sábado, 19 de diciembre de 2020

El gran timo

Estaba haciendo un recuento del último robo que había hecho. Era su seguro de vida por si algo fallaba después. Revisó su cuartada y cuando quedó satisfecho, se dispuso a darse un relajante baño. El teléfono vibró un poco. Era un mensaje de voz. “Descárgate esta aplicación, Te puedes ganar mucho dinero”. ¿Quién demonios me ha enviado ese spam? No le puso atención y lo borró. Se fue a duchar y volvió muy tranquilo. Se sirvió una copa del mejor vino que tenía en su bodega y se sentó a leer. Lo sacó de su concentración el móvil. Otra vez estaba el mensaje. Lo trató de borrar, pero esta vez fue imposible. Por alguna razón oprimió el enlace y se descargó un programa muy raro. Apareció un video en el que un hombre le proponía un trabajo. “!Hola, querido Vincent, soy John Royers!!Espero que estés bien y te haya salido a pedir de boca tu último trabajo—se extrañó de que alguien supiera lo de su atraco—. No te preocupes. Este programa no existe más que para nosotros dos. Para que no estés con la duda, voy a ir al grano. Mira, Vincent, necesito que me consigas el cuadro de Johannes Vermeer. ¿Sabes a cuál me refiero? Sí, sí que lo sabes. Te ha llegado de inmediato el nombre a la cabeza. En efecto, necesito que me consigas “Mujer con una jarra de agua. Qué me dices, ¿eh?”. El vídeo se terminó.

Vincent se quedó pensando en lo extraño de la situación. Solo una persona sabía que él deseaba quedarse con aquel hermoso cuadro y no era posible que alguien más estuviera al tanto. En realidad, ya tenía casi terminado el plan para hurtarlo, lo único que lo detenía era el nuevo sistema de seguridad que le habían puesto a la pintura para que nadie la pudiera sacar del museo. Él tenía una capacidad impresionante para ingeniárselas con el control de seguridad, todo lo humano lo podía resolver, pero el micro chip antirrobo era cosa de otro mundo, pues ni siendo hacker profesional lograría deshabilitarlo. No, no te dejes engatusar. Terminarás en la cárcel lamentándolo toda tu vida. Mira lo que tienes. Ya puedes retirarte y vivir a cuerpo de rey. ¿Para qué quieres ese cuadro? ¡Ah, ya lo pillo! ¡Es por vanidad! ¿Y hasta qué límites llegarás para satisfacer tu ego?¿En verdad lo harías solo para poderte enorgullecer frente a tus competidores? ¡No me hagas reír! Hace mucho que te han dado tu lugar y si te critican y te calientan la cabeza con eso de que no sacarías la Gioconda o La Madonna Litta u otra de esas grandes joyas, es solo para que des un paso en falso y se puedan deshacer de ti.

En efecto no tenía necesidad de demostrarle nada a nadie y bien podía vivir sin el cuadro de Vermeer y los de Da Vinci, pero sabía que si le ponían un reto nunca se echaba para atrás. Pensó en investigar quién era ese tal John Royers. No le sonaba de nada y eso que se había encontrado con los más influyentes coleccionistas. Si ese tipo fuera famoso, lo conocerían todos. Hizo varias llamadas y supo que, en efecto, Royers era un coleccionista caprichoso, muy inteligente, con buen gusto y pagaba sumas desorbitadas por cada tarea. Billy le había conseguido el revólver del general Custer que había llevado el día de su muerte en la Batalla de Little Bighorn y se lo había compensado con una suma muy difícil de rechazar. También estaba otro de sus conocidos. Alain Tissandier quien le había conseguido los resultados de unas pruebas de vacunas contra la gripe.

Después de enterarse de lo que le habían comentado sus amigos ya no pudo dormir. No era el dinero lo que lo tentaba, sino el reto en sí mismo. Con una hazaña de ese tipo no solo pasaría a la historia, sino que encabezaría, quién sabe por cuántos años, la lista de los más talentosos y escurridizos. La lucha interior fue brutal. Su otro yo, era como un demonio en una subasta, no paraba de herirle el orgullo. En vigilia podía dominarse gastando toda la energía haciendo todo tipo de cosas. Aireaba la cabeza echando fuera sus pensamientos intoxicados, pero en el estado onírico era víctima de sus monstruos. Un sábado por la mañana se actualizó la aplicación de su móvil. Vincent no pudo evitar escuchar el mensaje de voz que sonó automáticamente, “Bien, Vincent, sé que te da miedo fracasar, pero te prometo que no habrá ningún problema con el plan. Te echaré una mano con lo del chip. No tienes que contestar ahora, En cuanto estés listo me pondré en contacto contigo”.

Al final, ya no se pudo contener y aceptó, sin embargo, un cosquilleó raro que fue capaz de helar a su ego le susurró que tuviera cuidado, que quizás fuera una trampa y lo estaban calando o usando para un fin desconocido. No le dio importancia a ese temor y se dirigió al salón donde estaba el teléfono. Cuando lo desbloqueó apareció John Rogers.

—Te agradezco mucho que hayas aceptado, querido Vincent. No te arrepentirás. Saldrá todo que ni pintado.

—¿Cómo sabes tanto de mí, John?

—Bueno, hago mis deberes y estoy bien informado, señor.

—¿Cómo me encontraste?

—Ah, deja esa falsa modestia, por favor. Para la gente normal eres un desconocido. Pero en este inframundo eres casi un dios. Así que mejor pasemos a lo que nos incumbe.

—Creo que no tienes ni idea de lo difícil que es librarse del chip líquido y peor aún, inventar uno del mismo tipo, para ponérselo a la copia si fuera necesario.

—No te ocuparás de eso, Vincent, déjamelo a mí. Tú, prepárate a hacerlo este mes y cuando tengas dudas estaré aquí.

Vincent comenzó a sospechar de Rogers, ¿Cómo es posible que esté al tanto de tus planes, incluso, de tus ideas? Tendrás que investigar sobre él. Sí, pero, eso lo haré durante la ejecución del plan. Mañana nos vamos a Nueva York. ¿En serio lo vas a hacer? Y por qué no. Seguro que la retribución es muy buena y la fama no tiene precio. Mira, si John soluciona lo del chip, podré llevarme el cuadro y toda la humanidad hablará de mí. Me idolatrarán en todos lados, seré casi un dios. ¿Eso está clarísimo, pero si te pillan? Eso no va a pasar, tenemos todas las ventajas. Pues, haz lo que quieras, pero si nos meten a la cárcel, te reprocharé toda la vida tu falta de sentido común. ¿De acuerdo? Sí, sí, de acuerdo, pero ya déjame en paz.

El vuelo duró una hora. Salió del aeropuerto y se fue a un hotel. Se registró con su pasaporte alemán. En su habitación dispuso todo lo necesario para visitar el museo y verificar que todo seguía como lo había hecho hacía un mes. Después de la visita fue a dejar una solicitud de empleo. Quería trabajar en el archivo. Le dijeron que habría podido meter su solicitud por Internet, pero él les contestó que le urgía el trabajo. Le dieron cita para otro día. Volvió a su habitación para descansar y sonó su móvil. En la aplicación había documentos, instrucciones, planos y consejos para infiltrarse al museo. No había vídeos ni mensajes de voz. Vincent revisó la información y descubrió que se habían hecho cambios en la zona de almacenamiento y la puerta que había considerado para escapar, se encontraba clausurada. Tengo que revisar todo esto porque si no se puede salir por allí, la única salida será la principal y el camino está lleno de detectores que se dispararán en cuanto trate de cruzarlos. Miró con atención los planos y leyó la lista de consejos e instrucciones que le daba Mr. Rogers. ¡Joder! ¡¿Este tío tiene espías o qué?! ¿Ves? Te lo he advertido. Y ¿si fuera una trampa, querido Vincent? ¿No lo habías sospechado ya? Pues no, porque me fie de Billy y Tissandier y ya sabes que ellos son mis incondicionales. Pues a mí, me huele mal este asunto.

De pronto, sonó el teléfono. Se oyó la voz de Rogers. “Oye, Vincent, te comento que en esta semana habrá una exposición temporal en el museo. Con ellos podrás meter la copia de la pintura. Ya lleva integrado el chip de repuesto. Lo único que tienes que hacer es desactivar el del original. Mañana por la mañana te llegará un paquete que contiene una tableta. Lo único que debes hacer es tomarle una foto y la aplicación hackeará el programa de seguridad. Luego lo único que tendrás que hacer es tomarle otra foto a la copia y se activará el programa contra robos. Suerte. ¡Ah! Por cierto, si deseas saber cuánto vas a ganar eleva el diez a la sexta potencia. Te los puedo depositar hoy mismo. ¡Éxito, muchacho!

¿Has oído eso? Es un dineral. Sí, sí, pero ¿cómo te dice que te lo puede pagar antes de que lo saques y se lo entregues? O ese Rogers es un tonto, o se pasa de listo, ¿no crees? Pues, será lo segundo porque ya ves que nos va siguiendo los pasos e, incluso, se nos ha adelantado. Ahora resulta que lo único que tengo que hacer es entrar al museo este viernes, desactivar el chip, cambiar el cuadro y activar el programa de seguridad. ¡Menudo atraco que va a ser este! ¿Sabes? Esto es ridículo. Ese estafador nos quiere ver la cara de tontos. Sí, es verdad, vamos a darle una pequeña sorpresita, ¿qué te parece? Completamente de acuerdo. Se oyó el vibrador del teléfono. Vincent lo cogió y vio el saldo de su tarjeta American Express negra. ¡Demasiado tarde, maldita sea! ¿Podrás creer que se nos adelantó el muy hijo de…? Esto ya es demasiado. Bueno, creo que estarás de acuerdo conmigo en que no nos queda otra salida más que la de seguir adelante. Bien, ya mañana veremos que sorpresa nos entregan en el paquete.

Vincent no era supersticioso, pero su conciencia nunca estaba tranquila y lo acosaba a todo momento. Era por eso que debía afinar hasta el último detalle para que su, así llamada orquestación, sonora de forma impecable. Los ritmos, los silencios, los vientos y acordes debían coordinarse como si fueran a tocar en el mismo cielo. Se dedicó toda la mañana a revisar la ruta, las entradas y salidas del museo, el personal, los trabajadores de limpieza y todo lo que fuera necesario. Volvió cerca de las tres de la tarde y cuando entró al hotel se dio cuenta de que un mensajero caminaba al mismo paso que él. Cuando llegaron con el recepcionista uno preguntó por la llave y el otro por el señor Vincent Roosevelt, le fue entregado el paquete y se fue a su habitación a mirar el contenido.

Bien, muy bien, ¿de dónde habrá sacado el señor Rogers todo esto? Mira, estos bastidores son mejores que los nuestros. Y esa pintura parece que en realidad es del siglo XVIII. Pues, si que nos va a convenir trabajar con este tipo. Ahora solo tenemos que llevar todo esto en una maleta de mano mezclarnos con los trabajadores que harán los fletes y cambiaremos el cuadro en un santiamén. Y ese trabajillo nos va a dejar ese “diez a la sexta”. ¡Ja, ja, ja! Todo será cuestión de niños. Sí, pero ¿dónde está la adrenalina que necesitamos para esto? ¿Recuerdas por qué te apasionan este tipo de tareas? Sí, tienes razón. Sin emociones fuertes, esto resulta muy indigesto. ¿Qué hacer? No sé. Tal vez dispararle a alguien o abusar de alguna de las cuidadoras de las salas o de alguna estudiante despistada a la que le puedas decir que eres un coleccionista. Piensa, piensa. No. Lo siento. Es completamente inútil, el señor Rogers nos ha frustrado toda emoción. ¿Y por qué no improvisas? ¿Estás loco? Bien sabes que ese, precisamente es el ultimísimo recurso que empleo. No, no estoy dispuesto a saltarme mis propias normas. ¿A dónde llegaría así? Sería una humillación, un golpe muy duro a mi amor propio. Está bien, está bien. Hazlo como quieras. Una cosa si que quede bien clara. Es nuestro último trabajo. Creo que sí deberíamos tomar eso en serio, Después de esto quedaré inhabilitado para siempre. ¿Qué quieres decir con eso? Pues que psicológicamente quedaré hecho un embrollo y eso solo me obstaculizara los trabajos que quiera hacer en el futuro. ¿Entonces pactamos? ¡Trato hecho!

Llegó el viernes y Vincent fue al museo, Presentó su identificación se las ingenió para que lo dejaran pasar sin revisar su maleta y se fue al almacén. Los trabajadores ya estaban descolgando las pinturas. Él aprovechó el momento para montar el cuadro. No es muy grande, ¿verdad? Claro, se monta en tres minutos, lo que necesitamos es el marco, mira allí lo traen. Vamos a por él.

Las cosas salieron a pedir de boca. Vincent salió del museo a las seis de la tarde, después de haber activado el chip de Mr. Rogers. Iba a subirse a su camioneta cuando sonó su teléfono. Contestó.

—¡Felicidades, Vincent! ¡Lo has hecho muy bien! ¿Ves el coche negro con matrícula MNS 080? Sube. El chófer te está esperando.

—Es usted muy previsor, Mr. Rogers.

—No, Vincent, no lo malinterpretes. No es desconfianza. Es que lo que llevas en tu bolsa es muy valioso y nadie se arriesgaría a perderlo. Hoy tendremos el gusto de conocernos. En unos minutos nos veremos.

Rogers colgó y el chofer le abrió la puerta para que se subiera. ¿Qué te parece, querido Vincent? ¡Joder!!No nos deja ni un segundo fuera de su control! Bueno, ya veremos de qué madera está hecho ese tipo. Llegó en veinte minutos a una casa muy lujosa de estilo moderno. Salió un hombre joven de aspecto muy extraño. No parecía del todo real. Vincent pensó que sería por lo extravagante de su vestido. La camisa y los pantalones eran como un camaleón que se adaptaban a medias a las tonalidades. Se saludaron, Vincent, lo tomó por Mr. Rogers, pero el dijo que era solo un ayudante. Entraron a la casa y la decoración y el lujo lo dejaron pasmado. Había esculturas que reconoció de inmediato. Él mismo se había querido llevar unas piezas de Rodin, pero no era su especialidad. De los cuadros si sintió envidia y orgullo a la vez. ¿No es ese La Caridad de Van Dyck? Sí, exactamente. Pero ¿qué demonios hace aquí ese cuadro? Ni idea. Tal vez Rogers lo compró después de que se lo consiguiéramos a Williams. ¿O no sería que Williams te lo pidió por encargo de Rogers? Esto es un misterio. Mira, hay más de nuestros encargos y cosas que sabemos quién se las robó. Esto ya pasa de castaño oscuro. Tendremos que aclarar algunas cosas, ¿verdad? Sí, sí, lo primero que haré será darle un puñetazo que se acordará toda su vida por prepotente. ¿Quién se cree ese estúpido? Ya, cálmate. Allí viene su ayudante.

“El señor Rogers le espera, Vincent, sígame por favor”. Bajaron por un ascensor unas tres o cuatro plantas. Cuando salieron Vincent pensó que se encontraba en una ciudad subterránea. Lo condujo el ayudante hasta un corredor muy amplio y le indicó que siguiera hasta el final. Vincent avanzó despacio, mirando todo lo que podía inquietarle. Al final, llegó a un sitio donde se abrió una puerta metálica. Entró, pero no vio a nadie. Se oyó la voz de Mr. Rogers. Pase, Vincent, siéntase como en su casa. Quiero mostrarle algo. Camine recto y gire a la derecha. Encontrará un corredor con curiosidades. Vincent se quedó tieso de miedo. Allí estaban sus conocidos. No se movían y lo miraban sin parpadear. “Están congelados, Vincent. No debes tener miedo”.  Pero ¿qué clase de loco es usted? ¿Qué ha hecho con estos hombres? No se ponga así. Yo no tengo sentimientos. Soy producto de ustedes los hombres. Me creó la IA y me dieron la tarea de capturar a todos los ladrones de arte. No podrá escapar de aquí. En pocos minutos estará inconsciente y después igual que sus amigos. Debe saber antes de que lo enfriemos, que usted sí fue de verdad un gran ladrón. Hemos archivado todo el conocimiento de su cerebro para la posteridad. ¡Hasta nunca, señor Vincent!

 

 

 

 

 

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Una gran cualidad

 

El día de su boda constató lo que había sospechado. No le dio gran importancia porque moralmente ya estaba preparado para aceptarlo. Con esta ausencia se completaba ese rompecabezas que él había ido armando poco a poco. Ese vacío de información en el que siempre se encontró incómodo, por fin desaparecería. Sería muy difícil para todos. La situación había sido muy incómoda mientras él lo había ignorado, pero ahora sus amigos le habían hecho la confesión sin hablar. Se alegró de que León, Juanjo y Alfredo no hubieran llegado. Pilar estaba radiante. Desde que la conoció se llevaron bien. Eduardo pensó que los había juntado una celestina, sin embargo, fue la coincidencia la que arregló todo.

Tenían pocos invitados y el pequeño restaurante no tenía más clientes ese día. Los padres de Pilar se emocionaron. Su hija les había dado muchos dolores de cabeza. “No sabes lo agradecidos que te quedamos, estimado Lalo”. Sí, en efecto, quien más lo festejaba era la señora Alicia que sabía a la perfección que su hija había buscado a su hombre ideal y no lo había encontrado hasta que él apareció. ¿A cuántos patanes tuvo que soportar? ¿Cuántas discusiones tuvo con su hija tratando de demostrarle que esos tipos con los que llegaba por las noches solo la querían usar? Pilar no era nada tonta, pero su corazón idealista le hacía creer que al final excavaría tan dentro de los corazones masculinos que hallaría la joya que buscaba.

Los músicos comenzaron un vals. Los suegros se levantaron y felices recordaron aquellos tiempos en que asistían a los concursos. Tenían buena forma física y los aplausos no se hicieron esperar. Las invitadas que eran el contingente más grande esperaban que el novio o el apuesto señor Boris las sacara a mostrar sus encantos. Se divirtieron unas tres horas. Brindaron por el éxito del matrimonio y se fueron retirando poco a poco hasta que quedó solo Eduardo con su familia política. “Es una lástima que no hayan podido venir tus padres, querido Lalo—le dijeron al unísono los suegros”. No, no se preocupen. Ya habrá una oportunidad para que nos reunamos todos. Gracias por venir. Liquidaron la cuenta y Pilar y Eduardo se fueron en una limosina al hotel donde pasarían la noche antes de viajar a su Luna de Miel.

Durmieron bien y se levantaron con el pie derecho. El primer día de matrimonio era muy diferente de los habituales. Estaba lleno de palabras dulces y comprensión. Cuando se prepararon para salir al aeropuerto a Pilar la arroyó la felicidad. Fue tan arremetedor el torrente que se tuvo que sentar en la cama y llorar media hora. Al final si había encontrado a su media naranja que le venía exactamente a la medida. ¿Por qué le había costado tanto trabajo encontrarlo? No era buen momento para dejarse llevar por esa idea, pues sabía a la perfección que miles de mujeres jamás lo logran y, por el contrario, les tocan tipos que las engañan y golpean.

—Será mejor que comencemos a arreglar el equipaje, cariño. No llores—. Lalo la abrazó le dio un beso.

—Es que realmente soy feliz, ¿sabes? Desde que te vi por primera vez presentí que eras lo que yo buscaba.

—Yo también me sentí muy atraído por ti, Pilar. Ahora ya sabes, hasta que la muerte…

No le dio tiempo de terminar la frase porque Pilar lo estrechó y le preguntó si estarían juntos para siempre.

—Por supuesto, eso ni lo dudes. Tú eres todo lo que deseo en la vida.

Se pusieron a ordenar sus cosas y llegó el taxi. Bajaron el equipaje y se fueron a tomar su vuelo.

Durante su corto noviazgo habían hablado muchísimo. Se habían contado muchos detalles de la juventud y descubrieron cosas similares. El primer amor y la desilusión más grande. La búsqueda interminable de un amor de verdad, las riñas con la familia, las cosas maravillosas de la vida de estudiante y cosas por el estilo. También habían coincidido en sus planes. Tendrían un año para ellos, luego ella se embarazaría. Él seguiría con sus ascensos en la empresa y vivirían en armonía.

El viaje fue muy bueno, No tuvieron más que alegrías y ningún percance estropeó su romance. Lalo volvió al trabajo y sus compañeros lo recibieron muy bien. Sus amigos le llamaron para disculparse por no haber asistido a la boda. Se sentían fatal y deseaban enmendar su falta. ¿Qué te parece si te vienes con Pilar a la casa y organizamos una barbacoa? Le proponían sus amigos. Al final aceptó la invitación y un fin de semana llegaron a Casa de León quien los recibió con mucha cordialidad. Estaban Juanjo y Alfredo. Todos estaban acompañados de sus mujeres. Salieron al jardín y se repartieron las tareas. En la cocina Pilar le contó a Lucía, Cristina y Zara que estaba muy contenta por haber encontrado lo que tanto buscaba. Zara y Cristina la felicitaron, pero sabían que antes de casarse con sus respectivos maridos, ella había salido con ellos. Eso ya lo habían superado porque en realidad no pasó de ser una aventurilla. Lo que les estaba poniendo nerviosas es que Pilar no hubiera encontrado ni en León, ni en Juanjo, ni en Alfredo, eso que sí tenía Eduardo. Pensaron que físicamente estaría super dotado, pero al poner su función su intuición y despertar todos sus sentidos decidieron que debía ser otra cosa. Algo en el trato, pensaron todas, quizá sea más que un caballero, atento y con una comprensión de la naturaleza femenina increíble. Tampoco, fue eso porque se veía como cualquier tío, incluso, torpe o con maneras poco educadas. La duda se despertó en ellas y se quedaron muy nerviosas. ¡Qué maldita cualidad hace a Eduardo mejor que a mi esposo, joder! La vida seguía para todos, lo malo era que las tres mujeres les pasaron su inquietud a sus cónyuges.

—Oye, Alfredo, ¿te acuerdas de que te acostaste alguna vez con Pilar?

—¡Hombre, Cristina! ¿No habíamos quedado en que eso ya era agua pasada? ¡No empieces de nuevo con esos celos, por favor!

—No, no se trata de eso. Es que, ¿sabes lo que nos dijo Pilar?

—No, Cristina, no tengo ni idea.

—Pues, dijo que había encontrado en Eduardo lo que no había podido hallar en ningún otro hombre y ya sabes que no son pocos los que se ha llevado a la cama.

—No, lo sé, Cristina, y tampoco me interesa. No le des vueltas a eso, te vas a volver loca y al final va a resultar que es una cursilería.

—No, Alfredo, me perdonas, pero no es una cursilería. Conociendo bien a Pilar una se queda pensándolo porque de los que le hemos conocido hay algunos que están fuera del común denominador y ni siquiera esos lograron quedarse con ella, así que debe ser algo muy especial.

—Mira, Cristina, no tengo tiempo para tonterías. Me voy a trabajar y no me molestes más con esas preguntas tontas.

Alfredo salió enfurecido y humillado. Cómo era posible que Lalo, con ese aspecto tan soso, tuviera algo que le faltaba a todos los demás. Llegó a la oficina y se lo comentó a León y Juanjo cuando habló con ellos por teléfono. Se rieron a sus costillas y especularon con todo tipo de fantasías. Alfredo no podía sacarse de la cabeza las palabras de su mujer. “Si Mauro, Joséelo y Paco no lo tienen, menos tú y tus amiguetes”. Levantó la vista para despojarse de la frase que le hacía rascarse la cabeza como si tuviera sarna. Vio a su secretaría Guadalupe y sin pensarlo le preguntó.

—Guadalupe, ¿qué cualidad más preciada busca usted en un hombre?

— ¡Ay! ¡Qué preguntas me hace! No lo sé.

—No, no, te hablo en serio ¿Es algún sentimiento o una cualidad física?

—¡No qué va! Lo físico no importa tanto y lo sentimental, es imposible.

—¿Cómo que imposible?

—Si, todos los hombres son unos patanes que buscan solo el sexo.

—Y eso quiere decir que, si un hombre no busca el sexo, es un fuera de lo normal. Digo, en el sentido que les gusta a las mujeres…

—No sé, Alfredo, no estoy de humor para bromas y la verdad no me imagino a qué viene todo esto.

Alfredo comprendió que estaba actuando de forma inapropiada y se disculpó. Luego se quedó pensando mucho tiempo en la cuestión. ¿Qué pasaría si de pronto Eduardo, quien a todo mundo le daba lástima, fuera un súper dotado? ¿Cuál era esa maldita cualidad que lo hacía único? Recordó las burlas en el bar. “¡Cómo que se casa con Pilar! ¿Es que no le ha pasado un ejército por encima a esa baja braguetas? ¿En qué piensa ese tío? Va a ser el hazmerreír en todos lados. ¿Qué va a contestar cuando le pregunten si sabe que su mujer se ha metido a la cama con media humanidad?”. Y ahora va a resultar que Lalito es el mejor de todos. El único que ha podido meter en trancas a esa mujer de cascos ligeros.

Un viernes por la mañana Cristina se encontró a Lalo. Ya tenía una semana completa de incertidumbre porque había visitado a Pilar y la había visto irreconocible. Ya no hablaba de hombres, se arreglaba con gusto y parecía una mujer muy culta. Un cambio de esa magnitud era imposible según la opinión de todos los que la conocían, pero la evidencia estaba allí y ella estaba obligada a descubrir el secreto. Saludó a Lalo y le preguntó qué hacía.

—¡Que gusto me da verte, Lalo! ¿Qué tal estás?

—Bien, Cristina, he venido a buscar unas cosas que necesitamos en la casa para los cortineros y el dormitorio. Y ¿tú qué tal?

—Bien, muy bien. También estoy buscando cosas para la casa, pero son para la cocina. ¿Podrías ayudare a elegirlos?

—Por supuesto. Mira, precisamente allí hay una tienda para el hogar.

Se fueron comentando los últimos acontecimientos de la vida familiar. Se fueron directamente a la sección de baños y cocinas, pero Cristina no tenía nada que comprar allí y pensó en alguna estratagema que la sacara del apuro, pues no podía llegar a su casa con más vajilla o algo tan innecesario como un colador u otra cosa de las que había allí. Lo único que se le ocurrió fue tropezarse y caer en los brazos de Lalo. El acercamiento fue tal, que sus labios se unieron. Cristina se sonrojó y dijo que había sido algo inconsciente.

—No te preocupes, Cristina, esto no lo sabrá jamás nadie.

—Es que eso me ha pasado algunas veces con Alfredo y siempre nos besamos, así que…

—Vamos, hombre. No pasa nada. Es una cuestión instintiva. No creas que me lo tomaré en serio. Lo olvidamos y ya está.

—Pero, ¿de verdad lo guardarás en secreto?

—Te digo que sí. Olvídalo y vamos por lo que necesitas.

—Oye, y si nos hubiéramos besado y luego…Tú ya sabes…Que si nos hubiéramos acostado… ¿Guardarías el secreto, también?

—Claro, ¿por quién me tomas? No se lo diría a nadie, aunque me torturaran. Te lo juro.

Ante esa sinceridad, Cristina, se sintió desarmada y, peor aún, se llenó de valor. Un atrevimiento que iba más allá de toda cordura.

—Oye, Lalo, ¿y si te propusiera que fuéramos a un hotel, irías?

—Pues, si fuera para ayudarte sentimentalmente, sí lo haría.

—¿Y guardarías el secreto hasta irte a la tumba?

—Ya te he dicho que tengo palabra de honor y nadie se enteraría.

Ella se lo tomó muy en serio y decidió que tenía la gran oportunidad de descubrir esa dichosa cualidad de la que se enorgullecía tanto su amiga. Se lo confesó todo a Lalo. No había nada que comprar para su cocina y quería tener una aventura con él. No deseaba más que un poco de comprensión, cariño y discreción. De esa forma terminaron los dos en un hotel.

La experiencia no fue tan maravillosa como se había imaginado Cristina. No le sorprendió nada de las capacidades sexuales de Eduardo, incluso pensó que era tan común como cualquier otro hombre. Sí, era cierto que le había mostrado mucho cariño, pero eso no era, con toda seguridad lo que satisfacía a Pilar. Pensó que se había tirado a la piscina y no había hecho nada más que comprometer su reputación. Pensó que tal vez Lalo, en una fiesta con sus amigos, se fuera de la lengua y entonces ya tendría motivos para sufrir. El divorcio, la patria potestad de sus hijos y las humillaciones por parte de la familia de Alfredo. Sudó frío, pero algo muy dentro de ella, le dijo que Eduardo le había dicho la verdad y lo descubrió en las siguientes semanas cuando se volvieron a reunir todos en la casa de Juanjo. La noticia le llegó por conducto de Zara.

—Oye, Cristi, tengo algo que confesarte. Ven conmigo a donde no nos vea ni nos escuche nadie.

—¿De qué se trata Zara? ¿No me lo puedes decir aquí?

—No, ni lo mande dios. No estoy loca para hacer eso. Mira, vamos a comprar unos pastelitos y en el camino te lo cuento.

Salieron con la excusa de comprar una tarta para los niños. En el coche Zara ya no se pudo contener y lo soltó todo. Cristina la escuchó con paciencia sopesando la situación y después hizo su confesión. No era posible. Las dos se habían acostado con Lalo y no habían sido capaces de encontrar su famosa cualidad. Volvieron con un mal sabor de boca. Lo único que estaba claro era que Lalo decía la verdad. Nadie habría sospechado jamás que había estado con las dos mujeres. Lo pero Lucia las reunió en el baño y en voz muy baja les dijo que ella también. Era el colmo. Las tres se habían tomado muy en serio la búsqueda y se encontraban desnudas confesando que no habían hallado nada. La discreción fue el pacto y si Lalo se iba de la lengua lo matarían.

León, Alfredo y Juanjo ni se las olían. Seguían reuniéndose en el bar. Comentaban los bulos que les llegaban a través de sus esposas, e incluso llegaron a pensar que no estaría nada mal acercarse a Pilar para preguntarle cuál era esa cualidad tan preciada. Nadie les habría perdonado la intromisión y habrían terminado con la amistad. Decidieron dejar las cosas como estaban y seguir la vida sin ponerle atención a nada de lo que le atañía a ese matrimonio.

Los cambios en Pilar fueron enormes. Se embarazó, se enclaustró en su casa. Vivía tranquila educando a sus hijos y en las reuniones seguía alabando las cualidades de su marido. Sus amigas sentían vergüenza al encontrarse con ella y algo muy dentro de su conciencia les decía que esa cualidad, de la que ellas y sus maridos carecían, era simplemente la discreción.