domingo, 17 de julio de 2016

El saltamontes Rodrigo Garza

¿Cuál es el recuerdo más amargo que tienes, abuelo? —con esta pregunta banal mi nieto me sorprendió cuando estaba dormitando en el salón mientras veíamos una película de aventuras de Indiana Johns—. No sé cómo contestarte a esa pregunta, hijo mío, pero déjame recordar…Ah, sí, recuerdo el caso de un jovencito, un amigo mío, porque si no lo sabes yo también fui joven, se llamaba Rodrigo, le decíamos el saltamontes, y practicaba conmigo las artes marciales. Era muy delgado, pero su entusiasmo y perseverancia le permitían vencer a sus contrincantes, que eran muchas veces, más pesados que él. Tenía la ilusión de que lo llevaran a competir al Japón. Entrenaba como ninguno de nosotros, su amor por el kempo era tan intenso como el amor que le tenía a su madre o a sí mismo. Un buen día llegaron las eliminatorias para elegir a los combatientes que irían a Tokio.
 Los aspirantes eran más de cincuenta y se elaboró el calendario para las confrontaciones en tres etapas. Rodrigo ganó con cierta facilidad sus primeros encuentros y pasó a las eliminatorias. Entre los mejores combatientes estaba Adolfo Suarez un pesista que se había decepcionado de los levantamientos de pesos y había encontrado mejores posibilidades en la lucha oriental. Se cruzaron los caminos de Adolfo, quien pesaba más de noventa kilos y medía un metro con ochenta y cinco, y Rodrigo que era muy flaquito, tan sólo un adolescente de quince años. Aún me preguntó por qué no se dividieron las categorías de peso y se dejó una división única. El caso es que Rodrigo peleó con Adolfo y le iba ganando en puntos por la rapidez, sin embargo, Adolfo logró cogerlo y lo levantó con facilidad, luego lo azotó contra el piso y se tumbó sobre él con gran fuerza. No te puedes imaginar el horror con el que todos los presentes vieron la escena, ni mucho menos, la reacción de los espectadores y los padres del pobre chico cuando vieron que había perdido el conocimiento. Adolfo estaba como una fiera y al ver que había ganado el encuentro se puso eufórico, tenía el puesto para irse a Japón y gritaba como loco.
¿Pero qué pasó con Rodrigo, abuelo? —preguntó Arielito con lágrimas en los ojos—. Pues se quedó en una silla de ruedas y tardó muchos años en volver a andar, nunca se recuperó del todo y sólo caminaba con una armazón de hierro que le ponían en la espalda. Entonces —me dijo Arielito abrazándome con mucha fuerza—, a Rodrigo le pasó lo mismo que a ti, ¿verdad? —Sí, Arielito, exactamente lo mismo, le pasó exactamente lo mismo, pero lo logramos superar gracias a la voluntad y la perseverancia.

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