lunes, 11 de julio de 2016

Coincidencias.

Es una tarde muy tranquila, he terminado mi trabajo una hora antes y estoy aprovechando que mi mujer va a ir de compras para dar una vuelta por el centro de la ciudad. Me llamó hace tres horas y me dijo que comiera en la calle porque en la casa no iba a encontrar nada, así que me he venido aquí para ir a la Casa de los azulejos y comer en el Sanborns. Me encanta el Zócalo porque siempre se puede ver algo de interés mientras uno se pasea por las bellas calles de estilo colonial, es impresionante ver cómo se mezclan los tiempos pasado y presente con las culturas antigua y moderna. Es un placer ver, al mismo tiempo, un edificio del siglo XVIII y, a unos cientos de metros, construcciones súper modernas.

En esta bella zona se disfruta no sólo de la arquitectura sino de los espectáculos callejeros que nunca faltan. El ingenio de los artistas urbanos no tiene límite. Claro que da lástima que gente tan talentosa pierda su vida intentando ganarse unas cuantas monedas para vivir casi como la gente normal sin lograrlo nunca. Me encantan los danzantes que se reúnen a un lado de la Catedral Metropolitana me infunden su ritmo de tambores y flautas de arcilla, los sonidos de los cascabeles me hacen sentir como si fuera un guerrero águila de la antigüedad. Sus penachos de plumas de colores me recuerdan bellos arco iris o alegres pavorreales. Creo que el mismo Carlos Fuentes se camuflaba para venir a verlos porque esa musicalidad de vientos agudos, pieles de tambor y cosquilleo de maracas se filtraban por las rendijas de las ventanas de su casa y lo influyeron tanto que los plasmó, a través de sus palabras, en algunas de sus obras.

 Veo a un hombre haciendo malabarismos con un cubo de tubos muy delgados de aluminio, gracias a su habilidad y el efecto visual que crea, parece que hace plateados heliogramas en el aire, lo acompaña una música de banda zacatecana que surge de una grabadora vieja y sucia, los cornos de la melodía bufan mientras los clarinetes hacen correr sus notas apresuradas por los bordes de las aristas del cubo hueco. Es muy ágil el hombre y maneja el artefacto como si fuera una bastonera del Súper Bowl, pero en lugar de su minifalda blanca y sus charreteras está vestido de payaso, lleva un pantalón bombacho de color naranja muy ajado, unos mocasines de pato y una ajustada camisa rayada de mangas largas. Su rostro parece alegre, gracias a la enorme sonrisa pintada al estilo de José Manuel Vargas, más conocido como Bozo, sin embargo, es muy diferente porque lleva una peluca afro de color negro que lo hace perecerse más a Tom Jones, Roberto Jordán o, a Roberto Carlos cuando eran jóvenes. En fin, hay mucha gente con miradas curiosas apretando sus pertenencias para que no se las roben por estar de bobos mirando el espectáculo. El malabarista ha terminado con el cubo y su siguiente número es en un monociclo. El payaso de melena africana de pelo sintético da vueltas, se detiene, finge caerse y amenaza a todos con atropellarlos, la gente no se inmuta porque se da cuenta de la gran habilidad del cirquero urbano. Por último, sus dos ayudantes, seguramente sus hijos, hacen un número de pantomima en el que imitan ser unos pescadores que atrapan un gran pez, pero para sujetarlo necesitan la ayuda de los espectadores, quienes entienden rápidamente que la colaboración es con algunas monedas, y empiezan a espulgarse en los bolsillos. Los que tiene algo de morralla la entregan gustosos y ven como el furioso pez se va durmiendo mientras se guarda el dinero en la barriga. Al final, el tiburón se duerme y los niños se lo comen.

Después de alegrarme un poco y haber dejado las monedas que me sobraban en el vientre del payaso, cruzo la plaza y entro en la calle 5 de mayo, recuerdo que el lugar al que voy está en una calle paralela, intento cambiar de dirección, pero la imagen de una mujer me detiene en frío. Un pequeño punzón en el hígado me hace caminar hacia el frente, se repite el piquete, pero esta vez lo siento en el corazón. La razón es que he reconocido a mi esposa Araceli, es inconfundible su forma de andar, el vestido que lleva se lo compré hace unos meses para que pudiéramos asistir a una fiesta importante de mi trabajo. Logro ver su perfil chato y me llega un pequeñito silbido de su voz aguda. Va del brazo de un hombre fornido que parece fisiculturista. No sé cómo reaccionar, me siento el tipo más idiota del mundo. Pienso que si me acerco a ella me dirá que es un amigo de no sé dónde, tal vez un ex compañero de la universidad, incluso hasta un primo. Sería estúpido acercarme. Prefiero, con todo el dolor de mi corazón, comprobar que es el instructor de aerobics de quien me ha hablado algunas veces y con quien me pone los cuernos. Me siento fatal es como si me estuvieran vaciando por dentro, quiero golpearlos a los dos, pero de esa forma estropearía todo, aunque desde ahora ya está todo perdido y el saberlo me irrita todavía más. Veo que entran a un lugar, me acerco y veo que es la pequeña entrada del hotel Zamora, veo la estrecha puerta con el austero anuncio y el número cincuenta en un azulejo de la edad del caldo. Ese lugar tiene la particularidad de crear el efecto de que la gente se ha metido a la cafetería El Popular o al restaurante del mismo nombre porque está entre los dos negocios, que al final son el mismo.
Veo a mi mujer de espaldas, se contonea mucho, tengo la sensación de que se burla de mí provocándome para que tome una decisión. Me quedo inmóvil porque ha llegado hasta mis oídos su risita burlona en forma de eco. Sus palabras suenan como alfileres. En lugar de correr y alcanzarla me quedo petrificado mirando el corredor, los miro subir las escaleras y desaparecer. Trato de urdir algo, pero solo me vienen recuerdos, por desgracia, buenos. Aparece Araceli el día en que me la presentó Vicente, un colega de la facultad de economía, llevaba un vestido azul entallado, se notaba a leguas que tenía un cuerpo hermoso, con las caderas anchísimas, las piernas largas y el tronco fino con un pecho pequeño y muy bien formado. Sus bucles rizados le colgaban por los lados dándole una apariencia de diosa griega, y sus ojos melosos, sensuales y astutos, brillaban como si fueran de ámbar. “Yo no la he podido conquistar, Miguel—me dijo Chente, sintiendo una gran pena de verdad—, pero ya le he hablado de ti y ha sentido mucha curiosidad”. La traté en la fiesta con mucho tacto y me di cuenta de que le gustaba mi sentido del humor, además yo tenía una situación económica mucho mejor que la de todos sus pretendientes, así que me convertí, en primera instancia, en el partido perfecto. Aceptó salir conmigo y no hubo un solo detalle que se me fuera de las manos.

 Me pude acostar con ella tres meses después de conocernos y dos antes de casarnos. Podría decir que fue un flechazo, pero en realidad ella sintió bastante interés por mi dinero y yo por su cuerpo que es muy tibio, fértil e insaciable. Firmamos un pacto sin revelar nuestras verdaderas intenciones. A mí me satisfacía la idea de que ella estuviera conmigo en la cama en los momentos de más excitación y a ella, seguramente, que yo no le negara ninguno de sus caprichos. Llegamos a la iglesia felices, rodeados de nuestros amigos, la ceremonia fue excepcional y en el restaurante se desbordaron los ríos del mejor champagne y la gente degustó los platillos más selectos. Después pasamos una orgiástica luna de miel y regresamos de Zihuatanejo sumamente satisfechos y con la piel pálida por pasar todo el tiempo en la cama ocultándonos del sol. Al volver a la vida normal le dije a Araceli que, si no deseaba trabajar, podía quedarse en casa; que con que comiéramos juntos y estuviéramos uno al lado del otro siempre me sentiría feliz. Aceptó y al poco tiempo empezó a buscarse todo tipo de actividades para no aburrirse en la casa. Nunca se había dedicado a la aeróbica y sólo salía a correr un rato conmigo por las mañanas. Pasaba el tiempo ocupada en las tareas de la casa y las visitas a la casa de su madre y sus hermanas. Le propuse que hiciera un máster en la universidad, pero me dijo que estaba harta del estudio que se conformaba con la lectura de sus novelitas románticas. En la vida íntima nunca tuve ninguna queja porque Araceli es de ese tipo de mujeres que se entregan por completo en el sexo y están dispuestas a probar cosas atrevidas o, incluso, a pervertirse con tal de complacer a su pareja. No quisiera entrar en detalles, pero para que se den una idea les diré que es incansable en la cama. El recordar esto me ha dejado de nuevo aquí en esta acera, petrificado. Miro hacia arriba y trato de adivinar en qué maldita habitación están fornicando. No puedo soportar la idea de que esté montada en ese imbécil, me corroen los celos y me cuesta trabajo respirar. El hotel tiene tres plantas y las habitaciones son muy pequeñas, no hay muchas.

 Creo que lo más probable es que hayan pedido una habitación en la parte de arriba para estar más alejados de las miradas indiscretas de los mirones del edificio de enfrente. La administración está en el primer piso y me decido a entrar, pero me detengo en el largo pasillo, llego a la escalera y me quedo varado. Recuerdo que yo mismo he venido aquí con algunas mujeres. Se preguntarán cómo es posible que teniendo una esposa tan atractiva y ardiente tenga el descaro de reservar habitaciones aquí para fornicar con otras mujeres. Lo que pasa es que uno se aburre de comer todos los días lo mismo, aunque se trate de un manjar de dioses, y de vez en cuando se siente la impetuosa necesidad de comerse algo diferente. Acepto que he tenido bastantes amantes en el transcurso de mis cuatro años de matrimonio. No sé por qué la sociedad se empeña en limitar la capacidad sexual del hombre a una sola mujer. La monogamia es la peor aberración del hombre. Creo que eso se lo debemos a la iglesia católica. ¿Quién fue el estúpido que dijo que un hombre debe serle fiel a su esposa hasta que la muerte los separe? ¿Acaso no saben cómo está diseñada la naturaleza masculina? Un macho, para que lo sepan, no puede excitarse y luego irse a descansar como si nada hubiera pasado. A los hombres, después de tener fantasías eróticas o ver una mujer sensual y provocadora, se nos acumula el semen y si no lo sacamos, entonces sentimos una inflamación del vientre y un dolor horrible en los huevos y, si por desgracia, eso sucede a menudo y nuestra mujer está en el período, tenemos que aguantarnos o estarnos masturbando en el baño. Es por eso que nos ponemos de mal humor y hasta que no nos exprimen la leche no podemos calmarnos, es una cuestión práctica y natural.
 Con Araceli es muy cómodo, ya he dicho que es una mujer sin complejos, ella me deja hacer lo que le pida, incluso si es necesario metérsela por detrás, lo acepta sin reparos y lo goza de verdad. Un día, no sé por qué, me cansé un poco de ella. Serían la rutina de mi trabajo y nuestra relación por lo que deseé conocer a otras mujeres. En gran medida, han sido mis compañeros de trabajo los que me han inducido a la infidelidad porque todo el tiempo hablan de las secretarias, me preguntan si tengo una amante y me presentan amigas dispuestas a acostarse conmigo sólo por mi calidad de jefe. A cualquier varón le resulta muy difícil rechazar los encuentros sexuales que surgen de forma inesperada. Es obvio porque no tienes ningún compromiso y te dejan satisfecha la curiosidad, esa sensación desagradable que molesta como la comezón y que por las noches nos quita el sueño cuando pensamos qué se sentirá hacerlo con otras. Muchas veces esas experiencias te hacen valorar a tu pareja y vuelves al matrimonio con más ímpetu. Todo lo que he argumentado hasta ahora me parece justo, pues en la naturaleza un león aparea a sus leonas y pocos animales permanecen fieles en sus relaciones de pareja.

El hombre es tan animal como cualquier homínido o mamífero, ¿por qué habríamos de limitarnos a tener una sola mujer? En fin. ¿Y qué hay de ellas? Una mujer normal, se supone que no puede acostarse con otro por razones obvias. Si está enamorada y siente la seguridad en su lecho, jamás será infiel. Para hacerlo tiene que dejar de amar. Para una mujer la infidelidad es el cambio de hombre por falta de amor. Ninguna puede estregarse a otro mientras ame a su media naranja, se volvería loca luchando contra sus propios sentimientos. La única excepción son las putas y las ninfómanas a quienes les tiene sin cuidado el amor y aun así siempre están preguntándote si sientes algo por ellas. ¿Por qué Araceli ha venido con ese cabrón? Eso es lo que me está mortificando. Le he dado todo: dinero, atención, seguridad y placer. ¿Qué más necesita la hija de puta? Es imprescindible subir ahora mismo para aclararlo. Voy a coger a ese cabrón, instructorcito de pacotilla y lo voy a tirar por el balcón para que se le quite, al puto, andar conquistando mujeres ajenas. Ahí está la encargada de recepción. Me mira con indiferencia y espera a que me acerque para preguntarme qué deseo. Yo la miro en silencio y noto que me pone más atención. Me vuelve a preguntar que qué deseo. No le respondo y repite muy lentamente pronunciando la pregunta silaba por silaba. Mientras me interroga trato de contar en el tablón, donde cuelgan las llaves de las habitaciones, cuántas faltan. El hotel está vacío porque sólo se han llevado dos llaves, una de la segunda planta y la otra de la tercera. Otra vez, la mujer morena con ojos de rana me pregunta lo que quiero, pero de forma muy imperativa. Le digo que no se altere, que tengo un problema y que me gustaría saber si se ha alojado la señora Araceli Maldonado de Gómez. Dice que no ha registrado a nadie con ese nombre. Es lógico, la habitación la pagó el imbécil del instructor. Me siento como un idiota. Me decido a contarle mi problema a la mujer. Me escucha indiferente y me dice que ella no quiere meterse en problemas, que no sabe nada y que no puede decir nada. Me mira fijamente invitándome con su entrecejo fruncido a que me retire. A mí me recorre un escalofrío porque pienso que me ha reconocido, pues a ella precisamente, le pedí un cuarto en la planta de arriba hace unas tres semanas, pero entonces venía con una compañera de la oficina y le hablé con bromas y coqueteos que ahora ella debe recordar y su mirada me dice claramente que si yo engaño a mi esposa por qué no lo habría de hacer Araceli también. Le explico que es mi mujer la que ha entrado con un tipo atlético.
 Ella sigue negándose a darme información, miro de nuevo el tablón de las llaves y le pregunto si están en la tercera planta. No hay respuesta, pero un parpadeo pasajero la delata. Me advierte que si subo llamará a la policía y que no responde por las consecuencias. No le pongo atención y salgo corriendo hacía las escaleras.

 Al llegar al tercer piso me flaquean las piernas, jadeo y tengo que ponerme en cuclillas para no caerme. Siento los ojos húmedos porque en los pocos peldaños que he subido se ha quedado todo mi rencor y el peso del engaño me saca las lágrimas. Recapacito y pienso que perder a Araceli sería una tragedia. He comprobado que es la mujer más buena, en el sentido sexual, que he tenido. Jamás conseguiré una igual. Estoy dispuesto a compartirla, ya me las ingeniaré para que no vuelva a ver a su fisiculturista. Trato de convencerme de que es mejor tenerla compartida que dejarla ir para siempre. Está en su mejor momento, me digo a mí mismo, ya habrá ocasión para dejarla cuando esté celulítica y gorda. Mi orgullo se me planta enfrente, no me deja dar la vuelta, me reprocha por cobarde me ancla los pies en el piso y me mira como un juez antes de dictar la pena capital. No tengo la suficiente cordura para dar marcha atrás y me asalta el coraje. Camino por el corredor y unos fuertes jadeos me atraen como un imán, llego a una puerta y oigo claramente los rebuznos del animal que está montando a mi mujer. Ella se queja como si la estuvieran pellizcando. Es el sonido que emite cuando está loca de pasión. Parece que él es mucho más complaciente que yo. Gritan, tiembla el piso y ella se desploma sobre la cama, me parece ver cómo se le doblan las patas a la cama después de haber soportado la presión de los salvajes embistes del atleta. Toco la puerta, luego la golpeo con los pies y grito enfurecido. Abre el hombre, está en calzoncillos y lo empujo, veo a mi mujer desnuda agotada y sin fuerzas. Tiene las patas abiertas mostrando descaradamente la vulva, ni siquiera voltea a verme. El instructor me coge del cuello y me empieza a ahorcar. No puedo respirar, escucho muy lejos la voz de Araceli implorándole al monstruo que me libere el cuello. Es imposible todo intento, se me nubla la vista y siento que pierdo el conocimiento. Ya no respiro, no logro ser consciente de mi cuerpo, ya no puedo pensar está oscureciendo…

 —¡Suéltalo, cabrón! ¡Vas a matar a mi marido!
 —¡Quítate de aquí!!Ya verá este hijo de su puta madre quién soy yo!
 —¡Apártate!!Apártate!!Mira nada más cómo está! No se mueve. No respira. ¿Qué has hecho, imbécil? —No aguanta nada este idiota.
 —Mario, eres un animal. Ya lo mataste cabrón, ¿qué vamos a hacer ahora? Dime, ¿Qué madres vamos a hacer ahora?
 —¡No está muerto! Échale un vaso de agua en la cara y ya verás cómo se despierta el maricón.
 —Te digo que no. Esta azul, no se mueve, no respira. ¡Haz algo pendejo! ¡No me dejes así con esta puta bronca!
 —Si crees que ya se petateó, hazle la respiración boca a boca. Tápale la nariz, inclínale la cabeza hacia atrás y échale aire soplando.
 —No reacciona, cabrón. Está muerto, te digo.
 —Estúpida. Sólo eso nos faltaba, que por coger una vez tengamos que cargar con este guey. ¡No mames!
 —¿Qué haces, cabrón?
 —Ya me voy, de nada sirve que esté aquí. Ese puto cadáver es tuyo. ¡Arréglatelas sola, pendeja!
 —¡No, no! ¡No te vayas, Mario! ¡Ayúdame! ¡Te lo imploro, no me dejes aquí! Hay hijo de puta, ya me apachurraste los putos dedos…Me lleva la chingada, ¿qué voy a hacer ahora diosito?!Me va a llevar la chingada! ¡Toc, toc! ¿Quién es?
 —¡Abre, pendeja! ¡Ábreme ya!
 —¿No que ya te ibas, culero?
 —¡Cállate, imbécil!?No ves que dejé mi nombre al registrarnos? ¡Ahora no me puedo ir! Todo por tu culpa, cabrona.
 —¿Sabes qué, pendejo? !Tenemos un pedo y si no nos calmamos, nos va a llevar la chingada, guey! Para coger si estás puesto, ¿no? Pues, para resolver esto, también. ¡Cálmate y vamos a pensar con la cabeza, cabrón!
 —¡¿Y qué propones que hagamos?! Dilo, si es que eres tan lista.
 —Lo primero que tenemos que hacer es inventarnos una cuartada. Vamos a decir que se ahogó con una pastilla que tría en la boca. Saca una pastilla halls y métesela en la boca. Después, decimos que se nos ahogó mientras hacíamos el amor, que se le atoró la pastilla y que mientras tú y yo nos estábamos viniendo, él se ahogó solito.
 —O sea que seremos como unos swingers, ¿no? Pero ni siquiera sé cómo se llama tu cabrón.
 —Miguel. Se llama Miguel. Bueno, se llamaba así. Les dices a los policías que nos invitaste a comer y luego pagaste la habitación y que mientras él nos veía como culeábamos no nos dimos cuenta de lo que le pasaba.
 —¿Estás segura de que eso servirá? Además, se te olvida que está la mujer de la recepción que nos vio llegar solos sin tu marido.
 —Pues, diremos que él, o sea Miguel, llegó después y que lo esperamos para comenzar.
 —Bueno, pero si algo nos falla te mato. ¿Lo oyes? Yo no tenía ninguna necesidad de meterme en semejante bronca. Hablarás todo el tiempo tú y yo sólo les diré que nos encontramos en el restaurante, comimos algo ligero y nos venimos tú y yo primero, mientras tu marido iba al servicio y se daba una vueltecita por allí para prepararse. ¿Está bien? O.K. Voy a decirle a la recepcionista que llame a la policía, pero antes tú métele la puta pastilla hasta el fondo para que parezca que si se la tragó.
 —¡Ya está! Ve rápido y no te tardes, por favor.
 —Ya voy, déjame terminar de vestirme y salgo. ¿Para qué hice esto, cabrón? Pero si seré imbécil. !Huy! ¡Puta madre! Y todo por una pinche vieja. Bueno, está culona la hija de la chingada, pero me va a salir carísimo el pedo, ¿eh? A ver si no me meten al tambo y ya valió madre todo.
 ¡Toc, toc!
 —Ya está. Dice la señora que ya los llamó hace quince minutos. No tardarán mucho en llegar. Oye, vamos a repetir lo que planeamos. ¿Tú quién eres?
 —Soy Araceli Maldonado, mi esposo me llamó a mediodía para acordar nuestro encuentro con Mario, mi instructor de aeróbics que estuvo de acuerdo en invitarnos a Miguel y a mí a comer y luego compartir parejas. Mi esposo y yo somos swingers y, por lo regular, organizamos este tipo de encuentros cuando él siente la necesidad de reavivar nuestra relación, dice que cuando ya me está fastidiando en el sexo y las cosas se convierten en rutina, lo mejor es hacer este tipo de cosas. Para mí la primera vez fue muy difícil, pero como él me lo imponía lo tuve que aceptar. Como les decía, hoy habíamos quedado todos: Miguel, Mario y yo, para un encuentro sexual. Todo salió bien, pero no contábamos con que esto le iba a pasar. Es todo lo que puedo decir. Creo que está bien, ¿no? ¡Ahora tú!
 —Soy Mario Rodríguez, instructor de aeróbics. Tú y tu marido me contactaron para un encuentro de intercambio de parejas. Fuimos a comer y nos venimos para acá. Él, o sea Miguel, llegó más tarde y se unió a nosotros, se metió una pastilla sin que nos diéramos cuenta y se ahogó por la excitación. Nosotros no nos dimos cuenta porque no esmerábamos haciendo lo que a él le gustaba ver y sus gimoteos los interpretamos como algo habitual. Así que cuando nos dimos cuenta de su situación, ya era demasiado tarde. ¿Está bien?
 —Sí, sí, me parece que entre menos hablemos y menos detalles le proporcionemos a la policía, las cosas irán mejor. Limitémonos a decir lo que hemos acordado. Si hay algún imprevisto no inventes nada que yo no pueda deducir con la lógica, ¿estamos?
 —Estamos.
 ¡Toc, toc!
—¡Ya están aquí, cabrón! ¡Ábreles tú!
 —¿Quién es?
 —La policía, abra la puerta, por favor.
 —Sí, claro pase, pase.
 —Buenas tardes. ¿Este es el muerto?
 —Sí señor policía, es mi marido. Se llama…
 —Un momento. Espere hasta que yo le haga las preguntas, por favor. Miren este es mi ayudante Gonzalvo y yo soy el teniente Noé. Me pueden llamar por mi nombre. Un momento, por favor. Gonzalvo revisa el estado del cadáver y llama a los forenses que ya deben estar abajo. Hazlo rápido y no te tardes mucho.
 —A sus órdenes, jefe.
 —Bueno, ¿cómo se llama usted señora?
 —Soy Araceli Maldonado de Gómez y…
 —Sí, siga, dígame, ¿qué hace aquí?
 —Pues, resulta que mi esposo me llamó a mediodía para acordar nuestro encuentro con Mario, o sea, él, mi instructor de aeróbics que estuvo de acuerdo en invitarnos a Miguel y a mí a comer y luego compartir parejas. ¿Sabe? Mi esposo y yo somos swingers y, por lo regular, organizábamos este tipo de encuentros porque, cuando él, mi marido, sentía la necesidad de reavivar nuestra relación amorosa… Decía que cuando ya me estaba fastidiando en el sexo y las cosas se convertían en rutina, lo mejor era organizar este tipo de encuentros. Para mí fue muy difícil la primera vez que lo hicimos, pero como él me lo imponía lo tuve que aceptar. Como le decía antes, hoy habíamos quedado todos: Miguel, Mario y yo, para un encuentro sexual en este hotel. Todo salió bien, quiero decir en la relación sexual, pero no contábamos con que esto le iba a pasar a mi marido.
—Veo que se le atoró algo en la garganta y se asfixió, ¿no es así Robles?
 —Sí, inspector. Le he sacado una pastilla que tenía en la garganta y estoy revisándolo y tomando notas para el informe forense.
 —Bien, ¿Y usted quién es?
 —Yo soy Mario Rodríguez, instructor de aeróbics. Miguel, el marido de Araceli, me contactó para que tuviéramos un encuentro de intercambio de parejas. Ya sabe, soy partidario de los swinger que comparten a sus mujeres con otros hombres, por lo regular me llaman muchos caballeros casados para que tenga relaciones con sus mujeres. Araceli y yo Fuimos a comer y nos venimos para acá. Él, o sea Miguel, llegó más tarde y se unió a nosotros, luego se metió una pastilla en la boca sin que nos diéramos cuenta y se ahogó por la excitación. Nosotros ni lo notamos porque nos esmeramos haciendo lo que a él le gustaba ver y sus gimoteos los interpretamos como una reacción sexual, no como una asfixia. Así que cuando nos dimos cuenta de su situación, ya era demasiado tarde. Es por eso los hemos llamamos a ustedes.
 —Bien, está claro. ¿Fue usted quién reservó la habitación?
 —Sí, por supuesto, es una norma obligatoria que el swinger no pague nada y que su huésped, o sea quien tendrá la relación con su mujer, en este caso yo, cubra todos los gastos.
 —¿Y por qué eligió usted un hotel tan barato? Aquí cerca hay muchos hoteles de cuatro y cinco estrellas. Creo que esta mujer se merece más que una cama estrecha llena de pulgas. ¿Le hizo usted algún regalo?
 —No, inspector, no le regalé nada porque las reglas de los swingers son estrictas y eso está prohibido en el primer encuentro. Se puede mal interpretar, ¡sabe? Y con respecto al hotel, fue el marido, o sea Miguel quien nos citó aquí. Yo habría ido a otro sitio, pero él insistió.
 —Pues, entonces bien merecido se lo tiene el muy cabrón por…Disculpe, señora, no es mi intención ofenderla, pero está usted muy guapa para andar por estos sitios tan rascuaches.
 —No se preocupe, señor inspector, por desgracia no es la primera vez.
 —Señor inspector, he hablado con la mujer de administración. Dice que ya había visto una vez al difunto por aquí con una mujer rubia, y que luego, revisó los registros y vio que el muy mustio venía algunos lunes por la tarde y como ella no trabaja ese día, pues simplemente no le puso mucha atención al tipo.
—Bien, Gonzalvo, muchas gracias. Da las órdenes para que se lleven este fiambre. En un momento termino y nos vamos. Investiga algo más de este señor Miguel Gómez.
—De acuerdo jefe.
 —Pues, al parecer todo está más claro que el agua. Mientras no tengamos un informe completo de la autopsia no podremos decidir nada, por esa razón les voy a pedir que me proporcionen sus datos y no salgan de la ciudad. ¿Tienen algún documento de identidad? A ver, es usted instructor de aeróbics, tiene especialidad en artes marciales y cinturón negro en jiu jitsu, trabaja en el gimnasio Rogers. ¿Me podría dar su teléfono y dirección por favor, Mario?
 —Calle Uxmal, número quince. Colonia Roma, Mi teléfono es 5534289000.
 —¿Y usted, señora?
 —Calle Lucerna nº 12, colonia Juárez. Teléfono: 55856328100
—Este es su permiso de conducir, señora Araceli ¿tiene cartilla nacional de elector? Gracias. Bueno, señores, creo que no hay más que hacer aquí. Vámonos. En lo que respecta a ustedes señora Araceli y don Mario se les mandará un citatorio para que se presenten a declarar en la delegación Cuauhtémoc. Que pasen un buen día, si es que es posible que lo tengan. Hasta pronto.
 —Hasta pronto inspector.
 —Bueno, ya vámonos. ¿Quieres que te lleve a tu casa?
 —Sí, Mario, me están dando náuseas y si seguimos aquí voy a vomitar.
 —Bueno, coge tus chivas y nos largamos.
 —Oye, ¿sabes qué estoy pensando?
—No, dime, ¿qué pasa?
 —Creo que vamos a tener que quedarnos juntos y empezar una relación.
 —¿Estás loca? Yo, por si no lo sabías, tengo una novia con la que me voy a casar y la boda será pronto. Además, ¿para qué te necesito? Lo único que has hecho es meterme en un puto lío.
 —Pues, lo siento mucho, cabrón, pero tu mataste a mi marido, ojete, ¿ya se te olvidó? ¡Qué poca madre tienes! A penas, ha pasado una hora y ya no quieres saber nada del asunto y me sales con lo de tu noviecita. ¿Sabías que somos cómplices y que si te denuncio te van a meter al tambo?
 —Oye, tu no serías tan hija de puta como para irles a contar a los polis la verdad, ¿no? Eso sería la peor estupidez que podrías cometer. Te advierto que si lo intentas te mato. Te juro que antes de que me enfrasquen te mando al otro barrio, cabrona. Te lo adelanto para que no te pases de verga. Eso es lo único que me faltaba, que después de engatusarme, todavía me chantajearas. ¡Inténtalo y ya verás cómo te va!
 —¡Óyeme, cabrón, piénsalo bien! Primero, me quitas el medio de sustento y luego me amenazas. Ten mucho cuidado porque si me decido, en menos de lo que canta un gallo, te meten a la cárcel, cabroncito, y vas a lamentar toda tu puta vida no haberte quedado conmigo. Soy mucha vieja y cualquiera estaría dispuesto a casarse conmigo. Así que no te pongas tus moños y piénsalo, pendejo, que yo no te dejaré tranquilo hasta que aceptes. Y que conste que no lo hago porque me gustes mucho costal de anabólicos, sino porque quiero estar segura de que no me vas a meter en pedos, guey…

Epílogo.

 Dicen que las palabras se las lleva el viento, pero eso no es verdad. Lo que en realidad sucede es que las palabras flotan con dificultad en el aire, yo las impulso para que lleguen a sus destinos. Algunas alcanzan la orilla sin dificultad, pero otras se desvanecen y no dejan huella. Recuerdo miles de frases, algunas se han repetido miles de veces, han sido pronunciadas con diferente entonación y con originales estructuras sintácticas. En el caso de Araceli, por ejemplo, las frases:
 “Tú sólo me usas como si fuera una muñeca inflable”. “Te odio y el día que te mueras te voy a enterrar boca abajo, maldito”. “Debí denunciarte a la policía para que te pudrieras en la cárcel”. “Es la última vez que me tocas, cabrón”. Fueron repetidas a menudo. Por su parte, Mario pronunció mucho las siguientes:
 “Si hubiera sabido que por tu pinche culo se me iba a estropear la vida, me habría hecho una puta chaqueta”. “Ahora, aprenderás maldita puta, hija de la chingada”.

El caso es que fui testigo de la tortuosa relación de estas dos personas. Mario obligó a Araceli a que se acostara con otros hombres y la golpeaba. Araceli lo odiaba por esa razón y un día se las ingenió para que se repitiera el suceso que la había unido al instructor de aeróbica. Contrató a un tipo astuto, citó con engaños a Mario y lo estrangularon entre los dos. Le pusieron una pastilla halls en la boca y esperaron que llegara el inspector de policía para hacer sus declaraciones. Las últimas palabras de Mario, por extraño que parezca, fueron las siguientes:

 “Ya no respiro, no siento mi cuerpo, ya no puedo pensar… está oscureciendo…” Pero, desaparecieron muy rápido, ya que más que pronunciarlas, las pensó.

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