martes, 15 de noviembre de 2016

La ventana de Johari

 Las palabras de mi ayudante me habían puesto de muy mal humor. Traté de que no se me notara el disgusto, pero por el tono de mi voz o el gesto torcido de mi boca, Pasha sabía que no aceptaba sus comentarios. Él con su carácter blando y su falta de método no había descubierto a ningún malhechor hasta ese momento. Era porque se guiaba más por la intuición que por el sentido común. Por desgracia, las corazonadas siempre fallan en la mayoría de los casos, pero está vez había dado en el blanco al decir que el psicópata era como yo. Pasé tres días con un humor de los mil demonios, pero al final lo acepté y esa resignación representó mi derrota. “Si usted fuera el asesino, seguro que actuaría igual”. Con esas palabras estúpidas se me cortó el sueño porque empecé a verme en el lugar del criminal elaborando un plan para matar. Primero la elección de la víctima, después una lista detallada de sus horarios: salida al trabajo, horas de comida, encuentros con otras personas, aficiones, ocio, vicios, etc., luego la emboscada y el final.

El inspector Andrei está viejo y su forma tan elemental de analizar los asesinatos está caducada. Tal vez antes esa antiquísima forma de actuar fuera muy buena, pero ahora contamos con mucha tecnología a nuestro servicio. Por un lado, eso no significa que nos lo resuelva todo, pero sí nos ayuda a tomar atajos y solucionar más rápido ciertas dudas. Con su actitud meticulosa, sus notas en el bloc, sus largas consultas a los archivos y carpetas de la comisaría, el inspector pierde mucho tiempo, el cual podría aprovecharse para acorralar al asesino. Además, ya tiene fuertes problemas con el tabaco. Se fuma casi una cajetilla diaria y cuando empieza a toser parece que echa fuera no sólo las flemas, sino también todas las ideas y parte del cerebro. A veces, siento lástima por él. Lo veo de lejos con su único traje, viejo y gris, planchado hasta el hartazgo, los zapatos gastados, pero bien lustrados y su perfil de pájaro con las gafas colgándole en la punta de la nariz y su enorme copete gris que le da aspecto de pájaro carpintero. No sé mucho de su pasado porque nunca habla de eso. Según los rumores, estuvo casado, luego se divorció y su hija se fue a vivir al extranjero. Aquí está solo y sus aficiones son leer el periódico, releer sus novelas policíacas de Ellery Queen y salir los fines de semana al campo para trabajar en su jardín. Tiene una casita que le dejó algún familiar y es, desde hace mucho tiempo, el refugio que tiene para olvidarse de las perversiones de la vida del investigador de homicidios.

En realidad, se dedican a los casos más sencillos. Desde mi punto de vista son la pareja ideal. Andrei tiene la experiencia necesaria para guiar a Pasha y éste tiene una forma de analizar las cosas como si se tratara de un juego de adivinanzas, así que mientras uno va meticulosamente siguiendo los pasos de los delincuentes, el otro husmea como un perro tratando de orientarse en el oscuro bosque de pistas con el que cuentan. Pronto mandaré a Andrei a la jubilación y tendré que buscarle un ayudante a Pável, será necesario asignarle a alguien con una mente ágil, pero que compagine con la personalidad del buen Pável que parece un adolescente empedernido. Tengo dos candidaturas: Slava y Anton. El segundo me parece demasiado perspicaz y peligroso, por eso asignaré, en la primera oportunidad, a Slava. Ya me imagino la cara que pondrán los dos, su relación será un infierno en el que el ayudante pensará con elegancia y el superior le estropeará todas las hipótesis por la falta de sentido común.

La semana pasada después de haber dejado a Pasha en su casa, me fui a mi refugio en el campo y cuando estaba preparando el té, descubrí que las palabras de mi ayudante me estaban volando como moscas inquietas encima de la cabeza, después me quedé mirando las servilletas, la tetera, la tacita y los cubos de azúcar y me di cuenta de que el imbécil de Pável estaba en lo cierto. Me pregunté si el asesino habría puesto la cucharita enrollada en una servilleta, si habría puesto la mermelada en un platito de postre y si habría acomodado con cuidado las galletas en lugar de ponerlas solamente en una pequeña ensaladera de cristal. La respuesta la sentí como un codazo en las costillas porque era un rotundo sí. Además, el hecho de que no conozcamos una parte de nosotros y sean las personas las que nos lo digan, me parece muy interesante, pero en este caso no me gusta nada porque seguramente habrá más cosas desagradables que iré descubriendo en las próximas conversaciones con mi ayudante.
Ha vuelto con un poco de catarro, eso hará que lo tenga que soportar con su continua tos y su barrito de paquidermo. Podría quedarse a descansar y pedir una baja por enfermedad, pero como no tiene nada que hacer en su casa, más que aburrirse así mismo con todas sus cursilerías, se viene a ponernos los pelos de punta con su parsimonia. Creo que si se pusiera a ver las películas de acción en las que nos muestran a los héroes más despiadados persiguiendo en coches a los ladrones o peleando en el techo de un tren con un asesino fortachón e invencible, cambiaría su actitud pero se niega rotundamente. “Si hay que ver películas de detectives—dice—, prefiero El sueño eterno, El halcón maltés y El largo adiós, pero interpretados en mi imaginación por Cary Grand y no por ninguno de los Marlowe. Ni Bogart, ni Montgemery, ni Mitchum, ni nadie, querido Pasha”. Eso me repite siempre que quiere ponerle punto final al tema del cine negro. No sabe que existen películas como Seven u ocho milímetros y se la pasa embobado con su Raymond Chandler.

Bueno, ya estoy aquí de nuevo. Espero que el jefe no empiece a persuadirme de irme a descansar por causa de mis mocos. “Váyase ya a su casa—me dirá con su cara de bufón—. ¿Qué hace aquí contagiando al personal? ¿No le da vergüenza?”. No más donde salga con su cantaleta le tiro el trabajo y me voy para siempre. Ahí viene el grandulón de Pasha. Me da mucha pena que su mujer lo tenga por compasión. Si supiera que su ratona le pone los cuernos, se moriría de la desilusión. Recuerdo la vez que me invitaron a cenar en Año Nuevo. Estuvo fatal todo, la ensalada desabrida, la tarta rancia, el vino tinto mal servido y las tortas de carne en un mar de grasa. Ahí los tenía enfrente, cogidos de la mano como dos tórtolos. El inocente Pasha corpulento, con su mirada de sapo y su bigotillo hitleriano es ridículo, pero lo que más me desagradó fue la actitud sumisa, muy fingida de Larisa, meneándose como si estuviera en una pasarela de modas y golpeando el parqué como si le hubiera querido hacer hoyos al piso. Es seguro que eso fue, precisamente lo que vio el tonto de Pasha cuando decidió salir con ella, meneo de caderas y paso seguro; aunque lo más probable es que ella lo haya elegido primero. No hacen buena pareja y mi ayudante solo sirve de tapujo para que la arpía le dé rienda suelta a sus más bajos instintos y perversos deseos, mientras su marido se encuentra ausente tratando de desembrollar casos delictivos muy sencillos. Esa noche bebimos y pude ver claramente cómo ella sonrojada al corregir su equivocación explicando que Misha era su compañero de oficina y que de tanto comunicarse con él, se le había olvidado que estaba en su casa y no en el trabajo. Yo sabía a la perfección que ese tal Mijaíl no era un colega de la empresa, sino nuestro jefe.

A una siempre le gusta que los hombres sean atentos y eso es algo que valoro mucho en mi marido, sin embargo, el cuerpo me pide algo más. Cuando me pongo ardiente, por cualquier tontería: una revista, una compra o un cumplido, no me puedo controlar porque una llama de fuego me quema el cuerpo. Así me encontraba esa ocasión que vi a Mijaíl, tan atractivo, curioso y con sus palabras tan agradables. Estaba al lado de mi marido cuando dejó de darle instrucciones al inspector Andrei y sus ojos verdes se me clavaron en el pecho.  Saludo de forma muy cordial y sentí que él tendría que ser mío. Fue una corazonada que se me incrustó entre las piernas y me paralizó por completo, sólo me sacó el temblor de mi posición petrificada. Tuvo que jalarme Pável para que pudiera moverme. Un mes después, acostada en la cama del hotel se lo dije: “Mijaíl, me excitaste desde que te vi”. Él sólo se sonrió con una mueca burlona. Es muy astuto y adora mis piernas, me pide que me ponga cosas de lencería muy atrevidas y me complace en lo que le pido. A diferencia de Pasha, Misha es un gran conocedor de los cuerpos femeninos. Me acaricia y sabe cómo hacerme aullar de placer. Trato de ser lo más prudente posible y cuando está a punto de salírseme su nombre me muerdo la lengua para que no se revele mi secreto.

Es una mujer ninfómana, no puedo quitármela de encima. La primera vez que la vi me pareció una ratona, pero en cuanto puse atención en sus proporciones, es decir su cadera y piernas, supe que era una mujer ideal para el sexo. Vi cómo se estremecía y bajaba la mirada frente a mí. Decidí que en alguna oportunidad la seduciría y me resultó más rápido de lo que creía. Llamé dos días después a Pável para hacerle una consulta y me contestó ella. Le propuse que nos viéramos sin que se diera cuenta mi subordinado y aceptó. Ya en el hotel me contó que Pasha era paciente, pero no le ofrecía lo que su cuerpo necesitaba. Es una mujer ardiente. Detrás de esa actitud mustia se esconde una tigresa deseosa de placer. Era infatigable al principio y, solo a base de trabajo, he logrado que se controle, pero según su humor puede parar o seguir hasta conseguir lo que quiere. En realidad, me harta un poco porque, si antes no pensaba en su propio placer, es decir, no le preocupaba porque sabía que lo lograría sin duda; ahora desconfía y el temor de no correrse la mantiene tensa y la distrae o la desespera. Me imagino que pronto Andrei se jubilará por necesidad y Pasha se quedará a trabajar con Vladislav, quien me ayudará a deshacerme del inútil de Pável. Lo primero que haré será darle el caso del doble a Pasha y Vlad se pondrá a revolverlo y lo podrá hacer muy pronto, pero como eso no me conviene, cambiaré algunos datos en el expediente para que los dos se rompan la cabeza sin poder encontrar alguna hebra de la que puedan aferrarse para aclarar el caso.

Me di cuenta de que Mijaíl era el indicado para ocuparse de mi mujer. Ella tembló al verlo, se le notaba la atracción que sentía por él, es por eso que no intervine el día que concertaron su primera cita. Los vi entrar al hotel sin sentir celos. Al contrario, pensé que tal vez de esa forma me liberaría de la presión que me había estado ejerciendo Larisa desde el día en que nos encontramos por primera vez. Desde ese afortunado suceso, las cosas han ido mejor. Larisa está más tranquila, me deja descansar. Tengo más tiempo para dedicarme a la investigación, duermo mejor y más horas y no tengo que padecer esos eternos momentos discutiendo por cosas fatuas que afectan nuestra relación. Esta última semana Larisa ha estado muy mal y creo que es por causa de sus ansias. Mijaíl debería prestarle más atención. Ya no duerme bien y en ocasiones me despierta en la madrugada montándose sobre mí para desahogarse.

Siguiendo con el razonamiento anterior sobre la semejanza del asesino conmigo, podría decir que él es tan organizado como yo, más joven, más astuto, y muy egocentrista. En eso si me lleva mucho porque siempre he tratado de ser un altruista con los demás. En ocasiones me arrepiento de regalar dinero o hacer donaciones, pero nunca sería un ególatra tacaño. Es por eso que el criminal recoge hasta lo último del lugar del crimen. Lo deja todo ordenado y limpio. Creo que si me concentro podré llegar al meollo de este asunto y descubrir quién es el asesino de las abuelas. Ya habíamos tenido un caso así, pero con nuestras pesquisas encontramos a la mujer luchadora que durante el día se disfrazaba de enfermera y ofrecía sus servicios de masaje a las viejecitas para luego matarlas. Este nuevo asesino debe ser un hombre. Tan tiquismiquis como nuestro jefe. Mira, no lo había pensado, pero hay novelas en las que aparece precisamente eso. Recuerdo haber leído una historia en la que un miembro del cuerpo de investigación es el asesino y se adelanta en las investigaciones para que sus compañeros no lo descubran, sin embargo, un día comete el error de relacionarse con la mujer de uno de los investigadores y en un momento de amnesia dice algo que lo compromete, así que echa fuera del departamento de homicidios al mejor investigador y deja al mando a un inepto, el cual es precisamente el marido de la mujer con la que se acuesta. En fin, creo que será mejor que renuncie de una vez a mis proyectos y pida mi jubilación.

Creo que es el mejor momento para dejar de salir con Mijaíl. Me he enterado de que Pasha será el nuevo encargado de los homicidios de las ancianas, así que dejaré de acostarme con su jefe. Estoy orgullosa de mi marido, ahora si podrá cumplirme algunos de mis caprichos, aunque seguiré con la necesidad de encontrarme a alguien que pueda controlar el ardor de mi corazón.


Ahora que tengo más tiempo para leer y embellecer mi jardín me siento mejor. No sé por qué he recordado eso de que la personalidad es una ventana dividida en cuatro partes que varían en medida de acuerdo a la persona. La primera es lo que el individuo y los demás saben de él; la segunda es lo que la persona sabe de sí misma y los demás no; la tercera es lo que los demás saben y el individuo ignora de sí mismo; y la última es lo que el individuo y los demás ignoran de él. En el caso de Mijaíl las primeras tres partes de la ventana estaban definidas, pero ¿qué habrá en la cuarta? Siempre será un misterio para mí y sólo el exceso de tiempo y de estarle dando vueltas a todo lo relacionado con las viejas decrepitas me han llevado a sospechar precisamente de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario