado, me sentí con vitalidad, recobré peso y consistencia, pero Casandra lo notó y agrandó el canal de succión, entonces tuve que buscar con desesperación la clorofila vital, sin embargo, no fue posible. Me resigné al final irremediable que me esperaba.

Un día Casandra me dijo que ya no me necesitaba. Al principio me puse feliz y me juré a mí mismo no volver a ver jamás a doña Leonor. Lo malo es que no lo pude soportar, me había acostumbrado tanto a mi amante que ya no podía vivir sin ella y comprendí que al final esa era la forma en que había decidido matarme. Con la abstinencia el martirio me llevaría a la muerte. No podía dejar de pensar en ella y fui a hablar con doña Leonor. Le dije que si no me permitía seguir con Casandra le quemaría la casa. Ella se negó a escucharme y entonces para realizar mi plan comencé a rondar todos los días el Templo Plateado para saber cuándo sería más fácil actuar. Fui descubriendo algunas anomalías, pues salían de ahí muchos hombres y nunca vi a ninguna mujer salir a la calle, ni siquiera doña Leonor salía y se me hizo muy raro. Luego me di cuenta de que entraban muchos travestis a la casa, también hombres maduros y hasta algunos con apariencia de ricachones o sacerdotes. Tentado por la curiosidad y un poco de celos por culpa de Casandra, me salté la barda del jardín y me subí con una escalera que estaba por allí arrumbada para ver lo que hacían en la segunda planta. Por una rendija que había entre las cortinas vi que un hombre estaba acostado en la misma cama de madera en la que siempre me unía a Casandra. Una chica con apariencia de hombre joven le puso una sábana para que no la viera acariciarlo y cuando se suponía que debía empezar a hacerle la felación, apareció de un biombo dorado un hombre de unos treinta años y empezó a acariciar al cliente, luego se subió sobre él y comenzó a subir y bajar la cadera como si fuera una mujer, en el momento de la eyaculación, la joven se acercó y puso la cara para que se le chorreara de semen. Descubrió la cara del cliente y este hizo la tradicional señal del dragón agradeciéndole el placer recibido. La chica pasó cerca de la ventana y vi su rostro. ¡Era Casandra!!No te puedes imaginar la impresión que me lleve! Estuve a punto de caerme de la escalera al darme cuenta de que era un macho. 
Bajé muy enfadado y salté la barda decidido a quemar ese maldito lugar. Mientras regaba la gasolina del bidón por todos lados pensaba en las veces que había creído que quien me tocaba era una joven y resultó que esos dos años había estado siendo masturbado, ultrajado y fornicado por travestis. No podía contenerme, le encendí fuego a la casa y vi cómo salían del interior los mustios disfrazados de geishas. Comencé a golpearlos y a la tal doña Leonor, que era un tipo con operaciones de cirugía plástica, le rompí la cara a puñetazos. Después cogí un palo que encontré tirado cerca de allí y cuando el tal Casandra salió, le di un golpe en la cabeza tan fuerte que lo mandé al otro mundo. Fue un arrebato de locura, estaba fuera de mí. No pude controlar mis impulsos y seguí golpeándolos a todos. Cuando se me acabaron las fuerzas me detuve y eché correr como loco.

Esa es señor juez, la versión de los hechos que me contó el mismo Martín. No sé cuánto pueda cambiar su destino, pero de lo que si estoy seguro es de que sufrió un engaño que lo llevó a cometer los crímenes de los que se le acusa. Si mató fue por ese ataque de furia que no pudo controlar y además el famoso Templo Plateado siempre fue un sitio que funcionó de forma clandestina. Era una fuente de contagio de enfermedades venéreas, de perversión y estafas. Habían inventado ese cuento chino de las tigresas blancas para atraer a los clientes y usarlos para su satisfacción. ¿Usted cómo habría reaccionado Sr. Juez?