miércoles, 7 de mayo de 2014

Dualidad Femenina


Cuando por fin se liberó de la opresión a la que había estado sometida durante algunos años, experimentó una extraña sensación de alivio provocada por la libertad. Pudo saborear de nuevo la vida, su ser sufría una transformación completa porque los pies se le aligeraban a cada paso, su cuerpo se sentía redimido, era como si la enorme coraza gris opaco que había llevado a cuestas día y noche, de pronto, se hubiera resquebrajado y estuviera cayéndose en pequeñas costras a su alrededor. Respiró profundamente y dejó que el aire tibio con olor a lluvia anegara sus pulmones, de su espalda se desplegaron dos enormes alas lepidópteras imaginarias y empezó a ascender.

Durante su vuelo recordó el primer día que se encontró con Nai Baf, quien apareció ante ella con una expresión abrupta de negociante Iraní y la miraba con asombro, deseo y mucha persistencia.
Por aquel entonces, ella era una simple estudiante de la universidad que tenía grandes planes en la vida pero avanzaba muy lentamente en el camino que se había trazado. Hasta ese momento se había dedicado sólo a cultivar su conocimiento y sentía, por intuición, que se estaba gestando la siguiente etapa de su existencia en la que un ser como Nai Baf, con su cara cuadrada, su pasividad y su andar lento y sigiloso, era fundamental para el cambio. Por esa razón,  se dejó seducir tan fácilmente y la poca resistencia que ofreció ante el inminente ataque sexual de su seductor fue solo un pequeño adorno en el juego erótico del amor.

 Él iba ataviado con elegancia, movía las grosas manos como si fueran monolitos, hablaba con mucha seguridad y ritmo firme, acompasado, rico en expresiones de alabanza y sumisión. La invitó a salir, le mostró cosas nuevas que excitaron su curiosidad. Al poco tiempo de salir juntos, ella se le entregó sin reticencia y Nai Baf le reveló los principios básicos que consideraba fundamentales para la vida de una pareja: “La mujer se entrega recibiendo”,-Le decía.

 En ocasiones, cuando él se quedaba eréctil pero estático, le preguntaba si sabía que el erotismo era la violencia generada por la necesidad de reproducirse;  que entre más durara el juego de la seducción, el deseo de posesión por parte del otro era más fuerte. Ella entendía las palabras, mas no así,  el significado. Lo que la convencía en su discernimiento era que las ideas de Nai se le enterraban en lo más profundo del corazón y germinaban confianza, sin embargo entre más certeza tenía de las cosas, más lentas se volvían  sus acciones.

Un día se sorprendió al descubrir que estaba tan impasible como Nai Baf, a pesar de que su cuerpo estaba desbordante de sudor y su corazón se agitaba como una hoja sacudida por el viento de una tormenta. Esto la desconcertó,  pero de nuevo vinieron las palabras de Nai en su ayuda para recordarle que la reproducción es el principio del final, que el procreador al originar a otro ser semejante, empieza su camino hacía otra vida, hacía otro mundo de dimensiones abstractas y superiores. Era feliz pero notaba que con el paso del tiempo se hacía cada vez más pasiva, lo que había ocasionado que su cuerpo se transformara, pero en lugar de ganar peso y ensancharse, había perdido lastre y se había moldeado con bellas  formas y envidiables proporciones, sin embargo esto no la había hecho más ágil, por el contrario se sentía más lenta e inactiva que nunca.

Avelith se esmeraba en el arreglo personal, pero a pesar de eso pasaba desapercibida ante los hombres y esto le causaba desagrado porque algo dentro de ella se removía y la cuestionaban su vanidad y amor propio. Aunque tenía una buena posición social, se relacionaba con personas importantes y su pareja era un hombre bastante influyente, algo no la terminaba de satisfacer.  Lo descubrió de forma inesperada y, por extraño que parezca, solo ella lo notó. Estaba en una fiesta, llevaba un hermoso vestido blanco con holanes y adornos de esmeralda para resaltar lo divino de sus ojos y su perfil afilado, de pronto se acercaron unas persona a conversar con ella y Nai Baf que se sentía un poco incomodo en un espacio tan extenso, se plantó junto a ella y sostuvo una conversación de alta conceptualización filosófica que aburrió muy pronto a los interlocutores.

El fenómeno que le causó tanto nerviosismo fue que en su vestido no se reflejaba la luz del sol y la única luminosidad provenía de las personas vestidas de color negro que la rodeaban. Era muy raro que la parte nívea de su elegante prenda fuera ensombrecida con un círculo de tizne oscuro cuando Nai, quien llevaba un traje de color muy claro, hacía contacto con ella. Se fijó en una mujer morena que estaba a su lado para saber si podía descubrir en sus ojos la desaprobación por la enorme mancha oscura, pero no había en ella más expresión que la del aburrimiento, entonces se le acercó y le susurró al oído la pregunta de si se le notaba mucho el oval gris, pero para su sorpresa, la mujer respondió que no había visto nunca un vestido tan blanco como el suyo. Intrigada por la duda probó cambiarse de posición y mirar el efecto que producía Nai en las otras personas y descubrió que a todos les opacaba los tonos de su vestimenta, pero que eso les pasaba desapercibido a los interlocutores y ella era la única que lo notaba. A partir de ese día era víctima de interminables controversias. 

Comenzó a sumergirse en la mentalidad de Nai Baf y descubrió que su prometido se encerraba en sus conceptos y era muy difícil motivarlo al cambio, además era imposible verlo improvisar algo, no daba ningún paso en falso y, lo más alarmante, tuvo conciencia de que era arrastrada hacía una vida encajonada en un reducido espacio de conceptos y conductas autómatas. En todos los aspectos Nai era un hombre ejemplar, puesto que había logrado amasar una pequeña fortuna, era sociable, metódico, amable y su aspecto firme influía en las personas tranquilizándolas, incluso se podría decir que las anestesiaba para que no sufrieran de preocupación, turbaciones  o estrés.
En ocasiones Avelith sentía un aroma terroso y húmedo que venía acompañado de una extraña palabra que oía en sus sueños.

 A veces veía la confusa figura de un hombre que le decía muy suavemente que se tenía que liberar del bombyx mori  buscando anís. Ella no comprendía nada en absoluto pero de forma inconsciente la inquietaba el licor matalahúva que era la única bebida alcoholica que podía ingerir y al final de cada comida se tomaba una copita o, a veces dos, para asentar los alimentos y favorecer la digestión.

Un día en un restaurante cuando se encontraba leyendo sintió la vibración fuerte de unas hélices invisibles, el aire la estremecía y le parecía que algún depredador de hembras la amenazaba. Buscó entre los clientes al que le producía semejante trastorno. Con una mirada amenazadora, protegida por unas gafas rojas, se fijó en un hombre larguirucho que la veía con demasiada insistencia. Él tenía una nariz ganchuda enorme y unos ojos hipnotizantes que ejercían sobre ella un efecto estresante, sin embargo tenía ganas de que él se le acercara y la envolviera en una conversación que ella presentía alegre, seductora  e interesante. No supo como se vio inmiscuida en una charla interesantísima llena de consejos, piropos y opiniones que jamás se había imaginado que pudieran despertarle tanto interés.

El hombre se llamaba Erías y era el modelo opuesto de Nai Baf porque mientras éste último era con ella cerrado, conservador, pasivo, terrenal y previsor; el otro se caracterizaba por ser antagónico a esas características. Pasaron una hora hablando de todo y al final quedaron de encontrarse una semana después.

 En los días siguientes fue muy duro soportar los ratos de intimidad con Nai porque estaba sedienta del placer que le prometía la vertiginosa y desconcertante vitalidad del otro. Mientras el pesado y pasivo Nai permanecía sobre ella durante una interminable cantidad de horas silenciosas, ella se imaginaba un galope violento, sudoroso y agitado con Erías, sin embargo al contener su excitación ocasionaba que su parte más sensible se contrajera formando un yugo que apresaba a Nai, quien por su parte experimentaba un placer creciente y delirante que lo estimulaba a inmovilizarse más. A pesar de la larga quietud de los  encuentros con Nai Baf, quedaba satisfecha porque se imaginaba con su futuro amante y ocultaba las sacudidas amancebadas de su bajo vientre en el estiramiento de su pareja.

El encuentro fue en un pequeño hotel de lujo. Ella llegó engalanada con un vestido amarillo con manchas naranja y un sombrero que hacía juego con los zapatos y el bolso. Él llevaba un traje verde olivo con tonos plateados. Se fueron a tomar un aperitivo y sin demorar el momento de la fusión se acostaron en el enorme aposento de la habitación. Las sábanas testificaron los giros vertiginosos de Erías, las volteretas y caricias que produjeron en Avelith un mareo sensual y ardor. Ella descubrió que había recobrado el movimiento, que la zanja en la que había permanecido con Nai, se abría y la luz del sol volvía a brillar. Brotaron dos enormes alas arrugadas en su espalda, luego se desplegaron grandiosas y al sentir la tibieza de la luz comenzaron a moverse, entonces ella desnuda de su coraza gris emprendió su primer vuelo en busca del polen de las flores, su probóscide se extendía y sus antenas le avisaron de la peligrosidad de Erías, por eso se precipitó hacia el cielo encontrando el aire fresco muy reconfortante, miraba el paisaje con tanta curiosidad que sus ojos se agrandaron y se hicieron compuestos.

Juan Cristóbal Espinosa Hudtler



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