sábado, 10 de septiembre de 2016

Sábana manchada.

No quería despertarse porque al hacerlo lo abandonaría la compañía de un cuerpo de carne suave y olor agridulce. La luz lo acometía con los rayos de sol del mediodía. Respiró en la sábana la mezcla de sudor y perfume despertando así los alaridos contenidos de Gabriela.  Disfrutó de nuevo el escalofrío que le causó el aullido prolongado de su compañera, que sonó como el bufido que se suelta eufórico, después de una larga carrera. El taconeo de un baile erótico adornado con prendas de seda le produjo el deseo de acariciarla. Sobó el espacio vacío, confundió la superficie del colchón con las majestuosas formas delgadas de la mujer que lo hacía perder la cabeza. 
Un círculo deformado, duro y un poco áspero, le recordó los derrames del placer. Era demasiada energía para crear un pequeño chorrito de su leche diluida con una segregación femenina dulce y transparente. Pero no era importante la cantidad de líquido, sino la concentración de besos, aliento, mordidas salvajes y obscenas caricias. Eso sobre todo era lo que contaba. Miles de recorridos, en direcciones garabateadas como los dibujos de una espera ociosa. No le quedaba más remedio que salir de su limbo y comenzar con sus actividades habituales. Se levantó perezoso, llegó a la ducha y descubrió, todavía adormilado, que no había agua caliente, de la fría salía un chorro fuerte y decidió acabar de una vez por todas con la magnífica imagen de su amante paseándose desnuda alrededor de su cabeza. Despertó salpicando el agua por todos lados, con saltitos cortos y aullidos de perro castigado. Se enjabonó como si se estuviera aliviando algún dolor y se enjuagó. Salió vigorizado, lamentando haber echado por el desagüe los recuerdos de la noche anterior junto con un chorro de orina. Se vistió y salió a dar una vuelta.

No le apetecía nada más que sentarse en el café de enfrente y desperdiciar con una taza de café lo que le quedaba de la mañana y sus vacaciones. No había descansado nada y lamentaba no haberse ido con su amigo Juan Carlos a pasar una semana en la playa. “¿Para qué? —le preguntó a Juanca cuando se encontraron—. Si no voy a estar en paz porque voy pensar todo el tiempo en Gabriela. La única respuesta fue un “haya tú”, no sabes de lo que te pierdes, pues en el mar hay mujeres que al lado de tu Gaby son diosas. ¿Qué le ves a esa flaca? Podía haberle respondido a su pretencioso amigo que la amaba—se dijo, tratando de consolarse—, pero él se habría burlado, así que lo único que argumento era que no sabía nadar y tenía que ahorrar un poco de dinero. Ahora ya era tarde para lamentaciones y para no enmarañar sus pensamientos se dedicó a ver a la gente que pasaba. No le llamó la atención nada, ni siquiera la ocurrencia de unos niños que hicieron reír a sus padres cuando dijeron que la señora que iba saliendo de una tienda se había comido demasiados bocadillos en el desayuno y por eso tenía una barriga como bola.

Pagó el café y se fue a ver al señor Arriaga para saber cuál era su encargo del día. Tenía la suerte de haber encontrado un empleo cerca de su casa, pero no sabía si era una ventaja o un problema porque, al que siempre recurrían, para las emergencias era él. Una vez se había negado y un poco más tarde su jefe lo había visto sentado tomando café sin hacer nada, por eso su vida, después de la bronca que le había echado su jefe, se había convertido en un encargado de guardia. Quería cambiar de empleo, pero como estaba la situación era probable que no encontrara nada mejor. Si no hubiera sido por ese empleo no la habría encontrado, pensó tratando de consolarse. Revivió esa tarde en la que el señor Arriaga le dijo que era importante que llevara un paquete a la oficina del arquitecto Barragán. Entró y en la recepción estaba ella con su sonrisa a flor de piel, su trajecito azul marino con un pañuelo enroscado en el cuello. Bajita, delgada y con su pelo ondulado recogido que le daba un aspecto más de colegiala que de secretaria de un importante bufete de arquitectos. Tenía una voz muy suave y había que hacer un esfuerzo para entenderla porque hablaba rápido. Quizás eso fue lo que lo enganchó, que tuviera que preguntarle tres veces lo mismo sin poder entenderla del todo. Tal vez, esa era la forma que tienen algunas mujeres para que las mires con más atención y al hacerlo, Francisco, vio que era una mujer muy atractiva. Parecía sacada de esos cuadros renacentistas de Botticelli y, al notarlo Paco, ya no pudo desprenderla de su memoria. La fue reconstruyendo con la imaginación y comenzó a idolatrarla. Llegó un momento en que ya no pudo más y se fue a esperarla fuera de la oficina.

“Estoy casada —le dijo en cuanto él la invitó a tomar algo—. Mi marido trabaja en una empresa de transportes”. En lugar de desconcertarse y retirarse, Paco vio la oportunidad de imponerse a sus recuerdos y sus fantasías sexuales y le dijo que no le importaba, que él lo único que quería era permanecer con ella, compartir su voz, gozar de su compañía, nada más. Gabriela descubrió a un hombre sencillo, inteligente y muy apasionado. No tenía problemas sentimentales y por eso sentía que su corazón estaba cerrado para una relación ocasional y aventuras, pero la mirada melancólica de Francisco era una llave que seguramente abriría la puerta que liberaría sus sentimientos y lo sabía. Se vieron tres veces más y decidida a cortar cualquier tipo de relación, Gabriela le dijo a Paco que ya no quería seguir comprometiéndose con él. Ya había recibido el aviso de una de sus vecinas y no quería arriesgar su matrimonio, su seguridad y bienestar por nada del mundo. Se marchó y no dijo nada más.
Por desgracia una noche Gabriela entró en una farmacia y chocó con Francisco. Él en lugar de esquivarla se le arrojó y en un fuerte abrazo sus labios soltaron un chispazo al rosarse. Quedaron electrificados, sin poder pronunciar palabra alguna, pero sus ojos tenían un campo magnético que juntaba sus cuerpos, Paco se disculpó y se ofreció a acompañarla un tramo y en el momento de la despedida no pudieron evitar el beso que los condenó a su claustro. A partir de esa noche comenzaron a verse, primero a escondidas en la calle y después en el pequeño piso de Paco. Los encuentros eran a la hora de la comida y les encantaba comer un bocadillo después de haberse revolcado una hora en la cama. Paco estaba encantado de haber encontrado a una mujer dócil en la cama, con fuertes explosiones que culminaban la lluvia de los fuegos artificiales, con una figura muy esbelta, con los senos diminutos, pero con unas nalgas perfectamente redondas y carnosas. Es tu cara la que me despierta las fantasías eróticas—le decía Paco cuando acariciaba con ocio su cuerpo—. Te pareces a la mujer de un cuadro de un artista italiano. Ella se burló de sus ocurrencias, pero luego Francisco le mostró un cuadro de Simonetta Vespucci y Gabriela se desconcertó un poco porque sí, sí que había un pequeño parecido. Eres tú—le insistía Paco, pero ella sólo se reía.

Comenzaron a temer que alguien se diera cuenta de sus encuentros y se hicieron muy precavidos. No se saludaban en la calle, llegaban al piso a diferentes horas y no se mostraban en lugares públicos. Todo fue bien hasta que Gabriela pronunció el nombre de su amante mientras copulaba con el marido. Costó mucho trabajo enderezar el matrimonio y siempre existía el riesgo de golpear la pata coja que sostenía la relación marital. Francisco perdió a su amante y recibió amenazas por parte de un desconocido que lo convenció de alejarse de ella. No quedó otro remedio que vivir de los recuerdos. Era por eso que cada mañana se levantaba sin animo, violado por los recuerdos eróticos y con un sabor agrio en la boca. No tenía ánimo para encontrarse con nadie y evitaba a su amigo Juan Carlos que era el único que conocía su pesar. Los días pasaban sin sentido y eran grises por más sol que hubiera. La única alegría que tenía Francisco era mirar el famoso cuadro de Sandro Botticelli y sumergirse en sus fantasías leyendo la biografía de Simonetta, Vespucci, escuchando música clásica y haciendo en su cuerpo dibujos garabateados como los que repetía cada mañana bajo las sábanas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario