jueves, 20 de marzo de 2014

Falso argonauta


No. Lo siento pero está no es una noticia fresca, tampoco es para los noticiarios, ni mucho menos para hacer un chisme, bulo o cotilleo, como deseen llamarle, más bien es algo personal. Es la noticia añeja de algo que debí saber hace unos treinta años. ¿Con qué licor se debe  acompañar una noticia como está? Ahora no lo sé, pero seguro que pronto se me ocurrirá algo. 
Tal vez, piensen que se trata de una maternidad o paternidad escondida, como las que dramatizan tanto en las telecomedias o los libros de Corín Tellado; pero no, tampoco es eso. Por desgracia, es algo más ridículo y no piensen que se trata de algo relacionado con el sexo o con un implante de silicona. Para que me entiendan empezaré desde el principio y tendré que remontarme a los años 70´s. 
Cerca de mi casa vivía una niña muy bonita con la que todos los niños de mi edad querían jugar. Se llamaba Alicia y tenía una hermana más pequeña que se llamaba Mónica  y estaba muy lejos de ser comparada con su hermana mayor. Todos estábamos locos por Alicia y siempre que se hacía un corro para jugar, el objetivo primordial era cogerla de la mano para demostrarle a todos los demás lo afortunado que se era, sintiendo la tibieza de la manita de sololoy de la niña ojiazuada  y de guedejas doradas. Yo estaba enamorado de ella, pero sentía ese amor fraternal  e inocente que solo se puede experimentar a los ocho años y que es una de las cosas más hermosas de la infancia. Por desgracia, yo era gordito y muy moreno, lo primero  porque comía muy bien y, lo moreno, porque los fines de semana mi padre nos llevaba a la playa, lo único era que mis hermanos no se bronceaban como yo, a ellos el sol les ponía la piel cobriza y perdían el color con cierta rapidez; a mí se me quedaba la piel negra. Era tal vez por eso que no me acercaba mucho a Alicia, tenía temor de que ella me rechazara y para compensar esa lejanía le confesaba a mis amigos que estaba tonto por ella. 
Un día, cuando jugábamos a las escondidas, ella se escondió conmigo en un arbusto, yo estaba un poco nervioso, entonces ella sin ningún preámbulo me pregunto si era verdad lo que todos los niños decían. Yo sin entender a qué se refería exactamente me encogí de hombros y le pregunté que qué era lo que decían. -¡Qué yo te gusto!- me dijo acercándose mucho a mí. Bajé la mirada, rojo de vergüenza, y le dije que era cierto, entonces ella me dio un beso en la mejilla y me dijo que ya éramos novios. El supuesto noviazgo no duró ni un mes porque el padre de Alicia había terminado de construir su casa y se llevó a su familia a vivir  a las afueras de la ciudad, ni siquiera nos despedimos. 

Perdí el contacto con Alicia y, en cierta medida, la olvidé. Pasaron los años y un día entré a una tienda de helados a comprar una bola de sorbete que era la fenomenal especialidad de la casa. Vi a mi lado a una quinceañera muy guapa que esperaba le dieran su helado, por cortesía y tratando de ligar, me ofrecí a pagar. Ella me dijo que no quería y que no la molestara, sin embargo cuando me vio se quedó pensando un poco y yo la reconocí de inmediato.- ¿eres Alicia, verdad?- le pregunté, emocionado.- ¿Y tu Daniel, no? Soltamos una carcajada al unísono y salimos atiborrándonos de preguntas para recuperar los siete años que habíamos estado separados. 
Así, supe que estudiaba cerca y que esa era la razón de su vuelta a nuestro barrio, que su amiga Laura estudiaba con ella y que la madre de Gabriel le había encargado su custodia para que nadie molestara al chico que era muy especial. Laura se convirtió en nuestra alcahueta porque la señora Blanca, madre de Alicia, me odiaba a morir porque decía que yo era un vago sin oficio ni beneficio, aunque la verdadera razón era que quería conservar a su hija para un buen partido y yo, estudiante de secundaria, hijo de abogado con sueños de ser ingeniero, no encajaba en sus planes. Gracias a Laura, podíamos intercambiar cartas de amor, regalos y citatorios. 
En una ocasión la madre de Alicia salió a hacer unas compras y Laura fue a decirme que Alicia estaba esperándome en un jardín que había al lado de su edificio, salí rápidamente y me fui a verla. Cuando llegué nos escondimos en la entrada de un edificio y sentí el olor de agua de rosas con melocotón de su perfume, luego el calor de su cuerpo y sus labios tiernos y dulces. Me volví loco, solo hasta ese momento supe lo que querían decir Bécquer,Lorca,Neruda,Nervo y todos los demás en sus poemas. 
Fue un año excepcional, la vida tuvo un solo color, un solo nombre y una sola música y todo eso se llamó Alicia. La vida nos da regalos pero no nos consiente mucho, así que la tormenta de la desgracia también me llegó y en el momento menos oportuno. Estaba jugando en un torneo de baloncesto, era la final y José, Arturo, Lino, mi hermano Roberto y yo, habíamos podido llegar al último minuto del encuentro final con un empate y la posesión del balón para ejecutar los tiros de castigo de una falta que me habían cometido a mí. Ahí estaba parado en el centro del medio círculo listo para tirar, pero me llamó Alicia, que pasaba por allí y me vio, le pedí tiempo al árbitro para salir del rectángulo de la cancha y con el abucheo de todo mundo me fui a preguntarle qué quería. 
Tenía la cara triste y solo me dijo que teníamos que terminar y se fue, mis intentos de detenerla y abrazarla fueron vanos. Volví al terreno de juego como un zombi y tiré dos veces el balón sin ni siquiera acertar en el tablero, luego perdimos y me gané el reproche de todos los aficionados y compañeros. Lino me dejó de hablar para siempre y los otros casi me matan. Sin embargo yo era insensible a todo eso, traté de buscar a Alicia pero su casa estaba abandonada.
 No supe más de ella y ese fue el peor día que pasé en mi vida. Por la noche el trago amargo de la impotencia me dejo insensible, el luto de amor duró cuatro años en los que me oculté en los libros y el estudio. Luego conocí a otras chicas y pude olvidar. La herida cicatrizó y el tiempo se encargó de lo demás. Lo malo es que en nuestra mente el tiempo es todavía más relativo que en la realidad y solo la pérdida de la memoria puede hacer que tome dimensiones reales. 
Así que hoy he vuelto a esa época a mirar con detalle lo que pasó antes de aquel día fatídico. 
Permítanme decirles que todo esto lo ha provocado mi hermana con una conversación tonta en la que me ha dicho con ironía las siguientes palabras: 

“Pues fue Ulises, ¿qué no lo sabías?” 

- Se preguntaran quién es ese Ulises famoso. Pues, era un chico travieso que tenía una motocicleta y le encantaba lucirse con sus trucos enfrente de las jovencitas de nuestro barrio. Cogía la moto y como si fuera montando un caballo levantaba la rueda delantera del vehículo y comenzaba a hacer círculos mientras las niñas le aplaudían. 
Una ocasión le propuso a Alicia llevarla a dar una vuelta. Laura, que era un poco mayor, se dio cuenta de las malas intenciones del chico y puso sobre aviso a Alicia pero ésta, empujada tal vez por la curiosidad y la insistencia de las otras mozuelas, aceptó. 
Dicen que tardó más de tres horas en volver y por alguna razón, ni para bien ni para mal nadie me lo dijo. Yo lo habría intuido, de ser un poco más pícaro, pero con los entrenamientos y el estudio, aparte de la inexperiencia, me fue imposible concebirlo. Ahora está claro por qué Alicia se desapareció de esa forma, pues fue tres meses después del  infortunado paseo que se decidió a dejarme.
Hay una equivocación y confusión completa, pues Ulises tenía que haber encontrado  a una Penélope y era él quien tenía que haberse ido a surcar los mares y buscar aventuras en otros mundos. Nadie ha tejido  durante el día y destejido por las noches, ningún almirante ha hecho frente a las tormentas ni al canto de las sirenas, ni se ha recuperado un reino. 
Estoy a miles de kilómetros de distancia y a treinta años en el tiempo. Lo único que me queda es reconciliarme con el pasado y desear que ellos hayan sido felices, que finalmente se hayan amado, que hayan llenado su casa de pequeños argonautas y que se hayan acordado alguna vez de que en los momentos de nostalgia y soledad, siempre he recordado esa primera sensación tibia y agitada de sus tiernos labios. Así es como Ulises me engañó quedándose en tierra y fletándome en su barca me echo a la deriva en busca de otras tierras.


Juan Cristóbal Espinosa Hudtler 



martes, 11 de marzo de 2014

La Indiscreción se paga


Decía Maupassant que la curiosidad es uno de los sentimientos que menos puede controlar el hombre, en el caso de las mujeres-decía- si esta reúne una inquietud agitada natural, astucia para encubrir sus actos con un halo de buena fe y un encanto de sinvergüencería, entonces el deseo de indagación la llevará a cometer locuras o imprudencias audaces que la destruirán por completo o la arrastrarán a situaciones impensables con el riesgo de perderlo todo o perecer.De acuerdo a lo anterior, ninguna persona sea hombre o mujer tiene la suficiente fuerza de voluntad para detener sus pesquisas en el momento en que la lógica demuestra el resultado. Cuántas cosas podríamos conservar si en el momento de retirar la cortina de la duda que nos ha atosigado por mucho tiempo, pudiéramos detenernos y conformarnos con la respuesta que nos da la lógica. Por desgracia, aunque sepamos con anticipación la respuesta a nuestra pregunta, la curiosidad nos obligará a recorrer el camino hasta el final para solo confirmar lo que tanto temíamos o nos amedrentaba. De haber sabido esto, tal vez Afrasinia no se habría divorciado de Valery y no es que tuvieran problemas o muchos conflictos, más bien era al contrario. Se habían conocido en la Universidad cuando Valery estaba por terminar el último año y ella era una estudiante de nuevo ingresó. Chocaron cuando Frosia entraba a la biblioteca y él, impedido por la pila de libros que llevaba en los brazos, no se dio cuenta de que ella pasaba en ese momento y dejó revolotear los pájaros de encuadernación dura que cayeron con gran fuerza en el piso. Se puso rojísimo y se disculpó sin poder ocultar el nerviosismo del que fue presa al ver a la hermosa jovencita que lo miraba con ojos de demonio. Recogió sus libros y se fue rápidamente para desaparecer del campo visual de la pequeña diablita que estaba dispuesta a matarlo. Al alejarse se dio cuenta de que sus pies eran más ligeros y sentía por dentro un ánimo que nunca había sentido, por la noche se le aparecía la imagen de unos ojos verdes muy grandes y una boquita carnosa con forma de fresa apachurrada. Comenzó a pensar en ella y siempre que decidía buscarla ella desaparecía, así que trató de olvidarla y dedicarse por completo a sus estudios, escondía la nariz dentro de los libros y se esforzaba en no escuchar los sonidos que tañían o resonaban a su alrededor. Un día que estaba a punto de terminar un libro muy ameno de Chejov sintió una respiración tibia que le acarició el cuello, se trató de sumergir lo más hondo posible en las pequeñas letritas del rancio libro y cuando estuvo a punto de lograrlo oyó una voz acuosa que le preguntó su nombre. Él contestó con presteza y se alejó unos pasos previendo que la chica que tenía enfrente le acometiera con un par de tortazos, pero ella solo le preguntó si conocía a un tal Victor Shklovski y si le podía recomendar algo de ese critico, entonces en contra de su voluntad, Valera, comenzó a explicarle la teoría del alejamiento de los objetos en el arte y literatura, luego le explicó la polifonía de Bajtín y terminó con algunas ideas de Lotman. La joven estaba impresionada y confirmó los rumores que corrían entre los estudiantes de que este joven atractivo pero desaliñado era un genio que encantaba a cualquiera con su forma de hablar. Unos meses después del afortunado encuentro se casaron y empezaron a gozar de la fortuna que proporciona una vida estable en el aspecto económico y anegada de pasión, deseo y amor. Valery llegó a ser el redactor en jefe de una revista muy reconocida y su posición social se vio compensada con un círculo de personas famosas que lo estimaban con franqueza. Asistía a las reuniones con su mujer y nunca les faltaban  los cumplidos y buenos deseos. Se podía decir que eran la pareja ideal.
Un día Afrasinia descubrió un trozo de papel con unos garabatos que semejaban números. Había un nombre que era casi ininteligible pero ella lo pudo descifrar, el nombre era Adelia. El cacho de papel lo había sacado de una agenda de Valera y al buscar un poco de información relacionada con esa mujer descubrió un estado de cuenta en el que se veía que Valery le había hecho pagos de algunos cientos de dólares a dicha mujer. Afrasinia sintió un fuerte escalofrió y un mal presentimiento le golpeo la cabeza como una campanada, estaba inquieta sin saber qué pensar y al hacer un recuento de los clientes y conocidos de su marido no encontró a ninguna persona con el nombre de Adelia. Decidió no abordar el tema con su marido de forma directa, más bien empezó a tratar de descubrir indicios de lo que le había ocasionado que se le pusiera la piel de gallina y era la idea de que su adorado y pulcro cónyuge le fuera infiel. Comenzó anotando las actividades de su marido, cronometrando todas las salidas de la oficina, las comidas en los restaurantes, las reuniones con el director de la revista y todo lo que le pudiera ayudar a encontrar los días y la hora en que Valery se encontraba con Adelina. Se rindió pronto porque no había ningún hueco que indicara algo en las ausencias de Valera. Aplicó otra técnica interesándose por los clientes del marido, indagaba con escrupulosidad y preguntaba todos los nombres de los que tenían alguna relación comercial con él, sin embargo él seguía limpio y, en cierto grado, eso comenzaba a preocuparle más que tranquilizarla. En algunas ocasiones se despertaba por la noche y miraba fijamente la cara inconsciente de su esposo, como tratando de arrancarle alguna confesión pero sabía que era inútil, Valera jamás había hablado dormido y su sueño era pesadísimo. Un ovillo de ideas espinosas comenzó a incomodarla y lastimarle el alma, se sentía peor cuando los pensamientos le daban vueltas, era necesario que algo le despertara una sospecha o se asociara con la infidelidad para que perdiera el control. Serio y responsable, Valery siempre había sido moderado en cuestiones del amor, antes de casarse había salido con una chica pero por la dedicación a sus estudios, Valera, ocasionó que la relación terminara pronto. Hay hombres que buscan alguna confirmación de su energía varonil y se acuestan con muchas mujeres, otros por un exceso de testosterona buscan refugio en los brazos de todo tipo de damiselas, otros son completamente impotentes y se deforman con algún vicio secreto. Valery no era de ninguno de estos tipos, más bien era un hombre con un concepto muy alto del compromiso sentimental y hacía todo lo posible para que su matrimonio fuera lo más cercano a lo ideal. Le importaba mucho su trabajo y el saber que su vida llevaba un ritmo estable le proporcionaba la motivación para seguir adelante y birlar todo tipo de dificultades. Poco a poco se fue acentuando la desesperación de Afrasinia que alteraba, por consecuencia, el uniforme ritmo de vida de Valera. Cuando ya no pudo soportar la duda le preguntó sin rodeos.
-¿Quién es Adelia?- Él, que nunca se habría imaginado que algún día le hicieran esa pregunta y, mucho menos su mujer, abrió tanto los ojos que estuvieron a punto de saltársele de las cuencas. Con una expresión de asombro respondió con otra pregunta.
-¿De dónde sabes eso?- Ella sin darle oportunidad a recuperarse del golpe, atacó.- ¿Es tu amante, verdad?
–Pero, cómo puedes imaginarte esas cosas, tú sabes que yo solo vivo para ti, eres todo lo que siempre he soñado.
-Si me quieres tanto, entonces por qué mantienes a esa desvergonzada, no trates de mentir porque sé que le mandas dinero cada mes, ¿puedes explicármelo?
El hizo una pausa y exhalo el aire como tratando de librarse de un mal olor y luego le contó la siguiente historia.

Esto no se lo he contado a nadie porque siempre lo consideré algo muy personal, pero veo que no queda más que confiártelo a ti. Resulta que un día fui a un mercado de artículos electrónicos que se encontraba casi en las afueras de la ciudad, era un poco tarde y el camino por el que iba no estaba bien iluminado, de pronto unos maleantes me salieron al paso y me quitaron lo que llevaba, luego me golpearon y perdí por un rato la orientación. Unos minutos más tarde no sabía dónde me encontraba, tenía sangre en la cabeza y me dolía todo el cuerpo. Cuando pude ponerme de pie vi a una mujer a unos metros, estaba tirada con las piernas abiertas, le habían desgarrado toda la ropa, sangraba por la entrepierna y gritaba muy fuerte. Me acerqué para ayudarla, estaba en muy malas condiciones, por desgracia no había nadie ahí cerca y me fui a buscar un taxi o algun conductor que pudiera llevársela al hospital. Conseguí que me ayudara un hombre que pasaba a unos cien metros de donde estábamos nosotros. Hospitalizaron a la mujer y me quedé con la duda de su estado, fue por eso que antes de irme le pedí su teléfono. Al volver a la residencia estudiantil donde vivía en aquellos tiempos recordé que esa mujer joven había pasado a mi lado cuando me estaban atracando, lo más probable era que la hubieran confundido pensando que era mi mujer y la torturaron los maleantes para que no hablara. Por curiosidad y, tal vez por agradecimiento, le llamé un día para saber que había sido de ella. Me contó que había hecho la denuncia pero que al no haber testigos no se había tomado la declaración como cierta y los policías la habían tomado por una mujer de cascos ligeros. Un poco después, su marido la había dejado después de saber que habían perdido su feto engestación de cuatro meses. Al parecer su vida se fue a pique a raíz de ese encuentro circunstancial, pues ella no solo había perdido a su marido y al niño, sino también el empleo y su casa. Luego sentí remordimientos y le pregunté si estaría de acuerdo en aceptar un poco de ayuda económica para compensar la desgracia que yo le había acarreado.

 Desde entonces le envío un poco de dinero para que salga adelante ya que, parece que le quedó un trauma muy fuerte después de la violación. -Terminó de esta forma su confesión, miró a Afrasinia y, pensando que no había nada más que decir, fue prepararse un café. Frosia, sin embargo se sintió engañada y su intuición, quizá afectada ya por el torbellino de dudas e ideas que había revuelto todo en su cabeza, decidió que no quedaría en paz hasta que comprobara que era cierta la historia trágica de Adelia.

-Llámala ahora,-le dijo con mucha autoridad y medio fúrica.
-¿A quién?-Preguntó Valera.
-A quién va a ser, a esa Adelia. Toma, márcale.
Con cierta resistencia por parte de sus dedos, Valera llamó a Adelia. Cuando oyó su voz se desconcertó un poco y quedó ante los ojos de su mujer como un hipócrita que tartaba de ocultar un embuste.
-Adelina, le llamo solo para preguntarle si este mes le ha llegado el dinero.
-Sí, muchas gracias.- Contestó una voz suave y joven. Luego Valera volteó a mirar a Frosia y se dispuso a colgar, pero ella cogió el auricular y empezó a vociferar. Amenazó a Adelia, le dijo que no se ilusionara que no le cedería jamás su puesto y que si quería seguir con vida lo mejor era que se alejara lo más pronto posible de su marido, y esta palabra fue pronunciada en voz muy alta letra por letra. Después colgó y azotó el aparato. Valery estaba frustrado sentía pena, odio y compasión, no sabía qué hacer. Frosia rompió en llanto y recriminó a Valera echándole en cara que ella había sido fiel y que nunca se habría atrevido, ni con el pensamiento, a serle infiel. A partir de ese día la relación fue a menos. Frosia llamaba sin parar a Adelina y a Valera, les gritaba, luego se lamentaba en soledad llorando amargamente por ser tan desgraciada. El matrimonio se disolvió, fue trágico para Valera quien estuvo dispuesto a aceptar cualquier condición de Frosia para conservar la unión, sin embargo ella ya no podía dar un paso atrás y volver a sufrir el tormento que le propinaban sus ideas curtidas de tanto rondar por su mente viciada. Quiso el destino que el final fuera más trágico, pues pasaron algunos años y Valera pensó que de alguna manera el destino de la mujer que le había salvado la vida, entregando su propio retoño, se había cruzado en su camino por alguna razón inexplicable, así que la llamó y concertó una cita con ella. Era la primera vez que se reuniría con ella desde el trágico suceso y se sentía muy incomodo. Ella apareció, caminaba despacio para ocultar una ligera cojera que le afectaba la pierna izquierda, iba vestida modestamente pero con buen gusto y su rostro no llevaba marcadas las huellas de los castigos que había recibido su alma. A Valera le pareció simpática y hasta un poco seductora, tenía un carácter alegre y buen sentido del humor. Pasaron una hora juntos hablando de todo hasta que Valery le contó el final de su vida conyugal y su deseo de disculparse por los malos ratos que le había ocasionado su ex esposa. Ella no dijo nada y con un gesto noble le comunicó que no sentía rencor y que debían ser fuertes para afrontar la vida tal y como se les iba presentando a lo largo del trayecto de su existencia. Descubrieron algo en común que los unía y decidieron quedarse juntos. Prosperaron y adoptaron un niño pequeño que les dio las alegrías que habían dejado de esperar hacia tiempo. Muchos años más tarde, Afrasinia los vio juntos paseando por un parque y no quiso acercarseles. Sola, se quedó con un dolor en el pecho que le hizo recordar la sensación hiriente de la curiosidad que la llevó a destruir todo lo que tenía por aceptar un juicio falso en su primera premisa.

Juan Cristobal Espinosa Hudtler






viernes, 7 de marzo de 2014

El estafador


Con una voz suave y una actitud muy positiva era capaz de convencer con facilidad a las personas, lo que podría ser motivo de envidia entre los empresarios o corredores de bolsa. Este individuo sabía conservar la calma en cualquier situación por complicada que fuera y sus nervios estaban templados como el acero más caldeado. Siempre recibía a sus conocidos con una sonrisa deslumbrante,  su aspecto exterior mostraba el refinamiento depurado por el tiempo. Su vida personal era un misterio y pocas personas podían referir algún aspecto de su juventud o infancia, sin embargo todos creían que era de origen burgués o aristocrático. Tenía la manía de aparecerse siempre,  en el momento en que las personas se encontraban en dificultades para determinar qué hacer con su dinero. Tal vez era vidente, o tenía espías, o había hecho un pacto con los malos espíritus, o simplemente tenía una intuición fuera de lo normal que le permitía olfatear a cientos de kilómetros el dinero. Durante las conversaciones que mantenía en las celebraciones públicas algunos sujetos le confiaban secretos financieros y, él mismo, con un lenguaje bien articulado e impecablemente estructurado hablaba de operaciones bancarias  que excitaban la curiosidad hasta de los más ciegos e ignorantes en materia de transacciones. Era imposible escabullirse o hacerse el desentendido porque el destacado orador iba arrinconando a sus interlocutores hasta que lograba que estos le revelaran su situación financiera o su deseo de enriquecerse.
En algunas ocasiones desaparecía por completo y las únicas referencias que dejaba eran las direcciones de empresas de Internet en las cuales trabajaba. Dichas compañías eran distribuidoras de algún tipo de alimentos o bebidas que siempre se distinguían por ser de muy buena calidad, ecológicas y para consumidores selectos y distinguidos que se preocupaban por su salud. Cuando a alguien le surgía la curiosidad y deseaba comprobar la existencia de las conservas, vinos y alimentos que tanta calidad tenían no encontraba más que las dichosas páginas de internet, entonces con una gran desconfianza se le preguntaba al distinguido empresario dónde demonios se vendía todo lo que él publicitaba y, para sorpresa de todos los incrédulos, se los llevaba a las tiendas para que vieran las estanterías repletas de sus productos. Era asombroso, decían, nunca pensamos que fuera usted tan popular y nosotros tan ciegos. En fin, la gente después de comprobar lo magnifico de las ventas se comprometía a adquirir grandes cantidades de productos y tenerlo como principal distribuidor. Otra de las virtudes de las que hacía alarde, sin aspaviento, era la de conocer todas las obras de economía de los clásicos, pasaba de los conceptos de  John Locke a los de Marx con una facilidad de prestidigitador, pero de quien más hablaba era de Kenneth  Boulding y de Roberto Kiyosaki, sabía combinar las palabras de tal forma que sus interlocutores quedaban obnubilados como serpientes encantadas frente a un faquir. Era suficiente con que les presentara de forma imaginaria los campos donde se desenvuelven los inversionistas, que les aclarara qué es un capital activo y uno pasivo, y que les diera una pauta para ahorrar, invertir y hacer un acto benéfico para que los consideraran los mejores emprendedores e inversores. El ilusionista del fraude, como podríamos llamarlo, empezó sus actividades delictivas después de haberse encontrado con un grupo de truhanes surgidos del rompimiento de la comunidad de repúblicas socialistas de Europa del Este. El encuentro casual fue cerca de un salón de exposiciones donde se vendían obras de arte clandestinas de todo tipo, falsificadas o robadas, nuestro distinguido personaje vendía copias de cuadros famosos que obtenía por conducto de un corredor de arte quien agobiaba a los artistas talentosos desconocidos para que le hicieran reproducciones de Rubens, Rembrandt, Velázquez, Shaliapin, Aybasovski u otros, y al final les pagaba una bicoca y se enriquecía pagándoles poco y exigiéndoles mucho. El estafador solo colocaba a buen precio las reproducciones entre los extranjeros que llevados por la ambición de obtener una pieza única de museo pagaban lo que fuera por poder poseer dichas obras. Así el estafador conoció a un cabecilla del crimen organizado que lo convenció de dejar las chucherías y emprender las grandes estafas. “Robando con mentirijillas, nunca saldrás de pobre, mejor dedícate a los grandes capitales. Ahora es el momento de actuar.”
Así lo hizo se unió al influyente ladrón y comenzó a vender certificados bancarios, empresas falsas, coches inexistentes, drogas, etc. Cada jueves por la noche asistía a un baño sauna donde entre vasos de vodka, risotadas y prostitutas se ganaba la confianza de los hombres más poderosos del mundo delictivo y aprendía los manejes del robo. Se formó a conciencia y se convirtió en un eslabón fundamental de una cadena de maquinaciones que funcionaba como un reloj suizo. Cuando los planes del club de timadores requerían de un elemento que pudiera combinar la capacidad oratoria de Demóstenes, la agilidad mental de un Kasparov y el encanto de un Og Mandino con rostro de santo, se recurría de inmediato al timador que hacía su aparición con lujo de gracia y buen garbo. Llegaba muy seductor, lleno de determinación y con sus carpetas bajo el brazo explicaba con lujo de detalle los pasos que habría que seguir para embelesar las débiles mentes de las ambiciosas personas que poseían dinero pero no sabían qué hacer con él. Cuando el Timador se convirtió en un gran iniciado del pillaje se independizó y comenzó a trabajar en solitario, le fue muy bien y se hizo respetar por todos los clanes de la ratería. Tenía sus principios básicos que eran muy sencillos e infalibles. Robar sobre todas las cosas, no poner atención a las suplicas, ser agudo como el filo de una navaja y, lo más importante, no enamorarse o mezclar el amor con la estafa. Con todos los engranes de su mente bien lubricados y calibrados en milésimas gozaba de unos resultados inmediatos, se podría decir que era infalible y donde ponía la mentira caían los costales de dinero, semejaba esos aparatos en los que uno golpea con un martillo y un perno se eleva hasta tocar una campana en la parte más alta del artilugio. En sus ratos libres y en completa soledad se maquillaba la cara y se reducía el tamaño de los ojos para parecerse a su ídolo, el estafador más grande del mundo, se ponía un anillo del tamaño de una nuez y se peinaba el copete con brillante vaselina. Un día enfermó gravemente y ninguna medicina ni tratamiento lo pudo salvar. Intentó hacer inversiones en las empresas farmacéuticas, quiso clonarse para obtener órganos de recambio para sustituirlos como si se tratara de una máquina pero todo fue en vano, los doctores le dijeron que no tenía remedio, que encomendara su alma a Dios y que pidiera por su salvación, fue entonces cuando se le metió en la cabeza recibir los santos oleos o, lo que era lo mismo en vísperas de su muerte, ser canonizado. Contrató infinidad de gente para que aseveraran sus buenos actos, sobornó a miembros de la iglesia, hizo que la gente hablara de sus milagros en las inversiones y los beneficios que había creado para la gente con sus aportaciones. Anunció públicamente su castidad y se declaró exento de pecado. Murió si dejar herederos. Su fortuna pasó a ser parte de las arcas de la iglesia y se uso su capital para dárselo a los desamparados, inocentes e incautos. Así fue como apareció un nuevo Santo que en vida le robó a los emprendedores y con su muerte hizo justicia a los más necesitados con dinero limpiado.

Juan Cristóbal Espinosa Hudtler






sábado, 1 de marzo de 2014

A una sensible manceba


Quién dijo que eres pecado, mi bella amada     
Si  para adorarla es, quien no ama no vive       
nos lo dijo la voz del cielo, ama a tu prójimo…    
¿Qué mal  les haces  mujer, si tu corazón es tan grande?  
¿Y alcanza para el mundo, para la humanidad?     
¿Quién podría condenarla? Solo el rechazado:   
 por carecer de afecto y caricias, reniega. 
Sigue amándome y no les escuches. Son rumores.   
Concédeme tus favores sin recato,  poséeme.    
 Que nos sancionen  los malogrados y necios. Si  puedo
morirme , que sea en tus brazos. No solo una vez,
ya lo he comprobado, resucitar es morir y con
un  vulvar beso tuyo, reaparecer  consumado.

JCEH