viernes, 29 de mayo de 2015
miércoles, 27 de mayo de 2015
Tolá y Yair- El olvido de Dios (cuento apócrifo)
Poco a
poco, el viento se fue llevando los granos de sal, una ventisca fue
arrastrando, en torbellinos pequeños, los gránulos blancos cristalizados hasta
que se limpió la ciudad de Siquén y,
como pequeños retoños de la historia, surgieron monumentos en memoria de los
hombres asesinados por Abimelech. Cuando desaparecieron los vestigios de la
destrucción que había ocasionado el primogénito de Gedeón, los judíos volvieron a gozar de paz, en
algunos lugares muchas familias vieron mejorar su condición económica, sus
negocios florecieron y los frutos de su esfuerzo generon ganancias que les
permitían gozar de ocio y bienestar. Tolá guió al pueblo durante veinte largos
años, en los que el sosiego y la prosperidad hicieron desarrollar de forma
considerable la sociedad. El ingenio del pueblo se volcó en el diseño de nuevos
hilados, en nuevos métodos de fabricación de objetos ornamentales, las
herramientas se perfeccionaron y las jornadas laborales se redujeron.
Reinaba
la armonía en las casas y la esperanza de una vida mejor motivaba a la gente
para cuidar con celo sus labores. En las mesas abundaba la leche, el queso de
cabra, la miel y los dátiles, hasta en el hogar más pobre se servía pan con
levadura para acompañar la comida. Por arte de magia, se había controlado, a
base de un estricto sistema de limpieza, la cantidad de moscas y cucarachas. La
gente se preocupaba más por el aspecto personal y no perdía la oportunidad de
lucir sus mejores prendas en las fiestas y días de asueto.
Un día,
en alguna casa o en algún rincón de la ruta de comercio que iba de Asquelón, en
el Mar Grande, a Guibea, cerca de Ramá, un comerciante se vio tentado por la
envidia y quiso tener más propiedades que sus competidores. Durante muchos días,
estuvo urdiendo un sistema de préstamos y un aumento del precio de sus
mercancías para obtener una pequeña cantidad adicional, que al parecer sería
insignificante al aplicarse a un producto, pero que al acumularse representaría
un diez por ciento de ganancia. Decidió comenzar de inmediato con su nuevo plan
y cuando puso un pie en la ciudad de Jebus, entró al mercado, sacó su mercancía
y empezó a vender sus productos con el valor adicional. Cuando los curiosos le
preguntaban por qué sus mercancías costaban un poco más, el astuto mercader,
inventaba historias sobre los elementos empleados en la elaboración de las
telas, o la limpieza con que eran producidas todas las especias, o el origen
sano de sus frutos, los cuales eran, decía el avaro mercader, el resultado de
un cultivo esmerado y cuidadoso. Para que sus palabras no se vieran afectadas
por algún producto estropeado o con mal aspecto, el negociante limpiaba con
aceite los dátiles, quitaba las arrugas de las telas y filtraba el aceite para
que no mostrara impurezas.
Al principio tuvo algunas dificultades con
otros comerciantes que estaban acostumbrados a vender al mismo precio que sus
competidores, respetando un pacto moral de acuerdo voluntario y mutuo. Husai,
que era astuto y tenía mucho sentido común, decidió que debía vender más caro y
hacer más rutas para que la gente notara más su presencia y lo juzgara más por
su calidad que por su alto precio en las mercancías. Tuvo mucho éxito y, al año
de empezar su estrategia de ventas, ya era conocido como un vendedor que no
solo garantizaba lo que vendía, sino que la ofrecía con mejor aspecto. Guardaba
con recelo sus secretos comerciales. Se obligó a cambiar su áspero carácter y
se hizo más comunicativo, cubrió con hipocresía su desprecio por los pobres, se
buscó una sonrisa limpia y reluciente para relacionarse con los demás, y fue
adoptando un léxico cordial y muy persuasivo.
Una
noche pensó que sus hermanos le podrían ayudar a amasar una fortuna mayor y
constituir un clan comercial que eliminaría a la competencia. Así que los llamó
y les describió con lujo de detalles lo que tendrían que hacer, un poco
después, les mandó hacer las más elegantes prendas de lana, los mejores
turbantes y les recomendó que lucieran joyas para mostrarle a los demás el
estatus privilegiado al que pertenecían. La fusión fue exitosa y en el plazo de
un año lograron la prosperidad deseada.
El
mismo día que se anunció la muerte de Tolá, Husai estaba repartiendo sus
beneficios con sus hermanos Farés, Lamec y Simei, este último muy pronto había
revelado su aptitud para el comercio y era el más exitoso de los cuatro
hermanos. Husai les propuso a sus consanguíneos reunir una gran suma de dinero y llevársela a
la familia del difunto Tolá.
Una vez
celebrado el sepelio, la influyente familia de Husai propuso que fuera el
israelita Yair, originario de Jabes Galaad, una región próspera y comercial de
la región de Gad, el nuevo juez del pueblo de Israel, los argumentos que
plantearon fueron tan contundentes que nadie se opuso a que Yair fuera el nuevo
mediador en los asuntos del pueblo.
Gracias
a sus influencias, los hermanos de Husai, se asociaron con los treinta hijos de
Yair y crearon sociedades comerciales que imperaron económicamente desde Simeón
y Moab, hasta Aser, Neftali y Manases Oriental. El sistema de cooperación de
los grupos de comerciantes de las treinta mulas y la familia de los hermanos de
Siquén, implantó una serie de condiciones de pago de impuestos que les procuró
la riqueza en un período muy breve, así que la prosperidad y la buena gestión
convirtió a la tierra prometida en un paraíso.
Pasados
veinte años de gobierno, murió Yair y, de la misma forma en que se había
honrado a Tolá, se hizo un acto de beneficencia para recordar la memoria de
Yair. Poco después fueron muriendo los hermanos magnates. Primero Husai, luego,
Farés y Lamec y, por último, Simei que se había preocupado de que sus hijos
aprendieran a administrar el dinero, pero descuidó fomentarles el respeto al Señor,
nuestro creador. En cuanto desapareció Simei, sus hijos se dedicaron a fomentar
la degradación moral y física. Agabo, el más capaz y más atractivo de todos,
era el más diestro en cuestiones administrativas dada su avaricia, de tal modo
que implantaba impuestos y leyes de recaudación para su beneficio.
Con el
dominio total de la economía y el poder, Agabo, comenzó a festejar sus éxitos
empresariales y legislativos en reuniones con sus colegas. Organizaba orgías y
bacanales donde abundaba el sexo y la comida. Sucedió un día que por beber
demasiado sintió un afecto especial por el hijo de uno de sus socios y perdió
el control relacionándose sexualmente con él. Para justificar su relación con
el joven Asaf, que era débil físicamente, además de mojigato, publicó una ley
que permitía la unión entre miembros del mismo sexo. Agabo y Asaf sentían mucha
atracción por los menores de edad, así que siempre estaban rodeados de jóvenes
y adolescentes. Una ocasión, llegó enfurecido Baruc, padre de Asaf, para
reprocharle el abuso que hacía el influyente Agabo de su primogénito, como toda
respuesta obtuvo una disculpa con la promesa de remediar el mal cortando todo
tipo de relaciones con el débil muchacho. Sin embargo, dos días después unos
mercenarios degollaron en un campo desolado a Baruc.
Agabo
mandó construir una gran casa con amplios patios, doncellas y sirvientes y
designó un gran salón para hacer ritos religiosos en memoria del dios Baal.
Cada viernes se llevaban a cabo orgías en las que se consumían estupefacientes,
vino y comida elaborada por los mejores cocineros. Dentro de los festejos había
un rito llamado El Dámaris o, la novilla mansa, en la que los participantes del
mismo sexo compartían sus emociones y sentimientos con jóvenes y niños. Las
prácticas se extendieron por toda la región y se empezó a pregonar una nueva
ideología para que los disidentes e inconformes se anexaran al nuevo tipo de
vida. Para amedrentar a los inconformes se empezó por condenar a las personas que
criticaran la conducta de los nuevos amantes iniciados de la hermandad de
Dámaris, la cual se convirtió en la secta más poderosa de la región gracias al
dominio comercial y el endeudamiento de los hombres de negocios que trabajaban al menudeo. El control se estableció con la
ayuda de una organización militar secreta y cárceles que se ocupaban de
eliminar en poco tiempo a los insurrectos que se alzaban en contra del régimen
de Agabo.
Las
ciudades crecieron, el comercio prosperó y los habitantes se volvieron más
pasivos y tolerantes, cuidaban mucho de su seguridad y no escatimaban en
invertir recursos para comprar el bienestar y la tranquilidad. Por desgracia,
la conducta irresponsable de muchas personas ocasionó que aparecieran
enfermedades mortales para las cuales no había remedio. Los médicos más capaces
se resignaban y lo único que hacían era recomendarle a la población que
asistiera a los templos de los dioses de su predilección y llevaran ofrendas a
los altares para implorar el perdón divino. La actitud de la gente era la de
tratar de gozar al máximo la vida antes de que se viera afectada por algún mal
que les privara del placer, de tal modo, que la gente ingería sustancias que
los hacían olvidar su amargo destino en caso de contagiarse. El sexo se usaba
como método de escape y había prostitución infantil, tráfico humano y venta
ilegal de armas.
Los filisteos, marineros rapaces, que habían esperado con mucha paciencia la caída del imperio de Agabo, comenzaron a introducir a bajo precio plantas alucinógenas de alta calidad y muy baratas, además armas resistentes para cuidarse de cualquier ataque imprevisto. En poco tiempo dominaron económicamente la región propagando una filosofía de la violencia y el asesinato secreto. Agabo les pidió ayuda a todos los dioses para que lo libraran del mal, pero no obtuvo el mínimo auxilio por su parte. No le quedó más remedio que recordar las palabras de su padre que antes de morir le dijo que si no quería terminar sus últimos días pobre, enfermo y sin esperanza, se dirigiera al Dios único y verdadero, que fue, ha sido y será por los siglos de los siglos.
Los filisteos, marineros rapaces, que habían esperado con mucha paciencia la caída del imperio de Agabo, comenzaron a introducir a bajo precio plantas alucinógenas de alta calidad y muy baratas, además armas resistentes para cuidarse de cualquier ataque imprevisto. En poco tiempo dominaron económicamente la región propagando una filosofía de la violencia y el asesinato secreto. Agabo les pidió ayuda a todos los dioses para que lo libraran del mal, pero no obtuvo el mínimo auxilio por su parte. No le quedó más remedio que recordar las palabras de su padre que antes de morir le dijo que si no quería terminar sus últimos días pobre, enfermo y sin esperanza, se dirigiera al Dios único y verdadero, que fue, ha sido y será por los siglos de los siglos.
Con un grupo de soldados, Agabo se dirigió a
la montaña de Efraín para pedirle ayuda al Señor. Llegó a mediodía, hacía un
calor infernal, ni siquiera se levantaba el polvo al arrastrar lo pies, parecía
que hasta el viento se había esfumado del lugar. Muy agobiado, Agabo, subió a
buscar la palmera de Débora, pero no tenía la más mínima idea de dónde se
encontraría, decidió subir hasta la cima y dirigirse directamente a Dios.
-Oh,
Señor, tú que eres el creador de la vida, manda sosiego sobre nuestra tierra.
Ayúdame a liberarme de los males que nos causan los filisteos y su conducta maléfica,
asesina y pervertida.
Esperó,
pero no hubo respuesta. El silencio era escalofriante, parecía que el ruido
había desaparecido de la faz de la tierra. El temor se apoderó de Agabo y su
cuerpo se quedó estático en el mismo lugar en el que estaba parado. Perdió la
noción del tiempo. Pasaron muchas horas y mentalmente imploró la ayuda del
señor, rezando. Cuando sus piernas ya no pudieron resistir su peso, se desplomó
chocando contra la ardiente arena.
-Levántate,
-dijo una voz poco cordial. Con mucho esfuerzo Agabo se puso en pie y vio a un
hombre joven con rostro lúcido.
-¿Quién
eres?
-Soy un
enviado de Dios.
-Entonces,
¿Está dispuesto a ayudarme? ¿Cuándo lo hará?
-Lo
siento mucho, pero el creador me ha dicho que como todo tu pueblo lo ha
olvidado y se ha hecho culto a todos los dioses paganos, ordena que vayas a
pedirle ayuda a ellos.
-¿Pero,
no acaso, él me dio libre albedrio? ¿Para qué me dio esa facultad?
-El
señor dice que te dio la oportunidad de conocer el bien y el mal, te dio libre
albedrio para que pudieras decidir lo más conveniente para el hombre y lo más
propio para dios, pero qué hiciste. Elevaste el dinero al nivel divino,
pregonaste que la ciencia y el conocimiento son más efectivos que cualquier acto
de tu creador, además malversaste el concepto de amor para desbordar tus bajas
pasiones. Llevas una vida que viola los designios divinos y las órdenes de
quien te dio la vida. ¿Qué has hecho en beneficio de tus hermanos y tu prójimo?
Te has dejado arrastrar por la avaricia, la gula, la soberbia y la perversión.
¿Qué quieres ahora?
-¡Estoy
dispuesto a cambiar! ¡Haré lo que me pida Dios! ¡Lo que me pida! Mi gente se
muere de enfermedades incurables, no tenemos esperanza, vamos a desaparecer. No
quedará ningún habitante de Israel con vida. Ya somos los esclavos de los
filisteos y pronto sucumbiremos de hambre o enfermedad. Dile al Señor que sea
misericordioso con nosotros, no puede dejarnos sin su apoyo. ¿Quiere acaso que
volvamos a la condición de esclavos que teníamos en tiempos de Egipto?
- Lo
siento mucho. Yo sólo soy portador del mensaje. Te lo repito otra vez. El señor
ordena que les pidas a tus dioses la ayuda que necesitas, él no intervendrá por
tu pueblo. Sálvalos tú, si es que puedes.
-Dile al señor que está siendo injusto y que su
compromiso es rescatarnos, ya que de no ampararnos, pereceremos a merced de
nuestros enemigos que nos explotan y nos engañan.
-Ya te
lo ha dicho nuestro creador, ve y pídele a tus dioses. A ver si el dinero, el
comercio corrupto y las armas te dan la felicidad.
Agabo
volvió a su tierra acompañado por sus soldados. Tenía la cabeza revuelta y lo
consumían la ira y la desesperación. Al llegar a su casa citó a todos sus
consejeros, ministros, pensadores y científicos.
-Queridos
compañeros, los dioses nos han negado su ayuda, por lo tanto, os pido que a
partir de hoy declaremos la guerra a los filisteos y emprendamos el camino a la
liberación. No tenemos la fuerza que acompañó a nuestros antepasados, pero
contamos con la astucia. Tengo un plan que creo será infalible. En primer
lugar, es necesario que los médicos se dediquen día y noche a la investigación,
el dinero que se necesite lo proporcionará mi gobierno. En segundo lugar, denle
al pueblo todas las garantías democráticas para que puedan sentir que su
sociedad es una familia unida. En tercer lugar, empiecen a fabricar armas para
poder levantarnos en el momento preciso, los generales deben empezar a crear un
plan militar de sabotaje que emplearemos pronto. En cuarto lugar, y último, los
pensadores deberán analizar las costumbres de los filisteos y descubrir los
puntos más débiles de su cultura para poderlos manipular. En cuanto tengamos
los resultados requeridos haremos la rebelión y conquistaremos de nuevo nuestra
tierra. Si Dios, también se ha negado a ayudarnos, vamos a demostrarle que el
hombre es superior a él.
Un
médico, que contaba con la máxima autoridad en materia de salubridad, le preguntó a Agabo si podía obtener los
recursos financieros para mantener un equipo de cincuenta médicos calificados.
La respuesta que recibió fue la de un pequeño baúl con objetos valiosos.
-No
escatimaré nada, lo oyen. Pidan lo que pidan siempre tendré el dinero para
ustedes. Vayan directamente a ver a mis tesoreros y demándenles lo que consideren
que haga falta. Quiero ver resultados lo antes posible. Suerte señores ¡No me
fallen!
Las
palabras de Agabo fueron tan convincentes que a los pocos meses de haber
empezado con el plan, los médicos descubrieron muchas formas de curar las
enfermedades más contagiosas, los dirigentes de cada barrio le dieron
facilidades a sus ciudadanos para que ampliaran sus casas y los créditos no les
fueran negados por ninguna razón, los filósofos le entregaban a Agabo informes
de la sociedad filistea que se caracterizaba por invadir regiones más débiles y
dominarlas, celebrar sus fiestas y atacar en días de asueto. Sólo dos filósofos
avisaban a Agabo de que la gente, en especial los hombres, estaban perdiendo
sus características de guerreros porque preferían la paz y se preocupaban de la
seguridad tanto física como económica, negándose a las prácticas militares. Un
ejército de hombres afeminados no podrá imponerse a los filisteos que son más
decididos y valientes, no se diga en fortaleza. Agabo fue de nuevo a la montaña
de Efraín.
-Señor,
si me escuchas envíame un mensaje.
-¿Qué
quieres esta vez?- Exclamo el mismo hombre que se había aparecido la vez
anterior.
-Quiero
que Dios sepa que le agradezco que me haya dado el sentido común, el libre
albedrio y el bien y el mal para desarrollar mi razonamiento. Gracias a esos
regalos he podido lograr adelantos en la medicina, he podido controlar la
economía y he humanizado a la sociedad, pero hay una pequeña complicación.
Necesito hombres valientes que puedan enfrentar a los filisteos. Lo que pasa,
es que los varones han perdido fuerza, las mujeres se unen unas con otras, ya
no se ve al género masculino como el fundamental procreador, el dirigente de
una familia. Todos adoptan niños nacidos en otros sitios, en poblaciones muy
alejadas a nuestra tierra. Se va a perder la pureza de la raza de los hijos de
Abraham.
El
hombre se sentó en una roca y a la sombra de un olivo comenzó, con voz estridente,
a transmitir las palabras del señor.
-Dios
dice que enarbolaste los valores económicos para evaluar a las personas,
dejaste que la gente se depravara y se uniera en pecado y transmitiera falsos
conceptos del amor, a parte de las infecciones provocadas por el pecado. No
hiciste caso de los escritos de los sabios de Israel, habéis violado los
mandamientos, os habéis dejado asaltar por los pecados capitales. Hagáis lo que
hagáis, digáis lo que digáis, no podréis enderezar el curso de vuestro destino.
Olvidadme para siempre y tú, prepárate a morir. En verdad te digo que cuando
empieces a reclutar soldados para enfrentar a los filisteos nadie querrá ir a enfrentarlos.
Toda tu gente estará más preocupada por su seguridad personal que por la del
colectivo, no tenéis la más mínima idea de lo que es el amor al prójimo y el
amor a mí. Te asesinarán porque te has convertido en la peor amenaza. Vete y
prepara tu sepelio.
Agabo
confiado en que no se cumplirían las profecías del señor empezó a emitir
decretos que obligaban a los ciudadanos a tomar un curso de entrenamiento
militar, cada vez se agredía con mayor violencia, a los individuos que se
negaban a enrolarse en el ejército. Un día, varios hombres influyentes temiendo
que sus hijos fueran incorporados a los batallones ya formados, cosa que no
podrían evitar a pesar de sus influencias, decidieron contratar a unos asesinos
a sueldo. Organizaron una reunión de su consejo, llamaron a Agabo para que
sirviera de moderador y juez y, en cuanto el dirigente llegó, le asestaron una
lluvia de puñales que lo convirtió en picadillo.
miércoles, 13 de mayo de 2015
lunes, 4 de mayo de 2015
Las trescientas vasijas sagradas de Gedeón. (Cuento apócrifo)
Lo vi a
través de la tupida lluvia de semillas de trigo, con dificultad distinguí su silueta encorvada entre las cascarillas que
se desprendían de cada grano y salían volando como polillas. Pasó dos o tres
veces frente a mí llamándome la atención, pero en cuanto dejaba de esparcir los
cereales y trataba de buscarlo sólo encontraba una nubecita de polvo dorado que
confirmaba su existencia, sin embargo él no estaba por ningún lado. Este juego
se prolongó más de una hora y al final pensé que era una alucinación provocada
por el fuerte sol de mediodía. En cuanto el trigo estuvo limpio lo metí en un
costal y me dispuse a llevarlo al granero donde estaba mi padre. Al momento de
echarme el saco al hombro golpeé al escuálido hombre que me había estado
rondando mientras trabajaba.
-Eh,
ten cuidado, mira lo que has hecho,-me dijo muy enfadado. Le pedí disculpas y
le pregunté quién era y qué quería.
-Soy
Gabriel y vengo a buscar ayuda para cumplir una misión.- ¿Y yo qué tengo que
ver con eso?- le inquirí.
-Pues,
no lo sé todavía. Como me dijeron que tenía que buscar al hijo de Joás, he
venido a ver si vive aquí.
-Pues
seré yo a quien buscas porque mi padre es Joás de la tribu de manases.
-¿Tu
nombre es Gedeón?
-Sí,
soy yo, ¿Por qué?
-Ah,
entonces todo está claro. Mira, vengo de parte del Señor que está muy enfadado
con sus hijos de Israel porque se han olvidado por completo de él y le hacen
culto a otro dios llamado Baal. Sé que tus hermanos han muerto en batalla y que
ahora serás tú el siguiente guerrero.
-¿Cómo?-le
interrumpí sobresaltado por el miedo, -Pero de qué manera voy a lograrlo, si ni
siquiera sé usar la espada, ¿Cómo voy a ir a combatir contra los medianitas que
tienen un ejército organizado?
-No te
preocupes, Dios pondrá en tus manos a los nómadas y pecadores como si fueran un
solo hombre. Los derrotarás fácilmente pero tendrás que seguir mis
instrucciones.
-Esto
parece más embuste que otra cosa, ¿Cómo puedes demostrar que eres enviado del
creador?
-Pues,
ya lo comprobarás. Lo primero que vamos a hacer es lo siguiente.- Hizo una
pausa para tragar saliva, miró alrededor con atención y siguió,- Tú eres un
muchacho inteligente e ingenioso por eso te voy a poner una tarea, si la pasas,
mañana te comprobaré que vengo del reino celestial.
-Está
bien, dime lo que tengo que hacer.
-Hay
formas más prácticas de limpiar el trigo. ¿Podrías inventar, para mañana, algún
instrumento que haga la labor más simple y te evite estar subiendo y bajando
con tu palangana del banquillo? Piénsalo bien y mañana vendré a verte para ver
qué has hecho, ¿está claro?
Así nos
despedimos y me fui a ver a Joseph para traer unos encargos de la ciudad. Al
pasar por el altar que mi padre había construido en memoria del dios Baal, lo
encontré rezando y poniendo una ofrenda, ya que en unos días se celebraría su
festividad y habría un gran barullo con bailes y música. Esperé a que terminara
sus oraciones y ritos, luego le comunique que iría a la ciudad y me hizo el
encargo de traer un poco de mechas y aceite rancio para encender los quinqués.
Me dio unas cuantas monedas y me recomendó que tuviera cuidado de esconder bien
el dinero y que no entablara conversación con ningún nómada, pues ya en varias
ocasiones me habían engañado y despojado de mis pertenencias.
Encontré
a Joseph preparando unas vasijas de calabaza recién fabricadas, las puso al sol
para que se secaran y se endurecieran un poco. En cuanto me vio dejó su trabajo
y vino a darme un abrazo y tres besos en las mejillas. Estaba muy contento
porque su mujer estaba embarazada y tendría pronto un primogénito.
-Hola, Gedeón
que la paz vaya contigo. En un momento nos vamos.
-Sí. No
te apures mucho, tenemos tiempo de sobra, ¿Qué tal está Sara?
-Oh,
muy bien, muy bien. Muy pronto ya seré padre.
-Me
alegra mucho saberlo, que envidia me das.
-Pues,
a ti te llegará tu momento, no desesperes, además con todos los problemas que
nos causan los saqueadores, es mejor mantenerse soltero. Ya sabes que uno nunca
está seguro aquí.
Durante
el trayecto a la gran urbe pensé en contarle a mi amigo todo sobre el encuentro
que había tenido con Gabriel, pero algo inmovilizó mi lengua y permanecí mudo
toda la marcha, pude pronunciar palabras solo cuando estábamos atravesando las
puertas de la ciudad. Fuimos primero a comprar unas pieles de oveja que Joseph
necesitaba para arropar a su futuro bebé en los días fríos de invierno.
Entramos a una tienda donde había un hombre de unos cincuenta años, era bajito
y sus dientes se le habían ido desmoronando poco a poco, al reírse parecía que
lanzaba un gritito agudo y burlón. Nos invitó a ver las pieles, al principio nos
trajo unas muy viejas y nos dijo que costaban tres monedas de plata cada una.
Decidimos salirnos sin ni siquiera regatear, entonces el hombrecito cambió de
tono de voz y con una disculpa nos ofreció unas hermosas pieles nuevas, bien curtidas
y muy suaves, eran dos blancas y una negra. Joseph cogió las dos borregas
blancas y sacó el dinero, pero el hombre le dijo que si no le compraba las tres
no le vendería las pieles. Estuvimos discutiendo más de media hora sin llegar a
un acuerdo, pero vino a salvarnos la esposa del comerciante.
De
pronto, se abrió una cortina y una mujer mulata delgada y no tan joven me miró
con curiosidad, era como si tratara de encontrar un mensaje en mi actitud.
Habló con una voz firme y le ordenó a su marido que nos diera las tres pieles,
una cuba de aceite rancio y mechas para los quinqués. Esos hombres han venido
por un recado del creador, Jeremías, y estamos obligados a ayudarles porque de
ellos dependen nuestras vidas. El más joven ha venido aquí no solo por tus
mercancías sino por un decreto del cielo. En ese momento una fuerte corriente
de aire entró por la ventana. Volteé hacía el lugar de donde provenía el viento
y pude ver que una malla rudimentaria en la ventana protegía la pequeña tienda
de los insectos, impidiendo su entrada, no obstante el pequeño antepecho de
piedra lisa estaba lleno de polvo. Se me ocurrió una idea y en ese momento mi
mirada se cruzó con la de la mujer, que en ese instante, decía que ya nos
podíamos marchar porque el mensaje había sido recibido. Pagamos por las
mercancías y salimos con dos fardos, la barrica de combustible rancio y las
mechas. Atamos todo con mucho cuidado al asno que llevaba Joseph y comenzamos
la marcha de regreso.
A un
lado de las puertas de la ciudad encontré una red de pescador muy fina que
estaba atrapada entre unas piedras, miré si había alguien cerca pero no vi a
nadie. Le pedí a Joseph que me esperara, desprendí la malla y la enrollé con sumo
cuidado.
-¿Para
qué quieres eso, Gedeón? El río está muy lejos y tenemos que regresar.
-No,
Joseph,- le contesté y estuve a punto de revelarle el secreto, sin querer, pero
improvisé rápidamente algo.- es que quiero ir a pescar dentro de unos días, cuando
tenga tiempo.
Llegamos
ya entrada la tarde y me puse a buscar un poco de trigo, luego lo puse sobre la
red a la que le había tejido unos hilos de lino gruesos y comencé a limpiar el
grano. El experimento resultó y me sentí muy alegre de poder darle la noticia
al viejo Gabriel.
Por la
mañana encontré al anciano muy rejuvenecido y con el porte más recto, era como
si le hubieran quitado unos años de encima, venía muy sucio y sudoroso.
-Hola,
muchacho, ¿qué tal va todo? ¿Tienes mi encargo?
Con
bastante regocijo le mostré la red y le hice una demostración limpiando un poco
de cereal. Él me felicitó y dijo que tendríamos que continuar con la misión y que
ahora sería mejor que le pusiera dos marcos de madera a la red y que hiciera un
tamiz o una zaranda con ellas. Yo me sentí un poco decepcionado por su actitud indiferente,
pero él me pidió un favor.
-Oye,
antes de que hagas las cajas de tu colador, consígueme una navaja para
afeitarme la barba y un poco de jabón para darme un baño.
-Sí,
así lo haré, pero empiezo a dudar que seas un enviado de Dios, pareces más un falso
predicador que un ángel.
-Bueno,
mira, creo que no he empezado bien con esto. Si quieres que te demuestre que
soy quien digo que soy, trae un cabrito pequeño y sacrifícalo ante Dios y verás
que te digo la verdad. Para que no dudes de mí, te demostraré que vi a Noé,
luego a Abraham, a Moisés y a Josué, no hace mucho de eso, pero se ha perdido
la fe y nadie cree que ellos eran los verdaderos profetas. Haz lo que te ordena
nuestro padre y verás la verdad.
Entonces
fui y sacrifiqué un pequeño cabrito primogénito de color blanco y preparé la
salsa, luego llevé todo en un gran cesto al lugar donde pacientemente me esperaba
Gabriel y se lo puse todo enfrente. Me ordenó que pusiera la ofrenda sobre una
roca virgen. Dejé la canasta con la carne embadurnada de salsa, puse la leña y
le ofrecí a Gabriel el holocausto tal y como estaba escrito en libro Levítico,
con un animal sano y panes ácimos. El levantó una vara y me dijo:
-Ésta
vara la llevó Moisés ante el faraón, con esta vara se cumplieron las diez
epidemias que afrontó el emperador egipcio y con esta vara tu ofrenda se hará
cenizas y subirá en forma de nube al cielo, luego saldrá una intensa luz del
firmamento y escucharás el agradecimiento de Dios.
No sé
ahora si efectivamente oí algo, pero vi que se abría el cielo y que una fuerza
placentera me invadía, era una muy agradable sensación de paz, incomparable con
algo terrenal, incluso creí que en cualquier momento podría salir volando en
dirección del reino divino. Estaba completamente abstraído y no podía separar
la mirada de aquel lugar tan hermoso. Luego, no sé cuánto tiempo transcurrió,
escuché a Gabriel.
-¿Ahora,
lo crees?
No
podía contestar nada, saqué una navaja y un trozo de jabón que llevaba
envueltos en una tela de lana nueva y se lo entregué al ángel. Él se dio media
vuelta y despareció.
Pasé
toda la tarde gozando de la energía espiritual que me llenaba por dentro.
Estaba feliz y no podía entender por qué mi alma estaba tan tranquila y gozosa,
me sentía lleno de amor y dulzura. Fui caminando despacio hacía un pequeño
estanque que se encontraba al pie de un pequeño monte y vi a Gabriel desnudo.
Tenía dibujadas en la espalda dos alas de color blanco y su cuerpo, a pesar de
parecer escuálido cuando llevaba su túnica, ahora se veía musculoso. Se volvió
de pronto y me indicó que me acercara.
-Gabriel,
tus alas.
-¿Qué
tienen? ¿Están mal?
-No, solo
que no son de verdad, son sólo dibujos. ¿Con ellas vuelas?
-¡Oh,
qué pregunta! ¿Sabías que para volar no necesito esas alas tatuadas? Yo vuelo
gracias a la fuerza de la que nos ha dotado Dios, estas, y señaló su espalda
torciendo el brazo derecho,- son sólo para persuadir a los incrédulos. Pero, te
he llamado para darte otra misión. Dentro de tres días se celebra la fiesta de
Baal y tu padre cometerá el pecado de hacerle ofrendas paganas, por lo tanto
necesito que destruyas ese horrible altar que está fuera de tu casa y que hagas
uno más bonito para el Señor. Destruirás el ridículo montículo que hizo tu
padre Joás. Traerás piedras en bruto, no forjadas ni tocadas con ningún hierro,
luego pondrás otra ofrenda con la carne de un becerro o novillo primogénito y
limpio de enfermedad y ofrendarás el holocausto.
Pídele ayuda a Joseph y
cuéntale todo lo que hemos hecho juntos, dile que traiga su asno para que
acarreen las piedras con menos esfuerzo. Tienes hasta la noche para realizar el
encargo. -En seguida desapareció detrás de una roca y me fui a buscar a mi
querido amigo Joseph.
Al
principio dude de que Joseph me creyera y fui pensando la mejor forma de
explicarle el encuentro con Gabriel y, sobre todo, la forma de convencerlo para
que me ayudara con el altar. Lo vi desde lejos. Estaba cortando leña con un
hacha y tenía dos grandes mazos a su la lado, parecía que el borrico ya estaba
listo para emprender la marcha y atento esperaba que su amo le diera la orden
para comenzar a andar.
-Hola,
Gedeón, creí que no llegarías nunca.
-¿Qué
acaso me esperabas?
-Pues,
claro, ¿no habíamos quedado de ir a reparar tu tejado el día de hoy?
De
inmediato recordé que le había pedido ese favor la semana pasada y por estar distrayéndome
con las tareas que me encomendaba Gabriel, se me había olvidado todo.
-Es
verdad. ¿Cómo pude olvidarlo?
-Pues,
no lo parece, puesto que has venido a la hora exacta.
-Sí, Joseph,
pero es que antes de hacer el tejado haremos un pequeño encargo, ¿de acuerdo?
-Sí,
claro que sí, ya he dispuesto las cosas para el trabajo. ¡Vámonos!
Le
conté todo lo que me había sucedido, pero no noté ninguna manifestación de
asombro en su actitud, por el contrario, parecía que ya estaba informado y que
sabía más de lo que yo me imaginaba. Luego me comentó que me había visto
hablando con el hombre delgado que le había pedido referencias mías. Me
sorprendí muchísimo, pero no quise comentar nada, pues de esa forma me ahorraba
más explicaciones. Llegamos hasta donde estaba el altar de mi padre con la
figura del dios Baal. Mi padre lo había hecho con una reproducción en piedra
caliza, bastante grande, del antiguo dios cananeo y un altar de unos cuarenta
centímetros de alto. Cogí un mazo de los que habíamos traído y descargué un
golpe en el rostro del dios toro y el hocico salió volando por los aires,
después Joseph comenzó a tirar mazazos estruendosos, como es más fuerte que yo le
daba golpes contundentes y resquebrajaba la figura rápidamente, algunos de los
vecinos se asomaron a ver qué pasaba, luego algunos madianitas y manases que pasaban por allí nos vieron con
desaprobación. Nosotros no hacíamos caso y seguíamos golpeando la figura. A
Joseph se le rompió el mango del martillo cuando ya estaba a punto de
derrumbarse la estatua pagana. Unos hombres se acercaron para verme mejor,
permanecieron un instante frente a mí y sin preguntarme nada me dijeron que yo
era Jerobaal y que si seguía con mi tarea pronto lo lamentaría. Escupieron al
piso y se marcharon murmurando algo que no entendí. Retiramos todos los
escombros con el asno y trajimos piedras de tamaño mediano y construimos un
altar a dios nuestro señor. Apareció Gabriel y me dijo que no hablara porque
Joseph no debía verme. Me escondí detrás de unas rocas y el ángel me habló.
-Gedeón,
lo has hecho muy bien. En todo el cielo solo se habla de ti, además tenemos que
encontrarnos mañana muy temprano para ir a la ciudad y ver las fortificaciones
y las posiciones de los soldados. Dios quiere que ataques la ciudad.
Primero
no entendí, pero cuando Gabriel me dijo que yo llevaría un ejército para
enfrentarme a los soldados de Madian casi me muero del espanto. No es que
tuviera miedo, sino que mis hermanos ya habían muerto en el intento de vencer a
esas hordas salvajes y yo era mucho más débil que ellos, aparte siempre me
habían considerado un cobarde mocoso.
-Gabriel,
no me siento capaz de hacerlo. Me van a matar inútilmente.
-No te
preocupes, el poder divino estará contigo y te será entregado el enemigo como
si fuera un solo hombre. Ni siquiera necesitarás armas, solo tu ingenio. Eres
un chico muy listo y seguro que algo original urdirás.
Terminé
de hacer el altar, hice la ofrenda junto con Joseph y entonamos un rezo en
silencio para pedir la misericordia y perdón del que ha sido y será nuestro
protector por los siglos de los siglos.
Al día
siguiente me lavé y fui al encuentro de Gabriel.
-Oye,
Gabriel, no he podido dormir pensando en lo que me dijiste ayer. No se me
ocurrió ninguna idea original, estoy muerto de miedo y, además, ya empiezan a
correr los rumores de que soy un sacrílego. Me llaman Jerobaal por haber
destruido la estatua de mi padre.
-No
hagas caso de los rumores. El día de hoy es importantísimo. Tienes que poner
los cinco sentidos para analizar todo lo que veas. No tenemos tiempo que
perder.
Así,
nos encaminamos a la ciudad. Gabriel me fue haciendo preguntas sobre la altura
de los muros que delimitaban la metrópoli, sobre la construcción más alta y su
posición, los puntos de guardia militar, las salidas y sus dimensiones, la
posición de algunas cisternas públicas vacías o llenas. Visitamos los suburbios
más pobres, los burdeles, las casas de los ricos y, al final, Gabriel se salió
de la ciudad y me pidió dibujar en un trozo de piel de ternera el plano de la
parte oriental y marcar los sitios desde donde se oían mejor los ruidos que se
proponía hacer. Yo me paraba en un sitio y él hacía ruidos muy raros, entonces
yo marcaba si la intensidad del ruido era bajo, medio o alto, luego apuntaba lo
que yo creía que había ocasionado el sonido. Así fui escribiendo la intensidad
de los ruidos y su semejanza. Regresamos a mi casa y Gabriel me dijo que
tendría que reunir muchos hombres dispuestos a entrar en combate sin armas. Le
pregunté que si estaba loco y, si no hubiera sido porque ya había sentido la
fuerza del espíritu santo, me habría reído del incauto ángel, que por su lado
caminaba a mi lado muy alegre, con zancadas cortas y brincoteando. Me pareció
un pobre viejo inocente, sin embargo él, comenzó a enfadarme con unas bromas
muy tontas.
Nos
despedimos y, cuando Gabriel desapareció detrás de la pendiente, saqué la piel
de cordero que me había dado la mujer del comerciante, la tendí sobre la tierra
y le imploré a dios que me mandara una señal,-Señor,- le dije,- si vas a
ayudarme en esta batalla hazme una seña, dame la orden con tus pistas. Para
mañana, si este vellocino está mojado de rocío y la tierra a su alrededor seca,
haré lo que me pidas.
En la
madrugada me desperté y fui a revisar el cuero tendido en la tierra. Lo
encontré húmedo, y no había ni una gota de agua en un diámetro de tres metros a
su alrededor, no obstante se sentía caer una pequeña llovizna más allá del círculo
que rodeaba mi piel de oveja. Volví a mi casa y por la mañana noté que mi
vellocino no se secaba, pasó toda la tarde al sol y no hubo ningún cambio,
entonces fui otra vez al lugar donde lo había puesto la noche anterior e
invoqué al señor. –Dios, mío, perdona que te moleste otra vez pero mi vellocino
no se seca, ¿Podrías hacer que se seque y que el agua que contiene aparezca
mañana a su alrededor?- Sí, hijo mío.- Creí oír una suave voz que me decía,- Te
has portado muy bien y crees en mí, es por eso que te entregaré al pueblo de
Median como a un solo hombre. Consulta a Gabriel y pídele que te ayude, él
sabrá qué hacer. Llévate el vellocino que ya no debe tener ni una sola gota de
agua y está puro. -Era cierto, estaba completamente seco y suave, como si
tuviera vida.
Cuando
encontré a Gabriel, estaba haciendo unos signos en la arena, me pareció que
estaba calculando algo porque escribía fórmulas y sacaba cifras, hablaba en voz
baja y se rascaba la cabeza.
-Necesitamos
reunir a los hombres, Gabriel.
- ¡No
me molestes!, ¿Qué no ves que estoy a punto de resolver este problema?
-Sí,
Gabriel, pero tengo la impresión de que Dios quiere que ataquemos mañana, en
vísperas de la celebración del dios Baal. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuántos hombres
necesitamos? ¿Treinta mil? ¿Más?
-No
Gedeón, esa cifra es estratosférica no van a poder cumplir con el plan. Reduce
la cifra.
-¿Y qué
tal diez mil?- Sin verme, Gabriel preguntó, ¿qué harías para saber qué hombres
tienen piernas fuertes?
-Pues meterlos a una competencia o pedirles
que salten y los que lo hagan más alto y mejor serán los elegidos.
-¿No te
parece que eso llamaría mucho la atención y los hombres de Madián nos
descubrirían? No, eso nos haría levantar sospechas.
-Entonces,
¿Cómo?- Él me miró con severidad y me concentré tratando de imaginar en qué
situación un hombre mostraría su fortaleza y su capacidad para el ataque. No me
venía nada a la mente, hasta que recordé un día en que fuimos a beber de la
fuente Joseph y yo. Había unos hombres nómadas a nuestro lado y cuando nos
encontrábamos bebiendo el agua de un cuenco hecho con las manos, notamos que
los otros bebían de rodillas o en cuclillas, incluso algunos se recostaban.
Joseph me dijo que parecían monos y que si a alguien se le ocurriera robarles
sus pertenencias no tendrían la más mínima oportunidad de alcanzar a sus
timadores por su imprudencia. Se lo dije a Gabriel.
-Perfecto,
Gedeón, muy simple pero ingenioso. No lo había pensado. Reúne a los hombres que
consideres aptos haciéndoles la prueba de la fuente y selecciona sólo
trescientos, de preferencia los más fuertes y robustos de piernas.
No entendí cual era el plan que tramaba
Gabriel pero que me hubiera mostrado su confianza me alegró tanto que me fui de
inmediato a buscar a los mejores hombres para probarlos. Por el camino a casa encontré a mi padre que
me recibió con un abrazo y como saludo dijo: ¡Que la bondad del señor esté contigo,
querido hijo y libertador del pueblo de Israel!
Lo miré directamente a los ojos y vi que
estaba completamente curado. Ya no tartamudeaba y se veía muy lúcido,
completamente de su demencia.
-Lo sé
todo, hijo, me han contado que destruiste mi altar a Baal y que has invocado al
Dios de Israel.
¿Sabes que los madianes y los nómadas te buscan para vengar la
ofensa que les has hecho al destruir el altar de Baal?
-Sí,
padre, por eso estoy reuniendo un ejército porque voy a atacar la ciudad. No
puedo evitarlo, es orden del cielo. Si muero, prométeme que guardarás mi
memoria.
-No te
preocupes, querido hijo, no morirás. Lo sé.
Después
me comentó que había apaciguado a nuestro pueblo y que con la aparición del
nuevo templo los hombres habían recobrado la razón y sólo esperaban mi llamado
para rebelarse. De esa forma escogí a los trescientos hombres con la ayuda de Gabriel,
que se había disfrazado de mercader, y Joseph. Luego cité a los hombres a la
entrada de la ciudad a medianoche. Por orden de Gabriel, les pedí que llevaran
vasijas de calabaza, de preferencia las más gruesas y nuevas que tuvieran, un
cuerno de toro que se pudiera usar de trompeta, cordones, mechas y aceite de
lámpara.
Nos
reunimos en la explanada oriente de la ciudad en la que estaba la entrada más
estrecha y se encontraban los barrios de los hombres más pobres de la urbe. Cerca
de la muralla estaban las enormes cisternas que ya había visto la vez pasada.
El terreno estaba empedrado y había muy poca hierba. Iba anocheciendo y poco a
poco se iban acumulando nuestros guerreros.
-Gedeón,
¿Te acuerdas de cuáles fueron los sonidos que más estruendo hacían?
-Sí,
Gabriel, el más estridente fue uno que parecía el sonido de un elefante
soplando por la trompa, el otro semejaba cráneos chocando contra la roca y el último
era como la marcha de un ejército de soldados despavoridos.
-Bien,
muchacho, entonces ya sabes lo que tenemos que hacer, ¿No?
De
inmediato Joseph y yo entendimos el plan y nos dio un ataque de risa. Nos
saltaban las lágrimas solo de imaginar lo que pasaría a medianoche. Gabriel
parecía un niño agarrándose la barriga y respirando con dificultad. Nadie
entendía nuestra conducta pero vi en muchos rostros sonrisas de alegría.
-Bueno,-dijo
Gabriel, cuando pudo calmarse,- necesitamos meter leña en las barricas que
están allí y verterles unos litros de aceite para que se prendan dos enormes
columnas de fuego.
Di la
orden repitiendo las palabras de Gabriel. Unos hombres metieron la madera en
las enormes cubas y vertieron el aceite.
Cuando
por fin se reunieron los trescientos hombres ya eran las doce en punto. La
ciudad estaba completamente dormida, entonces di la orden de formar filas. Cada
uno de nuestros soldados sacó su vasija y su cuerno, luego humedecieron las
mechas en aceite y las pusieron en unos bolsos viejos. Había tres filas de cien
hombres cada una, estaban separadas entre sí por una distancia de dos metros
dejando dos grandes corredores.
Cerca
de la una de la mañana cuando las llamas comenzaban a salir de las bocas de las
cisternas, Gabriel se metió a la ciudad
por un hueco que había en el muro y me dijo que siguiera el ritmo de su vara.
Di la orden de que se pusiera la rodilla derecha en el piso, se cogieran las
vasijas con la mano derecha para golpearlas contra las piedras y se asiera el
cuerno con la mano izquierda llevándolo a la boca. Había seis hombres con unas
colas hechas de vasijas atadas con un cordel, su misión era la de correr de un
extremo a otro por los pasillos que habían quedado entre las filas para que pareciera
que algunos cráneos chocaban contra el piso en su carrera desenfrenada.
Gabriel
levantó su vara y comenzamos a hacer un ruido espantoso y arrítmico. Traté de
seguir el compás que me indicaba Gabriel para que pereciera el ataque de un
grupo organizado, pero fue inútil. Los hombres soplaban tan fuerte y golpeaban
el piso con tanta fuerza que sentíamos que nos iban a reventar los tímpanos.
Los primeros minutos no sucedió nada pero después se elevó el griterío dentro
de la ciudad, la gente corría hacía el otro extremo tratando de ponerse a
salvo. Los guerreros de Madián corrieron lanza en mano hacía el lugar donde nos
encontrábamos, pero chocaban con una multitud despavorida que les impedía el
paso. Hicimos ruido hasta el amanecer, las pequeñas colinas que teníamos a
nuestros costados producían un eco tan fuerte que la resonancia hacía vibrar la
ciudad. Cuando salió el sol pudimos ver lo que había pasado. Había infinidad de
personas ensangrentadas tiradas por el suelo, los pocos sobrevivientes vagaban
enloquecidos, poseídos por la locura y el temor. Temblaban y se escondían en
los rincones oscuros.
Volvimos
triunfantes. La gente nos estaba esperando cerca del altar que yo había
erigido. Mi padre me recibió con un abrazo muy efusivo, después estrechó a Joseph
y le dio las gracias por traerme sano y salvo. Las mujeres cantaban de alegría
y los niños saltaban alrededor de sus padres. Nadie podía oír lo que nos
decían, solo después de unas horas recuperamos la capacidad auditiva y supimos
entonces que la gente quería erigirme rey, pero me disculpé diciendo que nada
había dependido de mí, que todo había sido obra de dios y que si querían un rey
tendría que ser él.
Me fui
a buscar a Gabriel para agradecerle su ayuda. Lo encontré cerca de unos rebaños
de ovejas. Me vio y vino muy despacio hacía mí.
-Bueno,
bueno, miren nada más a quien tenemos aquí. !Eres todo un héroe!
-Hola,
Gabriel, te agradezco mucho tu ayuda, Sin ti no habría podido hacer nada.
-No
seas modesto. Por algo te habrán elegido para esto, ¿No crees? Sé buena persona y ayuda a tu pueblo a seguir
adelante. Nunca olvides que la fe mueve montañas. Tú no has hecho otra cosa que
demostrarlo.
Tenía
ganas de darle un abrazo pero el me dijo que era hora de irse. Surgió una luz
muy intensa y sus alas se desplegaron. Seguramente, se dio cuenta de mi
sorpresa y gritó.
-¿Lo
ves? ¿Lo ves? Sí, si son de verdad, ¿Qué tal, eh?
Me
quedé mirándolo con una sonrisa, luego desapareció.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)