viernes, 29 de marzo de 2019

El misterio de Tom


La habitación era muy amplia y no tenía más que un armario, una mesa, una silla y  la cama. Eran las ocho de la mañana y algunos pájaros trinaban de vez en cuando. Tom se levantó con dificultad, no sabía dónde se encontraba y al abrir la puerta de la casa estuvo a punto de toparse con el cuerpo estático de una mujer. Ella volteó y lo miró con asombro y nerviosismo. No sabían qué decirse. Tom miró el horizonte blanco y notó que estaba en pijama. “Te vas a enfriar—dijo reaccionando de su sorpresa Anne—, será mejor que te pongas algo caliente si quieres salir a pasear”. Tom movió la cabeza y regresó a buscar un abrigo y unas botas. Dudó mucho en salir, pero al final se decidió. La mujer  estaba más lejos. Tom vio los abedules, los pinos, los robles y las montañas más allá.
—Es muy bonito este sitio, ¿verdad?
—Sí, siempre vengo aquí para quitarme el estrés del trabajo
— ¿Siempre?—preguntó Tom y quiso saber en dónde se encontraba esa cabaña campirana, pero no sabía cómo preguntarlo. Su cabeza estaba mal y se sentía como si hubiera nacido esa mañana.
—Sí, siempre, porque la ciudad me agota. Mi trabajo me agobia un poco y la única solución es venir aquí y desconectarme.
Tom se acercó y miró el rostro de Anne. Ella era pecosa, con el pelo rojo y los ojos verdes. Se le veía la piel blanquísima. Ella se detuvo y le dijo a Tom que escuchara el canto de los pájaros. El viento soplaba sin fuerza y se notaba que la primavera con su calor apasionado derretía poco a poco el recubrimiento blanco de la tierra. En algunos sitios se veían la hierba y la tierra húmeda.
—Vamos a dar un paseo, Tom.
Él escuchó su nombre por primera vez y trató de recordar aspectos de su vida, sin embargo, no acudía a su cabeza ninguna imagen del pasado. Se detuvo con indecisión.
—Tal vez esto te parezca absurdo, pero he de confesarte que no sé quién eres y me ha sorprendido mucho saber que soy Tom.
—No te preocupes, Tom—dijo ella con voz suave—, después de todo lo que ha pasado es un milagro que estés despierto, vivo y que andes.
En ese instante, Tom notó que cojeaba y le dolía un poco la espalda, además respiraba con agitación.
—Tuviste un accidente, Tom, caíste con mucha fuerza, te golpeaste la cabeza y estuviste una semana delirando. Es una suerte que te hayas levantado. ¿En verdad no recuerdas nada?
—No, en verdad. Te lo juro. Y…no sé ni siquiera cómo te llamas.
—Soy Anne, te traje aquí con ayuda de un hombre para tratar de salvarte la vida.
—Eres una persona muy buena, Anne. Te lo agradezco mucho. No sé cómo recompensártelo, pero conforme vaya recuperando la memoria iré buscando la forma de compensarte todas las molestias que seguramente te he dado.
—No, te preocupes, Tom. Lo hago sin ningún interés. Pienso qué me habría pasado si me hubiera encontrado en tu situación.
—Pero, ¿cómo sucedió?
—No lo sé, Tom. Lo único que sé es que ibas bajando por aquellas colinas, luego alguien te disparó y empezaste a correr, resbalaste y te golpeaste muy fuerte. Quien te seguía pensó que habías muerto y se largó.
—Entonces tuve mucha suerte, pero ¿por qué alguien habría de perseguirme para matarme, Anne?
Anne se encogió de hombros y para no presionar a Tom porque no sabía en qué condición se encontraba, le indicó que fueran rumbo al lago. Estaba cerca y había partes en las que ya se veía el agua. Algunas plantas en su prisa por compartir el buen tiempo con algunos animales, se habían puesto erectas y esperaban la visita de los insectos para reproducirse. Vieron algunas ardillas y un alce que se quedó inmóvil mirándolos mientras masticaba algo.
— ¿Tienes hambre, Tom?
—Sí, Anne, ¿Cuánto tiempo hace que no pruebo bocado?
—Te he mantenido con sopas y un poco de pan remojado. Tengo más cosas por allí guardadas que nos podrían servir. ¿Te apetece una tortilla?
Tom movió la cabeza y decidió no hablar mucho para no ocasionarle problemas ni a Anne ni a su cabeza que estaba ocupada en desatar un ovillo enredado que no le ofrecía ninguna referencia de sí mismo y su pasado. Se miró las manos con cuidado como si fuera la primera vez que las veía. Anne le seguía los movimientos de reojo y mantenía un paso lento para que su compañero pudiera seguirla. Llegaron a la casa y se metieron frotándose para calentarse. El viento húmedo era muy frío y desagradable cuando soplaba en ráfagas. Durante la subida de una pequeña pendiente habían soportado en la cara y las manos el fuerte halo que el invierno todavía emitía como tratando de quedarse en las montañas. Anne preparó una tortilla y dijo que el pan se había terminado. Tom se sentó y cogió un tenedor, pinchó con prisa el huevo y se lo llevó a la boca. Su estómago reaccionó de inmediato. Era un hombre corpulento. No muy alto, pero el buen comer lo había hecho un hombre muy resistente. Seguramente había perdido peso esos días en los que había estado luchando con la inconsciencia. Anne le dijo que más tarde iría a conseguir más víveres, que el pueblo más cercano estaba a unos veinte kilómetros y que no tardaría mucho en volver. Le recomendó a Tom reposar o pasear si lo deseaba, pero que no se alejara demasiado de la cabaña. “Sería una lástima que te extraviaras Tom—le dijo tomándolo de las manos con un gesto amistoso—. No soportaría que te perdieras por allí”. Él le prometió no salir y en caso de hacerlo no se alejaría más de veinte metros. Ella se subió al coche y se fue. Tom la vio alejarse y se metió de nuevo a la cama. Estaba cansado por el esfuerzo. Se quedó acurrucado bajo la manta esperando la vuelta de Anne. Ella le gustó. Hizo un esfuerzo enorme por encontrarla en su memoria. Deseaba sinceramente que fuera su mujer o su novia. Tenía la esperanza de ser un buen profesionista con una mujer atractiva y con un matrimonio feliz, sin embargo no acudió a él ningún recuerdo o sensación que se lo pudiera confirmar. Se quedó dormido. Era tarde cuando Anne volvió. Tom se había despertado a las siete. Comió algunas cosas que encontró en la alacena y esperó la vuelta de la mujer a quien comenzaba a desear con intensidad. Decidió que sería lo primero que le preguntaría, pero cuando tuvo a Anne enfrente no pronunció ni una sola palabra. Anne le explicó que se había tardado porque había visitado al doctor para saber qué hacer en caso de que las cosas dieran un vuelco inesperado. Ella no quería que se repitiera de nuevo la inconsciencia. También había visitado la comisaría para saber si alguien sabía algo sobre el agresor. Tom no podía articular las palabras, se le atascaban las ideas y estaba preparando la pregunta crucial. Al final,  la oyó y comprendió todo lo que contó. Levantó la mirada que había tenido clavada en el piso y después le preguntó si ellos tenían una relación. “No—contestó ella—, claro que no la tenemos porque tú eres mi hermano”. Hubo un silencio gélido. Tom miró desconcertado el rostro de Anne y lamentó que eso fuera así. Las horas siguientes trató de recordar a sus padres, su infancia, las cosas que habían vivido él y su hermana, pero todo era estéril. No había la más mínima esperanza porque, aparte de no recordar, sentía fuertes dolores de cabeza. Se acostó agotado. Cuando se despertó Anne estaba preparando el desayuno. Se sentaron juntos y conversaron un poco.
—He dormido muy bien, Anne, me siento cada vez mejor, ¿cuándo podremos volver a la ciudad? Creo que si logro ver mi piso y fotos de nuestra familia, podré recordar con más rapidez.
—No sé cuándo será eso, Tom. El doctor me ha recomendado que pasemos unas semanas aquí y después intentemos volver. Ten paciencia.
—La tengo Anne, en verdad, solo que me gustaría saber más de mí. Me siento como un estúpido.
—No seas tan severo contigo mismo, Tom. Recuerda que podrías haber muerto. Es un milagro que estés recuperándote. Ya habrá tiempo para verlo todo. Lo importante es que ahora te recobres las furzas. Vamos a dar un paseo.
Siguieron caminando en dirección del lago y Tom fue guardando las imágenes en su memoria. Al ver una cabaña abandonada sintió un fuerte piquete en la espalda. Gritó con sorpresa y cuando Anne le preguntó por la razón de su grito dijo que la vieja casa se le hacía conocida. No es posible—le dijo Anne temblando de miedo—. Lleva abandonada muchos años. Tom insistió y la convenció para que le echaran un vistazo. No fue muy difícil forzar la puerta y al entrar los dos tuvieron la sensación de que alguien había estado unos días en ese lugar. Había restos de comida y unas latas de cerveza. Tom dijo que tenía la sensación de conocer muy bien ese sitio. Anne no quiso saber más y se llevó a Tom de nuevo a la casa. Tom estaba nervioso, sacó la escopeta que había encontrado debajo de la cama de Anne y dijo que iba a cazar liebres. Cuando salió, Anne se echó a llorar y decidió llamar al jefe de policía.
—Sí, inspector, se lo juro. Está recuperando la memoria de forma asombrosa. Puede ser peligroso. Necesito que esté al pendiente. Hoy ha visto la choza y…—Ya no pudo decir más porque se lo impidió el llanto.
— ¡Cálmese! ¡Cálmese, Anne! No se deje llevar por esos sentimientos. Sé lo duro que es para usted, pero tiene que seguir con el plan. Todo depende de usted ahora.
—Lo sé, lo sé inspector—dijo con voz ahogada—, pero es muy difícil, no creo que logre aguantar. No duermo. Sus ronquidos me alteran y sus movimientos bruscos me aterran, no sé si está fingiendo.
—Ya se lo dije Anne, estaremos cerca, solo tiene que llamarnos. Descanse ahora y esté alerta.
Tom volvió con dos liebres y las comenzó a limpiar. Había algo en su mirada que había cambiado. Anne descubrió con su intuición que el usar el cuchillo le despertaba sensaciones y recuerdos agradables. Comieron y se acostaron pronto. Por la noche, Tom se levantó sudando varias veces. Anne estaba tensa y cada vez que lo veía salir de la casa cambiaba de postura para defenderse en caso de que fuera necesario. A las tres de la madrugada se quedaron dormidos.
El sol ya había empezado a derretir la nieve. La naturaleza se veía activada por la energía y los animales salían de sus madrigueras para conseguirle alimento a sus retoños. El lago comenzaba a habitarse y el paisaje cobraba un aspecto muy vivo. Anne miró con atención a Tom. Estaba destapado con un brazo colgando y respirando con fuerza. Un poco más tarde se levantó y fue a ver a Anne, ella notó que tenía ojeras.
— ¿Qué tal has dormido, Tom?
—La verdad no muy bien. He tenido un montón de pesadillas—dijo frotándose los ojos como si le molestara algo.
— ¿Qué tipo de pesadillas?
—Vi algo que me puso muy nervioso. Había una pendiente muy prolongada. Empecé a correr hacia abajo. Alguien me disparaba con una escopeta. No sentía miedo, pero de pronto empezaba a rodar y recibía un golpe muy fuerte.
— ¡Ah! ¡Qué sorpresa! ¿Sabes que eso sucedió de verdad?
— ¿En serio? Y ¿por qué alguien querría matarme, Anne?
—Es que hubo un problema, Tom. Tú tenías un socio. Ese hombre desapareció. Se llama James Carter. Tú trataste de encontrarlo y alguien que no quería que lo hicieras trató de eliminarte.
—No, no entiendo nada, Anne. ¿A qué socio te refieres? ¿Qué tipo de trabajo hago? ¿Por qué desapareció ese tal Carter?
—Mira, tú y James Carter tenían un negocio de compra y venta de coches. Un día James Carter tuvo un problema y alguien lo quiso matar. Tú investigaste, me lo contaste todo. Luego supiste que el asesino estaba buscando a Carter. Él se vino a esconder aquí, pero el criminal lo encontró y lo asesinó. Tú viste el lugar donde lo enterró y luego saliste corriendo. Fue por eso que recibiste el golpe y los disparos.
—No es posible. No recuerdo nada de eso, Anne. No sé quién es Carter, no recuerdo haber vendido coches en ningún sitio y menos al hombre que me disparó y me hizo caer por el barranco. ¿Por qué no me mató?
—Estabas en un sitio de difícil acceso. Te encontraron unos cazadores por casualidad. Me tenías preocupada Tom. Pensé que jamás volvería a verte. Creo que tus sueños o, pesadillas, nos ayudarán a encontrar la clave del asunto, Tom. Tienes que contármelo todo, por favor. ¿Qué más viste en tus pesadillas?
—No, mucho, Anne. Todo era muy rápido y no lograba reconocer nada. ¡Espera! Sí, eso es… ¿Recuerdas la cabaña del lago? Pues la vi, pero no como cuando entramos tú y yo allí, sino mucho antes. Estaba yo comiendo cosas, bebiendo cerveza, esperaba algo. Luego…No sé, hay un fragmento muy vago y después la persecución.
—Tendrás que concéntrate para irlo recordando todo. Tom.
Tom se levantó y se puso el abrigo y salió hacia el lago. Anne lo siguió. Hicieron el recorrido muy rápido. Tom caminaba como siguiendo un rastro que no quería perder. Llegaron a la cabaña vieja, abrieron la puerta. Tom empezó a buscar algo y no lo encontró. Mira—dijo preocupado mientras le mostraba a Anne un armario viejo—, aquí había una pala. No está. Anne se encogió de hombros, pero su respiración se agitó. Salieron y Tom levantó la cabeza, parecía que estaba buscando algo. Anne empezó a temblar un poco.
—No. Imposible. No lo puedo recordar. ¿Sabes, Anne? Tengo la sensación de que cerca de aquí hay algo que debo encontrar, pero no sé exactamente qué es. La sensación es muy rara. Es como si antes de las pesadillas, eso ya lo supiera. ¡Qué raro!
—No te preocupes, Tom, todo irá aclarándose según lo vayas recordando. Vamos a la casa. Hace un poco de frío. No sería bueno que tuvieras una recaída.
Tom se echó a andar en silencio. Iba muy ensimismado. Caminaba con la vista pegada al piso. Anne lo vigilaba y con toda su intuición trataba de sacarle algo que le permitiera orientarse mejor en el asunto. No hablaron en todo el trayecto. Comieron en silencio y por la tarde Tom se fue solo a la cabaña vieja. En su ausencia, Anne, estuvo tratando de armar el rompecabezas que tenía. El acertijo era muy difícil y, a pesar de que conocía todas las piezas, no lograba ordenar todo para que la estampa del crimen se definiera. Decidió llamar al jefe de policía.
—Sí, inspector, le digo que lo está recordando con rapidez. Es posible que de pronto se le venga todo a la cabeza y entonces será demasiado tarde. Necesito protección.
—Sí, Anne, lo entiendo. Dígame, ¿hay algún sitio en el que podrían acomodarse mis guardias?
—Pues, lo más cercano es la casa de la señora Emma Wells, que ya falleció, necesitaríamos una orden para entrar en ella y eso podría llevarse mucho tiempo.
—No se preocupe. Yo sé cómo resolver eso. Hoy mismo por la noche. Estarán dos guardias allí. Y dígame, ¿qué tan lejos está de usted?
—Pues, bastante…
—Pero ¿es posible vigilar con unos binóculos?
—Me temo que no, inspector, Necesitarán un catalejo muy potente para poder vernos.
—De acuerdo, Anne, ya nos encargaremos nosotros de todo. No dude en llamar si sucede algo que esté fuera del plan, ¿está claro?
Anne colgó y al darse la vuelta vio a Tom. Estaba inmóvil, parecía tranquilo, pero en su cara se reflejaba un aire de sospecha.
— ¿Con quién hablabas?
—Con el inspector de policía. Dice que está muy bien que empieces a recordarlo todo. Eso nos ayudará a resolver el caso y él atrapara a la persona que quiere eliminarte.
—Tengo que decirte algo importante.
— ¿De qué se trata, Tom?
—Es que tengo la sensación de que sé en donde se encuentra enterrado Carter.
Anne se dio la vuelta y se fue caminando. Tom quiso seguirla, pero decidió no hacerlo. Ella regresó minutos después. Tenía los ojos enrojecidos.
—Te noto rara, Anne, ¿has llorado?
—Sí, Tom, es que apreciábamos mucho a Carter y su muerte nos ha impactado a todos.
—Pues, creo que estoy cerca de descubrir cuál es su paradero, incluso es posible que vea al asesino en mis sueños. Es cuestión de esperar, Anne. Estoy seguro de que resolveremos esto y volveremos a nuestra vida normal.
—Espero que así sea, Tom.
Tom quiso abrazarla para consolarla, pero ella lo rechazó y se fue a descansar. Se metió en la cama y se cubrió con la manta. Tom decidió ir por liebres. Notó que ya quedaban sólo tres cartuchos en una cajita de cartón. Pensó que la próxima vez que Anne fuera al poblado cercano le pediría que trajera más parque. Volvió con un pequeño ciervo. Se puso a limpiarle la piel, se deshizo de las vísceras y encendió una hoguera para preparar la carne asada. Se imaginó que volvía al pasado y que era un cazador que vivía en un enorme bosque y no tenía más preocupaciones que la de comer y cazar. Estuvo girando al pequeño ciervo para dorarle la carne y el proceso de espera lo sumió en un túnel de meditación. Empezó a ver cosas inexplicables. Unos padres agresivos que todo el tiempo estaban briagos, unos amigos crueles que se burlaban de él, luego el abandono de la casa materna y unas cuantas aventuras. Estaba contento de haber recordado los primeros años de su vida, pero no encontró a Anne. Esperó a que ella saliera para comentárselo. Cuando llegó Anne se sorprendió de ver la hoguera y la carne ya hecha.
— ¡Oh, Anne! Creí que nunca te ibas a despertar. Mira, he cocinado un ciervo pequeño.
—No me apetece la carne, Tom. Come tú solo.
—Pero, Anne, lo he traído para ti, además he recordado mi infancia, necesito contártelo.
Anne se sentó a su lado y aceptó un trozo de pierna. La carne estaba muy blanda y sabía muy bien. Anne comió con apetito. Tom sin reparos comenzó a describirle lo que había recordado, estaba contento de saber que se había fugado de su casa, pero le comentó que no la recordaba. “Es que me mandaron a casa de la tía Helen, Tom—le dijo chasqueando la boca mientras comía—, por eso no me recuerdas en esa etapa, pero después nos encontramos”. Tom sonrió con sinceridad y le prometió a Anne que haría todo lo posible por recordarlo todo. Dijo que se sentía muy agradecido y hermanado con ella. Cuando terminaron de comer fueron a dar un paseo. Rodearon el lago y se fueron en sentido contrario de la cabaña vieja. Inconscientemente Tom fue siguiendo una vereda, se dirigió hacia el bosque y continuó en dirección a las montañas. De pronto, se paró en seco y dijo que era por allí donde se encontraba lo que debía buscar. Tardó mucho tiempo dando vueltas, pero no logró conseguir el recuerdo que necesitaba, tampoco encontró pistas que lo condujeran a él y, al final, desistió.
—Estoy seguro de que era allí, Anne. Mañana regresaremos a buscar, Te juro que por allí debe estar Carter.
—Gracias a Dios, Tom. Es muy probable que pronto descubramos el sitio. Ojalá y logres recordarlo todo. Así la policía podrá ayudarnos a resolver esto.
Anne no dijo nada más cogió el teléfono y llamó al inspector. El policía le pidió referencias del lugar y dijo que mandaría un equipo especial con perros para localizar el cadáver de Carter. Por desgracia, no pudo organizar la búsqueda para ese mismo día y prometió hacerlo al día siguiente.
La noche pasó tranquila. Tom empezaba a recordar cosas de forma vertiginosa. Le comentó a Anne que había estado preso por robar con unos amigos dinero en una gasolinera. Ella le dijo que era inocente y que los impertinentes de sus amiguitos lo habían dejado solo. Según la versión de Tom todo era de otra forma, pero previendo que le había mentido a su hermana sobre la realidad de los hechos, decidió no protestar. Tom descubrió que le gustaba tocar la guitarra. Cantó la canción “Labios como azúcar” imitando la voz de Echo and the Bunnyman, luego empezó a aullar y se le despertó el deseo de ingerir alcohol.
—No. Lo siento mucho, Tom. No tengo nada de alcohol, ni siquiera una miserable lata de cerveza. Ya te traeré la próxima vez que vaya al pueblo.
—Está bien, hermanita, y será mejor que vayamos juntos. Creo que ya va siendo hora de que salga de aquí. Me siento mucho mejor.
—Como tú digas Tom. Si quieres mañana, después de buscar la tumba de Carter, nos vamos en el coche para que conozcas ese poblado. No tiene nada de interés, pero una distracción te vendrá bien. Ahora será mejor que nos acostemos.
Anne no sabía a qué hora llegaría el equipo de policías al lugar que le había indicado al inspector. No pudo conciliar el sueño pensando en lo que pasaría al día siguiente. Pensó en un arma que no se notara y que fuera efectiva en el momento preciso. También reconstruyó todos los caminos que la llevarían a la escapatoria si tenía que huir. A las siete de la mañana estaba a punto de dormirse cuando un salto brusco de Tom le cortó el sueño.
— ¡Ya sé dónde está!— gritó Tom—. Levántate, tenemos que ir hasta allí. Además sé dónde está la pala y la pica. 
Anne perdió el habla, sus ojos estaban a punto de saltársele. Se negó a salir, pero Tom le rogó que lo acompañara. Anne hizo unos preparativos para ganar tiempo y salió detrás de Tom que la remolcaba como a una niña que no quiere ir a la escuela. “Es por allí—decía Tom sin parar—, lo he visto todo. Recuerdo la cara de Carter, la ropa que llevaba puesta y el sitio dónde el criminal hizo la fosa. Ayer estuvimos muy cerca de allí”. Siguieron en dirección contraria a la cabaña vieja. Anne miró en dirección de la casa de la señora Emma con la esperanza de que los policías, que se suponía debían tenerla bajo vigilancia la vieran. Incluso se cayó dos o tres veces para que los que la miraban sospecharan algo. Siguieron adelante por la pendiente y se introdujeron en el bosque. Subieron con dificultad y llegaron a una pequeña planicie, luego giraron a la derecha y se fueron metiendo poco a poco en la espesura de vegetación.
“Allí es—dijo Tom con cara de esperanza—Te lo dije. Es allí, mira, donde está ese montículo. La pala y la pica están ocultas detrás de esos arbustos de bayas. Voy por ellos. No te vayas y llama a la policía, seguro llegarán cuando desenterremos a Carter. Lo tienen que ver ellos”.
Anne iba muda, con un dolor fuerte en el estómago se tiró al suelo y se puso a llorar. Tom empezó a trabajar con determinación, usó la pica para aflojar la capa de tierra de la superficie y luego empezó a sacar todo con fuertes paladas. Escarbaba con energía. Echaba con fuerza las porciones de tierra y se fue hundiendo en la zanja. Cuando calculó la profundidad se dijo que tenía que sacar la tierra con cuidado para no dañar el cuerpo de su amigo Carter. Llegó hasta el cuerpo y le gritó a Anne para que se acercara. Ella estaba paralizada por el terror. De haber estado en otra situación Toma lo hubiera comprendido todo, pero estaba ocupado limpiando el cuerpo de Carter. De pronto se oyeron unos pasos. Eran unos policías acompañados de unos perros. Se acercaron a Anne, le preguntaron si se encontraba bien. Tom se asomó para ver a los guardias e indicarles que ya había encontrado el cuerpo, pero una sensación horrible lo anegó. Era como si hubieran sumergido su cuerpo en ácido sulfúrico. Dio un salto y echó a correr, en su precipitada carrera recordó que quien le había disparado había sido su supuesta hermana Anne, que Carter era en realidad  un empresario al que había chantajeado. La carrera de su memoria era más rápida que la de sus piernas y empezó a maldecir. Su voz se reflejaba en el eco del pequeño valle. Los perros llegaron hasta él y le impidieron seguir su fuga.
“Por fin recibirás tu merecido, maldito asesino—le gritó Anne, escupiéndole con desprecio”. Tom trató de liberarse, estuvo a punto de arrebatarle una pistola a uno de los policías y maldijo su mala suerte al recibir una patada en las costillas. Lo inmovilizaron y le pusieron las esposas. Unos minutos más tarde llego el inspector. Se disculpó por la tardanza y consoló a la pobre mujer que lloraba sin parar.

martes, 12 de marzo de 2019

La huida frustrada

Llovía a mares, Susy trataba de ocultarse bajo su paraguas, pero los riachuelos que le impedían avanzar con rapidez la dejaban ante una cortina gris que le penetraba el jersey humedeciéndolo. Sabía que el hotel no estaba muy lejos, sin embargo el llegar le parecía una hazaña. Vio el anuncio luminoso de un cine, se acercó y leyó. Echaban una película de Bogart, la famosa Sabrina. El film iba a empezar, se compró una entrada y se sentó en la última fila, se quitó los zapatos que estaban empapados, colgó su paraguas de una butaca de enfrente y apoyó las rodillas en el respaldo del asiento vacío que tenía delante. Sus medias brillaron con la luz que salía de la pantalla. Notó que a la derecha, no muy lejos había un hombre dormido. No habían pasado ni diez minutos desde que habían apagado las luces y el tipo ya roncaba. A ella le hubiera gustado conciliar el sueño con esa facilidad, pero le era imposible. Las circunstancias la habían obligado a fugarse, su mundo se estaba desmoronando y no quería quedar enterrada bajo los escombros. Dejó de ponerle atención a las palabras de la hija del chófer de la familia Larrabee, aunque le encantaba la actitud de la Hepburn con su carita infantil y su gran encanto aristocrático.
¿Cómo había podido llegar a esa situación?—se preguntó con la mirada extraviada en el vacío—. Por qué no tuvo la suficiente fuerza de voluntad para negarse a la propuesta de su jefe. Antes de acostarse con él las cosas habían pasado desapercibidas. Había sido testigo involuntario de las maquinaciones de la empresa, de los fraudes de los accionistas, del lavado de dinero, de los sobornos y no lo había comprendido hasta que abrió las piernas desnuda en una cama de hotel de lujo. Ahora tenía una última puerta, pequeña y parecida a la entrada de una madriguera. Era a donde se dirigía esa noche de domingo muerto, pero el chubasco y el miedo la habían dejado sin recursos para llegar a su salvavidas. Sabía que dormir fuera de su casa era la única forma de esconderse. Le seguían los pasos, tenía información muy comprometedora, sería el testigo más importante en las declaraciones. Gracias a ella se destruiría el imperio de las bebidas energéticas, pero el precio era altísimo. ¿Qué ganaría ella? Nada, ni siquiera el perdón de sus compañeros que la consideraron la peor traidora desde aquella fiesta en la oficina. “No se vaya Susy—le había ordenado Rodrigo Villa con aire soberbio—, tengo que hablar con usted”. La conciencia fue quien puso el grito en el cielo y el sentido común dio de patadas abriéndole paso para que huyera, pero la estupidez le puso una copa de vino espumoso en la mano y sus hermanas: la necedad, la idiotez y la ignorancia se la llevaron con bailes carnavalescos hasta el lecho del rey. Quedó despatarrada, ebria, soportando el peso del semental Villa oprimiéndola contra el colchón.
La relación habría ido bien de no estrecharse demasiado los lazos de amistad. El culpable fue Rodrigo que le empezó a llevar regalos caros. Joyas, inmuebles, coches. Susy era una ramera, según la opinión de sus colegas. Ella trataba de disimular, se vestía de forma muy modesta, usaba efectivo y sus billetes eran de baja denominación, algunos parecían procedentes del mercado o del bolsillo de un pordiosero, pero no lograban ocultar la esplendorosa vida que le obligaba Rodrigo a aceptar. Lo malo fue que el idiota se encariñó con ella. Al principio la usó de muñeca de goma, pero luego fue descubriendo algunos sentimientos que le hicieron brotar en su corazón pétalos aterciopelados. Ya no le decía palabras de prostíbulo, al contrario, la engalanaba con diminutivos y sílabas dulces. La cosa empeoró cuando el frío y calculador señor Villa, respetado y temido hasta por la mafia, dobló las manos ante su concubina, amante o lo que fuera, y comenzó a revelarle los negocios sucios de donde salían los pequeños pisos, las esmeraldas y los coches de año que ella recibía. En la oficina las palabras eran peligrosas avispas. Le zumbaba la cabeza al cotejar el florecimiento del negocio con la actitud dócil y servicial de algunos diputados, senadores y empresarios.
La pestilencia empezó a llamar la atención de los inspectores de hacienda. Susy sabía que de sus archivos era de donde emanaba el fétido olor y le preguntó a Rodrigo si había forma de deshacerse del tufillo. Él se reía de su miedo, pero Susana Donoso se había quemado las pestañas en su instituto técnico y sabía que una contabilidad sucia es siempre un peligro. Debió escaparse mientras tenía la posibilidad. No lo hizo y ahora su única tabla en el mar la ayudaría a pasar unas cuantas horas que la llevarían a la costa del lunes y podría presentarse ante las autoridades con todas las pruebas. La acusarían de complicidad, sin embargo no era lo peor y con una fianza saldría libre para desaparecer muy lejos con el poco dinero que le quedara. La película seguía su rumbo, ya la había visto. Sabía que Linus, o sea el guapo Bogart, se enamoraría de Sabrina y se iría con ella en un barco a París. Ella también necesitada una embarcación, pero se dirigiría al Caribe. Un temblor que no venía por la lluvia, sino por el terror la poseyó. Miró de reojo a la derecha y notó que el hombre seguía dormido y roncando. A su izquierda había un tipo de chaqueta negra y vaqueros, estaba "despiertísimo". Era amenazador, terrorífico. Susana se quedó inmóvil y sintió algo metálico en la sien. Decidió gritar pero no lo logró. Se encendieron las luces de la sala, la gente comenzó a salir, el hombre de la última fila seguía durmiendo, una joven guapa de jersey beige y falda roja parecía haberse dormido también. El acomodador subió con parsimonia estaba harto de hacer de despertador. Zangoloteó al tipo y le dijo que la sala no era un hotel.

sábado, 2 de marzo de 2019

Traicionada


El hombre se transformó en asesino. Todo fue circunstancial, el éxito y la vida pública lo arrastraron al homicidio. Alicia lo vio acompañado de una joven muy atractiva. Carlos iba con su traje de oficina, pero su acompañante parecía salida de una pasarela. Tenía porte y el viento le acariciaba el pelo. No se le veía muy bien el rostro, pero se adivinaban una nariz afilada, unos pómulos grandes y unos ojos seductores. Alicia los siguió guardando una distancia razonable. Los vio elegir unas joyas. Salieron y se besaron como dos tórtolos. Cuando lo constató todo, se dio la vuelta y se fue a su casa. No podía controlarse, quería compartir su desgracia con alguien, pero las piernas se le habían hecho de hierro, en el estómago la náusea le daba vueltas y las arcadas eran como golpes secos. Llamó a su esposo, no tuvo suficiente empuje para hablar. Él le devolvió la llamada. Hizo un esfuerzo enorme por controlarse y lo único que consiguió fueron unas cariñosas recomendaciones de su cónyuge.

Tenía que actuar. Ella había creado al ejecutivo, le había abierto las puertas en la alta sociedad y, él, lo había aprovechado todo hasta la última migaja. La gente importante sintió su atracción. Lo respetaban porque su argumento más convincente era decir que su mujer llevaba las finanzas y él solo se limitaba a convencer a la gente de invertir y hacer donaciones benéficas. En realidad, era así, pero el veinte por ciento de esas jugosas sumas le pertenecían. Con sofisticados trucos conseguía que un pequeño flujo se desviara hacia su cuenta personal. Nadie lo había visto engañar a su mujer y, según la opinión general, era el hombre más fiel del mundo. Eso era lo que derrumbaba las sospechas de Alicia, había una voz pegajosa en su interior que le repetía: “No seas tonta, él jamás lo haría, seguro que era otro hombre o el beso solo sucedió en tu imaginación”. Ella terminó aceptándolo todo, pero en la calle un suceso le despertó de nuevo la duda.

Al salir del supermercado una mujer que estaba hablando por teléfono chocó con ella y le estropeó la compra. Las mermeladas mancharon toda la comida y la nerviosa mujer se ofreció a compensarle la pérdida. Alicia se negó y aceptó, sin quererlo, la tarjeta de la descuidada dama. Resultó que era detective privada. Alicia no podía creerlo, le parecía que las cosas se las había puesto Dios en las manos. Primero la tarjeta, luego una página de Internet en la que había una serie de recomendaciones de la talentosa Marga Perón que le había devuelto la felicidad a muchas mujeres engañadas. Alicia mandó unos mensajes, luego llamó y tuvo una entrevista. “No lo he comentado con nadie—dijo Alicia con recelo—es que no lo he confirmado y no me gustaría acabar ni con la reputación de mi marido ni con la mía. Daría lo que me pidieran por que desapareciera esa zorra”. Marga le planteó el problema desde otra perspectiva y le dijo a su nueva clienta que entre sus conocidos había hombres mil veces más guapos que Carlos y que la desagradable mujerzuela doblaría las manos o, abriría las piernas, según se quiera entender, al ver a un hombre joven, guapo, amable y con dinero. El plan quedó así: le pondría en su camino a un ejemplar de ese tipo a la amante de su esposo. Le tendería una emboscada y la ridiculizaría frente a Carlos, éste, al saber de las aventuras de su querida, la dejaría y las cosas volverían a la normalidad.

Pasaron dos semanas y un inspector se presentó ante Alicia para investigar un asesinato. Alicia no pudo responder a las preguntas y al no tener una coartada, fue detenida. Se llevó a cabo el juicio y resultó culpable. Sus huellas digitales estaban en el arma, las pistas llevaban directamente hacía ella y el móvil era evidente: celos y venganza. Su abogado no pudo hacer nada porque la defensa era un laberinto de callejones sin salida. “Solo alguien que estuviera dentro de su casa podría haberlo organizado de una forma tan perfecta, querida Alicia, entiéndalo— dijo el abogado antes de dejarla en su celda—, teníamos todo en contra. Si le sirve de consuelo le diré que es posible que algún día encuentre a esa mujer que me describió. Lo malo es que no hay rastros, parece algo inventado por usted. Perdóneme”. Alicia se sentó en la cama y se quedó callada para siempre.