viernes, 25 de abril de 2014

El asesino suicida

Recibió una llamada telefónica mientras cotejaba las fotos de un asesinato. El timbre del aparato le impidió seguir deduciendo los hechos que ya lo habían atrapado en una telaraña de ideas e hipótesis. Decidió coger el teléfono.
-Sí, dígame.
- ¿Señor Narváez, investigador privado?
-Sí, soy yo, ¿en qué puedo ayudarle?
-Mire, se va a cometer un asesinato muy pronto y usted podría evitarlo.
-Bien, dígame todo lo que sepa y trataré de hacerlo, si no hay tiempo que perder, le urgiría que me dé algunas pistas.
-Pues. Primero, investigue de donde ha recibido esta llamada.
Recurriendo a su experiencia, Narváez, se dio cuenta de que estaba tratando con un psicópata y probó suerte sugiriéndole que le revelara el nombre del asesino.
-¿Es usted el asesino?
-Sí, -declaró su interlocutor-.
-Eso quiere decir que tendré que ir atando cabos hasta encontrarle a Ud.  e impedir que comenta el "genocidio", ¿no es así?
-Sí, efectivamente. Ya puede empezar y esperar la segunda pista. Adiós.
-Adiós.
Corría el año 1975 y no había ningún adelanto tecnológico que le pudiera proporcionar con rapidez la información que requería, por eso, Narváez, se fue a la empresa telefónica a solicitar la ayuda de una operadora para que le dijera de dónde se le había hecho la misteriosa llamada. Llegó a la telefónica habló con el encargado del departamento de llamadas locales y le explicó el motivo de su visita. El encargado lo condujo hasta la mesa de una hermosa joven  que en ese momento comunicaba a una anciana con su nieto y con atención escuchaba el dialogo.
-Disculpe que la interrumpa, señorita López, -dijo el empleado barrigón que jadeante miraba con ojos de rana a la operadora.
-Sí, ingeniero Manaca, ¿qué pasa?
-Mire, este hombre, -hizo una pausa para que se presentara Narváez-, y luego los dejó.
Señorita, López,-dijo Narváez- recibí una llamada a mi oficina a las dos de la tarde. Me llamó un psicópata que se propone realizar un asesinato y me gustaría saber  si usted atendió esa llamada.
-No, lamento decirlo, pero no fui yo. Sin embargo, mi compañera, la señora Ana me comentó precisamente eso, que había escuchado a un asesino y se espantó un poco.
-¿No sabe dónde puedo encontrarla?
Si se apura un poco la encontrará en los casilleros, debe estarse cambiando para salir, es que hemos hecho el cambio de turno.
-Muchas gracias, señorita, es muy amable, adiós.
Carlos Narváez salió corriendo en dirección de la puerta que le había señalado la señorita López. Encontró a la señora Ana lista para marcharse. La alcanzó y le pidió que le permitiera hablar un momento.
-Señora, Ana, espere un segundo.
La señora al sentir en el tono de voz algo conocido, se detuvo en seco y volviéndose dijo:
-Es usted el asesino,-lo miró con terror y trató de irse, pero Carlos la alcanzó a coger tranquilizándola-
-No, está usted equivocada, yo soy detective privado y solo usted me puede ayudar, ¿podría decirme de dónde fue hecha esa llamada?
Ella sollozando y tratando de reponerse de la impresión, le dijo que los registros de las llamadas los ponían en un cuadernillo. Él se dirigió al archivo para buscar las notas de ese día. Le dijeron que el número estaba a nombre de Don Marcio Trejo, le dieron en un papelito la dirección de una calle cercana y se marchó para investigar. En cuanto llegó al lugar indicado se puso a buscar el número 25, que no existía, y tuvo que entrar a un bar que estaba en el  23 porque en el 27 había una oficina de correos y allí no le podían informar sobre ninguna llamada hecha desde ahí por la sencilla razón de que el teléfono era otro y en las últimas horas solo había usado la línea la jefa tratando de aclarar la pérdida de unos envíos del extranjero. Carlos Narváez se acercó a la barra y vio a una mujer joven atendiendo a dos borrachos que se esmeraban en seducirla haciendo alarde de sus conocimientos de fútbol. La mujer tenía una expresión  interesada pero sus manos y sus piernas decían otra cosa. Se volteo por un instante y vio a Carlos,  de inmediato se acercó haciendo una mueca de alivio y soplando por la boca como si quisiera espantar un abejorro.
-Dígame, ¿qué le sirvo?
-Nada, solo quiero hacerle unas preguntas. –Ella lo miró fijamente y le contestó:
-Si es del fisco, yo no sé nada, hable con el dueño.
-No, no se ponga así, soy detective privado y…-No tuvo tiempo de seguir porque la mujer le soltó una retahíla de insultos y le avisó que fuera lo que fuera no diría nada.-
La mujer se fue y al momento salió un hombre gordo con cara de alce y voz de barítono.
-¿Qué quiere?
-Solo quería saber si alguien hizo una llamada desde su teléfono  está mañana y, ¿podría confirmarme si es el  5 94 54 39?
-Sí, es el número. Hoy por la mañana se apareció un hombre flacucho con nariz de buitre, un poco pelón y con aspecto meditabundo que pidió el teléfono para llamar, luego se tomó un Whisky doble y salió sin decir nada. Nos dejó  en la barra quinientos  pesos en un fajo de retratos de Morelos, Carranza y Juárez, ¿cómo la ve?  ¡y ni siquiera esperó que le diéramos las gracias!
- ¿Y la ropa? ¿Cómo iba vestido?
-Pues, llevaba una chaqueta beige una camisa, tal vez, blanca y pantalón negro.
-y ¿no recuerda nada más?
-En absoluto. Sólo que estaba loco, para dejar tanto dinero se necesita estar demente.
-Bueno, gracias por la información.
Narváez salió  y vio a un hombre que lustraba zapatos. Se le acercó y le preguntó si había visto a un hombre delgaducho, pelón y feo.
-Sí, señor. Por la mañana vino un hombre con aliento alcohólico que me pidió grasa. Yo le lustré los zapatos y le di un periódico para que leyera. Tenía la cara muy triste y parecía muy abstraído.
-No, por más que quise sacarle conversación fue imposible. Sólo miró las fotos del diario y cuando terminé le darle grasa me dio un montón de monedas que sacó de su saco.
-¿No notó si temblaba o hablaba solo?
-Tenía los labios muy delgados y apretados como si no quisiera hablar. Lo más raro es que al irse sacó un papel y una tarjeta y me los dio sin ni siquiera mirarlos.
-¡Qué raro! ¿Podría verlos?
-Sí, mire. Aquí tiene.
Carlos cogió un papel amarillento y una tarjeta con la dirección de una tienda de golosinas. La nota decía: “Si ha llegado hasta aquí, es posible que pueda llegar al final”- Siguiente mensaje en la  tienda. Compre la bolsita de papas fritas que está en la última estantería  del fondo  de la tienda  “La gomita” .No le será fácil encontrarla porque se encuentra escondida  en el final de la balda y, además, está abierta. Carlos fue a la tienda, saludó a la encargada, se dirigió al final del pasillo y empezó a buscar la bolsita de papas. La encontró, miró en su interior y encontró otra nota escrita en el papel rancio igual a la anterior que le había dado el bolero. Fue a la caja y pagó por las frituras.
-Disculpe,-dijo con aire tranquilo-, ¿no sabe si vino por aquí un hombre flacucho y con aspecto meditabundo?
-Pues, creo que sí vi a alguien así, pero como los niños vienen mucho a robar y hacer travesuras tuve que estar atenta a lo que hacían los chamacos ,pero noté que entró un hombre y luego salió sin comprar nada, incluso pensé que sería otra de las artimañas de los escuincles cabrones.
-Bueno, gracias.
Salió y leyó de inmediato la nota de las patatas que decía: “Si tiene en sus manos esta nota, hay esperanza”- Por el día de hoy es todo. Espere noticias.
Carlos se reprochó estar siguiendo este juego absurdo y decidió que el hombre era un  chiflado que solo quería divertirse. Tiró el papel y se fue a comer porque tenía hambre. Por un momento  el olor de las frituras lo sedujo y estuvo a punto de comérselas, pero como era enemigo empedernido  de la comida basura, decidió comerse unas tortas o tacos. Tiró la bolsita amarilla a la basura y se fue.
Al día siguiente recibió una llamada. Una voz  rasposa y pausada, tal vez por la hora tan temprana, le dijo:
-¿Es usted el señor Carlos Narváez?
-Sí, ¿dígame qué pasa?
-Nada, no pasa nada. Permítame preguntarle, ¿probó las papas ayer?- Carlos se puso blanco, sabía de quién era la llamada.
-¿Quién le dio mi numero de casa?- Narváez era muy meticuloso y sabía a quién le podía confiar sus datos personales, por eso se sorprendió de que el demente, como empezó a llamarlo, supiera su teléfono.
-No se preocupe por eso, dígame, ¿probó las papas o no?
-No, no las probé. ¿Qué?¿Tenía que hacerlo?
-Si lo hubiera hecho, ya no podría hablar con usted, tenían veneno.
A Carlos le recorrió una serpiente gélida por la espalda y sintió odio contra el hombre que le llamaba tan temprano para burlarse de él.
-¿Sabía que a Pablito, un niño muy introvertido, le encanta abrir las bolsitas de Sabritas y comérselas, luego las deja escondidas en el fondo de estante donde usted encontró las suyas ayer.
Hubo un momento de silencio en el que Carlos hizo una rápida deducción y comprendió que el niño estaba vivo.
-¿Se da cuenta de lo serio que es esto? A mí no me habría costado nada cambiar la bolsita que ese día cogió Pablito por la suya, ¿se imagina las consecuencias?
-Sí, me las imagino. Eso quiere decir que usted me propone jugar, ¿no es así?
-Digamos que sí, pero las reglas son las siguientes, es muy sencillo.-Hubo una pausa y a Carlos le pareció que el hombre reía y sintió desprecio por él.
-Mire, le dejaré mensajes si usted llega a tiempo salva a una persona, si llega tarde una víctima es un punto para mí. Si alguno de nosotros llega a tres puntos la partida se termina, no soy un criminal y no quiero que por su culpa se muera media población de la ciudad, así que no me pida prorrogas  y que se muera quien tenga que morir.
-Perdone, pero no está claro, de esa forma si yo no llego a tres y me mantengo en cero o llegó a dos ¿entiende lo que quiero decirle?
-Es un hombre inteligente, así que voy a ser claro. No hay límite de personas, hay ´límite de tiempo, no quiero que este caso le quite el sueño y no pueda dedicarle unas horas a su familia, si la tiene, o a su vida personal. Hagamos este trato.  Juguemos hasta el viernes a medianoche, si para las doce de la noche del día trece usted  ha dejado morir tres personas, entonces usted mismo se suicida o yo lo mato, encaso contrario muero yo, y le doy la oportunidad de ejecutarme. No hay condiciones, acepta o deja morir niños envenenados. ¡Adiós!
Carlos se quedó con el auricular en la mano, su mente era un huracán de ideas que trataban de ordenarse para que Carlos encontrara una solución. Colgó  y de inmediato sonó el timbre del teléfono.
-Sí, ¿diga?
-Espero que lo haya entendido. La próxima víctima estará hoy entre las dos o tres de la tarde en  el restaurante delicias. La persona que debe salvar adora el platillo de la cas pero lo pide siempre sin pimienta, encuéntrelo y sálvelo. Mucha suerte.
Narváez se fue al restaurante indicado e indagó todo lo posible sobre los clientes que frecuentaban el sitio y, sobre todo, aquellos que pedían la especialidad de la casa sin pimienta. Le parecía una locura porque en un plato no se agrega más de una pisca de pimienta y esta por lo regular no produce más que estornudos. Pidió una lista de las mesas reservadas, preguntó el nombre de los clientes, interrogó a los cocineros sobre el origen de los alimentos, el estado y si alguien había recibido algún soborno por agregar alguna sustancia en  el cocido o si alguien debía servir de forma especial el plato. No obtuvo respuestas claras y se quedó a esperar a los clientes. Primero, entró una pareja que solicitó el plato del día. Carlos les pidió a los camareros que le  preguntaran  a cada cliente si deseaba que le pusieran pimienta en el plato. La pareja fue indiferente, dijeron que daba lo mismo pero que fuera rápido porque tenían que volver a la oficina. Por desgracia todos los clientes tenían la misma actitud y eran tantos que Carlos no alcanzaba a recibir la información exacta de la cantidad de porciones servidas, sin embargo nadie, hasta las tres menos cuarto, había pedido el plato sin pimienta.  De pronto entró un hombre macizo, moreno y pelado a rape. Iba con un saco azul y una corbata roja, era gordo y tenía en su cara reflejado un cáncer del alma, pero no era muy difícil adivinar a qué se dedicaba. Su aspecto no era hospitalario y  sus guaruras estaban a un lado de la puerta del negocio resguardándolo.
-Mesero, venga rápido. Tráigame el plato de la casa. Sin pimienta por favor.
Esas palabras sonaron como un campanazo en las orejas de Narváez. No sabía cuál era el objetivo pero tenía que salvar a ese hombre si no quería llegar con la cuenta de la casa llena el viernes por la noche.
-Mire, señor, no le conozco y no me importa quién sea  usted, pero tengo ordenes de avisarle que su plato está envenenado. Haga lo que quiera, cómaselo o no pero es su riesgo. Yo he cumplido con mi misión.
El hombre lanzo la servilleta al piso, miro con los ojos desorbitados y llenos de sangre a Carlos. Le asestó un manotazo que lo hizo rodar por el suelo y subiéndose los pantalones para ajustárselos a la cintura dio la orden de poner en marcha el coche y se fue con sus guardaespaldas. Cuando  Narváez dejo de ver estrellas se levantó y salió enfurecido. Pensó que si quería adelantársele al desequilibrado psicópata debía adelantarse una jugada en el juego.  Así que se fue a su despacho a razonar sobre la situación. Nada más llegar, su secretaría le dijo que habían llamado dos personas que le querían consultar un servicio de investigación sobre un robo y una desaparición. Pidió un café y se sentó en su butaca para ordenar sus ideas apuntándolas en un cuadernillo. Sonó el teléfono en el momento en que su secretaria le ponía el café sobre el escritorio
-¿Sí?
-¡Qué bien que ya ha llegado! Lamento comunicarle que va perdiendo. El marcador es uno cero pero la confirmación llegará por la noche. No deje de comprar el periódico con las noticias de última horade la tarde. No será la primera plana pero si lo busca en la sección de la Nota Roja.
Luego, solo quedó el sonido del tono del teléfono.
 Bajó el mismo por el último diario de la tarde que se comenzaba a vender a las seis. Leyó la primera plana y no encontró nada que llamara su atención pero en la siguiente página había una noticia en la que decían que un famoso traficante de órganos humanos, narcotraficante y proxeneta, se había muerto en un lujoso departamento en una colonia céntrica.  Dos cuerpos más permanecían a su lado y las investigaciones habían comenzado. Un médico forense, decía el autor de la nota, confirmó la muerte por envenenamiento. El comunicado se refería a la entrega de unas pizzas que se habían pedido por teléfono y que era probable que llevaran veneno y provocaran la muerte de los tres hombres. Al mirar con atención Narváez vio la cara del hombre prepotente del restaurante. Por un lado  se alegró de que muriera porque se lo había deseado, después de haber recibido el fuerte tortazo, pero lamentaba que fuera el primer cadáver y que se contara como un punto en su contra, ya solo lo separaban de su propia muerte dos fiambres.
-¿Diga? – contestó, mal humorado, Carlos,
-¿Qué tal?- le comentó una voz sarcástica y seca.
-Mal, usted juega sucio, a esa persona sea quien sea, yo la salve y usted faltó al trato.
-No se ponga así. ¿Sabe quién era ese hombre?
Sí, lo dicen en la noticia.
-Entonces comprenderá que él debía morir, pues aparte de lo que escriben allí. El señor Larriaga era pederasta, ¿lo podría creer? ¡Qué ironía, ¿no? Salva usted a un niño y mata a un pederasta. Eso está muy bien. Debería estar feliz. Por cierto, ¿tiene usted algún vicio oculto?
-Sí se refiere a mi afición al tabaco o al alcohol, si los tengo pero es todo de lo que me puedo avergonzar.
-Muy bien, cuídese y espere las próximas pistas, mañana será un día duro.
Carlos se quedó con el mal sabor de la bilis en la boca, estaba claro que había caído en las redes de un anormal y que mientras no se le adelantara tendría que sufrir sus burlas. Se la pasó hasta la madrugada atando cabos, recordando casos parecidos, revisó sus archivos para ver si era un cliente inconforme que había decidido vengarse, o un ex convicto que había parado en la cárcel por su culpa.
Se despertó para coger el teléfono que sonaba con insistencia.
-Le escucho, diga, ¿qué pasa?
-No deja de asombrarme su gran capacidad. Ha sido una buena elección el invitarle a jugar. Mire, le aviso que a mediodía una mujer joven comprará su perfume favorito en un centro comercial del centro de la ciudad, se llama Liverpool , y en la sección de perfumería dicha  mujer caerá fulminada por un gas muy tóxico, salvo que usted lo impida, morirá sin remedio y tendrá usted, en miércoles, dos cadáveres que arrastrar sobre su conciencia.
-¿Podría darme más pistas?- Carlos, hizo un intento por provocar al asesino y le iba a hacer otra pregunta, cuando el otro agregó:
-Ah, se me olvidaba. ¿Conoce el centro comercial El Palacio de Hierro?- y sin esperar respuesta, añadió- está exactamente enfrente del Liverpool, pues, ¿sabe? allí estará una mujer con una niña de cinco años y en la cafetería pedirán hamburguesas o perros calientes, si piden lo primero morirán sin duda las dos pero si sólo lo pide una de ellas la otra se salvará. ¡Que tenga mucha suerte!
Carlos le dio una patada a la mesa y casi la rompe, luego llamó a su secretaria y le pidió que fuera a la central telefónica a investigar de donde provenían las llamadas que le había hecho los últimos tres días, le ordenó que apuntara los teléfonos de las operadoras y el jefe del departamento de llamadas locales, le describió el bar de donde había recibido la primera llamada y le escribió la lista de preguntas que tendría que hacerle a las personas  y se fue a indagar sobre la pizzería en la que se había solicitado la que mató al mafioso.
Narváez supo que el repartidor de la pizza se había cruzado en su camino con un hombre que le dio quinientos pesos por dejarle entregar el pedido. El chico se asombró por lo poco habitual de la situación, pero la jugosa ganancia le hizo perder sus principios morales y acepto con la condición de que el hombre le devolviera la factura de entrega firmada por el cliente.
-Me trajo la factura firmada y me dio los quinientos pesos, luego se fue.
-¿El hombre era delgado, llevaba chaqueta beige y pantalones negros?
-Sí, además su boca parecía estar pegada con goma, su gesto era muy desagradable y olía mal.
-Gracias, chico, te lo agradezco.
Carlos se fue a la avenida conmemorativa de la revolución donde se encontraban los dos centros comerciales, había decidido que lo más importante era salvar a la niña, ya que era de más prioridad una vida en retoño que una vida ya medio hecha y quién sabe con qué defectos y virtudes. Entró a la grandísima tienda y se fue a la cafetería a esperar a la mujer con la niña, había poco personal y los clientes que tomaban algo eran matrimonios, mujeres solas o empleados de la misma tienda. Alrededor de  las doce del día de un día miércoles era normal que todo mundo estuviera en la escuela y el trabajo. Pasó casi una hora desde que se acurrucara en su punto estratégico para observar a todos los visitantes y, al menos cuarto, apareció una mujer rechoncha que llevaba de la mano a una niña pequeña. Se sentaron un poco para descansar y luego se pusieron a decidir que iban a tomar. La señora se decidió por una hamburguesa y la pequeña quería un perro caliente, Narváez que se había pedido una torta de pollo y la había mordisqueado con desconfianza se levantó y fue directamente hasta donde estaba la señora-
-No coma esa cosa señora, aquí las hamburguesas saben mal, pídase algo más rico y más sano.-La señora con cara de hambrienta y al mismo tiempo desconcertada no sabía qué decir y mirando a la niña le preguntó qué quería.
-Yo mejor una torta de jamón.
-Pues, me va a perdonar señor, pero yo me como dos hot dogs.
-Bueno, como quiera, que conste que se lo advertí, eh.-Y sonriendo hipócritamente se alejó para ver si podía alcanzar a salvarle la vida a la joven en la sección de perfumería de complejo comercial de enfrente.
Eran ya las doce y diez y Narváez tenía el presentimiento de que lo habían engañado o algo malo estaba por ocurrir. A las doce y media se le acercó una joven morena con el uniforme de las vendedoras de la sección de perfumería.
-Oiga, ¿Es usted el señor Narváez?
-Sí, soy yo, ¿En qué puedo servirla?
-No sé cómo explicárselo. Es que ha venido un hombre muy raro y me ha dicho que le entregara a usted este papel si lo veía por aquí. Como el raro ese me comentó que vendría un hombre con aspecto preocupado y traje gris y estaría rondando por el departamento de perfumería, me he dicho a mi misma que sería usted. Tome, esto es para usted.-Y le extendió un papel como los anteriores que ya le eran familiares. Le agradeció su atención y se fue sabiendo que el loco había estado allí y sabía por anticipado a quién trataría de salvar. Se reprochó un poco el no haber ido a la cocina del otro centro comercial y decirles a los cocineros que la carne estaba mala y que no hicieran hamburguesas, sin embargo al leer la nota se quedó frío.
“Estimado Narváez, sigue siendo un profesional, ¿sabía que el veneno estaba en los perros calientes?, ja, ja,ja,ja,… En este momento debe haber una ambulancia recogiendo un cadáver, ¿por qué no se asoma un poco y echa un vistazo?  Enhorabuena, lleva ya dos cuerpos, se acerca el final”
Narváez salió corriendo y encontró en la acera de enfrente una ambulancia. Se dirigió hacia ella deseando, en forma de rezo, que no fuera la niña la víctima. Le dijeron que la mujer había tenido un colapso después de terminarse lo que se estaba comiendo y que después no había podido reaccionar. Preguntó por la niña y le dijeron que estaría bajo la custodia de la policía mientras se encontrara a los familiares.
Carlos volvió a su oficina sabiendo que al llegar le llamaría el demente que ya le estaba hartando.
Sonó el teléfono y sin ni siquiera contestar, Narváez se dispuso a escuchar.
-Lo felicito señor Narváez, es usted muy bueno, aunque siempre predecible. ¿Sabe quién era esa mujer a la que no pudo salvar? ¿No? Pues, una de las mejores colaboradoras del señor Larriaga , la Mona, así le decían a la mujer, era en realidad Chole Soriana, una mujer muy cruel e inmisericorde que trataba mal a los niños y era completamente insensible al dolor humano. Ahora, gracias a usted se encuentra gozando de una mejor vida. Lo malo es que se le han acumulado dos presas y estamos apenas a media semana, ¿Qué hacer? ¿Quiere una oportunidad?
-Si fuera tan amable de dármela, es que me parece que usted solo se divierte invirtiendo las reglas y divirtiéndose solo.- Carlos trataba de desvelar el objetivo del psicópata.
-Ah, ¿quiere que juguemos limpio? Lo siento, pero las reglas las pongo yo, y usted tendrá su oportunidad de oro al final. Por ahora investigue sobre mí, trate de revelar mi personalidad de hacer un perfil psicológico, averigüe mi profesión. Busque en los archivos de la UNAM, en la Suprema Corte de Justicia, en el Registro Civil. Mis apellidos son Arévalo Madrid. Bueno, ya tiene suficiente, le queda un día antes de la siguiente tarea.
 Carlos empezó a buscar primero en el registro civil, donde le atendieron con poca prontitud y le obstaculizaron las indagaciones, perdió más de tres horas en encontrar algunas personas con los dos apellidos de ciudades españolas y comenzó a buscarlos en los enormes libros de las páginas amarillas, realizó varias llamadas sin éxito alguno. Trató de ir descartando  a los hombres casados, a los de mediana edad y se centró en los que pasaban de cuarenta años que eran militares, restauranteros y abogados. Había un tal José Arévalo Madrid que había nacido el año 1923 hijo de un arquitecto de apellido Arévalo y de Madre de apellido Madrid con profesión de educadora. Se dirigió al archivo de la universidad para saber si había algún egresado con los apellidos de las personas que tenía en su lista y encontró dos posibles candidatos, el primero era un historiador con los apellidos invertidos y de nombre Ricardo, el segundo era un tal Arévalo Madrid José Carlos, Narváez se enteró de que esa persona era un abogado, volvió a su lista de la sección amarilla y no lo encontró. Era posible que fuera una persona tan aislada o pobre que ni siquiera tuviera dinero para ponerse una línea de teléfono, sin embargo un licenciado bien podría tener un buen puesto y si el psicópata había mencionado la suprema corte, entonces es posible que su número fuera privado y por dicha razón no figuraba en el libro amarillo. Se irritó mucho al saber que en la Suprema Corte de Justicia no figuraba ninguna persona con el nombre señalado y que no había existido persona alguna que ejerciera algún cargo por más insignificante que fuera, en resumen, era completamente desconocido.
Volvió muy tarde a su casa y se acostó.
A la mañana siguiente lo distrajo una noticia que anunciaban por la radio que en una convención internacional se había aceptado la promulgación de un decreto contra la discriminación racial en todas sus formas. Pensó que tal vez un día se promulgarían decretos contra el abuso de menores o el tráfico de personas o el esclavismo encubierto, pero un ruido lo sacó de su intentona de crear un mundo más humano en su imaginación.
-Me imagino que está un poco encabritado conmigo, ¿No es así? ¿Le desagradó mucho no  encontrar la información que esperaba sobre mí?
-A decir verdad, ya me he habituado a sus engaños y, si me permite manifestárselo, le diré que hasta le he cogido un poco de aprecio, aunque se proponga usted matarme, por supuesto.
-No sea caprichoso y compórtese como un verdadero investigador. Tiene ahora la última oportunidad, le daré un acertijo muy sencillo y no piense que es ridículo, por favor. Escuche con atención:
“Yendo a la Zona Rosa encontré tres mujeres, cada una con tres bolsas, en cada bolsa triple estuche, en cada estuche tres bilets, si no lo adivinas a la de tres, gema, carmesí o rubí, ¿qué es?”
Bueno, recuerde que mañana es el último día que jugamos así que si encuentra antes de las tres de la tarde de mañana lo que le he dejado nos veremos por la noche para despedirnos. Mucha suerte, amigo.
Carlos no pudo responder nada, ni preguntar. Colgó el teléfono y se fue a desayunar a una pequeña cafetería donde le servían su café preferido. Se sentó y se quedó meditabundo, pasó un rato y sin terminarse lo que había pedido se fue sin pagar la cuenta, se dirigió al parque que estaba a unos metros de allí, se buscó un lugar y se sentó. Su aspecto abstraído era la consecuencia de un hábito profesional que lo obligaba a deambular o permanecer sentado como una estatua. El sol calentó su rostro moreno y le produjo una satisfacción imperceptible. Miraba con los ojos desenfocados y no distinguía nada de los que había o pasaba a su alrededor.
La fecha se había escogido, con toda seguridad con precisión, era día trece, viernes y el mes de junio era el sexto, un múltiplo de tres, ahora solo tenía que encontrar a las tres mujeres con bolsas y buscar los lápices labiales envenenados. Cogió la avenida Reforma y giró por la calle Amberes y dio vuelta en la calle Hamburgo, luego fue a la calle de Génova, después fue por la calle Londres y estuvo realizando giros por la misma ruta durante una hora con algunas variaciones para no enajenarse. De pronto vio a una señora que llevaba tres bolsas de color naranja con un anuncio blanco de la marca Carmina, se sobresaltó y sin pensarlo se acerco a la portadora de la singular carga.
-Buenas, tardes señora, disculpe que le pregunte pero, ¿lleva cosméticos en esas bolsas?
-Sí, ¿por qué?
-Mire, es que trabajo para la empresa Carmina y me han comunicado que uno de los lápices labiales está en mal estado y podría causarle una alergia. ¿Me permite ver el estuche?
-Ya decía yo que era demasiada suerte que a uno le regalaran cosas buenas en la calle.-Dijo la mujer con cara de desagrado y masticando con más fuerza un chicle ya muy machacado.
-¿Se los ha dado un hombre flaco con aspecto áspero?
-No, que va. Me los dio una joven muy sonriente que me mostró todo con mucha gentileza y me dijo que estaban haciendo una campaña publicitaria para promover sus nuevos productos.
-Pues, algo nos ha fallado. Lamento comunicárselo, no es muy bueno para la compañía, ¿verdad?
-Pero todo lo demás está bien, ¿verdad?
- Por supuesto, es que solo se les pasó un ingrediente en la formula de los bilets, nada más eso.
Después Carlos le pidió permiso a la mujer para tirar a la basura los tres lápices labiales que contenía el estuche, a lo que la mujer consintió con una cara de decepción. Narváez le agradeció su amabilidad y siguió su búsqueda no sin antes disculparse por la supuesta molestia.
Eran las cuatro y cuarto cuando encontró a la segunda mujer con tres bolsitas idénticas a las primeras que había encontrado. Las llevaba una mujer de aspecto pobre y Carlos se preguntó si no le pediría una compensación la mujer por tirar los cosméticos al contenedor de basura. Preparó un billete de cien por si las dudas y se encaminó hacia ella.
-Perdones, señora, soy representante de la empresa Carmina y me han mandado con urgencia a retirar de los estuches todos los bilets, por favor, permítame ver sus bolsas y le compensaré con cien pesos la molestia que le hemos ocasionado.
La mujer que muy reacia observaba a Narváez, en cuanto vio el billete con el retrato de Carranza se alegró y la carita de Chac Mool en el reverso del billete le hizo lagrimear el corazón.
-Muchas gracias, señor. En verdad es una lástima que haya salido mal lo de los bilets.
La mujer se guardó los cien pesos y se fue apresuradamente a calmar las demandas de sus tripas que se despertaron al contacto con el dinero.
Eran las cinco y Narváez estaba fuera de sí porque ya casi daba por perdida la esperanza de encontrar a la tercera mujer, pero ésta vino a su encuentro. Al llegar a la calle de Génova se dirigió a una fuente que le llamó la atención por la mujer de piedra con dos delfines y cuando ya casi llegaba al ornamento arquitectónico le salió al encuentro una joven que le pareció muy conocida. Carlos era muy buen fisonomista y reconoció a la chica de la sección de perfumería que le había dado un papelito rancio el miércoles. Se paró y le entregó un pequeño papel.
-Bueno, ya se habrá dado cuenta de que tengo un encargo para usted, no hace falta que interprete su papel de vendedor de cosméticos. Aquí la tiene.- Y con una sonrisa  dientitorcida le dio un sobre.
“Lo espero en la Calle Dinamarca Nº 69, interior 2,  en la segunda planta, toque el timbre dos veces cortas y una larga para que sepa que es usted, a las 11,45 de la noche, si llega antes no encontrará a nadie. Hasta pronto.”
Narváez se fue a su oficina, le dio instrucciones a su secretaria encaso de que las cosas le salieran mal y cogió un revolver calibre 25 que le habían regalado hacía mucho tiempo y nunca, por fortuna, había usado. Salió a las diez y media y se fue caminando por las estrechas calles de la colonia Cuauhtémoc. Llegó a la cita en punto y tocó como se le había indicado, por el contestador el hombre con una voz  de barítono reseca y gastada por el tiempo le contestó.
-Ah, es usted, suba, suba, por favor.
La luz de la escalera era muy tenue y los escalones muy estrechos por esa razón Narváez subió con cuidado y agarrándose del barandal hasta llegar a la segunda planta donde había una puerta blanca entreabierta. Entró con precaución y escuchó que lo llamaban.
-Señor Narváez, pase por favor. ¡Qué bien que ha llegado! ¡Siéntese, siéntese ¿Quiere por favor coger esa botella de  Chivas y servirme un poco? Es, sin duda, la última botella que beberé en mi vida. Narváez estaba tranquilo y dispuesto a todo, pero la actitud del hombre era un poco desconcertante.
-Hasta, este momento se ha comportado muy bien y se merece un premio que sin duda recibirá, lo único que tiene que hacer es escucharme y después verá que no soy la persona que aparento. Mi aspecto nunca ha sido del agrado de las personas, no me ha sido necesario cambiarlo no soy José Arévalo Madrid, eso fue un artilugio para tenerlo ocupado el día de ayer. En realidad soy José Mancera Arroyo y toda mi vida traté de actuar conforme a las leyes cívicas y morales. Hace tres años caí en las redes de personas deshonestas que me obligaron a cometer delitos y si hubiera tenido más valor los habría  matado antes, pero las personas no son criminales hasta que las condiciones se prestan para matar. Yo estaba harto de ver como se abusaba de los menores de edad y cómo las dos personas que usted vio morir los torturaban física y mentalmente, por eso tomé la decisión. Hay una niña, la que usted vio con la Mona es Lorena Sánchez Villa, es por ella que lo he metido en todo esto. Necesito que usted se encargue de ella. Ya he tramitado todos los documentos y es necesario que usted firme  apoderado o tutor de esa niña. A mí me habría encantado educarla y ser como un padre para ella pero considero que no tengo ni la fuerza ni el criterio suficiente para enseñarle el camino en esta vida. En cambio usted con ese amor por el prójimo y con ese sentido de la rectitud  será un buen padre para esta pequeña que perdió a los suyos después de que Larriaga los mandara asesinar. Lo único que le pido es que sea consciente de la responsabilidad que tiene. Hizo una pausa y se bebió la copa hasta el fondo, extendió la mano para que le sirviera más. Narváez, vertió más whisky y se puso el mismo un poco más y brindó con José que ya empezaba a arrastrar la lengua por el efecto del alcohol.
-¿Sabe que he tomado un poco de acónito?  ¿Sabía que en ruso se llama Raíz de Lobo? ¡Qué ironía! ¿No? Ahí tiene un motivo para razonar, amigo mío.  
En realidad estoy contento de que todo esto llegue a su fin. En esta carpeta tiene todos los papeles que le dan los derechos de adopción de Lorena, cuídela mucho y use el dinero que le he puesto en un sobre para comprarle lo necesario y pagarle sus estudios.
Días después, Carlos Narváez salió a pasear al parque acompañado de una pequeña niña a quien educó y quiso como a su propia hija hasta el último día de su vida.

 Juan Cristóbal Espinosa Hudtler