viernes, 31 de agosto de 2018

El viajero multiverso

Ayer un hombre se subió al taxi y me dejó la cabeza con miles de preguntas y dudas. Me siento como si me hubieran hecho un examen y no hubiera tenido ni una sola respuesta. El tipo se sentó atrás, tenía una cara de profesor loco. Sonriendo me dijo que se llamaba Froilán y me preguntó si creía en los universos paralelos. No me sorprendió que hablara de cosas raras, lo que me impactó de verdad fue que creyera que le iba a entender todas sus descabelladas teorías. Dijo—como si estuviera en la universidad dando sus lecciones— que la gente común interpreta la vida de forma errónea; que, en lugar de ver los procesos de la existencia como un conjunto de encuentros accidentales de universos paralelos y perpendiculares, lo ve como un designio de Dios o simplemente como azar; pero que hay cientos de universos que se derivan en la realidad con cada decisión de las personas. Me dio un montón de ejemplos en su lenguaje científico y le comenté que yo sólo conocía la fórmula de Einstein y una de hidráulica de Arquímedes. Pensé que me dejaría en paz, pero arremetió y traté de encontrar los atajos y pasos prohibidos para llevarlo a su destino lo más pronto posible. No logré que me dejara en paz. Los veinte minutos del trayecto fueron como unas “felices vacaciones” en el infierno. Se bajó, me dio un billete grande y en lugar de coger el vuelto me pidió que lo empleara para comprarme unos libros de física para novatos. Le dije que sí, pero seguro que es fácil de adivinar que ese dinero terminaría en un bar.

Por lo regular mis clientes son diversos, se puede hablar de todo porque son las condiciones en las que nos desenvolvemos los taxistas. Estamos supeditados a un espacio limitado, pero gracias a las normas nos comunicamos y nos despedimos de los pasajeros como los mejores amigos. Hay excepciones, no lo puedo negar, pero la mayoría de las veces todo va como con mantequilla. He conocido gente de todos los estratos sociales. Nunca me he pasado de listo y siempre he querido dejar una buena impresión en mis clientes ocasionales. Casi nunca llevo más de dos veces a la misma persona, pero cuando ocurre la coincidencia me alegro y se despierta mi memoria, los engaño diciéndoles que tengo poderes y que sé algunas cosas de ellos. Los que me logran recordar lo dicen de inmediato, pero hay un montón de distraídos que, conectados a sus problemas, no se dan cuenta de nada. A esos les recuerdo sus conversaciones o quejas y se sorprenden, de inmediato buscan en la memoria esa información para saber si hay algún fisgón que los denuncia y publica su vida en los periódicos, para que no se desmoronen por la preocupación les digo la verdad, se tranquilizan y, en lugar de entablar una conversación como dios manda, se encierran de nuevo en sus pensamientos y me ignoran.
Bueno, el caso es que ese tipo de la física me tiene atosigado. Me dijo si no pensaba que en algún otro lugar del universo estaría viviendo un doble mío, atravesando por otra existencia derivada de las decisiones que he postergado. Me da rabia porque, en realidad, siempre quise ser alguien en la vida. Estaba preparándome para ingresar a ingeniería, pero fallé. Lo reconozco. Podría echar el rollo, con el que entretengo a mis pasajeros, de que no pude con las circunstancias y demás disculpas; pero la verdad es que no pude. No me alcanzó el cerebro y nunca lo he reconocido. Es una actitud normal, nadie acepta ser un inútil, perezoso o incapaz. El caso es que si lo vemos como ese tipo dice, entonces lo importante es cómo se transforma la materia. Recuerdo que me dio un ejemplo de un gato que vivía en dos planos o universos; no como gato, claro, sino como universo atómico de partículas, cuál sería la diferencia entre ese dicho gato muerto y el vivo—me preguntó sonriendo con burla—. Yo protesté, pero él dijo que ninguna, que la única diferencia era que se desarrollarían de forma diferente y, para colmo, agregó que eso eran los universos paralelos y que, por cuestiones dimensionales del tiempo y espacio, se podría decir que están a millones de kilómetros de aquí. Bueno ahora entenderán por qué he dicho lo de los veinte minutos en el infierno. A veces, cuando no entendemos algo, nos sentimos como excluidos de la existencia, como seres que permanecen sobre la tierra y no saben lo que hay en ella. Así me siento ahora y cada vez me cuesta más trabajo seguir aquí como una máquina parlanchina que entretiene a sus pasajeros para que le dejen una pequeña propina. La vida no podía ser peor.
Ahora mismo llevo detrás a un hombre con aspecto importante. Habla poco conmigo, pero mantiene monólogos muy largos. Habla en árabe, creo. Va bien vestido y tiene un carácter de pocos amigos. Mira con furia por la ventana y grita y amenaza. No entiendo su idioma, pero por la actitud sé que estaría dispuesto a matar. En los minutos que no está ocupado con sus problemas me mira por el retrovisor y siento sus crueles ojos amenazantes y trato de mirar hacia el frente y ser cauteloso. Por fortuna ya hemos llegado. Me paga y sale con rapidez dándome un portón. Me he quedado con una muy mala impresión. No quisiera caer en esos tópicos falsos sobre los árabes que nos muestran los americanos, no los quiero ver como terroristas poniendo bombas en todos lados, ni degollando infieles enfrente de una cámara de vídeo, ni abusando de mujeres que no han llegado a la mayoría de edad, ni muchas otras cosas más. Simple y sencillamente, hay personas malas y buenas, nacen en cualquier lugar y predican cualquier religión. Ha repetido la palabra Idlal o algo así, tal vez sea su nombre o el nombre de una cosa. No lo sé. Veré si puedo investigarlo, qué diablos significará eso. No tengo nada contra otras culturas, pienso que cada nación debe dedicarse a sus creencias y respetar la de los demás. Si analizamos lo del mundo árabe y lo criticamos, lo mínimo que debemos hacer es leer un poco sobre ellos para entenderlos. A menudo me rozo con gente radical que estaría dispuesta a destruir a los fumadores, a los drogadictos y a los alcohólicos sólo por su adicción. Trato de convencerlos de que es gente enferma que carga con tragedias, o con la imposibilidad de cambiar su vida; por desgracia nadie lo entiende y me reprochan ser muy suave con los demás. No sólo con los viciosos, sino con los amantes de las corridas de toros, las riñas sin reglas o el boxeo. Cada cabeza es un mundo y en ese mundo no siempre las cosas van bien, ¿cómo queremos que nos entiendan si nuestro interior está rancio, descompuesto o contaminado? —les pregunto siempre, pero casi nunca me responden con certeza—. Hay que echar mano del sentido común y ser un poco más tolerante. Ser radical implica disciplina, pues se debe predicar con el ejemplo, no nada más ponerse de juez a condenar a media humanidad. Bueno, perdón por la perorata, pero es que me embrollo en mis ideas y luego no sé cómo aplacarlas. Bueno, creo que es hora de echarme un tente en pie. Lo mejor para mantenerse de buen humor es tener la barriga llena. El hambriento está dispuesto a todo, por un poco de pan se ciega ante los riesgos y actúa de forma estúpida.
Don Pepe me recibe como siempre. Su establecimiento está limpio, no hay demasiados clientes y su esposa prepara muy bien. Hoy tiene un menú muy atractivo, me pediré el pollo que ya sé que siempre está para chuparse los dedos. Comentó algunas cosas sobre los fichajes que están haciendo los equipos de la liga, me meto en camisa de once varas porque he dicho algo que ha ofendido a un cliente. Tengo la suerte de poderme explayar a mis anchas aquí. Si no fuera por estás discusiones perdería la razón con tanta gente loca que transporto de un lado a otro. He terminado de almorzar y antes de que los aburridos temas entren a escena, me levanto y me despido de todos entre gritos y bullas. Me dicen de todo, pero no respondo porque de hacerlo será la historia de nunca acabar. En el asiento trasero del taxi hay un sobre. Lo que me faltaba. Esto, lo único que me puede acarrear, son problemas. Odio que la gente deje cosas olvidadas, aunque, cuando se trata de un paraguas, guantes u otras pertenencias no le doy importancia, hago lo que se me antoje y listo. El problema son las cosas de importancia como documentos, joyas u otra cosa que represente mucho para el cliente. A mi me daría lo mismo regresarlas o no, pero la conciencia me remuerde y termino buscando a los pobres distraídos que, a veces, ni lo agradecen. En fin, este sobre está cerrado y no tiene nada escrito. Puedo tirarlo a la basura y problema resuelto, pero lo más probable es que sea de ese Idlal y si se le ocurre buscarme y le digo que no tengo el sobre, seguro que me echara a una banda de matones para que me saquen la sopa. Me va a quitar el sueño este maldito árabe. Tengo que esconderlo en mi casa y si me llego a topar otra vez con él le digo que tengo su sobre, se lo entrego tal y como está, le juro por mi madre que no lo he abierto y que siga su rumbo. La cosa se pondrá mal si me pongo a pensar en el contenido. Por el grosor y las marcas no parece que haya dinero, más bien parecen unas cartas. Bueno, lo pongo en la guantera, le echo llave y cuando llegue el momento lo entrego y que sea lo que dios quiera.
Me sigue atormentando la voz del profesorcillo con sus universos paralelos. Hoy he soñado que en el otro universo no se me quedaba el sobre en el asiento trasero del taxi y la vida seguía su rumbo normal. Habría que ver, también, cuantas cosas cambiarían si el sobre hubiera sido abierto. No lo puedo saber, primero, porque el sobre está cerrado, segundo, porque puede haber muchas cosas y de cada una de ellas dependerá el desarrollo de los sucesos en sus respectivos universos porque cada acción generaría una elección y con una u otra decisión se formaría un universo A y otro B y así hasta llenar el espacio de universos derivados. ¡Qué estupidez la del maldito físico loco! Me va a dar por estar pensando en ese maldito fardo de cartas y sus universos derivados. No voy a poder vivir tranquilo. Sería bueno entregarlo y terminar con este círculo vicioso de ideas estúpidas. Lo mejor será olvidarlo y punto. Veo a una mujer atractiva esperando un taxi, han pasado tres delante de ella, pero solo a mí me ha elegido. ¿Suerte? Tal vez. Veamos que dice la dama. Ah, es un viaje corto, lástima. Va bien arreglada, parece una mujer experta en el amor, a pesar de su edad. Tendrá unos veinticinco, pero dice cosas que suenan a experiencia. Tiene el pelo castaño, un poco rizado y los ojos muy negros. Su nariz es recta y estrecha y tiene unos labios finísimos, no se le ven ni con el tono fuerte de su lápiz labial. Me está conmoviendo con lo que dice de sus problemas. Me gustaría ayudarla, pero qué puede hacer un humilde taxista muerto de hambre. Por suerte, he leído algunos libros que me ayudan a entender a la gente. Hay uno que trata de la diferencia entre las mujeres y los hombres porque ellas son de Venus y nosotros de Marte. Uno de los secretos que aprendí es que las mujeres hablan para compartir su información, para consolarse e identificarse con su interlocutor, lo último que buscan es una solución o un consejo, podría decirse que hablar por hablar y eso las consuela. Si no lo supiera, ya le estaría buscando soluciones a esta joven para que entendiera a su familia y mejorara en su trabajo; pero le doy la razón y le hago preguntas para que desembuche y satisfaga su necesidad. Estamos a punto de llegar, me dice que le ha servido de mucho que la escuchara, que hay pocos tipos como yo que no sólo no le echan los tejos, sino que entienden su naturaleza. Baja y se va sin prisa como si estuviera dentro de un aparador. Me alejo también sin prisa mirándola. Es guapa.
Estoy solo y trabajo todo el tiempo. Cuando tengo pereza me pongo a ver películas, escuchar música o leo algo poco complicado. Antes mantenía vivo el deseo de regresar a la facultad para terminar mi carrera, pero el tiempo ha ido desbastando mis proyectos y la inercia me ha alejado tanto de mis planes que ahora son sólo palabras vacías. Hoy tengo ganas de salir a pasear. Sin coche y bien arreglado. Algunas veces me gusta ir a lugares donde se puede uno relacionar con mujeres y pasar unas horas a gusto. No me refiero a los burdeles ni mucho menos. Son bares dónde se conversa y se baila. Si hay suerte convenceré a alguna de pasar la noche juntos, si no, pues tendré que probar más suerte la próxima vez.
La música aquí es de buen gusto, el pincha discos no es de esos que se obsesiona con las mezclas, este escoge lo que le gusta al público. Tiene un instinto natural para descubrir los deseos ajenos, Sabe qué tipo de música bailan los clientes. Hará lo mismo que yo, echando ojeadas a la conducta, estudiando la ropa que cada uno lleva y la forma de entablar las conversaciones, pero él lo hará con música. Veo a una morena de unos treinta años. Me gusta su expresión de mujer de pueblo. Tiene buena figura y creo que merece la pena el esfuerzo, me acerco a ella y le invito una cuba libre, acepta, me cuenta cosas, me pide que le diga Concha, se ríe, pero no me da tiempo de empezar a seducirla porque ha aparecido, surgida de la nada, la mujer del taxi, es decir de la que he hablado hace poco. Por supuesto, no sé su nombre, nunca trato de intimar. Miro a mi acompañante y trato de fingir mi nerviosismo. La mujer del taxi viene hacia a mí. Sonríe como si fuéramos conocidos y se para enfrente. Saluda a Concha y le pide que nos presente. Soy Marco, les digo a las dos. Aurora—dice ella—.  Que nombre tan persuasivo, es como su forma de surgir en los momentos más adecuados. No había pensado mucho en ella, pero ahora al verla sé que me atrae mucho. Es alta, delgada, su rostro fino y sus ojos claros me atraen, me inspira un sentimiento raro. Pide una cuba libre y en broma le indica al barman que me lo apunte a mi cuenta, saco unos billetes para presumir un poco y se los doy—apúntalos también a mi cuenta—le digo con aspavientos. Se oyen algunas risas débiles que andaban perdidas por la barra y la música arremete para aprovechar el oleaje de cordialidad entre los clientes. Se llena la pista de baile y aurora se queda a mi lado con ojos sumisos, a la espera de mi conversación. Evito chulearla y lo único que me viene a la cabeza, por desgracia, es la cara del ratón de biblioteca con sus universos paralelos.
Aprovecho para decirle que, en el otro universo paralelo diferente a este mediocre, soy un hombre exitoso, que me relaciono sólo con mujeres tan atractivas como ella y que hasta puedo ofrecerle lujos y viajes. Ella reacciona, comenta que en ese universo ella jamás se relacionaría con un tipo como yo, aunque estuviera pudriéndome en dinero. Su sinceridad es cruel, me ha dejado muerto, sin ningún recurso y el golpe me ha dejado sin aíre. Pido otra cuba libre, pero con mucho ron. Aurora me ve impasible, en silencio, a la espera del segundo intento. Quiere, sin duda alguna, que le demuestre mi capacidad, que sea el taxista de siempre, pero no me dan ganas, no estoy en el trabajo. Tenía otro plan y el taxi es el taxi. Me resigno a continuar con el primer plan, viene Concha por su cuba y con un acompañante, sonríen con descaro, él le mira las piernas a Aurora, claramente le demuestra su aceptación de juez calculador de temperamentos femeninos. Le dice un piropo y se aleja con Concha. No sé de qué hablar. Pocas veces me sucede, pero estoy con la mente en blanco y de mal humor. Aurora me dice que por lo menos podríamos bailar. Salimos a la pista y le muestro mi capacidad para la salsa. Ella es muy dócil, se mueve con sensualidad y atrae las miradas. Tendré que resignarme si algún pillo se la lleva. Siempre hay ese tipo de buitres que desde lejos calculan sus ataques y cuando uno menos se lo espera, se llevan a la presa. Permanecemos un rato callados y después me cuenta las mismas cosas de la primera vez. Me río y le pregunto si quiere comprobar que mis palabras fueron sinceras. “Ya que no quieres hablar de la física cuántica, será mejor que tratemos temas triviales—dice con una mueca—. Así te sentirás mejor”. Le digo que en la partida voy perdiendo piezas con rapidez y en dos pasos más estaré en jaque. Me propone que bailemos un par de veces más y que la lleve a su casa. Me alegro, pero no entiendo su cambio tan repentino. Será que llevo demasiado tiempo sin pareja y las emociones me traicionan. Bailamos como lo ha pedido. Me coge de la mano y salimos del lugar. Un taxi está cerca, le digo que lo cojamos. Le pregunto su dirección, se la digo al taxista y nos ponemos en marcha, voy tranquilo, el alcohol no se me ha trepado mucho a la cabeza, hay poco tráfico. Aurora conserva el buen humor, me señala su domicilio. Me pide que bajemos para andar un poco y que luego subamos a tomar un café.
Vive con modestia, sólo hay una habitación y el salón es pequeño, no hay muchos muebles ni pinturas, sólo un calendario muy viejo, está colgado, me parece que es de Canadá, por la imagen que muestra un paisaje de un país del norte. El aire tiene un sabor de almizcle y la mesa, el sofá y los sillones son viejos y están ajados en sus recubrimientos. La cocina es fría, hay mala iluminación y las paredes son muy opaca con un papel tapiz muy rancio. Pone muy bajo la radio en una estación romántica. Está más animada, cuenta cosas divertidas y es muy expresiva. Me dice que se va a echar una ducha. Sale en ropa interior fina y con encaje. Me levanto desconcertado y le digo que tengo que marcharme. No me da tiempo de abrir la boca. Su cama no es muy cómoda porque el colchón tiene algunos resortes en mal estado, nos abrazamos y se esfuma la timidez, me quema el deseo y pierdo el juicio. Aurora es tierna, me ofrece tequila con limón, bebo mucho, caigo rendido y feliz en la almohada. Me hace una pregunta que me deja frío. Está relacionada con Idlal, me dice que ese sobre olvidado en el asiento trasero es muy importante y que necesita que se lo entregue. Entiendo que ha sido un anzuelo, que las cosas son diferentes. Le digo que no se preocupe, que lo tengo en la guantera, que ni siquiera lo he abierto. Me pide que se lo entregue. Sé que se lo daré y luego tendremos que dejar de vernos. Estoy briago por el sexo y la bebida. Bajo con dificultad de su casa. Camino sin reconocer nada. Luego, sin saber cómo, llego a mi casa y me quedo dormido.
 Despierto por los golpes desesperados que alguien da en mi puerta. Tengo un dolor de cabeza horrible. Tengo el cuerpo tieso y camino sin prisa hasta la puerta. Abro y me sorprende mucho ver entrar a Aurora.  Me ordena que me vista, que baje al taxi y le traiga el sobre. Unos minutos después regreso y se lo doy mientras me tiro en la cama. El esfuerzo ha sido tal que no consigo mantenerme en pie. Giro el cuerpo, veo a Aurora abriendo el sobre, mira unas fotos y revisa unos papeles. Guarda todo en su bolso y me mira fijamente, descubro una pistola que me apunta directamente a la cara.
Día uno
Me he levantado con una sensación extraña. Ha de ser por el sueño tan absurdo que he tenido. No, no se trata de algo de terror, es más bien lo contrario porque estaba en una habitación blanca en la que sólo se percibían, de forma muy tenue, los contornos que eran como hilos grises. Me sentía en un espacio tridimensional, pero lo veía plano. Me recorría un frío espeso por dentro y creía oír pasos a mi alrededor, luego todo desaparecía y no se escuchaba nada. Desperté.
Desde que Froilán, mi consultor y supuesto amigo, me ha empezado a ayudar a recuperar la salud tengo que hacer una infinidad de cosas muy raras. “Es por tu bien, Marco—me dice con una sonrisa—, debes esforzarte para recordarlo todo”. Ayer, por ejemplo, me pidió elegir palabras. Puso sobre una mesa del comedor unas tarjetas y me sugirió que las ordenara por grupos. Todo lo hice bien. Me dijo que estaba progresando con rapidez y que pronto podría volver a mi casa. Después de desayunar, mi enfermera, Lourdes, me ha sacado a dar una vuelta. Tiene instrucciones de no hablar mucho conmigo y sólo comenta cosas banales. Si dice algo habitual, pero mis respuestas no corresponden a lo que se podría esperar en dichas situaciones, entonces escribe en un block y le entrega sus notas a Froilán. Eso indica que me tienen muy controlado y que el tratamiento es muy sistemático. Cuando me enseña los pájaros, las flores o los árboles le digo la verdad, no tengo nunca la intención de engañarla porque el tratamiento podría estropearse y deseo salir de aquí muy pronto. Ella mueve la cabeza y seguimos el recorrido. Lourdes me gusta mucho porque creo que se parece a alguien que conocí en el pasado o en algún lugar. Tiene el pelo castaño, un poco rizado y los ojos muy negros. Su nariz es recta y estrecha y tiene unos labios finísimos, no se le ven ni cuando se los pinta. Me gusta su olor y el color de su piel que es como el de la leche condensada al baño maría. Me atrae mucho su cuerpo, se le notan bajo el uniforme, unas piernas fuertes y una cadera generosa. Es asombroso cómo una mujer tan delgada del tronco puede tener esas proporciones. Volvemos y veo a Froilán que ya nos espera en la entrada del comedor. Me saluda con cordialidad, me estrecha la mano con fuerza, aunque puedo caminar con facilidad me transportan en una silla de ruedas, dicen que es para ahorrarme complicaciones con la coordinación de las piernas. Ha pasado muy poco tiempo desde que sufrí el desfallecimiento que me dejó este problema. Froilán dice que es probable que tenga que enfrentar esta experiencia otra vez. A mí me da lo mismo, solo que este período de recuperación me desconcierta por los sueños que tengo por las noches.
Esta vez, Froilán, me dice que debo ampliar mi criterio y ser muy deductivo, como si fuera un inspector de la policía. “Imagínate—me dice poniendo unas fotografías en la mesa—que quieres atrapar a un asesino serial. Mira con atención a estas mujeres. Son sus víctimas”.
!Oh, dios, es escalofriante. Todas se parecen entre sí. Es como si muchas copias de Lourdes hubieran sido torturadas, violadas y asesinadas de la misma forma. Me lo pregunta Froilán y le digo que sí, que es el mismo método para eliminarlas a todas. Son unas diez. Una camarera, otra prostituta, otra más, secretaria, hay una estudiante de la universidad y una fotomodelo. Todas con las mismas heridas, idéntico cuerpo y los mismos labios. Creo que fueron engañadas—le respondo a Froilán con una sensación de asco—. Luego, torturadas y violadas. Al final todas abandonadas en lugares oscuros. Veo también imágenes de ropa interior con encaje y muy fina, en su mayoría bragas arrugadas con adornos. Froilán dice que aparecieron en sus muñecas, pero que no les pertenecían a ellas, que son adornos puestos por él demente criminal. “Piensa en ello, Marco—me recomienda cogiendo las fotos apilándolas para guardarlas—. Es muy importante para la investigación. Gracias por colaborar. Es todo por hoy”. Me aprieta la mano de nuevo como si fuera mi colega y entonces pienso que él podría no ser un psiquiatra, sino mi compañero. ¿Seremos investigadores de crímenes? Él nota mi duda en el brillo de los ojos y sonríe. Tuerce la boca, se da medía vuelta y se va. Lourdes me dice que es la hora de la inyección. Subimos por un ascensor, entramos a una habitación muy luminosa y me levanto, ella me pide que me recueste en la cama y siento un pinchazo leve. Giro sobre mi costado derecho y empiezo a dormirme.

Segundo día
Me he despertado tarde. Lourdes dice que no podemos salir a pasear porque está lloviendo. Tendré que pasar el día en mi habitación, deambulando por aquí. No se oyen voces y, al parecer no hay más enfermos en esta planta. Algunos enfermeros pasan por el pasillo y aunque en las otras habitaciones se oyen algunos ruidos no hay rastros de vida en ellas. De cualquier forma, me han recomendado no comunicarme con nadie. Son órdenes estrictas, me dice Lourdes o Froilán. No me preocupa mucho eso porque siempre he sido un parlanchín. Puedo mantener diálogos extensos conversando conmigo mismo. Por lo regular me limito a las cosas prácticas y pregunto y respondo lo necesario para mantener la comunicación viva entre el yo imaginario y el yo real. En muchas ocasiones, cuando aparece una pausa prolongada en las charlas, aprovecho para terminarlas y meditar. No me gusta hablar de cosas absurdas para llenar el tiempo en presencia de alguien. Lo digo claro. Estoy ocupado, que pases buen día u otra cosa que sirva en esas tontas situaciones. Eso también lo hago con la gente que no me interesa, pero cuando encuentro situaciones que me despiertan la curiosidad insisto hasta el cansancio. Claro que no lo hago con todas las personas, incluso si el tema es de mucho interés. Lo que pasa es que busco algo que perdí en algún momento de la vida. Ahora solo sé que me aterra sentir ese vacío. No es el de la habitación blanca, que, por cierto, ya empieza mostrarme cosas. Ayer, por ejemplo, después de la sesión con Froilán, cuando Lourdes me puso la inyección y caí en un profundo sueño, logré ver un sitio. Era una casa modesta, sólo había una habitación y el salón era pequeño, no había muchos muebles ni pinturas, sólo un calendario muy viejo, estaba colgado por la imagen que mostraba el paisaje de un país del norte. El aire tenía un sabor de almizcle y la mesa, el sofá y los sillones eran viejos y estaban ajados de sus recubrimientos. La cocina era fría, había mala iluminación y las paredes eran muy opacas con un papel tapiz muy rancio. Se oía la radio, era una estación romántica. Es todo lo que vi y tengo la sensación de que es una gran pista. En cuanto venga Froilán se lo comentaré para saber su opinión. Ahora que lo menciono recuerdo que me pidió pensar sobre el asesino. No sé si tengo mucha experiencia descubriendo casos y si se espera de mí algo especial. La cuestión es que llevo unos días tratando de recuperarme y Lourdes y Froilán son los encargados de guiarme. Pienso que, si Froilán me pide ayuda para esclarecer lo de las mujeres asesinadas, entonces debemos colaborar en algo. Una buena forma de descubrirlo sería coger el caso y analizarlo desde los dos puntos de vista, es decir, con los ojos del asesino y los del detective.  El primero debería tener un móvil muy fuerte para tratar así a las mujeres. Es probable que un trauma de la infancia o una decepción amorosa lo hayan llevado hasta allí. Sí, suena lógico, pero eso pasa solo en las novelas policiacas. Se supone que en la vida real debe haber más cosas. Tal vez, una desviación mental: Sadismo, fetichismo, alguna filosofía rara o la misma religión o anti-religión. Lo del fetichismo existe, ya que Froilán me ha mostrado la lencería, pero qué relación podría haber con el asesinato, ahora me parece recordar que parecían nuevas, arrugadas, pero nada ajadas y sin huellas de líquidos viscosos como el esperma. Un depravado se masturbaría o se las metería en la boca o en otro sitio, pero este demente se las pone como brazaletes. Es como si les hiciera un regalo, un adorno para embellecerlas. También la misma ejecución es una escena predeterminada. Al parecer, las asfixia y las viola, pero eso tendré que preguntárselo a Froilán. Ahora lo del detective. Sabe que hay un hombre que lleva bragas nuevas entre sus pertenencias, busca chicas con el mismo aspecto, es decir, de un mismo tipo femenino. Las sigue o las engaña y las lleva a lugares aislados donde actúa con rapidez. De ser así se puede hacer un estudio de la zona donde actúa, las chicas de una determinada edad que se parecen entre sí. Debe haber un archivo o una base de datos en la que se pueda indagar algo. Creo que para el detective es más fácil porque necesita solo ir uniendo piezas acordonando al asesino y siguiendo su rastro. Tengo que decírselo a Froilán. Son las siete de la tarde y Lourdes me ha dicho que no tendré entrevista el día de hoy. Le he preguntado si puedo ver la televisión o leer algún diario, pero me ha dicho que tal vez mañana, que es pronto todavía, que debo concentrarme en mi tarea. Me ha traído un poco de té, se ha sentado en una butaca cerca de la ventana y ha permanecido media hora viendo el patio. Estamos en la sexta planta y se ve todo muy bien desde aquí. Luego me ha preguntado si podría dibujar mentalmente la ruta que hacemos en los paseos. Le digo que sí, pero al mirar por el cristal no puedo rehacer el trayecto. Me empieza a doler la cabeza y le pido que me ponga la inyección.
Tercer día
He amanecido de buen humor. A la hora del desayuno ha venido Froilán, me ha dicho que estuvo todo el día de ayer trabajando y que no había dormido nada. Se ha sentado conmigo y le han traído de desayunar. Ha sacado su cuadernillo y ha escrito todo lo que le he respondido a sus preguntas. Ha anotado todo lo que deduje ayer, casi de forma literal, hasta le han traído un cuaderno para seguir anotando. Ha comentado que me estoy recuperando con rapidez y que, si sigo así, pronto podré volver a mi casa. Cuando le he descrito la habitación con la cama desordenada, ha dicho que es exactamente igual al otro en el que se cometió el crimen. Entonces no he podido evitar gritar de alegría. Soy tu compañero de investigación de crímenes—le he dicho eufórico— y él lo ha afirmado o, mejor dicho, me lo ha insinuado. Le he abrazado con mucha fuerza. Me ha dicho que lleva en este caso un año y que siempre se escurre el mal bicho. “La última vez—comentó—estuvimos precisamente en esa habitación de la que hablas”. No he podido contenerme y le he pedido miles de detalles sobre nuestra vida privada. Se ha negado a decirme la verdad argumentando que es por prevención, pero que pronto colaboraremos. Ha dicho que vamos de prisa y que debemos tener mucha prudencia. Me ha contado otro caso similar al mío en el que la inexperiencia de un agente provocó el retroceso irreversible de un testigo que había perdido la memoria. No me ha quedado más salida que la de resignarme. Se ha marchado y en este momento me dirijo a realizar el paseo que no di ayer. Se me ha permitido caminar. No siento ninguna complicación con las piernas y creo que podría hasta correr si lo deseara. Lourdes lleva el pelo recogido. No la había visto así. Me incita y siento que el estómago se me hace nudo. Trato de no mirarla con insistencia porque va sería, parece que piensa en algo. Está muy concentrada.  Veo una ardilla cruzando a unos metros, se ha detenido una fracción de segundo, nos ha visto y luego ha echado a correr.
—¿Yo podría hacer lo mismo, Lourdes?
—¿Qué cosa?
—Correr, como la ardilla.
—Sí, por supuesto que sí, pero ¿a dónde irías, Marco?
—Pues, a la calle, ¿no?
—¿Tú crees?
—Sí, por supuesto.
—Pues, no podrías salir de aquí.
—¿Por los enfermeros?
—No. Por los guardias de seguridad.
—¿Guardias de seguridad?
—Sí, Marco. No estamos en una clínica, sino en una cosa parecida a una prisión de seguridad, pero en lugar de criminales, tenemos testigos o gente a la que necesitamos para resolver delitos.
No le he preguntado más. Su noticia me ha dejado con muchas dudas y solo Froilán me lo podrá aclarar mañana. Necesito meditar. Ya volvemos al edificio. Veo las cosas de otra forma, caigo en la cuenta de que no les había prestado atención en absoluto a los enfermos y el personal. Subo por el ascensor y camino hasta mi habitación. Me recuesto y me quedo mirando el techo. Esa superficie blanca me sirve para razonar sin distraerme. Aparecen poco a poco las imágenes esperadas. Hay mujeres angustiadas, una persecución que se alarga y se divide en imágenes de un collage que muestra como en un corto imágenes estrepitosas, indefinidas que se relacionan con algo, pero no se puede saber con qué. Escucho una voz femenina. Es un poco rasposa, seca, pero eso la hace sensual, empiezo a pronunciar un nombre. Aurora, Aurora, ¿quién eres? ¿por qué me duele tanto pronunciar tu nombre? Tienes que aparecer. Pensaré en ti antes de dormirme y descubriré quién eres.
Cuarto día.
“Ya estás listo para salir”—Me dice Froilán, mientras comienzo al salir de la ducha—. Me indica que no me ponga la ropa de paciente, sino unos vaqueros negros y una camisa azul de cuadros que hay sobre la cama, luego me pongo unos zapatos con suela muy suave sin cordones. Me peino y salimos sin mucha prisa. Froilán dice que me llevara a mi casa. Me meto en el coche que es un taxi casi nuevo. Él está un poco inquieto. Le preguntó la razón y dice que nos queda poco tiempo. La misión tiene que terminarse. No puede decirme mucho, es necesario que estemos sentados y tranquilos para que me explique todo el plan. Callamos durante el trayecto. Conduzco con agilidad, casi sin pensar como si tuviera los movimientos automatizados. Veo la ciudad como un espacio muy familiar. Froilán no me ha dicho dónde está mi casa, pero sé el camino a la perfección. Veo la entrada a mi edificio. Caminamos por la escalera hasta la segunda planta y cuando nos encontramos frente a mi puerta, Froilán me da unas llaves y entramos. Los muebles me parecen muy conocidos. Voy directamente a la cocina y preparo café porque he encontrado una taza con una capa blanca en la superficie que es como moho. Cuántos días o semanas llevará allí, no lo sé. Veo el armario, una cadena de música. No hay televisión, el sofá tiene unos huecos, el teléfono suena. No sé qué hacer. La mirada de Froilán me dice que coja el auricular, lo levanto y una voz rancia me saluda, me da la bienvenida y me pide que le pase al inspector Froilán. “Sí, señor, lo entiendo a la perfección—dice con tono de respeto—. En este mismo momento le explico todo. ¿Cómo dice? ¿Que solo quedan veinticuatro horas? De acuerdo. Sí, señor, no se preocupe. Seguiré el plan punto por punto. Sí, sobre eso también he tomado mis precauciones. Hasta pronto señor”.
Miro a Froilán con ojos interrogantes y me dice que es delicado el asunto, que tenemos que resolver el caso lo más pronto posible. No me había dicho absolutamente nada. Me disculpo y empiezo a revisar la casa como si hubiera llegado después de una jornada dura de trabajo.
—No pierdas tu tiempo en eso, Marco, si necesitas algo pídemelo, así irás recordando las cosas.
—Pues, quiero tomar un café muy cargado nada más y reviso por inercia no sé por qué.
—Bien. Ahora lo sirvo. Siéntate.
—Ya está aquí, Marco, toma esta taza y ven aquí—señala el sillón y se acerca a mí.
—Y bien, ¿qué es lo que me tienes que contar?
—Trataré de explicártelo lo mejor que pueda. Así que no me interrumpas demasiado y los detalles te los iré aclarando cuando sea necesario. Bueno, ¿está claro?
—Sí, sí, Froilán, ¡empieza ya, caramba!
—Bueno, pues en primer lugar fuiste asesinado. La mujer que buscamos te disparó a bocajarro. Hubo complicaciones…
—¿Cómo que me mató? ¿No se supone que la estamos buscando?
—Sí y no.
—¿Cómo que sí y no? ¡Explícate!
—Bueno, lo que pasa es que te mató en el futuro, es decir, dentro de cinco días.
—¿Estás loco? ¡No puedo comprender esas tonterías!
—Oye, te dije que iba a ser muy difícil explicártelo.  Mira, estamos en 1987, pero hemos venido del futuro. Es decir, yo he venido desde el futuro y tú te has perdido en varios espacios simultáneos.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Sabes que no existen las máquinas del tiempo ni los dichosos universos paralelos esos, ni nada de las tonterías que pasan en el cine o la tele?
—No es exactamente lo que tú piensas, Marco. Una máquina del tiempo como te la imaginas es imposible de diseñar. De lo que hablo es de un regulador de coordenadas de tiempo y espacio que usa energía atómica.
—Eso suena aún más descabellado.
—Esta bien, Marco, tienes todo el derecho de protestar y cuestionarme, pero no tienes derecho a estropear tu futuro y el de muchas personas.
—¿A qué te refieres?
—Mira, hay una mujer. Se llama Aurora. Es muy parecida a las mujeres de las fotos que te mostré y también a Lourdes. Te hemos hecho creer que son imágenes de mujeres asesinadas para que conserves hasta los últimos detalles de su rostro, pero todas son la misma. Esa tal Aurora en realidad era buena, es decir. Es buena ahora, pero algo cambiará su vida muy pronto y se convertirá en un ser muy peligroso. Tú te enfrentarás a ella y la liquidarás para que la realidad, es decir el universo paralelo uno, que es el que conocemos todos, vaya según la línea natural de siempre. Sin embargo, la distracción más mínima generará otra secuencia en el universo paralelo dos, que sería el paralelo inmediato a la realidad. Sólo tenemos control sobre esos dos porque a partir del tercero las variantes son infinitas.
—No te creo nada. Hasta el momento todo me parecía natural, pero estás diciendo estupideces.
—Escucha bien, Marco. No son estupideces. Es la vida real. Te lo voy a demostrar.
—Ah ¿sí? ¿Y cómo lo vas a hacer si se puede saber?
—Dime, ¿qué día es hoy?
—No lo sé. ¿Cómo puedo decírtelo si me han tenido aislado desde que recobré el conocimiento?
—Es 23 de abril. Hoy Aurora tiene una reunión contigo. Irás a un bar y conocerás a una de sus amigas, luego la reconocerás a ella, bailarás con ella y tendrás una habitual conversación. Te llevará a su casa. Allí le entregarás el sobre que está en la guantera de tu taxi, pero ahora subirás con una pistola y al momento de dárselo y ella lo revise le dispararás.
—No creo nada de lo que dices.
—Está bien. Tú no tienes la culpa de haberlo olvidado. Hay que tomar en cuenta que tal vez no te has recuperado del todo en la rehabilitación. ¿Recuerdas que la conociste una vez que dejó pasar tres taxis y te eligió a ti?
 Las pruebas son irrefutables. Lo he comenzado a recordar todo. Conocí a Aurora esa tarde, me pregunté por qué había dejado pasar a tres taxistas y me había hecho la parada a mí. Froilán me lo ha hecho recordar todo. No me puedo explicar cómo algo tan importante se me ha olvidado. Dice Froilán que es porque no estoy acostumbrado a los saltos dimensionales del tiempo. Dice que a él le pasaba lo mismo al principio y que solo después del décimo salto ya no sintió nada y pudo adaptarse a hacerlo con frecuencia. Según dice mi caso es difícil porque el primer salto que hice lo realicé ya muerto. Ahora tenemos que intentarlo de nuevo.
Según lo he entendido, primero, nos hemos transportado a este día para que ella sea asesinada y yo escape con la información que hay en el sobre. No me ha dicho qué consecuencias eso me acarreará, pero de que lo haga bien depende la vida de muchas personas. Todo esto es absurdo y suena a patraña, ya lo sé, pero Froilán ya me ha dado una pistola no muy grande. Ahora Froilán ha sacado un aparato muy raro, se pone unos brazaletes y programa algo en una pantalla que según dice es la intensidad necesaria para mantenerse en un año no muy lejano por si hace falta volver pronto. Oprime un botón y desaparece.
Capítulo II
¡Mierda! Es verdad. Estoy muy mareado y siento como si me hubieran arrojado de un edificio. Me cuesta trabajo respirar. Estoy dentro de un coche de sitio y me dirijo a un bar que conozco muy bien. Es donde ligo con algunas mujeres y paso la noche con ellas. Entro y me sumerjo en la nube de humo que han dejado los fumadores. Voy a la barra y me paro cerca de una mujer morena. Sonríe, dice que se llama Concha. Le invito una copa. Habla como una mujer provinciana, cuenta cosas superficiales, se ríe de la vida como si la tuviera asegurada. Tengo la intención de salir a bailar con ella. Calculo por instinto natural el grosor de sus piernas, la medida de su talle y otras cosas que se despiertan en mi imaginación. Se acerca una mujer conocida. ¡Es verdad! La llevé en un viaje corto no sé cuándo. Es atractiva. Tenemos una conversación muy convencional, no quiere nada conmigo. Ha guardado silencio bastante tiempo, le tomo la mano y la saco a la pista. El baile nos despierta un instinto secreto, podemos comunicarnos sin decir palabra. Estoy feliz porque me lo a comunicado todo con su ritmo. Volvemos a la barra y ella se pone en actitud de espera, luego me dice que es hora de salir. Consigo un taxi. Le beso los senos en el asiento trasero, me siento como un adolescente. Sus labios son tiernos, muy delgados y su olor me excita, me pide que bajemos y caminemos un rato. El aire fresco de la noche nos refresca el rostro, subimos por una escalera estrecha. Abre una puerta y veo un piso muy modesto. No pongo atención en las cosas, me siento a esperar a que ella se duche. Sale despampanante, le digo que necesito irme, pero se quita la toalla y la abrazo. Nos recostamos, nos perdemos el uno dentro del otro. Pasa el tiempo como si estuviéramos dando vueltas en un remolino en medio del mar. El ultimo grito de placer nos deja rendidos. Se levanta despacio y trae una botella de tequila. Bebemos y me quedo dormido unos minutos, más tarde me despierto. Está esperándome, me pregunta si encontré un objeto en el taxi. Alguna cosa olvidada por un pasajero, le contesto que sólo basura. Ella me pregunta por un sobre, le confieso que lo tengo y que no lo he abierto. Ella calla y me dice que quiere descansar. Salgo, son las cinco de la madrugada, se acerca un taxi y le pido al hombre que conduce que me lleve a mi casa. En cuanto llego me quedo completamente dormido.
El timbre no para de sonar, me duele todo el cuerpo, pero sigo con la sensación placentera del cuerpo de Aurora. Su piel suave y su olor a hierba y miel me hacen pasarme constantemente la lengua por los labios. Me pongo una camisa y abro. Es ella, me besa y me pregunta si tengo el sobre. Le digo que voy por él al taxi. En el trayecto he recordado que tengo un arma en el cajón, sé que tengo que usarla, pero necesito una señal. Tal vez, Aurora pueda insinuármelo. Abro la puerta ella me extiende la mano, se lo doy y me tiro en la cama, me giro y reviso si está el arma, la cojo y veo si tiene las balas, noto que Aurora saca un arma también y se dispone a dispararme. La tengo en la mirilla y sin querer jalo el gatillo. Acierto y ella cae dejando dos orificios en mi cabecera. ¡Dios! ¡¿Cómo he podido hacer esto?! ¡Es horrible!
Entra Froilán por la puerta y me saluda. Saca una inyección y se la pone a Aurora. Estoy desconcertado. Él me mira y me dice que todo irá bien, que necesita llevarse el cuerpo de Aurora, me ordena que lleve el sobre a la comisaría y denuncie al árabe. Tengo muchas dudas y le pregunto sin interrupción, pero ante mis ojos desaparece después de haberle puesto unas esposas al cadáver de Aurora. Siento una náusea terrible, pero me preocupa más el misterio de la desaparición de Aurora. Resulta que el tipo de las teorías de los universos paralelos que llevé en el taxi tenía razón. Una sensación extraña me hace temblar porque me parece escuchar una conversación que mantuve en el pasado. Necesito descansar o tomar algo que me vigorice porque estoy metido en un gran lio. He matado a una mujer y los vecinos estarán al tanto, si voy a la policía y entrego el sobre me interrogarán y lo único que sé es que me lo dejó un árabe en el taxi, que Aurora me lo pidió, que un hombre raro llamado Froilán, que aparece y desaparece, se la llevó y será imposible encontrarla. Veo el sobre, hay unas cartas, pasaportes y una lista de personas. No sé quienes son ni me interesa. Lo voy a cerrar de nuevo y lo voy a dejar en la comisaría. Si me preguntan diré que alguien lo dejó olvidado en el taxi y que no sé más.
Me duele la cabeza por el fuerte sol, hace bastante calor, la resaca me está destrozando el cuerpo y conduzco como tortuga. Aparco y voy a la comisaría, pido que me indiquen la sección de homicidios. Sale un inspector gordo con viruelas en la cara. Tiene cara de luchador y la voz seca. Le explico lo del sobre, me da su tarjeta, se llama Alberto Gómez es inspector de homicidios, me pide mi colaboración. Le doy la mano y salgo de prisa. He dormido más de siete horas. Son casi las once y no puedo estar encerrado aquí. Las dudas me van a torturar. Será mejor que me vaya a distraer al bar. Tal vez, si hablo con Concha sepa más cosas relacionadas con la vida de Aurora. Lo malo es que eso me puede encaminar hacía el árabe que ni siquiera sé cómo se llama. Ahí está, con su vestido rojo ajustado y su larga cola negra. El pelo le brilla y sonríe con naturalidad como si realmente fuera feliz. Me acerco y le ofrezco una bebida. Pido una cerveza. Alguien nos mira, es un hombre moreno y robusto con una cicatriz en la mejilla. Se acerca y se lleva a Concha. Sigo mirando a las mujeres, hago conversación con el barman y, aunque tengo la oportunidad de entablar conversación con alguna mujer prefiero seguir oculto en mi rincón. Salgo cerca de las cinco, voy a mi casa a descansar.
Capitulo III
Los últimos días han sido muy tranquilos. He trabajado muchas horas y la vida parece haber vuelto a la normalidad. No he llevado gente loca ni árabes con mala cara. Lo que si he ido planificando es cambiarme de domicilio, luego, he comprado un poco de ropa para cambiar mi estilo y me he afeitado el bigote. Siempre me han dicho que así me veo mucho mejor. Sigo mi rutina de siempre y me dejo arrastrar por la pesadez de las acciones automatizadas. Casi siempre como lo mismo, hablo con las mismas personas en mi barrio y muchos temas se repiten sin fin. De vez en cuando, trato de ponerme serio y filosofar con los clientes que me dan la impresión de ser muy inteligentes. Ya me he llevado muchos chascos, pero eso no es una razón de peso para evitar esas conversaciones, al contrario, creo que eso demuestra que no soy un simple taxista, sino algo más. Me han pasado muchas cosas en este oficio. He tenido que llevar a una mujer parturienta, he ayudado a evitar un crimen. Sí, aunque no lo crean. Un día se subió al taxi un hombre enfurecido por la infidelidad de su esposa. Su plan era horrible y les atañía a sus hijas también, prefiero no contarlo, pero tuve un momento de lucidez. Me ayudó una de esas lecturas que un buen amigo me recomendó. Era lago relacionado con El arte de amar de un alemán llamado Erich Fromm, recordé un pasaje en el que decía que la falta de atención o la forma enferma en que nos amamos a nosotros mismos puede ocasionar que las personas, que podrían amarnos, se alejen. Le eché un rollo tremendo y, al principio se negó a escuchar, pero luego recapacitó en su conducta. Descubrió que hacía muchas cosas mal y decidió cambiar. Se arrepintió y lloró como un niño. También ayudé un día en un rescate y conocí un hombre muy famoso que iba camuflado para una cita secreta. En fin, podría estar todo el día recordando cosas amenas. Lo malo es que también he conocido personas que me han agrietado la cabeza con sus ideas. Me refiero al tipo loco de los universos paralelos.
Antes era un escéptico incorregible, me burlaba de las personas esotéricas. Nunca he podido comprender cómo se arriesgan a afirmar tantas cosas sin tener argumentos. Ahora mismo creo que cualquiera de los dementes que me habló del más allá, me estaría torturando con las preguntas sobre esos dichosos universos paralelos. En la vida normal, si es que existe, porque ya no puedo asegurar nada, las cosas siguen un rumbo natural, quizás predeterminado por dios, pero es algo que sabemos bien. El caso es que no podría negar que existen dimensiones y espacios que desconocemos. Yo mismo, dice Froilán, he muerto en un universo y resucitado en otro o, en el mismo, pero él es un ser del futuro que no sé si proviene del plano de esta realidad que conocemos o de otra. ¿Ven lo complicado que es? Dirán que estoy loco y lo acepto, pero el reconocerlo no me libra de estas descabelladas ideas. Debo, además, poner mucha atención en todo lo que vaya pasando porque mi vida se va a convertir en un infierno. Pensemos juntos. Entregué el sobre que si va a la policía no contiene nada bueno, eso lo sabe Froilán y ahora nosotros, ¿no? Cuando el árabe se entere mandará a alguien a eliminarme. Nunca sabré quién viene por mí porque soy el objetivo y cualquier asesino a sueldo puede tenderme una trampa, además es super sencillo eliminarme. Se sube atrás, saca una cuerda y me estrangula. Listo. Y ¿cómo protegerse? No le puedo preguntar a los pasajeros si vienen por mí, es absurdo. Iré con pies de plomo y a los que tengan mala cara de plano no los llevo. Eso parece hasta un chiste. La mayoría de los hombres tiene mala cara. Primero porque no están las cosas como para andar con una sonrisa a flor de piel, luego, los problemas personales y todo lo demás. ¡Demonios! ¿Por qué se habrá complicado la vida de esta forma? ¡Yo no lo pedí!
Bueno, no hay que perder la calma. El hombre que llevo parece director de cine. Me habla de los actores, actrices y directores como si los conociera. Le gusta mucho Stanley Kubrick no para de hablar de él. Recuerdo “Naranja mecánica”, rezo para que el que venga a liquidarme no se parezca al tal Alex De Large, personaje maquiavélico de Anthony Burgess. Cuando hablo de mi oficio todos me consideran un tipo simple, pero he leído bastante, al menos muchos años devoré libros. Es verdad que la vida sedentaria me ha frustrado el cerebro, pero hubo ocasiones en las que pude mantener conversaciones maravillosas gracias a los libros. Un día, por ejemplo, se subió un psicólogo que iba acompañado de su amigo violinista. En esos días estaba leyendo a Yukio Mishima y tenía problemas para entender su libro “Música” en el que una mujer experimentaba problemas sexuales y sólo la música le podía producir la satisfacción esperada. Se lo comenté a mis pasajeros, pero ninguno fue capaz de solucionar el misterio, incluso me quedó la sensación de que yo era más capaz que ellos, pues en su crítica sólo se limitaban a hablar de su experiencia sin abrir su mente para analizar las cosas con un buen criterio. Al final comencé a contarles la historia y se fueron con un gesto de la cara no muy agradable. También, un semiólogo me contó los secretos de la obra de Eco y hasta me dijo que, si me lo proponía, podría llegar a escribir. Todo se ha ido por una cañería, parece que todo lo que he aprendido no ha servido más que para mantener una conversación ocasional y nada más.
Una de mis aficiones es el cine. El esfuerzo mental que nos demanda ese arte siempre es accesible a cualquiera. No me gusta el género de ciencia ficción y los dramas me encantan. Reconozco que he llegado a llorar con algunas películas. A veces las uso como un recurso para escapar de la rutina. Creí que también me ayudarían a escapara de mi estado de tensión, pero lo único que hacen es agravar mi situación, pues cuando se nombra alguna palabra relacionada con las persecuciones, asesinatos o complots se me ponen los nervios de punta y ya no puedo dormir. Llevo unos días sin poder comer bien, tampoco viajo tranquilo y algunos clientes me parecen sospechosos y no sé qué hacer. Había retardado el uso de tranquilizantes, pero ahora no me queda otra más que ingerirlos. Tal vez sea mejor que el atontamiento causado por los fármacos me libere del dolor que mi verdugo me cause cuando me encuentre.
Bajo al taxi, lo pongo en marcha, sigo una ruta que me lleve a sitios donde vive gente con recursos. La mayoría tiene sus coches, pero de vez en cuando alguien me necesita. Allí veo una mujer bien vestida, me ve y hace la señal. No me he equivocado. Lleva un traje sastre gris y un bolso negro. Aparenta unos cuarenta años. Se ha maquillado mucho y tiene tipo de secretaria. Me cuenta sus problemas con el jefe, los hijos, los problemas con su pareja. Me alegra lo aburrido de su conversación porque eso es mil veces mejor que una amenaza. La dejo en la dirección que me ha pedido, seguro es su casa. La zona no es de mucha alcurnia y los barrios aledaños son peligrosos. Será mejor que no coja pasaje y vaya a lo seguro en otro lado.
He notado que dos coches me han seguido por diferentes partes de la ciudad. En este trabajo se acostumbra uno a todo y, además, desarrolla el sentido de la observación. Como uno permanece horas esperando a los clientes, en los atascos o en las celebraciones, aprende uno a guardar datos en la cabeza por si hacen falta. Tal vez sea una cosa inútil, pero sé por ejemplo que la mujer de gris, se llama María Gonzales, trabaja para unos abogados y llevan asuntos penales. Vive en la calle de la Providencia número setenta y su casa es propia. Eso lo podré recordar luego y si alguien requiere de ayuda jurídica les diré que sé de alguien que les podría echar una mano. No para que acudan, sino para que se tranquilicen y se les enfríe la cabeza. Me parece que me tomaré unos días para despejar la mente. Volveré a mi época de peatón, andaré en el metro y subiré a los buses para desplazarme. Comenzaré el plan desde mañana.
Parece que mis planes se tendrán que posponer, ya que tengo en mi casa al inspector Gómez con su cara llena de viruelas, su chaqueta de cuero marrón y sus zapatos viejos y despintados. Está aseado pero su ropa le da un aspecto sucio. Me dice que tenga cuidado, que salga en compañía de alguien y evite los lugares riesgosos. Me comenta que en el sobre había fotos de mujeres con las que se traficaba. Las usan de mercancía para sacar dividendos. Es una gran organización, dice con voz preocupada. Agrega que, si les surge una duda a los tipos, no tardarán en eliminarme, pues cualquier denuncia es para ellos la condena de muerte. Si ya estaba espantado ahora ya no quiero vivir. Me pongo nervioso. Gómez dice que podría colaborar más. “Usted podría ser un buen anzuelo, ¿sabe?” —me dice sacando un cigarrillo. Fuma con gusto, chupa el filtro como si fuera la última vez que fuera a saborear un cigarrillo. Le pregunto si tengo otra salida y dice que debo resignarme a mi destino. Le pregunto si tiene un plan y me dice que debo seguir con mi vida normal, pero que tendré todo el tiempo a dos polizones que me seguirán día y noche hasta que aparezcan los maleantes, seguirles la pista y arrestar a los compinches. Le digo que suena genial, pero el problema de las carnadas, en este caso yo, llevan un riesgo enorme. Dice que eso sería más útil que morir en el anonimato. Me tiemblan las manos y acepto. Le digo que estoy conforme con su plan. Me dice qué dos hombres estarán a mi cargo y que haga señales con el coche cada vez que note algo raro. Se va.
Estos tres últimos días me han mantenido en tensión. Según el inspector Gómez, las personas interesadas en mi muerte ya debían haber aparecido. Sin embargo, he llevado sólo personas tan habituales que parece que en la ciudad no hay más que hombres enamorados, mamás con niños, juerguistas o parranderos y dormilones que se retrasan al trabajo. No he notado nada extraño, a pesar de que he centrado todos mis sentidos en todo lo que sucede a mi alrededor. En un momento ridículo, ayer, con una mamá que me hizo volver a su domicilio porque había olvidado unas cosas, pensé que mis guardaespaldas se irían a descansar dejándome a expensas del aburrimiento. Por fortuna tienen órdenes estrictas y no se pueden negar a seguirme, aunque deben estar más aburridos que nada. Veo un hombre que me llama con insistencia.  Me detengo y le pregunto a dónde va. Se sube y me apunta con una pistola. Trato de guardar la calma. Me indica un sitio que está por unas fábricas abandonadas. Está claro lo que quiere. Trato de conservar la calma, pero me corre el sudor por las sienes. No he dado la señal y no estoy seguro de que mis vigilantes se hayan dado cuenta de lo que está pasando. Conduzco con más calma para que ellos sospechen. No los veo por el retrovisor. Se me entume la poca hombría que me quedaba hace unos días. Respiro profundo y trato de darme ánimos. Ahora entiendo por qué los psicólogos dicen que nunca se sabe cómo va a reaccionar una persona en determinada situación. Sabía que los soldados desarrollaban una especie de odio contra cierto tipo de personas o conductas para, llegado el momento, poder actuar y asesinar sin remordimientos. También está lo del deber, la obligación patriótica, pero ellos tienen algo porque matar o morir. En mi caso es otra cosa. No tengo nada en contra de nadie y podría vivir indiferente ante las religiones, la explotación, la política y otras cosas, pero tengo un tipo con mala cara que me está apuntando con el cañón de su automática y no sé si odiar a los mafiosos que me han mandado asesinar. Llegamos a un descampado, los coches de mis supuestos compañeros no están. Ahora sí siento de verdad la muerte. Este tipejo me ordenará bajarme del coche y me disparará sin remordimiento como si le disparara a un espantapájaros. Da la orden. Salgo despacio, no me queda nada más que implorarle a Dios que me lleve a su reino. Entrecierro los ojos. No puedo controlar el miedo. Las piernas se me hacen de goma, levanta el arma y me dice que me despida del mundo. ¡Bang! ¡Bang! ¡Qué horror! ¡Se le han salido los sesos! Me tiro al suelo sin saber por qué. He visto como explotaba la cabeza de ese hombre. Me toco la entrepierna y me muero de vergüenza. Ni siquiera he notado el momento en que me derrotó el miedo. Sé que los polis se escondieron y encontraron una posición cómoda para disparar. El tipo ni siquiera sospechó que nos podían haber seguido. Lo malo es que ahora tenemos más problemas y pocas pistas sobre esta gente mala que me busca. A partir de este momento creo que las cosas jamás serán igual.
El inspector Alberto Gómez me recibe en su gabinete, tiene pocas cosas y lo único que está a derrumbarse por los papelitos adheribles es un corcho. En un rincón está un hombre flaco y moreno con rostro cadavérico. Gómez dice que le apodan Fantasmagórico porque es como un anima por las noches y como un esqueleto de día. Sonríe con unos dientes enormes manchados de nicotina, me dicen que es muy inteligente y astuto. Su memoria insuperable puede guardar datos y rostros en grandes cantidades, además los puede recordar borracho o bajo un disfraz si es que los malhechores tratan de camuflarse. Es un elemento insustituible y ahora le serviré de chofer. Antes tendré que hacer algunos cursos de capacitación. Aprenderé a disparar y me someteré a un adiestramiento en artes marciales. “Te llevará unos meses—me dice Gómez sonriendo con alegría—, pero te servirá para toda la vida. ¿Sabes, muchacho? Una vez que se entra aquí, es imposible salir. Las razones son obvias. Lo primero es que te acostumbras muy rápido a la crueldad y te remuerde la conciencia cuando quieres abandonar; y la otra razón, es que los delincuentes jamás perdonan y es mejor siempre estar al lado de los que te pueden ayudar. Uno de nosotros en la calle, desarmado y sólo es como una paloma herida a la que se puede pisar sin ningún esfuerzo, ¡Apréndete eso Marco, apréndetelo!”.
Las cosas no han resultado tan dulces y románticas como me lo habían dicho. Como resultado de mis entrenamientos y capacitación, me ha quedado una clavícula rota, la quijada un poco desajustada y la vergüenza de ser muy mal tirador. Al final, el oculista me ha dicho que necesito llevar gafas. Para conducir nunca me faltaron, pero para el servicio me han dicho que es fundamental. Espero pronto acostumbrarme a estos cambios. En unos días empezaré con el servicio. Dice Fantasmagórico que ya tiene localizado al árabe. Se llama Abraham y no es del todo árabe. Es un descendiente de armenios que radicó en Francia y luego se estropeo. Ahora controla un grupo delictivo de trafico de armas y mujeres. Me han dicho que seguiré con mi taxi, pero que me han conseguido varias matriculas para cambiarlas cuando sea necesario. Tengo una radio con la que me comunicaré con mis colegas y la secretaria de la comisaría. Llevaré siempre el arma escondida en el coche o en los pantalones y mataré delincuentes cuando haga falta.
Estoy esperando a Gómez y al flaco. Vamos a hacer una redada en un sitio donde se reúne Abraham para cerrar negocios. Son las nueve de la noche. Allí vienen, me hacen una señal, se suben y me indican la dirección, detrás de nosotros vienen otros dos coches con policías vestidos de civil. Dicen que luego nos apoyaran unas patrullas. La noche promete, dicen fumando como si estuvieran fumándose su último cigarrillo ante el paredón, luego se quedan mirando por la ventana. Llegamos a un sitio muy céntrico. Está muy bien protegido, Gómez y el flaco le dicen algo a los guardias y estos les abren paso. Lo han engañado con alguna estratagema. El plan es casar del antro a uno de los amigos de Abraham que suponemos tiene información confidencial. Los socios de árabe se enfadarán y tratarán de impedir que no lo llevemos. En el momento en que se arme la trifulca entrarán en acción los polis de apoyo y después las patrullas rodearán el sitio. Suena muy bien, pero nunca se sabe qué imprevistos pueda haber. Los minutos pasan demasiado despacio, siento como si el tiempo fuera engrudo. Un silencio tétrico presagia algo malo. Los guardias se miran entre sí, intercambian palabras y dan el pitazo. Las cosas van mal, salgo del taxi y mi decisión es mala porque al llegar a la puerta veo subir a Gómez con el flaco. No debería estar aquí. Me mira Gómez con fuego en los ojos, corro hacia el taxi, pero un golpe en la nuca me hace rodar.
Día uno
Me he levantado con una sensación extraña. Ha de ser por el sueño tan absurdo que he tenido. No, no se trata de algo de terror, es más bien lo contrario porque estaba en una habitación blanca en la que sólo se percibían, de forma muy tenue, los contornos que eran como hilos grises. Me sentía en un espacio tridimensional, pero lo veía plano. Me recorría un frío espeso por dentro y creía oír pasos a mi alrededor, luego todo desaparecía y no se escuchaba nada. Desperté. Estoy a punto de salir de mi casa, pero Froilán me impide salir.
—Te has recuperado muy rápido esta vez. Cada vez será más simple.
—¿A qué te refieres?
—A tu muerte. Es la segunda vez que te disparan y nos falta una, pero eso no tiene importancia.
—¿Cómo que no tiene importancia? Sí me han disparado, se supone que estoy muerto y no lo parece en lo más mínimo. ¡Explícate!
—Bueno, pero ten paciencia y escucha con atención. Estamos en el universo uno, el que tú conoces como real, pero en el futuro eso ya no tiene importancia. Nuestra misión es lograr que un suceso que coincide en los cuatro universos básicos nos sirva de puente para llegar hasta aquí y cambiarlo todo.
—Oye, no puedo entenderte en absoluto. Algo sí creo, ¿sabes? Tengo la impresión de que tu no existes y todo esto es como un mal sueño. En cuanto despierte se acabará todo y ya no te veré jamás.
—Lo siento, Marco, pero las cosas no son así. Escucha con atención. Estamos en el universo uno, lo llamaremos R1, este R1 tiene algunas variantes que se desprenden de las decisiones que tomemos, pero no es el universo más importante, además aquí las circunstancias están en tu contra, pues tus enemigos siempre se te adelantan y hagas lo que hagas siempre habrá alguien que te asesine. En el R3 primo, en el que tú y Aurora siguen vivos, es tan real como este y los otros, pero es el mejor para ti y, en cierto grado para mí. Ahí es un año semejante al que aquí habrá en 2070. Vengo de ahí, pero se han complicado las cosas porque en este plano en la tercera muerte, no lograste dejar un mensaje importante. Mira, la cuestión es que ahora tendrás que evitar salir del taxi y dejar que le disparen a Gómez. El debe morir aquí y te dirá, cuando trates de ayudarle, un nombre. Ese nombre es muy importante, así que anótalo rápido y esa nota déjala en tu cajón, para que cuando llegue el flaco, a ese al que le dices El Fantasmagórico, y coja la nota, dejará de buscarte. Además, tu desaparecerás en cuanto dejes el papel en tu gaveta. No lo vayas a olvidar. Ahora deja que te ponga las esposas y programe de nuevo el aparato.
Día dos
Estoy en el taxi llevo detrás al Flaco y a Gómez, me duele la cabeza y mi voz interior no es la mía, sino la de Froilán, me repite constantemente que espere, que tome nota de las palabras de Gómez antes de morir. No lo comprendo muy bien ahora, pero dice Froilán que lo entenderé a la perfección en cuanto lleguemos al bar al que me dirijo. Gómez me explica el plan para atrapar al árabe que no es precisamente un camello, sino un hijo de emigrantes. Traemos una cola con coches atiborrados de polis vestidos de civiles. Baja Gómez con el Flaco, entran y la espera se hace densa como engrudo. Los guardias están nerviosos parece que les han dado alguna instrucción. Hay disparos quiero salir del taxi, pero me detengo, los polis de civil entran en acción, hay humo, sale por una ventana Gómez, salgo disparado, está lleno de sangre, lo cojo y lo miro me dice que tienen a las rehenes en el ala izquierda del puerto. Se me viene encima todo el peso de Gómez y con gran esfuerzo lo sostengo. Se acercan dos hombres y lo levantan en vilo, se lo llevan a una patrulla. Llega una ambulancia, lo trasladan. Hay mucho alboroto y sacan a los mafiosos. Me subo al taxi y me voy a mi casa, en el trayecto busco un trozo de papel y escribo con lápiz el mensaje de Gómez. Llego a mi casa y lo pongo en la gaveta. En ese momento me desconecto.
Tercer día
Estoy con Aurora. Tiene una apariencia muy distinta. Su rostro parece tener materiales sintéticos. No me llama por mi nombre. Me dice Froilán. Siento que la voz que oí en el taxi antes de la muerte de Gómez es la mía y no la de Marco. Aurora me lo explica como si se tratara de algo obvio. Dice que he hecho seis viajes temporal-dimensionales y que todo ha resultado bien. Estoy un poco desconcertado y como un adolescente que tiene dudas frente a un examen y le pregunto los detalles a Aurora. “Has viajado al plano R1 en donde nunca hubo solución al problema. Lo que hiciste fue cambiar un aspecto importante para que, en esta R3prima, sobreviviéramos los dos y pudiéramos gozar de los avances de la tecnología. ¿Cuántas veces te lo he repetido?”.
—Pero ¿cuál de todos los planos es real?
—¿Real? Me haces reír. ¿No sabes que todos son cuánticos?
Me ha sorprendido mi estupidez. La miro y le pregunto cuál es nuestra próxima misión. Ella responde que tenemos que ir al plano R2 beta a evitar una acción intolerable de Hitler…



Código de registro: 1808318167441

miércoles, 1 de agosto de 2018

El texano


Entro a la tienda de sombreros, se oye la campanita de la puerta y una corriente de aire deja entrar la oleada de frío invernal que padecemos en esta temporada del año. Un hombre viejo aparece en el mostrador, se acerca y me pregunta si deseo un pasaporte. Le digo que no, que quiero comprar un sombrero. Me mira con una sonrisa sarcástica y comenta que no tiene el tipo de texano que busco. «No lo va a necesitar—dice cerrando con llave la puerta de la que ahora cuelga una tabla indicando que el local ha cerrado—. Necesita viajar ahora mismo». Lo miro dudando y le pregunto si sabe la contraseña. Responde la palabra indicada. Me habían dicho que tenía que comprar un sombrero y dirigirme a la estación de trenes. Él me muestra un pasaporte con mi foto y me pide que lo siga. Bajamos a un sótano, enciende una luz y me muestra una mesa en la que hay una especie de radio muy grande. «Viajará al año 96 en esa época ya no hay muchas personas que usen sombreros. Tendrá que actuar rápido porque el campo magnético inter-temporal dura unas cuantas horas y si no vuelve a la hora exacta habrá un desface y se quedará en otra época, Eso, ya sabe lo que implica, ¿verdad?

Sé que está al tanto de la misión, le pido la pistola y los planos del lugar al que tengo que dirigirme. Me recomienda que me ponga de inmediato el uniforme de obrero, que pase a través del laberinto de la planta, que suba hasta la oficina del ingeniero en jefe y que entre sin miramientos. Le digo que lo sé todo a la perfección. «No se vaya ha equivocar—dice con una cara muy triste—. El enviado anterior se confundió en el momento en que entró y le disparó al acompañante del ingeniero. Luego han pasado cosas horribles. Usted debe corregir ese fallo. Mire, estarán vestidos los dos de traje azul, son bastante parecidos, cómo decírselo…¡Ah, ya sé. Como el cielo y el mar a los que solo divide la línea del horizonte. En fin. Hágalo bien por amor a la humanidad».

Pongo las manos sobre el aparato, me indica con el dedo la fecha a la que me dirijo: 10 de septiembre de 1996 es un espacio de tiempo al límite de la tolerancia del aparato, pues lo máximo son cincuenta años. Podría desviarme con una turbulencia magnético temporal, pero si ya un hombre ha viajado antes que yo, lo más probable es que no haya riesgo. El hombre ha programado el cacharro y en unos segundos partiré. ¡Uf! ¡Qué mareos!!Voy a perder el conocimiento…!

¡Santo Dios! ¡Qué dolor! Bueno, ahí está el casillero, debo dejar mi ropa allí. El uniforme es de mi talla y las botas también. Escondo en el bolsillo el revolver. Veo a unos obreros llevando cajas al almacén. Uno me saluda y me desea buen provecho. Veo el reloj, es la hora del almuerzo, camino por un largo corredor y llego al ascensor que me llevará hasta la oficina del ingeniero. Salgo despacio y saludo a la secretaria, parece que me conoce bien porque me indica con los ojos que entre. Abro la puerta, veo a dos hombres idénticos. Le disparo al de la izquierda y salgo corriendo. Llego agitado hasta el casillero, me cambio de ropa y en el momento en que me pongo los zapatos hago el salto de nuevo. ¡Uf! ¡Qué mareos!!Voy a perder el conocimiento…!

Despierto delante del aparato. Lo reviso y en la pantalla dice que la misión ha fallado. He matado al hombre incorrecto. Me levanto para abandonar el sitio y huir. Los errores en estas misiones, me lo han advertido, son imperdonables. Noto que algo anda mal porque estoy un poco viejo, me duelen las articulaciones y camino con dificultad por el efecto del salto. Subo con mucho trabajo la escalera y cuando salgo al mostrador se oye la campanilla, debe ser algún agente que viene a liquidarme. Me acomodo las gafas para ver mejor. El tipo se acerca y me pregunta si tengo sombreros texanos. Reconozco la contraseña, le respondo que si desea un pasaporte. Se queda parado y me aseguro de que nadie lo acompaña. Volteo la tablilla de la puerta, me acerco a él y le digo que tenemos que bajar al sótano.