La habitación estaba estrujada, atiborrada de libros y una nube rancia con olor a papel de periódico enfermaba el aíre y éste a Juan. La ventana estaba entreabierta, un sonido apacible y fresco traía las noticias de la calle desierta. Todo sereno—parecía decir refrescando el pequeño refugio —. Eran las tres de la mañana, no podía dormir y miraba al techo bufando nubes de humo para tratar de disipar las ideas tormentosas que bien podían ser fantasías eróticas o pensamientos distorsionados por el efecto de la hierba que fumaba.
¡Juan! —se dijo así mismo— ¿Y si
dios fuera mujer? Pero, ¿qué tonterías dices? Sí, sí, te lo digo en serio. Me
imagino que el hombre la amaría no con la cabeza, sino con el corazón. Se
vertería por completo en el concepto de la divinidad y la apretujaría con tal
fuerza que por fin encontraríamos la paz. No lo sé, no pienso como tú. Creo que
la cosa iría mucho más allá…
Se quedó dormido y cuando el sol
entraba de lleno por la ventana, se despertó. Se bañó y se dispuso a salir a
comprar algo para el desayuno. Por la calle se cruzó con algunos vecinos que se
apresuraban al trabajo. Saludó con la mano a quienes le daban los buenos días.
Entró en la tienda de Don Jesús. Esperó y le pidió unos bollos, leche y un
tarro de café soluble y se disponía a salir cuando lo asaltó la pregunta,
entonces se volvió, miró al corpulento y mal aseado tendero y le dijo:
—Oiga, don Jesús, hay una cosa
que me quita el sueño, ¿sabe?
—Pues, no eres el único,
muchacho. Con las cosas como están, no hay modo, no hay modo.
—Pero es que no es eso…Es más
bien que un pensamiento no me deja dormir.
—Y ¿qué es?
—Oiga, don Jesús, ¿alguna vez ha
pensado que pasaría si dios fuera mujer?
—¡Ah!!Con que es eso! Mira, pues
si que lo pensé alguna vez, y me gustaría que dios fuera como la Sasha
Montenegro, ¿sabes?!Utssss! A esa diosa sí que la amaría eternamente y me
portaría tan bien que sería su hijo, o mejor dicho, su amante predilecto.
¡Jajaja!
—No se pase, don Jesús, le hablo
en serio.
—Pues, yo también, diosito quiera
que tu deseo se haga realidad, mano, y entonces sí que seré feliz. No como
ahora, que ya no soporto a la arpía de mi esposa y a su madre.
De repente se oyó un ruido, don
Jesús se puso pálido cuando vio a su esposa y fingió que ordenaba algunas
frutas. Juan salió de la tienda pensando en que sería mejor razonar en qué tipo
de mujer se podría transformar dios, ya que la señora Lola como todopoderosa
sería una amenaza para la humanidad.
¿Y el infierno y el mal? —se dijo
de pronto—. Era cierto, ¿qué pasaría con el demonio? Porque de ser hombre
perdería todo su poder y sería un mamarracho poco convincente, pero ¿si fuera
también mujer? ¿qué pasaría con una diabla?!Oh, Dios!!No sabríamos qué sería
mejor! Si vivir en el infierno con un sinnúmero de perversiones, o el paraíso
con toda su pureza y amor romántico y dada la naturaleza masculina ¿habría
alguien que se negara a vivir eternamente en el inframundo?
Juan comenzó a sudar, pensó que
la naturaleza femenina era especial y que la procreación es una de sus más
destacadas características, así que Dios sería pródigo y el mundo se llenaría
de gente en poco tiempo porque amaríamos tanto, y ese amor se vería
recompensado con sus frutos, y habría quien en su fanatismo predicara amar sin
fin, sin tener miedo a las consecuencias que esto acarreara, y nos diría que lo
mejor, lo más bello y satisfactorio es el amor, y le creeríamos ciegamente, y seríamos
una plaga creada por la buena voluntad y tendríamos que hacer penitencias y
pecar por nuestra falta de amor y fe, pues al apartarnos de dios estaríamos
condenados al infierno, pero volvería la cuestión de si hubiera allí una diabla
y nos veríamos acorralados por todos lados y el resultado sería el mismo, ¡qué
horror!
Juan estaba nervioso porque entre
más pensaba su imaginación creaba situaciones paradójicas que lo hacían temblar
y vibrar de pasión al mismo tiempo. Decidió acabar de una buena vez con esa
idea absurda y se fue a caminar por las calles del centro para ver los
escaparates y distraerse.
Ya casi se había librado de su
pesar, pero como caída del cielo o salida del infierno se le apareció Julieta.
—¡Pero que sorpresa, Juan! ¿Qué
haces por aquí? —le dijo acercando su escote provocativo
Sin saber qué responder, dijo:
—Es que necesito unos zapatos y
ando buscando…
—¡Que bien que te veo! ¿Cuándo
fue la última vez que nos vimos?
—Tendrá como seis meses, fue
antes de que rompiera con Irma…—Juan agachó la cabeza y se mordió el labio para
contener un grito de furia.
—Sí, creo que sí. ¡Qué pena me
da! ¿Sabes que ya está saliendo con otro? —Exclamó con ironía y ánimo de
herirlo.
—No, no lo sabía, pero tampoco me
interesa. Creo que es mejor así.
—¿Y no la echas de menos? —dijo
Julieta haciendo un movimiento extraño.
—La verdad no sé, es algo
complicado ¿Sabes? Nuestra relación siempre fue muy extraña.
—Sí, te entiendo. Oye, me tengo
que ir a trabajar. Estoy chambeando en este edificio, en un bufete jurídico.
Bueno, me dio gusto verte.
Juan se la quedó mirando, oyendo
el taconeo arrítmico de su andar, le llamó mucho la atención su vestido
amarillo tan ajustado y la cadencia con la que avanzaba. Vio cómo se mezclaba
con algunas personas y desaparecía en el edificio.
Vio a Julieta como dios y
demonio. Sintió un dolor intenso. Percibió un sabor amargo en la boca. Buscó
una pared para apoyarse y pensó que debería conocer más la naturaleza femenina
porque, por más perfecta que fuera el creador o, esa dichosa diosa, siempre
habría algo que la haría impredecible y eso podría significar la extinción de
la especie, aunque fuera paradójico.
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