martes, 16 de junio de 2020

Romero del arrepentimiento


Se apagaron las luces y se abrió el telón. El público vio el decorado que consistía en una casa pequeña de pueblo y al fondo unas montañas y el cielo grisáceo. Apareció, anegado por un chorro luminoso, un hombre delgado con túnica de lino y un bastón. Algunos espectadores volvieron a echarle un vistazo al programa para confirmar que era Alejo Karpov quien interpretaba al palmero. Se oyó el famoso verso recitado por el gran actor:

“Ser en la vida romero,
romero solo que cruza siempre por caminos nuevos
ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo
ser en la vida romero…solo romero…”

La gente escuchó conmovida el filosófico verso, después, testigos de las vicisitudes del pobre errante, aplaudieron sin parar. Se sucedieron las escenas acompañadas de lágrimas, sonrisas agrías y alivio. Al final de la pieza llovieron ramos que formaron un hermoso arcoíris. Alejo no paró de agradecer las felicitaciones y, cuando la gente siguió el manoteo, los chiflidos y el griterío, el anunciador pidió que se retiraran. Nadie quiso salir y Alejo descendió del escenario para conversar con el público. Le hicieron infinidad de preguntas y él contestó con honestidad. Poco a poco los admiradores se fueron retirando con sus programas firmados y un recuerdo inolvidable.

Alejo entró en su camerino. Estaba cansado, había sido un mal día en su vida. Le habían dado malas noticias, pero su trabajo le exigía el esfuerzo. Salió del teatro y se fue a su casa. Le abrió su hermana solterona. Le preguntó cómo se sentía y le sirvió la cena. Se miraron con lástima y decidieron no hablar. Todo estaba perdido. La falta de recursos y la ausencia de verdaderos amigos les obligaba a esperar el final como condenados al cadalso. El día siguiente sería igual. Éxito en el teatro y fracaso en la vida. ¿Debía seguir actuando en la realidad? ¿Por qué no le cambiaban las cosas? Habría preferido ser un don nadie, un actor secundario y vivir de otros oficios, pero su entrega desde la adolescencia lo había llevado a la cúspide de una montaña en que todo era arte y amor, pero un sitio solitario, lleno de austeridad.

Nada lo había doblegado hasta ese momento, sabía que cambiando su vida podría alargarla un poco más. Cuando la existencia pierde sentido y eres parte de un colectivo en el que se te aprecia por mostrar el dolor humano que llevas en carne propia, no queda nada más que el abandono. La nada con su oscuridad eterna. El reconocimiento es porque eres el mártir. No habría más sacrificio, la vida no jugaría sucio a sus espaldas ya no escucharía esa terna pregunta: “¿Me estás espiando?”.  Ya no tendría temor del fracaso y no sentiría la frustración de ser un hombre sin éxito con las mujeres y en los negocios. ¿Eurípides y Esquilo se lo perdonarían y lo recibirían? No, jamás, lo enviarían al exilio por traición y sería un argonauta perdido en los mares del olvido y la sucia crítica, se enfrentaría a los monstruos de sus recuerdos y los periodistas.

Se levantó en la madrugada decidido a terminar y salió en dirección de la carretera. Se fumó con calma el último cigarrillo y se dirigió al puente. Lo miró con miedo, pero ya no deseaba retroceder. Se dejó llevar por la inercia de sus pasos, espantó las imágenes de su caída con el humo que salía a resoplidos de su nariz y boca. Llegó al sitio desde dónde se lanzaría. Se paró en el borde y tiró la colilla humeante. Por último, recito:

”Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo
Pasar por todo, una vez, una vez solo y ligero
ligero, siempre ligero
sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos
Poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto
que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros”.

En el horizonte vio la imagen de un león barbado y gafas, con un sombrero anticuado interrogándolo. Alejo derramó su ira y se ennobleció su corazón. “Más vale seguir con valor en la lucha tenaz, mejor que huir como un cobarde fracasado—susurró para sí—, aguantaré hasta el final; venceré la pobreza y la enfermedad, el dolor y el olvido, el desamor y la frustración. Sacó otro cigarrillo, lo cogió con cuidado y lo fumó despacio. Salieron los primeros rayos pálidos del sol en su alma.