jueves, 24 de agosto de 2017

Tahiel Coporlagne

Logró presentar su obra en una sala de exposiciones, pero el resultado no fue el que el imaginó porque en lugar de escuchar las elogiosas críticas, comprendió que su arte no valía un maldito bledo. Se enfadó y no quiso que sus cuadros siguieran ocasionándole disgustos, por lo que rescindió el contrato y, con todo el dolor de su corazón vio como los ahorros de toda su vida se iban como barquitos de papel directos a una alcantarilla. Ese día también estaba lloviendo y sus cuadros se empaparon, no los quiso secar y se quedaron arrumbados en un rincón de su pequeño estudio. Al mes comenzaron a despedir un olor rancio y húmedo, se doblaron los bastidores y las telas se retorcieron como pieles de cerdo a la intemperie. Tahiel —hombre liebre o canto sagrado en lengua mapuche—, era un hombre delgado, bastante perseverante cuando tenía claro su objetivo, pero un poco caprichoso con las cosas habituales de la vida. Lo habían educado muy bien, pero en una familia muy pobre, por lo que siempre tenía necesidades que lograba superar gracias a su fuerza de voluntad y resistencia. Vivía solo por comodidad, pero tenía una amiga con la que desahogaba sus pasiones cuando le llegaba al límite la necesidad animal de sentirse útil para la reproducción. Lo malo es que llevaba varios meses sin sentir esa exigencia del cuerpo y no le apetecía nada cruzar media ciudad para acostarse con Adelina. Había estado bebiendo mucho alcohol después de su fracaso en la desconocida Sala de Arte Contemporáneo Obrero. Sus pinturas eran buenas, pero su estilo no lograba transmitirle nada a los espectadores, que por lo regular ignoraban las corrientes y técnicas de la pintura. No le gustaban los artistas como Malievich, Pollock, Rothko, Appel y, sobre todo, Götz porque le parecía que eran unos estafadores. Para él, la actividad artística debía dejar frutos como las creaciones de Modigliani o René Magritte a quienes imitaba mucho y por eso en su exposición, la poca gente que sabía de pintura dijo que había copiado a esos dos grandes maestros y que sus reproducciones no valían nada.

Salió de su resaca y la falta de dinero lo obligó a enfrentar una situación donde su alternativa era muy elemental, o pintaba algo lucrativo o desistía para siempre de su oficio para irse a cargar costales de patatas en las grandes bodegas de frutas y hortalizas. Su amor propio le impidió someter su escuálido cuerpo a las burlas de los cargadores fortachones que no le perdonarían tambalearse bajo los pesados sacos de patatas, zanahorias, cebollas y coles. Recordó a Honore de Balzac que siempre tenía problemas económicos y se dijo a sí mismo que él también compartía esa comedía humana y sería el bufón o payaso del arte para hacer reír a la humanidad. Sacó de una caja de madera las pocas pinturas que no se habían secado, buscó algún lienzo trozado o sobrante y puso a remojar las motas de su paleta con aguarrás. Improvisó un armazón de madera, montó el trapo y le hizo la imprimación con un grosso diluido, cerró los ojos y practicó en el aire algunos movimientos con la muñeca y el brazo, luego cogió un pincel grueso y delineó unas curvas rojas, después las remató con unas líneas negras cruzadas y lo firmó con amarillo y le espolvoreó azúcar molida en un pequeño mortero.

Al día siguiente se terminó los pocos granos de arroz que tenía arrumbados en el fondo de la alacena y se quedó sin alimento. No había ni siquiera comida para los ratones, por eso cogió su último cuadro tachonado, lo envolvió en un jersey viejo y se fue a una calle muy popular para ver si alguien se lo compraba. Los transeúntes eran estudiantes, secretarias, empleados de oficina, presumidos funcionarios y turistas que por el aspecto de Tahiel decidieron que era un pordiosero que trataba de sacarles un poco de dinero por una tela que alguien había usado para embarrar la pintura y limpiar pinceles. La gente ni siquiera lo miraba cuando rara vez le echaba una moneda. En realidad, las personas no sentían ninguna necesidad de prolongarle el sufrimiento alargándole la vida con su raquítica ayuda. Un hombre bien vestido, con un copete al estilo de Elvis Presley se acercó y le preguntó cómo había pintado el cuadro. Tahiel se lo contó todo con lujo de detalle y sin esperar ningún acto de generosidad por parte de su interlocutor, bajó la cabeza y extendió el brazo para ver si algún alma compasiva le tiraba un poco de morralla. El falso Elvis lo escuchó con atención y le dijo que tenía relaciones con gente influyente, que sabía bastante de arte y que su trabajo consistía en promover a los artistas poco conocidos. Le dijo que había visto un cuadro similar al suyo que había pintado un alemán sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial. Le advirtió que si no era verdad lo que le había contado tomaría represalias y lo hundiría en un hoyo del cual no saldría ni muerto. El pobre Tahiel no se alegró en absoluto, se sintió muy intimidado y esperó sólo que el hombre le diera algo para poder comer, pero no recibió nada más que instrucciones.

Pasó una semana en la que pudo comer gracias a los pocos alimentos que logró mendigar a sus vecinos. En realidad, eran cosas que ya habían decidido tirar, pero al recibir la visita inesperada del artista habían cambiado de opinión. Siguió tratando de vender su pintura abstracta por una bicoca, pero nadie se interesó por ella. La siguiente vez que se encontró con el hombre del copete, éste se presentó como Wilfredo Uhle y le preguntó si había pintado algo en esos días, entonces Corpolagne descubrió un cartón rectangular en el que había pintado un tablero, con las piezas en matices ocre y marrón, la famosa jugada de Kaspárov en su partida contra Topalov. Debajo de la tabla estaba la frase: 
“En ajedrez mi palabra es cercana a la de Dios”.
Por el olor, Uhle supo de lo que se trataba y sonrió con gusto, en su interior empezaron a brotar ideas relacionadas con la venta de obras famosas. Comentó algunas anécdotas relacionadas con las cacas de bebé de Picasso, las obsesiones de Dalí, la osadía de Nando Rizherón, conocido como el chamo luz.  “Ya estamos casi listos—le dijo a Tahiel con una deslumbrante sonrisa de zorro—, guarda este cuadro junto con el de la vez pasada y elabora uno en el que se plasme toda la esencia de tu sufrimiento, luego escribe el proceso de transformación de tu espíritu en un diario y no te saltes ningún detalle. Ah, y antes de que se me olvide, píntalo en óleo, por favor”.

Tahiel se volvió a quedar sin dinero y tardó tres semanas en poder conseguir la suma necesaria para comprar unos tubitos pequeños de pintura. Compró blanco, negro y rojo y llevó al máximo su combinación para contrastar los fondos jugando con la oscuridad y la luz. El resultado fue increíble porque las tonalidades blancas eran como los huesos, el rojo como la sangre y el negro como el carbón, sin embargo, la imagen era tierna y erótica, pero no transparente, así que el observador debía ir siguiendo las pistas en las imágenes sugeridas para formar a la diosa del amor en un rompecabezas mental. “Espero que haya escrito el diario, querido amigo—le dijo con cordialidad Wilfredo cuando se encontraron de nuevo—, déjeme leer su cuadernillo y deme los tres cuadros, por favor”. Uhle se retiró con la promesa de hacerlo saltar a la fama, pero otra vez sin darle un solo centavo a Coporlagne. Le prometió que promovería su obra entre los galeristas y que se preparara para la oleada de admiradores y periodistas que acudirían a él para descubrir sus secretos de pintor. Le pidió que hiciera muchas pinturas, las más que pudiera y que siguiera con el cuadernillo. Era indispensable describir con detalles cada sentimiento, cada visión y dolor durante las explosiones de inspiración, extenderse a lo máximo contando cada epifanía. Uhle se retiró y Tahiel se quedó esperando las limosnas. Cuando empezó a oscurecer se fue a su estudio, acomodó unas tablas viejas, cartones y lienzos olvidados. Al día siguiente se puso a trabajar sin descanso. Puso sus oleos secos a humedecer con aguarrás y dispuso en una mesa una pluma de ganso afilada y un tintero para escribir en un cuaderno grueso de espirales. Cogió una bolsa donde guardaba colillas y cigarrillos a medio fumar y empezó a trabajar.

Uhle sabía que tenía en las manos un tesoro y que debía seguir con su plan para sacar una suma muy jugosa. Tenía reunidos los elementos primordiales y sólo le faltaba tener una obra póstuma y un cadáver, no era ni siquiera necesario que perteneciera al autor. Habló con el director de una galería famosa y le explicó su proyecto. Había un artista—le explicó con entusiasmo—con mucho talento, un inconformista, un revolucionario intelectual de nuestra época, que había decidido suicidarse al estilo japonés, es decir realizar un suicidio en el trabajo o trabajando. Convenció a Mr. Charles Pitten de que le reservara una sala para el mes próximo, dejó en la consigna los tres cuadros que ya tenían un valor de varios miles de dólares y esperó con paciencia a que saliera una noticia en el periódico. No fue necesario que pasara mucho tiempo. A finales de mes apareció en el diario una nota en la que se mostraba la fotografía de un hombre en estado de inanición, rodeado de cuadros en cartón, madera y tela. Llamó de inmediato a la redacción para darle marcha a su plan. Se presentó como el corredor de arte oficial de las pinturas del artista fallecido. Se fue de inmediato al estudio a confiscar todos los cuadros, objetos de trabajo, pertenencias y cualquier cosa que se pudiera relacionar con el pintor. Identificó el cadáver en la morgue y ordenó que se organizara una capilla ardiente en la que se darían cita los artistas más importantes del momento.

En la sala principal del Museo de Arte Moderno de la CdMex se expusieron los trabajos de Tahiel Coporlagne. El editor de sus memorias, es decir Uhle bajo un seudónimo, firmó los libritos con las confesiones de los diarios del talentoso maestro del abstraccionismo. El ejemplar mostraba la paupérrima condición a la que se había rebajado el pintor para encontrar la esencia de su obra. La foto de la contraportada se la había tomado el mismo Wilfredo durante las conversaciones que habían mantenido juntos, era un selfi en el que los dos aparecían sonrientes: Uhle con una sonrisa a flor de piel, con su lustroso copete rocanrolero y los ojos entrecerrados, Tahiel tenía los ojos muy saltones con el contorno manchado, estaban rodeados de ojeras de color morado, los dientes, muy desalineados y de color amarillo parecía que se columpiaban, tenía el pelo enmarañado y sucio enrollado en mechones. Se le lograba ver una parte del escuálido y débil cuello sosteniendo su cráneo forrado una tez de apariencia joven pero muy curtida y morena. 

Tahiel Coporlagne pasó a la historia como uno de los mayores representantes del arte moderno y Uhle llevó por todo el mundo la increíble exposición que logró un éxito absoluto en todos los sitios donde se presentó.

Cross dressing asesino

Siempre había pensado que esa escena que ponen en el cine, cuando un protagonista está muriéndose y ve pasar frente a él los sucesos más importantes de su vida, era una agradable invención para consolarnos antes de marcharnos de esta existencia; pero ahora que estoy a punto de partir, puedo ver con claridad los acontecimientos que me marcaron el camino. Lo malo es que están desordenados y no podría explicar por qué han surgido así. Está Angelina que se presentó vestida a la Dietrich en una fiesta, ha aparecido en el momento en que estamos en la terraza mirándonos cogidas de la mano. Luego la persiguen unos jóvenes, violentos y lacras perdidas, como a Hilary Swank en la película Boys don´t cry. En una toma o pasaje juro matar a mi padrastro en la primera oportunidad. Ernest está parado frente a mí, me grita, dice que, si mi madre hubiera tenido un hijo, otra cosa habría sido, pero con una niña endeble y fea como yo, no tenía más remedio que humillarme, triturarme con su peso y rebajarme a la condición de perra. Aparece, también, un paisaje marino, iluminado por el tibio sol, mi abuela me lleva de la mano por la playa, me cuenta historias fantásticas y sueño con llegar a ser una bonita princesa. Ella lleva un bañador muy ajustado y se ve la deformidad de su cuerpo, pero su cara dice que es feliz. Hay muchas cosas más, que podría describirles, pero el tiempo se termina y lo que he visto en una fracción de segundo, se llevaría más de una hora en ser contado. En fin, espero que, del otro lado, es decir, en el más allá, exista la oportunidad de seguir mirando mis recuerdos y alguien converse conmigo o me escuche.

Miranda Rose fue una chica común y corriente en la infancia. No había motivos para que yo apareciese en su vida, pero al quedarse huérfana de padre, me presenté una noche después de una serie de circunstancias desfavorables que la obligaron a acogerme en contra de su voluntad. El chulo de su madre la golpeaba, abusaba de ella y le reprochaba no ser varón. La mortificaba llamándola Mario el debilucho, niñito tonto y otras cosas por el estilo. Su madre era demasiado sumisa y no la defendía, además se le entregaba a él por unas cuantas caricias o por miedo a las golpizas. Ernest, que era un vividor holgazán, tenía un concepto demasiado exaltado de sí mismo, sin embargo, su virilidad dejaba mucho que desear. Le surgió a la niña Miranda un sentimiento de rechazó hacía los hombres y la primera experiencia, en la que su cuerpo obtuvo placer sexual, fue lésbica. Así, de una manera tan simple y absurda, la pequeña Rose quedó encerrada en su laberinto de confundidas emociones. En mí sólo encontró a su acompañante más obsesiva y aterradora. En nuestra relación estaban presentes su pasión por las mujeres vestidas de hombre y la venganza contra Marito, que no era ella, sino la representación ridícula de su padrastro destruyéndola.

No deseaba que las cosas terminaran así, pero ni la fama ni la buena situación económica de la que gocé me trajeron la cura que necesitaba. Creo que más bien fue al revés, pues de haber seguido soportando la pobreza en el total anonimato, habría llegado a suicidarme y no le habría causado daño a nadie. Tal vez, sí habría matado a Ernest, pero por fortuna para él y desgracia para mí la cirrosis se lo llevó primero. A mí también me llegó la muerte de manos de la justicia y he recibido mi merecido. En realidad, estaba dispuesta a entregarme, pero la lucha interna que mantuve toda mi vida me obligó a retardar la confesión. Me hubiera gustado ser condenada a una cadena perpetua o ser victimada en una silla eléctrica, pero el destino lo acomodó de otra manera. He de decir que los actos criminales que cometí fueron realizados por mi trauma, por una mezcla de ceguera, odio, rencor y excitación que no pude controlar. Mis actos a menudo fueron pasionales en extremo, sin esperanza, vacíos y superficiales. Es verdad que mi estrategia era infalible, pero no la urdí yo, más bien fue la amalgama que se formó con las experiencias que viví y se convirtió en un monstruo independiente y cruel al que empecé temer tanto como a mis traumas. Los polizontes me han sorprendido, en una situación habitual: realizando una sesión de fotografía con una aspirante a foto modelo, ha tenido suerte la pobre porque no terminó como las demás. Siempre lo hacía de la misma forma. Las chicas que deseaban saltar a la fama y, que eran completamente desconocidas, me llamaban para impulsarse con mi reputación que creían le había servido de trampolín a muchas modelos famosas. Las citaba para ir a mi estudio en mi casa de campo, a unos cuantos kilómetros de la ciudad y actuaba con la mayor tranquilidad porque me cercioraba de que no me viera nadie y ellas desconocieran el lugar exacto al que iban. Siempre las recogía cerca de una estación de tren. Me vestía con modestia y ocultaba mi cara con un pañuelo y gafas de sol. Aparcaba mi coche en un camino de terracería a unos metros del ferrocarril, luego, en el proceso de trabajo, mientras ellas se transformaban con los trajes de casimir en hombres afeminados o chicas masculinizadas, dentro de mí se iban deslizando con lentitud las secuelas de mi pasado para formar al monstruo. El deseo enfermo, ataviado con la toga de la provocación, era mucho más fuerte que mi voluntad, por eso me dejaba llevar por los ásperos quejidos del carboncillo arañando el lienzo, luego el olor del aguarrás mezclándose con el licor y el perfume de rosas, por último, la suavidad del óleo era acariciada por un enorme pincel, las espátulas se deslizaban con sutileza y mis dedos sentían la humedad de la vulva de la jugosa pintura de nuestros cuerpos. Luego el pecaminoso lumen anaranjado con olor de cítrico podrido y el ardor intenso me incitaba a morderlas. Me transformaba, perdía la orientación y las dimensiones se alteraban, se hacían cóncavas y convexas, frontales e invertidas. Caía en un ensueño de placer incomparable, pero al volver veía las consecuencias de mi viaje y lamentaba el alto precio que tenía que pagar por fugarme de la realidad.

Cuando la carga de Mario, su hermanastro fantasma, se hizo insoportable y la ausencia de Angelina enfermaron su espíritu aparecí para seguirle los pasos. Mi naturaleza está ideada para martirizar con mi presencia. Tengo un ciclo de vida muy habitual porque nazco, me desarrollo y crezco hasta arrinconar a mis víctimas, a veces las conduzco al suicidio, pero si se consulta a tiempo a un especialista, es sencillo librarse de mí. En el caso de Miranda habría sido muy sencillo porque había llegado a la pubertad, odiaba en los hombres la imagen de Ernest y sentía debilidad por las chicas. Un experto le habría abierto los ojos diciéndole cuál era la naturaleza de su cuerpo y la forma de curar su espíritu a través del autoconocimiento y el desarrollo intelectual y físico. Por desgracia esa persona no estaba y crecí muy rápido. El método que uso es a través de la intimidación y la duda. Es suficiente encontrar un pequeño motivo para que salte como un resorte. Al principio sentí retraso en mi desarrollo y llegué a sospechar que ella se curaría, pero después mi crecimiento fue pleno porque, como decía antes, se reunieron los elementos adecuados para alimentarme. Las agresiones sexuales por parte de Ernest dieron como resultado la aversión hacia el género masculino, luego la decepción amorosa lésbica sembró la semilla del odio y Miranda quedó condenada a buscar su propio camino hacia la libración de su lívido. La mente es un mecanismo muy difícil de comprender para la gente. Hay demasiados laberintos y una idea o temor pueden encaminarse por tantos rumbos que determinar a priori por donde seguirán, es imposible. En el caso de Rose el frustrado deseo sexual ocasionó que odiara la imagen del hombre tratando de destruirla y añorara amar a las mujeres, pero la duda y el miedo al fracaso la mortificaban. Poco a poco, ella fue creando un mecanismo de defensa. Su naturaleza salvaje desarrolló una forma de venganza.  Ella lo ocultó pensando que sus desbordamientos eran una forma de arte, pero en realidad eran destrucción.

Ahora que estoy libre de toda atadura terrenal y mi condición pluridimensional me lo permite, iré aclarando las cosas que afirma o cuenta una parte oscura de mi inconsciente. He oído su voz al final de ese corredor oscuro que tengo enfrente. Me parece oírla, es Glimmer, la luz trémula con forma de bruja que me ha martirizado tantos años. Es ridículo pensar que los sentimientos tan absurdos que me provocó me orillaran a cometer barbaridades. Lo entiendo ahora, pero en mi condición anterior ni siquiera lo suponía. Fui una imbécil al dejar que se formara un círculo frustrante en mi mente. Ella no sabe nada de lo que ocurría fuera, en la vida real. Si percibía algo era gracias a mis sentidos, pero se le escapaban muchos detalles, cosas que para mí estaban claras, pero a ella le parecían borrosas. Se convirtió en una desagradable vecina fisgona. Era como una mujer mirándome desde su ventana en un edificio aledaño. No había momentos en que me sintiera librada de sus penetrantes ojos. Podía estar ausente, pero el simple hecho de saber que me vigilaba hacía surgir de nuevo su cara y era suficiente para meterme de nuevo en mi jaula. Dice que Ernest se burlaba de mí y que me trataba como a un niño tonto, es verdad, pero no ha dicho que era un hombre guapo que sabía explotar su apariencia. Se perfumaba y hacía gala de su narcisismo. Gracias a mi madre podía vivir a cuerpo de rey. Comía bien, se compraba buena ropa y fumaba habanos, bebía ron caro. Se había encargado de tener a sus vasallos controlados. Sabía que cualquier mujer estaría dispuesta a cumplir sus caprichos y por eso abusaba de nosotras. A mí me aprisionó verbalmente y cuando tuvo la oportunidad me rompió por dentro con su risa burlona. Mi madre le mendigaba los favores y el accedía, a veces.  Se esmeraba para desquebrajar por completo el corazón de mi madre, se lo desprendía en gajos y la despreciaba. Julie, como la llamaba, supo que Ernest se acostaba con otras mujeres, pero se aferró a tenerlo en casa. El gusto le duró unos años y finalmente el zángano se marchó. El muy imbécil provocó que Julie cayera en un foso profundo, la depresión se convirtió en la cera que le impedía salir de su panal de torturas. La hospitalizaron después de su intento de suicidio y salió sólo para ocupar un cuarto en el psiquiátrico. No la volví a ver. A Ernest tampoco porque me fui a otra ciudad. Tiempo después me enteré de que un marido influyente y celoso había encontrado a su mujer en brazos del narcisista y los había matado disparándoles a bocajarro. Fue como en esos ridículos filmes de Hollywood.

Espero que pronto Miranda note mi presencia y venga a aclarar las dudas que todavía deben de quedarle. Por fortuna, aquí hay tiempo de sobra para ella, sin embargo, el mío está contado y todo depende de las condiciones que mantengan la red de conexiones neurológicas en condiciones adecuadas para mantener el pensamiento. La sangre no fluye y si se coagula, pronto perderemos la comunicación. A ella el último instante vida le ha parecido muy largo por sus visiones y eso ahora me pasa a mí. En fin, sólo quiero aclarar que noté las relaciones que había entre su cuerpo y los sentimientos. Me usaba como un estupefaciente al que le tuviera miedo, pero necesitara para realizar sus obras más crueles. Terminó aprovechando la segregación de adrenalina para excitarse. Llamaba a sus amigas o clientas, les pedía que se vistieran de hombre y comenzaran a posar frente a ella mientras las pintaba o fotografiaba. Durante sus sesiones hablaba de las famosas que había usado el atuendo masculino para escapar de la represión machista de la sociedad y habían destacado implantando nuevas modas. Por eso salían en sus conversaciones las figuras de la Dietrich, la J Andrews, María Félix y otras famosas de la historia que había querido llevar los pantalones puestos en su casa. De pronto, comenzaba el contacto de sus labios, la esperanza de obtener el placer deseado, después del derramamiento de su vientre, llegaba ese sabor acre y amargo de Mario que le encendía la furia, entonces perdía el control y actuaba de forma muy cruel. Cuando volvía en sí, descubría cadáveres junto a ella, pero se engañaba diciéndose, todavía en su deliro, que eran Mario y Ernest muertos. Los metía en la chimenea y los quemaba. Salía a dar una vuelta por el bosque y esperaba que el horno consumiera a sus víctimas. Había pocas casas cerca y no todas estaban habitadas. Oía el canto de los pájaros, sentía la respiración de los árboles y bailaba junto con las ramas de los altos eucaliptos. Volvía para meter las cenizas en un costal y las echaba cerca del lago. Los patos la veían con rencor porque notaban el enorme bulto y pensaban que era pan, pero al sentir las cenizas que los cubrían, salían despavoridos.

Veo algo ahí. Es ella, Glimmer, tiene forma de mujer y se asemeja un poco a mí. Seguro es porque ha adoptado la única forma que conoce del mundo del que vengo. Me saluda y me pregunta si sé quién es. Con la cabeza asiento y le digo que esperaba encontrarla aquí para aclarar algunas cosas. Me responde que no le queda mucho tiempo, que el calor y la humedad están descomponiendo mi cuerpo, que el cerebro dura más que otros órganos y que los disparos estropearon mis pulmones y el estómago. Se disculpa, dice que fue producto de mis temores, de mi imposibilidad racional de superar acertijos sencillos de la vida emocional. Ahora no me parece tan desagradable como antes, incluso me da pena. Empieza borrase y mi luminosidad la empieza a intimidar, parece que la luz de este sitio es infinita. Empiezo a sentir como me expando y me alejo. No sé hacia dónde voy, pero estoy segura de que hay un equilibrio matemático. Todo está previsto y sigue el proceso eterno de lo que siempre fue, ha sido y será. No hay tiempo ni dimensiones ni principio ni fin. Se siente la armonía divina, uno es el todo y de lo más insignificante se forma lo colosal. Soy parte del ciclo y empiezo a integrarme.


Se nubla todo, el esfuerzo para continuar aquí me está pulverizando. Empieza a faltarme todo. Con los segundos se van borrando los dolores que sufrió Mariana, las moléculas se dividen y caen los puentes enormes donde un día hubo un reino, las ruinas están llenas de moho, los lagos se han llenado de larvas e insectos, el gris comienza a predominar y surge un desagradable aroma de canalización. El tufo putrefacto es como una nube de humo. Se hace de noche y reina el silencio y el vacío. Es el fin.  

viernes, 11 de agosto de 2017

Pasión por el arte

Víctor Darmanián era un fotógrafo reconocido, había ganado varios premios internacionales y las revistas de moda lo consideraban un elemento primordial para promover las últimas tendencias. Estaba soltero, aunque proposiciones no le faltaban. Algunas foto modelos y actrices se habían enamorado de él y le habían insinuado, en las sesiones de fotografía o en conocidos festivales, que estaban dispuestas de forma incondicional a complacerle sus caprichos y fantasías. A él no le importaban mucho las mujeres porque tenía un ideal de belleza muy específico y hasta ese momento no había encontrado a la mujer que encajara en esos parámetros. Esa mañana quería descansar, no tenía ningún compromiso y los rayos del sol, que se filtraban por el gran vitral para iluminar la escalera de caracol, le entibiaron los pies cuando bajó a la cocina para prepararse un café. Tomó una taza de exprés muy cargado y se fue a duchar. Tardó media hora en secarse el pelo y vestirse.  Salió a caminar por la calle más cosmopolita de la ciudad. Se metió en el lujoso hotel donde siempre desayunaba. El personal lo admiraba y siempre era atendido con amabilidad. El sitio había sido decorado con algunas de sus fotografías y era un recurso comercial que había usado el dueño para atraer a la clientela. 

Cuando los visitantes se enteraban de que el famoso artista desayunaba allí, asistían como si se tratara del teatro. Las mujeres se arreglaban y trataban de robarle una mirada, pero Víctor era indiferente a las provocaciones y se sumergía en la lectura de las noticias o algún libro que estuviera de moda. En algunas ocasiones se entrevistaba con los representantes de las editoriales que le pedían su colaboración para ilustrar libros. También, estaban los de las empresas publicitarias que lo atiborraban de ideas fatuas y palabrería. Su talento era natural, necesitaba sólo enfocar la lente y medir la luz para imaginar de inmediato el cuadro que resultaría. Le encantaba el color, pero el blanco y negro era su fuerte. Para él, la belleza estaba más allá de una bonita cara, una sonrisa seductora o un cuerpo bien formado. Lo que hacía con éxito era sacar la esencia de las personas para mostrar un aspecto desconocido por el público observador. No toda la gente tenía la capacidad para verla y, era por eso, que sus fotos impactaban a pesar de tener un aspecto habitual. La gente decía, por lo regular, que no podía despegar la mirada de algún retrato porque era como un acertijo que requería mucha concentración. Era verdad, Víctor sabía que la sonrisa de la Mona Lisa era un recurso que da Vinci había usado para intrigar a la gente y él mismo se había puesto a la tarea de encontrar su propia estrategia. La descubrió un día que estaba con sus compañeros de la escuela de arte y unos chicos habían empezado a tontear quitándose la ropa mientras una chica modelaba para él. De pronto la chica tuvo una agitación que hizo temblar su cuerpo. Víctor le pidió que tratara de controlarse. A la joven le cambió la mirada cuando hizo el esfuerzo por contener esa oleada de pasión que la estaba anegando. El resultado fue impresionante y las pancartas que llevó a un concurso lo impulsaron hasta el primer sitio. Después, mucha gente se interesó por su trabajo y llegar a la fama no fue muy difícil. Víctor les advertía a sus clientes que debían guardar el secreto a toda costa, pero ellos mismos comprendían que sería inútil revelarlo, pues el único que sabía cómo capturar el momento ideal era él y de unas ciento cincuenta o doscientas fotografías, sólo una era que valía.

Cuando terminó de comerse sus huevos, fruta y café con bollos, salió para caminar y llenarse de la magia de la avenida en la que se mezclaban ejecutivos, mujeres muy arregladas, pordioseros, estudiantes y vendedores ambulantes. Para Víctor el espectáculo era un alimento primordial porque se guardaban en su memoria las sensaciones y en su cámara quedaban las pruebas de que ese sentimiento había satisfecho su curiosidad o deseo. Vio a un ingenioso hombre que había unido con unas varillas a tres muñecos con la forma de Michel Jackson e interpretaban con una coordinación perfecta los famosos bailes del rey del Pop. Pasó cerca de un niño que estaba lustrando los zapatos de un hombre trajeado. Mientras el cliente se enteraba de las injusticias del mundo, el chico con destreza y rapidez embadurnaba los mocasines de gruesa piel de vaca. Aprovechó para disparar el botón y capturar las expresiones del muchacho que parecía realizar un deporte parecido a las regatas. Cuando el chico terminó y recibió su pago, se acercó Víctor y respondió que no quería que le limpiaran el calzado, sólo quería agradecerle el momento de inspiración. Carlitos dijo que sólo hacía su trabajo, que las cosas no le iban tan bien y que su padre era portero en un edificio que estaba cerca de allí. Víctor le estrechó la mano y le dio un billete, pero el niño desconfió porque era demasiado. Eso —dijo con una mirada triste—ni en una semana de trabajo me lo gano, señor. Al final lo cogió y salió volado a buscar a su padre para que le guardara el dinero. Víctor siguió su trayecto y saludó con un guiño a las personas que lo reconocieron, estuvo curioseando por todos lados y cuando quedó satisfecho emprendió la marcha de regreso. Se acercó a su casa y sonrió cuando vio resaltar el vitral que su padre había mandado hacer para decorar la fachada de la construcción que databa del siglo XIX. El contraste de la dura cantera bien moldeada con la fragilidad de la imagen de la virgen embellecida por las rosas y peonias era escalofriante y siempre le provocaba la misma sensación cuando la veía desde la esquina. No se dio cuenta de que lo estaba esperando la señora Silvia Cardinale, la reconoció sólo cuando ya estaba metiendo la llave en la cerradura de la reja. Se saludaron y él la invitó a entrar. En realidad, el encuentro no era casual, Silvia tenía algo muy importante que decirle. Había debutado con mucho éxito una modelo de origen sueco. Muy pronto los monstruos de la moda empezarían a seducirla con jugosas ofertas, así que estaba obligado a invitarla a una sesión de fotografía antes de que callera en manos de algún artista menos talentoso. Silvia le dijo que, al día siguiente, Skönhet Berg lo visitaría sin falta. Se lo agradeció mucho y aprovecharon para conversar sobre los bulos que circulaban en los estudios cinematográficos donde la exquisita Cardinale estaba interpretando a una heroína de la Segunda Guerra Mundial. Víctor también le tomó unas fotografías y cuando la actriz se retiró, le prometió enviárselas, ya con los arreglos necesarios, por correo electrónico. Un beso rugoso y unas caricias ásperas sirvieron de despedida.  Víctor se puso a trabajar en los proyectos que tenía pendientes porque no quería que la presencia de la señorita Berg se interpusiera en su trabajo. Era muy responsable, por eso no paró hasta terminar. Ya eran las nueve de la noche y no había comido nada. El tiempo se le había ido como el vapor que sale de la ducha caliente, pero estaba satisfecho. Miró por última vez los trabajos que enviaría a la revista más popular entre las mujeres, archivó en una carpeta comprimida las fotos secretas que presentaría en un concurso internacional y se fue a preparar algo. Encontró queso, lechuga, jamón, tomates y pepinos. Preparó una ensalada y se abrió una botella de vino francés. Puso música y cenó al compás de Haendel que lo transportó al viejo Brandemburgo del siglo XVII con sus notas acuosas de la composición marina. En su mente vio los cuadros de la época: paisajes de Ludwig Agrícola, enanos españoles de John Closterman, los pasajes mitológicos y bíblicos de Adam Elsheimer y trabajos de Johan König, Jacob Marrel con las bellas flores, parecidas a las de Ernst Stuven. Saboreó su fantasía con los mordiscos que le dio a la lechuga y los pepinos. El vino hizo correr las notas de los ceremoniosos violines y cornos handelianos por su sangre y se le desbocó el ánimo. Se fue a dormir cerca de la madrugada. Concilió, como siempre, el sueño y se quedó en posición fetal hasta el amanecer.

Eran las diez de la mañana y el sol entraba con franjas luminosas en la habitación. Se levantó con el pelo muy revuelto, lo tenía largo y ondulado. Se fue a afeitar la rala barba. Estuvo bastante tiempo bajo el chorro caliente de la regadera. La nube de vapor lo hizo desaparecer y luego para empezar el día con energía abrió el agua fría y cerró la caliente. Empezó a dar brincos y gritar, pronto se habituó a la nueva temperatura de su cuerpo y hasta encontró placer. Se secó y comenzó a arreglarse. Esperó la llamada de Skönhet, pero fue inútil. El móvil sólo vibró para anunciar los mensajes que le enviaban de todos lados. De pronto, sonó el timbre. Bajó las escaleras y vio a través del vitral que una mujer bien arreglada y esbelta estaba con el brazo levantado. Era ella. La invitó a pasar. Durante el trayecto la miró con sorpresa. Le llamó mucho la atención su estatura, pues se la había imaginado muy alta, sin embargo, con tacones estaba casi de su estatura, el medía uno setenta y tres. La invitó a pasar, ella habló sobre Silvia Cardinale, sobre la forma en que se habían conocido y, de lo agradecida que estaba por haberla relacionado con uno de los fotógrafos más talentosos. La vio subir por la escalera retorcida y su mirada se clavó en el compás de sus caderas. Era muy delgada pero sus prominentes balanceos le despertaron un deseo que jamás había experimentado. Ella, al ver el estudio, empezó a comentar la decoración. Le parecía muy apropiada la distribución de los muebles, se acercó a las estanterías para ver los libros, vio con curiosidad el viejo tocadiscos y dijo que era muy parecido a un fonógrafo, luego preguntó por qué no había colgado sus trabajos. Víctor, que seguía tratando de adivinar qué sucedía en su interior, dijo que tenía demasiadas y que no se decidiría nunca a elegir unas para colgarlas. Skönhet se rió con picardía y luego se sentó en el gran sofá que estaba cerca de una gran ventana. Pasadas las formalidades del vaso de agua, te o café, Víctor le planteó un proyecto improvisado para promocionarla. Ya tengo suficientes propuestas, pero Silvia dijo que el único fotógrafo que podría captar mi mejor cualidad sería usted y no quiero arriesgarme, necesito saltar a la fama lo más pronto posible. Víctor le contestó que era inevitable que lo lograra y que debían planear una estrategia muy depurada para que se convirtiera en la modelo mejor pagada. A pesar de que sus proporciones no eran las que exigían las grandes casas de moda, su belleza exótica se encargaba de que cualquier trapo que le pusieran encima se convirtiera en una prenda de lujo. Víctor le dijo que no sacaría ninguna fotografía hasta que definieran exactamente lo que deseaban. Skönhet mostró con rapidez una de sus cualidades. No hablaba mucho en las situaciones comprometedoras y dejaba que sus interlocutores interpretaran sus miradas o sus breves intervenciones. Hicieron una agenda y la señorita Berg se marchó en un mercedes negro que la había estado esperando.

Bella, como llamaba su madre a Skönhet Berg, había llevado una educación muy estricta y sólo había ido conquistando un poco de su libertad después de terminar la carrera de administración de empresas, en realidad, no era muy buena estudiante y su encanto, además de la influencia de su familia, habían logrado que las notas de sus exámenes fueran buenas. Durante el último año de sus estudios, Bella se había relacionado con un tipo muy audaz que se especializaba en la seducción. Se llamaba Mauricio Gallardo, no tenía recato al abordar a las mujeres, las miraba con lupa y sabía dónde tenían sus puntos débiles. Era atractivo, su madre, de origen francés, le había heredado las facciones europeas, los ojos verde oliva, la esencia don Juan o de Casanova. Su padre le había donado los erizados pelos negros, la fortaleza física y el buen sentido común para entrar en confianza con el sexo débil. Tenía mucha popularidad entre las mujeres y vivía con mucha comodidad a costillas de sus amantes. El día que conoció a Bella se enamoró un poco, pero su gran experiencia le ayudó a encaminarla, de tal forma, que se sintió enganchada a él desde el primer intercambio de miradas. Llevaban saliendo más de medio año. En el momento en que Bella se subió al mercedes, Mauricio le preguntó si el futuro pintaba bien y si habría dinero. Ella le dijo que no se preocupara, que pronto lograrían el éxito y que tendrían una fortuna para vivir a cuerpo de rey. Mauricio tenía sus planes ocultos y por eso iba moviendo sus piezas con mucho cuidado. Aún no sabía que otro hombre también había puesto los ojos en Skönhet, pero con otro objetivo.

Víctor comió en un lujoso restaurante, lo atendió el dueño y notó que su actitud era otra, nunca se había enamorado y no sabía qué se experimentaba, tenía su gran pasión, que era su cámara y algunos leves cosquilleos que le habían dejado unas cuantas mujeres hermosas, pero ahora le fallaban un poco las piernas y la sofocación en el pecho era como la que se experimenta por la falta de aire debajo del agua. Volvió a su casa y se tiró en el diván. Estuvo tratando de recordar el nombre de una actriz que le había llamado la atención en una película del imperio romano. Se llamaba Dimitri el gladiador y una de las protagonistas se parecía a Bella.

Puso su composición preferida de Händel y los chirridos de guitarra de la música de los vecinos que sonaban como la voz de Polifemo rasguñándolo con su histeria, dejaron de torturarlo y ya no sacudió la cabeza para librarse de la jaqueca. Se abrió paso Kathleen Batlle devolviéndole la felicidad con su canto celestial invocando a Galatea. Cerró los ojos y vio cómo las nubes se estremecían con los trinos de la atractiva mulata, después una gota enorme, como lágrima de Cíclope, estallaba al chocar con una escultura de Afrodita abrazando a un joven Píndaro. Ella era arrastrada hasta el fondo del mar y tragada por las aguas. En cambio, el atleta salía ileso de su lucha con las enormes olas y desnudo, con el cuerpo empolvado de sal, cantaba el mismo himno que la soprano, pero con voz de tenor.

Pasaron los días y en los sueños de Víctor apareció Lucía, la novia de Dimitri el gladiador, que se había convertido en una bella estatua de mármol rosa tan real como la carne de Galatea en el cuadro de Jean León Gérome. Amaneció con una incomodidad en el cuerpo que no se le quitó con la ducha fría. Sentía la necesidad de ver a Skönhet, le temblaba la voz al pronunciar su nombre y le sudaban las manos. La llamó y le pidió que fuera a verlo. Llegó por la tarde acompañada de un criado que puso en el sofá una docena de trajes y vestidos. Víctor ya había distribuido los escenarios donde tomaría las fotos. Empezaron con los vestidos de noche, luego atuendos antiguos, Liza Malkova, una alumna y amiga de Samantha Chapman, llegó para ayudarle con el maquillaje, cuando era la hora de modelar en bañador, la chica eslava, se esmeró con los iluminadores, la sombra blanca nacarada y los pinceles. El resultado fue muy bueno, pero faltaba realizar la foto excepcional que era la especialidad del artista. Dejó que se retirara Liza y le ordenó a Bella se tomara un descanso. Le dio instrucciones para relajarse, luego le pidió que se posara desnuda frente a él y siguiera con atención sus indicaciones mientras la seguía con la lente. El cuadro quedó capturado y Skönhet pudo echar un grito indómito que hizo temblar el candil del salón. Víctor se le acercó y sintió su piel hirviendo, la miró con deseo, pero ella sólo cogió su ropa, se vistió y le dijo que mandaría al criado por sus pertenencias al día siguiente. Salió a toda prisa. Esa tarde Mauricio gozó en plenitud la dulzura de Bella y le ayudó a liberar las frustraciones que había tenido en su vida. Skönhet se convirtió ese día en una flor plena vigorizante y seductora.

Se organizó una muestra con las fotografías que había hecho el famoso Darmanián. Se celebró en un salón muy lujoso y se dieron cita los personajes más influyentes del cine y la moda. Había también otro tipo de personas. Uno de ellos era Marcelo Pizarro, un empresario de origen italiano, que tenía contactos con las mafias y andaba en busca de una nueva amante. El público se quedó impresionado con la foto que ocupaba por completo la pared central de la sala. Hubo una fuerte ovación cuando Skönhet Berg vestida de negro, con relucientes joyas y el pelo recogido con unos caireles cayéndole a los lados de la cara, llegó acompañada de un joven muy atractivo. Estaba radiante y los invitados le aplaudieron cuando firmó su foto. El más conmovido fue Víctor porque le presentó a Mauricio Gallardo. Al principio sintió un sabor agrio en la boca y se le endureció el gesto, tomó bastante Champagne y no pudo relajarse, ni siquiera cuando Silvia le dijo que Bella estaba muy interesada en hacerlo su fotógrafo oficial. La presentación fue todo un éxito. Los tiburones de la moda hicieron un rápido cálculo de lo que podría generar la nueva estrella del modelaje y firmaron con ella acuerdos por tres años. Víctor no se quedó mucho tiempo y se fue a su casa decepcionado.

Hacía tiempo que el famoso genio de la lente no se emborrachaba, nunca había tenido un motivo tan fuerte como aquel día. Se había aislado en un mundo imaginario en el que se deleitaba con sus creaciones, soñando con el amor ideal. Se había inmunizado de la realidad buscando en un paraíso inexistente al objeto de su amor. Ahora lo sabía con precisión. Tenía deseos sexuales, estaba enamorado de Skönhet porque era la personificación de la mujer que había idealizado. Había decidido que era imposible encontrar y, más aún, conquistar a una mujer de ese tipo. La única que se le semejaba un poco era Debra Paget a quien tenía inmortalizada en una pancarta al lado del romántico gladiador Vittore Maturi o Dimitri. Recordó las palabras de Bella cuando, posando desnuda para la foto que la haría famosa, le dijo que si tuviera el pelo más corto y se afeitara el bigote sería como el guerrero romano. Se lo habían comentado otras personas, pero sólo la dulce voz de Bella le había dado credibilidad a las cosas. Decidió en convertirse en luchador de circo romano para ganarse su corazón y el primer contrincante era Gallardo. Se quedó pensando en su actitud y llegó a la conclusión de que el galán pretencioso no estaba enamorado y que sólo buscaba un beneficio económico y fama para poder seguirse relacionando con mujeres de la alta sociedad. Un vividor aprovechado y nada más. Le ofrecería dinero y lo separaría de su amada con trampas simples. Lo que no sabía Víctor era que, Pizarro, ya había tomado una decisión y pronto quitaría del camino al presumido Casanova.

Pasó una semana de tortura en la que el amor y el odio hicieron de Víctor un pelele. Bebió mucho, desconectó el teléfono y olvidó por completo sus compromisos. Tuvieron que ir hasta su propia casa a exigirle cordura, le reprocharon su ausencia y lo castigaron con entregas urgentes. Se tuvo que curar la resaca, ducharse y asistir a los eventos que demandaban su presencia y talento. Trabajó con desgana. Fue a un salón de belleza y pidió que le dejaran el pelo corto. Vio caer sus largos mechones y se sintió como un Sansón destrozado por Dalila, luego se afeitó el bigote. Quedó convertido en otro hombre y los que lo reconocieron le adularon el cambió. Había pasado de ser un artista bohemio con cabellera deslucida y bigote ralo, a verdadera estrella de cine. Silvia, que se había comprometido a cuidar los intereses de Bella, fue a exigir una explicación al silencio, pero cuando vio el rostro del nuevo Darmanián presagió el éxito total. Llamó de inmediato a su protegida, quien llegó con una colección enorme de vestidos y accesorios. El estudio se llenó de gente, la sesión de modelaje fue muy larga y terminaron tarde. No hubo ocasión de dedicarse a las fotos trascendentales por falta de tiempo, pero lo que tenían era suficiente para llenar las portadas de muchas revistas. Cerca de las tres de la madrugada, Víctor tuvo una conversación muy desagradable porque Skönhet le confesó su pasión por Mauricio, le reveló muchas intimidades y le habló de sus planes para el futuro. Él había estado tratando de borrar de su mente la imagen del vividor, pero el alcohol en lugar de diluirlo hacía que fuera más persistente su nombre. Lo veía   cubierto de una gruesa capa protectora. Se puso de mal humor, sin embargo, Bella se encargó de que desapareciera el rencor. Le preguntó si podía quedarse a dormir y Víctor le cedió su cama y se fue al diván, pero ella le pidió una copa de vino y cuando llegó con una bandeja y unos trozos de queso fresco se le acercó, se paró de puntillas, le rodeó el cuello con los brazos, lo miró suspirando y se tiró con él en la cama.

Mauricio tenía la costumbre de relacionarse con los hombres de negocios para acercarse a sus esposas. Cuando descubría que las mujeres eran engañadas y estaban abandonadas por los importantes empresarios, aplicaba sus estrategias y se ofrecía enmendar los daños de los infieles maridos. Gallardo no sabía que le seguía los pasos el astuto Tuerto, como llamaban a Pizarro sus enemigos, los cuales no eran pocos. Marcelo Pizarro tenía el control de los productos clandestinos que le demandaba la alta sociedad. Las joyas robadas o exclusivas, las drogas y servicios delictivos o cualquier otro deseo que le exigieran los hombres ricos del país, eran el trabajo peculiar del mafioso. Tenía gusto por las modelos y era dueño de una agencia de mujeres escort que cobraban carísimo y llevaba el ridículo nombre de Pretty Woman. Su esposa estaba miles de kilómetros en una región de Italia, se encargaba de la educación de los niños y había recibido una solicitud de divorcio que era irrevocable, a pesar de tener el respaldo de las influyentes familias de su parte, pues El Tuerto que en su país era respetado por violento les había comunicado su deseo de casarse con una modelo. Por sus trajes negros, su olor a puro, sus comilonas, sus deseadas propinas y su enorme cara, rematada con unas gafas oscuras que nunca se quitaba para ocultar la cicatriz que uno de sus enemigos le había dejado en el ojo derecho, Pizarro era el cliente más deseado en los restaurantes lujosos de la ciudad. Había anunciado que pronto celebraría su boda. Invitó a los políticos y empresarios que no pudieron negarse, les impuso una tregua a sus enemigos y guardó en secreto el nombre de su futura cónyuge, pero las pistas que dio dejaron con la boca abierta a todos los curiosos porque era muy fácil adivinar que se trataba de la modelo Skönhet Berg.

Cuando se despertó, Víctor sintió el cuerpo de una hermosa mujer. No era como en sus sueños. Esta ocasión había estado en realidad en el aposento de Afrodita, pero no en esa fiesta en la que los extranjeros llegaban al santuario de la diosa del amor a pagar con una moneda los favores de las adeptas destinadas a la recolección de donativos para la manutención, sino con la misma deidad, que había vuelto locos a Zeus, Anquises, Pan, Adonis, Dionisio y Ares. Comenzó a besarle el pelo, ella despertó y buscó con destreza su excitación para conducirlo al laberinto de la pasión. Se perdieron en la ternura de la tibia oscuridad de sus párpados, descargaron su cariño empalagoso uniendo sus labios. Se dieron besos prohibidos y gozaron con el meloso aroma de sus cuerpos. Skönhet parecía la Galatea transformada. Víctor no podía creerlo y pensó que sus rezos interminables por fin habían sido escuchados. Unos ojos fingiendo timidez le revelaron la verdad y fue feliz. La dicha, que se le había escondido siempre, se le entregaba ahora franca y dócil. No pudo contener el deseo de sus labios y satisfizo el hambre de toda la vida. Una hora después Bella se levantó y se fue a la ducha, le hizo una llamada a Mauricio para que la recogiera y se sentó a desayunar lo que Víctor le había preparado con cariño. Notó su mueca de púgil vencido. Le dijo que no dejaría nunca a Mauricio, que podía acostarse con ella cuando lo deseara, pero que su corazón pertenecía a otro. Víctor lloró en silencio y la acompañó hasta la puerta. Tuvo una tarde gris.

Mauricio había pasado unos días cortejando a una importante dama y cuando llegó por Skönhet lo único que tenía en la cabeza era la lista de pasos que tendría que dar por la noche para meterse en el lecho de la mujer que lo haría famoso y rico. No lamentaba en absoluto la pérdida de su amante porque siempre tendría la posibilidad de reconquistarla. Se portó amable y fue condescendiente con las exigencias de Bella. Comieron juntos y calmaron el apetito, pero la tensión comenzó ejercer una presión insoportable dentro de Gallardo que reveló sus planes de abrir un receso en la relación. Bella no aceptó las explicaciones de su amante y le exigió que respetara el juramento que le había hecho. La urgencia impidió que Mauricio se quedara y salió con la promesa de volver pronto. Para bella el golpe fue duro, pero como tenía el recuerdo de las caricias de Víctor, pensó que tal vez las cosas se estaban acomodando para liberarse de las mentiras de Mauricio. Lo malo es que se sentía atada a él y estaba dispuesta a darlo todo con tal de tenerlo, aunque fuera como amante. Decidió no pensar en nada y se fue a descansar a su cama. Durmió bien y despertó con bríos. Empezó a llamar a algunas personas para comunicarles sus planes. Notó que la gente aceptaba con gusto sus promesas, pero un temblorcillo en las voces le despertó un mal presentimiento. No sabía de qué se trataba exactamente y el enceguecedor brillo del próspero futuro le dejó ardor en los ojos.
Víctor recibió la noticia cuando estaba luchando con sus sentimientos y no encontraba la forma de conjuntar y retocar algunas fotografías que se habían acumulado en su mesa de trabajo y le exigían prisa y determinación. Cogió el teléfono. Era Silvia que con voz nerviosa le dijo que leyera las noticias. La actitud de cualquier persona habría sido lamentar la muerte, pero para él fue una solución favorable que le traería a su amada para resguardarla primero y apoderarse de ella, después. Le golpeteó el corazón y se anegó de dicha. Leyó el reportaje como si quisiera comprobar que no había sido un error o una broma de algún periodista para ilusionarlo. Era verdad, habían encontrado el cuerpo de Mauricio Gallardo atiborrado de plomo. Lo habían atacado con metralletas frente a la casa de una influyente mujer de la cual se ocultaba el nombre para no entorpecer las investigaciones. Víctor llamó a Silvia para pedirle consejo, ella ya tenía un plan porque estaba al tanto de la relación de Mauricio con Bella y de ésta con Víctor, así que le pidió que se reunieran en el piso de la modelo, le comunicaran las malas nuevas y que aprovechara el desconsuelo para refugiarla en sus con suavidad, ternura y comprensión. El saber que obtendría el corazón de Bella le produjo retortijones. Para él, esa era la oportunidad que había esperado toda la vida, era como un milagro. Sabía que si todo salía bien pronto podría casarse con Skönhet y ser el hombre más dichoso del mundo, pero primero tenía que pasar por el infierno. Les abrió la puerta con una sonrisa sincera, les contó un poco los planes que tenía, pero cuando la cara de palo que tenían sus visitantes  le cortó la inspiración, preguntó si pasaba algo malo. Lamentó mucho no haber contenido su curiosidad porque la respuesta la fulminó, se convirtió en un mar de llanto que fue borrando los proyectos que se había planteado para olvidar la traición de Mauricio, quien era una coladera congelada en la morgue. Tuvieron que ir a reconocer el cadáver. Hubo gritos, represalias inútiles, súplicas para conseguir la venganza y un desfallecimiento que dejó a Bella en una cama de hospital. Se recuperó al tercer día como si su caso se hubiera escrito en la sagrada Biblia. Salió muy débil y Silvia decidió que lo mejor sería que permaneciera bajo los cuidados de Víctor. Dormían juntos, pero evitaban hablar y tocarse. Pasó una semana y Skönhet decidió que no debía ser un obstáculo en el trabajo del talentoso artista, pero él dijo que estaría hasta el final con ella. Hubo una propuesta para presentar las fotos de Bella en el museo de Nueva York, la noticia llegó gracias a las buenas relaciones de Silvia Cardinale. El viaje fue muy agradable y comenzaron a desaparecer algunos recuerdos de Mauricio para dejarle sitio a las ingeniosas ocurrencias de Víctor, que había cambiado mucho y era cada vez más simpático. En el Museo de Arte Moderno, en pleno Manhattan, una fotografía de cuatro metros cuadrados, firmada con un rotulador negro, fue vista por las grandes estrellas del cine, amantes de la fotografía y turistas que se llevaron un autógrafo en sus álbumes. Skönhet recibió propuestas para trabajar en el cine. Se quedó con varias tarjetas de empresarios del séptimo arte. Prometió ponerse en contacto con ellos y puso la condición de que siempre la acompañara su amigo Darmanián. 

Había otra fotografía del mismo tipo en la casa de Pizarro. Ocupaba la pared de su oficina y era lo único que veía el temido jefe de los grupos criminales más crueles. Marcelo se quitaba las gafas negras, se servía una copa de coñac, prendía su habano, se acomodaba en su enorme butaca y comenzaba a decir después de cada sorbo de alcohol sus obscenidades. Era la forma en que podía disfrutar del sexo. Si no había suciedad verbal no obtenía placer, por eso, soltaba frente a la mujer que permanecía desnuda, con los ojos colgados en el horizonte y con una mano entre la entrepierna insinuando que uno de sus dedos la complacía; una retahíla de maldiciones. Cuando el licor le calentaba la cabeza empezaba a jadear. Sabía que la demanda de divorcio ya había sido firmada, que su ex mujer no había puesto trabas y que consideraba la separación como una oportunidad para acostarse libremente con el guardaespaldas que la había protegido durante los cinco años que había durado la ausencia de su marido. Todos salían beneficiados con el nuevo estado civil de El Tuerto. Marcelo llamó a su agencia y preguntó por las chicas que estaban disponibles en ese momento. La respuesta lo desilusionó porque buscaba una mujer de belleza exótica con rasgos tártaros y caucásicos, con el pelo castaño y cara de muñeca, de cuerpo firme, muy blanco y bien formado, y, sobre todo, de estatura mediana tirando a bajita. Descubrió que su agencia no la tenía, que estaba fuera del país y que tendría que esperar unos meses más para ejecutar su plan. Se decidió por una brasileña muy alegre, de labios voluptuosos y energía infinita. Quería explotar por dentro con un orgasmo que lo hiciera temblar tanto que su cuerpo se cuarteara y se resquebrajara mientras Bella volvía de NY. La única mujer, en ese momento, que podría lograrlo era D-O Diana Oliver, copia de una de las campeonas del Bumbum brasileño. La recibió en su estudio y la poseyó frente a su enorme poster, gritó como demente durante dos horas, luego se quedó tendido en la alfombra hasta que por la noche el hambre lo despertó. Vio la imagen de Bella y aceptó con todo el dolor de su corazón que la pasión animal, la perversión y el placer loco eran una ilusión que no podían sustituir la vanidad de poseer algo sagrado, algo que se encontraba muy dentro del inconsciente colectivo y que era como hacerse el dueño de una parte de los deseos de la humanidad. No sabía que esa necesidad la habían sufrido todos los pintores que se habían imaginado a Afrodita y habían muerto por el efecto de su inalcanzable sueño. Él tenía poder, dinero y deseo, por esa razón lo lograría, no iba a escatimar ni un quinto, ni lágrimas si fuera necesario para lograrlo. Comenzó a obsesionarse.

Cuando volvió la pareja de su presentación en NY. Silvia organizó una reunión en su casa. Entre los invitados estaba un famoso intelectual que tenía como objetivo resaltar las dotes de la pareja que con tanto éxito había representado el arte en un museo de fama internacional. También, se encontraba un periodista muy respetado por sus artículos en el diario más popular del país. La intención de Silvia era ocultar sus temores causados por las nubes amenazantes que ensombrecían la vida de Bella. Era bien sabido, entre los empresarios y funcionarios, que la alfombra roja que recibía cada año a las estrellas del cine nacional soportaría pronto el paso de un enorme extorsionador acompañado de la modelo más popular para celebrar la boda de la década. La casa de La Cardinale era conocida porque cada mes se aparcaban alrededor una cantidad de coches caros y esta vez un grupo de fotógrafos había tenido la oportunidad de hacer fotos de la modelo más prometedora al lado de su retratista personal. Era un buen material para la prensa y nadie quería perdérselo.

Con cada impulso del cuerpo de Víctor iba saliendo en riachuelos la escoria que había dejado Mauricio. Llegó el momento en que no quedaron resquicios del niño insolente con cara de conquistador. Darmanián, el artista y el hombre, ocupó el sitio más alto en la estima de Bella. Se había plantado la semilla que daría lugar a un frondoso árbol de hermosos y tiernos frutos. Skönhet comenzó a olvidar poco a poco las caricias y bromas pesadas de Gallardo y comenzó a apreciar el trato que recibía de Víctor. Cuando el artista no sabía cómo mejorar un trabajo le pedía su opinión a Bella y está, con un increíble sentido común, le marcaba el camino correcto con sólo decir una palabra o hacer un gesto. Pronto el trabajo en colaboración desató una cadena de llamadas demandando más materiales. Se organizó otra exposición y se anunció que la pareja se presentaría en el Palacio de las Bellas Artes para encabezar la pasarela de una marca parisina muy famosa. La música moderna se deslizó por las paredes de mármol, las zapatillas y chasquidos de los besos falsos de las mujeres le puso chispa al evento. Se anunció la nueva colección para el verano y se firmaron muchos cheques por debajo del agua para conseguir tal o cual prenda. Incluso La Cardinale se animó a comprar uno de los vestidos que había lucido Skönher esa tarde. Bella estaba increíble sin la presencia de Gallardo el cual se iba hundiendo cada vez más en su fosa. Silvia lo había hecho para sentirse otra vez joven. Recordó mientras Bella caminaba con gracia sobre el estrado, sus años de juventud cuando el mismo Burt Lancaster se le había acercado para invitarla a salir, pero la llegada de June les había echado abajo el teatrito y La Cardinale rompecorazones había tenido que conformarse con la ilusión de lo que habría podido disfrutar si se hubiera concertado la cita. El nuevo Víctor se lo recordaba, era como una variante armenia del sacerdote impostor Elmer Granty, pero convertido en un gladiador fotógrafo. A la hora de los canapés y las copas, los periodistas aprovecharon para elogiar en su papel de oráculos, el esfuerzo de los diseñadores y la belleza de las modelos, sobre todo la de la señorita Berg, que estaba convirtiéndose en un ícono de la moda gracias a su atractivo exótico propio de los años cincuenta del siglo veinte. Esa noche Bella le pidió a Víctor que le hiciera unas fotos a media luz. Se despojó de la ropa y se acomodó el pelo para repetir el cuadro que la había hecho famosa. Tenía hambre de fama y la carne le pedía la ternura y perseverancia de Darmanián a quien en los momentos más ardientes llamaba Dartañán. La cámara emitía un sonido de serpiente de cascabel apresando las imágenes de la excitada mujer que se frotaba el cuerpo con desesperación. Después gritó y se lanzó sobre Víctor que enfrentó la lucha con suavidad, como si de antemano se hubiera predispuesto a soportar los mordiscos salvajes de su diosa. Con esa sesión firmaron para siempre su unión y la respiración de los dos se coordinó para convertirlos en un amalgamado ser mitológico.

Tres semanas duró el idilio que desbordaba por las ranuras de la casa. Los abrazos, los momentos estancados en la línea del tiempo, en los que se miraban sin parpadear, y las interminables caricias los transformaron. Ya no se borraba la sonrisa de sus labios y los ojos destellaban como si vieran a través de la ilusión. Por desgracia, El Tuerto ya estaba listo para dar el paso definitivo. Dio la orden de tender la alfombra roja y preparar la sala para el gran evento de su vida. Lo primero que hizo fue entrevistarse con Skönhet y amenazarla con matar a su amado Víctor y sus conocidos si no accedía a casarse con él. La resistencia fue heroica, tuvieron que domarla a golpes y adormecerla con drogas para que entrara en razón. Cuando Víctor la encontró, porque la policía estaba avisada de los planes del mafioso y no había movido un solo dedo para aclarar la desaparición, Bella le dijo que la estaban obligando, que la única forma de demostrarle su amor era accediendo a los deseos del monstruo. Fue imposible cambiar el curso de las cosas.

Se celebró la boda y no desapareció la sonrisa del rostro de Skönhet porque sabía que en cuanto se pusiera triste o llorara lamentando su destino, su Dartañán recibiría un balazo en la cabeza. Comió el pastel, besó a su marido, lanzó el ramo de novia y se levantó el vestido para quitarse la liga y arrojársela a los amigos de su marido. El lujo era excesivo, le habían pagado el doble de sus honorarios a un artista americano que interpretaba el hit del momento. Todos los periódicos atiborraron sus secciones de sociedad con los mejores momentos de la fiesta, lo único que desencajaba un poco era lo que estaba escrito en las columnas, pues ponían que la hermosa modelo había pagado la fiesta para agradecerle a su mecenas que la hubiera llevado tan rápido a la cúspide de la gloria. La gente sabía que no era así y los rumores comenzaron a extenderse como marabunta, llegaron hasta los oídos de Víctor y lo obligaron a tomar una decisión. Pensó en suicidarse para liberar del yugo a su amada, pero La Cardinale llegó a tiempo para salvarlo. Estuvo internado unos días y luego lo dieron de alta.

La tristeza opacó la casa del enorme vitral. El trabajo comenzó a ser más esporádico y luego ya no fueron necesarios los servicios del fotógrafo que afirmaba haberse retirado para siempre del escenario. Bella quedó embarazada y desapareció por completo. Su única satisfacción era la de haber salvado a su amigo. Llevaba con dificultad la soledad y aislamiento en los que la tenía Marcelo, pues éste había descubierto que eso de conquistar un mito y poseer lo que añora la humanidad eran puras patrañas y en lugar de saciarse con Bella empezó a buscar a las modelos de su agencia. Parecía que el nuevo matrimonio lo había condenado a la abstinencia en su casa y a la depravación en la calle. Se aparecía por las instalaciones de Pretty Woman a todas horas. Tenía una habitación reservada para las entrevistas, pero la usaba sólo para desnudar a las modelos. Hubo una colombiana, Camelia Urbina, que soportó las humillaciones y amenazas, pero no dejó de buscar la oportunidad para escaparse o librarse del despreciable cerdo que la tenía como una de sus favoritas. Llegó un momento en la vida de la escort en que su vida pendía de un hilo y debía tomar una decisión. La carga que la hacía tambalearse, la arrinconaba en un hueco de su habitación y le impedía ver la luz de la vida real. Era por causa de las inyecciones con las que controlaban su actitud rebelde. Había una orden concreta de administrarle heroína después de sus encuentros, pues en alguna ocasión había tratado de estrangular a alguno de sus clientes y para que escarmentara la adormecían. Ella había aprendido rápido, por eso, cada vez que el pelirrojo Diego Fuente se le aproximaba con la jeringa, ella preparaba su mente para razonar, para urdir el plan que finalmente la sacaría de esa casa de muñecas y la orientaría a su Cali natal. Una vez un cliente, que estaba perdidamente enamorado de ella, le propuso fugarse con él. Ella le habló del enorme riesgo que correrían en caso de intentarlo, pero se encontró una solución y el joven abogado le consiguió una pistola muy pequeña para que la usara en caso de urgencia. Camelia tenía los senos muy pequeños, por eso había comprado unas copas de esponja para su vestido y había aprovechado la situación para zurcir un compartimiento secreto en sus bolsos. Portaba el arma oculta en el forro como si se tratara de un encendedor. La ocasión en que la llamó Pizarro. Ella había regresado de un encuentro con dos clientes que la habían mortificado con su complejo de hombría. Había tenido que someterse a los caprichos de los amigos selectos del Tuerto. Cuando volvió ya estaba lista para que la drogaran, pero le salió al paso Marcelo y Diego tuvo que esperar con la dosis en la mano. Luego, se resignó y escondió la jeringa para que las chicas adictas no se aprovecharan de la situación. Pizarro comenzó a abrazarla y apretarle las carnes. Ella estaba sucia pero no se lo dijo a su jefe. Empezaron a oírse las sandeces del enorme Tuerto, aplastó con todo su peso a Camelia y esta le pidió que cambiaran de posición. Ella se le montó y le dio una bofetada. La reacción hubiera sido apalearla, pero sintió que ella contraía el vientre con una fuerza descomunal y él se rió. Le dijo que entendía su juego, cerró los ojos, entonces ella se inclinó y lo besó con pasión. Con la mano derecha la joven empezó a hurgar en el bolso. Movía con rapidez las caderas y Marcelo gemía y vociferaba. Despacio, Camelia, se enderezó, acomodó el martillo de la pistolita y apuntó al corazón y jaló el gatillo, pero en ese mismo instante, el gordo enorme sufrió un calambre que lo hizo retorcerse y como resultado la colombiana fue lanzada al piso. Marcelo vio la pistola y la cara de la sorprendida de Camelia. La cargo en vilo y la lanzó con mucha fuerza por el balcón. Estaban en un quinto piso y la pobre chica se hizo papilla. Los pocos vecinos que vieron el suceso no se atrevieron a salir porque sabían quién era el causante del desastre. Llegó la policía y Marcelo bajó a darles instrucciones concretas, ellos entendieron y se llevaron una buena suma de dinero. Por casualidad un reportero que volvía de una marcha en el centro vio el cadáver y tomó fotos. Luego sacó sus propias conclusiones, se garbó las declaraciones que habían hecho los policías y cuando se puso en marcha la ambulancia, Doroteo Fernández, ya se había colado en el interior argumentando que era un familiar. El periodista tenía poco tiempo trabajando en el diario y quería destacar con algún artículo escandaloso que le pusiera el dedo en la llaga a una sociedad habituada a la tragedia. Fue por esa razón que tomó fotos de la colombiana suicida, investigó las actividades de la agencia de modelos Pretty Woman y contrató los servicios de la chica más barata para hacerle una entrevista. El resultado fue muy bueno y desveló algunas de las artimañas que usaban los grupos criminales para lavar dinero y explotar a sus esclavas sexuales.

 La prensa publicó durante dos semanas las columnas en las que se hablaba de las actividades delictivas de Marcelo Pizarro. Éste oyó lo que se rumoraba de él y para poner cerco al periodista le ordenó a uno de sus matones que se encargara del indisciplinado corresponsal. Una semana más tarde apareció en un departamento pequeño de una colonia popular el cuerpo de Doroteo. Según la prensa, los resultados de la autopsia revelaban que la causa de su fallecimiento era una sobredosis de heroína. El comunicado decía que Doroteo había invitado a dos prostitutas a su casa, se había metido varias inyecciones y había sufrido un paro cardiaco en el momento del coito. Había una sola fotografía en la que aparecía el periodista Fernández con un traje azul marino al lado de unos empresarios famosos. Los lectores se asombraron por unos segundos al leer las noticias, pero cuando vieron satisfecho su morbo y sintieron despierta su imaginación se dedicaron a especular. Gracias a la desinformación aparecieron los bulos y chistes relacionados con Doroteo. Quien no lo tomó tan a la ligera fue un colombiano de la ciudad de Cali que se había relacionado con uno de los grupos delictivos que había tenido siempre conflictos con El Tuerto. Se llamaba Froilán Campos Urbina y era pariente de la difunta. Era un matón a sueldo que por seguridad y ética no leía los periódicos ni veía la televisión, no indagaba sobre la vida de sus víctimas y se había acostumbrado a ejecutar las órdenes de su jefe que lo tenía en alta estima dada la eficacia de su trabajo. Armando García, el oponente principal de El Tuerto, se lo había llevado como guardaespaldas a una reunión con unos socios para aclarar los aspectos relacionados con el tráfico de armas, pues había oído que unos mafiosos procedentes de Europa del Este habían empezado a comerciar con armamento de producción eslava y se estaban abriendo un hueco entre los territorios de Pizarro, que tenía el control total de armas gringas, y el suyo. Armando vendía toda la producción china y los nuevos, que con sus metralletas estaban ganando terreno de forma asombrosa, le comenzaban a estorbar. Entre otras cosas Froilán oyó la pésima situación en la que se había encontrado su prima. Era una joven de veintidós años que había sido transportada con engaños a la agencia Pretty Woman, se había revelado contra los extorsionadores y recibía palizas a menudo. Era una mujer de carácter muy fuerte y no habían conseguido domarla hasta el final. Era muy atractiva y los clientes la solicitaban mucho. Sus servicios le habían dejado un jugoso beneficio a Marcelo Pizarro. Las risas y burlas que hicieron de la pobre chica hicieron que le temblaran las manos a Froilán. Estaba acostumbrado a ser inmisericorde y rudo, jamás sintió lástima por nadie y la dura vida que había llevado lo inmunizó del sentimentalismo. Recordó como había pasado varios años de su infancia jugando con su atrevida prima que le había enseñado a ser despiadado y valiente en los juegos de piratas, indios y vaqueros. Contuvo las lágrimas, pero un chorro de bilis le provocó que le doliera el hígado y sabía que no podría quitarse el agudo piquete hasta que no vengara la muerte de su adorada Texanita como le decía de cariño.
La existencia de Víctor se vio cubierta por un manto gris. Empezó una caída en picada que le fue llenando el alma de apatía y vació con cierta rapidez sus cuentas bancarias. No tenía muchos ahorros y la venta de sus fotografías y servicios se empezaron a devaluar. La razón era su descuido. No cumplía con los compromisos que había adquirido, vagaba por su colonia durante muchas horas, no se duchaba ni se ocupaba del cuidado de su ropa. Se fue convirtiendo en un pordiosero. La gente ya no lo saludaba porque no lo reconocía. Los aromas que tanto había evitado en su vida escupiendo para no tener dolor de estómago, ahora eran parte del sabor agrio que sentía por la vida. En realidad, quería morir porque toda su ilusión se la había robado Pizarro. No podía vivir pensando que su amada se había sacrificado por él. Sería mejor ponerle fin a su vida y liberarla de las cadenas del ogro. Muriendo él —se decía con los ojos clavados en el suelo—ella resucitaría. De vez en cuando recibía noticias de La Cardinale, quien tenía infiltrada a una sirvienta en la casa de Skönhet, y le mantenía al tanto de los acontecimientos. Víctor sabía que era madre de unos preciosos mellizos, que El Tuerto no la tocaba, y que estaba resignada a seguir enclaustrada para garantizar su vida. Silvia ya no le hablaba directamente y le mandaba chicos de la calle con notas o cartas en las que le explicaba todo. El ex fotógrafo se iba resbalando lentamente por la cuesta de la degradación y el oscuro gris y negro de su vida lo estaban conduciendo al final. No se había atrevido a suicidarse de nuevo y esperaba que pronto su caída fuera rápida para acabar con el tormento de una vez por todas. Un día se paró en el sitio donde había visto a Carlitos. Recordó la cara de alegría cuando le dio el billete de quinientos, el niño había crecido y se le había endurecido la cara. Cuando se acercó a saludarlo, recibió el rechazo inmediato. Le dijo que le iba a espantar a los clientes, que se fuera y no lo molestara. Víctor empezó a contarle lo del billete, pero el chico le dio una patada como si se tratara de un perro. Con el amor propio herido, pero sin mucho dolor físico, el artista se fue a su casa decidido a morir.

Pasó varias semanas alimentándose de lo que encontraba en su despensa. Un día tuvieron que forzar la puerta de su casa para saber si seguía vivo. Silvia había recibido de vuelta todas las misivas que le había enviado, por eso sospechó que las cosas no andaban bien. Lo llevaron a un hospital en el que su esquelético cuerpo quedó conectado a una pequeña bolsa de suero. Lo visitó su amiga, le llevó flores y le pidió que se enfrentara a la verdad con determinación, no podía doblar las manos tan fácilmente. Tenía que dejar de conducirse como un niño caprichoso y volver a su trabajo. Unos cuarenta minutos estuvo escuchando las palabras de Silvia y cuando ella no tuvo más que decir se fue advirtiéndole que si no cambiaba lo dejaría morir sin remedio. Gracias a los regaños decidió cambiar. Salió del hospital y el manto de plomo, que lo había tenido apresado en la depresión, desapareció. Volvieron algunos tonos a su vida, aunque seguían siendo pardos por lo fatídico de su pérdida, resultaron suficientes para motivarlo a seguir en el camino de la creatividad.  Encontró su casa hecha una pocilga, apestaba a excremento y orina, y el aire parecía tener un polvo rancio que producía arqueadas. Empezó a hacer una limpieza profunda. Tardó mucho en limpiar porque no tenía fuerzas. Decidió fortalecerse, se miró en el espejo y pensó que en el hospital habían sido muy benévolos con él, o alguien había pagado mucho para que se le atendiera como persona y no como en lo que se había convertido. Se limpió a consciencia, se cortó las largas uñas y se ató los pantalones que era como de cuatro tallas más grandes. Compró un poco de comida y en una peluquería barata se rapó. Al pasar por un escaparate se dijo que parecía haber salido de un campo de concentración. Sintió pena de si mismo. Así, jamás recuperarás a Bella —se dijo haciendo muecas frente a su reflejo —, ni podrás enfrentarte al Polifemo que se llevó a tu amada. Esas palabras le sirvieron de chispazo para generar ideas. Se dio de cachetadas por haber mostrado tanta cobardía. ¿Dónde había quedado ese apuesto gladiador con cara de Víctor Mature? ¿Por qué había entregado a su inocente amada sin luchar? ¿Para qué lloriqueaba por lo que no había sabido defender como hombre? Esas preguntas lo atosigaron varios días. Se encontró con La Cardinale y le expresó su deseo de volver a la lucha. Ella se alegró y le dijo que primero tenía que fortalecerse. Empezó a comer bien. Volvió a la calle donde trabajaba Carlitos y le pidió que le lustrara los zapatos. El muchacho empezó su trabajo de marinero de regata y lustró con esmero los puntiagudos zapatos de piel de cabra. Víctor lo miró y le recordó que él era su amigo el fotógrafo. Carlitos se acordó del estrechón de manos y la cara de satisfacción de su padre. No le voy a cobrar señor —dijo Carlos con voz entrecortada—, pero Víctor le volvió a estrechar la mano, le dio otra vez los quinientos y le agradeció, en broma, la patada que lo había devuelto a la vida. Se rieron como si se hubieran contado un ingenioso chiste.

A los dos meses de alimentarse bien y practicar deporte, Víctor tenía otra vez su buena apariencia. Se hizo miembro de un club de tiro y empezó a practicar. Volvió a tomar fotos y su nuevo ojo clínico forjado por los dolores que había pasado creó nuevas imágenes. Sus cuadros ya no eran románticos ni se apoyaban en los colores o bellos contrastes de blanco y negro. Ahora mostraban los sentimientos en bruto, enseñaban el interior real de las personas. Su primera exposición reveló las extracciones de la mina del espíritu humano. Las personas no lo reconocían y la crudeza de su cámara hacía llorar a los espectadores. Si antes el juego de mostrar la perversión oculta producía un placer retenido, sus nuevos cuadros eran un llamado a la consciencia, un reproche al buen juicio. Comenzaron a salir artículos sobre su obra. Se hablaba muy bien del nuevo Darmanián. Se le reservó una exposición permanente en un museo de arte moderno. Su habilidad en el tiro comenzó a dejarle algunas medallas y premios en categorías de aficionado. Parecía que el plan que había urdido pronto se vería realizado. Lo único que tenía que saber era el lugar y el sitio exacto para actuar. Esperó con mucha paciencia. Le pidió a la sirvienta infiltrada en casa de Bella que le diera informes sobre las actividades de Pizarro. Por desgracia, el monstruo sólo se dedicaba a satisfacer su hambre de animal en brama. Después del suceso con la colombiana y la muerte de Doroteo, se había convertido en un hombre menos impulsivo, por pura prevención, y se reunía con sus socios en su propio despacho. Cuando salía a los lugares que frecuentaba, le pedía a su equipo de seguridad que tomara medidas adicionales para garantizar su seguridad. La razón era que, los contrabandistas de armas eslavas lo habían amenazado por haberles quitado algunos clientes y por haberles matado a uno de los cabecillas que era de origen serbio y había combatido en los Balcanes. Por otro lado, la fotografía de Skönhet se había arrumbado en un cuarto de cacharros. Los encuentros conyugales eran nulos y cuando se cruzaban por casualidad, intercambiaban un saludo y se retiraban cada uno a la parte de la casa que le correspondía. Bella vaciaba su amor en los niños. No quería que fueran como su padre y les enseñaba a hablar con corrección. Los pequeños apenas balbuceaban alguna cosa, pero por la expresión de sus ojos estaba claro que aprendían las lecciones muy bien. Bella casi no salía por que tenía impuesto el enclaustro, sin embargo, cuando tenía alguna urgencia y se le permitía salir iba protegida por las gafas de sol y tres guaruras que no se le despegaban ni para ir a los probadores. En los grandes almacenes nadie la recordaba, la gente se había olvidado de ella y ni siquiera el escándalo que había provocado su decisión de pagar, por casarse con el hombre más despreciado en el país, perduraba. Las dependientas se quedaban con la boca abierta cuando oían su nombre de soltera. La miraban de arriba a abajo y fingían respeto. Skönhet sentía desprecio por su situación y para no mortificarse pensaba en su Dartañán del cual estaba orgullosa porque había podido recuperarse y salir de nuevo avante en el mundo del arte. Lo echaba mucho de menos y en ocasiones soñaba que se reunía con él. De la sombra de Mauricio no quedaba absolutamente nada.

Darmanián reservaba todos los días armas en el club y los afiliados decían que se estaba preparando para algún torneo importante de tiro porque había mejorado su técnica y sus resultados eran impresionantes. Pasaba dos horas al día perforando con las balas el corazón y la cabeza de los cartelones que ponía a seis metros de distancia en su cámara de tiro. Por las tardes comía con algunos conocidos y luego acudía a las exposiciones donde se le requería para firmar sus trabajos. En la noche se sentaba a escuchar sus fragmentos de la ópera de Händel, pero ya no veía sus libros de ilustraciones del siglo XVII, sino que repasaba su plan para eliminar a Pizarro. Sabía que en el mes de mayo había concertado un encuentro en un bar en el que se encontraría con Serguei el bielorruso que abastecía a las pequeñas bandas de armamento de primera. Ya tenía un contacto que lo dejaría entrar ese día sin registrarlo en el libro de visitas. Se había dedicado a cavar un agujero en uno de los baños y tenía un pequeño compartimiento disimulado debajo del lavabo con un arma ligera, segura y de calibre apropiado. Durmió tranquilo y al día siguiente fue a ver a Carlos para que le ayudara con un par de zapatos de color azul que necesitaba para el traje que llevaría el día de su plan. Su amigo lo saludó con alegría y le dijo que no se preocupara, que tenía tintas y grasas del color que necesitaba y que si le daba un minuto se los tendría listos en un santiamén. Víctor se sentó a esperar y Carlos le dio el período matutino. Con parsimonia empezó a ver las malas fotos que ilustraban el diario, pero su mirada se detuvo en una noticia muy pequeña al lado de la cual estaba la foto de un criminal.

Froilán Campos Urbina, sospechoso del asesinato del dueño de una famosa empresa de edecanes y modelos, se encuentra prófugo. El director de la policía ha organizado un operativo para atrapar al responsable de la muerte del empresario. El homicidio parece ser una venganza dadas las coincidencias. El criminal es pariente de Camelia Urbina que hace menos de un año fue encontrada en medio de la calle desnuda y con una sobredosis de heroína. La modelo de veintitrés años había salido de su país natal en busca del éxito en las pasarelas, sin embargo, había sido rechazada y su atractivo sexual la llevó a convertirse en una servidora intima de lujo. La agencia en la que trabajaba dice que sólo tenían su teléfono móvil. Por razones de seguridad no se revela el nombre de la agencia.
La noticia hizo que Víctor se pusiera de pie con rapidez. Carlos le pidió que se sentara para terminar con su trabajo. No fue posible, el artista se alejó con pasos rápidos y largos. Llegó a la casa de La Cardinale, entró muy precipitado y le mostró con el índice la noticia. Silvia leyó incrédula, estaba muy nerviosa y no podía hablar. Víctor le dijo que era Pizarro y que Froilán Campos se le había adelantado. Al enterarse de los planes de su amigo, Silvia casi se desmaya, pero sintió como la sujetaban unas manos fuertes. Darmanián le dijo que por fin podrían rescatar a Bella, que debían ir a sacarla de su casa lo más pronto posible.

Con la desaparición de Pizarro empezó una oleada de violencia en la ciudad y las réplicas del terremoto llegaron hasta Italia. Los familiares del enorme gordo se dispusieron a viajar para recuperar el cadáver y enterrarlo en su tierra natal. Tenían el objetivo de eliminar a la impostora Skönhet a quien consideraban una de las cómplices del crimen. Le querían quitar las propiedades y el dinero, que, como suponían, le había dejado Pizarro en un testamento. Había muchísimo dinero de por medio. Por fortuna, La Cardinale con su gran experiencia llamó a su infiltrada, le dijo que llegaría en compañía de un prestigioso abogado y que Skönhet preparara a los niños para llevárselos de allí. El encuentro fue conmovedor pero las premuras impidieron que hubiera abrazos y lágrimas. Bella firmó un documento en el que cedía todos sus derechos de las cuentas bancarias, propiedades, coches y cualquier cosa que tuviera un valor económico, a la familia Pizarro. En primer lugar, al hermano mayor, en segundo, a sus hermanas y, por último, al primo Vito de quien siempre decía que era primordial en la familia.

Víctor se puso feliz cuando abrió la puerta y se encontró con el tierno rostro maternal de Bella. Le ayudó con los niños e intercambió una mirada pícara con La Cardinale que sólo daba órdenes. Las instrucciones fueron muy precisas. Llamar a Madrid para que los recibieran en una de las propiedades de Silvia, mover todos los contactos para obtener la documentación necesaria para viajar a Europa y comprar los boletos de avión. Salieron al día siguiente. Parecían un joven matrimonio que se iba de vacaciones. Facturaron la única maleta pesada que llevaban, pasaron el control de pasaportes y recibieron los buenos deseos del personal de la línea aérea ibérica. Cuando llegaron a la capital española, se instalaron en un piso amplio y céntrico. Al tercer día de su estancia Darmanián recibió a los representantes de una revista y un famoso diseñador le dio cita a Skönhet para consultarle su opinión sobre una colección que deseaba lanzar. Las perspectivas eran muy buenas. Víctor anunció que se casaría pronto. Una noche el fotógrafo quiso poner su música de la ópera de Acis y Galatea de Händel, pero no podía despertar a los niños, por lo que tuvo que irse a dormir. Skönhet lo recibió desnuda, con el pelo suelto. La habitación estaba muy poco iluminada y le preguntó si podía repetir la sesión de la primera vez. Se rieron mucho, pusieron un trípode con la cámara en régimen automático y esperaron el momento más adecuado para quedar capturados en el momento más dulce de su vida.