domingo, 18 de noviembre de 2018

El caso Prometeus


El sepulturero les mostró el último cuerpo. Le faltaba la cabeza y pertenecía a uno de los pensadores más brillantes de la época. El inspector Robert Mallone se quedó mirando a su asombrado ayudante. El jefe de la policía dio la orden de volver a enterrar los cuerpos que habían sido profanados y le preguntó a Mallone si tenía idea de quién podría haber cometido semejante aberración. No hubo respuesta y la nube que ocultaba la luna por fin dejó que ésta alumbrara el cementerio. Todos se ajustaron los cuellos y se acomodaron los abrigos para sentir menos el viento helado. El enterrador con cara de piedra y determinación cogió al gran filósofo Anderson, o lo que quedaba de él, y lo metió de nuevo en su ataúd. Luego comenzó a echar la tierra con la pala. Mallone se despidió del Donald Charles y le pidió que le tuviera al tanto de todo lo que se supiera del caso. James Wells estaba temblando más por el terror que por el frío. Le preguntó a Mallone si tenía una hipótesis sobre quien podría ser el culpable. “No, lo sé por el momento, querido James—dijo controlando el cascabeleo de los dientes—, pero si pensamos sobre las partes del cuerpo que han sido mutiladas de los cadáveres, podríamos empezar a acercarnos al profanador de tumbas. ¿Para qué querría un loco llevarse una cabeza, un corazón y un cuerpo?”. James se quedó callado y se encogió de hombros. Mallone ya no quiso seguir hablando y se quedó mirando a través de la ventana. Eran las dos de la madrugada y el cochero paró enfrente de su casa. Se despidió de James y le dijo que hablarían al día siguiente.

Era invierno y el sol salía muy poco. Las nubes grises opacaban el cielo y la visibilidad a en la tarde era afectada por la caída de unos copos de nieve aguados. James Wells estaba haciendo unas anotaciones en un cuadernillo. Se le habían ocurrido varias hipótesis y estaba un poco impaciente por el retraso de su amigo Robert Mallone con quien llevaba trabajando cinco años. En ese período de tiempo se habían conocido lo suficiente para saber de qué modo pensaba su compañero. A pesar de que habían resuelto muchos casos, este sobrepasaba la lógica y la moral. James pensaba que tal vez se habían llevado del cementerio el cuerpo y las otras partes para realizar un rito. Seguramente se trataba de alguna brujería o algo relacionado con el satanismo. Sabía que había unas sectas que realizaban ese tipo de ceremonias demoniacas. Se imaginó a un sacerdote con bata negra haciendo invocaciones para adquirir la sabiduría del filósofo, la fortaleza del cuerpo de un coloso de circo y el corazón de un hombre con sensibilidad. Lo malo era que habría que encontrarlo y demostrar que se había llevado esos órganos para cumplir su objetivo. No era tarea fácil porque primero, Mallone tenía que aprobar la idea, luego debían que encontrar al brujo y después demostrar cuál había sido el objetivo de tan despreciables acciones. La explicación que tenía sonaba bien y cuando Mallone cruzó la puerta del establecimiento, James respiró con fuerza y saludó a su compañero.

—Buenas, querido James, ¿ya tienes algo para mí? Espero que tus hipótesis sean ingeniosas.
—Buenas tardes, Robert, en efecto tengo algo que podría interesarte.
—Bien, muy bien James, a mi también me gustaría hablar del caso. ¿Sabes que no he podido dormir por pensar en lo de anteayer?
—Sí, Robert, a mí me pasó lo mismo.
—Bueno, pues suéltalo.
—Verás, Robert—dijo James sacando el pecho y acomodando sus abundantes anotaciones frente a él—. Todo parece indicar que el demente ese se ha llevado todo para realizar un acto satánico. Se trata, con seguridad de un fanático que cree que se puede adjudicar cualidades con la ayuda del inframundo. Pienso que…
—No, no, querido James, ¿para qué te has metido eso en la cabeza. Comprendo que fue terrible la impresión, pero eso no tiene nada de diabólico, es más bien, cómo explicártelo, ah, sí, es un acto, un acto que yo llamaría, si se me permite el término, científico.
—¿Científico? ¿Qué significa eso?
—Bueno, James, ¿cómo llamarías a un estudio sistematizado de los fenómenos de todo tipo con un sistema que pudiera permitir comprobar las teorías?
—No te entiendo nada, Robert, explícame con calma.
—Bueno, imagínate que un brujo se roba las partes más importantes del cuerpo de unas personas poco habituales para obtener sus poderes. ¿Cómo podría adquirirlos y cómo podría demostrar que los ha recibido? Para ser tan inteligente como el filósofo Anderson se necesita leer una biblioteca entera, ¿cómo podría un brujo, con ayuda de sus demonios y hechizos, obtener toda esa información?
—¡Ja, ja , ja! Eso sí que tiene chiste, Robert, no me imagino a un brujo apestoso de hierbas raras recitando poemas helénicos y contando la biblia o las grandes obras de literatura. Pero y ¿entonces?
—Ahí viene lo interesante, James. Ayer, es decir, esta madrugada me he quedado pensando en esos trucos de los seguidores de Luigi Galvani. ¿lo recuerdas?
—Sí, Robert, creo que una vez ya lo comentamos. Nos quedamos pensando en aquel día, si sería posible armar una rana con cabeza de lagarto y darle toque para que bailara colgada de un tubo.
—¡Exacto! ¡Exacto, James!¿Lo ves? Mira, imagínate que a un demente se le mete en la cabeza de hacer lo mismo, pero con seres humanos. Quitándonos de todas las cuestiones técnicas, ¿qué resultaría de lo de anoche?—Mallone abrió de forma descomunal los ojos y extendió las manos para ver la reacción de su amigo.
—Pero ¿sería posible?—dijo James moviendo la cabeza como si con esos movimientos pudiera borrar sus temores de la cabeza.
—Aunque no lo creas, James, es eso, exactamente.
—Entonces…¿Crees que el chiflado ese se ha puesto a armar un monstruo?
—Bueno, James, es una hipótesis y, además, no estoy tan seguro de que fuera un monstruo, pues con una cabeza tan brillante, un corazón tan noble y un cuerpo tan fuerte, lo menos que podríamos esperar sería un hombre casi perfecto: inteligente, fuerte y noble.
—Y ¿Dónde lo encontraremos?
—No lo sé, James, pero estoy seguro de que ese es el camino correcto. ¡Vayamos a los hospitales a preguntar por los doctores más brillantes!

Salieron sin terminar de tomar la comida y detuvieron un coche. Se fueron a uno de los hospitales más famosos de la ciudad. Los recibió Konchalowski, un hombre ya entrado en años que había hecho algunas declaraciones con respecto al uso de la electricidad en la medicina. Lo encontraron en una sala llena de enfermos de pulmonía. Trataba de darle ánimos a las enfermeras y veía con pena a los pobres pacientes que parecían estar en las últimas. Saludó con cordialidad y se extrañó mucho cuando Robert, que siempre cuidaba de su arreglo personal, le hiciera preguntas tan inteligentes. Muy interesado el experto médico lo invitó a sentarse y les contó sus ideas con respecto al futuro de la electricidad. Mientras contaba los experimentos que había realizado se restregaba el pelo y sonreía como un niño. Parecía que, más que contar algo relacionado con la materia y la vida, narraba una interesante historia de fantasía en la que reptiles y pequeños mamíferos recibían cargas eléctricas generadas por una máquina demoniaca y comenzaban a correr como si nunca hubieran muerto. “La electricidad es como la energía de la vida—decía repitiendo la frase sin parar—. Algún día todos la usarán”. Dio pauta para que le preguntaran si sabía de alguien que tuviera la misma opinión y que tuviera en mente hacer bailar cuerpos, pero no de gatos y lagartos, sino de hombres.  Mallone le reveló el caso de la desaparición del cuerpo y los miembros en el cementerio y Konchalowski se quedó frío. “Sí, sí, conozco a un tal Víctor Brown—dijo el doctor con emoción—, un joven muy despierto que un día, en una conferencia sobre las operaciones me comentó que estaba investigando algo sobre la relación de los cuerpos y la electricidad, dijo que admiraba a Luigi Galvani y que haría que su nombre fuera famoso algún día—al oír ese nombre, Mallone y Wells se quedaron tiesos—. No sé dónde se encuentre, pero dondequiera que esté debe de estar avanzando en sus experimentos a pasos agigantados”. Mallone le preguntó al hombre qué se necesitaría para darle vida a un cuerpo humano reconstruido. Ilya Konchalowski dijo que se necesitaría la electricidad de un rayo. James miró a Mallone y se pusieron de pie. Le agradecieron su amabilidad al médico y salieron. Ya les había dicho el sepulturero que una semana antes había visto rondando las tumbas a un hombre bajo con la espalda jorobada. Pensaron que ese hombre sería un cómplice del brillante Víctor Brown. No tenían tiempo que perder, debían encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde. A pesar de la urgencia, Mallone estaba tranquilo y frente a los reproches de James dijo que había un lado positivo del caso y otro no tanto.

—¡Imagínate! ¡Imagínatelo! ¿Sería posible crear super hombres? Gente superior, inteligente que tendría la cordura para ver las cosas que la gente normal no logra. Dirigirían las naciones de una forma eficaz y serían el ejemplo para todos.
—Pero y si no fuera así, Robert. Si a alguien se le ocurriera formar un ejército de monstruos seleccionando cuerpos de jóvenes atléticos con una mente limitada a recibir órdenes y…
—Y ¿qué pasa con el alma, querido James? ¿Tendrán alma esos humanos zurcidos?
—No lo sé, Robert, de cualquier forma, nos espera algo espeluznante. ¡Hay que encontrar a ese loco lo antes posible!
—Bueno, tenemos tiempo hasta que ocurra una tormenta, pues si el resucitador de cuerpos se nos adelanta, estaremos perdidos.

Para colmo esa misma noche llovió mucho, los relámpagos amenazaron la ciudad y por culpa de las altas casas y la cortina gris del agua de lluvia no pudieron localizar la caída de las cargas eléctricas. Sabían que para descargar del cielo una energía tan fulminante se necesitaría un tubo metálico, un gran mástil que recibiera la carga y la llevara hasta el cuerpo inerte. Había cuatro puntos en la ciudad que podrían servir para atraer la carga. El primero era la Catedral, el segundo el castillo antiguo que estaba en las afueras, la casa de tabaco que tenía cinco plantas y una torre abandonada en el sur. La distancia entre ellas era enorme y en un día sería imposible revisarlas. Eligieron las que se encontraban más cerca. En la catedral no obtuvieron ninguna información y perdieron mucho tiempo preguntando si alguien había querido montar en la cúpula más alta un artefacto raro. La pregunta estaba completamente fuera de lugar en un sitio como ese, por eso la hizo James fingiendo inocencia, pero la respuesta fue una cara inexpresiva y hombros encogidos. Se dirigieron a la casa de tabaco donde tardaron mucho en ser recibidos. Después del chasco consecutivo se marcharon. Durante el regreso Mallone le pidió a James que escogiera entre el norte, donde estaba el castillo y el sur con la torre. La lógica indicaba que las condiciones más apropiadas se encontrarían en el castillo, siendo Brown un hombre astuto se habría ido a la torre abandonada para que nadie lo viera trabajar. Una moneda tirada al aire decidió que visitarían primero la torre. Al día siguiente salieron con ánimo para atrapar al demente doctor Brown. En el camino repasaron los detalles, hablaron sobre la captura del doctor y la muerte del monstruo. Lo malo fue que empezó a llover de nuevo y tardaron mucho en llegar. Bajaron del coche armados y listos para cualquier ataque, pero sus ilusiones se desvanecieron cuando encontraron todo limpio. Miraron en dirección del castillo y al unísono dijeron: ¡Que estúpidos!!El maldito está allí!

Volvieron cabizbajos, no querían hablar y James trató sin éxito de dormirse un poco. Fingió que dormía y de reojo miró la cara de Mallone. Sabía que en su cabeza había una tormenta de ideas que le desfiguraba la cara en ese momento. Se despidieron y Mallone le pidió a James que estuviera listo en la madrugada porque lo recogería antes de la salida del sol. Mallone llegó a su casa y se tumbó en su cama. En su cabeza se fue construyendo un plan que continuamente se veía mermado por la imagen de un creador joven y listo y su criatura violenta o tierna. Si el engendro era lo primero, no costaría trabajo eliminarlo, pero si fuera lo segundo, de qué manera lo tratarían, qué lugar ocuparía en la sociedad y qué consecuencias traería el reconocer que Dios no era el único que había creado al ser humano. 

Llegaron a las ocho de la mañana, la neblina todavía descansaba sobre el aire sin poderse tender sobre la hierba. El cochero se detuvo y Mallone salió de prisa, detrás iba con una pistola en la mano su ayudante. Subieron una pendiente y llegaron hasta la puerta y empezaron a golpearla y gritar. Cinco minutos de espera les colmaron la paciencia y trataron de forzar la puerta con ayuda del cochero, pero se dieron cuenta de que sólo estaba atrancada con una cuña. Al ceder el gran portón de madera y hierro vieron una torre donde se encontraba un gran tubo metálico. Corrieron hasta donde se encontraba la escalera y subieron en tropel. Se asombraron mucho al ver una cama enorme, sogas metálicas y todo tipo de aparatos raros. Lo comprendieron de inmediato. Brown había tenido éxito. No había ninguna duda. Sabían que se había marchado de allí, así que estaba al tanto de la persecución. Mallone le ordenó a James que se subiera al coche y que siguiera el rastro dejado por un pesado carro en el camino hacia Welloland a unos treinta kilómetros. “Vete tras ellos, James—le dijo con prisa Mallone—volveré a la ciudad a buscar toda la información de Brown, estaré contigo pasado mañana a mediodía o por la tarde. Mándame un telegrama cuando los veas. El coche se alejó y Mallone se fue a buscar a alguien que pudiera llevarlo a la ciudad. Caminó media hora sin ver a nadie hasta que un hombre elegante en un carruaje de dos ruedas le hizo la señal y después de presentarse, el aristócrata, estuvo de acuerdo en acercarlo a la ciudad. Conversaron bastante sobre la vida en los pueblos, el rico hombre se quejó de su servidumbre en sus propiedades. “Son unos abusivos—decía retorciéndose el bigote y echando bocanadas de humo—, uno les da la mano y se toman el pie. Ya sabe cómo es esa gente miserable. No sabe cuánto daría por una docena de esclavos, corpulentos y con una salud de caballo”. Richard sonrió pensando en que el doctor Víctor Brown se podría hacer rico en caso de que sus experimentos fueran exitosos. No cayó en la tentación de compartir su secreto y se puso a hacer bromas que al final dejaron pensando seriamente al terrateniente que le hizo una invitación para que asistiera a una de sus fiestas en su casa cerca de la plaza central. Mallone se fue directamente a la comisaría. Encontró a Donald Charles muy atareado buscando unos documentos de su familia. La secretaria permanecía en silencio mientras el jefe de policía se metía cada vez más adentro de su gaveta. Cuando levantó la cabeza vio a Mallone.

—¿A qué debo el gusto, señor Mallone?
—Es algo urgente señor Charles, necesito toda la información que tenga de un hombre.
—Sí, Richard, dígame, ¿de quién se trata?
—Es sobre Víctor Brown.
—Ah, es eso. Mire, ese tipo nunca paga sus deudas y siempre engatusa a la gente con historias raras. 

Debe tenerle cuidado. En un momento le traeremos todo lo que tenemos de él en el archivo.
Minutos más tarde, Mallone, bajo la vigilancia de la secretaria, leía uno por uno los reportes sobre el tal Brown. Constaba que tenía treinta años y que recibía dinero de un banco alemán. Los montos no eran muy considerables, pero llegaban con regularidad. El doctor Brown, como se presentaba el mismo, daba consultas a domicilio y sus clientes hablaban muy bien de él. Los últimos seis meses no se le había visto y sólo había llegado un reporte de que se había llevado una pequeña oveja sin pagarla. Después de recibir la visita de un gendarme hizo llegar la suma al carnicero que estaba muy enfadado. En la declaración figuraba el nombre de Friedrich Mann, un hombre que según le dijeron, era defectuoso porque tenía joroba, estaba un poco cojo, pero era muy fuerte. Según dijeron los policías que lo vieron, era la mano derecha de Brown y siempre que lo cogían haciendo algo impropio quien lo liberaba de toda culpa era su amo Víctor. También había un reporte de unos vecinos sobre un altercado entre la señorita Anne Stevens y Brown, al parecer ella era su prometida y en una discusión él la había lastimado. Más adelante se describía el suceso como una riña de novios. Mallone preguntó sobre la dirección de Anne y le informaron que era una joven muy guapa, muy modesta y bastante educada del pueblo Welloland. Estaba claro. Brown había ido en esa dirección para encontrarse con ella. ¿Cuál sería la intención de Brown?—se preguntó Richard—. ¿Trataría de explicarle lo que estaba sucediendo? O ¿ella ya estaba al tanto de la situación y él iría a demostrarle que todas sus teorías sobre resucitar muertos era verdad? Fuera como fuera, urgía que Richard alcanzara a James para atrapar al doctor loco.

No esperó y se puso en marcha. Tuvo que hacer el viaje de noche y por la mañana preguntó por un mesón u hostería donde seguramente estaría alojado su compañero. Se alegró mucho de ver el coche. James no estaba allí y el cochero tampoco. Entró a la casona vieja y preguntó por su amigo. Le informaron que había salido de prisa a enviar un mensaje en la oficina de correos que no estaba muy lejos. Richard se apresuró y cuando entró vio a James dictando.

“ Mallone, urgente, hallados, tres hombres: jorobado, Brown y monstruo”.
—Oh, querido amigo, gracias por el mensaje.
—Pero Richard, ¿qué haces aquí?
—¿Qué tal estás, James? Te ves mal, ¿qué sucede?
—Oh, Richard, los hemos visto. El cochero no ha podido sobreponerse. Está rezando en la iglesia y no quiere salir. ¿Sabes que él llevó mucho tiempo a Anderson a sus encuentros? Hoy lo ha reconocido y no lo ha podido creer. Bueno, yo tampoco, pero ya estaba al tanto, en cambio el pobre hombre…
—Sí, James, a mí me habría pasado lo mismo.
—¿Estás bromeando?
—Bueno, mira, he venido porque tengo información importante. Tenemos que encontrar a la señorita Anne Stevens.
—¿Anne Stevens? Y ¿qué relación tiene con todo esto? Ni siquiera sé quién es.
—Es la prometida de Víctor Brown y si ha venido ese trío del que me informas en tu mensaje, entonces tendrán que ir a verla. No tenemos tiempo que perder.

Les informaron que la familia Stevens vivía en una casa alejada del pueblo. Como el cochero se negó a ir y no hubo forma de convencer a nadie para que los llevaran, decidieron coger el coche y hacer el trayecto solos. Richard le contó los pormenores y le planteó el plan que tenía a James. Se trataba de retener el mayor tiempo posible a Brown para que pudieran llegar refuerzos y arrestar al profanador de tumbas que de paso era sospechoso de, por lo menos, tres homicidios. Encontraron la casa de los Stevens. Parecía que no había nadie. Llamaron a la puerta y les abrió una joven guapa de mirada intensa. Llevaba un flequillo y trenzas, tenía el pecho muy grande y era delgada. Los invitó a pasar y contestó con tranquilidad todas las preguntas que se le hicieron con respecto a su novio. Les dijo que hacía tiempo que se había alejado de ella, que cada vez se veían menos y que, al final, sus padres le habían prohibido relacionarse con él. Víctor había llegado para llevársela consigo, tenía planeado ir a Francia y establecerse allí. Decía que tenía conocidos que lo acogerían en su círculo y que tendría un trabajo y una familia como todo el mundo, luego había aparecido su ayudante y muy alarmado le había dicho que Prometeus se había enfadado y que se había ido hacia las montañas, luego Víctor había salido desesperado y no sabía más. Mallone no sabía qué decisión tomar porque los tenía muy cerca, pero en caso de encontrarlos no podría detenerlos. Decidió aplicar la estrategia de los cazadores limitando el territorio por el que se pudiera desplazar Víctor Brown y sus compinches. Dio la orden de que se pusiera sobre aviso a la policía de las poblaciones cercanas, se les comunicó que tuvieran cuidado con tres individuos poco comunes y que reportaran todo lo que supieran de ellos.
Las noticias no tardaron en caer. Le avisaron dos días después a Mallone que habían atrapado a Brown. Richard dijo que lo trataran con cuidado y que él se encargaría de interrogarlo. Fue de inmediato a verlo. Lo encontró desaliñado y con mucha preocupación. Hablaba de forma precipitada y le rogó a Mallone que le proporcionara protección inmediata a su novia Anne, pues corría mucho peligro. Richard dio la orden con la condición de que Brown desembuchara todo.

—Mire, inspector, ya sabe quién soy y a qué me dedico. Lo que no sabe es que todo lo que he hecho es en favor de la humanidad. Tenía un sueño de pequeño, ¿sabe? Quería recuperar a mis seres queridos. Mis padres murieron cuando yo era un niño. Fui educado en orfanatos y sólo después de que conocí la medicina pude encontrar un refugio fiable. El estudio y la experimentación han sido mi salvación, pero ahora que he logrado lo que soñaba, las cosas se están complicando—Richard tenía muchas ganas de hablar, pero permaneció callado para que Brown dijera todo sin ocultar nada—. He creado un hombre con una inteligencia excepcional, un corazón dulce y un cuerpo de atleta. Al principio todo fue bien. Prometeus me consideró su padre, fue como si hubiera salido un polluelo de su cascaron y al ver al primer ser vivo decidió que era su progenitor. Yo le hice muchas promesas, pero después me di cuenta de que no era el ser que yo pensaba. Me amenazó con matarme. El problema fue que vio a Anne y me dijo que le hiciera una igual, que él cooperaría en todo. Era imposible, usted lo sabe a la perfección. Se enfadó y se fue, pero le dijo a Friedrich que me mataría. Ahora ya lo sabe. Es un monstruo, hay que destruirlo.
—Está bien, Brown, le prometo que le ayudaré en todo lo que pueda. Mandaré gente para que proteja a su novia y buscaremos a su Prometeus, pero dígame, ¿se imagina dónde está?
—No debe estar muy lejos, inspector, seguro que no parará hasta robarse a Anne. Lo malo es que es capaz de matarla. Es escalofriante, no puedo dejarla así. ¡Cuídela! ¡Cuídela!

Mallone dio la orden de que se le brindara protección a Anne y que se siguiera el rastro del monstruo que para pasar desapercibido actuaría, sin duda, de noche. Se montaron guardias el primer día y cuando hubo un momento de distracción la segunda noche. Anne desapareció. La noticia casi mata de un infarto a Mallone que vio todas sus expectativas rotas. No se lo comunicó a Víctor para no causarle daño. Lo peor fue que al día siguiente llegó una carta anónima dirigida a Víctor decía que el resucitador estaba de acuerdo Prometeus le devolvería a su novia, pero tendría que asistir solo a una reunión cerca de las montañas están indicado el sitio y se prevenía a la policía que no acudiera junto con Brown porque en ese caso él asesinaría a Anne. No hubo más salida que dejar ir a Víctor a la cita. Se le proporcionaron armas y dos caballos para que pudiera volver sano y salvo. Todos se encomendaron a Dios y se despidieron de él.

No fue la mejor decisión porque dos días después, Víctor regresó con el cadáver de su novia. Estaba deshecho y le habían salido canas. Estaba flaco y no tenía deseos de vivir. Había perdido la razón o el shock emocional que había recibido lo había dejado en una situación deplorable. Casi no parpadeaba y cuando le preguntaron por Prometeus no contestó. Después se supo que el monstruo le había pedido una novia y cuando Víctor se negó a hacerla, Prometeus, le dijo que entonces tendría que revivir a Anne y llevar ese peso en su conciencia. La mató frente a él sin conmiseración. La mirada fue tan cruel que Víctor no se recuperó jamás. No se supo más del ser horripilante que tenía atemorizados a los viajeros. Había quien aseguraba que lo había visto vagando en las montañas o bosques, pero no había manera de comprobarlo. Con el tiempo se fue convirtiendo en leyenda y los hombres dejaron una zona virgen en las montañas para no irritar al peligroso monstruo. Víctor vivió siempre como un autómata y en ocasiones decía que Prometeus lo visitaba por las noches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario