miércoles, 9 de noviembre de 2016

El soñador

No sabía por qué se encontraba en esa situación. Todo era muy extraño. Al principio, creyó que le estaba pasando lo que muestran en esas películas donde el tema principal es la vida después de la muerte y una persona se ve a sí misma desde fuera del cuerpo. Para comprobar que no había fallecido se tocó el corazón y sintió los latidos de un músculo sano y fuerte, luego se metió a la ducha y alternó los chorros de agua fría y caliente para tener sensaciones reales. Todo eso le indicó que seguía del lado de los vivos, sin embargo, tenía la impresión de que una parte de su yo se encontraba en una dimensión diferente. Tardó en comprender que esa parte, simple y sencillamente, estaba en el lado del sueño. Eso le ayudó mucho porque concentrándose un poco logró sentir lo que pasaba en ese territorio onírico. Se le transmitieron las caricias de una mujer que no era la suya, sino la que había deseado toda la vida en sueños. Ahora, en estado sobrio, las tiernas manos de aquella deseada hembra lo satisfacían de forma tan contundente que decidió que eran reales, a pesar de venir de esa nube ilusoria del mundo del letargo.

Trabajó sus ocho horas completas esperando terminar para irse a gozar de su nueva condición. Llegó a la conclusión de que podía permanecer despierto y dormido, al mismo tiempo, durante el día y pensó que si en la noche se desconectara, su otra parte se despertaría. No quiso arriesgarse y decidió permanecer consciente disfrutando de lo que el reino de las imágenes de humo le podía ofrecer. Preparó café, sacó algunas revistas y unos libros de cuentos y se puso a leer. No logró concentrarse porque el aroma de melocotón y la suave piel del cuerpo de su amada desaparecieron para cederle el lugar al sueño del día anterior. Lo supo de inmediato porque se había visto acompañado de un guía negro mostrándole un león, unos jabalíes y un antílope. Oía a la perfección las palabras que le había dicho el africano: “Dispare, dispárele ya”. Otra vez esa sensación del gatillo, el arillo de la lente del ocular de la mira telescópica apoyada en su ceja y el olor a pólvora lo estremecieron. El sonido estruendoso del disparo le rebotó en los oídos. Experimentó una gran emoción, el fuerte sol de la sabana le calentó la cara y sudó. Pasó toda la noche recorriendo el territorio disparejo de una interminable explanada verde. Sacó fotos de leopardos y terminó al lado de una negra que lo felicitaba por su gran éxito.

Por la mañana, se fue de nuevo al trabajo y sus compañeros le dijeron que se veía muy bien, que estaba rodeado por un hálito de un olor fuerte como el del ébano de flores rojas. Pasó todo el día viendo los loros de Mascareñas, los estorninos de Rodrigues y los Otus mauli. Estuvo cerca de los cocodrilos e hipopótamos. Regresó a su casa, cenó y volvió a prepararse café, entonces, aparecieron las imágenes de su sueño que había tenido hacía tres días. Era un recuerdo de la infancia. Estaba con sus primos en la playa haciendo castillos de arena, había enterrado a su tío y de él solo se veía una cara redonda con los pelos revueltos y unas algas verdes que le colgaban como trenzas de medusa. Pedía que lo sacaran de ese horrendo hoyo, pero él y sus primos saltaban de alegría mientras el tío lloraba con unas lamentaciones falsas que hacían que se murieran de la risa los mirones.

Al día siguiente, se puso un traje casi nuevo, lustró sus zapatos y salió de su casa con una enorme sonrisa infantil que lo acompañó en sus horas de trabajo. Su compañera Mariela le dijo que se veía muy bien cuando mostraba su sonrisa descarnada, también le comentó que hacía mucho tiempo que no reía de forma tan sincera. Por la noche vio algunas riñas de boxeo, escuchó las noticias y volvió a prepararse su café. Esta ocasión se le presentaron las imágenes de un sueño que había visto cinco días atrás. Era la mala experiencia que había tenido practicando el fútbol, pues en un encontronazo el portero del equipo contrario le había dado un puñetazo en la nariz. Le salía un chorro de sangre y se le empapaba la camisa del líquido tibio. Oía los gritos de su papá que protestaba porque no lo dejaban entrar al campo. De pronto una idea se interpuso en su contacto con los sueños. Pensó que de seguir así vería en los próximos días los sueños que había visto la semana pasada, lo cual indicaba que él seguía adelante por el sendero de la vida y su mente recorría el camino regresivo de los sueños pasados.

Pensó que de cumplirse ese presentimiento soñaría lo que había visto durante sus veintiocho años y a los cincuenta y seis, si bien le iba, dejaría de soñar. Eso le pareció tonto e infundado porque carecía de toda lógica, así que se arregló de nuevo y se fue al trabajo. El jefe lo llamó a una reunión y le preguntó por qué se cubría con tanto esmero la nariz. Contestó que no era nada, que sólo temía contraer un catarro. El jefe le propuso que se tomara el día, pero no aceptó.
Llegó de nuevo a su departamento, se calentó en el horno un filete de pescado pre congelado y se sentó a mirar su sueño. Era el que se temía, uno de los que veía con más frecuencia. Su primer beso. Ahí estaba de nuevo Alicia con su vestido de flores, su pelo suelto. Con los ojos cerrados esperando que él se acercara. No quiso estropear el momento, por eso, cuando apareció la idea del retroceso en el camino de los sueños dio un manotazo y siguió con determinación. Nunca lo había disfrutado tanto. En sueños el primer beso de Alicia era maravilloso, pero ahora sabía mejor. La carne de sus labios era suave, el olor era excitante en la juventud. Cómo era posible que un beso de la adolescencia fuera tan fantástico en contenido erótico a estas alturas.

Se le pusieron los ojos de borrego degollado y con ellos se fue al trabajo. El efecto fue momentáneo. Mariela no se pudo resistir y lo llamó para que le enseñara unos archivos en el sótano. Allí, rodeados por la penumbra, revivieron los besos de Alicia reconstruyéndolos con todo el ímpetu de sus bocas hambrientas. Al volver a casa, Mariela, le pidió que se acostaran y el único deseo que tuvo fue que no se presentara la horrible pesadilla que seguía en la lista de espera. Por fortuna, lo pudo librar y en lugar del horripilante asesinato con una sierra, vio su relación más placentera en Las Vegas. Lo habían invitado unos amigos y en un casino se le acercó una venezolana rubia, inyectada por todos lados, pero con un carácter muy empático que encajó con el de él. Pasaron tres horas seguidas tratando de aprisionar las bolas de material sintético. Mariela estaba exhausta y le pidió que no fueran a trabajar, que le siguiera compartiendo sus sueños. Él lo habría querido, pero se le presentó la cruda realidad diciéndole que los sueños no se podían controlar y que tenían un orden estricto, que le habían hecho una excepción pero que en adelante tendría que someterse al orden establecido.

Lamentó mucho la salida de Mariela, quien de un azotón quiso cerrar la puerta de su relación para siempre. Como descubrió que Mariela era el amor de su vida, quiso deshacerse de los sueños y buscó un método para interrumpir el prolongado periodo de vigilia que llevaba. Se tomó unas pastillas para dormir, dejó sus preocupaciones sobre la mesa, ventiló la habitación, cambió la ropa de cama y se dispuso a dormir aspirando con fuerza el olor fresco del almidón de su almohada. Llegó al trabajo temiendo el encuentro con Mariela, la noche anterior había visto uno de los peores sueños de su vida y estaba decidido a no compartirlo con nadie. Las cosas no salieron como esperaba, Mariela se le acercó y le pidió de nuevo que bajaran al sótano. No hubo ni besos ni caricias ni palabras envueltas de pasión. Lo único que salió de la boca de Mariela fue una confesión. “Estoy enferma igual que tú —le espetó con una sonrisa nerviosa—, me has pegado esa cosa que no te deja dormir por las noches”. Él quiso darle explicaciones, pero fue inútil.


Mariela le dijo que tenían que seguir juntos hasta el final. Por acuerdo mutuo decidieron unir sus visiones, compartieron muchos años todas sus fantasías, chascos, dolores y dichas de sus respectivas nubes de ilusión. Cuando, al final, se quedaron vacíos esperaron con resignación que pasara lo peor, no obstante, renació una serpentina de humo de ilusión y siguieron su ruta hasta que esta se fue dispersando en el cielo.  

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