martes, 19 de julio de 2016

El Justiciero Solitario

Soy el Justiciero Solitario. Siempre he tratado de seguir mis principios y lo haré hasta que me llegue el momento del final, el cual no está muy lejos, además he de aclarar que es una cuestión de ética. Para que me entiendan mejor les diré que si leemos la definición de bondad en algún libro o diccionario, veremos que la bondad es hacerle un bien a alguien, o sea liberarlos de su mal. ¿La eutanasia se podría considerar una cosa buena? Pues…, desde mi punto de vista, lo es, porque si una persona no puede gozar de la vida a causa de los dolores que le infringe una enfermedad terminal y, la existencia deja de representar algo para dicho sujeto, entonces la mejor opción es liberarlo, ofrecerle lo que tanto necesita pues, tal vez, no tenga la fuerza para realizarlo él mismo.

 Muchas personas se van rodeando de condiciones imposibles de soportar y terminan envueltos en un infierno que los hace ponerse de mal humor, incluso, germina en ellos el sentimiento del mal, éste les obliga a cometer locuras como asesinar a sus hijos, quemarlos, o descuartizar a su esposa, lo ideal sería que lo incitara al suicidio, pero eso pasa pocas veces. Estoy convencido de que la mejor manera de evitar todo ese tipo de cosas sería ofreciéndoles unas nuevas condiciones para que se salgan de su claustro infernal y conozcan la vida sin martirios y de forma plena. Parece muy sencillo hacerlo, ¿Pero lo es en realidad? Seguramente que todos me contestarán que no lo es y tienen razón. Un golpeador de mujeres, por citar algún ejemplo burdo, podría obtener un buen empleo, dedicarse a practicar algún deporte y salir de vacaciones a la playa con sus hijos, además de realizar todos sus sueños gracias a su solvencia económica, pero aun dándole todo eso, el hombre sentirá la necesidad de seguir golpeando a su mujer porque el problema está enraizado, es decir, que hay que buscar los antecedentes de su conducta en la infancia. Hay que volver al momento en que su padre lo empezó a golpear y humillar, al instante en que lo violaron y le dieron una paliza para destrozarle su integridad psíquica, sólo de esa forma se podría impedir que creciera odiando a la gente y dejara de buscar la venganza por lo sufrido en los primeros años de su vida.

Creo que todos entendemos en un alto grado los problemas de los demás, pero nunca estamos dispuestos a perder nuestra energía, tiempo y dinero por una causa que consideramos, de antemano, ya perdida. Es por eso que nos encogemos de hombros y decimos que la persona no quiere cambiar. Se lo repetimos constantemente a los pordioseros: “!Hombre, tío, ponte a trabajar!” ¿Pero quién podría darle un empleo? Seguro que nadie. Así, en esa misma situación, está el drogadicto, el psicópata, el alcohólico y muchos seres endebles más.

 Podríamos pedirle al gobierno que pusiera manos en el asunto y resolviera el problema, pero entramos en política y esa disciplina ha demostrado que sirve sólo para complicar más las cosas y defender los derechos de los que tienen el poder. Lo vemos día a día en las películas, lo leemos en los diarios y lo sufrimos en la vida cotidiana. “No hay presupuesto—nos dirán con cara de payasos fingiendo pena—, mejor, ¿qué les parece si cambiamos un poco la ley y permitimos cosas como la tolerancia o la ayuda económica a los emigrantes y abolimos la pena de muerte? —Sí, sí, de acuerdo—respondemos con credulidad, pero lo único que logramos con eso es evitar que contraten psicólogos para determinar quién es pederasta y no debería trabajar como educador en un jardín de infancia o en una primaria, ellos mismos tendrían que pasar por una consulta y, tal vez, algunos políticos tendrían que dejar su puesto por problemas de conducta, tendencias a la violencia o demencia en primer grado. Voy a ir al grano porque me queda poco tiempo y no quiero que se queden sin saber el motivo de mi perorata. Hay cosas, que los otros nos hacen creer que son buenas, pero son mentiras que usan para controlarnos y someternos como ovejas mansas, es por eso que un día decidí hacer el bien. Sí, sí, ríanse, piensen en mí como en un tío loco que se siente el llanero solitario o un héroe justiciero de los cómics como Batman o El Capitán América. Eso no me importa, sé reírme y sé, también, compartir la alegría de los demás. No hay mejor cosa en el mundo que una sonrisa sincera como la de los niños.

 Empecé a ayudar a la gente hace mucho tiempo. El primer afortunado que recibió mi ayuda fue mi mismo padre. Tenía deudas por nuestra culpa, éramos una familia de siete personas contando a dos abuelos que vivían con nosotros, pero su sueldo no alcanzaba para nada, trabajaba de sol a sol en una fábrica, su sueño dorado era tener dinero para irse con las prostitutas, beber una copa de whisky y fumarse un puro, pero no conoció a ninguna puta, según sé, y nunca compró su botella de Chivas Regal cuando estaba en oferta y fumaba sólo de gorra. Su vida era un infierno. No nos levantaba la mano, pero discutía con mi madre, por cualquier fuga de dinero que había en la casa, mientras ella le decía que era un tacaño empedernido. A parte, estaban los celos y la incompatibilidad de caracteres en el matrimonio. Padre era delgado, pero bastante fuerte, un poco introvertido, honesto y muy serio, es decir, responsable. Mi madre, por el contrario, era parlanchina, locuaz, olvidadiza y optimista. A lo largo de unos años de convivencia mis padres tenían el infierno ideal, reñían a diario, mi madre lo celaba y él perdía todo deseo sexual por ella y le crecía la apatía. Mi padre estaba encadenado a la casa por unos eslabones llamados principios, atado sin poder coger unos cuantos billetes y comprar su botella de alcohol y la entrada al burdel. Mi madre tenía su autoestima por los suelos, sentía que su belleza se marchitaba y, que pudiendo ser la reina de un palacio, tenía que vivir con el más pobre de los plebeyos en una pocilga. Cuando cumplí los quince años encontré a mi padre solo, parado en un puente con las firmes intenciones de tirarse. Le pregunté qué le pasaba, no se sorprendió al verme y no me dijo nada, su mirada era impasible, parecía que ya estaba muerto antes de saltar. Me dijo que fuera bueno y que lo perdonara, que me tocaría a mí ser un aguamanil donde muchas personas lavarían sus desgracias y encontrarían la felicidad. “Frente a ti, las personas harán borrón y cuenta nueva—me dijo pidiéndome que lo empujara al precipicio—ayudarás a quien te lo pida y serás compensado por eso”.

Sí, lo empujé, no me arrepiento, papá me dijo que con ese empujón me convertía en el portador de las desgracias de los demás; que adquiriría los compromisos de las personas en cuanto las ayudara, pero que era mi sino, el destino que me había preparado el cielo. Vi en sus ojos el agradecimiento de la liberación, noté en su mirada las alas de los arcángeles y supe que descansaría en paz. Cuando nos comunicaron que padre había muerto yo estaba en la casa estudiando filosofía. !El tema de ese día era sobre el mal! ¿Sorprendente? Sí, creo que fueron las palabras de mi padre diciéndome: “Recuérdalo, hijo mío, harás valer la justicia y la bondad sobre todas las cosas, tendrás que cargar con el peso de las penas que te herede la gente a la que ayudarás”. Esas palabras siempre están presentes en todos mis actos. Soy consciente de que debo liberar de su carga a los débiles. Pronto llegará el momento en el que tenga que heredarle yo mismo mis penas, mi infierno, a alguien que lo merezca. Creo que será el inspector Johnson, Steven Johnson.  Él y yo llevamos varios años siguiéndonos el rastro, al parecer yo sé más de él, que él de mí. Eso se lo debo a mi capacidad de camuflarme, puesto que, cuando el inspector todavía no me conocía yo iba a la policía, le llevaba pizzas, les preguntaba a sus colegas por su vida personal, conocí a sus amigos y me relacioné con ellos, incluso le envié un regalo a su esposa, por el día de su cumpleaños, antes de que se divorciaran. He permanecido a su lado como una sombra y estoy seguro de que es el hombre más capacitado que podría elegir, sin embargo, no está convencido por completo, tendrá que combatir contra locos dementes como yo y nunca castigará a los, supuestamente, buenos hombres que deberían ser condenados.

 El paso por la vida es muy corto y hay que ponerse un objetivo. Ese fin debe ser conseguido a toda costa porque en caso contrario se pierde la vida en inutilidades. Johnson tiene un infierno cómodo. Le satisface su sueldo, su mujer no lo molesta porque no tienen hijos, carece de tiempo para las relaciones sentimentales, es apático en el sexo y le interesa más su trabajo que cualquier otra cosa. Lucha contra las injusticias y castiga a los malhechores. Lo único que lo atormenta es que, en realidad, habría querido tener una vida diferente. Si hubiera optado por las carreras de contaduría o abogacía, como era su deseo, ahora sería muy buen especialista en cualquiera de las dos, pero, por necesidad, se metió a trabajar de ayudante en una comisaría para colaborar en su casa con el sustento; luego, ya en departamento de homicidios, en un caso complicado dio una opinión y relucieron sus aptitudes de investigador, así que le fueron dando tareas, al principio muy sencillas, después más complejas. Como resultado, el gusano de la curiosidad le fue engrandeciendo la necesidad de saber más sobre las causas del crimen y terminó con un ayudante a su lado y como jefe del departamento de homicidios. 
Me cae muy bien y siento que es para mí como un primo o un amigo con el que convivo continuamente y riño, río, discrepo. La primera vez que me vio, fue cuando maté o, mejor dicho, ayudé a un estafador a librarse de su infierno. El amparado era un hombre que había creado unas condiciones muy favorables para vivir con lujo y confort. El único problema era que su esposa lo satisfacía cada vez menos y su amante lo chantajeaba, por lo que empezó a fallar en el trabajo y comenzó a endeudarse. Se llamaba Christopher Lee, no era muy alto, ni fuerte a pesar de practicar deportes, su carácter era un poco voluble y padecía a menudo de estreñimiento. Lo vi por primera vez en un café y al verme no pudo controlar su risa que, por franca, me pareció como un llamado de ayuda. Le pregunté a la camarera por el hombre y me proporcionó sus datos.
 “Es abogado, señor—me dijo con una sonrisa amarillenta—, trabaja cerca de aquí y viene por las tardes a almorzar”. Desde ese día comencé a seguirlo a discreción, pero mi uniforme de vaquero, con mis pistolitas de juguete y mi sombrero me impedían esconderme por eso siempre me hacía el loco, fingía que estaba jugando a los indios y vaqueros. Un día, cansado de verme cerca de él a menudo, me enfrentó con algunas preguntas tontas y le dije que no se preocupara, que le quería hacer una consulta jurídica. Lee no quiso atenderme y me tomó como un payaso. Me recomendó que fuera al psiquiatra y se marchó. 
A Lee no le habría sido difícil resolver su problema, pero tenía un fuerte compromiso moral con su esposa y una confrontación sentimental con su querida, las dos cosas juntas lo estaban hundiendo con rapidez, era como una barca a la que se le ha hecho un hueco al chocar contra una afilada roca. Empezó a beber y el alcohol entorpeció a Christopher. Una afortunada noche, cuando él iba saliendo de un bar, chocamos. Como siempre se burló de mí y yo le seguí el juego motivando su risa con frases ingeniosas, por desgracia para Lee, yo llevaba una pistola de verdad de bajo calibre y la saqué en el momento en que entramos en un callejón oscuro y solitario. En la oscuridad cambié mi tono de voz y le dije a mi protegido que por fin se liberaría de su martirio y de su estúpida amante. Sonrió por la incredulidad, pero los tiros le demostraron que era verdad, que todo iba en serio. No sufrió mucho y se fue feliz al otro mundo. Llamé en busca de ayuda a un hombre que vi, después de haberme deshecho de mi sombrero y mi canana con una pistola de juguete y balas de plástico.
 Minutos más tarde llegó Johnson, me encantó desde el primer momento y decidí que seríamos colegas. Él haría el papel de clérigo tratando de demostrar la santidad de los asesinados y yo como una especie de abogado del diablo demostrando su dependencia infernal y culpabilidad. Declaré lo mismo que el hombre al que había acudido, Steven Johnson nos creyó y lo empecé a seguir para saber si algún día podría servirme para liberarme de mi propio infierno. ¿Qué? ¿Qué les pasa, queridos amigos? ¿A caso pensaban que yo estaba exento de mi propio paraíso infiernal? Pues, no. Yo como todo ser humano, sin excepción, tengo las condiciones de mi averno y requeriré la ayuda de mi estimado amigo Johnson, de hecho, les he invitado el día de hoy para que presencien mi final. He santiguado a muchos fieles que siguieron al pie de la letra sus normas para caer en el más horripilante de los precipicios morales. Aclaro que he asesinado sólo a las personas que no tenían salida en su laberinto de tinieblas y la única solución era la muerte.
 A todos los que pudieron encontrar una salida los perdoné, incluso les di pistas para que encontraran la luz y el sentido de la vida. Únicamente me he ocupado de los casos irresolutos, así que no me juzguen injustamente. Sé cuáles son las consecuencias de mis actos y estoy dispuesto a pagar con mi propia vida. Esta tarde he cometido…, es decir, he asistido a mi última paciente. Es, bueno, era una mujer de mediana edad, siempre luchó contra sus demonios y nunca se pudo recuperar de los abusos de su padre. Fue derrotada por su carácter contradictorio, heredado de una de sus parientas esquizofrénicas lejanas, y por la lucha constante con los hombres que no podían satisfacerla. La he liquidado desnuda y despatarrada. Se encabritó cuando le dije que no me apetecía follármela de forma tradicional y comenzó a insultarme cuando me negué a salirme de la habitación. Le expliqué el motivo de su muerte, es decir, de su liberación, pero se rió de mí, me insultó, dijo que no había visto nunca en su vida un tipo más infantil y ridículo, que mi pene era de niño y yo me avergonzaba de mostrárselo a las mujeres porque al verlo les daba un ataque de risa. Le di toda la razón y le ayudé a encontrar palabras ingeniosas que la motivaran más en su burla. Logró carcajearse por el fino sarcasmo y cuando se privó por la falta de aire. Saqué, desabrochándome la bragueta, la pistolita hswn 1180 que es pequeñita y, como es dorada, ella creyó que era un encendedor. Se revive la imagen y veo como le disparo y cae tendida sobre la cama, su carne holgada y sus gordas piernas rebotan en el colchón. Aprieto el gatillo dos veces más para llamar la atención de las otras putas del burdel, llega corriendo el padrote al cual no tengo motivo para matar porque se merece su infierno, pero le meto dos plomos vengando a las mujeres que ha martirizado. Le ordeno a la matrona que llame a la policía. 
Me queda sólo una bala en el cargador y no sé qué hacer porque tengo dos personas que bien podrían merecérsela, la primera es la desagradable madame que se ha ido a llamar a Johnson, y la segunda, como podrán adivinar soy yo. Podría bajar y terminar con la maldita madama que apesta a tabaco y alcohol, pero eso me quitaría la posibilidad de amenazar a Steve con un tiro fallido y me apresarían. No quiero ir a la cárcel, ni ser sentenciado, tampoco soy partidario de contar públicamente mis actos de buena voluntad, ni quiero que una tipógrafa inútil tome mis declaraciones. Es mejor que venga mi héroe Steve Johnson y me ordene tirar el arma, que se prepare en el momento en que lo tenga en la mira y que dispare mientras yo desvío el cañón de mi dorada mini Veretta y acierto al techo. Él no fallará, me dará en el pecho o en la frente. Eso dependerá del tiempo que tenga para apuntar. Le daré todo el tiempo del mundo. ¡Chissst!!Chisst! Ahí viene.

 Hola, Steve, ¿qué tal? Ja,ja,ja..No me esperabas aquí, ¿verdad? Ah, ¿no te sorprendes? Perdona que te haya hecho venir a esta hora, pero necesito confesarte algo. No, no es para atestiguar, eso ya lo he hecho dos veces, ¿recuerdas?!Espera! !No, no te muevas! ¡Si avanzas un paso más te disparo! ¿Que me calme, dices? Oye, ya nos conocemos y lo único que te pido es que me escuches. ¡Así está mejor! Seré breve. Te apunto sólo para que no te muevas mientras hablo, no voy a dispararte, tu mantén el arma lista por si cambio de opinión, ¿vale? Bien así está bien. Bueno, pues soy el asesino de Christopher Lee, de John Adams, de Louisa May y todos los que tienes en tu archivo de casos abiertos. No era tan difícil encontrarme, Steve, no te dejé muchos rastros porque tenía que cumplir mi misión, seguro que sabes cuál es, ¿no? Me sorprendes, Steve, eres muy perspicaz, es por eso que te escogí. Mira, no me culpes, esas personas tenían que morir para ser libres, yo sólo les ayudé a salir de su infierno en vida y les mostré la salida. Fui su mesías, su salvador. Ahora descansan en paz, ya no sufren. Ahora, ha llegado tu turno Steve, tú también debes salir de tu penumbra inmisericorde, prepárate, Steve, vas a morir…!Bang! ¡Bang! ¡Oh, dios, gracias al cielo…! ¡Aghggg! !Adiós, Steve!

Purgatorio

 Cuando te enfrentas a este tipo de locos no sabes qué hacer. Al principio se te aparece para desconcertarte, como lo hizo cuando fungió de testigo en el hallazgo de la víctima que él mismo había matado. Luego su constante rondar por la comisaría preguntando si puede ayudar en el caso de Lee, lo ves con su sombrero texano, sus pistolitas de juguete y su placa de sheriff robada a uno de sus nietos y te dices que está más loco que una cabra, pero que jamás le haría daño alguno a la gente por causa de su infantilismo. Prosigues con las investigaciones de los asesinatos y, aunque vas descubriendo al anciano cowboy con cada pista y en cada rastro, te dices a ti mismo que es imposible que una persona tan carente de maldad asesine a empresarios, obreros, borrachos perdidos, mujeres desconsoladas y enfermos mentales. Aplicas el método deductivo y no encuentras un móvil definido para los crímenes. Razonas todas las tardes, te pasas horas enteras cotejando las estrategias del homicida y no sabes por qué ha matado a hombres con un estatus económico, a borrachos perdidos, a mujeres fieles a su marido y ahora a una prostituta. Se te va metiendo el gusano de la curiosidad y lo investigas. Interrogas a sus conocidos que sólo critican su aspecto exterior y nunca han convivido con él de forma seria. Te da lástima que lo tomen por un payaso, sobre todo, cuando sabes que lee libros muy complejos de filosofía, de inmediato saltan como un resorte las palabras del dependiente de la librería: “Ah, se refiere al Justiciero Solitario. Sí, sí que viene por libros, que qué compra, pues no lo va a creer, pero se ha leído “Crimen y castigo”, “Los hermanos Karamazov”, “A puerta cerrada”, “El complejo de Sísifo” y un montón de libros sobre el bien y el mal, por cierto, él mismo dice que es el emisario de la libertad”. Después de esa noticia no sabes qué hacer porque tienes al sospechoso e intuyes la razón de sus crímenes, sin embargo, su aspecto exterior de niño con cuerpo de viejo te bloquea y descartas la posibilidad de que esté inmiscuido en los aberrantes actos de los cuales lo culpas. Empiezas a seguir sus pasos y algo dentro de ti te dice que estás haciendo el ridículo persiguiendo a un hombre inofensivo que a lo único que se dedica es a transportar costales de cemento y todo tipo de materiales de construcción. Lo ves sonriente con una paleta recubriendo con yeso los muros, te saluda con una sonrisa franca. 

Al final de la jornada te ocultas y lo persigues hasta su casa sólo para constatar que se pondrá a ver la tele o leerá alguno de sus libros de filosofía. Por un lado, comprendes que bien podría ser un criminal, pero si lo comparas con los dementes homicidas su cuadro psicológico no encaja y empiezas a romperte la cabeza buscando un fantasma. Por último, dejas todos los prejuicios a un lado y te pones a seguir sus huellas como un verdadero sabueso, olfateas todo, metes las narices en todos lados y descubres lo que está debajo del disfraz. Hay un hombre que se siente libertador, es un idealista tonto al que la economía ha quebrado. Está roto por el peso de las deudas y sus principios no le permiten soportar tal humillación. No culpa a nadie de su desgracia porque la comparten todos a su manera; todos somos víctimas de la mala administración pública y de la economía global. Aparecen día a día personas que no pueden satisfacer sus necesidades y, mucho menos, sus sueños. Te parece escuchar sus palabras cuando te decía que él era una víctima de la mala economía, que le había tocado el penúltimo escalón y que cuando bajara el peldaño que le faltaba se mataría sin remedio, que se quitaría el uniforme de vaquerito que se había inventado en el momento en que dejara de ser un pobre diablo pidiéndole limosnas a sus jefes y suplicándole a los banqueros que le perdonaran su deuda. Y, ahora, ya lo ves está ahí tendido, inerte, con sus botas viejas, su sombrero aplastado y su estrella de sheriff agujerada por el disparo que le diste. Al verlo así te remuerde un poco la conciencia y piensas que tal vez habría sido mejor que él acertara y siguiera matando gente muerta en vida. ¿Qué a que me refiero? Pues a sus palabras. A eso que decía el librero cuando me contó sobre sus conversaciones con el solitario justiciero. ——¿Sabe? —decía el encargado con acento cubano— ese hombre sería un buen profesor de filosofía en la Habana. Yo se lo propuse un día, pero me dijo que su misión la tenía que cumplir aquí. Un día me citó a Kierkegaard, dijo esa frase de que el tirano muere y su reino termina; el mártir muere y su reino comienza—. Después de escuchar algo así lo único que puede suceder es que empieces a atar cabos y sepas a la perfección lo que quería decir ese hombre. Te preguntas a ti mismo si no serían los mártires de su propio infierno esos seres asesinados que alcanzan la paz con una bala minúscula de pistola de “juguete”. Entonces lo sigues y cuando ya lo vas a capturar te llega una llamada para que acudas urgentemente a un prostíbulo donde el anciano te espera para morir. Comprendes que has sido usado como una pieza de su tablero de ajedrez y que te toca aceptar el mate haciendo el reporte judicial en el que sólo exhibes tu ineficiencia y tu falta de sentido común.

Conciencia.

Siempre estuve a su lado y traté de inculcarle los mejores principios, eso no quiere decir que tratara de imponérmele, más bien fui yo quien siempre tuve que recluirme a la soledad para meditar sobre las cosas que él me planteaba. El Justiciero Solitario, como lo llaman, era mi mejor interlocutor, conversé con él toda la vida, estuve presente hasta el último momento cuando me preguntó que qué pasaría si en lugar de fallar el tiro lo dirigiera al pecho de Johnson. Vino en nuestra ayuda el sentido común quien nos dijo que eso era absurdo y que el juego terminaba de esa forma, eran las reglas. Así que convencidos acordamos hacerlo de esa manera. Yo no tengo ninguna queja contra el al principio le ponía muchas trabas para que no hiciera lo que quería, pero de inmediato me echaba un rollo filosófico que me tranquilizaba. Luego empecé a mirar las cosas como él, hablé con todos los sentidos, el alma, la justicia y la fe. Todos me dijeron que hacía lo correcto, por esa razón pasé a segundo plano y en lugar de gritar cuando algo no me gustaba, me ponía a meditar sobre el bien y el mal y comprendía lo profundo de sus actos, así que con toda razón puedo decir que estoy tranquila y libre de remordimientos.



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