jueves, 29 de diciembre de 2016

Infidelidad demostrada

Teresa se levantó de la cama desnuda, seguía hablando como de costumbre y se dirigió al baño mientras Daniel observaba con agrado como sus carnes firmes se balanceaban al andar sobre las puntas de los pies.  Aún no sabían que era la última vez, en su larga relación de varios meses de pasión incontenible, que estarían juntos en un cuarto de hotel porque Fernando ya los había encontrado y pronto mataría a Daniel. Teresa estuvo unos minutos bajo la ducha sin dejar de comentar cosas superfluas, no cerró la puerta, era su costumbre. Sabía que su amante era un hombre de pocas palabras, decidido y apasionado. Ella sabía muy poco de su amante y las cosas que sabía las había confirmado a través de hipótesis. Lo cierto era que Daniel trabajaba en la construcción, estaba soltero, era muy introvertido, pero se expresaba bien a través del cuerpo. No era necesario llevar largas conversaciones con él, para Teresa era suficiente recibir toda la fuerza animal de su macho y los tiernos besos al final del coito. Se volvía loca porque Fernando, su marido, en toda su vida conyugal nunca le había proporcionado el placer que necesitaba. En realidad, el matrimonio se había dado por interés y eran felices a su manera. Cuando Teresa salió con el pelo enrollado en una toalla se vistió y se despidió. Tenían la costumbre de separarse de esa forma, sin palabras, con una mirada cómplice y un gesto que indicaba que se verían pronto.

Era suficiente que se encontraran por casualidad en cualquier parte para que Daniel le cogiera la mano y la condujera al hotel. Ella no podía resistirse y su mente se nublaba tanto por la imagen del deseo que no le importaba si la veía algún conocido. Por suerte nunca había pasado nada, pero el destino quiso que Fernando se diera cuenta. Empezó a seguir al amante de su mujer, descubrió todo: su lugar de trabajo, su casa, sus lugares preferidos y las personas allegadas que se contaban con los dedos de una mano.

El día que se unió la pareja de tórtolos en el hotel, Fernando esperó a que Daniel saliera del hotel, lo siguió hasta una calle poco concurrida y aprovechó el momento para dispararle a quemarropa por la espalda, luego tiró la pistola en un contenedor. Fernando era muy cobarde y en el momento de los impactos cerró los ojos, sólo comprobó que nadie lo hubiera visto y salió corriendo. Llegó muy agitado a su casa y le pidió a su mujer que le preparara un café mientras él ponía la lavadora y se bañaba para quitarse el olor a pólvora. Al día siguiente se fue a trabajar, realizó sus tareas con un poco de nerviosismo y cuando le preguntaron la causa sus compañeros se excusó diciendo que había dormido mal. Pasaron los días y notó que Teresa se ponía nerviosa. Dormía mal y estaba demasiado inquieta. Se salía muchas horas a la calle y no contestaba a las llamadas que él le hacía. Fernando adivinó que ella estaba buscando al albañil. Por desgracia, Daniel había desaparecido y nadie lo había buscado porque era muy introvertido, nadie sabía si tenía familiares y como había cobrado tres meses de trabajo, pensaron que se había ido a otro lugar.

Teresa buscó en la policía, en la morgue, en los periódicos e interrogó a todos los compañeros de la construcción que tenía Daniel, pero nadie sabía nada. Unos días después apareció un policía en la casa de Teresa. Le mostró la foto de Daniel y le preguntó si lo conocía. Ella notó que Fernando estaba cerca y miraba la imagen también, por eso negó con la cabeza, el investigador aprovechó para preguntárselo a Fernando y obtuvo la misma respuesta. Era sábado y el matrimonio no tenía planes. Teresa dijo que se sentía muy mal y que dormiría un rato. Fernando le estuvo dando vueltas al caso y no entendía la razón de que se buscara al obrero, pues lo había matado o, ¿no? En ese momento, le brotó el sudor a chorros y por primera vez pensó que tal vez su víctima estaría viva y, si se recuperaba de los disparos, podría encontrarse de nuevo con Teresa y le diría que le habían disparado, lo demás sería consecuencia de sus razonamientos, los cuales los llevarían a sacar conclusiones y sabrían que el único que tenía un móvil para hacerlo era él.

Conformó su plan que consistía en pedirle a su jefe un cambio de actividades en su trabajo. Primero pediría que lo ascendieran, luego se propondría para que le asignaran comisiones a otras provincias del país y finalmente plantearía que lo transfirieran a otra sucursal de la empresa. Al principio, su jefe no deseaba hacerlo, pero se abrió una plaza para el puesto que Fernando deseaba y se la asignaron. En el período en el que eso ocurrió, Teresa supo que Daniel había estado en un hospital y que por los efectos de los disparos había perdido ciertas capacidades mentales por lo que se creía que había desaparecido por causa de la desorientación. La noticia le produjo un sentimiento retorcido de satisfacción y pena a la vez. Sintió mucha nostalgia por las tardes en las que permanecía abrazada a su amante y tristeza por no saber exactamente en qué condición se encontraba. Pronto tuvo que arreglar las cosas de su traslado. Visitó con su marido una casa que comprarían a crédito, se orientó en la nueva ciudad y respiró tranquila pensando que el cambio le vendría bien para olvidar su relación con Dani.
La vida regresó a su cauce habitual. Fernando se hizo más gentil y amable, tenía más tiempo para relacionarse con su esposa e incluso fue más condescendiente en el lecho conyugal. La relación no mejoró mucho, pero la idea de adoptar a un niño llenó el vacío que los separaba. Visitaron un orfanato y comenzaron a buscar algún chiquillo que les inspirara un sentimiento maternal. “Se tendrán que armar de tiempo y paciencia”—les dijo con amabilidad la directora—. No se preocupe—respondieron cogiéndose de las manos e intercambiando una mirada cómplice—, tenemos las dos cosas de sobra.
Una tarde llegó Fernando con la cara pálida. “¿Te sientes mal, mi amor? —le preguntó Teresa. Fernando no contestó y se encerró en su habitación sin contestar a las preguntas de su mujer. Pasó varias horas dando vueltas desesperado y cuando salió parecía más viejo. “Tenemos que hablar Teresa—le dijo en cuanto la vio—. Ha pasado algo grave”. Teresa se dejó llevar por sus presentimientos y se dispuso a recibir una noticia mala relacionada con el empleo de su esposo, sin embargo, las palabras de Fernando la dejaron fría.
—Lo he visto.
—¿A quién?
—No te hagas la tonta, ¿a quién va a ser? Al albañil.
—¿Cómo? —Teresa sintió que la sangre se le acumulaba en la cabeza y perdió la visión por un instante, luego muy sofocada preguntó sin pensar—¿Dónde lo has visto?
—Me he cruzado con él hoy, al salir del trabajo casi nos estampamos, me llevé el susto de mi vida.
Teresa se puso a llorar, gemía por el dolor que le oprimía el alma. Fernando estaba enfurecido digiriendo su bilis en silencio.
—¿Lo sabías?
—No todo. Sólo los vi una vez juntos, pero supe que él era el causante de tus cambios de humor, así que fui por él.
—Eres una mierda.
—Si tú no hubieras sido infiel, las cosas irían bien, pero ahora…—No tuvo tiempo de terminar porque Teresa se levantó y se fue al dormitorio.

A la mañana siguiente Fernando se disculpó para no ir a trabajar y mantuvo una conversación complicada con Teresa.

—Me tienes que ayudar a aclarar la situación.
—Ni aclarar ni nada. Quiero el divorcio, eres una bestia.
—Espera, Teresa, todo esto es por mi culpa. Lo acepto, pero me tienes que ayudar.
—¿Ayudarte? ¿Después del crimen que has cometido?
—Pero está vivo.
—Sí, pero lo dejaste tarado al pobre. Dios te va a castigar.
—Oye, no sé a qué te refieres. Se veía normal. Un poco más gordo, menos fornido, pero completamente normal.

Al escuchar lo anterior, teresa, sintió que surgía dentro de ella una luz de esperanza y se alegró, pero lo disimuló muy bien.

—No te lo voy a perdonar nunca, ¿lo oyes?
—Teresa, escúchame, necesito que me ayudes.
—¿En qué?
—Pues, a confirmar en qué estado se encuentra y si se acuerda de lo que le hice. Si se le despierta la memoria, irá a la policía y me meterán a la cárcel.
—¡Eso lo hubieras pensado antes de hacer lo que hiciste cabrón, te odio!
—Bueno, ya está bien. Sé que tienes curiosidad por verlo. Mira, vas a encontrarte con él y vas a preguntarle de qué se acuerda, luego si quieres te dejaré que salgan juntos. Te prometo que no me interpondré entre ustedes.
—Eres un cobarde, Fernando, estás dispuesto a entregar a tu mujer por no ir a la cárcel, ¿verdad? Me das asco.

A pesar de todo, Teresa se dejó vencer por la curiosidad y los sentimientos que la obligaron a aceptar la propuesta. Fernando le propuso que fuera a verlo al trabajo a la hora de la salida y luego esperaran cerca del lugar donde se había aparecido Daniel. Los intentos fueron inútiles los primeros días, el hombre no se aparecía a ninguna hora. Una semana después Teresa lo vio.
Había salido a hacer unas compras y en el momento en que se dirigía a la oficina de su marido le llamó la atención un hombre con uniforme azul. Por el bailoteo del corazón sintió un sonido agudo en los oídos, tuvo que apoyarse en un muro para no caer. Le temblaban las piernas. Se fue acercando despacio, no porque tuviera miedo del encuentro, sino porque sus piernas a penas la sostenían. El hombre entró en un comercio compró un refresco y se lo tomó de un trago, luego se limpió con el dorso de la mano el sudor de la frente y se disponía a marcharse cuando vio que Teresa le cortaba el paso. Ella le pidió que no dijera nada. Lo tomó de una mano y se dirigió a un hotel que estaba cerca. Cada vez que surgía una pregunta ella le ordenaba callar con un fuerte ¡Chisst! 
Llegaron a la recepción, Teresa pidió una habitación y en cuanto se encontró a solas con Daniel lo desnudó y lo besó con desenfreno. La pasión contenida, el temor, el odio y muchas más sensaciones se le mezclaron. Perdió el control y sólo la liberación de sus angustias en un chorro de líquido la liberó con un grito de agonía. Se tiró sobre él y le pidió que le mostrara las heridas.

—¿A qué te refieres?
—Mira, mi amor, ya sé que has perdido la memoria y pensarás que esto es muy raro. Déjame verte la espalda. ¡Mmm! ¡No tienes cicatrices!
—¿Por qué habría de tenerlas?
—¡Daniel! Tú…—No tuvo tiempo de seguir porque el hombre la corrigió.
—Me llamo Arturo.
—No, no, tú eres mi Daniel, ¿no te acuerdas de mí? ¿de todas las veces que nos acostamos juntos?
—Usted se equivoca, señora, no soy Daniel. Tengo…
—¡Escúchame, Daniel! Mi marido te trató de matar y estuviste en el hospital, perdiste la memoria y te viniste a vivir aquí.
—No. Yo siempre he vivido aquí. Tengo un hermano que vive en la capital.
—¿Un hermano?
—Sí. Mi hermano gemelo, Daniel. Trabaja en la construcción.
Teresa se desmayó. Había comprendido que la vida le había puesto una horrible trampa. Tirada en la cama como una muñeca de trapo permaneció unos minutos hasta que Arturo la pudo despertar.
—Oye. ¿Cómo te llamabas?
—Arturo, ya te lo he dicho.
—¿Sabías que tu hermano y yo somos amantes? Lo malo es que ha desaparecido.
—Pues, hace muchísimo que no me comunico con él.
—Y ¿no se ha puesto en contacto contigo?
—No.

Teresa empezó a padecer a causa de las vertiginosas ideas que le iban apareciendo en la cabeza. Sabía que había cometido un error al confundir a Daniel, trataba de excusarse consigo misma por ser tan impulsiva, pero ya era demasiado tarde para componer las cosas. Lo que hizo después terminó de estropear la situación.

—Oye, Arturo, qué te parece si olvidamos lo que ha pasado hoy y no volvemos a hablarnos, ¿estás de acuerdo? —Arturo afirmó con la cabeza y empezó a vestirse, ya estaba por salir cuando Teresa lo detuvo e hizo lo peor que podría haber hecho en su vida.
—Bueno, pero si lo deseas podríamos seguir haciendo el amor. ¿Te ha gustado?
—Lo siento, pero tengo una mujer y es mejor que tú.

Enfadada por la serie de tonterías que había hecho, se fue a refugiar en su cocina. Por más que trató de preparar algo antes de que llegara Fernando enfadado, por no haberla encontrado en el lugar acordado, no lo consiguió. Se abrió con fuerza la puerta e irrumpió con fuerza Fernando con cara de pocos amigos.

—¿Te has vuelto loca? ¿Por qué no llegaste a la cita? Ni siquiera me avisaste y te esperé una hora y media. No me cogiste el teléfono y pensé que algo te había pasado.
—Pues sí, si me pasó algo y estamos metidos en un problema gordo.
—¿Por qué?
—Pues porque hoy he estado con Daniel, es decir…
—¿Cómo?
—Bueno, no precisamente con él, sino con su hermano Arturo.
—No te entiendo.
—Pues, hoy cuando ya iba a verte me lo encontré cerca de una tienda y luego hablé con él.
—¿Y qué te dijo ese tal Arturo? ¿sabe lo de su hermano?
—No, es decir, no lo sabía, pero yo se lo he dicho.
—¿Para qué? ¿Estás tonta o qué? ¿Para qué abriste el pico, eh?
—No lo sé. Me dejé llevar por la impresión y mis impulsos. Perdí el sentido de las cosas.
—Bueno, cuéntamelo con detalles.
—Pues, me fui a acostar con él para ver sus heridas y comprobar que estaba bien.
—Pero, ¿no has dicho que es su hermano?
—Eso lo supe después.
—¿Cómo que después?
—Sí, después, cuando pudimos hablar con tranquilidad.
—Ah, o sea que primero te metiste en la cama con él, te lo follaste y luego, con tranquilidad le preguntaste ¿quién era?
—No, no exactamente. Es que…
—¡Eres una puta de mierda!

En ese momento Teresa le soltó un bofetón que casi lo tira noqueado. Con trabajos Fernando se recuperó, pero ya tenía las ideas bien acomodadas en la cabeza. Cuando dejó de ver estrellas y oyó a su mujer que le reprochaba sus deficiencias en el lecho, cambió su actitud.

—Nada de esto hubiera pasado si no fueras un inútil en la cama.
—Bueno, dejemos eso y pensemos en lo que tenemos que hacer ahora porque ese Arturo irá a buscar a su hermano y luego me vendrán a buscar para meterme en la prisión.
—Me parece que la única solución es que nos vayamos de aquí.
—Oye, pero si acabamos de llegar. No llevamos ni tres meses aquí. Si pido un cambio de nuevo, van a sospechar algo y entonces sí que tendremos problemas.
—Pues, busca otro empleo.
—¿Tú estás loca? Llevo años en esto y lo que he logrado es gracias a mi esfuerzo.
—Piensa lo que quieras. Yo no veo otra salida. Si quieres correr el riesgo, allá tú.

De pronto dejaron de hablar y se sumieron en sus pensamientos. Estuvieron todo el tiempo comunicándose con frase cortas y monosílabos.
Fernando no podía concentrarse en el trabajo. Su nuevo jefe le llamó la atención y le pidió que fuera más cuidadoso con las cosas y no cometiera errores que le provocaran pérdidas a la empresa. Los fallos que tenía eran causados por las ideas que se iban germinando en su mente. Había decidido acabar con todo el problema de raíz. De forma inconsciente, ya había matado a Arturo, pero no quería reconocerlo.

“Si desaparece Arturo —se decía con tono convincente como lo es siempre en la cabeza, mas no en la realidad—, su hermano jamás lo sabrá porque está tarado y de esa forma se resolvería todo. La única cuestión es cómo hacerlo porque a mí no se me levantará la mano para matarlo por segunda vez, o sea, atentar contra su hermano por quien no siento odio ni nada. Si contrato a un asesino a sueldo, siempre tendré el riesgo de ser delatado y viviré con el alma en un hilo”.
El empujón que lo obligó a decidir más rápido fue la noticia que le dio Teresa.

—Hoy ha venido a preguntarme por su hermano.
—Y ¿qué le has dicho?
—Nada, sólo que después de recuperarse de las heridas se había ido y nadie sabe cuál es su paradero.
—Y ¿qué te dijo?
—Nada, se quedó pensando un poco y se despidió sin más.
—¿Qué crees que eso significa?
—La intuición me dice que irá a casa de un familiar o de sus padres para saber si se ha aparecido por allí.
—¿Sabes lo que pasaría si lo encuentra?
—Sí.
—¡Me lleva la madre que los parió! Tendré que actuar de nuevo.
—Sí, pero esta vez asegúrate de apuntarle bien porque si no lo matas…
—Y ¡Todo por ti! Dime, ¿acaso no te lo di todo? Nunca has trabajado en tu perra vida. Te toleré todo.
—Mejor cállate porque…—En ese momento hizo un movimiento para recogerse el pelo y, al levantar la mano, Fernando se le adelantó y le dio un golpe con el puño cerrado. Teresa se levantó con la nariz sangrando, le escupió en la cara y se fue a encerrar. Fernando estaba como león enjaulado y para apaciguarse sacó una botella de whisky y comenzó a beber directamente de la botella. El alcohol sólo sirvió para acentuarle el rencor así que prefirió salirse a dar una vuelta. Anduvo una hora y media dando vueltas y decidió volver para dormirse y olvidarlo todo, aunque fuera por una noche. “Mañana será otro día”—se dijo mientras se echaba vestido en la cama.

A la mañana siguiente se fue con la resaca al trabajo. No habló con Teresa en todo el día. Siguió así hasta que la idea de acabar con Arturo lo convenció por completo. Consiguió una pistola vieja muy cara y comenzó a buscar a Arturo. Supo que era el encargado del departamento de mantenimiento de motores eléctricos en una fábrica. Estaba soltero, no era muy comunicativo y se la pasaba los fines de semana en su casa o descansando en la plaza cerca del Palacio municipal. Decidió ponerse en acción. Esperó que Arturo saliera un día de su trabajo y lo siguió. Anduvo tras él un tiempo, pero se desconcertó cuando lo vio entrar a un hotel de mala muerte. Se le revolvió la cabeza y se quedó parado como si estuviera jugando al ajedrez y le hubieran movido una pieza por descuido y no recordara exactamente qué era lo que había planeado para su siguiente ataque. En esa laguna mental se encontraba cuando un hombre salió corriendo del hotel. Reaccionó y entró. La chica de la administración estaba desconcertada, una chica de la limpieza gritaba algo, pero los berridos le impedían pronunciar con claridad, luego apareció una mujer envuelta en una toalla y con el pelo alborotado que pedía una ambulancia con urgencia. Fernando pensó que era Teresa y estuvo a punto de apretar el gatillo de su pistola, pero al verla mejor descubrió que la mujer era más delgada, más alta y mucho más guapa que su esposa. Rápido guardó el arma y se ofreció a tranquilizar a la chica de uniforme que seguía gritando histérica. Fernando la sujetó por los hombros y la agitó tan fuerte que la chica se calló. Unos minutos después entraron unos enfermeros y al saber el lugar donde estaba el herido siguieron a la mujer de la toalla.

“Lo siento—dijo uno de los enfermeros al salir—, no pudimos hacer nada. Llamen a la policía”. La mujer de la toalla seguía impactada, tenía los ojos rojos y murmuraba algo contra su marido. Le cubría los labios una espuma blanca y le temblaban las manos.

 Fernando subió con uno de los policías al lugar del crimen y para no levantar sospechas dijo que había visto al criminal. Cuando vio tendido sobre la cama el cadáver de Arturo, respiró profundo y le dio las gracias a Dios por haberlo sacado del atolladero. Habló con el inspector y le describió al hombre que había salido con un retrato hablado. “La descripción coincide con la de la esposa y la encargada de limpieza —le dijo el ayudante del encargado de homicidios—, muchas gracias. Firme aquí su declaración y si quiere, se puede retirar”.
Fernando salió del hotel, se fue por unas callecitas y cuando se aseguró de que no había moros en la costa, tiró a la basura la pistola que llevaba oculta en el calcetín y se fue a su casa.
Fernando entró en el salón y vio a Teresa. Le dio la noticia, pero ella ni siquiera despegó la mirada de la revista que tenía en las manos.

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