John Brown—Acudí
por petición de un vendedor de anticuarios. Llamó a la comisaría y dijo que
había un hombre en peligro de muerte. Acudí al lugar un poco antes de la
explosión y vi al trompetista tocando muy tristemente una melodía suave. Cuando
tocó la última nota explotó el barco. Caímos con fuerza y Max se puso a llorar.
Creí que se había lastimado, pero su llanto no era de dolor físico. Luego me
contó toda la historia y nos acercamos a lo que quedó de la embarcación, se
había pulverizado, sin embargo, vimos un camarote que había sido catapultado
por arte de magia. Corrimos hacia allí y vimos que había alguien.
Capitán del
trasatlántico—¡Claro que lo conocí! Me habían asignado el Viginian después de
la jubilación del capitán Sanders. Me sorprendió mucho su historia, que me
pareció una patraña, pero Danny Buckman, su padre adoptivo, me lo contó todo.
Le di a Novechento el grado de Alférez de fragata como reconocimiento al
prestigio que le había dado al Virginian, ¿sabe? Era como la marca personal de
nuestro barco. Le habría dado un premio por su música, pero no tenía los
poderes de la Academia…bueno, usted me entiende. Ojalá y se hubiera quedado en
tierra cuando tuvo el encuentro con aquella chica. Bueno, si me perdona…Tengo
mucho que hacer. Buenos días.
Danny Buckman— Yo
era carbonero, salía poco de la caldera y deseaba siempre llegar a América para
disfrutar de lo que teníamos en Europa. Cerca del puerto de Nueva York lo
teníamos todo. Nos encantaban los bares y los “Lugares de esparcimiento”—era
así como le decíamos a los burdeles. Tomábamos baños, comprábamos ropa nueva y
nos íbamos a divertir. ¡Buaah, buaah! Todavía recuerdo cómo disfrutábamos con
el glug-glug de las botellas y los besos de aquellas chicas. ¡Esos eran buenos
tiempos! ¡Sí, señor! Bueno, el caso es que una vez estaba un poco enfermo y no
bajé del barco, fui a revisar unas válvulas y cuál sería mi sorpresa cuando vi
a un bebé en el suelo. Corrí a buscar a sus padres, pero nadie lo reconoció
como suyo. Se lo comuniqué al capitán Sanders y lo reportamos a la policía,
pero ¡Nanay, nadie nos lo reclamó!!Yo no sabía qué hacer! Le pedía ayuda a todo
mundo, pero cuanto más imploraba, más solo me quedaba…Pasó el tiempo y me
encariñé con él. Era un niño enclenque, débil, pero en sus ojos se notaba la
curiosidad. Le gustaba dormirse en el gran salón y fue allí donde empezó a
tocar. Primero imitaba a Charles el pianista del barco. Pero, no me lo va a
creer. A los seis años ya tocaba todos los villancicos y cuando se enfermó una
noche Charles, el muy diablo se sentó a tocar para los pasajeros y dejó a todos
con la boca abierta. Pronto Charles se negó a competir con el niño Mozart y
Novechento tocó desde esa edad hasta que al Virginian le llegó el desguace. Lo
demás ya lo sabe.
Max Tooney— Soy trompetista,
conocí a Novechento en 1920. Toqué con él y nos hicimos muy buenos amigos. A
decir verdad, es el mejor amigo que he tenido y con quien más me he
identificado. Era para mí, más que un hermano. Lo pasé todo con él. La pasión
por la música, la creación, la decepción, la sorpresa…ya sabe, todo lo que
experimenta un músico… Pero hay dos cosas que marcaron nuestra vida y, podría
decir que lo transformaron por completo. La primera es la gran victoria en el
duelo de pianistas. En el salón del Virginian se llevó a cabo el duelo más
grande del mundo. Se enfrentaron el desconocido mundialmente, pero no menos
talentoso Novechento y el mismísimo Roll Morton pianista brillante y supuesto
creador del jazz. Eso daría para un libro, una película y un monumento a la
música en el mismísimo centro de Nueva York. Todos los asistentes a esa
confrontación recordarán con emoción y euforia ese día. Novechento empezó como
acojonado por el presumido gorila que lo despreció desde el principio, pero
cuando ya no teníamos esperanza en que ganara…!Joder, solo recordar la cara del
mono, me hace disfrutar de nuevo ese triunfo! ¿Sabe? Novechento había repetido
una melodía de Roll y éste decidió darle una lección, se puso a tocar sus
mejores notas de la forma más rápida que podía y al terminar le dio una colilla
de cigarrillo que el arrogante gorila había puesto en el piano al empezar su
improvisación…Fue entonces cuando sucedió el milagro. Novechento escupió, cogió
un cigarrillo apagado, lo puso en la tapa frontal y empezó a tocar la
famosísima “Enduring Movement”. No lo va a creer, pero cuando terminó lleno de
sudor, recobró la consciencia, porque estaba poseído, y abrió el piano, se acercó
a las cuerdas agudas que estaban al rojo vivo y encendió el cigarrillo, la
gente volvió de su letargo hipnótico y Novechento le puso al mono el cigarrillo
en la boca: “Fúmate esto—le dijo—. Yo no fumo”.
—Muchas gracias
por toda la información, Max. Había pensado en entrevistar a Morton, pero creo
que no le gustaría recordar aquella mala experiencia. Por cierto, no me ha
dicho nada del disco que tenía abrazado Novechento.
—Ah, pues es que
le propusieron grabar su música. Él lo hizo, pero luego me dijo que no quería
que se comercializara su música. Cogió el disco y corrió detrás de una chica
que le había gustado, pero no la logró alcanzar. Ella desapareció y Novechento
se marchitó con su recuerdo…
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