viernes, 29 de mayo de 2015

Jefté, la intervención bendita de Dios (Cuento apócrifo)

La tierra estaba desolada, los filisteos habían mitigado todos los intentos de Israel por liberarse del yugo que los agobiaba. Los perros andaban por las calles comiéndose la carne de los hijos de Abraham. Los cobardes habían comprado su libertad y escondidos, se lamentaban de su suerte, imploraban a Dios pero sus ruegos eran inútiles. No había un solo hombre valeroso que pudiera reunir un grupo de rebeldes. Los sabios de Israel estaban desesperados. Fue entonces cuando me llamó Dios.
-Seguramente ya sabes en qué condiciones se encuentra mi pueblo, ¿verdad, Miguel?

-Sí, Señor, he estado observando todos los acontecimientos y, si me perdona su majestad, creo que es hora de poner manos en el asunto. Los hijos de Israel se han debilitado y corrompido tanto que no hay un solo hombre que pudiera convertirse en caudillo y tomar las armas.

-Es por esa razón que he recurrido a ti. Tú siempre has estado a su lado en todos los enfrentamientos que han tenido. Bien sabes que no es mi intención exterminarlos por completo, más bien, quiero que aprendan las lecciones porque tienen un largo recorrido antes de unirse a mí de nuevo.

-Indíqueme, por favor, cuáles son las instrucciones.

-Mira, Miguel, hay entre mis hijos un hombre de origen bastardo, es decidido y fuerte de carácter. De todos los hombres que hay en esa tierra, él es el único que tiene menos pecado porque ha sobrevivido bajo un principio de justicia y equidad. No se ha dejado llevar por la falsa ilusión que ha engañado y descarrilado a todos los demás. Es muy especial y será quien saque a Israel del atolladero.

-¿Dónde podré encontrarlo? Señor.

-Se llama Jefté, se dedica a robar y vive en las montañas de Tob, desde que sus hermanos lo echaron de su casa por ser hijo bastardo de su padre. Tiene una banda de asaltantes y mal vivientes porque fue despojado de su herencia y tiene que vivir de lo que atraca. A pesar de que en muchas ocasiones se ha visto tentado por la maldad y resentimiento de Caín, sigue siendo un hombre recto que roba a los ricos y le da a los pobres. Lo encontrarás sin dificultad en las cuevas de la región del Noroeste de Camón.

-Perdón por la insolencia señor, pero Jefté, ¿no era un hijo de una prostituta?

-Te equivocas, querido Miguel. Esa es una historia que inventaron para quitarlo de en medio. Sus hermanos, todos, fueron adoptados por Galaad porque su pareja no quería, o mejor dicho, no podía tener hijos. Ya sabes cómo quedó la sociedad después del gobierno de Agabo, al que eliminaron sus enemigos. Pues, saltándonos un poco los detalles de las preferencias de Galaad, te diré que él siempre se sintió excitado por las mujeres, pero en su tiempo era imposible vivir en matrimonio con una mujer. Si lo recuerdas, yo estaba fuera de mí, no podía ver tanta depravación. Así que antes de que viniera Agabo a pedirme ayuda, le envié un mensaje a Galaad que estaba desesperado y a punto de suicidarse. Lo envié al pueblo de Asquelón, a un lado del mar en una pequeña población de pescadores para que se encontrara con Joana, una mujer inconforme con la vida que se llevaba en Siquén, y se fue a buscar a la costa del mar del territorio de los filisteos a un hombre que la embarazara. Por desgracia, no encontró a ningún varón recto y cumplidor, pues allí habitan seres muy salvajes. Así que se vio obligada a complacer los deseos de muchos marineros sedientos de pasión y caricias. En realidad su penar fue breve, ya que tenía sólo un año de haber llegado a ese lugar cuando conoció a Galaad. Cuando se vieron por primera vez, Joana se enamoró perdidamente de él, puesto que es un hombre muy atractivo y fuerte, sus antepasados fueron los más valientes guerreros de Josué y su padre parecía un toro. Joana lo invitó a tomar un té en su casa, así Galaad encontró en ella a la mujer que buscaba, por eso le propuso que se fueran juntos a vivir a Siquén.

 Con la promesa de ponerle una pequeña casa para que se dedicara allí a hacer hilados y vender telas, se la llevó. Ella estaba encantada, se arrepintió de sus pecados, recobró la cordura y empezó a vigilar con celo la pureza física y espiritual, cada noche se dirigía a mí para pedirme un hijo. Yo, por mi parte, le mandé a Remiel, que por esa época te estaba ayudando a hacer el recuento de los caídos en la batalla de Gedeón, y se ausentó unos días. Pues, al ver al arcángel, Joana quedó preñada, al sentirlo le preguntó a Remiel quién lo enviaba y por qué le habían enviado un hijo en ese momento cuando tanto lo deseaba. Remiel le ordenó que le dijera a su esposo que el niño era de él y que debían ponerle el nombre de Jefté y circuncidarlo a los siete días. Además, le recordó que debía guardar el secreto durante toda su vida. De esa forma nació Jefté, pero no le dimos ningún privilegio para que se templara su carácter con la lucha diaria de la vida.

Desde muy pequeño mostró habilidad en el manejo de la espada. Un día quiso Galaad que conociera a sus hermanos, éstos lo rechazaron de inmediato porque vieron en su hermanastro la derrota y la condena de su irresponsabilidad. Los hermanos que tenían malas costumbres se le quisieron entregar físicamente, pero fueron rechazados de inmediato. Despreciados los jóvenes prometieron desheredarlo. Uno de ellos, el mediano, de nombre Jonás, no me explico cómo le pusieron ese nombre, siendo un buitre carroñero, investigó sobre el paradero de la madre de Jefté. Después, ya te podrás imaginar, que puso el grito en el cielo cuando se enteró de que Joana había servido a los hombres del mar en un pueblo filisteo. Se armó una revuelta en la casa, tan gordo fue el problema que echaron a Galaad y le decomisaron los bienes que tenía. Enfadado, Jefté, se prometió a si mismo que a partir de aquel día robaría a los ricos y ayudaría a los pobres. En eso, Miguel, te seré sincero, intervine un poco y traje a mi reino a todos los hombres que fallecieron a manos de mi elegido.  Bueno, veo que no te has sorprendido en absoluto.

-No, no es eso. Lo que pasa es que aquí siempre se sabe todo y con los bulos y chismes de los ángeles pequeños uno se muere de la risa. A mí me contó la historia un querubín, pero de una forma tan sarcástica que casi me mata de la risa.

-Bien, me da gusto que ya sepas todo. Tendré que hablar con todos esos pequeños traviesos para que no hagan diabluras. Por cierto, quiero que después pidas un informe de su educación, es necesario que se sepan a la perfección mis preceptos porque en unos años tendrán que andar ayudando y guiando a millones de personas, así que sé estricto con su formación y no dudes en aplicarle castigos a quien se porte mal. Ya ves lo que nos pasó con aquel inconforme y rebelde que se fue de aquí y ahora anda con su amigote Caín poniendo el desorden en la tierra.

-Eso lo entiendo perfectamente, ya he puesto manos a la obra. Otra cosa, Señor ¿Qué tengo que decirle exactamente a Jefté?

-Mira, Miguel, los amonitas planean atacar y destruir a nuestro pueblo. No hay soldados eficientes y los ancianos de Israel irán a buscar a Jefté para que encabece el ejército. Ahí es donde vamos a entrar nosotros. Le dirás a mi elegido que hable con los ancianos y que pida la presencia del consejo de Mispá, el más astuto de todos, y que le diga que está de acuerdo en ayudarlos con la condición de que yo, el todo poderoso, le entregue a sus oponentes. Ellos, dirán que sí, claro, por supuesto, entonces Jefté debe pedirles ser el jefe del pueblo, en caso de que no sea así, que mi furia caiga sobre ellos. Todos estarán de acuerdo, ¿Entiendes? Y aquí viene lo difícil. Los amonitas van a exigir que se les devuelvan sus tierras que perdieron en la época de la salida del pueblo de Moisés de Egipto. Eso, son cosas de política exterior y es muy difícil resolver las rencillas que se van encajando más y más en el espíritu de los pueblos.

 En primer lugar, Jefté tendrá que ser muy diplomático y pensar bien lo que va a hacer, así que a su lado estará de forma invisible Uriel, quien tiene todos los libros y registros de propiedad de la tierra santa, de tal forma que podrá argumentar con bastante fundamento sus respuestas. En segundo lugar, tendrán que elegir personas con un alto nivel cultural para llevar las conversaciones y transmitir los mensajes. En tercer lugar, habrá una condición, esto no me gusta nada pero es por el bien de las tradiciones de mi pueblo. Jefté me prometerá que si le entrego a los amonitas, matará a la primera persona que encuentre a su regreso a su ciudad natal. Para que cada año se haga culto a la resignación y la pureza de la virginidad, es necesario que la hija de Jefté muera. Va a ser un duro golpe para él. Prepara a Rafael para que hable con Jefté y lo consuele durante los dos meses que le dará de prórroga a su hija Ja´ala antes de matarla, es necesario que no lo sepa Ketura, madre de Ja´ala, por eso manden a Débora para que se le aparezca una noche y la haga perder la razón. En ese periodo de tiempo, Rafael, tiene que convencerlo con su amorosa voz de que será por el bien de nuestra tierra. Por último, estén pendientes de que el Espíritu Santo acompañará la empresa, ¿de acuerdo?

-Sí, Señor.

-Pues, más vale decir, aquí corrió, que aquí murió. Date prisa. No te quiero ver por aquí.

 Así fue como me dirigí a las montañas de Tob para encontrarme con Jefté. Para que no me costara mucho trabajo hallarlo, me disfracé de rico mercader, reuní una caravana de cinco camellos y me llevé toda la indumentaria que necesitaba para cambiarlo de aspecto junto con sus allegados más fieles.
¡Alto ahí!- Me gritó una voz desde un picacho. Me detuve y esperé a que apareciera el hombre que me había dado la orden. Salió un individuo no muy alto pero bastante corpulento, llevaba una barba sucia y sus ojos eran penetrantes como filos de navaja.

-¿Quién eres y a dónde vas?

-Soy un mercader que anda buscando a un pillo, un atracador miserable que  detiene a los comerciantes como yo,  para despojarlos de sus pertenencias, solo que, en este caso todo lo que traigo ya te pertenece por anticipado.

- ¿Qué tipo de broma es esa?

-No pongas esa cara. Soy un enviado del Señor y vengo a hablar contigo de un asunto importante.

-¿Estás mal de la cabeza o qué? No sabes acaso que Dios nos abandonó hace mucho tiempo. Ahora, cada quien vive cómo puede. Algunos tratamos de aplicar la justicia, a nuestra manera, porque no hay otra forma. Los Israelitas se han degradado, los amenitas piensan destruirnos y los filisteos nos explotan, eso es la prueba irrevocable de que el señor hace mucho que nos dejó a la deriva y en pos de la desgracia.

-Te equivoca, Jefté, precisamente a eso he venido.-No pude terminar mi frase porque él se puso amenazador.

-¿Cómo? ¿Sabes mi nombre? ¿A qué vienes? No querrás ponerme una emboscada, ¿no?-Cogió su daga y me la puso en el cuello.

-No, Jefté, traigo un mensaje importante. Tenemos que hablar.

-¿Cómo te llamas, mercader miserable?

-Soy Miguel, dirijo los asuntos importantes de Dios.

-Esas son patrañas, viles mentiras. ¿Tienes miedo de morir, no?

-Yo no puedo morir, Jefté, y estoy aquí para decirte que pronto vendrán los ancianos de Israel a pedirte que dirijas su ejército. Pero no hay soldados capacitados. Así que tendrás que ponerles condiciones. Te espera una larga jornada. ¿Ves todo este cargamento? Pues, ha sido Dios quien te lo ha enviado para que puedas afrontar lo que te espera en un futuro muy próximo.

-¿Pero, quién demonios eres tú para decirme lo que tengo que hacer?

-Por Dios, Jefté, este es un asunto muy delicado. Mira, vamos a ponernos al resguardo de una sombra porque este sol me va a derretir. Así podré explicarte todo con más calma. Diles a tus hombres que lleven los camellos a beber agua, que separen del cargamento las ropas finas y que te preparen para el encuentro con los ancianos de Israel.

-No sé, no me fio de ti, pero algo en el interior me dice que si no te escucho jamás dejaré de ser un insignificante bandolero.

-Déjate llevar por tu intuición, jamás te engañará. Está escrito en el cielo.

-Bueno, ¿Qué es lo que debo hacer? Dímelo ya con un demonio.

-Mira, Jefté, por amor de Dios. Lo primero que debes hacer es cambiar tu aspecto porque esos ancianos son confiados pero nunca le darían tal empresa a un hombre mal aseado y con un olor tan desagradable. En segundo lugar, cuida un poco tu lenguaje y no emplees malas palabras porque tendrás que llevar una serie de conversaciones con los amenitas y filisteos que son diestros en el arte de la jerga. En tercer lugar, tendrás que aceptar la propuesta de los ancianos y matar a todos los amenitas y filisteos, sin embargo, luego tendrás que seguir en tu papel de juez del pueblo hasta el fin de tus días.

-Bien, te contesto igualito que tú. En primer lugar, siempre he sido un pobre diablo. Me echaron mis hermanos como si tuviera la peste, por eso he andado de vagabundo toda la vida. En segundo lugar, hablo como me da la gana y quién diablos da, diablos recibe, así que no me digas cómo tengo que expresarme. Y por último, quien a hierro mata, a hierro muere, esos nómadas ya han hecho demasiado mal en el mundo como para perdonarles sus pecados. Así que indícame lo que debo decir.

-Los ancianos te propondrán que dirijas el ejército y ataques a los amonitas y los venzas con tus astutas estrategias. Tú les dirás que solo si te prometen que Dios te los entregará, entonces serás su jefe. Ellos irán a pedírselo al Señor y volverán con la respuesta. A partir de ese momento, ya serás el hombre más importante de Israel y durante muchos años mantendrás el orden en esta tierra, además contarás con consejeros que te guiarán para que no yerres.

-Acepto, entonces la propuesta, y ahora qué.

-Ordena que te afeiten, arréglate y ven mañana a este mismo sitio que es donde te buscarán los sabios de Israel. Bueno, que Dios vaya contigo. Nos vemos mañana.

Al día siguiente encontré a Jefté en compañía de sus allegados. Tenía una apariencia solemne con la barba muy bien afeitada, destacaban su larga nariz afilada y sus pelos ondulados  lustrosos gracias a un bálsamo de sándalo que lo rodeaba de un aroma suave y delicado.

-! Qué bien te ves, Jefté!

-Claro que sí, ¿pensabas que era un nómada del Mar Grande? Por si no lo sabes, por mis venas corre sangre de realeza. A pesar de que digan que mi madre fue una ramera.

-Guarda tus palabras para los ancianos que ya no deben tardar en llegar.
En efecto, en cuanto volteamos, venía en nuestra dirección una comitiva de soldados y los viejos de Israel.

-¿Quién es Jefté? Preguntó el más anciano de todos.
-Soy yo, ¿Para qué soy bueno? ¿Queréis, a caso, que os rebane como unos cerdos? ¿No sabéis que soy el hombre más temido en esta parte del mundo?

-Cálmate, buen Jefté, venimos a pedir tu ayuda y honrarte, queremos proponerte que seas nuestro estratega. Prométenos que encabezarás a Israel y te daremos lo que nos pidas.

-¿Lo que pida? Pero qué tenéis vosotros, las pocas riquezas que tenían las poseo yo, de lo que les queda todo está en manos de los amenitas y los filisteos. No tiene riqueza, ni nada que ofrecer este grupo de ancianos. Qué venís a pedir ahora, donde estabais cuando me echasteis de Israel. No recordáis que me llamasteis bastardo, hijo de prostituta, como no os mordéis los labios, vergüenza os debería de dar.

-No, no, espera Jefté, te daremos lo que pidas, no escatimaremos hasta entregarte lo que desees, di sólo, cuál es el precio.

-La suma en metálico sería enorme y no me la podríais liquidar en cien años. Así que lo que pido es que Dios me entregue en la batalla a los anemitas. Si podéis conseguir la aprobación del creador, entonces volved con la respuesta. Si Dios llegara a negarse, no os aparezcáis por aquí porque os mataré a todos sin remordimientos de conciencia, ¿Está claro?
Los ancianos se marcharon deliberando entre sí. Cuando se alejaron llamé a Jafté para contarle lo que debería hacer después.

-Jafté, me sorprende la seguridad con la que te has dirigido a los hombres más importantes de Israel.

-Ah, esos son más cobardes que una gallina. Miguel, ¿Tú crees que volverán pronto?

-Sí, en esta semana recibirán la respuesta de Dios y el viernes a primera hora vendrán a rendirte tributo, te darán las llaves de la ciudad y te llevarán ante los señores de Mispá, allí se hará una promesa de fidelidad y respeto hacia ti. Pero, ahora lo más importante es que sepas que llevarás unas conversaciones diplomáticas con los amenitas, los jefes de Edón, Cadés, Moab y Arnón. ¿Sabes cómo salió el pueblo de Israel de Egipto? ¿Tienes idea de cómo fue la marcha y quienes se negaron a que los hijos de Abraham cruzaran por sus tierras?

-No, no tengo ni idea. Por favor, Miguel, sabes perfectamente que no soy un hombre instruido y que nadie ha venido a contarme la historia de mi pueblo. He oído rumores, bulos por aquí y por allá, pero son puras especulaciones. ¿Lo sabes tú?

-Claro, mira, aquí tengo todos los registros de propiedad y las historias de cómo se han ido heredando esos territorios. ¿Dónde podríamos echarles un vistazo para que te hagas una idea de lo que es este embrollo?

-Vamos a mi tienda y ahí me explicarás punto por punto.

Una vez que Jefté, comprendió el problema, le hice recordar los aspectos más importantes, ya que tendría que enviar a emisarios para explicarle a los amenitas que estaban equivocados. Durante esas elucubraciones se trazaría el plan de ataque para coger desprevenidos a los contrincantes y dominarlos con rapidez.

-Jefté, ¿Ves este libro? Pues, es el registro de todos los cambios de propiedad que han tenido todos los pueblos. Esos amenitas vendrán a tratar de lavarte el coco con sus historias sobre el paso de Israel por sus fronteras y los ataques de tus antecesores a su armada. Tendrás que aprenderte el contenido del libro para que impresiones a tus colaboradores.

-¡Ah!, si ya lo decía yo, más vale el diablo por viejo, que por diablo. A ver, explícame.

-El primer paso será mandar a uno de tus emisarios a preguntarle al rey de los amenitas por qué te ha atacado. Él te responderá que cuando los hijos de Abraham salieron de Egipto, a su paso de Arnón al Yaboc y el Jordán, se apoderaron del suelo que no les pertenecía y te pedirá que lo devuelvas pacíficamente. Eso de la usurpación, en cierto grado es verdad, pero tendrás que argumentar que Moisés guió a los judíos hasta Cadés y no se invadió Moab en ningún momento, y solo se pasó por ahí para llegar al Mar Rojo, en aquel entonces se le pidió permiso al rey Edón, pero se negó, lo mismo hizo el de Moab, por tal razón, Israel se estableció en Cadés y luego hizo un gran rodeo por las tierras de Moab y Edón, por lo que el pueblo de Dios se tuvo que quedar en la tierra de Arnón, que está en los límites de Edón, pero de ninguna manera, se invadió ninguno de los dos territorios.

Después, se le pidió al rey de Sijón que permitiera a tu pueblo atravesar por su país, pero el rey de Sijón en lugar de permitir el paso, desconfió y puso en alerta a su ejército, el cual no tardó en atacar guiado por el temor y las órdenes del rey. Como la mano del Señor intervino en el conflicto, la armada de  Sijón pereció y la gente se pudo establecer en tierra de los amorreos. Con la ayuda de Dios el pueblo de Abraham se hizo merecedor de los territorios que van de Arnón al Yboc y desde el desierto al Jordán. Aquí tendrás que ser muy convincente al decir lo que te voy a indicar a continuación. Señores-dirás- Si Dios fue quien nos entregó esas tierras cómo quieres que las devolvamos si fue la mano divina la que nos la entregó. 

Tú acaso, no has recibido las tierras que te dio tu dios Camós, entonces poséelas y no arrebates lo que no te pertenece. Nosotros llevamos trescientos años habitando en Jesbón, en Aroer, en Arnón y nunca te hemos faltado, en cambio tú, vienes a quitarnos nuestra propiedad, ¿te consideras más importante que Balac hijo de Sipor el rey de Moab?, por qué no trataste de recuperar tus tierras antes, y solo hoy vienes a exigir lo que no es tuyo. A pesar de que le expliques esto al rey de los amonitas no lo entenderá y regresará para hacer la guerra. Luego, tendrás que entrar en batalla, la única arma que tendrás será la ayuda de Dios, intenta no fallar porque de lo contrario serás castigado eternamente.

-Pues, en menudo embrollo me has metido. Ya decía yo que un hombre tan distinguido como tú no podría traerme nada bueno.

-Lo siento, Jefté, la suerte está echada. Haz las cosas como te lo he indicado. Vendré en un mes a ver qué tal van las cosas. Hasta pronto.

Fue así como sucedieron las cosas, Señor, se lo explique todo con lujo de detalles seguro que no tendrá ningún problema, y en caso de algún improvisto he dejado un ayudante mío allá abajo para que rectifique las cosas si se requiere.
Bien, Miguel, ve a hacer tus cosas y baja a la tierra dentro de unos días. No vaya a ser que nos madruguen y nos coman el mandado. Ya sabes que el hombre pone, yo dispongo, viene el diablo y lo descompone.

-Muchas gracias, Señor.

Cuando volví a encontrarme con Jefté, lo encontré muy desolado y con una depresión muy fuerte.

-Pero, ¿qué te pasa Jefté? ¿Ha salido algo mal? ¿Te vencieron los amenitas? Tienes muy mal aspecto, dime qué sucede.

-¿Por qué no me avisaste sobre la condición que me pondría Dios?
-A qué condición te refieres, ¿no estaba ya todo arreglado? Te expliqué mil veces lo que tenías que hacer. Incluso, sabias que no te costaría trabajo vencer al enemigo.

-Pues, es que en el momento decisivo me falló el control. Íbamos en fila hacía la tierra de los amenitas, nos salieron al encuentro. Vi su superioridad en carácter, armamento y número. Me dio pánico y hablé con Dios, le pedí que me ayudara a vencer y le prometí que al regresar mataría a la persona que encontrara primero a las puertas de la ciudad. Lo dije de forma inconsciente, estaba viendo al más cobarde de mis soldados y pensé que debía eliminarlo en cuanto terminara la guerra, ya que era la causa de la inconformidad. La mayoría de mis soldados estaba a punto de retroceder y ese cobarde los alentaba a que se volvieran y tiraran las espadas. Perdí el control y Dios me contestó que estaba bien, que me ayudaría pero que tendría que cumplir la condición pasara lo que pasara y fuera quien fuera la primera persona que me encontrara a mi regreso. Le contesté desesperado que sí, que fuera como él lo quisiera.

 Los amonitas ya estaban a un paso de nosotros, de forma inexplicable di la orden de ataque y caímos sobre el enemigo, en lugar de gallinas lloronas, mi ejército estaba formado por soldados alados que arrasaban a los amanitas. La batalla no duró más de dos horas, al final solo estaba yo con tres o cuatro generales en la cima de un monte viendo la alfombra de cuerpos inertes. Volvimos gloriosos a la ciudad. Yo iba delante de todos, me sentía muy satisfecho porque podría encontrarme pronto con mi mujer y mi hija. Recordé lo de la promesa y busqué al soldado que había desertado, pero para mi sorpresa quien salió a mi encuentro fue mi propia hija. Le imploré a Dios que me amputara el brazo, que me matara, que me mandara al mismo infierno, pero que no me obligara a hacer lo que me pedía. Todo fue inútil, incluso me habló directamente y me dijo que yo había cometido demasiados pecados, que el alma de mi hija ya estaba en su reino y que al matarla lo único que haría sería redimir mis faltas. Maldije, grité, lloré y me arrastré como un perro pero mis ruegos fueron rechazados. Tuve que cumplir con el mandato divino.

-Entonces, ¿mataste a tu propia hija?

-¡¿Qué no oyes lo que te he dicho?!

-Lo lamento, de verdad que no me esperaba algo así.

-Tú, tú lo sabías, ¿por qué no me avisaste?

-En verdad que no lo sabía, ¿Crees que no te lo habría dicho? ¿No te he demostrado que soy de fiar? Te recomiendo que dejes las penas y cambies de cara. Si Dios te dijo que tu hija Ja´ala estaba ya con él. Ninguna fuerza del universo habría logrado que siguiera con vida. ¿No te das cuenta de que era un designio del Señor? Anímate y olvídalo. Tienes más cosas que hacer.

-Antes, déjame decirte que le di dos meses a mi amada hija para que se marchara con sus amigas a lamentarse de su desgracia y volviera cuando ya se hubiera despedido de todas. Al parecer, conoció mujeres muy extrañas porque volvió muy cambiada. Su aspecto era sereno y sus ojos expresaban conocimiento y resignación. Fue ella misma quien guió mi mano para darle fin. Cometí fratricidio, pero ella me dijo:

“Esto también es una prueba porque en adelante tendrás que vivir y matar a los que te traicionen. Les pedirás que respondan a una pregunta y ellos se delatarán porque no podrán pronunciar tal palabra”.

Lo que sigue, ya lo sabéis bien mis queridos pupilos. Ya no quiero seguir comentando ese suceso, mejor que sea el mismo Jafté quien nos cuente todo lo que sintió durante esa misión divina que le fue encomendada. Respetable Creador del universo, queridos ángeles del cielo, arcángeles y vírgenes, démosle la bienvenida a Jefté, padre de Ja´ala y libertador de la tierra de Israel que nos complacerá con su discurso. ¡Un fuerte aplauso! 



miércoles, 27 de mayo de 2015

Tolá y Yair- El olvido de Dios (cuento apócrifo)

Poco a poco, el viento se fue llevando los granos de sal, una ventisca fue arrastrando, en torbellinos pequeños, los gránulos blancos cristalizados hasta que se  limpió la ciudad de Siquén y, como pequeños retoños de la historia, surgieron monumentos en memoria de los hombres asesinados por Abimelech. Cuando desaparecieron los vestigios de la destrucción que había ocasionado el primogénito de Gedeón,  los judíos volvieron a gozar de paz, en algunos lugares muchas familias vieron mejorar su condición económica, sus negocios florecieron y los frutos de su esfuerzo generon ganancias que les permitían gozar de ocio y bienestar. Tolá guió al pueblo durante veinte largos años, en los que el sosiego y la prosperidad hicieron desarrollar de forma considerable la sociedad. El ingenio del pueblo se volcó en el diseño de nuevos hilados, en nuevos métodos de fabricación de objetos ornamentales, las herramientas se perfeccionaron y las jornadas laborales se redujeron.

Reinaba la armonía en las casas y la esperanza de una vida mejor motivaba a la gente para cuidar con celo sus labores. En las mesas abundaba la leche, el queso de cabra, la miel y los dátiles, hasta en el hogar más pobre se servía pan con levadura para acompañar la comida. Por arte de magia, se había controlado, a base de un estricto sistema de limpieza, la cantidad de moscas y cucarachas. La gente se preocupaba más por el aspecto personal y no perdía la oportunidad de lucir sus mejores prendas en las fiestas y días de asueto.
Un día, en alguna casa o en algún rincón de la ruta de comercio que iba de Asquelón, en el Mar Grande, a Guibea, cerca de Ramá, un comerciante se vio tentado por la envidia y quiso tener más propiedades que sus competidores. Durante muchos días, estuvo urdiendo un sistema de préstamos y un aumento del precio de sus mercancías para obtener una pequeña cantidad adicional, que al parecer sería insignificante al aplicarse a un producto, pero que al acumularse representaría un diez por ciento de ganancia. Decidió comenzar de inmediato con su nuevo plan y cuando puso un pie en la ciudad de Jebus, entró al mercado, sacó su mercancía y empezó a vender sus productos con el valor adicional. Cuando los curiosos le preguntaban por qué sus mercancías costaban un poco más, el astuto mercader, inventaba historias sobre los elementos empleados en la elaboración de las telas, o la limpieza con que eran producidas todas las especias, o el origen sano de sus frutos, los cuales eran, decía el avaro mercader, el resultado de un cultivo esmerado y cuidadoso. Para que sus palabras no se vieran afectadas por algún producto estropeado o con mal aspecto, el negociante limpiaba con aceite los dátiles, quitaba las arrugas de las telas y filtraba el aceite para que no mostrara impurezas.

 Al principio tuvo algunas dificultades con otros comerciantes que estaban acostumbrados a vender al mismo precio que sus competidores, respetando un pacto moral de acuerdo voluntario y mutuo. Husai, que era astuto y tenía mucho sentido común, decidió que debía vender más caro y hacer más rutas para que la gente notara más su presencia y lo juzgara más por su calidad que por su alto precio en las mercancías. Tuvo mucho éxito y, al año de empezar su estrategia de ventas, ya era conocido como un vendedor que no solo garantizaba lo que vendía, sino que la ofrecía con mejor aspecto. Guardaba con recelo sus secretos comerciales. Se obligó a cambiar su áspero carácter y se hizo más comunicativo, cubrió con hipocresía su desprecio por los pobres, se buscó una sonrisa limpia y reluciente para relacionarse con los demás, y fue adoptando un léxico cordial y muy persuasivo.

Una noche pensó que sus hermanos le podrían ayudar a amasar una fortuna mayor y constituir un clan comercial que eliminaría a la competencia. Así que los llamó y les describió con lujo de detalles lo que tendrían que hacer, un poco después, les mandó hacer las más elegantes prendas de lana, los mejores turbantes y les recomendó que lucieran joyas para mostrarle a los demás el estatus privilegiado al que pertenecían. La fusión fue exitosa y en el plazo de un año lograron la prosperidad deseada.
El mismo día que se anunció la muerte de Tolá, Husai estaba repartiendo sus beneficios con sus hermanos Farés, Lamec y Simei, este último muy pronto había revelado su aptitud para el comercio y era el más exitoso de los cuatro hermanos. Husai les propuso a sus consanguíneos  reunir una gran suma de dinero y llevársela a la familia del difunto Tolá.

Una vez celebrado el sepelio, la influyente familia de Husai propuso que fuera el israelita Yair, originario de Jabes Galaad, una región próspera y comercial de la región de Gad, el nuevo juez del pueblo de Israel, los argumentos que plantearon fueron tan contundentes que nadie se opuso a que Yair fuera el nuevo mediador en los asuntos del pueblo.

Gracias a sus influencias, los hermanos de Husai, se asociaron con los treinta hijos de Yair y crearon sociedades comerciales que imperaron económicamente desde Simeón y Moab, hasta Aser, Neftali y Manases Oriental. El sistema de cooperación de los grupos de comerciantes de las treinta mulas y la familia de los hermanos de Siquén, implantó una serie de condiciones de pago de impuestos que les procuró la riqueza en un período muy breve, así que la prosperidad y la buena gestión convirtió a la tierra prometida en un paraíso.

Pasados veinte años de gobierno, murió Yair y, de la misma forma en que se había honrado a Tolá, se hizo un acto de beneficencia para recordar la memoria de Yair. Poco después fueron muriendo los hermanos magnates. Primero Husai, luego, Farés y Lamec y, por último, Simei que se había preocupado de que sus hijos aprendieran a administrar el dinero, pero descuidó fomentarles el respeto al Señor, nuestro creador. En cuanto desapareció Simei, sus hijos se dedicaron a fomentar la degradación moral y física. Agabo, el más capaz y más atractivo de todos, era el más diestro en cuestiones administrativas dada su avaricia, de tal modo que implantaba impuestos y leyes de recaudación para su beneficio.

Con el dominio total de la economía y el poder, Agabo, comenzó a festejar sus éxitos empresariales y legislativos en reuniones con sus colegas. Organizaba orgías y bacanales donde abundaba el sexo y la comida. Sucedió un día que por beber demasiado sintió un afecto especial por el hijo de uno de sus socios y perdió el control relacionándose sexualmente con él. Para justificar su relación con el joven Asaf, que era débil físicamente, además de mojigato, publicó una ley que permitía la unión entre miembros del mismo sexo. Agabo y Asaf sentían mucha atracción por los menores de edad, así que siempre estaban rodeados de jóvenes y adolescentes. Una ocasión, llegó enfurecido Baruc, padre de Asaf, para reprocharle el abuso que hacía el influyente Agabo de su primogénito, como toda respuesta obtuvo una disculpa con la promesa de remediar el mal cortando todo tipo de relaciones con el débil muchacho. Sin embargo, dos días después unos mercenarios degollaron en un campo desolado a Baruc.

Agabo mandó construir una gran casa con amplios patios, doncellas y sirvientes y designó un gran salón para hacer ritos religiosos en memoria del dios Baal. Cada viernes se llevaban a cabo orgías en las que se consumían estupefacientes, vino y comida elaborada por los mejores cocineros. Dentro de los festejos había un rito llamado El Dámaris o, la novilla mansa, en la que los participantes del mismo sexo compartían sus emociones y sentimientos con jóvenes y niños. Las prácticas se extendieron por toda la región y se empezó a pregonar una nueva ideología para que los disidentes e inconformes se anexaran al nuevo tipo de vida. Para amedrentar a los inconformes se empezó por condenar a las personas que criticaran la conducta de los nuevos amantes iniciados de la hermandad de Dámaris, la cual se convirtió en la secta más poderosa de la región gracias al dominio comercial y el endeudamiento de los hombres de negocios que trabajaban  al menudeo. El control se estableció con la ayuda de una organización militar secreta y cárceles que se ocupaban de eliminar en poco tiempo a los insurrectos que se alzaban en contra del régimen de Agabo.

Las ciudades crecieron, el comercio prosperó y los habitantes se volvieron más pasivos y tolerantes, cuidaban mucho de su seguridad y no escatimaban en invertir recursos para comprar el bienestar y la tranquilidad. Por desgracia, la conducta irresponsable de muchas personas ocasionó que aparecieran enfermedades mortales para las cuales no había remedio. Los médicos más capaces se resignaban y lo único que hacían era recomendarle a la población que asistiera a los templos de los dioses de su predilección y llevaran ofrendas a los altares para implorar el perdón divino. La actitud de la gente era la de tratar de gozar al máximo la vida antes de que se viera afectada por algún mal que les privara del placer, de tal modo, que la gente ingería sustancias que los hacían olvidar su amargo destino en caso de contagiarse. El sexo se usaba como método de escape y había prostitución infantil, tráfico humano y venta ilegal de armas. 

Los filisteos, marineros rapaces, que habían esperado con mucha paciencia la caída del imperio de Agabo, comenzaron a introducir a bajo precio plantas alucinógenas de alta calidad y muy baratas, además armas resistentes para cuidarse de cualquier ataque imprevisto. En poco tiempo dominaron económicamente la región propagando una filosofía de la violencia y el asesinato secreto. Agabo les pidió ayuda a todos los dioses para que lo libraran del mal, pero no obtuvo el mínimo auxilio por su parte. No le quedó más remedio que recordar las palabras de su padre que antes de morir le dijo que si no quería terminar sus últimos días pobre, enfermo y sin esperanza, se dirigiera al Dios único y verdadero, que fue, ha sido y será por los siglos de los siglos.

 Con un grupo de soldados, Agabo se dirigió a la montaña de Efraín para pedirle ayuda al Señor. Llegó a mediodía, hacía un calor infernal, ni siquiera se levantaba el polvo al arrastrar lo pies, parecía que hasta el viento se había esfumado del lugar. Muy agobiado, Agabo, subió a buscar la palmera de Débora, pero no tenía la más mínima idea de dónde se encontraría, decidió subir hasta la cima y dirigirse directamente a Dios.
-Oh, Señor, tú que eres el creador de la vida, manda sosiego sobre nuestra tierra. Ayúdame a liberarme de los males que nos causan los filisteos y su conducta maléfica, asesina y pervertida.

Esperó, pero no hubo respuesta. El silencio era escalofriante, parecía que el ruido había desaparecido de la faz de la tierra. El temor se apoderó de Agabo y su cuerpo se quedó estático en el mismo lugar en el que estaba parado. Perdió la noción del tiempo. Pasaron muchas horas y mentalmente imploró la ayuda del señor, rezando. Cuando sus piernas ya no pudieron resistir su peso, se desplomó chocando contra la ardiente arena.

-Levántate, -dijo una voz poco cordial. Con mucho esfuerzo Agabo se puso en pie y vio a un hombre joven con rostro lúcido.

-¿Quién eres?

-Soy un enviado de Dios.

-Entonces, ¿Está dispuesto a ayudarme? ¿Cuándo lo hará?

-Lo siento mucho, pero el creador me ha dicho que como todo tu pueblo lo ha olvidado y se ha hecho culto a todos los dioses paganos, ordena que vayas a pedirle ayuda a ellos.

-¿Pero, no acaso, él me dio libre albedrio? ¿Para qué me dio esa facultad?

-El señor dice que te dio la oportunidad de conocer el bien y el mal, te dio libre albedrio para que pudieras decidir lo más conveniente para el hombre y lo más propio para dios, pero qué hiciste. Elevaste el dinero al nivel divino, pregonaste que la ciencia y el conocimiento son más efectivos que cualquier acto de tu creador, además malversaste el concepto de amor para desbordar tus bajas pasiones. Llevas una vida que viola los designios divinos y las órdenes de quien te dio la vida. ¿Qué has hecho en beneficio de tus hermanos y tu prójimo? Te has dejado arrastrar por la avaricia, la gula, la soberbia y la perversión. ¿Qué quieres ahora?

-¡Estoy dispuesto a cambiar! ¡Haré lo que me pida Dios! ¡Lo que me pida! Mi gente se muere de enfermedades incurables, no tenemos esperanza, vamos a desaparecer. No quedará ningún habitante de Israel con vida. Ya somos los esclavos de los filisteos y pronto sucumbiremos de hambre o enfermedad. Dile al Señor que sea misericordioso con nosotros, no puede dejarnos sin su apoyo. ¿Quiere acaso que volvamos a la condición de esclavos que teníamos en tiempos de Egipto?

- Lo siento mucho. Yo sólo soy portador del mensaje. Te lo repito otra vez. El señor ordena que les pidas a tus dioses la ayuda que necesitas, él no intervendrá por tu pueblo. Sálvalos tú, si es que puedes.

-Dile  al señor que está siendo injusto y que su compromiso es rescatarnos, ya que de no ampararnos, pereceremos a merced de nuestros enemigos que nos explotan y nos engañan.

-Ya te lo ha dicho nuestro creador, ve y pídele a tus dioses. A ver si el dinero, el comercio corrupto y las armas te dan la felicidad.

Agabo volvió a su tierra acompañado por sus soldados. Tenía la cabeza revuelta y lo consumían la ira y la desesperación. Al llegar a su casa citó a todos sus consejeros, ministros, pensadores y científicos.

-Queridos compañeros, los dioses nos han negado su ayuda, por lo tanto, os pido que a partir de hoy declaremos la guerra a los filisteos y emprendamos el camino a la liberación. No tenemos la fuerza que acompañó a nuestros antepasados, pero contamos con la astucia. Tengo un plan que creo será infalible. En primer lugar, es necesario que los médicos se dediquen día y noche a la investigación, el dinero que se necesite lo proporcionará mi gobierno. En segundo lugar, denle al pueblo todas las garantías democráticas para que puedan sentir que su sociedad es una familia unida. En tercer lugar, empiecen a fabricar armas para poder levantarnos en el momento preciso, los generales deben empezar a crear un plan militar de sabotaje que emplearemos pronto. En cuarto lugar, y último, los pensadores deberán analizar las costumbres de los filisteos y descubrir los puntos más débiles de su cultura para poderlos manipular. En cuanto tengamos los resultados requeridos haremos la rebelión y conquistaremos de nuevo nuestra tierra. Si Dios, también se ha negado a ayudarnos, vamos a demostrarle que el hombre es superior a él.

Un médico, que contaba con la máxima autoridad en materia de salubridad,  le preguntó a Agabo si podía obtener los recursos financieros para mantener un equipo de cincuenta médicos calificados. La respuesta que recibió fue la de un pequeño baúl con objetos valiosos.

-No escatimaré nada, lo oyen. Pidan lo que pidan siempre tendré el dinero para ustedes. Vayan directamente a ver a mis tesoreros y demándenles lo que consideren que haga falta. Quiero ver resultados lo antes posible. Suerte señores ¡No me fallen!

Las palabras de Agabo fueron tan convincentes que a los pocos meses de haber empezado con el plan, los médicos descubrieron muchas formas de curar las enfermedades más contagiosas, los dirigentes de cada barrio le dieron facilidades a sus ciudadanos para que ampliaran sus casas y los créditos no les fueran negados por ninguna razón, los filósofos le entregaban a Agabo informes de la sociedad filistea que se caracterizaba por invadir regiones más débiles y dominarlas, celebrar sus fiestas y atacar en días de asueto. Sólo dos filósofos avisaban a Agabo de que la gente, en especial los hombres, estaban perdiendo sus características de guerreros porque preferían la paz y se preocupaban de la seguridad tanto física como económica, negándose a las prácticas militares. Un ejército de hombres afeminados no podrá imponerse a los filisteos que son más decididos y valientes, no se diga en fortaleza. Agabo fue de nuevo a la montaña de Efraín.

-Señor, si me escuchas envíame un mensaje.

-¿Qué quieres esta vez?- Exclamo el mismo hombre que se había aparecido la vez anterior.

-Quiero que Dios sepa que le agradezco que me haya dado el sentido común, el libre albedrio y el bien y el mal para desarrollar mi razonamiento. Gracias a esos regalos he podido lograr adelantos en la medicina, he podido controlar la economía y he humanizado a la sociedad, pero hay una pequeña complicación. Necesito hombres valientes que puedan enfrentar a los filisteos. Lo que pasa, es que los varones han perdido fuerza, las mujeres se unen unas con otras, ya no se ve al género masculino como el fundamental procreador, el dirigente de una familia. Todos adoptan niños nacidos en otros sitios, en poblaciones muy alejadas a nuestra tierra. Se va a perder la pureza de la raza de los hijos de Abraham.
El hombre se sentó en una roca y a la sombra de un olivo comenzó, con voz estridente, a transmitir las palabras del señor.

-Dios dice que enarbolaste los valores económicos para evaluar a las personas, dejaste que la gente se depravara y se uniera en pecado y transmitiera falsos conceptos del amor, a parte de las infecciones provocadas por el pecado. No hiciste caso de los escritos de los sabios de Israel, habéis violado los mandamientos, os habéis dejado asaltar por los pecados capitales. Hagáis lo que hagáis, digáis lo que digáis, no podréis enderezar el curso de vuestro destino. Olvidadme para siempre y tú, prepárate a morir. En verdad te digo que cuando empieces a reclutar soldados para enfrentar a los filisteos nadie querrá ir a enfrentarlos. Toda tu gente estará más preocupada por su seguridad personal que por la del colectivo, no tenéis la más mínima idea de lo que es el amor al prójimo y el amor a mí. Te asesinarán porque te has convertido en la peor amenaza. Vete y prepara tu sepelio.

Agabo confiado en que no se cumplirían las profecías del señor empezó a emitir decretos que obligaban a los ciudadanos a tomar un curso de entrenamiento militar, cada vez se agredía con mayor violencia, a los individuos que se negaban a enrolarse en el ejército. Un día, varios hombres influyentes temiendo que sus hijos fueran incorporados a los batallones ya formados, cosa que no podrían evitar a pesar de sus influencias, decidieron contratar a unos asesinos a sueldo. Organizaron una reunión de su consejo, llamaron a Agabo para que sirviera de moderador y juez y, en cuanto el dirigente llegó, le asestaron una lluvia de puñales que lo convirtió en picadillo.



miércoles, 13 de mayo de 2015

Abimelech y las setenta dagas.


Te despiertas con el mismo ánimo de todos los días, son esas ideas que no te permiten conciliar un sueño profundo y tranquilo. Lo peor de la situación es que te sabes heredero de un pueblo, descendiente directo del hombre que liberó a la gente de la opresión, por eso tu nombre es hijo de rey, que viene a ser, en una palabra, príncipe, pero qué tienes, cuál es tu poder: ninguno, nada, no tienes absolutamente nada. Tu destino no puede ser el de arrear ovejas como el más simple pastor de Siquén, tampoco serás, nunca, un hombre que se oculte tras las faldas de una mujer, como lo hizo el esposo de Sara cuando entraron al pueblo de Gerar y tu homónimo, que era un gran rey, le pidió perdón al Señor y le obsequió bienes a Abraham. Cuándo podrás disponer de algún bien. Tu padre te dejó como herencia una familia de setenta personas que están por encima de ti, a pesar de que tú deberías ser elegido como rey o profeta, siendo el primogénito de Gedeón. Cualquier hombre que se enorgulleciera de ser una persona cuerda, haría algo para ocupar el trono que se merece por derecho. ¿Has hecho algo para conseguirlo? No, por qué.

Es que acaso te gusta pasarte todo el día al lado de las ovejas viendo como la familia de tu madre se enriquece con el fruto de tu trabajo. Ellos sí que saben ejercer el poder, sobre todo sobre ti que no eres más que un mequetrefe que nunca llegará a ser nada ni nadie en la vida. No se te permitió ni sembrar la vid, ni cosechar el trigo, ni comerciar con animales ni telas, no se te permite hacer ningún tipo de negocio porque en la familia se te considera inepto para todo este tipo de actividades. Que si eres tonto para hacer cuentas, que si eres desordenado, que si te equivocas con la repartición, etc.
Qué es lo que hace falta para que tomes las riendas de tu reino, hasta cuando soportarás la humillación que te han hecho, serás la oveja tonta que seguirá las ordenes de los demás, nunca tendrás opinión propia y lo más lamentable: jamás sabrá la historia que existió un primogénito de Gedeón, que pudiendo conquistar un reino, se dedicó a recorrer los campos como un pobre pastor.

Mira tus manos, son tan fuertes que podrías matar a un toro cogiéndolo del cuello. Para qué te sirve tu moreno cuerpo vigoroso y resistente, tu fina barba de pelo suave y tus hermosos ojos verdes que parecen esmeraldas. A tu lado cualquier rey se ve pequeño, serás un pobre fracasado hasta el fin de tus días, morirás de viejo, olvidado de Dios por tu falta de fe, no conocerás mujer digna y te revolcarás con las mozas más pervertidas y sucias, quieres acaso ser un perro, te gusta la idea de denigrarte al nivel de los animales. Tú, sí, tú, ese heredero despojado arrastrándose por el suelo como un reptil o el peor de los pecadores. Acaso estás esperando que una voz divina te diga que serás el continuador de la labor de tu padre, estás completamente sólo, nadie te hablará, mucho menos el creador.

Deberías escuchar lo que dice la gente de Siquén, ellos no quieren a tu familia porque saben que Gedeón destruyó a su dios Baal y sus descendientes controlan la política y la economía, pero tú podrías reivindicarlo, podrías fraguar un plan para convencer a la gente de que tú eres el indicado para dirigir al pueblo, para administrar su riqueza y guiarlos por el camino del progreso. Proclámate como segundo rey y serás Abimelech II, emperador y gobernante de los pueblos de Cannán, serás querido, respetado y perpetrado por la historia.

¿Te has sorprendido a ti mismo con la idea de matar a tus familiares? No. No te preocupes, eso es sólo un poco de odio, es normal en el humano odiar, otra cosa sería la sed de venganza que te llevaría a matar. Acaso, también, esa idea te ha asaltado, no lo puedo creer, que no serías capaz, por qué, acaso no se lo merecen todos ellos. Ayer te la pasaste todo el día mirando las montañas, tus ojos no se separaron ni un segundo de la montaña de Efraín, no viste a Débora, era imposible porque ella sólo podía hablar con los antepasados de tu padre y quién sabe si de verdad existió.

Quieres decir que es una tontería intentar matar a setenta personas, creo que exageras porque si se tiene un buen plan puedes ejecutar miles, si así lo deseas. Qué plan, pues uno en el que tengas colaboradores. No has aprendido nada de la historia de tu pueblo, sabes perfectamente que Dios siempre los ha castigado porque desobedecen sus órdenes, que qué hacen, pues se degradan, se pervierten, se entregan al placer y la lujuria, se olvidan de escuchar los designios de su creador. Tú también tienes experiencia en las guerras y has visto morir infieles, tu padre no te permitió levantar la espada contra el enemigo, pero sentiste el sabor de la sangre derramada por mandato del cielo.

Y si fueras a preguntarles a los habitantes de la ciudad qué prefieren, ser gobernados por setenta usurpadores o por el auténtico hijo primogénito de Gedeón. Seguro que ya sabes cuál será la respuesta, verdad que sí. Y después qué, no sabes, acaso, que una vez que te elijan a ti, tendrás que eliminarlos, cómo, pues como lo soñaste: pásalos a cuchillo a todos, se lo merecen por privarte de tu reino. Pareces tan incauto, en ocasiones que me parece que estoy perdiendo el tiempo contigo. ¿Qué dices? No voy a poder, me da miedo, son acaso esas  palabras dignas de un emperador, un líder debe ser férreo, con carácter y decisión.

Entonces, qué piensas del plan. Te parece bien que preguntemos a los habitantes de Siquén si quieren que  los gobiernes tú, será cosa de niños convencerlos, sobre todo si te apoyas en su dios. Diles que quieres reivindicar al dios Baal y que tu familia completa lo impide porque lo repudia y argumenta siempre con el hecho heroico, entre comillas, de tu padre. Imagínate lo ridículos que se verán cuando pregunten, qué desea usted, señor o señora, que lo gobierne toda nuestra purrela o que Abimelech lo haga, !Bah! Ellos dirán, con qué descaro vienen a preguntarme eso, si es bien sabido por todos que Abimelech ya nos ha prometido el oro y el moro. ¡Vaya pregunta! Por supuesto, queremos que sea Abimelech.

Te ríes, veo que te ha gustado la idea, verdad que sí. Ya tienes otro semblante, te ha vuelto esa sonrisa alegre que hacía mucho no se dibujaba en tus labios. Incluso, te has puesto más guapo, varonil e irresistible. Imagínate cuántas mujeres tendrás, cuánto oro, cuánta tierra y hombres bajo tu mando. Serás respetado y querido, tus hijos serán dueños de esta tierra, tu descendencia creará un imperio como el de Egipto, pero en lugar de faraones afeminados, tendrás hombres rudos y atractivos en el trono.

Pero, no sería mejor actuar de una vez, los sueños si se pueden realizar pronto, no deben dejarse pendientes. Hazlo ya y mañana tendrás un reino. Lo primero que vas a hacer es convencer a los hombres ricos de Siquén, diles que estás dispuesto a darles un estatus privilegiado, no se podrán resistir; en segundo lugar, proponte como general en mando del ejército y así podrás avanzar con tus fuerzas hacía Tirsa, primero, luego Sucot y, al final, Penuel, de esa forma lograrás poner un muro que impida la salida hacia el Norte y podrás comenzar la invasión hacía el Sur. Quizá con una campaña bien planeada llegues a ser el Gobernador, que digo, más bien Poseedor de todas las ciudades que hay desde el Mar Grande hasta el Mar de la Sal. Tomarás por esposas a las hijas de los reyes de Ramá y del Rabbá de los Amonitas, tus hijos nacerán hasta en Engadi, dominarás las costas del mar desde Asquelón hasta Jope.

Todo, absolutamente todo será tuyo. Tu andar se ha vuelto más ligero, es casi como un baile, no te detengas, vayamos ya a hablar con la gente, no te olvides de contratar mercenarios para la gran empresa. Cómo que cuál empresa. No me vengas con esas cosas en este momento decisivo. Al principio, contratarás setenta mercenarios que sepan manejar la daga, irá uno por cada familiar tuyo, tú te cerciorarás de que no quede ninguno vivo, si hay que rematarlos hazlo tu mismo para que no quede riesgo de una venganza contra ti. Los asesinos a sueldo más fiables son los nómadas hambrientos, ve directamente a las montañas de Mt Ebal y Mte Garizim, allí encontrarás vagabundos diestros e inmisericordes con sangre fría que por unas monedas de plata harán lo que les pidas. “¿Y el dinero?” ¿Cómo dices? No serás tan iluso como para no pedirles monedas de plata a tus futuros allegados. Por qué siempre tengo que recordartelo todo yo, será que le tienes miedo a tu conciencia, pero eso no importa, con un poco de sentido común y mi ayuda la vencerás igual que a tus víctimas.

Bueno, ha ido todo a pedir de boca, no te parece que fue muy fácil despertarles la codicia a esos mercaderes haraganes, pero si con verles la enorme barriga y los ojos de vacas gordas ya te das cuenta de que lo único que quieren es seguir engordando y tener tranquilidad en su casa. Un poco de astucia, mi querido amigo, logra lo que la necedad no consigue en años. No me gustó uno de los hombres con los que estuviste, cómo se llamaba. Abraham, sí, es ese. Al parecer tiene cordura y es astuto, en cierto grado, tendrás que cuidarte de él porque podría revelar tu secreto, guárdalo en la memoria y resérvale un buen filo a su garganta para que no pueda actuar cuando lo intente. Y ahora, haremos un pequeño viaje a las montañas para que veas, por un lado, tu futura propiedad y, por otro, que hables con los criminales que te hacen falta.

Una vez que te has deleitado con tus sueños, ha llegado la hora de entrar en acción. Pregunta por los hombres con peor reputación de este sitio y habla con ellos con determinación, tendrán que reunirse contigo el día que cites a tu familia. Les darás la señal para que entren y degüellen a todos los presentes. Es primordial que no falte ninguno de tus consanguíneos, entiendes bien que de no cumplirlo como te lo digo correrás un gran riesgo.

Pues, ya están reunidos tus parientes, debes aparentar que los estimas, muestra tu cara más cordial y noble, no tiembles, no tartamudees, en el momento en que tu voz tiemble, finge toser, cuando tus manos pierdan la fuerza y se agiten solas, apriétate las piernas y deja que se sequen tus manos sudorosas en tu túnica. En cuanto empiece a correr la sangre te repondrás, es tu naturaleza, eres un lobo que han domesticado inútilmente y le han puesto una piel de oveja, pero pronto verás tus verdaderas cualidades.  Míralos, pobres inocentes, te creen todo lo que dices y ahora es el mejor momento para hacer la señal. Levanta la mano derecha y da el grito para empezar la matanza. Ves como caen, mira como se revuelcan ensangrentados, ahí está una de tus hermanas, ha quedado viva, coge la daga y remátala. No te lo dije, ya empiezas a disfrutar de la sangre, de tu propia sangre derramada y sigues vivo, eso quiere decir que eres inmortal. Continúa, siente ese placer que te provoca el olor de la carne sacrificada, deja que tus oídos se dejen acariciar con el cántico de las lamentaciones, acuchilla, mata, más fuerte, más profundo, más poder.

¡Qué placer! Cuánto lo hemos disfrutado, ves esa alfombra de cuerpos inertes, son tu pasado, son tu escoria que tenías que quitarte de encima. ¡Eres libre, libre! ¡Libre y Rey! ¡Viva el nuevo Rey!
Este silencio sepulcral te sabe a gloria, ya puedes contar los cuerpos revísales el rostro, no sea que alguno se haya escabullido o hayan matado a un mercenario y lo cambiaran por uno de tus familiares. Resultaste más apto de lo que yo pensaba. Has estado formidable. Bueno, son setenta cuerpos, no hay duda, los hemos aniquilado a todos. Cuando veas a Jebuseo dile que será uno de tus colaboradores y te servirá de guardia personal junto con los soldados de los hijos de Jaimor. Parece mentira que te haya salido todo tan barato y tan bien pensado. Fueron unas cuantas monedas de plata por cada muerte y tus aliados quedaron encantados. Viste a Jebuseo asestando golpes con el cuchillo, arrancaba casi la cabeza de sus víctimas, será un buen compañero y protector, sólo habrá que asegurarse de tenerle bien puesta la cadena cuando duermas, no vaya a ser que le haya quedado sed de tu sangre. Te asusta la idea, lo siento, pero las cosas son así y no me sorprendería verte derramando la sangre de tus hijos, pues ya has sentido el sabor del fratricidio, no sería raro que te deleitaras con el parricidio. Ya veremos que nos depara el futuro, por ahora nos corresponde ocupar nuestro trono.

Han pasado casi tres años desde que te hice poseedor del trono, gobiernas bien, has desperdigado a tus hijos por todas partes. ¿Tienes poder acaso sobre tus súbditos? No te has enterado de que hay, por allí, una cancioncita que dice:

Fueron una vez los árboles a ungir rey sobre ellos y dijeron al olivo:”Reina sobre nosotros”
El olivo contestó: “¿Habré de renunciar a mi aceite, que tanto aprecian en mi dioses y hombres para ir a mecerme sobre los árboles?”.
Entonces los árboles fueron a ver a la higuera:”Ven, tú, a reinar sobre nosotros”.
La higuera les contestó: “¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto, para ir a mecerme sobre los árboles?
Los árboles dijeron a la vid: “Ven, tú, a reinar sobre nosotros”
La vid les contestó: “¿Voy a renunciar a mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?
Todos los árboles dijeron a la zarza: “Ven, tú, a reinar sobre nosotros”
La zarza contestó a los árboles: “Si queréis en verdad ungirme rey sobre vosotros, venid a cobijaros a mi sombra. Y si no, salga fuego de la zarza que devore los cedros del Líbano”.

No me vas a salir ahora con la excusa de que no te has enterado, pero si lleva más de un año cantándose por ahí, incitando a las personas a revelarse contra ti. ¿Podrías, decirme qué significado tiene la letra de la melodía? En primer lugar, la discordia que ha aparecido entre tú y tus vasallos, los señores de Siquén, que, por cierto, se quieren rebelar contra ti. Y todo por esa estúpida canción, y en segundo lugar, que por tu falta de empeño y exceso de confianza dejaste pasar un detalle. Sabes perfectamente que me refiero a Jotán, al cual ni tus inútiles mercenarios ni tú mismo, lograste encontrar en su escondrijo. Tenías que haberlo mandado matar en cuanto enseñó la cara y empezó a meter las narices en tus asuntos.

Ahora, se dedica a hacerles emboscadas a tus socios y clientes, va a arruinar tu actividad comercial, tus socios no te lo perdonarán nunca y saltarán sobre ti en cuanto muestres el primer titubeo. Tu hermanito se ha aliado con Gaal y Ebed, han entrado en el templo de tu dios, se han burlado de él bailando entre sus uvas pisoteadas, entonando canciones que hablan mal de ti. Si quieres quédate con los brazos cruzados, pero que no se diga que no te avisé a tiempo.
Eso pensaba exactamente, te da miedo perder lo que tienes. Por qué te has contentado con tampoco, pues si has podido dominar esta tierra, bien podrías aspirar a conquistar un imperio como el egipcio. Imagínate nada más qué rey serías uniendo todas las tierras que tienes con las de Egipto. No suena tan mal, vete a ti mismo, hecho todo un faraón, sentado en un trono de oro, gobernando el mundo. Serías más importante que cualquier dios en nuestro planeta. Tendría a tu mando miles de soldados, tus pasos por la Tierra sería estruendosos, amenazantes. Pero, no vayas tan lejos, primero, resuelve tus problemitas inmediatos. Reúne a tu ejército y ve a matar a esos rebeldes, hazles pagar su osadía llenando de sal la ciudad para que permanezcan en las calles como pescados secos. Dale las gracias a Zebul, que te ha prevenido a tiempo de la conspiración que se ha fraguado en tu contra, dale un hueso para que se calme y en cuanto tengas oportunidad manda a tu servidor Jebuseo para que lo degüelle.

Mañana a primera hora irás con tu ejército a someter las fuerzas de Gaal y Ebed, que motivados por el deseo de venganza avanzarán contra ti. Cuando salgan de la ciudad arremete contra ellos sin misericordia, revive el momento de la noche de las setenta dagas, te sentirás mejor.
Mira como han quedado los pobres. Da la orden de que se busquen los cuerpos de Gaal, de Ebed y el de tu hermanito Jotán y rebózalos de sal, átalos a un palo y deja que se sequen, luego destázalos y dale su carne a los traidores.  Qué pasa, cómo que no está el cuerpo de Jotán. Pues que cojan a los otros dos y que hagan  con ellos lo que te he ordenado. Faltaba más.
Reúne varios soldados y diles que los compensarás con tierras si encuentran a Jotán. En este momento es el más peligroso de todos. Sabes bien que podría influir en el consejo de los señores de Migdal Siquén, si lo hace tendrás que matarlos a ellos también, sería una pena porque te son de mucho provecho, sin embargo, no escatimes, ni te dejes asaltar por la debilidad. Tu espíritu debe ser fuerte, inconmensurable y divino, si es que quieres gobernar.

¿Ves? si ya te lo había dicho yo, los magistrados de Migdal Siquen ya están en la cripta del templo Berit para contrarrestar tu avanzada, están enfadados por lo que has hecho y tiemblan como viles cobardes ante la amenaza que representas para ellos. Antes de que te ataquen los debes madrugar. Te doy la oportunidad de que expreses tu plan, qué harías para matarlos a todos juntos como ratas. ¡Bien!!Bien! no está nada mal la idea. No he perdido el tiempo convirtiéndote en un hombre decidido, inmisericorde y fuerte de espíritu. Pues, adelante, que sea lo que has decidido. Primero hay que ir al monte Salomón y cortar ramas. Esta vez no ordenes que lo haga ningún soldado, ve tú directamente a los olivos y corta tú mismo la rama más frondosa, predica con el ejemplo, eso hará que te estimen y te sigan.
Lo ves, todos han hecho lo mismo que tú. Es impresionante la forma en que se han quedado atrapados tus enemigos en su ratonera. Para este momento ya deben ser un montón de cenizas. Oh, mi señor Abimelech, ¡Qué grande eres! Te amaremos para siempre, respetado señor.

Por último, mi querido Abimelech, ve a Tebes y mata a toda la población porque ellos también te odian por haber quemado a las ratas de Migdal Siquén, haz lo mismo con ellos. Ese deseo que has desarrollado de comerte el mundo, las mujeres, la comida y el poder, no mermarán jamás tu espíritu, es posible que tu cuerpo se haya transformado, tres años de bonanza no podían dejar de ocultar la figura de aquel muchacho fuerte y joven de manos fuertes. No, eso de que te has debilitado no es verdad, ponte a trabajar un poco y verás como en un santiamén recuperas tu forma. Recuerda que la guerra también es un método bueno para recobrar la fortaleza física, porqué no entras en campaña junto con tus soldados, ponte un yelmo, coge la espada y arremete contra los incrédulos, traidores, cobardes e insurgentes que piensan vencerte con sus varas mágicas. Demuéstrales quién es el todo poderoso. 

Sólo, una cosa, no peques de imprudente porque…Si es verdad que yo puedo darte la fuerza y motivación para crear un imperio, no poseo el don de la cordura en momentos de lujuria, así que te queda la tarea a ti de ser razonable en el preciso memento en que se requiera. No me vayas a fallar, rodéate de tus soldados más fieles y acomete contra la ciudad.

Cada vez siento más la convicción de que eres el hombre más indicado para suplantar a los emperadores, a los faraones, es tuyo el Mundo entero. Hago una reverencia ante ti señor de las armas, el poder y la gloria. Los filos de tus espadas han cercenado las cabezas, los cuchillos han desollado los cuerpos y la sangre se ha filtrado en la tierra para que nazca tu pueblo fiel, por cada gota derramada obtendrás, de los hombres, un servidor y, de las mujeres, una esclava, concubina, amante deseosa esperando brindarte su placer. ¿Recuerdas a la subyugada negra que te hizo sentir los más soñados deseos y placeres del amor? Cuántas más se acostarán contigo y te brindarán los deleites más exclusivos del erotismo.
Antes de realizar tus sueños has escarmentar a los cobardes que se han ocultado dentro de la torre, la ves, sí es esa que se ve tan débil, tan mal edificada. Creo que hasta de una patada podrías derribarla, serías un coloso si lo hicieras. Bien, ahí vamos, tu cuerpo de guardias personales hace temblar los muros, vez esa mujer que grita, dale una lección, hazla sufrir hasta que te implore perdón. Sácale los ojos y échala de tus tierras. De esa forma aprenderá a no ofenderte. Oye, ese que está allí no es acaso Jotán, el parecido es enorme. Alcánzalo, cógelo y mátalo  con tus manos. Viene hacia aquí, peor para él, detente y espera. Él ya no tiene escapatoria. Pero, qué burradas dice, cuál poder de dios y venganza divina. El único poderoso e invencible eres tú !Nadie te quitará jamás lo que te pertenece…! Pero, que hace esa mujer! cuidado, quítate! ! Hazte a un lado, por amor de Dios!

Si serás imbécil, te avisé a tiempo que te hicieras a un lado. Te ha descalabrado esa mujer demente. Menudo golpe que has recibido. Me parece que de esta penosa y ridícula situación ya no podrás salir.
La culpa la tengo yo por confiar en ti. Siempre has sido el mismo. Distraído, lento, indeciso, con los reflejos más torpes que los de un pato. Lo siento pero te queda poco tiempo, pídele a Jebuseo que te aseste el golpe mortal. Que no se diga en la historia que pereciste víctima de una mujer, o de tu soberbia, aquí aclaro que no he tenido que ver nada con eso, yo me lavo las manos.

 La gente sabrá que fue tu distracción, tu falta de sentido común, siempre fuiste un hombre desordenado, iluso y confiado, además de poco previsor.

Te dejo, no tengo nada más que hacer aquí. Espero encontrar a algún otro hombre que no termine muerto de forma tan ridícula.

Adiós.




 








lunes, 4 de mayo de 2015

Las trescientas vasijas sagradas de Gedeón. (Cuento apócrifo)

Lo vi a través de la tupida lluvia de semillas de trigo, con dificultad distinguí  su silueta encorvada entre las cascarillas que se desprendían de cada grano y salían volando como polillas. Pasó dos o tres veces frente a mí llamándome la atención, pero en cuanto dejaba de esparcir los cereales y trataba de buscarlo sólo encontraba una nubecita de polvo dorado que confirmaba su existencia, sin embargo él no estaba por ningún lado. Este juego se prolongó más de una hora y al final pensé que era una alucinación provocada por el fuerte sol de mediodía. En cuanto el trigo estuvo limpio lo metí en un costal y me dispuse a llevarlo al granero donde estaba mi padre. Al momento de echarme el saco al hombro golpeé al escuálido hombre que me había estado rondando mientras trabajaba.

-Eh, ten cuidado, mira lo que has hecho,-me dijo muy enfadado. Le pedí disculpas y le pregunté quién era y qué quería.

-Soy Gabriel y vengo a buscar ayuda para cumplir una misión.- ¿Y yo qué tengo que ver con eso?- le inquirí.

-Pues, no lo sé todavía. Como me dijeron que tenía que buscar al hijo de Joás, he venido a ver si vive aquí.

-Pues seré yo a quien buscas porque mi padre es Joás de la tribu de manases.

-¿Tu nombre es Gedeón?

-Sí, soy yo, ¿Por qué?

-Ah, entonces todo está claro. Mira, vengo de parte del Señor que está muy enfadado con sus hijos de Israel porque se han olvidado por completo de él y le hacen culto a otro dios llamado Baal. Sé que tus hermanos han muerto en batalla y que ahora serás tú el siguiente guerrero.

-¿Cómo?-le interrumpí sobresaltado por el miedo, -Pero de qué manera voy a lograrlo, si ni siquiera sé usar la espada, ¿Cómo voy a ir a combatir contra los medianitas que tienen un ejército organizado?

-No te preocupes, Dios pondrá en tus manos a los nómadas y pecadores como si fueran un solo hombre. Los derrotarás fácilmente pero tendrás que seguir mis instrucciones.

-Esto parece más embuste que otra cosa, ¿Cómo puedes demostrar que eres enviado del creador?

-Pues, ya lo comprobarás. Lo primero que vamos a hacer es lo siguiente.- Hizo una pausa para tragar saliva, miró alrededor con atención y siguió,- Tú eres un muchacho inteligente e ingenioso por eso te voy a poner una tarea, si la pasas, mañana te comprobaré que vengo del reino celestial.

-Está bien, dime lo que tengo que hacer.

-Hay formas más prácticas de limpiar el trigo. ¿Podrías inventar, para mañana, algún instrumento que haga la labor más simple y te evite estar subiendo y bajando con tu palangana del banquillo? Piénsalo bien y mañana vendré a verte para ver qué has hecho, ¿está claro?

Así nos despedimos y me fui a ver a Joseph para traer unos encargos de la ciudad. Al pasar por el altar que mi padre había construido en memoria del dios Baal, lo encontré rezando y poniendo una ofrenda, ya que en unos días se celebraría su festividad y habría un gran barullo con bailes y música. Esperé a que terminara sus oraciones y ritos, luego le comunique que iría a la ciudad y me hizo el encargo de traer un poco de mechas y aceite rancio para encender los quinqués. Me dio unas cuantas monedas y me recomendó que tuviera cuidado de esconder bien el dinero y que no entablara conversación con ningún nómada, pues ya en varias ocasiones me habían engañado y despojado de mis pertenencias.
Encontré a Joseph preparando unas vasijas de calabaza recién fabricadas, las puso al sol para que se secaran y se endurecieran un poco. En cuanto me vio dejó su trabajo y vino a darme un abrazo y tres besos en las mejillas. Estaba muy contento porque su mujer estaba embarazada y tendría pronto un primogénito.

-Hola, Gedeón que la paz vaya contigo. En un momento nos vamos.

-Sí. No te apures mucho, tenemos tiempo de sobra, ¿Qué tal está Sara?

-Oh, muy bien, muy bien. Muy pronto ya seré padre.

-Me alegra mucho saberlo, que envidia me das.

-Pues, a ti te llegará tu momento, no desesperes, además con todos los problemas que nos causan los saqueadores, es mejor mantenerse soltero. Ya sabes que uno nunca está seguro aquí.

Durante el trayecto a la gran urbe pensé en contarle a mi amigo todo sobre el encuentro que había tenido con Gabriel, pero algo inmovilizó mi lengua y permanecí mudo toda la marcha, pude pronunciar palabras solo cuando estábamos atravesando las puertas de la ciudad. Fuimos primero a comprar unas pieles de oveja que Joseph necesitaba para arropar a su futuro bebé en los días fríos de invierno. Entramos a una tienda donde había un hombre de unos cincuenta años, era bajito y sus dientes se le habían ido desmoronando poco a poco, al reírse parecía que lanzaba un gritito agudo y burlón. Nos invitó a ver las pieles, al principio nos trajo unas muy viejas y nos dijo que costaban tres monedas de plata cada una. Decidimos salirnos sin ni siquiera regatear, entonces el hombrecito cambió de tono de voz y con una disculpa nos ofreció unas hermosas pieles nuevas, bien curtidas y muy suaves, eran dos blancas y una negra. Joseph cogió las dos borregas blancas y sacó el dinero, pero el hombre le dijo que si no le compraba las tres no le vendería las pieles. Estuvimos discutiendo más de media hora sin llegar a un acuerdo, pero vino a salvarnos la esposa del comerciante.
De pronto, se abrió una cortina y una mujer mulata delgada y no tan joven me miró con curiosidad, era como si tratara de encontrar un mensaje en mi actitud. Habló con una voz firme y le ordenó a su marido que nos diera las tres pieles, una cuba de aceite rancio y mechas para los quinqués. Esos hombres han venido por un recado del creador, Jeremías, y estamos obligados a ayudarles porque de ellos dependen nuestras vidas. El más joven ha venido aquí no solo por tus mercancías sino por un decreto del cielo. En ese momento una fuerte corriente de aire entró por la ventana. Volteé hacía el lugar de donde provenía el viento y pude ver que una malla rudimentaria en la ventana protegía la pequeña tienda de los insectos, impidiendo su entrada, no obstante el pequeño antepecho de piedra lisa estaba lleno de polvo. Se me ocurrió una idea y en ese momento mi mirada se cruzó con la de la mujer, que en ese instante, decía que ya nos podíamos marchar porque el mensaje había sido recibido. Pagamos por las mercancías y salimos con dos fardos, la barrica de combustible rancio y las mechas. Atamos todo con mucho cuidado al asno que llevaba Joseph y comenzamos la marcha de regreso.
A un lado de las puertas de la ciudad encontré una red de pescador muy fina que estaba atrapada entre unas piedras, miré si había alguien cerca pero no vi a nadie. Le pedí a Joseph que me esperara, desprendí la malla y la enrollé con sumo cuidado.

-¿Para qué quieres eso, Gedeón? El río está muy lejos y tenemos que regresar.

-No, Joseph,- le contesté y estuve a punto de revelarle el secreto, sin querer, pero improvisé rápidamente algo.- es que quiero ir a pescar dentro de unos días, cuando tenga tiempo.

Llegamos ya entrada la tarde y me puse a buscar un poco de trigo, luego lo puse sobre la red a la que le había tejido unos hilos de lino gruesos y comencé a limpiar el grano. El experimento resultó y me sentí muy alegre de poder darle la noticia al viejo Gabriel.
Por la mañana encontré al anciano muy rejuvenecido y con el porte más recto, era como si le hubieran quitado unos años de encima, venía muy sucio y sudoroso.

-Hola, muchacho, ¿qué tal va todo? ¿Tienes mi encargo?

Con bastante regocijo le mostré la red y le hice una demostración limpiando un poco de cereal. Él me felicitó y dijo que tendríamos que continuar con la misión y que ahora sería mejor que le pusiera dos marcos de madera a la red y que hiciera un tamiz o una zaranda con ellas. Yo me sentí un poco decepcionado por su actitud indiferente, pero él me pidió un favor.

-Oye, antes de que hagas las cajas de tu colador, consígueme una navaja para afeitarme la barba y un poco de jabón para darme un baño.

-Sí, así lo haré, pero empiezo a dudar que seas un enviado de Dios, pareces más un falso predicador que un ángel.

-Bueno, mira, creo que no he empezado bien con esto. Si quieres que te demuestre que soy quien digo que soy, trae un cabrito pequeño y sacrifícalo ante Dios y verás que te digo la verdad. Para que no dudes de mí, te demostraré que vi a Noé, luego a Abraham, a Moisés y a Josué, no hace mucho de eso, pero se ha perdido la fe y nadie cree que ellos eran los verdaderos profetas. Haz lo que te ordena nuestro padre y verás la verdad.
Entonces fui y sacrifiqué un pequeño cabrito primogénito de color blanco y preparé la salsa, luego llevé todo en un gran cesto al lugar donde pacientemente me esperaba Gabriel y se lo puse todo enfrente. Me ordenó que pusiera la ofrenda sobre una roca virgen. Dejé la canasta con la carne embadurnada de salsa, puse la leña y le ofrecí a Gabriel el holocausto tal y como estaba escrito en libro Levítico, con un animal sano y panes ácimos. El levantó una vara y me dijo:

-Ésta vara la llevó Moisés ante el faraón, con esta vara se cumplieron las diez epidemias que afrontó el emperador egipcio y con esta vara tu ofrenda se hará cenizas y subirá en forma de nube al cielo, luego saldrá una intensa luz del firmamento y escucharás el agradecimiento de Dios.

No sé ahora si efectivamente oí algo, pero vi que se abría el cielo y que una fuerza placentera me invadía, era una muy agradable sensación de paz, incomparable con algo terrenal, incluso creí que en cualquier momento podría salir volando en dirección del reino divino. Estaba completamente abstraído y no podía separar la mirada de aquel lugar tan hermoso. Luego, no sé cuánto tiempo transcurrió, escuché a Gabriel.

-¿Ahora, lo crees?

No podía contestar nada, saqué una navaja y un trozo de jabón que llevaba envueltos en una tela de lana nueva y se lo entregué al ángel. Él se dio media vuelta y despareció.
Pasé toda la tarde gozando de la energía espiritual que me llenaba por dentro. Estaba feliz y no podía entender por qué mi alma estaba tan tranquila y gozosa, me sentía lleno de amor y dulzura. Fui caminando despacio hacía un pequeño estanque que se encontraba al pie de un pequeño monte y vi a Gabriel desnudo. Tenía dibujadas en la espalda dos alas de color blanco y su cuerpo, a pesar de parecer escuálido cuando llevaba su túnica, ahora se veía musculoso. Se volvió de pronto y me indicó que me acercara.

-Gabriel, tus alas.

-¿Qué tienen? ¿Están mal?

-No, solo que no son de verdad, son sólo dibujos. ¿Con ellas vuelas?

-¡Oh, qué pregunta! ¿Sabías que para volar no necesito esas alas tatuadas? Yo vuelo gracias a la fuerza de la que nos ha dotado Dios, estas, y señaló su espalda torciendo el brazo derecho,- son sólo para persuadir a los incrédulos. Pero, te he llamado para darte otra misión. Dentro de tres días se celebra la fiesta de Baal y tu padre cometerá el pecado de hacerle ofrendas paganas, por lo tanto necesito que destruyas ese horrible altar que está fuera de tu casa y que hagas uno más bonito para el Señor. Destruirás el ridículo montículo que hizo tu padre Joás. Traerás piedras en bruto, no forjadas ni tocadas con ningún hierro, luego pondrás otra ofrenda con la carne de un becerro o novillo primogénito y limpio de enfermedad y ofrendarás el holocausto.
 Pídele ayuda a Joseph y cuéntale todo lo que hemos hecho juntos, dile que traiga su asno para que acarreen las piedras con menos esfuerzo. Tienes hasta la noche para realizar el encargo. -En seguida desapareció detrás de una roca y me fui a buscar a mi querido amigo Joseph.
Al principio dude de que Joseph me creyera y fui pensando la mejor forma de explicarle el encuentro con Gabriel y, sobre todo, la forma de convencerlo para que me ayudara con el altar. Lo vi desde lejos. Estaba cortando leña con un hacha y tenía dos grandes mazos a su la lado, parecía que el borrico ya estaba listo para emprender la marcha y atento esperaba que su amo le diera la orden para comenzar a andar.

-Hola, Gedeón, creí que no llegarías nunca.

-¿Qué acaso me esperabas?

-Pues, claro, ¿no habíamos quedado de ir a reparar tu tejado el día de hoy?

De inmediato recordé que le había pedido ese favor la semana pasada y por estar distrayéndome con las tareas que me encomendaba Gabriel, se me había olvidado todo.

-Es verdad. ¿Cómo pude olvidarlo?

-Pues, no lo parece, puesto que has venido a la hora exacta.

-Sí, Joseph, pero es que antes de hacer el tejado haremos un pequeño encargo, ¿de acuerdo?

-Sí, claro que sí, ya he dispuesto las cosas para el trabajo. ¡Vámonos!

Le conté todo lo que me había sucedido, pero no noté ninguna manifestación de asombro en su actitud, por el contrario, parecía que ya estaba informado y que sabía más de lo que yo me imaginaba. Luego me comentó que me había visto hablando con el hombre delgado que le había pedido referencias mías. Me sorprendí muchísimo, pero no quise comentar nada, pues de esa forma me ahorraba más explicaciones. Llegamos hasta donde estaba el altar de mi padre con la figura del dios Baal. Mi padre lo había hecho con una reproducción en piedra caliza, bastante grande, del antiguo dios cananeo y un altar de unos cuarenta centímetros de alto. Cogí un mazo de los que habíamos traído y descargué un golpe en el rostro del dios toro y el hocico salió volando por los aires, después Joseph comenzó a tirar mazazos estruendosos, como es más fuerte que yo le daba golpes contundentes y resquebrajaba la figura rápidamente, algunos de los vecinos se asomaron a ver qué pasaba, luego algunos madianitas y  manases que pasaban por allí nos vieron con desaprobación. Nosotros no hacíamos caso y seguíamos golpeando la figura. A Joseph se le rompió el mango del martillo cuando ya estaba a punto de derrumbarse la estatua pagana. Unos hombres se acercaron para verme mejor, permanecieron un instante frente a mí y sin preguntarme nada me dijeron que yo era Jerobaal y que si seguía con mi tarea pronto lo lamentaría. Escupieron al piso y se marcharon murmurando algo que no entendí. Retiramos todos los escombros con el asno y trajimos piedras de tamaño mediano y construimos un altar a dios nuestro señor. Apareció Gabriel y me dijo que no hablara porque Joseph no debía verme. Me escondí detrás de unas rocas y el ángel me habló.

-Gedeón, lo has hecho muy bien. En todo el cielo solo se habla de ti, además tenemos que encontrarnos mañana muy temprano para ir a la ciudad y ver las fortificaciones y las posiciones de los soldados. Dios quiere que ataques la ciudad.

Primero no entendí, pero cuando Gabriel me dijo que yo llevaría un ejército para enfrentarme a los soldados de Madian casi me muero del espanto. No es que tuviera miedo, sino que mis hermanos ya habían muerto en el intento de vencer a esas hordas salvajes y yo era mucho más débil que ellos, aparte siempre me habían considerado un cobarde mocoso.

-Gabriel, no me siento capaz de hacerlo. Me van a matar inútilmente.

-No te preocupes, el poder divino estará contigo y te será entregado el enemigo como si fuera un solo hombre. Ni siquiera necesitarás armas, solo tu ingenio. Eres un chico muy listo y seguro que algo original urdirás.

Terminé de hacer el altar, hice la ofrenda junto con Joseph y entonamos un rezo en silencio para pedir la misericordia y perdón del que ha sido y será nuestro protector por los siglos de los siglos.
Al día siguiente me lavé y fui al encuentro de Gabriel.

-Oye, Gabriel, no he podido dormir pensando en lo que me dijiste ayer. No se me ocurrió ninguna idea original, estoy muerto de miedo y, además, ya empiezan a correr los rumores de que soy un sacrílego. Me llaman Jerobaal por haber destruido la estatua de mi padre.

-No hagas caso de los rumores. El día de hoy es importantísimo. Tienes que poner los cinco sentidos para analizar todo lo que veas. No tenemos tiempo que perder.

Así, nos encaminamos a la ciudad. Gabriel me fue haciendo preguntas sobre la altura de los muros que delimitaban la metrópoli, sobre la construcción más alta y su posición, los puntos de guardia militar, las salidas y sus dimensiones, la posición de algunas cisternas públicas vacías o llenas. Visitamos los suburbios más pobres, los burdeles, las casas de los ricos y, al final, Gabriel se salió de la ciudad y me pidió dibujar en un trozo de piel de ternera el plano de la parte oriental y marcar los sitios desde donde se oían mejor los ruidos que se proponía hacer. Yo me paraba en un sitio y él hacía ruidos muy raros, entonces yo marcaba si la intensidad del ruido era bajo, medio o alto, luego apuntaba lo que yo creía que había ocasionado el sonido. Así fui escribiendo la intensidad de los ruidos y su semejanza. Regresamos a mi casa y Gabriel me dijo que tendría que reunir muchos hombres dispuestos a entrar en combate sin armas. Le pregunté que si estaba loco y, si no hubiera sido porque ya había sentido la fuerza del espíritu santo, me habría reído del incauto ángel, que por su lado caminaba a mi lado muy alegre, con zancadas cortas y brincoteando. Me pareció un pobre viejo inocente, sin embargo él, comenzó a enfadarme con unas bromas muy tontas.

Nos despedimos y, cuando Gabriel desapareció detrás de la pendiente, saqué la piel de cordero que me había dado la mujer del comerciante, la tendí sobre la tierra y le imploré a dios que me mandara una señal,-Señor,- le dije,- si vas a ayudarme en esta batalla hazme una seña, dame la orden con tus pistas. Para mañana, si este vellocino está mojado de rocío y la tierra a su alrededor seca, haré lo que me pidas.
En la madrugada me desperté y fui a revisar el cuero tendido en la tierra. Lo encontré húmedo, y no había ni una gota de agua en un diámetro de tres metros a su alrededor, no obstante se sentía caer una pequeña llovizna más allá del círculo que rodeaba mi piel de oveja. Volví a mi casa y por la mañana noté que mi vellocino no se secaba, pasó toda la tarde al sol y no hubo ningún cambio, entonces fui otra vez al lugar donde lo había puesto la noche anterior e invoqué al señor. –Dios, mío, perdona que te moleste otra vez pero mi vellocino no se seca, ¿Podrías hacer que se seque y que el agua que contiene aparezca mañana a su alrededor?- Sí, hijo mío.- Creí oír una suave voz que me decía,- Te has portado muy bien y crees en mí, es por eso que te entregaré al pueblo de Median como a un solo hombre. Consulta a Gabriel y pídele que te ayude, él sabrá qué hacer. Llévate el vellocino que ya no debe tener ni una sola gota de agua y está puro. -Era cierto, estaba completamente seco y suave, como si tuviera vida.
Cuando encontré a Gabriel, estaba haciendo unos signos en la arena, me pareció que estaba calculando algo porque escribía fórmulas y sacaba cifras, hablaba en voz baja y se rascaba la cabeza.

-Necesitamos reunir a los hombres, Gabriel.

- ¡No me molestes!, ¿Qué no ves que estoy a punto de resolver este problema?

-Sí, Gabriel, pero tengo la impresión de que Dios quiere que ataquemos mañana, en vísperas de la celebración del dios Baal. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuántos hombres necesitamos? ¿Treinta mil? ¿Más?

-No Gedeón, esa cifra es estratosférica no van a poder cumplir con el plan. Reduce la cifra.

-¿Y qué tal diez mil?- Sin verme, Gabriel preguntó, ¿qué harías para saber qué hombres tienen piernas fuertes?

 -Pues meterlos a una competencia o pedirles que salten y los que lo hagan más alto y mejor serán los elegidos.

-¿No te parece que eso llamaría mucho la atención y los hombres de Madián nos descubrirían? No, eso nos haría levantar sospechas.

-Entonces, ¿Cómo?- Él me miró con severidad y me concentré tratando de imaginar en qué situación un hombre mostraría su fortaleza y su capacidad para el ataque. No me venía nada a la mente, hasta que recordé un día en que fuimos a beber de la fuente Joseph y yo. Había unos hombres nómadas a nuestro lado y cuando nos encontrábamos bebiendo el agua de un cuenco hecho con las manos, notamos que los otros bebían de rodillas o en cuclillas, incluso algunos se recostaban. Joseph me dijo que parecían monos y que si a alguien se le ocurriera robarles sus pertenencias no tendrían la más mínima oportunidad de alcanzar a sus timadores por su imprudencia. Se lo dije a Gabriel.

-Perfecto, Gedeón, muy simple pero ingenioso. No lo había pensado. Reúne a los hombres que consideres aptos haciéndoles la prueba de la fuente y selecciona sólo trescientos, de preferencia los más fuertes y robustos de piernas.

 No entendí cual era el plan que tramaba Gabriel pero que me hubiera mostrado su confianza me alegró tanto que me fui de inmediato a buscar a los mejores hombres para probarlos.  Por el camino a casa encontré a mi padre que me recibió con un abrazo y como saludo dijo: ¡Que la bondad del señor esté contigo, querido hijo y libertador del pueblo de Israel!
 Lo miré directamente a los ojos y vi que estaba completamente curado. Ya no tartamudeaba y se veía muy lúcido, completamente de su demencia.

-Lo sé todo, hijo, me han contado que destruiste mi altar a Baal y que has invocado al Dios de Israel. 

¿Sabes que los madianes y los nómadas te buscan para vengar la ofensa que les has hecho al destruir el altar de Baal?

-Sí, padre, por eso estoy reuniendo un ejército porque voy a atacar la ciudad. No puedo evitarlo, es orden del cielo. Si muero, prométeme que guardarás mi memoria.

-No te preocupes, querido hijo, no morirás. Lo sé.

Después me comentó que había apaciguado a nuestro pueblo y que con la aparición del nuevo templo los hombres habían recobrado la razón y sólo esperaban mi llamado para rebelarse. De esa forma escogí a los trescientos hombres con la ayuda de Gabriel, que se había disfrazado de mercader, y Joseph. Luego cité a los hombres a la entrada de la ciudad a medianoche. Por orden de Gabriel, les pedí que llevaran vasijas de calabaza, de preferencia las más gruesas y nuevas que tuvieran, un cuerno de toro que se pudiera usar de trompeta, cordones, mechas y aceite de lámpara.
Nos reunimos en la explanada oriente de la ciudad en la que estaba la entrada más estrecha y se encontraban los barrios de los hombres más pobres de la urbe. Cerca de la muralla estaban las enormes cisternas que ya había visto la vez pasada. El terreno estaba empedrado y había muy poca hierba. Iba anocheciendo y poco a poco se iban acumulando nuestros guerreros.

-Gedeón, ¿Te acuerdas de cuáles fueron los sonidos que más estruendo hacían?

-Sí, Gabriel, el más estridente fue uno que parecía el sonido de un elefante soplando por la trompa, el otro semejaba cráneos chocando contra la roca y el último era como la marcha de un ejército de soldados despavoridos.

-Bien, muchacho, entonces ya sabes lo que tenemos que hacer, ¿No?

De inmediato Joseph y yo entendimos el plan y nos dio un ataque de risa. Nos saltaban las lágrimas solo de imaginar lo que pasaría a medianoche. Gabriel parecía un niño agarrándose la barriga y respirando con dificultad. Nadie entendía nuestra conducta pero vi en muchos rostros sonrisas de alegría.

-Bueno,-dijo Gabriel, cuando pudo calmarse,- necesitamos meter leña en las barricas que están allí y verterles unos litros de aceite para que se prendan dos enormes columnas de fuego.

Di la orden repitiendo las palabras de Gabriel. Unos hombres metieron la madera en las enormes cubas y vertieron el aceite.
Cuando por fin se reunieron los trescientos hombres ya eran las doce en punto. La ciudad estaba completamente dormida, entonces di la orden de formar filas. Cada uno de nuestros soldados sacó su vasija y su cuerno, luego humedecieron las mechas en aceite y las pusieron en unos bolsos viejos. Había tres filas de cien hombres cada una, estaban separadas entre sí por una distancia de dos metros dejando dos grandes corredores.
Cerca de la una de la mañana cuando las llamas comenzaban a salir de las bocas de las cisternas, Gabriel se  metió a la ciudad por un hueco que había en el muro y me dijo que siguiera el ritmo de su vara. Di la orden de que se pusiera la rodilla derecha en el piso, se cogieran las vasijas con la mano derecha para golpearlas contra las piedras y se asiera el cuerno con la mano izquierda llevándolo a la boca. Había seis hombres con unas colas hechas de vasijas atadas con un cordel, su misión era la de correr de un extremo a otro por los pasillos que habían quedado entre las filas para que pareciera que algunos cráneos chocaban contra el piso en su carrera desenfrenada.
Gabriel levantó su vara y comenzamos a hacer un ruido espantoso y arrítmico. Traté de seguir el compás que me indicaba Gabriel para que pereciera el ataque de un grupo organizado, pero fue inútil. Los hombres soplaban tan fuerte y golpeaban el piso con tanta fuerza que sentíamos que nos iban a reventar los tímpanos. Los primeros minutos no sucedió nada pero después se elevó el griterío dentro de la ciudad, la gente corría hacía el otro extremo tratando de ponerse a salvo. Los guerreros de Madián corrieron lanza en mano hacía el lugar donde nos encontrábamos, pero chocaban con una multitud despavorida que les impedía el paso. Hicimos ruido hasta el amanecer, las pequeñas colinas que teníamos a nuestros costados producían un eco tan fuerte que la resonancia hacía vibrar la ciudad. Cuando salió el sol pudimos ver lo que había pasado. Había infinidad de personas ensangrentadas tiradas por el suelo, los pocos sobrevivientes vagaban enloquecidos, poseídos por la locura y el temor. Temblaban y se escondían en los rincones oscuros.

Volvimos triunfantes. La gente nos estaba esperando cerca del altar que yo había erigido. Mi padre me recibió con un abrazo muy efusivo, después estrechó a Joseph y le dio las gracias por traerme sano y salvo. Las mujeres cantaban de alegría y los niños saltaban alrededor de sus padres. Nadie podía oír lo que nos decían, solo después de unas horas recuperamos la capacidad auditiva y supimos entonces que la gente quería erigirme rey, pero me disculpé diciendo que nada había dependido de mí, que todo había sido obra de dios y que si querían un rey tendría que ser él.
Me fui a buscar a Gabriel para agradecerle su ayuda. Lo encontré cerca de unos rebaños de ovejas. Me vio y vino muy despacio hacía mí.

-Bueno, bueno, miren nada más a quien tenemos aquí. !Eres todo un héroe!

-Hola, Gabriel, te agradezco mucho tu ayuda, Sin ti no habría podido hacer nada.

-No seas modesto. Por algo te habrán elegido para esto, ¿No crees?  Sé buena persona y ayuda a tu pueblo a seguir adelante. Nunca olvides que la fe mueve montañas. Tú no has hecho otra cosa que demostrarlo.

Tenía ganas de darle un abrazo pero el me dijo que era hora de irse. Surgió una luz muy intensa y sus alas se desplegaron. Seguramente, se dio cuenta de mi sorpresa y gritó.

-¿Lo ves? ¿Lo ves? Sí, si son de verdad, ¿Qué tal, eh?

Me quedé mirándolo con una sonrisa, luego desapareció.