jueves, 26 de junio de 2014

Mis pensamientos "Greguerianos"


"El escritor es un Quijote romántico que no sabe cómo escribir en las aspas de los molinos."




"En el parto, un bebé asoma la cabeza para ver si alguien le espera y, después de que lo sacan, busca toda su vida la puerta de su primera casa."




"La tableta (y el Ipad) son la muestra de la gran evolución de un pequeño comprimido para el dolor de cabeza."




"Un lápiz es como una mujer, que cuando se pone un gorro rojo se preocupa mucho por la linea."




"Las lágrimas son el sudor amargo y triste de los ojos."



"El metro es una oruga gigante de acero que come gente, la apretuja y, luego, la desecha por toda la ciudad."




"El humor es al hombre lo que la demencia al mono, el primero se muere de risa y el segundo de loco se muere."




"La filosofía es esa tediosa y ociosa tarea de engalanar a los dioses y desnudar a los hombres."



"Un físico es un curioso que le va poniendo letreros, en alfabeto matemático, a todas las cosas."




"El amor es la prueba más contundente de que el hombre no es perfecto."




jueves, 12 de junio de 2014

El guardián de los recuerdos

Tenía la mente desgastada por los recuerdos. A diferencia de Borges, quien era capaz de recordarlo todo, este modesto hombre necesitaba rescatar constantemente sus remembranzas para que no desaparecieran por completo. A su avanzada edad el hábito de reconstruir los sucesos del pasado le había mermado las fuerzas.                                                                                                            
 Era un especialista en la clasificación y distribución de los acontecimientos más trascendentales e insignificantes de su vida. Todo empezó el día en el que lo llevaron a la clínica de natalidad para ver a su hermano menor y su madre lo llamó desde alta litera para que viera el rostro de su nuevo análogo en la familia. A Leonel  le pareció un amasijo de carne rosada con dos pequeños cristales de un verde brillante y un hoyo con una lengua y chimuelo cerca del pecho, no se cayó de la escalerilla por la que había subido, por puro milagro. Su madre le preguntó si estaba bien que le pusieran el nombre de Ricardo a la bola de carne y Leo asintió con un movimiento de la cabeza. Luego dejó las flores, que su padre le había encomendado, sobre el colchón y bajó con rapidez. Cuando Ricardo cumplió un año le preguntaron a Leo si se acordaba del día en que vio por primera vez a su hermanito y éste en lugar de responder salió corriendo al jardín para esconderse. 

¡Qué niño tan tímido!- dijo la tía Lola cuando vio lo ocurrido.-Él es así, muy impredecible, nunca sabes cómo va a reaccionar.                                                                                                                                              
Lo que no sabía la familia era que Leonel se había dado cuenta de que los recuerdos se podían revivir y eran tan agradables que valía la pena disfrutarlos en la intimidad dejándose llevar por esa tibia ola de la memoria que lo arrastraba a uno por el espacio y el tiempo para dejarlo en el momento en que había nacido la semilla del acontecimiento evocado. A partir de ese día se dio a la tarea de inventar un sistema que le permitiera conservar los recuerdos, así que cada vez que había algo que él consideraba digno de conservar en su memoria, cerraba los ojos y se decía en voz baja: 

“Esto es muy importante, ponlo en la balda de los recuerdos agradables”. 

Luego, aprendió a ordenar los recuerdos por su calidad: los agradables en la parte izquierda del cajón de la memoria, los desagradables en la derecha y los neutros en el centro. Sin embrago, surgieron sub clasificaciones y hubo que acrecentar el espacio de la memoria para los recuerdos individuales y colectivos, los de la infancia y la adolescencia, la juventud, la madurez y la vejez; los propios y los ajenos, los robados, los amorosos y de desengaño, hasta había una parte dedicada a los recuerdos ocultos o prohibidos. También, había una parte dedicada a los objetos que se relacionaban con alguna remembranza. 
Leo tenía una estantería muy grande llena de postales, juguetes, fotos y una gran cantidad de objetos variopintos que le permitían hacer sus viajes cotidianos al país de sus reminiscencias.                        
Leonel terminó la escuela, el bachillerato, la universidad y obtuvo varias especializaciones de posgrado. Tenía un buen empleo y ganaba lo suficiente para llevar una vida holgada. Cuando le preguntaban por qué un hombre con tan buena posición social y tan atractivo como él no se casaba, respondía que no quería que las obligaciones maritales le quitaran el placer de vivir para sus recuerdos. Se le ponía la piel de gallina al pensar que tendría que pasar horas enteras conversando con su mujer o cumpliendo sus caprichos, además no soportaba la idea de tener que dedicarles infinidad de tiempo a los niños cambiándoles los pañales, llevándolos a la escuela, leyéndoles libros antes de dormir, discutiendo con ellos en cuanto llegaran a la adolescencia y, sobre todo, que le quitaran el preciado tiempo que le dedicaba a sus archivos de la rememorización.   

Un día que estaba limpiando su habitación cogió un pequeño elefante de color naranja comprado por él en Delhi y trató de encontrar en su almacén mental de carpetas de los viajes memorables, el sitio, la persona y el lugar exacto donde había adquirido dicho souvenir. El resultado lo dejó frío porque no solo no recordó lo que deseaba, sino que tuvo un problema con el espacio del pasado y la concepción del tiempo de su memoria, fue un patinazo que se conoce como deja viu. Tenía la impresión de que ese acontecimiento lo había vivido ya, pero qué instante era real, el de limpiar el elefante o el de no poder recordar con exactitud el sitio, el día y la persona a quién le había comprado el pequeño paquidermo naranja. 
Se fue a la cocina y se preparó un café. Dejo de pensar dándole oportunidad a su mente de recuperar el camino correcto. Se tomó su bebida a pequeños sorbos y miró por la ventana sin pensar ni concentrarse en las imágenes que había detrás del cristal.
 Volvió a su repisa, cogió el elefante y lo miró como si tratara de hipnotizarlo, de nuevo el resultado fue erróneo. Se sentó en su butaca y sacó de la gaveta de su escritorio una caja con algunos diarios. Hojeó un cuaderno muy viejo y encontró la fecha del viaje a la India que había hecho en 1952, hacia más de medio siglo que había ido a visitar a un amigo de su universidad. En cuanto tuvo el hilillo para seguir la guía del viaje comenzaron a aparecer algunas escenas agradables, una de ellas era la conversación sobre la divinidad de las vacas y el momento en que su amigo le había dado una estatuilla, una reproducción de la diosa Kamadhenu o Lakshmi, que según decía, le traería buena suerte en el futuro, pero Leo la olvidó en el hotel y lo único que había conservado era ese elefante naranja. 
Leonel llegó a la conclusión de que era por esa confusión por la que había olvidado ese detalle. La duda lo sobrecogió y se fue a comprobar si no habría pasado lo mismo con otros recuerdos. Empezó a comparar las escenas grabadas en su cerebro con las notas que tenía acumuladas en su gran biblioteca de memorias. Notó rápidamente que algunas cosas habían sido alteradas y que de tanto recordarlas se habían convertido en otras cosas o se habían magnificado demasiado. ¿Cómo solucionar el problema? - se preguntaba.
Pasó varios meses poniendo orden los recuerdos en su cabeza pero el trabajo fue inútil. Cuando hubo terminado de revisar el uno por ciento de todo el contenido de su bagaje memorial, tiró todos los objetos al piso. Los nervios le ahuyentaron el sueño y la desesperación arrebatadora que lo había obligado a trabajar al principio, lo sumió en una profunda apatía. Trató de liberarse poco a poco de los recuerdos. Se fue quedando sin nada qué recordar, incluso los momentos más importantes de su vida se borraron con rapidez, su cuerpo fue olvidando sus funciones y cada vez le fue más difícil realizar las tareas más elementales. Cuando se quedó completamente inmóvil, unos doctores se acercaron a él y dijeron a modo de comentario: 

“Pobre hombre cómo ha quedado, primero el Alzheimer y luego la esclerosis múltiple”. -Qué le vamos a hacer, querido colega, ¿le parecen pocos noventa años?- Y se fueron al patio a fumar un cigarrillo y comentar los chismes y bulos más importantes de los últimos días.

Juan Cristóbal Espinosa Hudtler   





martes, 10 de junio de 2014

Relaciones peligrosas

Había una vez un lápiz que decidió ser un lápiz perfecto. Para lograr su objetivo se miraba en un espejo para cerciorarse de que estaba bien afeitado y cada vez que escribía algo le preguntaba a su dueña si lo había hecho bien. Cuando veía que las letras, dibujos o garabatos estaban borrosos o muy gruesos, se sacaba mucha punta para que su trabajo fuera fino en los dos sentidos: de calidad y menudo. En su esmero cotidiano encontraba satisfacción pero un día le asaltó la duda y creyó que el progreso que él veía era producto de su ego. Decidió relacionarse con la goma que era un poco vaga y distraída. Ésta, al descubrir los ideales de su amigo decidió esmerarse más en su trabajo y convertirse en su más fiel colaboradora, sin embargo, un día el destino los alcanzó y se quedaron uno sin punta y la otra sin amigo. ¿Cuál sería la moraleja? - se preguntaba la goma, pensando que habría pasado lo mismo si se hubieran hecho amigos el lapicero y el sacapuntas.

Juan Cristóbal Espinosa Hudtler