viernes, 29 de mayo de 2015

Jefté, la intervención bendita de Dios (Cuento apócrifo)

La tierra estaba desolada, los filisteos habían mitigado todos los intentos de Israel por liberarse del yugo que los agobiaba. Los perros andaban por las calles comiéndose la carne de los hijos de Abraham. Los cobardes habían comprado su libertad y escondidos, se lamentaban de su suerte, imploraban a Dios pero sus ruegos eran inútiles. No había un solo hombre valeroso que pudiera reunir un grupo de rebeldes. Los sabios de Israel estaban desesperados. Fue entonces cuando me llamó Dios.
-Seguramente ya sabes en qué condiciones se encuentra mi pueblo, ¿verdad, Miguel?

-Sí, Señor, he estado observando todos los acontecimientos y, si me perdona su majestad, creo que es hora de poner manos en el asunto. Los hijos de Israel se han debilitado y corrompido tanto que no hay un solo hombre que pudiera convertirse en caudillo y tomar las armas.

-Es por esa razón que he recurrido a ti. Tú siempre has estado a su lado en todos los enfrentamientos que han tenido. Bien sabes que no es mi intención exterminarlos por completo, más bien, quiero que aprendan las lecciones porque tienen un largo recorrido antes de unirse a mí de nuevo.

-Indíqueme, por favor, cuáles son las instrucciones.

-Mira, Miguel, hay entre mis hijos un hombre de origen bastardo, es decidido y fuerte de carácter. De todos los hombres que hay en esa tierra, él es el único que tiene menos pecado porque ha sobrevivido bajo un principio de justicia y equidad. No se ha dejado llevar por la falsa ilusión que ha engañado y descarrilado a todos los demás. Es muy especial y será quien saque a Israel del atolladero.

-¿Dónde podré encontrarlo? Señor.

-Se llama Jefté, se dedica a robar y vive en las montañas de Tob, desde que sus hermanos lo echaron de su casa por ser hijo bastardo de su padre. Tiene una banda de asaltantes y mal vivientes porque fue despojado de su herencia y tiene que vivir de lo que atraca. A pesar de que en muchas ocasiones se ha visto tentado por la maldad y resentimiento de Caín, sigue siendo un hombre recto que roba a los ricos y le da a los pobres. Lo encontrarás sin dificultad en las cuevas de la región del Noroeste de Camón.

-Perdón por la insolencia señor, pero Jefté, ¿no era un hijo de una prostituta?

-Te equivocas, querido Miguel. Esa es una historia que inventaron para quitarlo de en medio. Sus hermanos, todos, fueron adoptados por Galaad porque su pareja no quería, o mejor dicho, no podía tener hijos. Ya sabes cómo quedó la sociedad después del gobierno de Agabo, al que eliminaron sus enemigos. Pues, saltándonos un poco los detalles de las preferencias de Galaad, te diré que él siempre se sintió excitado por las mujeres, pero en su tiempo era imposible vivir en matrimonio con una mujer. Si lo recuerdas, yo estaba fuera de mí, no podía ver tanta depravación. Así que antes de que viniera Agabo a pedirme ayuda, le envié un mensaje a Galaad que estaba desesperado y a punto de suicidarse. Lo envié al pueblo de Asquelón, a un lado del mar en una pequeña población de pescadores para que se encontrara con Joana, una mujer inconforme con la vida que se llevaba en Siquén, y se fue a buscar a la costa del mar del territorio de los filisteos a un hombre que la embarazara. Por desgracia, no encontró a ningún varón recto y cumplidor, pues allí habitan seres muy salvajes. Así que se vio obligada a complacer los deseos de muchos marineros sedientos de pasión y caricias. En realidad su penar fue breve, ya que tenía sólo un año de haber llegado a ese lugar cuando conoció a Galaad. Cuando se vieron por primera vez, Joana se enamoró perdidamente de él, puesto que es un hombre muy atractivo y fuerte, sus antepasados fueron los más valientes guerreros de Josué y su padre parecía un toro. Joana lo invitó a tomar un té en su casa, así Galaad encontró en ella a la mujer que buscaba, por eso le propuso que se fueran juntos a vivir a Siquén.

 Con la promesa de ponerle una pequeña casa para que se dedicara allí a hacer hilados y vender telas, se la llevó. Ella estaba encantada, se arrepintió de sus pecados, recobró la cordura y empezó a vigilar con celo la pureza física y espiritual, cada noche se dirigía a mí para pedirme un hijo. Yo, por mi parte, le mandé a Remiel, que por esa época te estaba ayudando a hacer el recuento de los caídos en la batalla de Gedeón, y se ausentó unos días. Pues, al ver al arcángel, Joana quedó preñada, al sentirlo le preguntó a Remiel quién lo enviaba y por qué le habían enviado un hijo en ese momento cuando tanto lo deseaba. Remiel le ordenó que le dijera a su esposo que el niño era de él y que debían ponerle el nombre de Jefté y circuncidarlo a los siete días. Además, le recordó que debía guardar el secreto durante toda su vida. De esa forma nació Jefté, pero no le dimos ningún privilegio para que se templara su carácter con la lucha diaria de la vida.

Desde muy pequeño mostró habilidad en el manejo de la espada. Un día quiso Galaad que conociera a sus hermanos, éstos lo rechazaron de inmediato porque vieron en su hermanastro la derrota y la condena de su irresponsabilidad. Los hermanos que tenían malas costumbres se le quisieron entregar físicamente, pero fueron rechazados de inmediato. Despreciados los jóvenes prometieron desheredarlo. Uno de ellos, el mediano, de nombre Jonás, no me explico cómo le pusieron ese nombre, siendo un buitre carroñero, investigó sobre el paradero de la madre de Jefté. Después, ya te podrás imaginar, que puso el grito en el cielo cuando se enteró de que Joana había servido a los hombres del mar en un pueblo filisteo. Se armó una revuelta en la casa, tan gordo fue el problema que echaron a Galaad y le decomisaron los bienes que tenía. Enfadado, Jefté, se prometió a si mismo que a partir de aquel día robaría a los ricos y ayudaría a los pobres. En eso, Miguel, te seré sincero, intervine un poco y traje a mi reino a todos los hombres que fallecieron a manos de mi elegido.  Bueno, veo que no te has sorprendido en absoluto.

-No, no es eso. Lo que pasa es que aquí siempre se sabe todo y con los bulos y chismes de los ángeles pequeños uno se muere de la risa. A mí me contó la historia un querubín, pero de una forma tan sarcástica que casi me mata de la risa.

-Bien, me da gusto que ya sepas todo. Tendré que hablar con todos esos pequeños traviesos para que no hagan diabluras. Por cierto, quiero que después pidas un informe de su educación, es necesario que se sepan a la perfección mis preceptos porque en unos años tendrán que andar ayudando y guiando a millones de personas, así que sé estricto con su formación y no dudes en aplicarle castigos a quien se porte mal. Ya ves lo que nos pasó con aquel inconforme y rebelde que se fue de aquí y ahora anda con su amigote Caín poniendo el desorden en la tierra.

-Eso lo entiendo perfectamente, ya he puesto manos a la obra. Otra cosa, Señor ¿Qué tengo que decirle exactamente a Jefté?

-Mira, Miguel, los amonitas planean atacar y destruir a nuestro pueblo. No hay soldados eficientes y los ancianos de Israel irán a buscar a Jefté para que encabece el ejército. Ahí es donde vamos a entrar nosotros. Le dirás a mi elegido que hable con los ancianos y que pida la presencia del consejo de Mispá, el más astuto de todos, y que le diga que está de acuerdo en ayudarlos con la condición de que yo, el todo poderoso, le entregue a sus oponentes. Ellos, dirán que sí, claro, por supuesto, entonces Jefté debe pedirles ser el jefe del pueblo, en caso de que no sea así, que mi furia caiga sobre ellos. Todos estarán de acuerdo, ¿Entiendes? Y aquí viene lo difícil. Los amonitas van a exigir que se les devuelvan sus tierras que perdieron en la época de la salida del pueblo de Moisés de Egipto. Eso, son cosas de política exterior y es muy difícil resolver las rencillas que se van encajando más y más en el espíritu de los pueblos.

 En primer lugar, Jefté tendrá que ser muy diplomático y pensar bien lo que va a hacer, así que a su lado estará de forma invisible Uriel, quien tiene todos los libros y registros de propiedad de la tierra santa, de tal forma que podrá argumentar con bastante fundamento sus respuestas. En segundo lugar, tendrán que elegir personas con un alto nivel cultural para llevar las conversaciones y transmitir los mensajes. En tercer lugar, habrá una condición, esto no me gusta nada pero es por el bien de las tradiciones de mi pueblo. Jefté me prometerá que si le entrego a los amonitas, matará a la primera persona que encuentre a su regreso a su ciudad natal. Para que cada año se haga culto a la resignación y la pureza de la virginidad, es necesario que la hija de Jefté muera. Va a ser un duro golpe para él. Prepara a Rafael para que hable con Jefté y lo consuele durante los dos meses que le dará de prórroga a su hija Ja´ala antes de matarla, es necesario que no lo sepa Ketura, madre de Ja´ala, por eso manden a Débora para que se le aparezca una noche y la haga perder la razón. En ese periodo de tiempo, Rafael, tiene que convencerlo con su amorosa voz de que será por el bien de nuestra tierra. Por último, estén pendientes de que el Espíritu Santo acompañará la empresa, ¿de acuerdo?

-Sí, Señor.

-Pues, más vale decir, aquí corrió, que aquí murió. Date prisa. No te quiero ver por aquí.

 Así fue como me dirigí a las montañas de Tob para encontrarme con Jefté. Para que no me costara mucho trabajo hallarlo, me disfracé de rico mercader, reuní una caravana de cinco camellos y me llevé toda la indumentaria que necesitaba para cambiarlo de aspecto junto con sus allegados más fieles.
¡Alto ahí!- Me gritó una voz desde un picacho. Me detuve y esperé a que apareciera el hombre que me había dado la orden. Salió un individuo no muy alto pero bastante corpulento, llevaba una barba sucia y sus ojos eran penetrantes como filos de navaja.

-¿Quién eres y a dónde vas?

-Soy un mercader que anda buscando a un pillo, un atracador miserable que  detiene a los comerciantes como yo,  para despojarlos de sus pertenencias, solo que, en este caso todo lo que traigo ya te pertenece por anticipado.

- ¿Qué tipo de broma es esa?

-No pongas esa cara. Soy un enviado del Señor y vengo a hablar contigo de un asunto importante.

-¿Estás mal de la cabeza o qué? No sabes acaso que Dios nos abandonó hace mucho tiempo. Ahora, cada quien vive cómo puede. Algunos tratamos de aplicar la justicia, a nuestra manera, porque no hay otra forma. Los Israelitas se han degradado, los amenitas piensan destruirnos y los filisteos nos explotan, eso es la prueba irrevocable de que el señor hace mucho que nos dejó a la deriva y en pos de la desgracia.

-Te equivoca, Jefté, precisamente a eso he venido.-No pude terminar mi frase porque él se puso amenazador.

-¿Cómo? ¿Sabes mi nombre? ¿A qué vienes? No querrás ponerme una emboscada, ¿no?-Cogió su daga y me la puso en el cuello.

-No, Jefté, traigo un mensaje importante. Tenemos que hablar.

-¿Cómo te llamas, mercader miserable?

-Soy Miguel, dirijo los asuntos importantes de Dios.

-Esas son patrañas, viles mentiras. ¿Tienes miedo de morir, no?

-Yo no puedo morir, Jefté, y estoy aquí para decirte que pronto vendrán los ancianos de Israel a pedirte que dirijas su ejército. Pero no hay soldados capacitados. Así que tendrás que ponerles condiciones. Te espera una larga jornada. ¿Ves todo este cargamento? Pues, ha sido Dios quien te lo ha enviado para que puedas afrontar lo que te espera en un futuro muy próximo.

-¿Pero, quién demonios eres tú para decirme lo que tengo que hacer?

-Por Dios, Jefté, este es un asunto muy delicado. Mira, vamos a ponernos al resguardo de una sombra porque este sol me va a derretir. Así podré explicarte todo con más calma. Diles a tus hombres que lleven los camellos a beber agua, que separen del cargamento las ropas finas y que te preparen para el encuentro con los ancianos de Israel.

-No sé, no me fio de ti, pero algo en el interior me dice que si no te escucho jamás dejaré de ser un insignificante bandolero.

-Déjate llevar por tu intuición, jamás te engañará. Está escrito en el cielo.

-Bueno, ¿Qué es lo que debo hacer? Dímelo ya con un demonio.

-Mira, Jefté, por amor de Dios. Lo primero que debes hacer es cambiar tu aspecto porque esos ancianos son confiados pero nunca le darían tal empresa a un hombre mal aseado y con un olor tan desagradable. En segundo lugar, cuida un poco tu lenguaje y no emplees malas palabras porque tendrás que llevar una serie de conversaciones con los amenitas y filisteos que son diestros en el arte de la jerga. En tercer lugar, tendrás que aceptar la propuesta de los ancianos y matar a todos los amenitas y filisteos, sin embargo, luego tendrás que seguir en tu papel de juez del pueblo hasta el fin de tus días.

-Bien, te contesto igualito que tú. En primer lugar, siempre he sido un pobre diablo. Me echaron mis hermanos como si tuviera la peste, por eso he andado de vagabundo toda la vida. En segundo lugar, hablo como me da la gana y quién diablos da, diablos recibe, así que no me digas cómo tengo que expresarme. Y por último, quien a hierro mata, a hierro muere, esos nómadas ya han hecho demasiado mal en el mundo como para perdonarles sus pecados. Así que indícame lo que debo decir.

-Los ancianos te propondrán que dirijas el ejército y ataques a los amonitas y los venzas con tus astutas estrategias. Tú les dirás que solo si te prometen que Dios te los entregará, entonces serás su jefe. Ellos irán a pedírselo al Señor y volverán con la respuesta. A partir de ese momento, ya serás el hombre más importante de Israel y durante muchos años mantendrás el orden en esta tierra, además contarás con consejeros que te guiarán para que no yerres.

-Acepto, entonces la propuesta, y ahora qué.

-Ordena que te afeiten, arréglate y ven mañana a este mismo sitio que es donde te buscarán los sabios de Israel. Bueno, que Dios vaya contigo. Nos vemos mañana.

Al día siguiente encontré a Jefté en compañía de sus allegados. Tenía una apariencia solemne con la barba muy bien afeitada, destacaban su larga nariz afilada y sus pelos ondulados  lustrosos gracias a un bálsamo de sándalo que lo rodeaba de un aroma suave y delicado.

-! Qué bien te ves, Jefté!

-Claro que sí, ¿pensabas que era un nómada del Mar Grande? Por si no lo sabes, por mis venas corre sangre de realeza. A pesar de que digan que mi madre fue una ramera.

-Guarda tus palabras para los ancianos que ya no deben tardar en llegar.
En efecto, en cuanto volteamos, venía en nuestra dirección una comitiva de soldados y los viejos de Israel.

-¿Quién es Jefté? Preguntó el más anciano de todos.
-Soy yo, ¿Para qué soy bueno? ¿Queréis, a caso, que os rebane como unos cerdos? ¿No sabéis que soy el hombre más temido en esta parte del mundo?

-Cálmate, buen Jefté, venimos a pedir tu ayuda y honrarte, queremos proponerte que seas nuestro estratega. Prométenos que encabezarás a Israel y te daremos lo que nos pidas.

-¿Lo que pida? Pero qué tenéis vosotros, las pocas riquezas que tenían las poseo yo, de lo que les queda todo está en manos de los amenitas y los filisteos. No tiene riqueza, ni nada que ofrecer este grupo de ancianos. Qué venís a pedir ahora, donde estabais cuando me echasteis de Israel. No recordáis que me llamasteis bastardo, hijo de prostituta, como no os mordéis los labios, vergüenza os debería de dar.

-No, no, espera Jefté, te daremos lo que pidas, no escatimaremos hasta entregarte lo que desees, di sólo, cuál es el precio.

-La suma en metálico sería enorme y no me la podríais liquidar en cien años. Así que lo que pido es que Dios me entregue en la batalla a los anemitas. Si podéis conseguir la aprobación del creador, entonces volved con la respuesta. Si Dios llegara a negarse, no os aparezcáis por aquí porque os mataré a todos sin remordimientos de conciencia, ¿Está claro?
Los ancianos se marcharon deliberando entre sí. Cuando se alejaron llamé a Jafté para contarle lo que debería hacer después.

-Jafté, me sorprende la seguridad con la que te has dirigido a los hombres más importantes de Israel.

-Ah, esos son más cobardes que una gallina. Miguel, ¿Tú crees que volverán pronto?

-Sí, en esta semana recibirán la respuesta de Dios y el viernes a primera hora vendrán a rendirte tributo, te darán las llaves de la ciudad y te llevarán ante los señores de Mispá, allí se hará una promesa de fidelidad y respeto hacia ti. Pero, ahora lo más importante es que sepas que llevarás unas conversaciones diplomáticas con los amenitas, los jefes de Edón, Cadés, Moab y Arnón. ¿Sabes cómo salió el pueblo de Israel de Egipto? ¿Tienes idea de cómo fue la marcha y quienes se negaron a que los hijos de Abraham cruzaran por sus tierras?

-No, no tengo ni idea. Por favor, Miguel, sabes perfectamente que no soy un hombre instruido y que nadie ha venido a contarme la historia de mi pueblo. He oído rumores, bulos por aquí y por allá, pero son puras especulaciones. ¿Lo sabes tú?

-Claro, mira, aquí tengo todos los registros de propiedad y las historias de cómo se han ido heredando esos territorios. ¿Dónde podríamos echarles un vistazo para que te hagas una idea de lo que es este embrollo?

-Vamos a mi tienda y ahí me explicarás punto por punto.

Una vez que Jefté, comprendió el problema, le hice recordar los aspectos más importantes, ya que tendría que enviar a emisarios para explicarle a los amenitas que estaban equivocados. Durante esas elucubraciones se trazaría el plan de ataque para coger desprevenidos a los contrincantes y dominarlos con rapidez.

-Jefté, ¿Ves este libro? Pues, es el registro de todos los cambios de propiedad que han tenido todos los pueblos. Esos amenitas vendrán a tratar de lavarte el coco con sus historias sobre el paso de Israel por sus fronteras y los ataques de tus antecesores a su armada. Tendrás que aprenderte el contenido del libro para que impresiones a tus colaboradores.

-¡Ah!, si ya lo decía yo, más vale el diablo por viejo, que por diablo. A ver, explícame.

-El primer paso será mandar a uno de tus emisarios a preguntarle al rey de los amenitas por qué te ha atacado. Él te responderá que cuando los hijos de Abraham salieron de Egipto, a su paso de Arnón al Yaboc y el Jordán, se apoderaron del suelo que no les pertenecía y te pedirá que lo devuelvas pacíficamente. Eso de la usurpación, en cierto grado es verdad, pero tendrás que argumentar que Moisés guió a los judíos hasta Cadés y no se invadió Moab en ningún momento, y solo se pasó por ahí para llegar al Mar Rojo, en aquel entonces se le pidió permiso al rey Edón, pero se negó, lo mismo hizo el de Moab, por tal razón, Israel se estableció en Cadés y luego hizo un gran rodeo por las tierras de Moab y Edón, por lo que el pueblo de Dios se tuvo que quedar en la tierra de Arnón, que está en los límites de Edón, pero de ninguna manera, se invadió ninguno de los dos territorios.

Después, se le pidió al rey de Sijón que permitiera a tu pueblo atravesar por su país, pero el rey de Sijón en lugar de permitir el paso, desconfió y puso en alerta a su ejército, el cual no tardó en atacar guiado por el temor y las órdenes del rey. Como la mano del Señor intervino en el conflicto, la armada de  Sijón pereció y la gente se pudo establecer en tierra de los amorreos. Con la ayuda de Dios el pueblo de Abraham se hizo merecedor de los territorios que van de Arnón al Yboc y desde el desierto al Jordán. Aquí tendrás que ser muy convincente al decir lo que te voy a indicar a continuación. Señores-dirás- Si Dios fue quien nos entregó esas tierras cómo quieres que las devolvamos si fue la mano divina la que nos la entregó. 

Tú acaso, no has recibido las tierras que te dio tu dios Camós, entonces poséelas y no arrebates lo que no te pertenece. Nosotros llevamos trescientos años habitando en Jesbón, en Aroer, en Arnón y nunca te hemos faltado, en cambio tú, vienes a quitarnos nuestra propiedad, ¿te consideras más importante que Balac hijo de Sipor el rey de Moab?, por qué no trataste de recuperar tus tierras antes, y solo hoy vienes a exigir lo que no es tuyo. A pesar de que le expliques esto al rey de los amonitas no lo entenderá y regresará para hacer la guerra. Luego, tendrás que entrar en batalla, la única arma que tendrás será la ayuda de Dios, intenta no fallar porque de lo contrario serás castigado eternamente.

-Pues, en menudo embrollo me has metido. Ya decía yo que un hombre tan distinguido como tú no podría traerme nada bueno.

-Lo siento, Jefté, la suerte está echada. Haz las cosas como te lo he indicado. Vendré en un mes a ver qué tal van las cosas. Hasta pronto.

Fue así como sucedieron las cosas, Señor, se lo explique todo con lujo de detalles seguro que no tendrá ningún problema, y en caso de algún improvisto he dejado un ayudante mío allá abajo para que rectifique las cosas si se requiere.
Bien, Miguel, ve a hacer tus cosas y baja a la tierra dentro de unos días. No vaya a ser que nos madruguen y nos coman el mandado. Ya sabes que el hombre pone, yo dispongo, viene el diablo y lo descompone.

-Muchas gracias, Señor.

Cuando volví a encontrarme con Jefté, lo encontré muy desolado y con una depresión muy fuerte.

-Pero, ¿qué te pasa Jefté? ¿Ha salido algo mal? ¿Te vencieron los amenitas? Tienes muy mal aspecto, dime qué sucede.

-¿Por qué no me avisaste sobre la condición que me pondría Dios?
-A qué condición te refieres, ¿no estaba ya todo arreglado? Te expliqué mil veces lo que tenías que hacer. Incluso, sabias que no te costaría trabajo vencer al enemigo.

-Pues, es que en el momento decisivo me falló el control. Íbamos en fila hacía la tierra de los amenitas, nos salieron al encuentro. Vi su superioridad en carácter, armamento y número. Me dio pánico y hablé con Dios, le pedí que me ayudara a vencer y le prometí que al regresar mataría a la persona que encontrara primero a las puertas de la ciudad. Lo dije de forma inconsciente, estaba viendo al más cobarde de mis soldados y pensé que debía eliminarlo en cuanto terminara la guerra, ya que era la causa de la inconformidad. La mayoría de mis soldados estaba a punto de retroceder y ese cobarde los alentaba a que se volvieran y tiraran las espadas. Perdí el control y Dios me contestó que estaba bien, que me ayudaría pero que tendría que cumplir la condición pasara lo que pasara y fuera quien fuera la primera persona que me encontrara a mi regreso. Le contesté desesperado que sí, que fuera como él lo quisiera.

 Los amonitas ya estaban a un paso de nosotros, de forma inexplicable di la orden de ataque y caímos sobre el enemigo, en lugar de gallinas lloronas, mi ejército estaba formado por soldados alados que arrasaban a los amanitas. La batalla no duró más de dos horas, al final solo estaba yo con tres o cuatro generales en la cima de un monte viendo la alfombra de cuerpos inertes. Volvimos gloriosos a la ciudad. Yo iba delante de todos, me sentía muy satisfecho porque podría encontrarme pronto con mi mujer y mi hija. Recordé lo de la promesa y busqué al soldado que había desertado, pero para mi sorpresa quien salió a mi encuentro fue mi propia hija. Le imploré a Dios que me amputara el brazo, que me matara, que me mandara al mismo infierno, pero que no me obligara a hacer lo que me pedía. Todo fue inútil, incluso me habló directamente y me dijo que yo había cometido demasiados pecados, que el alma de mi hija ya estaba en su reino y que al matarla lo único que haría sería redimir mis faltas. Maldije, grité, lloré y me arrastré como un perro pero mis ruegos fueron rechazados. Tuve que cumplir con el mandato divino.

-Entonces, ¿mataste a tu propia hija?

-¡¿Qué no oyes lo que te he dicho?!

-Lo lamento, de verdad que no me esperaba algo así.

-Tú, tú lo sabías, ¿por qué no me avisaste?

-En verdad que no lo sabía, ¿Crees que no te lo habría dicho? ¿No te he demostrado que soy de fiar? Te recomiendo que dejes las penas y cambies de cara. Si Dios te dijo que tu hija Ja´ala estaba ya con él. Ninguna fuerza del universo habría logrado que siguiera con vida. ¿No te das cuenta de que era un designio del Señor? Anímate y olvídalo. Tienes más cosas que hacer.

-Antes, déjame decirte que le di dos meses a mi amada hija para que se marchara con sus amigas a lamentarse de su desgracia y volviera cuando ya se hubiera despedido de todas. Al parecer, conoció mujeres muy extrañas porque volvió muy cambiada. Su aspecto era sereno y sus ojos expresaban conocimiento y resignación. Fue ella misma quien guió mi mano para darle fin. Cometí fratricidio, pero ella me dijo:

“Esto también es una prueba porque en adelante tendrás que vivir y matar a los que te traicionen. Les pedirás que respondan a una pregunta y ellos se delatarán porque no podrán pronunciar tal palabra”.

Lo que sigue, ya lo sabéis bien mis queridos pupilos. Ya no quiero seguir comentando ese suceso, mejor que sea el mismo Jafté quien nos cuente todo lo que sintió durante esa misión divina que le fue encomendada. Respetable Creador del universo, queridos ángeles del cielo, arcángeles y vírgenes, démosle la bienvenida a Jefté, padre de Ja´ala y libertador de la tierra de Israel que nos complacerá con su discurso. ¡Un fuerte aplauso! 



No hay comentarios:

Publicar un comentario