viernes, 28 de junio de 2019

Tercero (Borrador)



Tercero, último testamento

I

Le faltaba muy poco para jubilarse. Durante las largas tardes en la comisaría lo atosigaba el sopor. La única cosa que lo alegraba un poco era separarse de los viejos expedientes cuando llegaba la hora del almuerzo. Salía cabizbajo y si alguien lo saludaba, respondía con un movimiento de la mano. Hacía tiempo que su ayudante James Clavijero había muerto. Todavía le irritaban los resquicios que había provocado la fractura de la muñeca en su vida. A pesar de haber sanado por completo, en ocasiones tronaba y ese insignificante crujido del tendón le recordaba el momento en el que no pudo dispararle al delincuente para salvar a su compañero. A veces las pesadillas, motivadas por el remordimiento, lo mantenían dando vueltas por las noches. En cierto grado, estaba decepcionado de la vida. Desde joven había querido que desapareciera la delincuencia, lo sabía imposible, pero albergaba el deseo de ver un mundo más justo y ordenado. Los años lo resquebrajaron porque el peso de la verdad lo debilitó y lo hundió. La injusticia creada por la misma sociedad demandaba la separación de privilegiados y desposeídos. No parecía un país moderno, pues las reglas de la esclavitud seguían rigiendo. Claro que eran diferentes, pero el orden de las cosas llevaba a la gente a ser plebeya del dinero.
¿Qué tal está hoy? Le preguntó el camarero que le había servido su bistec con patatas durante años. Ellery respondió con una sonrisa condescendiente y Orlando se fue por la comida. Cuando terminó de masticar el último trozo de carne, una imagen lo distrajo. Era una pintura nueva que habían colgado cerca de la puerta de la cocina. El restaurante era de estilo moderno, por eso un bodegón, desencajaba mucho. Estaba pintado con elementos surrealistas, pero desde donde se encontraba el inspector parecía de estilo clásico. Pidió la cuenta y salió. Se fue caminando despacio a la comisaría, se sirvió un café y siguió ordenando los casos abiertos que tenía sobre el escritorio. No siempre había pasado las horas leyendo expedientes todo el día. La mayor parte de su servicio fue muy activa y por sus facultades atléticas siempre había perseguido a los malhechores. Tenía muchas medallas de las que podía presumir porque había atrapado a estafadores, asesinos seriales, chantajistas, proxenetas y hasta mujeres violentas; sin embargo, todo le parecía como algo irreal, como si de verdad no hubiera sucedido nada de eso y los años de servicio se hubieran reducido a los fracasos y esas carpetas con información incompleta que se resistían a revelar los nombres de los asesinos. Los últimos meses en la oficina serían la imagen del último recuerdo de una carrera brillante. No se quería despedir así, tenía la esperanza de que le dieran un caso sencillo para que cerrara su trayectoria con un arresto. Así, sí que podría soportar la jubilación y después la muerte en soledad, pero con las actividades de chupatintas estaba pensando seriamente en el suicidio. McAllan, el jefe de la comisaría, nunca lo había apreciado desde que sustituyó a Thomas Moore con quien Ellery siempre había tenido buenas relaciones. “Es un viejo decrépito e inútil ̶ dijo con desprecio ̶ , denle una oficina y que se dedique a ordenar los casos pendientes, a ver si ayuda en algo ese patán”. Por alguna razón, esas palabras le crearon un cerco del que no podía salir, la rutina le producía somnolencia por el día e insomnio por las noches. Dormía un promedio de dos horas y su cara estaba muy descompuesta.
Cenaba alguna cosa rápida y se ponía a leer las noticias, luego se echaba un regaderazo y sorbía un poco de whisky o coñac, a las dos se metía a la cama y se dormía profundamente, pero a las cuatro y media despertaba como si fuera ya la hora de salir al servicio. Cuando trabajaba con Clavijero no tenían horario, les faltaban las horas para espiar a los sospechosos, indagar sobre el paradero de gente desaparecida y podían salir a cualquier hora de la madrugada a revisar el escenario del crimen del homicidio en turno. Ellery echaba mucho de menos a James que se había convertido en un hijo brillante que aprendió todo muy rápido, hubo ocasiones en que reconoció que su ayudante tenía más cualidades de investigador que él mismo y pidió su ascenso, casi lo logró, pero el destino no lo quiso. Lamentaba que Sandra se hubiera quedado sola, con un hijo huérfano y un trabajo miserable. Los policías tampoco ganaban mucho y la pensión era muy mala. ¿Cuánto valía James? La suma apenas alcanzaba para alimentar al niño, fue por eso que Ellery pidió que le recortaran una parte de su sueldo para ayudar a la pobre viuda. Tenía planificado dejarle también parte de su pensión, sabía que no sería por muchos años, pero ayudaría un poco en su manutención.
Se fue acercando la fecha de su salida. El trabajo era cada vez más tedioso y en ocasiones Ellery se atormentaba tratando de recordar detalles de los homicidios ocurridos hacía muchos años. En algunos descubría la incapacidad de los órganos judiciales para aceptar declaraciones y pruebas, en otros notaba la presencia de la corrupción. Muchas veces se había dejado en libertad a personas altamente peligrosas, pero no era como en las películas. En la vida real eso traía consecuencias políticas o venganzas. Lo más lamentable era que James había sido presa de esas bestias voraces que vendían todo tipo de estupefacientes. Un insignificante vendedor de drogas callejero lo mató con un bate. Le había dado un fuerte golpe a Ellery en la mano derecha, la pistola cayó al piso, luego se oyó un golpe seco producido por la madera y el cráneo de James. Ellery levantó el arma con la mano izquierda y disparó sin mucha suerte. El hombre escapó y ni siquiera le pudo ver bien la cara. Sabía que era un vago de mala muerte y sintió un gran pesar al narrárselo a sus compañeros. Sandra escuchó otra versión, pero no mejoró en nada la situación, ni moral ni económica.

II

Se acercó la fecha de su baja permanente. Un compañero le preguntó por sus planes y Ellery dijo que se iría a vivir a una casa de campo que estaba lejos de la ciudad. “Quiero dedicarme a la caza, la jardinería y la pesca ̶ dijo resignado ̶ . Soy un viejo inútil que ya no le importa nadie”. Trataron de convencerlo de lo contrario y le recordaron sus grandes hazañas, pero todo se vio ensombrecido por la presencia de McAllan que les ordenó callarse. Ellery comenzó a desocupar su despacho. Metió en unas cajas las pocas pertenencias que tenía y salió a comer por última vez. No encontró a Orlando y le atendió una joven nueva, le comentaron que su amigo estaba enfermo y que faltaría unos cuantos días. Comió sin apetito y volvió con pasos lentos a la comisaría. En el trayecto solo vio sombras, edificios grises, vitrinas opacas y un asfalto gélido de tono mortuorio. Escupió maldiciendo su vida. Le parecía que había sobre valorado cosas insignificantes para no aceptar su fracaso. Era un hombre decrépito, solo, sin nadie que lo estimara de verdad, tal vez algunas personas agradecidas podrían decir que les había ayudado a impartir la justicia, pero nadie lo recordaba, era simplemente un servidor, el inspector Ellery que pronto saldría del escenario sin aplausos, ni abucheos, como un personaje secundario en una interesante obra en la que lo único que hizo fue poner esposas como un simple policía. Lloró en silencio, con ira y sin lágrimas. En la puerta de la comisaría ya lo esperaba un hombre de overol con una camioneta. “¿A donde quiere que lo lleve, Sr.? ̶ le preguntó un joven fortachón que mascaba su chicle y hacía pompas con él. Ellery le señaló el ascensor y subieron a su oficina. En quince minutos estaba todo vacío. Salió entre modestos aplausos y una secretaria le dio un paquete con un regalo. No lo abrió y dio las gracias con la voz entrecortada. Al bajar, el hombre ya tenía el motor encendido. Ellery se subió a la camioneta. Hicieron el trayecto en silencio.

En su casa, Ellery acomodó todo en un rincón y se tiró en el sofá. Se había imaginado ese día de forma muy diferente. Había conservado mucho tiempo la imagen en la que James y Sandra llegaban bien arreglados para cenar con él. La pareja le contaba los progresos en el departamento de homicidios. James como nuevo inspector le hacía consultas y le hablaba de sus planes para acabar con algunos policías corruptos, le satisfacía colaborar en el mejoramiento de la comisaría, además sentía que su compromiso con la sociedad se materializaba a través de su querido amigo. Veía a la gente salir de sus casas segura, confiada en que no tendrían ninguna penuria y que podrían divertirse y ser libres en un país resguardado por agentes responsables. Cenó poco y se durmió. Pasó bien la noche, pero la visión de Ekaterina Tomashenko lo obligó a despertarse en la madrugada. La conoció en la única misión que había hecho fuera del país. Viajó por orden de Thomas Moore a la Unión Soviética o, más bien, a lo que quedaba de ella en los años ochenta del siglo XX. Tenía que encontrar a unos estafadores que se habían ocultado en una de las repúblicas socialistas del sur de Rusia. La mujer lo impresionó no solo por su belleza, sino por la gran inteligencia y astucia que mostró durante la investigación. Katya le confesó que nunca había salido de la URSS y que en los cursos de espionaje le habían enseñado a pronunciar con acento inglés. Era una mujer severa en su trabajo, pero con un corazón noble. Viajaron juntos en un tren y tuvieron la oportunidad de estrechar su relación en un compartimiento que reservaron para ellos dos. El era bastante atractivo, su pelo castaño ondulado y su rostro lampiño de nariz afilada lo hacían parecerse al Harry el sucio de la famosa película de Eastwood, pero estaba muy lejos de la rudeza del gran policía de la pantalla. A Ellery le sorprendía todo lo que veía en el país anfitrión. Tomaba con gusto el té negro sosteniendo un portavasos de níquel. Veía como Katya apoyaba su dedo pulgar en la cucharilla de aluminio y sorbía el líquido marrón con gusto. “Por qué no sacas la cuchara ̶ le preguntó en broma y mirándola con sarcasmo. Sería mucho más cómodo”. Ella siguió bebiendo sin responder y cuando terminó lo miró fijamente y le dijo que esa era la tradición rusa. Luego Ellery puso atención en todas las personas que tomaban té y lo confirmó. No fue la única conducta sorprendente. Había muchas cosas que lo incomodaban o lo intimidaban. Una de ellas era la franqueza con que se decían las cosas.
El imperativo era la forma cordial de ofrecer la comida y no había ocasión para los agradecimientos. Si le ofrecían algo buscaba excusas para rechazarlo, pero su compañera le decía que lo expresara claramente. Sí o no, no había una tercera variante. Llegaron a la ciudad de Gorki. Salieron de la estación, los estaba esperando un volga del Partido Comunista. Katya iba vestida igual que el chófer, con un abrigo de cuero negro, botas militares y una boina. A pesar de estar vestida con atuendo de hombre, Katya impresionaba por su belleza. Tenía el pelo castaño, la voz un poco áspera, un perfil chato y los ojos de tigre. Subieron al coche y cruzaron el puente Kanavinski, Ellery vio con asombro el paisaje, que a pesar de ser verano, se veía gris. La gente llevaba ropa de colores opacos, algunos viejos iban con gabardinas y calzado desgastado y poco lustroso. El río Volga parecía inmóvil, se dirigieron al puerto y pasaron frente a la escalera de Chkálov, siguieron hasta la calle Radiónova y en un edificio armado con bloques de hormigón se detuvieron. “Es aquí, le dijo Katya cogiéndolo del brazo, nuestro piso está en la quinta planta”. Ellery cogió su maleta y entró al edificio. No podía creer que una de las ciudades industriales más importantes de la nación soviética padeciera tanta pobreza. Se imaginó que había hecho un viaje a la época de la depresión en EE UU y sonrió con ironía. Cuando llegaron al apartamento número 36, Katya sacó unas llaves y abrió varios cerrojos. Entraron, el aire estaba húmedo y un poco rancio. Abrieron las ventanas para ventilarlo y Ekaterina comenzó a preparar un poco de té. Unos minutos más tarde Ellery probó la mermelada de frambuesas, el requesón, el pan y el té. Comió con calma bajo la mirada atenta de su colega. Ella comía y miraba fijamente sin parpadear, parecía que estaba acostumbrada a no perder la atención de su objetivo, incluso en los momentos más tensos de su trabajo. Ellery pensó que tal vez las francotiradoras de la II Guerra Mundial habían sido como ella y sintió aprecio. Eso le ayudó a acostumbrarse a la comida que le parecía mala y hasta despreciable. No le gustaba mucho el salchichón, ni el alforfón, tampoco podía comprender que no hubiera sándwiches, perros calientes o pizzas y que la mostaza fuera tan astringente como un arma para martirizar. “Te acostumbrarás pronto ̶ le dijo ella como si hubiera leído sus pensamientos ̶ , esta comida es más sana que la que ustedes ingieren en su país del sueño americano”. Ellery quiso explicarle mil cosas, pero sabía que sería inútil. Le habían recomendado ser muy prudente y no abrir la boca en vano.
Pasaron varios días en la ciudad y localizaron a los sospechosos que buscaban. Con gran paciencia fueron estableciendo de forma muy rutinaria las actividades y los contactos que tenían los malhechores. La ciudad estaba cerrada para los extranjeros, pero por el desorden de la Perestroika y la Glasnost ya a nadie le importaba. Mucha gente desesperada por no saber cómo obtener un trozo de la tarta de riqueza del país se comprometía con el mismo demonio a ceder su alma por una fortuna ilusoria. Unos de esos hombres eran los que habían contactado a los americanos para organizar una banda delictuosa.
Ellery se había camuflado, vestía igual que Ekaterina y sus botas de cuero mal curtido le molestaban. La gabardina negra y la boina le iban muy bien y parecía la pareja ideal para la agente del Consejo Estatal de Seguridad Soviética. Así fue como lo conocieron Tim Johnson y Ariel Montani cuando fueron detenidos. Después del interrogatorio Ellery preguntó si los iban a extraditar , pero le dijeron que esos bandidos no saldrían jamás de la URSS. En efecto, llegó una orden oficial para desaparecer a los delincuentes y ni siquiera le permitieron a Ellery enviar un reporte. “Ya lo tenemos todo bajo control, señor Ellery ̶ le dijo un hombre muy corpulento en un inglés muy malo ̶ , su misión ha terminado. Puede quedarse unos días en nuestro país, pero le recomendamos que se vaya lo más pronto posible. Pregúntele a sus superiores cuáles son las órdenes y comuníqueselo a Ekaterina”. No hubo más relación con la policía secreta ni los agentes. Katya se transformó en una ciudadana normal sin uniforme. El tiempo se había compuesto y Ellery paseaba las tardes con su amiga. En una conversación ella le confesó que le encantaría irse del país con él, pero que era imposible porque el sistema comunista era demasiado estricto. La única opción era que él se quedara. Que renunciara a su trabajo de inspector de policía y se capacitara en el servicio secreto. “Aprenderás rápido el ruso ̶ le dijo Katya sin soltarle la mano ̶ , eres inteligente y podrás realizar las funciones que se te asignen, piénsalo. Es por los dos”. Esas palabras siempre fueron como una espina en su corazón porque pudo hacerlo y nadie se lo habría reprochado. Su vida habría sido completamente diferente con esa mujer y habría incluso alcanzado la categoría de diplomático, pero decidió ser fiel a su patria y esta le falló y no solo no cumplió con sus pocas expectativas, sino que lo dejó abandonado e inservible.

III

Los fantasmas del pasado se apropiaron de su espacio vital. No había un solo instante en el que no viera la figura ágil y graciosa de Ekaterina. Habían pasado solo una noche juntos. Antes de salir de la URSS. Ellery probó el fruto del pecado. Se había acostado en la incómoda cama con resortes, Katya salió de la ducha con una bata azul celeste y dibujos de flores. Se peinó frente a él y lo miró de reojo, como si no existiera y fuera solo parte del mobiliario, luego se desnudó, fingió haber olvidado algo, volvió pronto del baño y se metió bajo el cobertor. Ellery sintió el calor de su cuerpo. Tenía la carne muy firme. Ella lo cogió por la quijada sin mucha fuerza y lo miró diciéndole “Ya tengo la solución. Quédate a trabajar para el servicio secreto soviético. Hablaré con Mijail Fedorchuk, él te enrolará y trabajaremos juntos”. No hubo más. Ellery sintió un abrazo hirviente, deseó renunciar a todo con tal de que Katya estuviera a su lado por toda la vida. No sabía que la seducción de los extranjeros era parte de la preparación de las militantes de la organización. Ignoraba que esas mujeres tenían una frialdad racional que las aislaba de las sensaciones del cuerpo. En otra situación Katya le habría confesado su amor y le habría implorado que se quedara y, sin duda alguna, Ellery lo hubiera hecho. Fue inolvidable esa apasionada noche porque Ellery casi no había tenido mujeres y Katya le había mostrado lo mejor de la vida sexual. Lo llevaron al aeropuerto Sheremetievo y Katya se le acercó fría, pero con unos ojos implorantes que le pedían que se quedara. Él lo pensó e, incluso, dejó caer sus cosas al suelo. Estaba decidido, pero al preguntarle a ella si habría hecho lo mismo por él no obtuvo respuesta, aún así quería dejarlo todo por ella, pero su aspecto seco lo hizo dudar y cuando anunciaron que iban a cerrar la sala de abordo la inercia lo arrastró. Vio los ojos cristalinos de Katya y su corazón le dijo que volviera, que sería feliz con ella, que nunca más tendría una oportunidad así, lo malo fue que sus pies se alejaron solos. Ese recuerdo atosigó al inspector Ellery Cárter hasta el día de su jubilación y si lo había podido controlar más de treinta años, ahora la aparición era más frecuente. “No me respondiste ̶ le decía frente al espejo del baño, en la cocina o frente a su armario ̶ , era simple, ¿por qué callaste, Katya? Era necesario solo un movimiento de cabeza. Habría sido suficiente, !Caray! !Qué raros eran esos soviéticos locos!”. Luego el silencio lo seguía por todos los rincones y para espantarlo silbaba alguna melodía de Frank Sinatra.
Decidió trasladarse a su casa de campo. Pensó en lo que necesitaría para sobrevivir en un sitio aislado y cuando estaba sacando cosas del armario recordó que toda su vida había querido leer su colección de novelas de detectives. Había comprado a lo largo de los años colecciones de novelas negras clásicas y modernas. Tenía diez volúmenes de Conan Doyle, las obras completas de Agatha Christie y Allan Poe, entre muchos otros autores. Algunas le habían ayudado a descubrir a los delincuentes en la vida real. Hizo su plan de salida. Le pagaría a la casera su última mensualidad y se llevaría solo los objetos que fueran imprescindibles. Llamó de nuevo a la agencia de fletes y pidió que le mandaran al mismo joven corpulento amante de la goma de mascar.
Era mediodía, estaba nublado. Ellery tenía el humor gris ni siquiera sus alucinaciones lo molestaban. La vida era tan realista que sus mejores intenciones y deseos parecían abnegados sueños infantiles. La boca se le torció por el efecto del hígado. Recibió al chofer de mono con poca cordialidad. Entre los dos bajaron las cosas que estaban destinadas al basurero y luego acomodaron lo demás. Era un viaje largo, ciento cincuenta kilómetros para ir al cementerio. Se sentía como uno de esos elefantes viejos que abandona su manada para ir a unas cavernas lejanas. Se sentó junto al conductor después de comprender que ir sentado en la parte trasera de la camioneta le dejaría las asentaderas deshechas. Iba callado y le pidió al hombre de la goma de mascar que pusiera música. “¿Cuál le gusta, anciano? ̶ le preguntó con acento vulgar de rapero ̶ le puedo poner a Elvis”. Ellery le dijo que prefería el jazz y sacó una memoria portátil con sus canciones preferidas. Viajaron con los compases de Dave Brubeck tomando cinco notas, la voz maleable de Al Jarreau que le arrancó una sonrisa de resignación con la canción After all, luego Grover Washington Jr. y Jeorge Benson con sus composiciones románticas y cuando la naturaleza fue llenando los ojos de Ellery con la esencia de los robles, los abedules y los arces empezó la música de verdad: Louis Armstrong, Ray Charles, Ella Fitzgerald, B B King, Ray Charles y muchos más. La camioneta parecía avanzar al ritmo de Hit the road Jack mientras con sus preguntas Ellery interrogaba a Ekaterina mentalmente. “Soy pobre ̶ se decía ̶ , pero tú fuiste de piedra, no te supe entender, fuiste de hierro y no sabías que lo único que teníamos en ese momento de la separación era un quedate, era solo eso...”. No pudo continuar porque su acompañante el preguntó si de verdad le gustaba toda esa basura para dinosaurios.

̶ ¿Cómo puedes decir eso, muchacho? ̶ contestó Ellery realmente enfadado porque le había cortado su cadena de pensamientos masoquistas.
̶ Oiga, anciano, no se ofenda, pero la gente de hoy no oye eso. Ni siquiera nos importa quién fue Mike Jager, Lenon, Quenn, Michael Jakson o, el otro George Michael, o el de las trenzas Boy Geoge, ¿sabe? Ni Madonna, ni Britney, ni ninguno de esos del pasado. La buena música es del Rap para acá.
̶ No tienes ni idea de lo que es una buena composición, mocoso ̶ respondió sin mirarlo ̶ . Lo que creen ustedes es que cualquier idiota puede dar lecciones de la vida con una perorata de media hora con una rima barata. Parecen monos amaestrados, con sus colgajos de oro de imitación y su actitud de perdonavidas. Otra opinión tendrías si hubieras ido al ejército o hubieras hecho unas prácticas en la policía, pero mira en qué paraste. ¿Acaso tu música de barrio bajo te va a sacar de tu situación? Serás un hombre fracasado toda tu vida porque ahora mismo ya eres un donadie, no tienes opción.
El joven dijo unas palabrotas y al mirar que la situación estaba perdida se quedó mirando al frente, sacó la pendrive y la tiró por la ventana. Ellery se controló porque no quería entrar en una disputa poco ventajosa e inútil. Los siguientes kilómetros se alargaron y Ellery no pudo concentrarse en nada. La cabeza le dolía y sus pensamientos era como un alambre de púas que le molestaba mucho.
Llegaron por fin a una desviación y Ellery le indicó al hombre que girara a la derecha. Entraron a una carretera muy estrecha que al principio tenía asfalto, pero después era solo de tierra. La camioneta se desplazó dejando una nube de polvo, llegaron a una pendiente desde la que se veía una pequeña casa de madera. Es allí, dijo Ellery señalando con el indice. Llegaron pronto, Ellery se disculpó por lo de la música y le dio un billete grande de propina al tipo, pero éste se limitó a guardarlo en el bolsillo y dejó las cosas enfrente de la casa. Estaba oscureciendo, cogió las llaves y abrió la puerta, recogió unas ramas secas y las amontonó en la chimenea. Luego echó un poco de gasolina y un fósforo. Se puso a limpiar y metió las cajas. La cabaña no era muy grande tenía una habitación grande que podría ser un comedor, pero estaba vacío y un dormitorio con una sencilla de madera de roble. No tenía electricidad y el generador llevaba años sin usarse.

IV

Los días en la naturaleza lo vivificaron. Se sentía más activo y saludable. Al principio echó en falta las comodidades de la ciudad, se enfadaba por no poder hacer el café en una máquina, tampoco se duchaba como lo hacía siempre y una sensación de incómoda suciedad se apoderaba de él, pero pronto comprendió que no había mucha diferencia entre su vida allí y la que había desperdiciado en su piso alquilado pensando en las emboscadas que le pondría a los ladrones. Descubrió un poblado que se encontraba a dos kilómetros de su casa y comenzó a abastecerse de productos allí. Le dijeron que si lo deseaba podían descontarle de su pensión las compras y un encargado se las llevaría cada semana. Aceptó sin reparos y se resignó a llevar una vida de asceta o ermitaño. Por las tardes leía con ahínco. Empezó a llenar unos cuadernillos con el análisis de cada historia que le atraía. Hacía un pequeño croquis de los casos más difíciles y en ocasiones se golpeaba la frente pensando que si hubiera leído esas novelas antes, habría podido solucionar algunos crímenes con más rapidez, lo cual habría evitado que murieran algunas personas. Se fue amoldando a su nueva existencia y pronto le encontró el gusto. Aprendió a cazar con trampas ingeniosas, tenía un rifle de bajo calibre que era ideal para los roedores y ciervos. Se fue convirtiendo en una especie de Daniel Boone que por las mañanas se iba a la montaña y volvía con algún trofeo. Curtió varias pieles y se hizo unas alfombras, ropa y un gorro de mapache. Silbaba de alegría cuando salía el sol y se entretenía contándole a un interlocutor ficticio las cosas que leía. Quería conseguir un perro para que las presas no se le escaparan y fue a conseguir uno de aguas al pueblo. Le asombró que las cosas estuvieran cambiando vertiginosamente. La gente parecía alarmada y un viejo le regaló un pequeño cachorro. “Lléveselo y aliméntelo como pueda”.
Un día se dio cuenta de que la gente comenzaba a acumularse cerca de su casa. Le robaban las presas de caza en cuanto se descuidaba. Llegó un momento en que le resultaba muy difícil salir sin el temor de encontrar su vivienda destruida u ocupada por gente con aspecto de pordiosera. Se preguntaba constantemente de dónde podrían proceder esos muertos de hambre. Tuvo que hacer por las noches una excavación para mantener sus provisiones fuera de peligro. Los meses siguientes fueron peores. No había comida y la gente se encontraba como en los campos de concentración. Ellery se miró al espejo y vio el fracaso total. Su barba era muy larga. No se había duchado en mucho tiempo, su mirada era salvaje y tenía la manía de quedarse inmóvil para tratar de oír si alguien quería hurtarle algo. Las fuerzas lo habían abandonado y estaba dispuesto a morir. Se recostó y se quedó mirando la pila de cuadernos que tenía en un rincón. Repasó mentalmente las historias de detectives y saboreó el gusto del triunfo de la deducción y el razonamiento sobre la idiotez humana. Una historia comenzó a iluminar su mente. Era sobre unos asesinatos en los que siempre atrapaban al asesino, pero cuando le tomaban las huellas digitales éstas no coincidían con las que se hallaban en el arma, tampoco con las que había en los muebles, la vajilla y otros objetos. “El caso de la media de seda” era desde el punto de vista de Ellery la historia mas entretenida que había en toda la narrativa de novela negra. El cuarto amarillo era otra de esas obras impresionantes, luego estaban las demás. Siguió paso a paso las andanzas de Sherlock y Watson, se imaginó a los dos hermanos gemelos burlándose del ingenuo inspector haciéndose un embrollo con los asesinatos. Al final recibían su merecido y Ellery reía al imaginar su rostro perplejo por no haber contado con la gran astucia del personaje de Conan Doyle.
De pronto se le vino un torrente de sucesos de la vida, una eterna soledad y los fracasos amorosos frustrados por el mismo, al no asistir a una cita o al decirle algo indeseable a las mujeres que lo habían amado. Había tenido una amiga emigrante de Cuba con la que pasó muchas horas conversando. Ella estaba dispuesta a soportar cualquier cosa con tal de que la aceptara como compañera, pero cuando llegó el momento decisivo, Ellery se quedó mudo y se dio la media vuelta. Ana María estuvo a punto de suicidarse, dejó de hablarle para siempre y Ellery siempre sintió el peso de sus ojos de resentimiento. Alimentó la esperanza con frecuentes visitas, conversaciones interesantes y un aprieta y afloja que resultó una especie de juego de seducción. Ella resentida se casó con un ladrón de su barrio, sufrió golpizas y humillaciones y culpó de todo al maldito agente investigador que solo la había hecho perder el tiempo. Para Ellery ese recuerdo era como una pelusa en la garganta. Le causaba desagrado y no lo dejaba respirar con libertad. Pensó que la situación en la que se encontraba era pésima y se decidió dejar morir. Unos cuantos días de ayuno y listo. Ya no tenía muchas fuerzas, su piel se le pegaba a los huesos y no había deseo o esperanza que lo detuviera en el mundo. Una tarde en la que de verdad sentía que le faltaba poco para palmar oyó un toquido en la puerta. No puso atención porque sabía que sería algún malparido que estaría dispuesto a comérselo por pura ociosidad. Los golpes se hicieron más fuertes y de pronto sonó una voz. Ellery tuvo que abrir porque pensaba que pronto tirarían la casa. Cuando abrió encontró a un hombre joven, bien parecido y con mucha vitalidad. Lo dejó pasar.

̶ Ellery, no sabes cuanto trabajo me ha costado encontrarte, !Dios mío, te ves fatal!
̶ ¿A caso le conozco?¿Quién eres , mocoso?
̶ Soy Thomas Moore ̶ contestó el hombre y el efecto de esas palabras desconcertó a Ellery que pensó que le estaban haciendo una broma.
̶ No me vengas con cuentos chinos, muchacho, Thomas Moore debe haber muerto hace varios años y tu eres un payaso. Por qué no te largas y me dejas morir en paz.
̶ Ellery, ahora no lo crees porque no entiendes lo que ha pasado, pero en cuanto te lo explique pensarás de forma diferente. Lo más importante es salir de aquí lo más pronto posible.
̶ No quiero, el mundo y la vida ya no me importan, me has venido a estropear mi encuentro con la muerte.
̶ !Dios santo!No me digas que tenías la intención de suicidarte...
̶ Pues, sí, lo iba a hacer precisamente ahora, pero con tu teatrito me lo has echado a perder todo.
̶ No, Ellery, espera. Mira, pregúntame algo que solo supiera Moore tu ex jefe de la policía. Anda, prueba sin miedo.
Ellery dudando de las palabras del entrometido interlocutor pensó un poco, se esforzó por recordar algún detalle del pasado y con tono de ironía preguntó.
̶ ¿Por qué ocultaste las pruebas del caso Simpson, falso Tom Moore?
̶ Oh, Ellery eso fue trágico. Solo te lo confesé a ti, en verdad. Te juro que nadie más lo oyó jamás. La verdad es que mi hermano estaba implicado, ¿Recuerdas cómo me dolieron tus palabras? Son cosas que jamás se olvidan, Ellery. Necesitas irte conmigo ahora. Tenemos muy poco tiempo.
Ellery estaba impresionado porque era verdad. Moore solo le había contado a él que no había presentado las pruebas suficientes en contra de Larry Simpson en el asesinato de su esposa porque una persona muy allegada saldría culpable. Trató de descubrir los rasgos del Thomas que recordaba en el hombre y le pareció que, en efecto, había una ligera similitud, sin embargo, para esas fechas el ex jefe de la policía debía de tener unos noventa o cien años.
Mira ̶ le dijo Moore ̶ entiendo que desconfíes de mí, pero si no te vienes conmigo ahora, el futuro de la humanidad peligrará. Tú eres el único que puede recordar algo importante. Por desgracia todo es muy complicado y en unas horas no lo entenderías, necesitas verlo todo con tus propios ojos.
Ellery se acostó y trató de borrar sus pensamientos diciendo en voz alta “Esto es una alucinación, es una simple alucinación...”. Moore se desesperó y llamó a dos hombres que estaban fuera de la casa. Cogieron en vilo a Ellery, le echaron una manta encima y lo condujeron a un vehículo que había a unos metros de allí. Se alejaron a gran velocidad.

V

En el salón del coche Ellery perdió el habla y las fuerzas. Nunca había visto algo tan moderno. Sentía que viajaban en el aire pero a una altura muy baja. No había ruido del motor y estaba completamente computarizado.
̶ Siento mucho haber tenido que hacer esto, querido Ellery, pero es que te están esperando en el centro de rehabilitación para poderte asignar una misión especial.
̶ ¿Estás loco, jovencito? ¿No te das cuenta de que hace unos quince años que me jubilé? ¿Cómo voy a realizar una misión si ni siquiera me puedo mover? A ver !Respóndeme, mocoso!
̶ !Todo ha cambiado, Ellery, no entiendes nada!
̶ ¿Que no entiendo nada? Sí ya estaba a punto de palmar y vienes tú, jovencito impertinente, a estropeármelo todo. ¿Qué voy a hacer ahora? Te he dicho que la vida ya no me importa un bledo.
̶ Pero, es que te necesitamos, Ellery, de ti dependen muchas cosas.
̶ !Qué va a depender de mí, inútil jovenzuelo! !Si ni siquiera puedo andar por mi propio pie!
̶ Ya lo entenderás, Ellery, los tiempos han cambiado. En tu aislamiento no viste lo rápido que nos adelantó la tecnología, es decir la singularidad y eso de los Jesuses saltadores…
̶ No quiero saber nada de tus calumnias y demás tonterías que no me dicen nada
̶ Pero, Ellery. Tienes que ser más condecendiente...

Ellery se ocultó en su asiento dando a entender que no quería hablar más del asunto. Se durmió pronto y cuando despertó ya estaban cerca del centro médico de rehabilitación. Miró con curiosidad a los acompañantes del supuesto Moore, eran un poco raros porque podían permanecer inmóviles, sin parpadear y, casi sin respirar, había algo de artificial en ellos que lo atemorizó un poco. Moore notó que estaba despierto, pero fingió ir distraído leyendo. Sostenía una hoja plástica maleable y deslizaba el dedo por la superficie. Ellery supuso que sería un ordenador, pero demasiado sofisticado. No pudo ver por las ventanas porque los cristales mostraban unos paisajes semejantes a los de las televisiones de plasma. “Casi hemos llegado, querido Ellery ̶ le dijo Moore sin separar la vista de su pantalla ̶ . No tienes ni idea de lo que le está ocurriendo a la humanidad en este momento. Tienes suerte de que te hayamos encontrado”. Ellery se tapó los oídos como si fuera un niño que escuchara algo muy desagradable y se volvió a ocultar en el rincón de su asiento. De pronto se abrieron las puertas y apareció un edificio de cristal.

̶ Ven, Ellery, te presentaré a los médicos que te tendrán bajo tratamiento. Mira, este es el doctor Karl Bauman y su ayudante Yukio Himura ̶ . Ellery extendió la mano para estrechar la que le ofrecían los médicos por cortesía. Sintió las miradas de aprecio, que interpretó como lastimosas, y sonrió con ironía.
̶ Ya veo que aquí toda la gente es artificial, ¿verdad?
̶ No estimado Ellery, lo que pasa es que hemos adelantado mucho en la ingeniería genética y ahora la piel de las personas es más resistente y agradable. Usted mismo lo comprobará muy pronto, en carne propia, si me permite decirlo así, amigo.
Retiró su mano y bajó la cabeza sin ánimo de colaborar, pero oyó que le ordenaban andar. Siguió a Moore. Pasaron por una gran sala en la que había unas pantallas con imágenes tridimensionales. Ellery se detuvo a ver como unos esquiadores bajaban a gran velocidad por una gran pendiente. Se acercó con cuidado pensando que el hospital estaría en la cima de una montaña nevada. Al llegar a lo que pensaba que era la orilla, se vio rodeado de árboles y vio su propia cabaña. Había gente vagando y en todas partes había cadáveres. Se espantó y volvió a prisa hacia Moore.

̶ ¿Qué pasa, Moore? ¿Qué significa todo esto?
̶ Es que una parte de la humanidad se va extinguir. Es la nueva ley, Ellery. Tú podrías haber fallecido estos días, pero la ANH* te rescató. Ya te he dicho que tienes una misión. Espera a que te rehabiliten y luego lo sabrás todo.

Hizo más preguntas, pero no le contestaron ninguna. Lo metieron a una habitación y le pidieron que esperara un poco. Sentado en un sofá se imaginaba que cosas como las que estaba viendo eran solo posibles en las novelas de ciencia ficción. “Necesita asearse un poco, señor Ellery, le dijo Yukio Himura, venga aquí hay una ducha”. Ellery cogió una toalla, se puso unas chanclas y entró al baño. Se quitó la ropa y abrió el grifo del agua. Salió un chorro moderado a una temperatura muy agradable. Cuando comenzó a enjabonarse, el agua dejó de salir y cuando levantó la mano buscando el grifo sintió de nuevo el chorro tibio. Le gustó la experiencia porque tenía muchos años de no bañarse con calma. Salió mojado como un gato envuelto en una toalla y lo recibió una enfermera. Le dijo que le afeitarían la cabeza y la barba y luego lo llevarían a comer.
Media hora más tarde entró a una sala en la que le esperaba una joven con una ensalada, un plato de carne con patatas, agua, vino, pan y pastelillos. Comió con gusto y notó que la carne era muy suave y que la podía masticar sin dificultad a pesar de que le faltaban algunos dientes. Se levantó satisfecho y lo condujeron a una gran habitación. Ellery no estaba acostumbrado a tanta amplitud. Siempre había vivido en interiores muy bajos y estrechos. La cama le parecía para tres personas, el techo muy alto y la falta de mobiliario le producía agorafobia. “No se preocupe por esto, querido Ellery, le dijo el doctor, pronto se acostumbrará. Ahora me gustaría que se viera atentamente y recuerde su estado”. Ellery no quiso moverse, pero la enfermera lo convenció. Con sorpresa se miró la cara, el cuello y la cabeza. No se imaginaba que el deterioro causado por la vejez fuera tan contundente. Se sintió realmente como una momia. Se pasó las manos por la cabeza rapada, luego se intentó desarrugar el rostro y se desabrochó la camisa. Vio un esqueleto forrado de piel amarillenta. Se le veían las venas azules y verdes y el vello era como una pelusa blanca. Sintió desconsuelo y luego recordó que tenía una misión. “Oiga, doctor Himura, dijo sin voltear y señalando al espejo, ¿podría decirme cómo va a realizar su misión este esqueleto?”. El doctor Yukio se puso a reír a carcajadas.

̶ Mire, Ellery, no lo va a creer, pero la ciencia a logrado dominar la estructura genética del hombre. En este momento, ya podemos hacer cualquier cambio en su organismo, incluso hemos encontrado una forma de revertir la juventud.
̶ Sí, doctorsito de pacotilla, eso suena muy bien; pero no me dice nada.
̶ Usted no es biólogo, pero sus métodos de detective le podrían ayudar a deducir la forma en que lo vamos a rejuvenecer.
̶ Y ¿qué? ¿Me van a cortar los pellejos, me van a cambiar el cerebro y me van a poner nuevos músculos?
̶ Ni se imagina las transformaciones que le esperan. Mire, primero tenemos que ir a un laboratorio para hacer una evaluación del estado de su cuerpo.
̶ No se necesita mucho esfuerzo para ver que estoy hecho una momia.
̶ Mejor, así podrá constatar que le digo la verdad. !Venga aquí! Nos vamos al laboratorio, ya.
Pasaron por un largo corredor y llegaron a un espacio en el que las paredes eran grandes pantallas. Una voz se dirigía a ellos y les preguntaba cosas. Himura dijo que era necesario hacer una evaluación exacta del grado de envejecimiento de Ellery. Del techo se proyectó un haz de luz y en las paredes fueron apareciendo las imágenes escaneadas. Había datos impresionantes. Velocidad de la circulación, la cantidad de neuronas funcionales del cerebro, la temperatura, el desgaste oseo y mucho más. Ellery no entendía mucho y cuando la voz avisaba sobre el riesgo de contraer alguna enfermedad o el grado temprano o avanzado del cáncer, él temblaba. También oía la voz de Himura que le decía que todo era curable. Que se podían restituir los órganos sin extraerlos del cuerpo. El hígado de Ellery estaba dañado y funcionaba al cuarenta por ciento. Algunas de las malas costumbres en su alimentación habían provocado anemia y principios de diabetes. Se sentía como una cobaya a la que se disponen a torturar. Una vez terminada la examinación la voz dijo que el proceso se tardaría más o menos un año, que era mejor así para que el individuo se recuperara de forma natural. Yukio le dijo a Ellery que se vistiera y le acompañara. Salieron del edificio. Yukio le dijo que iba a vivir en el bloque aledaño donde había algunas personas como él. Ellery no se alegró mucho. Empezó a caminar en silencio, pero le extrañó que las lozas del piso fueran cambiando de colores y se escuchara una música clásica muy agradable. “Es Chaikovski, dijo Himura con una gran sonrisa, las luces se encienden al compás de los violines, es hermoso, ¿verdad? Pida una composición y verá”. No se le ocurrió otra más que el bolero de Ravel que conocía por una película que había visto en su juventud. Le gustó mucho que la música fuera tan expresiva y provocara tantos efectos en las piedras cuadradas. También se encendió una fuente y los chorros tenían un baile especial, solo que al final tuvieron que apresurarse un poco porque los truenos de los tambores hacían que los chorros se elevaran muchísimo.

̶ Aquí esta su habitación ̶ dijo Himura con alegría.
̶ ¿Dónde está el mobiliario y la cama?
̶ Ah,¿le sorprende, ¿no? Es gracioso. Lo único que tiene que hacer es pedir las cosas. Así, por ejemplo. Quiero la cama ̶ apareció del piso una cama bastante grande ̶ , ¿lo ve?
̶ Y ¿cómo voy a saber sí hay algo aquí?
̶ Pues, pídalo. Si lo hay se lo darán y si no, pregunte dónde se puede encontrar. Es fácil.
̶ Ah, ¿y si pido una piscina?
̶ Pues le dirán dónde encontrarla. !Hágalo y verá!
̶ Oye, tú, cosa de allí, ¿dónde está la piscina?
La voz dijo que necesitaba bajar a dos plantas y le señaló el ascensor. Ellery preguntó por las demás personas y Himura le dijo que había un horario de eventos recreativos, que podía consultarle los horarios a la voz. Himura se fue y le deseó una estancia agradable a su paciente.

̶ Oye, tú cosa esa, como te llames...quiero una copa de coñac y un puro ̶ dijo Ellery
̶ ¿Podrías llamarme Dea?
̶ ¿Dea? ¿Qué significa eso?
̶ Es una mujer creada por Victor Hugo, de su obra el hombre que ríe, ¿la has leido?
̶ No, Dea, no la conozco y no me interesa
̶ Pues, yo podría leertela o traerte el libro. Aprenderías mucho sobre la historia de Inglaterra del siglo XVII, se considera la mejor novela del autor
̶ No sé, tale vez después. Mira, mejor ¿podrías darme un coñac con un habano?
̶ Por supuesto, querido Ellery, enseguida te lo traerán. ¿Algo más?
̶ Sí, claro que sí. ¿Podría ver las noticias?
̶ Lo siento, pero está prohibido por ahora. Saber lo que ocurre allá fuera podría enfadarte o impactarte. Pídeme cualquier cosa menos eso.
̶ No, déjalo así. Me encerraré en mis pensamientos sin que nadie me moleste.
̶ Como tú lo desees.
Pronto se presentó una joven con un vestido blanco, puso la bandeja en una mesa que apareció cerca de la ventana y le deseó una estancia placentera. Ellery quiso hacer conversación con ella para indagar sobre la situación mundial, pero él se negó argumentando que pronto llegaría una persona interesada en él.

VI

Ellery se había acostumbrado a su nueva condición. Le asombró que en la primera semana le hubiera salido más pelo, tenía la sensación de que el número de arrugas era menor y que su peso iba aumentando poco a poco. Se presentó ante él el doctor Bauman y mantuvo una conversación en la que puso al tanto a su paciente.
̶ Le parecerá un poco extraño que sus cambios sean tan lentos. Lo que pasa es que así se acostumbrará a su nueva condición.
Ellery estaba mirando el gran campo de césped que tenía enfrente. Los edificios tenían fachadas de cristal y se veían pocos vehículos circulando.
̶ Sí, doctor Bauman, algo de eso me habían dicho ya, pero me gustaría saber para qué soy necesario.
̶ Algo le habrá dicho su nuevo amigo Charles Jameson con quien usted trabajará en la misión. ¿Sabe resulta muy curioso que a él le hayamos tenido que retrasar su rejuvenecimiento. Lo podríamos dejar a la edad de veinte años en una semana.
̶ Esa es una patraña. No se lo creo.
̶ Oh, querido Ellery, no sabe usted lo que está pasando en el mundo. Estamos en una reserva para las personas privilegiadas. Se está haciendo una selección depurada de la especie. No es al estilo de Darwin esperando que se evolucione...
̶ ¿Cómo dice? ¿Una selección natural? ¿De qué forma?
̶ Es sencillo. Mire, cuando usted estaba a punto de jubilarse ¿notó que muchas personas famosas, ricas o influyentes murieron?
̶ Sí, la gente lo comentaba mucho, pero creo que era normal. Había enfermedades incurables que mataban a cualquiera. No sé qué se haga ahora pero...
̶ Permítame decirle que no murieron.
̶ ¿Cómo que no murieron? ¿Dónde están ahora?
̶ Sí, en efecto. Ninguno de ellos murió porque se unieron al plan de la Asociación por la Nueva Humanidad. A esa organización le pertenece todo esto. Se lo dijo Moore su ex jefe, que por cierto fue seleccionado en esa época y estuvimos a punto de perderlo porque estaba mil veces peor que usted y véalo ahora. Es un joven de treinta años.
̶ Supongamos que es verdad, pero ¿qué cosa quiere esa asociación?
̶ Mire, Ellery, hay algunas cosas que creó la humanidad que no fueron tan buenas como se esperaba y por eso se va a reducir la población mundial. Muchas personas mueren cada día. Se ha creado un caos económico que está matando de inanición a una tercera parte de la gente. Los que mueren son sujetos que no tenían una esperanza de vida de más de sesenta años y se consideran una escoria.
̶ Y ¿quién decidió eso? ¿a quién se le ocurrió semejante locura?
̶ Bueno, está por demás decirle que es la ANH, pero es importante que sepa que le pertenece a las personas más ricas de la primera y segunda década del siglo XXI. ¿Cree usted que los famosos multimillonarios se fallecieron así porque si. ¿A quién se le ocurriría morir cuando ya era posible renovar órganos y mejorar la condición física?
̶ Pero los medios de comunicación lo decían, ¿no? Si eso no era verdad, alguien se habría enterado, ¿no cree?
̶ Sí, tiene razón, lo que pasa es que las ventajas de guardar silencio eran muchas. Se nos ofrecía algo jamás imaginado. Algo así como la inmortalidad. Imagínese al creador de la empresa de ordenadores más famosa del mundo muriendo de un simple cáncer. ¿No daría usted sus millones porque lo curaran?
̶ No, claro que no, por si no lo sabe, a mí me han traído a la fuerza y si fuera rico pagaría todos mis millones para que me dejaran morir tranquilo.
̶ Bueno, eso es en su caso, pero hubo otros que sí dieron su fortuna para la investigación. Por desgracia, amigo mio, en tiempos de paz el progreso es más lento y nosotros teníamos un enfrentamiento con algunos científicos de China que estaban experimentando con el genoma humano sin rendirle cuentas a nadie. Para la gente habitual era natural morir de hepatitis, Sida u otra enfermedad heredada del siglo XX, pero ya era posible restablecer células en el mismo organismo. Ya no era necesario un trasplante, ni siquiera el desarrollo de un órgano artificialmente. Era fantástica la oportunidad. Imagínese que se presenta usted como el tal JB de la empresa de la manzana y le dicen: “No se preocupe, ya hay curación para su páncreas. Solo tendrá que tomar este nano regulador funcional y su glándula volverá a ser la de antes, además le regularemos el estado de todas las demás partes del cuerpo”. ¿Qué le parece?¿No daría usted su fortuna por eso?
̶ No, creo que ni así lo haría.
̶ Pues, es usted un tacaño e ingenuo porque es cosa de niños. Ahora mismo se está realizando ese proceso dentro de su organismo. Ya le he dicho que lo habríamos podido hacer en el transcurso de una semana, pero para su misión tendrá que esperar unos meses más.
̶ ¿Otra vez con esa cantaleta? Estoy pensando en negarme a la misión, ¿sabe? Sobretodo porque nadie me dice qué es lo que tengo que hacer.
̶ Por desgracia no tengo autorización para decirle, pero le aconsejo que se prepare porque es algo trascendental para la futura humanidad. Debería cumplir con su trabajo y luego hacer lo que se le pegue la gana y, si me disculpa, tengo que irme a hacer mis cosas, que tenga un buen día.

Ellery se irritó pero al verse reflejado vio que el pelo ya le cubría la cabeza, seguían siendo canas , pero eran más gruesos. Se podría decir que había rejuvenecido unos cinco años y en lugar de tener sus ochenta y cinco bien cumplidos, solo tenía ochenta. No era grande la diferencia, pero pensó que en otras circunstancias ya habría muerto y su estado sería paupérrimo y agonizante. Le surgió un presentimiento y se fue a escribir en una pequeña libreta que había pedido unos días antes. Se recomendó a sí mismo no cambiar de opinión porque estaba por surgir otro Ellery, más joven y ambicioso como el que había entrado hacía decenas de años en la policía. ¿Qué pasará si después no se me da la gana palmar? ̶ se preguntó haciendo gestos. Hizo muchas anotaciones, subrayó palabras y remarcó fragmentos enteros. Luego se fue a mirar por la ventana, se vistió y bajó al campo de césped.

VII

A su encuentro fue Charles, se miraron con camaradería y empezaron a caminar. La tarde era muy tibia, el cielo se veía fantástico por algunos tonos rosados y naranja que lo hacían parecer una deliciosa fruta. Ellery no quería conversar en realidad porque se sentía como un jugador de ajedrez al que le han cantado un jaque y ha notado una pequeña grieta en su defensa. Fue Charles quien lo sacó de su concentración. Primero le habló de sus cambios, luego de las cosas que empezaba a recordar y la ausencia de padecimientos, por último se paró y se quedó viendo unas nubes.
̶ Son hermosas, ¿verdad?
̶ Sí, amigo mío, Son fantásticas. Un milagro de la naturaleza.
̶ Sí, en efecto, Lo malo es debajo de ellas se está muriendo la gente. ¿Ya se lo han dicho?
̶ ¿Qué cosa?
̶ Eso de la selección humana. Seguro que le ha dejado un nudo en el estómago.
̶ Sí, es verdad. Es horrible, pero estaba preocupado por otra cosa. ¿Qué pasará cuando me mejore y esté listo para mi tarea?
̶ No lo sé, amigo mío, pero me imagino que nos mandarán juntos. Me lo ha dicho Himura.
̶ ¿A sí? Y ¿qué es lo que vamos a hacer?
̶ Pues, no lo sé. Yukio solo me ha dicho que empiece a entablar amistad contigo porque nos enviarán al otro lado del planeta.
̶ Por cierto, ¿sabes dónde estamos Charles?
̶ Sí, esto antes era San Diego.
̶ ¿San Diego? ¿Cómo es posible? Estaba hace un mes en Carolina del Sur. Pensé que esto sería Alabama o Georgia porque tardamos par de horas en llegar en coche.
̶ No, Ellery, esto es California. Te lo puedo asegurar. Es que los coches ya no son como tú los recuerdas. Ahora nos transportamos en aerodeslizadores que alcanzan velocidades de 400 kilómetros y pueden ir por cualquier superficie, asfalto, tierra o agua. Es un invento muy ingenioso, incluso han dejado en desuso a los aviones comerciales y son más seguros. !Imaginate!
̶ Es por eso que se mueven a una altura mínima del piso, ¿verdad? ̶ preguntó Ellery comprendiendo finalmente el efecto antigravitacional.
̶ Exacto, Ellery, pero todo ha cambiado. En realidad, tu tratamiento es lento porque quieren que vayas asimilando las cosas nuevas. Te sorprenderá todo lo que vas a ver. El futuro nos ha adelantado en casi todo. Tú solo conoces las instalaciones que tenemos aquí cerca que son una maqueta especial para la gente de nuestra generación, podría decirse que somos una reserva específica. Allá afuera está sucediendo algo atroz y los países se están despoblando con rapidez.
̶ Oye, Charles, ¿qué es eso de la ANH?¿Tú lo sabes?
̶ Es complicado de explicar, pero según sé, hubo un acuerdo internacional en el que la ONU y los presidentes hicieron un pacto secreto ante la posibilidad de prolongar la vida. Era imposible pensar en mantener una población de siete mil millones de personas sobre la tierra con una esperanza de vida de ciento veinte años o más, además conforme pasa el tiempo la cifra aumentaría hasta los doscientos. Sería un caos. ¿Te imaginas los gastos que generarían la producción de alimentos y las pensiones? Ah, veo que quieres contradecirme, pero si piensas que una población mundial podría producir a gran escala, es verdad, pero con una tasa de natalidad alta como lo sería con una vida asegurada en una década el mundo estaría a reventar. Fue más o menos así, Ellery, se tomaron en cuenta muchos factores y, al final, dijeron que conservarían sólo a la gente que fuera necesaria. La plebe desaparecerá, la economía ya no depende de la política ni la producción. Hay una estandarización y no se hacen presupuestos para la investigación, los acuerdos imaginados que se han creado ahora no son como los de nuestro siglo. Hay una transformación demoníaca. Hasta las religiones caducaron.
̶ Bien, Charles, creo que empiezo a entender. No somos conejillos de indias, sino nuevas personas con el privilegio de vivir, sin embargo yo sigo deseando morirme, pues no le veo sentido a esta nueva vida.
̶ Sí, te entiendo, pero quizás haya algo que te haga cambiar después. Ni siquiera nos han dicho de qué es la misión, eso te transformará sin duda, si no es que, con tu proceso reversivo, eso suceda muy pronto.
Ellery recordó su imagen de la mañana en la que el pelo ya poblaba toda su cabeza y la cantidad de canas era mínima. Las arrugas comenzaban a desaparecer y se le habían ampliado el pecho, los brazos y las piernas. Le habían dolido un poco las encías y notaba que asomaban unas punta afiladas, le costaba menos trabajo recorrer distancias largas y podía pasear varias horas por el inmenso territorio de la clínica que además tenía un campo de fútbol, piscina, un estadio cubierto, un auditorio, salas de exposiciones y teatros. Charles le preguntó a Ellery si asistiría esa noche al concierto de Beethoven. Aceptó y quedaron de verse a las ocho de la tarde.
En su habitación Ellery empezó a cuestionarse su futuro. Era verdad que estaba rejuveneciendo. ¿Cuántos años le quitarían de encima y para qué?¿Cómo sería su existencia al volver a la juventud?¿Tendría los mismos sueños que tuvo cuando fue joven? No quería atormentarse con sus ideas y por curiosidad le preguntó a Dea por las personas que asistirán al concierto en la noche. Son gente que en su época se destacó por alguna cualidad. Esta noche la mayor parte de los visitantes que estarán en la sala son personas altruistas e intelectuales que de alguna forma conservaron hasta el último momento la esperanza. Son de todas las profesiones y a usted le gustará conocer algo de sus vidas. Como usted tienen una tarea, pero no tan importante como la suya. Si le preguntan diga la verdad, que era investigador de homicidios y, al igual que todos ellos, está rejuveneciendo despacio para asimilar su nueva condición física.
Se puso un traje negro y se fue por el campus hasta llegar a un edificio con forma de una flor de titanio. Había poca gente y se encontró con Charles quien iba acompañado de una mujer guapa de unos cincuenta años. Ellery pensó que pronto sería una hermosa fotomodelo o se parecería a una de las grandes actrices de cine. Por un momento, la idea de que estuvieran retrocediendo en el tiempo le pareció como vivir una vida alrevés o al estilo de Benjamin Boton. Pensó en lo habría dicho Francis Scot Fitzerald hubiera estado allí. Las conversaciones giraban en torno a las condiciones tan agradables en las que se vivía. Muchos de los hombres mencionaban obras de literatura, películas de gran interés y cocina, pero nadie se atrevía a mencionar algo sobre política, economía o filosofía. Las mujeres no ponían atención en las joyas, los vestidos o la condición social de la gente que se encontraba allí. Un hombre de la misma apariencia de Ellery le sacó conversación, le dijo que se había dedicado a la abogacía y que se sentía feliz de que lo hubieran escogido para formar parte de la nueva humanidad. Lo malo es que a todas las preguntas que le hizo, se negó a contestar. Cada vez que Ellery le manifestaba sus dudas, el astuto abogado hablaba de las nuevas condiciones del derecho internacional del futuro. La propiedad privada se había derogado, la garantía de pago entre las naciones tenía otros parámetros y no se comerciaba con dólares. Otros curiosos también dieron su opinión algunos decían cosas desconcertantes. Como un historiador que decía que se habían rebasado todos los límites y que por fortuna, el hombre había apostado por la biología y no la robótica. Ellery logró intuir un poco lo que le estaba sucediendo porque varias mujeres comentaron la forma en que se les iban desprendiendo los años y Williams, el doctor explicaba con detalle el restablecimiento celular.

Al comienzo de la novena sinfonía de Beethoven, Ellery tenía muchas preguntas, pero la música le fue dejando una sensación ya olvidada. Se sintió vivo de nuevo, con vigor y el deseo de unir a la gente, fuera cual fuera, las hermosas notas le había endulzado el espíritu. Habló con placer de lo que recordaba del compositor. Charles y su pareja se sintieron alagados por su compañía y cenaron juntos. Amanda era generosa y encontraba las opiniones de Ellery muy adecuadas, había en su mirada una expresión de agradecimiento que Ellery sentía como si fuera atraído por un campo magnético que lo mantenía en una órbita. “Debió ser usted un hombre muy compasivo, señor Ellery ̶ le dijo ella con una sonrisa muy bella ̶ , no me sorprende que lo hayan escogido para vivir aquí”. En realidad nos mandarán a una ciudad, dijo Charles, pero tendrá que acabarse esa limpieza de la que todo mundo habla, pero no se sabe nada en concreto. Ellery bailó con Amanda y feliz se marchó a dormir.

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