lunes, 4 de julio de 2016

La improvisación.

Oyó el ruido de la muchedumbre, subió por las estrechas escaleras de seis peldaños y salió a un escenario. Se desconcertó porque no sabía que estaba en un teatro, miró a su alrededor y vio que la sala estaba llena. Había mujeres de todas las edades vestidas con hermosos vestidos y los hombres iban de traje, en su mayoría de color negro. Al verlo, el público guardó silencio y dirigió su mirada hacía él, cosa que desconcertó mucho a James porque de alguna forma esperaba aplausos o chiflidos. Por la presión que sentía por parte de la gente tuvo que avanzar con pasos lentos. 
En el piso había papel de china corrugado de color azul y unos cartones que semejaban olas hechas de papel maché. Caminó por el entarimado hacia el centro donde había un islote pequeño con dos palmas artificiales. James observó con atención y descubrió una silla cubierta por una manta que parecía, por el color, de tierra. 
Se sentó y miró a los espectadores, guardó silencio unos segundos y luego preguntó: “¿Qué es lo que esperan de mí? Díganmelo, por favor”. Los asistentes en lugar de responder, como esperaba James, guardaron silencio porque creyeron que la obra había empezado y miraron con más atención. “Yo no soy actor y no sé para qué me han traído aquí”—exclamó con nerviosismo—. El público no reaccionó en absoluto, hubo quien dejó de moverse y también quien se sumió un poco más en la butaca para estar más relajado y cómodo. James pensó que si estaba en escena tendría que improvisar, pero no sabía nada de actuación, por lo que decidió contar su propia vida.

“Nunca fui feliz en mi casa. Mi familia siempre me pareció formada por seres extraños a los cuales nunca les fié nada. Mi padre era bueno y siempre cumplió con sus responsabilidades, nos inculcó los principios morales y éticos para ser personas de provecho, pero los únicos que los adoptaron fueron mis hermanos porque yo siempre me caractericé por tener un espíritu rebelde e incorregible. Estudié en la Universidad y terminé la carrera de contaduría. Gracias a mi profesión encontré pronto un buen trabajo, me hice rico a costa de mis empleadores. Estafé a quién pude y nunca me detuve a pensar en las consecuencias de mis actos, ni siquiera cuando estaba consciente de que por mis decisiones encarcelarían a alguien o se decomisaría algún bien. Lo mismo caracterizó mi vida social, utilicé a la gente para conseguir mis fines. Engañé a mis amigos y nunca le confié ningún secreto a nadie, incluso a mi mujer. El tema del matrimonio es otra cosa porque no fue como en las películas ni en los cuentos de hadas. Conocí a Alice en una playa española, me habían contado que estaría allí con su padre, un empresario bastante influyente en el mercado de víveres. La vi con su bañador de color naranja y me pareció flacucha y con la piel demasiado pálida, desabrida, no era muy guapa y a leguas se notaba su origen judío. Eso, en general no me importó mucho porque sabía que en cuanto la conquistara y me casara con ella, su padre me confiaría el negocio, me convertiría en una pieza clave en el business y con el tiempo me convertiría en el dueño de una fortuna. De hecho, así fue como sucedieron las cosas. Dispuse de mucho dinero y tuve amantes, fueron mías las más hermosas mujeres. Un día supe que mi estimado y respetado suegro tenía una fuente de dinero que ocultaba con celo, pero era tan evidente que se dedicaba a negocios sucios que no pude evitar darme cuenta de su secreto. Se trataba de tráfico humano. Ya saben lo que es eso. Comerciaba explotando a gente del tercer mundo y tenía bares y burdeles”.

Hubo una pausa y James miró hacía la sala para ver la reacción de sus oyentes que ahora tenían una actitud completamente distinta. Vio que algunas de las personas de las últimas filas se habían retirado y que algunas salían a discreción. Quiso pedirles una explicación, secretamente añoraba con que se quedaran a escucharlo, pero la gente no volteaba cuando salía y él no se atrevía a detenerlos porque nunca había sucedido que en un teatro los actores hablaran con el público directamente. Tenía sed y volteó a ver si alguien estaba detrás del telón de fondo para pedirle agua, sin embargo, no vio a nadie y decidió seguir con su historia.

“Un buen día por la noche, no sé si sea correcto decirlo así, mi suegro murió. Se celebró el sepelio y mi vida siguió su ritmo normal. Descubrí las maquinaciones del padre de mi mujer y exploté aún más a las víctimas para perfeccionar el negocio. El dinero comenzó a llegar con prontitud y en grandes cantidades. Decidí aislar a mi mujer y conseguirme una amante. Me inventé viajes a países lejanos y comencé a buscar a mi querida en los sitios de Internet, no encontré nada que valiera la pena, pasé varias semanas en una casa que compré fuera del país. Un día decidí hacer un viaje a Europa y en Ucrania encontré a una mujer muy guapa. La conquisté y la hice mi amante, ella perfeccionó sus conocimientos de lenguas extranjeras y llegó a comunicarse conmigo casi como una nativa. Era muy guapa y no tenía límites su imaginación en la cama. No quisiera que esto tomara el rumbo de historia erótica, por eso me limitaré a decir que era fenomenal e incansable en el sexo”.

De nuevo la sensación seca de la garganta le recordó que necesitaba beber agua. Otra vez buscó, sin éxito, en el telón trasero, luego se decidió a pedirles a los espectadores que le dieran algo para refrescarse la garganta la garganta, pero nadie atendió su petición. Cuando miró la sala se dio cuenta de que en el anfiteatro no había nadie, en los palcos había sólo personas de aspecto magnánimo y la platea seguía llena, sin embargo, el patio se encontraba casi vacío y sólo en la primera fila se encontraban diez personas que lo miraban con atención. Se quedó inmóvil por un momento como si algo lo hubiera obligado a abstraerse. Era un pequeño olvido, quería recordar algo, pero no sabía qué era lo que debía evocar en su memoria exactamente. Se resignó a la espera y le dejó la tarea a su cerebro para que fuera él quien se ocupara de eso. Caminó por el escenario y descubrió que había un sendero marcado entre las olas de cartón y los montones de papel corrugado azul, pensó que debía ser una trayectoria que debía recorrer durante la interpretación de su papel. Comenzó a caminar y comprendió pronto que la ruta marcada era el signo de la letra omega. ¿Qué quería decir eso? —se preguntó a sí mismo y al público, pero el silencio prevaleció, ningún espectador habló y James levantó la vista hacia los reflectores para tratar de ver quién movía el chorro de luz que todo el tiempo lo seguía.

“Bueno —continuó—, al parecer tendré que encontrar yo mismo la respuesta. La letra omega se usa en muchos sitios y en varias disciplinas. En electricidad, por ejemplo, en física y bioquímica; es el símbolo de los relojes suizos y significa también el todo. Recordarán aquella frase que dice: “Yo soy el alfa y el omega”. O sea, el principio y el fin. Además, hay muchos villanos denominados con esa letra. ¿Es que acaso se me considera un criminal? ¿O se me relaciona con alguna ciencia exacta? Caballeros, denme una pista porque no tengo los medios suficientes ni siquiera para hacer una premisa. Tengo un público mudo, un escenario con un pequeño islote de cartón, este mar falso y esta vereda. ¿Serían tan amables de insinuarme algo, aunque sea una nimiedad? —no hubo respuesta y comenzó a andar con las manos asidas por la espalda, empezó a mirar alrededor y después volteó para ver de cerca a las personas de la primera fila que se le hacían muy conocidos. Entrecerró los ojos para evitar que la luz lo cegara y distinguió a un hombre—. Tú eres Slav, el psicópata que se encargaba de desaparecer a las personas que ya no nos servían en la organización o intentaban escapar. ¿Qué haces aquí? ¿A caso no estabas muerto? ¿Qué sucedió en el último encargo que te dimos? ¿No puedes contestar? ¡Ah! Seguro que es a mí a quien le toca contarlo, pues tú eres parte del público y en un teatro los actores viven en un mundo dentro del escenario y la gente está en el mundo normal no debe hablar porque se considera una violación a las normas. Sí, Slav, moriste de forma muy trágica, no fue rápida tu muerte, te atraparon, más bien, te raptaron unos hombres que estaban indignados por nuestros actos delictivos. 
No fue un ajuste de cuentas con nuestros enemigos, sino una venganza. Lo supimos cuando te encontramos, había una nota firmada por tu asesino con la foto de una chica polaca. En realidad, eras muy cruel, pero con todo y eso nos dio lástima verte así. 
Te habían torturado mucho, te golpearon y te rompieron los huesos con un tubo metálico, te dieron cientos de descargas eléctricas y luego te arrancaron algunas partes del cuerpo. No sé cuánto te odiaría quien lo hizo, pero se ensañó mucho contigo, la verdad. No quisimos entrometernos en el asunto, tu misión había terminado y decidimos no buscar a tu asesino. Eras realmente excepcional, fue muy difícil encontrarte un sustituto, pero lo logramos, no obstante, el negocio comenzó a empeorar y teníamos que andar con pies de plomo porque en cada operación nos pisaba los talones la policía. Al final, tuvimos que ir dejando secciones completas, los negocios en Europa se redujeron al máximo, nos centramos en otros continentes y tuvimos que ser muy flexibles para vender armas o drogas. Te moriste a buen tiempo, Slav, no te habría gustado ver cómo finalizó el negocio. He notado, Slav, que la gente aquí no dice ni pío, ¿lo has notado? Bueno, ya entendí que esto no es un teatro y el único que hace el ridículo hablando solo soy yo —trató de acercarse a las butacas de la primera fila y bajarse del escenario, pero no encontró la forma de bajarse y no se decidió a saltar. Pensó que, por la proximidad con las personas, que estaban inmóviles sentadas en silencio, podría verlas y distinguir quiénes eran, pero le sorprendió que no tuvieran rostro. Se espantó un poco y les dio la espalda. Al darse la vuelta de nuevo, notó que ya se encontraba casi solo en la sala. Slav se había ido y quedaban, a lo más, unas cinco personas en todo el teatro—. “Bien, creo que ha llegado el momento de confesar mis perversiones, las cosas crueles o de las que me arrepiento, pero como todo mundo se ha ido, seguro que es la hora del entreacto y tendré que seguir más tarde. Esperaré a que vuelva la gente para seguir con la historia. La verdad—pensó—, no tengo ningún remordimiento. No sé por dónde empezar. Tal vez, algunas personas consideren algunos vicios como malos o perjudiciales, pero para el fumador, por dar un ejemplo burdo, el consumo del tabaco es algo placentero, nocivo, tal vez, pero sólo para quien lo realiza, así que a los demás no les incumbe. Lo mismo pensará alguna persona que beba alcohol, aunque un briago sí afecta a los demás, lo mismo el ludópata, el cleptómano o el pirómano.
Mis aficiones ocultas eran la zoofilia y algunas más, no muy bien aceptadas por la sociedad, por eso sólo les diré que terminaban también en filia. ¿Cómo explicarle a los que me escucharán en breve que era algo muy personal? ¡Jamás lo practiqué! Ni siquiera obligué a alguien a que lo hiciera, pero esa condición de ver a las mujeres personificando a una perra, me producía excitación. Cuando se quiere ofender a una mujer se le dice así: “eres una perra”. Eso significa que es una mujer fácil con quien cualquiera puede fornicar, pero convertirla realmente en animal: en perra, yegua o burra es algo que realmente me produce placer. Para mí las mujeres siempre han sido sólo un instrumento para preservar la especie humana y nada más. En cuanto a su conducta en la sociedad y en el matrimonio considero que son seres nocivos que traen sólo desgracias. Es por eso que toda la vida he abusado de ellas, las he engañado y las he sometido a que realicen cosas que no desean, tanto en el aspecto sentimental como en el laboral. Obligué a muchas a engañar y traicionar a sus seres queridos. Todo lo hice gracias a mis recursos económicos que no son pocos y me permiten dominar a la sociedad, puedo influir en el mercado y de mí depende mucho la estabilidad del comercio. Eso es ser influyente, pero si se quiere ir más allá, el hombre debe buscar cosas que estimulen su imaginación y sus deseos, sólo de esa forma se logra llegar a tener un pedestal en la sociedad moderna. Se puede ser un psicópata rico y nadie dirá nada si un millonario comete pecados o realiza cosas inmorales. Nadie puede luchar contra el poder del dinero. Si vendes tabaco y te empiezan a criticar o meter demandas por provocarles el cáncer a tus clientes, puedes cambiar el giro de tu negocio e invertir en sectores de farmacéutica y todos te agradecerán infinitamente que empieces a combatir las enfermedades que habías provocado con los cigarrillos. Así es el juego en el que nos divertimos moviendo nosotros las piezas”.

James se inclinó y trató de ver su reloj para saber cuánto tiempo había pasado, pero no lo llevaba puesto y se desconcertó mucho. “No es posible que la gente se tarde tanto en volver de la pausa—murmuró—. Han pasado por lo menos unos treinta minutos desde que la sala se quedó completamente vacía y nadie ha vuelto. Bueno, ya vendrán. Lo mejor que podría hacer, ahora que no me ve nadie, es ir anotando en algún sitio los temas de los que hablaré en la segunda parte de esta absurda actuación—empezó a dar vueltas en busca de un bolígrafo y un papel, escudriñó hasta el último rincón y lo que encontró fue un lápiz muy pequeño con la punta larga pero achatada. Cogió un trozo de papel blanco que apareció en el piso y comenzó a hacer la lista de temas que planeaba tratar en su monólogo. Fue recordando uno por uno los sucesos más importantes de su vida. Los títulos de los libros que más lo habían impresionado, los viajes, las experiencias buenas y malas, y cuando ya tenía todo listo para empezar, volteó a ver si la gente ya estaba en la sala; pero esta vez no sólo no vio a la gente, sino que algunas partes del teatro habían desaparecido. “!Qué extraño es todo esto! No es posible que durante el pequeño momento de abstracción que he tenido se hayan llevado las butacas de aquí. No oí nada ni vi alma alguna rondando por la sala”.

James, muy enfadado, decidió abandonar el teatro y se salió a prisa del escenario, bajó las escaleras estrechas de los seis escalones y siguió por un corredor sin puertas a los lados, pues no había ningún camerino, la iluminación era muy mala y cuando vio el final del corredor comprendió que había llegado al otro extremo de la escena sin haber subido ningún escalón. Miró hacía la sala y saltó, no supo cuánto duró la caída, pero al tocar suelo se fue derecho a las puertas de entrada. No encontró ninguna, sólo estaba un muro descascarado y muy grueso. Estuvo buscando mucho tiempo alguna salida, golpeó con el puño buscando un sonido hueco o sordo, pero no tuvo éxito.

“¿Qué tipo de broma es esta? —gritó echando espuma por la boca. No escuchó ni siquiera el eco de su voz y cayó de rodillas—. ¿Cómo es posible que pueda suceder algo tan absurdo? ¿Con qué intención me han puesto en este lugar? —entre más preguntaba más sentía el peso de la soledad. De pronto, le llegó una idea a la cabeza y se preguntó a sí mismo si no estaría en el infierno —. No, no puede ser. La concepción del infierno es completamente otra. Se supone que debe haber un sufrimiento eterno, diablos y fantasmas. Fuego y terror, pero aquí no hay nada. No concuerda con nada de lo que conocemos como infierno. Sartre decía que el infierno son los demás, pero aquí no hay nadie. ¿Dónde está el Demonio? ¿Dónde están los jueces, Dios o San Pedro? ¿Con quién tengo que hablar? Por favor, que alguien venga a sacarme de aquí”.

Notó que nada pasaba en aquel lugar, no se oía un solo ruido, incluso los que el producía iban perdiendo fuerza, sin embargo, su voz propia era cada vez más fuerte. Empezó a recordar con detalles muchos sucesos de su vida y se preguntó si el mismo no sería su propio infierno.



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