lunes, 4 de mayo de 2015

Las trescientas vasijas sagradas de Gedeón. (Cuento apócrifo)

Lo vi a través de la tupida lluvia de semillas de trigo, con dificultad distinguí  su silueta encorvada entre las cascarillas que se desprendían de cada grano y salían volando como polillas. Pasó dos o tres veces frente a mí llamándome la atención, pero en cuanto dejaba de esparcir los cereales y trataba de buscarlo sólo encontraba una nubecita de polvo dorado que confirmaba su existencia, sin embargo él no estaba por ningún lado. Este juego se prolongó más de una hora y al final pensé que era una alucinación provocada por el fuerte sol de mediodía. En cuanto el trigo estuvo limpio lo metí en un costal y me dispuse a llevarlo al granero donde estaba mi padre. Al momento de echarme el saco al hombro golpeé al escuálido hombre que me había estado rondando mientras trabajaba.

-Eh, ten cuidado, mira lo que has hecho,-me dijo muy enfadado. Le pedí disculpas y le pregunté quién era y qué quería.

-Soy Gabriel y vengo a buscar ayuda para cumplir una misión.- ¿Y yo qué tengo que ver con eso?- le inquirí.

-Pues, no lo sé todavía. Como me dijeron que tenía que buscar al hijo de Joás, he venido a ver si vive aquí.

-Pues seré yo a quien buscas porque mi padre es Joás de la tribu de manases.

-¿Tu nombre es Gedeón?

-Sí, soy yo, ¿Por qué?

-Ah, entonces todo está claro. Mira, vengo de parte del Señor que está muy enfadado con sus hijos de Israel porque se han olvidado por completo de él y le hacen culto a otro dios llamado Baal. Sé que tus hermanos han muerto en batalla y que ahora serás tú el siguiente guerrero.

-¿Cómo?-le interrumpí sobresaltado por el miedo, -Pero de qué manera voy a lograrlo, si ni siquiera sé usar la espada, ¿Cómo voy a ir a combatir contra los medianitas que tienen un ejército organizado?

-No te preocupes, Dios pondrá en tus manos a los nómadas y pecadores como si fueran un solo hombre. Los derrotarás fácilmente pero tendrás que seguir mis instrucciones.

-Esto parece más embuste que otra cosa, ¿Cómo puedes demostrar que eres enviado del creador?

-Pues, ya lo comprobarás. Lo primero que vamos a hacer es lo siguiente.- Hizo una pausa para tragar saliva, miró alrededor con atención y siguió,- Tú eres un muchacho inteligente e ingenioso por eso te voy a poner una tarea, si la pasas, mañana te comprobaré que vengo del reino celestial.

-Está bien, dime lo que tengo que hacer.

-Hay formas más prácticas de limpiar el trigo. ¿Podrías inventar, para mañana, algún instrumento que haga la labor más simple y te evite estar subiendo y bajando con tu palangana del banquillo? Piénsalo bien y mañana vendré a verte para ver qué has hecho, ¿está claro?

Así nos despedimos y me fui a ver a Joseph para traer unos encargos de la ciudad. Al pasar por el altar que mi padre había construido en memoria del dios Baal, lo encontré rezando y poniendo una ofrenda, ya que en unos días se celebraría su festividad y habría un gran barullo con bailes y música. Esperé a que terminara sus oraciones y ritos, luego le comunique que iría a la ciudad y me hizo el encargo de traer un poco de mechas y aceite rancio para encender los quinqués. Me dio unas cuantas monedas y me recomendó que tuviera cuidado de esconder bien el dinero y que no entablara conversación con ningún nómada, pues ya en varias ocasiones me habían engañado y despojado de mis pertenencias.
Encontré a Joseph preparando unas vasijas de calabaza recién fabricadas, las puso al sol para que se secaran y se endurecieran un poco. En cuanto me vio dejó su trabajo y vino a darme un abrazo y tres besos en las mejillas. Estaba muy contento porque su mujer estaba embarazada y tendría pronto un primogénito.

-Hola, Gedeón que la paz vaya contigo. En un momento nos vamos.

-Sí. No te apures mucho, tenemos tiempo de sobra, ¿Qué tal está Sara?

-Oh, muy bien, muy bien. Muy pronto ya seré padre.

-Me alegra mucho saberlo, que envidia me das.

-Pues, a ti te llegará tu momento, no desesperes, además con todos los problemas que nos causan los saqueadores, es mejor mantenerse soltero. Ya sabes que uno nunca está seguro aquí.

Durante el trayecto a la gran urbe pensé en contarle a mi amigo todo sobre el encuentro que había tenido con Gabriel, pero algo inmovilizó mi lengua y permanecí mudo toda la marcha, pude pronunciar palabras solo cuando estábamos atravesando las puertas de la ciudad. Fuimos primero a comprar unas pieles de oveja que Joseph necesitaba para arropar a su futuro bebé en los días fríos de invierno. Entramos a una tienda donde había un hombre de unos cincuenta años, era bajito y sus dientes se le habían ido desmoronando poco a poco, al reírse parecía que lanzaba un gritito agudo y burlón. Nos invitó a ver las pieles, al principio nos trajo unas muy viejas y nos dijo que costaban tres monedas de plata cada una. Decidimos salirnos sin ni siquiera regatear, entonces el hombrecito cambió de tono de voz y con una disculpa nos ofreció unas hermosas pieles nuevas, bien curtidas y muy suaves, eran dos blancas y una negra. Joseph cogió las dos borregas blancas y sacó el dinero, pero el hombre le dijo que si no le compraba las tres no le vendería las pieles. Estuvimos discutiendo más de media hora sin llegar a un acuerdo, pero vino a salvarnos la esposa del comerciante.
De pronto, se abrió una cortina y una mujer mulata delgada y no tan joven me miró con curiosidad, era como si tratara de encontrar un mensaje en mi actitud. Habló con una voz firme y le ordenó a su marido que nos diera las tres pieles, una cuba de aceite rancio y mechas para los quinqués. Esos hombres han venido por un recado del creador, Jeremías, y estamos obligados a ayudarles porque de ellos dependen nuestras vidas. El más joven ha venido aquí no solo por tus mercancías sino por un decreto del cielo. En ese momento una fuerte corriente de aire entró por la ventana. Volteé hacía el lugar de donde provenía el viento y pude ver que una malla rudimentaria en la ventana protegía la pequeña tienda de los insectos, impidiendo su entrada, no obstante el pequeño antepecho de piedra lisa estaba lleno de polvo. Se me ocurrió una idea y en ese momento mi mirada se cruzó con la de la mujer, que en ese instante, decía que ya nos podíamos marchar porque el mensaje había sido recibido. Pagamos por las mercancías y salimos con dos fardos, la barrica de combustible rancio y las mechas. Atamos todo con mucho cuidado al asno que llevaba Joseph y comenzamos la marcha de regreso.
A un lado de las puertas de la ciudad encontré una red de pescador muy fina que estaba atrapada entre unas piedras, miré si había alguien cerca pero no vi a nadie. Le pedí a Joseph que me esperara, desprendí la malla y la enrollé con sumo cuidado.

-¿Para qué quieres eso, Gedeón? El río está muy lejos y tenemos que regresar.

-No, Joseph,- le contesté y estuve a punto de revelarle el secreto, sin querer, pero improvisé rápidamente algo.- es que quiero ir a pescar dentro de unos días, cuando tenga tiempo.

Llegamos ya entrada la tarde y me puse a buscar un poco de trigo, luego lo puse sobre la red a la que le había tejido unos hilos de lino gruesos y comencé a limpiar el grano. El experimento resultó y me sentí muy alegre de poder darle la noticia al viejo Gabriel.
Por la mañana encontré al anciano muy rejuvenecido y con el porte más recto, era como si le hubieran quitado unos años de encima, venía muy sucio y sudoroso.

-Hola, muchacho, ¿qué tal va todo? ¿Tienes mi encargo?

Con bastante regocijo le mostré la red y le hice una demostración limpiando un poco de cereal. Él me felicitó y dijo que tendríamos que continuar con la misión y que ahora sería mejor que le pusiera dos marcos de madera a la red y que hiciera un tamiz o una zaranda con ellas. Yo me sentí un poco decepcionado por su actitud indiferente, pero él me pidió un favor.

-Oye, antes de que hagas las cajas de tu colador, consígueme una navaja para afeitarme la barba y un poco de jabón para darme un baño.

-Sí, así lo haré, pero empiezo a dudar que seas un enviado de Dios, pareces más un falso predicador que un ángel.

-Bueno, mira, creo que no he empezado bien con esto. Si quieres que te demuestre que soy quien digo que soy, trae un cabrito pequeño y sacrifícalo ante Dios y verás que te digo la verdad. Para que no dudes de mí, te demostraré que vi a Noé, luego a Abraham, a Moisés y a Josué, no hace mucho de eso, pero se ha perdido la fe y nadie cree que ellos eran los verdaderos profetas. Haz lo que te ordena nuestro padre y verás la verdad.
Entonces fui y sacrifiqué un pequeño cabrito primogénito de color blanco y preparé la salsa, luego llevé todo en un gran cesto al lugar donde pacientemente me esperaba Gabriel y se lo puse todo enfrente. Me ordenó que pusiera la ofrenda sobre una roca virgen. Dejé la canasta con la carne embadurnada de salsa, puse la leña y le ofrecí a Gabriel el holocausto tal y como estaba escrito en libro Levítico, con un animal sano y panes ácimos. El levantó una vara y me dijo:

-Ésta vara la llevó Moisés ante el faraón, con esta vara se cumplieron las diez epidemias que afrontó el emperador egipcio y con esta vara tu ofrenda se hará cenizas y subirá en forma de nube al cielo, luego saldrá una intensa luz del firmamento y escucharás el agradecimiento de Dios.

No sé ahora si efectivamente oí algo, pero vi que se abría el cielo y que una fuerza placentera me invadía, era una muy agradable sensación de paz, incomparable con algo terrenal, incluso creí que en cualquier momento podría salir volando en dirección del reino divino. Estaba completamente abstraído y no podía separar la mirada de aquel lugar tan hermoso. Luego, no sé cuánto tiempo transcurrió, escuché a Gabriel.

-¿Ahora, lo crees?

No podía contestar nada, saqué una navaja y un trozo de jabón que llevaba envueltos en una tela de lana nueva y se lo entregué al ángel. Él se dio media vuelta y despareció.
Pasé toda la tarde gozando de la energía espiritual que me llenaba por dentro. Estaba feliz y no podía entender por qué mi alma estaba tan tranquila y gozosa, me sentía lleno de amor y dulzura. Fui caminando despacio hacía un pequeño estanque que se encontraba al pie de un pequeño monte y vi a Gabriel desnudo. Tenía dibujadas en la espalda dos alas de color blanco y su cuerpo, a pesar de parecer escuálido cuando llevaba su túnica, ahora se veía musculoso. Se volvió de pronto y me indicó que me acercara.

-Gabriel, tus alas.

-¿Qué tienen? ¿Están mal?

-No, solo que no son de verdad, son sólo dibujos. ¿Con ellas vuelas?

-¡Oh, qué pregunta! ¿Sabías que para volar no necesito esas alas tatuadas? Yo vuelo gracias a la fuerza de la que nos ha dotado Dios, estas, y señaló su espalda torciendo el brazo derecho,- son sólo para persuadir a los incrédulos. Pero, te he llamado para darte otra misión. Dentro de tres días se celebra la fiesta de Baal y tu padre cometerá el pecado de hacerle ofrendas paganas, por lo tanto necesito que destruyas ese horrible altar que está fuera de tu casa y que hagas uno más bonito para el Señor. Destruirás el ridículo montículo que hizo tu padre Joás. Traerás piedras en bruto, no forjadas ni tocadas con ningún hierro, luego pondrás otra ofrenda con la carne de un becerro o novillo primogénito y limpio de enfermedad y ofrendarás el holocausto.
 Pídele ayuda a Joseph y cuéntale todo lo que hemos hecho juntos, dile que traiga su asno para que acarreen las piedras con menos esfuerzo. Tienes hasta la noche para realizar el encargo. -En seguida desapareció detrás de una roca y me fui a buscar a mi querido amigo Joseph.
Al principio dude de que Joseph me creyera y fui pensando la mejor forma de explicarle el encuentro con Gabriel y, sobre todo, la forma de convencerlo para que me ayudara con el altar. Lo vi desde lejos. Estaba cortando leña con un hacha y tenía dos grandes mazos a su la lado, parecía que el borrico ya estaba listo para emprender la marcha y atento esperaba que su amo le diera la orden para comenzar a andar.

-Hola, Gedeón, creí que no llegarías nunca.

-¿Qué acaso me esperabas?

-Pues, claro, ¿no habíamos quedado de ir a reparar tu tejado el día de hoy?

De inmediato recordé que le había pedido ese favor la semana pasada y por estar distrayéndome con las tareas que me encomendaba Gabriel, se me había olvidado todo.

-Es verdad. ¿Cómo pude olvidarlo?

-Pues, no lo parece, puesto que has venido a la hora exacta.

-Sí, Joseph, pero es que antes de hacer el tejado haremos un pequeño encargo, ¿de acuerdo?

-Sí, claro que sí, ya he dispuesto las cosas para el trabajo. ¡Vámonos!

Le conté todo lo que me había sucedido, pero no noté ninguna manifestación de asombro en su actitud, por el contrario, parecía que ya estaba informado y que sabía más de lo que yo me imaginaba. Luego me comentó que me había visto hablando con el hombre delgado que le había pedido referencias mías. Me sorprendí muchísimo, pero no quise comentar nada, pues de esa forma me ahorraba más explicaciones. Llegamos hasta donde estaba el altar de mi padre con la figura del dios Baal. Mi padre lo había hecho con una reproducción en piedra caliza, bastante grande, del antiguo dios cananeo y un altar de unos cuarenta centímetros de alto. Cogí un mazo de los que habíamos traído y descargué un golpe en el rostro del dios toro y el hocico salió volando por los aires, después Joseph comenzó a tirar mazazos estruendosos, como es más fuerte que yo le daba golpes contundentes y resquebrajaba la figura rápidamente, algunos de los vecinos se asomaron a ver qué pasaba, luego algunos madianitas y  manases que pasaban por allí nos vieron con desaprobación. Nosotros no hacíamos caso y seguíamos golpeando la figura. A Joseph se le rompió el mango del martillo cuando ya estaba a punto de derrumbarse la estatua pagana. Unos hombres se acercaron para verme mejor, permanecieron un instante frente a mí y sin preguntarme nada me dijeron que yo era Jerobaal y que si seguía con mi tarea pronto lo lamentaría. Escupieron al piso y se marcharon murmurando algo que no entendí. Retiramos todos los escombros con el asno y trajimos piedras de tamaño mediano y construimos un altar a dios nuestro señor. Apareció Gabriel y me dijo que no hablara porque Joseph no debía verme. Me escondí detrás de unas rocas y el ángel me habló.

-Gedeón, lo has hecho muy bien. En todo el cielo solo se habla de ti, además tenemos que encontrarnos mañana muy temprano para ir a la ciudad y ver las fortificaciones y las posiciones de los soldados. Dios quiere que ataques la ciudad.

Primero no entendí, pero cuando Gabriel me dijo que yo llevaría un ejército para enfrentarme a los soldados de Madian casi me muero del espanto. No es que tuviera miedo, sino que mis hermanos ya habían muerto en el intento de vencer a esas hordas salvajes y yo era mucho más débil que ellos, aparte siempre me habían considerado un cobarde mocoso.

-Gabriel, no me siento capaz de hacerlo. Me van a matar inútilmente.

-No te preocupes, el poder divino estará contigo y te será entregado el enemigo como si fuera un solo hombre. Ni siquiera necesitarás armas, solo tu ingenio. Eres un chico muy listo y seguro que algo original urdirás.

Terminé de hacer el altar, hice la ofrenda junto con Joseph y entonamos un rezo en silencio para pedir la misericordia y perdón del que ha sido y será nuestro protector por los siglos de los siglos.
Al día siguiente me lavé y fui al encuentro de Gabriel.

-Oye, Gabriel, no he podido dormir pensando en lo que me dijiste ayer. No se me ocurrió ninguna idea original, estoy muerto de miedo y, además, ya empiezan a correr los rumores de que soy un sacrílego. Me llaman Jerobaal por haber destruido la estatua de mi padre.

-No hagas caso de los rumores. El día de hoy es importantísimo. Tienes que poner los cinco sentidos para analizar todo lo que veas. No tenemos tiempo que perder.

Así, nos encaminamos a la ciudad. Gabriel me fue haciendo preguntas sobre la altura de los muros que delimitaban la metrópoli, sobre la construcción más alta y su posición, los puntos de guardia militar, las salidas y sus dimensiones, la posición de algunas cisternas públicas vacías o llenas. Visitamos los suburbios más pobres, los burdeles, las casas de los ricos y, al final, Gabriel se salió de la ciudad y me pidió dibujar en un trozo de piel de ternera el plano de la parte oriental y marcar los sitios desde donde se oían mejor los ruidos que se proponía hacer. Yo me paraba en un sitio y él hacía ruidos muy raros, entonces yo marcaba si la intensidad del ruido era bajo, medio o alto, luego apuntaba lo que yo creía que había ocasionado el sonido. Así fui escribiendo la intensidad de los ruidos y su semejanza. Regresamos a mi casa y Gabriel me dijo que tendría que reunir muchos hombres dispuestos a entrar en combate sin armas. Le pregunté que si estaba loco y, si no hubiera sido porque ya había sentido la fuerza del espíritu santo, me habría reído del incauto ángel, que por su lado caminaba a mi lado muy alegre, con zancadas cortas y brincoteando. Me pareció un pobre viejo inocente, sin embargo él, comenzó a enfadarme con unas bromas muy tontas.

Nos despedimos y, cuando Gabriel desapareció detrás de la pendiente, saqué la piel de cordero que me había dado la mujer del comerciante, la tendí sobre la tierra y le imploré a dios que me mandara una señal,-Señor,- le dije,- si vas a ayudarme en esta batalla hazme una seña, dame la orden con tus pistas. Para mañana, si este vellocino está mojado de rocío y la tierra a su alrededor seca, haré lo que me pidas.
En la madrugada me desperté y fui a revisar el cuero tendido en la tierra. Lo encontré húmedo, y no había ni una gota de agua en un diámetro de tres metros a su alrededor, no obstante se sentía caer una pequeña llovizna más allá del círculo que rodeaba mi piel de oveja. Volví a mi casa y por la mañana noté que mi vellocino no se secaba, pasó toda la tarde al sol y no hubo ningún cambio, entonces fui otra vez al lugar donde lo había puesto la noche anterior e invoqué al señor. –Dios, mío, perdona que te moleste otra vez pero mi vellocino no se seca, ¿Podrías hacer que se seque y que el agua que contiene aparezca mañana a su alrededor?- Sí, hijo mío.- Creí oír una suave voz que me decía,- Te has portado muy bien y crees en mí, es por eso que te entregaré al pueblo de Median como a un solo hombre. Consulta a Gabriel y pídele que te ayude, él sabrá qué hacer. Llévate el vellocino que ya no debe tener ni una sola gota de agua y está puro. -Era cierto, estaba completamente seco y suave, como si tuviera vida.
Cuando encontré a Gabriel, estaba haciendo unos signos en la arena, me pareció que estaba calculando algo porque escribía fórmulas y sacaba cifras, hablaba en voz baja y se rascaba la cabeza.

-Necesitamos reunir a los hombres, Gabriel.

- ¡No me molestes!, ¿Qué no ves que estoy a punto de resolver este problema?

-Sí, Gabriel, pero tengo la impresión de que Dios quiere que ataquemos mañana, en vísperas de la celebración del dios Baal. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuántos hombres necesitamos? ¿Treinta mil? ¿Más?

-No Gedeón, esa cifra es estratosférica no van a poder cumplir con el plan. Reduce la cifra.

-¿Y qué tal diez mil?- Sin verme, Gabriel preguntó, ¿qué harías para saber qué hombres tienen piernas fuertes?

 -Pues meterlos a una competencia o pedirles que salten y los que lo hagan más alto y mejor serán los elegidos.

-¿No te parece que eso llamaría mucho la atención y los hombres de Madián nos descubrirían? No, eso nos haría levantar sospechas.

-Entonces, ¿Cómo?- Él me miró con severidad y me concentré tratando de imaginar en qué situación un hombre mostraría su fortaleza y su capacidad para el ataque. No me venía nada a la mente, hasta que recordé un día en que fuimos a beber de la fuente Joseph y yo. Había unos hombres nómadas a nuestro lado y cuando nos encontrábamos bebiendo el agua de un cuenco hecho con las manos, notamos que los otros bebían de rodillas o en cuclillas, incluso algunos se recostaban. Joseph me dijo que parecían monos y que si a alguien se le ocurriera robarles sus pertenencias no tendrían la más mínima oportunidad de alcanzar a sus timadores por su imprudencia. Se lo dije a Gabriel.

-Perfecto, Gedeón, muy simple pero ingenioso. No lo había pensado. Reúne a los hombres que consideres aptos haciéndoles la prueba de la fuente y selecciona sólo trescientos, de preferencia los más fuertes y robustos de piernas.

 No entendí cual era el plan que tramaba Gabriel pero que me hubiera mostrado su confianza me alegró tanto que me fui de inmediato a buscar a los mejores hombres para probarlos.  Por el camino a casa encontré a mi padre que me recibió con un abrazo y como saludo dijo: ¡Que la bondad del señor esté contigo, querido hijo y libertador del pueblo de Israel!
 Lo miré directamente a los ojos y vi que estaba completamente curado. Ya no tartamudeaba y se veía muy lúcido, completamente de su demencia.

-Lo sé todo, hijo, me han contado que destruiste mi altar a Baal y que has invocado al Dios de Israel. 

¿Sabes que los madianes y los nómadas te buscan para vengar la ofensa que les has hecho al destruir el altar de Baal?

-Sí, padre, por eso estoy reuniendo un ejército porque voy a atacar la ciudad. No puedo evitarlo, es orden del cielo. Si muero, prométeme que guardarás mi memoria.

-No te preocupes, querido hijo, no morirás. Lo sé.

Después me comentó que había apaciguado a nuestro pueblo y que con la aparición del nuevo templo los hombres habían recobrado la razón y sólo esperaban mi llamado para rebelarse. De esa forma escogí a los trescientos hombres con la ayuda de Gabriel, que se había disfrazado de mercader, y Joseph. Luego cité a los hombres a la entrada de la ciudad a medianoche. Por orden de Gabriel, les pedí que llevaran vasijas de calabaza, de preferencia las más gruesas y nuevas que tuvieran, un cuerno de toro que se pudiera usar de trompeta, cordones, mechas y aceite de lámpara.
Nos reunimos en la explanada oriente de la ciudad en la que estaba la entrada más estrecha y se encontraban los barrios de los hombres más pobres de la urbe. Cerca de la muralla estaban las enormes cisternas que ya había visto la vez pasada. El terreno estaba empedrado y había muy poca hierba. Iba anocheciendo y poco a poco se iban acumulando nuestros guerreros.

-Gedeón, ¿Te acuerdas de cuáles fueron los sonidos que más estruendo hacían?

-Sí, Gabriel, el más estridente fue uno que parecía el sonido de un elefante soplando por la trompa, el otro semejaba cráneos chocando contra la roca y el último era como la marcha de un ejército de soldados despavoridos.

-Bien, muchacho, entonces ya sabes lo que tenemos que hacer, ¿No?

De inmediato Joseph y yo entendimos el plan y nos dio un ataque de risa. Nos saltaban las lágrimas solo de imaginar lo que pasaría a medianoche. Gabriel parecía un niño agarrándose la barriga y respirando con dificultad. Nadie entendía nuestra conducta pero vi en muchos rostros sonrisas de alegría.

-Bueno,-dijo Gabriel, cuando pudo calmarse,- necesitamos meter leña en las barricas que están allí y verterles unos litros de aceite para que se prendan dos enormes columnas de fuego.

Di la orden repitiendo las palabras de Gabriel. Unos hombres metieron la madera en las enormes cubas y vertieron el aceite.
Cuando por fin se reunieron los trescientos hombres ya eran las doce en punto. La ciudad estaba completamente dormida, entonces di la orden de formar filas. Cada uno de nuestros soldados sacó su vasija y su cuerno, luego humedecieron las mechas en aceite y las pusieron en unos bolsos viejos. Había tres filas de cien hombres cada una, estaban separadas entre sí por una distancia de dos metros dejando dos grandes corredores.
Cerca de la una de la mañana cuando las llamas comenzaban a salir de las bocas de las cisternas, Gabriel se  metió a la ciudad por un hueco que había en el muro y me dijo que siguiera el ritmo de su vara. Di la orden de que se pusiera la rodilla derecha en el piso, se cogieran las vasijas con la mano derecha para golpearlas contra las piedras y se asiera el cuerno con la mano izquierda llevándolo a la boca. Había seis hombres con unas colas hechas de vasijas atadas con un cordel, su misión era la de correr de un extremo a otro por los pasillos que habían quedado entre las filas para que pareciera que algunos cráneos chocaban contra el piso en su carrera desenfrenada.
Gabriel levantó su vara y comenzamos a hacer un ruido espantoso y arrítmico. Traté de seguir el compás que me indicaba Gabriel para que pereciera el ataque de un grupo organizado, pero fue inútil. Los hombres soplaban tan fuerte y golpeaban el piso con tanta fuerza que sentíamos que nos iban a reventar los tímpanos. Los primeros minutos no sucedió nada pero después se elevó el griterío dentro de la ciudad, la gente corría hacía el otro extremo tratando de ponerse a salvo. Los guerreros de Madián corrieron lanza en mano hacía el lugar donde nos encontrábamos, pero chocaban con una multitud despavorida que les impedía el paso. Hicimos ruido hasta el amanecer, las pequeñas colinas que teníamos a nuestros costados producían un eco tan fuerte que la resonancia hacía vibrar la ciudad. Cuando salió el sol pudimos ver lo que había pasado. Había infinidad de personas ensangrentadas tiradas por el suelo, los pocos sobrevivientes vagaban enloquecidos, poseídos por la locura y el temor. Temblaban y se escondían en los rincones oscuros.

Volvimos triunfantes. La gente nos estaba esperando cerca del altar que yo había erigido. Mi padre me recibió con un abrazo muy efusivo, después estrechó a Joseph y le dio las gracias por traerme sano y salvo. Las mujeres cantaban de alegría y los niños saltaban alrededor de sus padres. Nadie podía oír lo que nos decían, solo después de unas horas recuperamos la capacidad auditiva y supimos entonces que la gente quería erigirme rey, pero me disculpé diciendo que nada había dependido de mí, que todo había sido obra de dios y que si querían un rey tendría que ser él.
Me fui a buscar a Gabriel para agradecerle su ayuda. Lo encontré cerca de unos rebaños de ovejas. Me vio y vino muy despacio hacía mí.

-Bueno, bueno, miren nada más a quien tenemos aquí. !Eres todo un héroe!

-Hola, Gabriel, te agradezco mucho tu ayuda, Sin ti no habría podido hacer nada.

-No seas modesto. Por algo te habrán elegido para esto, ¿No crees?  Sé buena persona y ayuda a tu pueblo a seguir adelante. Nunca olvides que la fe mueve montañas. Tú no has hecho otra cosa que demostrarlo.

Tenía ganas de darle un abrazo pero el me dijo que era hora de irse. Surgió una luz muy intensa y sus alas se desplegaron. Seguramente, se dio cuenta de mi sorpresa y gritó.

-¿Lo ves? ¿Lo ves? Sí, si son de verdad, ¿Qué tal, eh?

Me quedé mirándolo con una sonrisa, luego desapareció.
















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