jueves, 10 de septiembre de 2015

Hay males que matan.



Ahora que te veo tendida en el suelo, completamente desnuda e inmóvil, tengo la oportunidad de poseerte y deleitarte por fin, sin que empieces con tus escándalos. Tus piernas regordetas y lechosas son como queso fresco, tu amplio y provocador pubis afeitado me arrastra como si se tratara de un camino misterioso pero eternamente deseado. Mis suplicas rechazadas hasta el hartazgo desaparecen, está tibia tu cavidad, no ha llegado la frigidez a esta parte.
 ¡Cuántas veces imaginé esto en sueños!     
 Ahora, estás indefensa aquí, a mi merced. ¡Vagina tibia, como pan horneado, carnosa, húmeda y placentera!
 Me recuesto sobre ti y te muerdo la lengua, está espumosa pero, al fin y al cabo, inerte. Todavía quedan algunos mechones de pelo que te ayudé a arrancarte, un poco de sangre en la nariz y algunos moretones que se te ven enormes por tu piel tan blanca. Antes de que te diera el colapso final me dijiste:
 ¡Eres un maldito impotente! —Pude haberte demostrado lo contrario, pero estaba harto de tus teatritos, berrinches y nimiedades.

 Siento dentro de mis oídos cómo siguen haciendo eco tus remedos, recriminaciones y burlas. Tengo ante mí la imagen de tu deseado cuerpo, bailando un monstruoso twist mudo. El meneo arrítmico de tus brazos es absurdo. Todo lo que percibo es, sin duda, producto de las ondas sonoras que andan batiboleándose en mi cabeza por causa del irremediable esfuerzo de amarte. La suavidad de tu piel me causa tal excitación que no puedo contener el deseo, te sobo los pequeños pechos que se quedaron tensos por tu ataque de histeria. Los oscuros pezones no responden, parecen conitos de piel corrugada y petrificada. Así te pasaba. Primero, la mirada diabólica de algo que te recorría por dentro y te oscurecía la razón, después tus vociferaciones y blasfemias. — ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo podremos hacerlo como la gente decente?—Te preguntaba, pero tu respuesta nunca llegaba y sólo discutíamos.
 Te paseabas desnuda, andabas a tus anchas haciendo alarde de tu furia contenida. Al ver tus nalgas bambolearse y ejecutar su sinfonía vulgar y erótica perdía la razón. !Paf¡ ¡Paf! Ahí estaba la música de tus carnes fecundas acariciándome el vientre. Yo te cogía por la cintura y me apresuraba a abrirte las piernas, pero de inmediato te encogías como gata, luego como leona en plena caza sacabas las garras, al final me insertabas los colmillos como hiena salvaje. Rugías mientras yo aullaba por el derrame líquido precoz. Nunca me acostumbré a terminar afuera. Parecía que a ti ni te hacía falta el sexo. Tu orgasmo eran mis frustraciones. 
Sí, sí, eso, eso era precisamente lo que querías. ¡Qué maldita! ¡Ahora lo verás, mustia! ¡A ver si así estás contenta! ¿Te gusta? ¡Te gusta! ¡Prueba, desgraciada, lo que siempre te habías negado! ¿Por qué me arrastraste hasta aquí? ¡¿No era suficiente con humillarme?! ¡Recibe tu maldito merecido, zorra! ¡Maldita seas, Iveth! ¡Ábrete, ábrete, te digo! ¿Ahora lo deseas, no?  ¡¿Por qué me obligaste a matarte?! ¡Zas! Zas! ¡Uff! ¡Uff!

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