sábado, 17 de agosto de 2019

La nación de vientres A


Fiodor Honcharenko gritó mientras su cuerpo se sacudía con fuerza. Respirando agitadamente, lleno de sudor y satisfecho, se echó al lado de la mujer. Se quedó viendo el techo amarillento y trató de recuperar la respiración. Jéssica, la nigeriana, le miró el rostro. Era su cliente habitual y le había cogido aprecio. Le gustaba su forma de comunicarse y los piropos que le decía. Aunque ella hablaba mejor en español, él era más parlanchín. Ese día hacía calor. Eran las once de la noche y para Jéssica la jornada apenas había empezado. Fiodor había cobrado su sueldo y por esa razón había bebido un poco en la obra con sus compañeros, luego, ya medio borracho se dirigió a su casa, pero al ver el anuncio del bar que le gustaba, no tuvo más remedio que entrar. Era un sitio popular, había bastantes mujeres y el dueño era un turco con mala reputación que explotaba inmigrantes.

̶ Has estado muy apasionado hoy.
̶ Será por el alcohol y el tiempo que no he venido por aquí.
̶ ¿Me echabas de menos?
̶ Claro, no he pensado en otra cosa que no seas tú, preciosa.

Era verdad. Para Fiodor la vida era un calabozo en el que cumplía una condena impuesta por un Dios injusto que nunca le había dado nada. Abogado de profesión, había terminado en la universidad estatal de Kiev, jamás había ejercido. Su especialidad era el derecho penal soviético y, al empezar los cambios de la Perestroika, perdió toda su capacidad y no se pudo adaptar a los cambios. Fue por eso que a los veintiún años se fue de su país para probar suerte en el extranjero. Con su título no pudo ni siquiera acomodarse de barrendero en un bufete jurídico español, así que se fue a la obra más cercana y se puso a trabajar de albañil. Pasó muchos años y consiguió comunicarse muy bien en el idioma local. Sabía todas las palabrotas habidas y por haber. En cierto grado había tratado de cultivarse leyendo algunos libros de filosofía y podía mantener conversaciones cultas sin profundizar mucho en los temas. Siempre que iba al bar donde estaba Jéssica se sentaba en la barra un rato y conversaba con los otros clientes o el barman. Hacía todo tipo de bromas y con la risa trataba de compensar el fracaso de su vida.

Fiodor iba a cumplir los cincuenta años y se le había venido encima el peso de su infeliz existencia. Estaba concentrado en sus pensamientos sin despegar la mirada de una mancha en forma de flor. De pronto, oyó un toquido en la puerta anunciando que se le había terminado el tiempo. Se enderezó, se fue al baño y se lavó un poco, se vistió y se despidió de su amiga con la promesa de volver pronto. Antes de irse a su casa, aprovechó para tomarse la última copa. Encontró a unos conocidos con los que solo intercambiaba unas palabras o algún chiste. Vio a varias chicas guapas semi desnudas y se lamentó de llevar una vida tan miserable. A veces soñaba que tenía dinero, que se compraba ropa de marca, un buen coche y sacaba de ese sitio a las mujeres más bellas. Oyó que sus vecinos estaban comentando algo sobre un negocio disparatado.

Oye, Ricardo ̶ dijo el que era más bromista ̶ ¿Te imaginas si eso de los vientres de alquiler se hiciera con chicas como estas?”. El otro se comenzó a carcajear y, cuando se tranquilizó un poco, comentó que sería un súper negocio porque los clientes pondrían la excusa de que los embarazos no resultaban para acostarse cuantas veces quisieran con ellas. La broma no era tan mala y otros clientes que la oyeron se burlaron de ellos. Fiodor también se rió mucho, pero miró el reloj y se dio cuenta de que no podía retrasarse más. Salió y se fue rápido hacía su parada de autobús. Cogió el último vehículo. Esa noche durmió bien y al día siguiente se levantó tarde. Esperó a Mohamed un marroquí con el que hacía chapuzas, pero no llegó. Tenían que ir a poner azulejo a una casa. Ya era mediodía y Fiodor comprendió que le habían cancelado el trabajo a su amigo. Se metió otra vez a la cama y durmió hasta la tarde. A las cinco salió a comer. Cerca de su casa había un comedor en el que se podía almorzar bien. Alcanzó las sobras de una sopa de lentejas y carne con patatas. Comió con apetito y se fue por una botella de vino. Volvió a su casa y en lugar de poner la televisión para distraerse se quedó pensando en lo que había oído el día anterior. ¿Cómo funcionaba eso de los vientres de alquiler? ¿Quiénes lo solicitaban? ¿Cómo se hacían los contratos? ¿Qué dictaba la ley? Las dudas le fueron despertando la curiosidad. Lo que si sabía bien era que si localizaba mujeres guapas para contratar sus servicios, los clientes estarían encantados de relacionarse con ellas. “En mi ciudad hay cientos de mujeres que estarían dispuestas a prestar su vientre por unos cientos de dólares”. La idea le siguió inquietando varios días y, por eso, se puso a investigar. Leyó en los periódicos que muchas mujeres europeas decidían alquilar el vientre de una mujer para tener hijos. Las sumas que la gente pagaba por ese servicio era alto y se estaba poniendo de moda. Era necesario donar un poco de esperma del marido para depositarlo en la matriz de la mujer con la que se firmaba el acuerdo. Era necesario contratar los servicios de un laboratorio y tener la asesoría de un buen abogado.

Fiodor contó el dinero que le quedaba y decidió viajar a Kiev para ponerse en contacto con algunas personas con las que pudiera empezar su negocio. Primero fue a un laboratorio de análisis clínicos, preguntó por los servicios de embarazos in vitro y le comentaron que solo había un laboratorio con la tecnología necesaria, que podía ir a la calle Pushkinska a un lado del metro Teatralna. Llegó rápido, pues no se encontraba muy lejos. Preguntó por el señor Arkadi Lomashenko y le dijeron que esperara unos minutos. Pasó más de media hora. En ese espacio de tiempo leyó dos revistas y se tomó dos cafés que la secretaria le ofreció amablemente. Lo hicieron pasar a una sala bastante lujosa. El señor Loma, como le pidió que lo llamara Fiodor, tenía un aspecto poco saludable, hablaba con calma y parecía que sufría de una resaca permanente. Era bastante grueso y respiraba con frecuencia emitiendo un leve ronquido.

̶ Es por el tabaco ̶ le dijo al notar que le ponía mucha atención al ronquido cuando le salía de la garganta ̶ . He fumado toda la vida, por eso me he conseguido esta angina de pecho. Dígame, ¿en qué puedo ayudarle, señor Honcharenko?
̶ Mire ̶ exclamó Fiodor tratando de ordenar sus ideas ̶ , se me ha ocurrido una idea que tal vez podría dejar muy buenas ganancias.
̶ ¿Ah, sí? Y ¿de qué modo piensa que se puede hacer?
̶ No sé cómo explicárselo con términos económicos o médicos. Soy un ignorante en todo eso.
̶ Pues, intente explicármelo con las palabras que pueda y ya le iré entendiendo y, si hace falta, le corregiré.
̶ De acuerdo, pero de antemano le pido disculpas por las molestias. Bien, ¿sabe que he vivido mucho tiempo en Europa?
̶ !Por supuesto que no!!Es la primera vez que lo veo en mi vida!
̶ Sí, sí, perdone mi estupidez. Es que lo que quiero contarle es que... La semana pasada frecuenté un sitio de esos...
̶ ¿De esos? ¿A qué se refiere?
̶ Pues a un sitio para hombres, para relacionarse con mujeres...
̶ ¿Se refiere a un prostíbulo?
̶ No, no, es decir, sí, creo que se podría denominar así, aunque...
̶ Bueno, entiendo que ha estado con una mujer y que se ha contagiado y quiere que lo curen, ¿no?
̶ No, ni lo mande Dios. Es que mientras estaba tomando una copa, oí una conversación que me dejó muy desconcertado y luego se me empezaron a ocurrir ideas y es por eso que...
̶ Bueno, amigo, vaya al grano, ¿de qué se trata?
̶ Le voy a contar mi idea y después quiero saber si estaría dispuesto a que colaboráramos juntos.
̶ Usted dirá. Le escucho con atención.
̶ Bien. Pues, esos hombres del bar, comentaron que había un negocio de alquiler de vientres...
̶ Sí, en efecto. Existe tal negocio, pero hay países en los que la legislación es muy estricta y se necesita un gran equipo de personas para solucionar los problemas que genera. A mi no me interesa en absoluto.
̶ Es que... ¿Acaso, es imposible llevarlo a cabo aquí en nuestro país?
̶ No, no es imposible, ni está prohibido tampoco. Es que, como le digo, se necesitan muchas personas para hacer un negocio así.
̶ Bueno, dígame cuáles son esos famosos problemas y qué tipo de gente se necesita.
̶ Oiga, primero tiene que encontrar clientes, eso no es tan fácil. Después debe garantizar física y jurídicamente que no habrá problemas con la salud de la mujer que alquila su vientre y que ésta no pedirá después la patria potestad del niño que ha dado a luz, además son nueve meses de revisiones y tratamiento, ¿sabe cuánto cuesta eso?
̶ Sí, doctor, Loma, lo entiendo a la perfección.
̶ No se olvide , amigo, de que debe tener en cuenta las complicaciones que pudieran surgir como cesáreas o abortos, necesita una clínica especializada.
̶ De acuerdo, lo entiendo bien, pero supongamos que se solucionan esos problemas, ¿qué otros habría?
̶ No lo sé, tal vez resultaría difícil que unos extranjeros se llevaran un bebé nacido en nuestro país, luego, los padres adoptivos tendrían que estar de acuerdo en pagar la manutención de las mujeres que alquilan, exigirán que sean saludables que tengan muy buena salud y que sean guapas, además, pedirán antecedentes familiares y no sé... Muchas cosas tales como el anonimato...no sé que más...¿Y el dinero? No creo que alguien esté dispuesto a pagar unos veinte mil dólares o más por un alquiler de matriz y luego, los gastos de los viajes. Se necesita una planificación muy fiable porque si hay algún problema gordo... el teatrito se le puede venir abajo, ¿sabe?
̶ Pues, estoy dispuesto a jugármela. Llevo demasiado tiempo viviendo de albañil y no quiero terminar mi vida colocando ladrillos y recibiendo bicocas por mi trabajo.
̶ !Oiga! Creo que se ha equivocado. Según veo es usted un don nadie y quiere verme la cara de tonto. Ande, vaya a otro sitio a buscar quien le crea.
̶ No, no. Espere. No se precipite. Sé que la idea que tengo resultará. Usted solo tiene que garantizarme que los análisis serán profesionales, además, le ruego que me recomiende una buena clínica para los partos y que me diga si podría asesorarme en cuestiones genéticas y médicas.
̶ No le prometo nada porque no veo nada claro.

Fiodor salió con una promesa por parte del doctor Loma, pero sabía que mientras no tuviera nada que ofrecerle, él no movería un dedo para ayudarle. Los siguientes días investigó sobre las cuestiones legales. Cogió la constitución, el código civil y el penal y se puso a estudiar como en la juventud. Se decepcionó mucho por no haberse dedicado a la abogacía. Todo lo que le había hartado en la juventud ahora le parecía muy lógico y tentador. Descubrió que sí tenía vocación de jurista y, si lo hubiera comprendido antes, no habría desperdiciado su existencia viajando inútilmente para levantar muros y cargar costales de cemento. Fue acomodando las piezas de su rompecabezas. Analizó con detenimiento el papel de cada persona, las ventajas e inconvenientes de una determinada decisión en la gran estructura que le había resultado. En cierto grado, se dijo, era como construir un buen edificio. Lo importante era tener un buen cimiento, material de calidad y una buena planificación para las instalaciones hidráulicas y eléctricas. Hacía falta un diseño atractivo para los clientes. Con el negocio bien organizado en el papel se fue a ver de nuevo al doctor Loma, quien se sorprendió al ver muy claro el éxito de la empresa. No dudó en ofrecer su ayuda y se comprometió a buscar las clínicas de maternidad más apropiadas, le dio dinero a Fiodor para que hiciera su viaje de inmediato a la península en la que ya tenía localizados a dos clientes. Dejaron en claro todos los pormenores y Fiodor se marchó al extranjero.

El encuentro tuvo lugar en un hotel céntrico de lujo. La pareja era de una condición económica media alta. Mariana no era muy guapa, bajita y gorda. Tenía el mentón salido y llevaba una gruesas gafas que se acomodaba todo el tiempo haciendo un gesto muy raro. Tenía el pelo castaño y era muy blanca. Ramiro, en cambio, tenía atractivo y cierta personalidad. Era fortachón y simpático, pero al descubrir sus dientes perdía mucho encanto. Hablaron durante más de dos horas. Ramiro era tendero y su mujer ocupaba un alto puesto en el ministerio de transporte. Habían tomado la decisión de alquilar un vientre porque a ella le asustaba el parto, ya había tenido dos abortos y no quería arriesgarse más. En su familia había diabéticos y algunos esquizofrénicos. En la familia de Ramiro lo más grave había sido un caso de deformación, pero la causa había sido que la hermana de su bisabuela no deseaba tener a su hijo porque la habían violado y, al tratar de abortar el fruto de su vientre, había tomado hasta veneno. No logró su fin y el niño nació ciego, pero con salud de toro. Lo más difícil fue acordar el precio. En el mercado se barajaba una suma de cincuenta mil euros por un servicio llevado a feliz entrega. Fiodor no podía exigir esa suma porque no contaba con los medios para garantizarlo, además su país estaba en la lista de los más pobres del ex bloque soviético. La única ventaja que le proporcionó la clave del éxito fue el aspecto saludable de la dueña de la matriz. “Es realmente guapa ̶ dijo Mariana con un poco de envidia ̶ . Ya quisiera yo tener un poquito de ella”. No te preocupes, mujer, le dijo Ramiro, tú no eres fea y además. Si nos da un niño imagínate al chaval, va a volver locas a las mujeres. Bueno, y si es una niña, pues tendremos que andar detrás de ella para que no se la roben.
Lo tomaron con humor y el acuerdo se cerró en veinticinco mil euros. Fiodor les propuso que viajaran con él para que les pudiera mostrar las instalaciones en la clínica, se entrevistaran con Evdokia la futura madre y firmaran juntos el contrato. Estuvieron de acuerdo y se fueron ilusionados. Quedaron que saldrían la siguiente semana. Ella se tomaría los días de asueto que se le habían acumulado a lo largo del año y él dejaría a su empleado José para que atendiera la tienda mientras se iban a lo que llamaron una segunda luna de miel. La pareja nunca había viajado al extranjero. Oyeron hablar a Fiodor por primera vez en ucraniano y se sorprendieron mucho porque lo habían tomado por madrileño. Confiaban en él. Perdieron los tapujos y las apariencias y decidieron hacerse sus amigos. Él se había esmerado mucho para ganarse su confianza y al darse cuenta de que el vino los sensibilizaba no dudó en procurarles las dosis adecuadas. En la noche Mariana se fue a acostar y Ramiro se emborrachó.
̶ Espero que esto no afecte a mi futuro vástago ̶ dijo muy alegre Ramiro.
̶ No lo creo, querido Ramiro. Te ves bien de salud y tendrías que ver a Evdokia. Es una mujer fuerte sin enfermos en la familia y además muy simpática.
̶ Sí que tiene personalidad la mujer. ¿Sabes? Cuando la vi, pensé que sería una condesa o algo así.
̶ Oh, mi querido Ramiro, por fortuna en mi tierra hay muchas mujeres así. Ahora que lo pienso me arrepiento de no haberme casado nunca con una de ellas.
̶ Ah, pillín, lo lamentas, ¿a que sí? Ya te imagino metido en la cama con una mujer como esa.
̶ Pues, sí que sería muy agradable. Ya lo creo.

De pronto Ramiro se quedó pensativo. Una idea que no había considerado le dio una palmada en la frente. Fue tan asombrosa que hasta gritó y Fiodor decidió que ya era hora de irse a dormir. No pudo evadirse para ir a su cupé.
̶ Oye, Fiodor. Quiero preguntarte algo, pero tienes que contestarme con toda sinceridad.
̶ Sí, amigo, mío. Pregúntame lo que quieras.
̶ Pues es sobre eso de la inmisenización artificial.
̶ No, Ramiro, no es inmisenización, sino inseminación artificial.
̶ Bueno, pues como sea. Oye...escúchame y respóndeme como amigo ̶ Fiodor sospechó que algo le iba a pedir y comenzó a mover la cabeza en actitud negativa ̶ . Oye, Fiodor, tú me dijiste que eso de inmisenización se hace en un laboratorio, ¿no?
̶ Sí, Ramiro, en efecto.
̶ Y que me sacan el jugo y luego se lo ponen a ella con una jeringa, como a las vacas en un establo, ¿verdad?
̶ Oye, Ramiro, no es como en un establo, somos una empresa muy seria. Ya lo verás ahora que llegues. ¿Por quién nos tomas?
̶ !Cálmate, Fiodor, cálmate!!No me refería a eso!!Escúchame con atención lo que te voy a decir!!Ah! Pero, antes tienes que prometerme que no le dirás nada a la Mariana porque se nos estropeará todo si se lo dices. ¿Está claro? ̶ Fiodor estaba pensando sobre el posible curso de las cosas y decidió aceptarlo todo con tal de mandar a Ramiro a la cama.
̶ Está bien, dime qué es lo que quieres. Te prometo que Mariana no sabrá ni una palabra.
̶ Bueno, Lo has prometido y no te puedes echar para atrás. Si revelas algo de esto no cerramos el negocio y adiós a todos.
̶ Está bien. Dímelo ya.
̶ Mira, Fiodor, es que la verdad no quiero hacerme una paja y regresarme sin más. ¿Me entiendes? Me gustaría...Dime sinceramente, ¿no hay forma de que la Evdokia y yo...De que ella...Es decir...!Carajo!!¿Me puedo acostar con ella o no?!
Fiodor se quedó muy extrañado porque desde el principio había previsto que esa era la idea del negocio. Engatusar a los hombres para que pagaran lo que fuera por estar con una mujer bella. Lo del vientre de alquiler era secundario. Así lo habían dicho los hombres del bar y así lo había entendido él. Sin embargo, había hecho todo para crear su negocio legal. No quería prostitución de ningún tipo. Sabía que de la decisión que tomara dependería el futuro de su business, la elección que hiciera en ese momento determinaría su futuro. Trató de calcular las consecuencias de un error y miro a Ramiro.
̶ Lo siento, Ramiro, Evdokia es una mujer decente. Jamás me atrevería a hacerle una propuesta como la que me pides. Lo siento de verdad. Oye, ya estás borracho, ¿por que no te vas a dormir?
̶ !Escúchame, Fiodor! !Sé lo importante que es para ti este negocio!!Sé que te puedo arruinar!!O me concedes lo que pido o se acabó!
̶ Pues, se acabó. Ya puedes irte de vuelta a tu casa.

Ramiro se quedó tan frío que parecía un muerto, en silencio se retiró. Iba temblando, temiendo que al día siguiente Mariana lo matara por su estupidez.
Al amanecer, Ramiro estaba roncando. Mariana le dio, como lo hacía a menudo, un golpe en la nuca. No se calló, así que ella lo despertó. Se miraron sin experimentar ningún sentimiento. Ella le dijo que fueran a desayunar. Cuando llegaron al vagón restaurante Fiodor ya los esperaba. Los saludó y miró amenazante a Ramiro. No hablaron mucho. Fiodor les informó que muy pronto llegarían a Kiev.
En la estación de trenes había un hombre esperándolos. Los condujo a un coche y les comentó que los llevaría a un piso que les había cedido el doctor Loma. Había dos habitaciones y el mobiliario era muy rudimentario. Mariana dijo que si solo iban a estar un par de días ese sitio estaba bien. Por la tarde probaron los platillos de la cocina vernácula y se sorprendieron de la riqueza y variedad de sabores. Miraron algunos sitios de interés en la ciudad y quedaron de entrevistarse con Evdokia al día siguiente.
La cita se llevó a cabo en el laboratorio de Loma, era necesario empezar a revisar a Ramiro para estar seguros de que no habría contratiempos. Le tomaron las pruebas de sangre y excremento, le hicieron radiografías, electrocardiogramas y un electroencefalograma. Oyeron las explicaciones del doctor Loma sobre la forma en que se germinaría el óvulo de Evdokia y luego, se depositaría de nuevo en su interior. En secreto Loma le comentó a Fiodor que el doctor Evtushenko, un especialista en genética, estaba dispuesto a modificar algunos genes en caso de que fuera necesario, por eso le pidió que le preguntara a Mariana de qué color le gustaría que su hijo tuviera los ojos. Ella sin pensarlo dijo que grises. Fiodor le siguió haciendo preguntas los tres días que permanecieron en la ciudad. Fue necesario inventar un malestar o un imprevisto para que Ramiro pudiera hacerse un tratamiento profundo. “Estoy dispuesto a gastarme todos mis ahorros ̶ le dijo a Fiodor, Ramiro ̶ con tal de que me permitas pasar una hora con Evdokia”. Se lo propusieron a la futura madre y no se negó. La única condición que puso fue que le dieran el dinero por adelantado.
Ramiro se sintió en el paraíso. Tuvo dos días de tratamiento en los que pasó los mejores momentos de su vida. Le remordía un poco la conciencia por haberle sido infiel a Mariana, pero ¿acaso no le había dedicado toda su vida? La toleraba, a pesar de que ella era muy inconstante y explosiva. Además estaban colaborando por el bien común. Necesitaban una familia y él la iba a formar.
El doctor Loma le pidió unas pruebas de esperma a Ramiro por si las relaciones que había tenido con Evdokia no dejaban ningún fruto. Se marcharon felices. Mariana con la confianza en el futuro y la esperanza de tener un hijo. Ramiro con la satisfacción de haber conocido por primera vez los néctares del verdadero placer.
Pasaron tres meses y Ramiro recibió la información de que el embarazo iba según el plan. Ramiro soñaba todas las noches con Evdokia y pensó que si lograba reunir una buena suma de dinero le propondría a Mariana tener otro hijo. Como la gente lo veía feliz en la tienda, todos le preguntaban la razón. Él decía que iba a tener un hijo. Le comentaba a sus mejores clientes lo que le había sucedido en Europa del Este. Algunos al ver la foto de la ucraniana en bañador se ponían nerviosos. Don Alberto Calderón, un solterón empedernido, le preguntó el precio del vientre de alquiler. No le pareció muy caro y le pidió la dirección de la página de Internet a su conocido.
Fiodor recibió a Don Alberto y le mostró, al igual que lo había hecho con Ramiro, las instalaciones, le presentó al doctor Loma y le hicieron el tratamiento sobre el que tanto les había hablado Ramiro a sus amigos.
Cuando Ramiro recibió a su hijo, la empresa Loma-Honcharenko ya había progresado muchísimo. Tenían muchos clientes de todo el mundo y varias clínicas. Las dueñas de los vientres de alquiler eran casi foto modelos y los precios se habían elevado considerablemente. No obstante, la demanda era mucha. Fiodor se fue haciendo muy popular. Lo reconocían en los restaurantes. Muchas personas le agradecían que les hubiera dado un capital que jamás se habían imaginado que tendrían.
Alguna de esas personas agradecidas le propuso a Fiodor postularse como candidato a la presidencia. Tenía muchas cualidades que lo hacían ideal. Emprendedor, serio, con un rostro que inspiraba confianza y sobre todo era rico. No se pudo negar cuando el Partido Popular Ucraniano lo postuló para presidente. Loma se convirtió en su brazo derecho y se acoplaron a los consejos que les daba un gran filósofo que era miembro del partido. “Fiodor ̶ le dijo Arcadi Soloviev ̶ necesitas hacer una campaña que exalte a las mujeres, piensa en algo”. En realidad, Fiodor solo necesitaba hacer publicidad de su negocio. Se lo dijo Loma. “No seas tonto, Fiodor. Haz del alquiler de matrices una política nacional. Las mujeres te lo agradecerán y tendremos no solo dinero para la campaña, sino también para reformar nuestro demacrado país.
Así lo hizo. Elaboró a conciencia sus discursos y recorrió el país con la consigna de convertir al país en la primera nación de los vientres de alquiler. Propuso reformas a la constitución y llevó sus plan de desarrollo económico y social al parlamento para su análisis. Consiguió el apoyo del sesenta por ciento de la población. Los partidos de la oposición se rindieron al ver la derrota inminente.
El uno de septiembre, cuando en las escuelas se abrió el ciclo escolar, las gente supo que el país tenía un nuevo mandatario. Por la televisión mostraron a Fiodor que aseguró que cumpliría sus promesas. Lo entrevistaron y contó su triste historia. Habló de los días en que se sentía desfallecer después de las duras jornadas de trabajo en la construcción, luego prometió que cada mujer tendría garantizado su futuro si cumplía con los requisitos mínimos y estaba dispuesta a alquilar su vientre. Animó a los hombres a ser condescendientes con el desarrollo de la nación y les pidió a los solteros que se casaran y a los casados que tuvieran más hijos e hijas.

Queridos compatriotas, siempre se ha considerado nuestra nación un país de segunda o tercera categoría, a pesar de que tenemos un enorme potencial. Lo hemos demostrado en la cultura, la comida, el deporte y la belleza. Tenemos un clima excelente, verduras, frutas, trigo y carne. Somos un pueblo privilegiado que siempre ha sido oprimido. Es el momento de destacar y mostrar nuestra valía. Nos convertiremos en el país con más embarazos asistidos. Les ruego que colaboren con nuestra política. En este momento las ganancias generadas por la rentabilidad de los vientres de alquiler son de varios miles de millones de dólares. Hemos desarrollado la industria ligera, estamos extrayendo más carbón que nunca. En un año, si el plan se cumple, reduciremos la deuda externa en un cincuenta por ciento”.

El discurso fue largo y convincente. La gente se contagió de la fiebre del progreso y se imaginó un futuro brillante. La adulación y las palmas no cesaron hasta que Fiodor obligó a la gente a callar. Tomó las riendas del país con determinación y el progreso se notó desde los primeros días de su mandato. Aumentó la población mundial el uno por ciento. Todo iba viento en popa. Las mujeres estaban encantadas. Los artículos de higiene y los medicamentos se vendían por toneladas. Miles de turistas viajaban con sus esposas para escoger a las más adecuadas procreadoras de sus futuros hijos. Los hombres extranjeros pagaban cantidades enormes porque sus tentativas de inseminación fueran lo más largas posible. Había mujeres exclusivas que por su alquiler pedían pequeñas fortunas, pero siempre había algún millonario que estaba dispuesto a desembolsarla.

Un día el presidente de EEUU se alarmó porque notó que en la bolsa de valores, algunas empresas estaban perdiendo puntos. Reunió a sus asesores y les pidió investigar la causa. Dos días después le entregaron un detallado informe en el que estaba subrayado el superávit de un pequeño país de Europa del Este. Sin tardanza, el mandatario se puso en contacto con su homologo ruso y le preguntó si las cosas iban bien en su continente. La respuesta fue muy dudosa y, al sospechar de un plan secreto para desestabilizar la economía americana, mandó a un equipo de especialistas al epicentro del sismo económico. Lo más preocupante fue que los expertos pidieron unos viáticos exagerados, se llevaron a sus mujeres y volvieron con contratos de alquiler de vientres. En una reunión lo contaron todo y dijeron que era necesario suspender el servicio de alquiler de matrices, puesto que en poco tiempo la riqueza de muchas potencias se fugaría por ese canal. Además, los métodos no eran legales. Los juristas comentaron que si se acusaba internacionalmente a Fiodor Honcharenko de tráfico de órganos, es decir, recién nacidos que se destinaban a padres extranjeros, entonces se podría implantar un embargo.
El caso llegó a la ONU y en una reunión cumbre se sometió a votación la prohibición de la renta de vientres y se decidió, por mayoría, embargar los bienes del país insubordinado. Muchos lamentaron la imposición del castigo, pero no podían evitarlo.
Loma tuvo un infarto y no pudo resistir el peso de la sanción. Fiodor lo acompaño en sus últimos momentos y se preparó para mantener una lucha desigual. Los economistas le dijeron que lo mejor que podía hacer era invertir en armamento y simular que se preparaba para la guerra. Los militares pusieron el grito en el cielo y recomendaron evitar la guerra a toda costa.”¿Qué podemos hacer? ̶ preguntaba Fiodor desesperado ̶ ¿Cómo evitar esta injusticia?”. No encontró la solución y para afrontar los malos tiempos que se avecinaban escondió todas las reservas de oro que había en el país. Las mujeres comenzaron a adelgazar con rapidez y nadie podía salir del país con menores de edad y mujeres.

La crisis en América se terminó y empezó a recuperarse con mucha fuerza. Habría sido posible levantarle las sanciones al país europeo, sin embargo, el parlamento yanqui decidió que era mejor apretar un poco más el cinturón. Las fachadas de las casas se descarapelaban, los niños estaban desnutridos, desaparecieron las clínicas y la pobreza se extendió como peste. No crecía nada en el campo y las personas arrancaban las raíces de los árboles para comérselas. Fiodor salió del país de forma clandestina. No se pudo adaptar a los cambios. En un quiosco de periódicos vio un titular en el que se decía que EEUU había tomado la decisión de legalizar el alquiler de vientres y que se esperaba un crecimiento económico del cinco por ciento ese mismo año. Fiodor apretó los dientes, la rabia lo anegó y se quedó inmóvil, luego se desplomó. Llegó una ambulancia a tratar de auxiliarlo, pero ya era demasiado tarde.

domingo, 11 de agosto de 2019

Voluntario


Jeremy había metido su solicitud para enrolarse en el ejército. Era marzo y lo requerían porque los aliados habían sufrido muchas bajas. Era un momento determinante porque habría pronto un contraataque sorpresa y si retrocedía el ejército alemán cambiaría el curso de la historia. Llegó por él un camión militar que transportaba a los voluntarios. Jeremy había oído muchas historias sobre la exterminación judía. “¿Por qué el Vaticano no hace nada? ̶ se preguntaban algunos de sus familiares que lamentaban la muerte de sus parientes judíos europeos ̶ . Si están al tanto de lo que pasa en Auschwitz”. Yo iré a liberarlos de los campos de concentración, pensaba Jeremy con rencor. Quería convertirse en un héroe y cuando se lo comentó a su madre ella rompió en llanto. Al principio Madelene lloró por el presentimiento de perder a su hijo y después por la impotencia de convencerlo para que no fuera. Alex, el padre, se quedó desconcertado porque siempre había creído que el más endeble de sus hijos jamás pensaría en un proyecto tan descabellado. Su hijo mayor James, que sí era arrebatado y fuerte, además de astuto, se lavó las manos diciendo que la guerra no era cosa de ellos, que estaría dispuesto a combatir si el enemigo llegaba a suelo americano, antes ni loco. Alex no pudo convencer a su hijo menor de que se olvidase de la guerra. Cada día era más difícil evitar los ruegos de la madre, las opiniones negativas del padre y las risas irónicas de James.

Llegó el momento de la separación y James enmudeció, de alguna manera sabía de antemano que su hermano moriría sin poderle disparar una sola vez al enemigo. Madelene trató de consolarse con una idea absurda. “Las leonas crían a sus cachorros ̶ se dijo ̶ y cuando están listos para cazar por ellos mismos los dejan ir. Eso mismo haré yo. !Que dios bendiga a mi pobre Jeremy!”. Él salió con un uniforme que le habían adaptado con unas costuras. Se veía como un soldado de verdad, su altura le ayudaba para tener presencia, pero la falta de peso quedaba oculta debajo de la cazadora militar. Se fue con la cara alegre, como si ya hubiera triunfado de antemano en la guerra y se enorgulleciera de haber salido intacto de las grandes batallas. Era un guerrero como el legendario Héctor que tenía valor y un alto sentido de la justicia. Se alejó el camión y entonces Madelene soltó las lágrimas acumuladas en los últimos días. Alex la abrazó y se contagió de la pena. No se libro del llanto James, quien finalmente reconoció que había querido a su hermano, pero nunca se lo había manifestado. Se quedaron estáticos como unas figuras de mármol. Estuvieron así hasta que el vehículo desapareció de su mirada. La tarde fue muy triste y si hablaron, fue solo para comentar los recuerdos chuscos de la adolescencia de Jeremy. Desde ese día un manto de remordimiento cubrió su casa. Las tardes comenzaron a enfriarse y el cuerpo de Madelene tuvo un marchitamiento prematuro.

En el cuartel al que fue asignado Jeremy había unos trescientos jóvenes voluntarios. Todos ellos irían a la operación secreta. Tendrían que pasar unas pruebas de resistencia, cursos de balística y primeros auxilios. Un capitán les contaba cosas horribles de los alemanes, les despertaba el odio contra todo lo que fuera nazi y los conmovía con tristes historias de las que era testigo. “Sí ganan los germanos ̶ decía con rostro de ogro ̶ , tendremos que resignarnos a ver morir en los hornos a nuestros abuelos, hermanos, primos y novias. En Polonia ya casi no quedan judíos, ni gitanos, han muerto unos cuatro millones y les seguirán los árabes, los asiáticos, los negros y los latinos. No habrá futuro para nadie. Solo gobernará la raza aria y tendrán al mismo demonio como líder. Si no acabamos con ellos, gobernarán el mundo”. Los jóvenes sentían correr ácido por sus venas. Su sangre estaba agria y corrosiva, les enfurecían las cruces gamadas, las dos eses del servicio secreto y el bigotito corto del Führer. Esa era la forma de animarlos a clavarle la bayoneta a los soldados de pacotilla con los que practicaban sus técnicas mortales de ataque. Cuando se terminó el último entrenamiento todos supieron que a la semana siguiente zarparían a Europa. Llegarían hasta Inglaterra y de allí se dirigirían hasta las costas francesas.

Jeremy conversaba mucho con su amigo Charles. Se entendían muy bien porque el primero era bastante ingenioso e inteligente y el segundo era una masa de músculos sin mucho cerebro, pero con mucho corazón. Era fiel y noble. Le había cogido mucho cariño a Jeremy porque gozaba oyendo sus historias. Se imaginaba que el chico endeble con ilusiones de caudillo era su hermano menor al que tenía que proteger para que no muriera a manos de un demente fascista. En el transbordador no se separaron ni un centímetro. Charles le pidió que le contara alguna historia de caballeros como “Los tres mosqueteros” o “Ivanhoe”. Jeremy lo hizo y, mientras sus compañeros se debatían con el miedo a la muerte o, en un profundo sueño, ellos se imaginaron que llegaban a la orilla y que unas armaduras especiales los protegían de las balas enemigas. Se vieron degollando soldados alemanes. Irían en caballos de acero y aplastarían al enemigo. Los últimos días el temporal había sido muy malo, por eso había esperado casi una semana para ponerse en marcha. Ahora, el buen tiempo estaba de su parte. Las aguas eran mansas y condescendientes. Le habían abierto un canal al transbordador y empezaron a alejarse del resto del grupo de naves. “Mira ̶ dijo Charles ̶ parece que fuéramos en un barco de vela impulsado por la fuerza de un gran dios mitológico de los que tú hablas. Vamos a la cabeza y seremos los primeros en desembarcar”. Jeremy lo notó y rezó en silencio para que la suerte estuviera de su lado y no los mataran nada más bajar. La brisa era tibia, la embarcación parecía no encontrar resistencia en el aire y en lugar de flotar volaba. Distinguieron la playa. Sabían que pronto combatirían. Sin pensarlo, Jeremy, pronunció el nombre de la chica de la universidad que le gustaba, Annette. Una joven muy inteligente y bella que siempre lo miraba con ojos retadores y un día le dio un beso en los labios mientras bebían en una fiesta de aniversario en la universidad. Él no pudo formalizar la relación porque ella lo intimidaba y sabía que al volver de la guerra como héroe le propondría matrimonio. Charles se asombró de que su amigo tuviera una novia tan guapa y lo envidió un poco. Se oyó la orden de prepararse para el ataque. El nerviosismo y la angustia comenzaron a deambular por la borda como dos fantasmas. Algunos soldados apenas pudieron contenerse para no vomitar, otros apretaban los dientes fingiendo que deseaban entrar en combate. Se abrió la parte delantera d ella embarcación, Jeremy y Charles oyeron los zumbidos de las balas. El agua comenzó a teñirse de rojo, corrieron con todas su fuerzas y alcanzaron la playa, siguieron decididos y al localizar una ametralladora enemiga corrieron hacia ella en zigzag, Charles cayó fulminado por una ráfaga de plomo y, aunque Jeremy recibió algunos impactos, pudo llegar hasta los enemigos. Liberada esa linea, muchos compañeros pudieron continuar el ataque. Al final del día los aliados se habían situado en una colina y obligaron al enemigo a retroceder. Los enfrentamientos duraron tres meses y a finales de agosto los alemanes ya iban en retirada. Faltaba menos de un año para que terminara definitivamente la guerra. Jeremy luchó hasta el final y volvió a su casa lleno de condecoraciones. Lo habían sacado en el periódico. Sus vecinos le hicieron una recepción inolvidable. Se presentó Annette con un vestido precioso y esperó que Jeremy la abrazara. Lo volvió a besar, pero esta vez fue para unir sus vidas en matrimonio. Lo dijo él sin pensarlo con otras palabras: “Lo único que me animó a seguir en la batalla fuiste tú, querida Annette”. No tuvo que decir más, estaba claro que serían pareja hasta el fin de sus vidas.

Cuando la calma volvió al mundo, Jeremy terminó su carrera y consiguió un trabajo en un bufete jurídico. La fama y la experiencia de la guerra lo hicieron progresar muy rápido, pues tenía muchas agallas para enfrentar cualquier adversidad en la vida civil. Se le apreciaba por sus nervios de acero. No se inmutaba, incluso en las situaciones más adversas, siempre animaba a sus clientes y les decía que si había podido sobrevivir en la guerra, sobreviviría a esos pequeños problemas. Por lo regular era así. Cuando sus clientes llenos de pánico lo miraban expectantes, Jeremy se concentraba y urdía las estrategias más asombrosas de la historia de la abogacía. Pronto abrió su propio bufete y comenzó a llevar casos gordos. Vivía feliz. Tenía dinero y su esposa lo adoraba. Pasaban las vacaciones en lugares afrodisíacos y su amor era como una llama inextinguible.
Un día llamaron a Jeremy para defender a un cliente muy importante. Tenía el juicio a mediodía. Llegó pronto, saludó a sus conocidos y esperó a que le permitieran entrar en la sala. Llevaba un traje muy caro, se veía muy bien y su optimismo le daba un aspecto de profeta moderno. Cuando dieron las doce le sorprendió que su cliente no llegara. Le pidió al juez que le permitiera esperar unos minutos más pero en lugar de darle una tregua anunció que se abría el juicio.
Se abre la sesión ̶ dijo con la voz solemne de siempre ̶ . Se llevará a cabo el juicio por usurpación de personalidad y engaño contra el señor Jeremy Cárter”.
̶ Perdone, señor juez ̶ dijo Jeremy muy extrañado ̶ . Me parece que se ha equivocado en algo. Este juicio debería ser contra el señor Marcello Sabattini, un mafioso de la Cosa Nostra, ¿no?
̶ Se equivoca, señor Jeremy, creo que se la ha olvidado que usted mismo llevaría su defensa. Al menos, eso fue lo que dijo cuando se le citó.
Jeremy se rio para manifestar su conformidad, se sentía cómplice de una broma. Trató de recordar si era su cumpleaños o el del juez a quien conocía muy bien, pero no encontró nada que se lo pudiera recordar.
̶ Perdóneme, señor juez, pero no he entendido la broma...Si fuera tan amable de explicármela, se lo agradecería mucho.
̶ No, señor Jeremy, esto no es ninguna broma, tiene una acusación muy seria y el abogado James Carlson le meterá en el calabozo si no logra llevar bien su caso.
Jeremy siguió sin entender, las circunstancias lo obligaron a realizar su defensa, pero como desde el inicio había tomado las cosas con poca seriedad, después fue imposible enderezar la situación, había dejado que declararan los testigos en su contra y en lugar de protestar y requerir apelaciones dejó que las cosas siguieran su curso sin intervenir. El resultado no podía ser peor. Fue condenado al paredón por usurpación de personalidad, fue esposado en la misma sala y conducido a una cárcel de criminales peligrosos. Lo metieron en una celda de alta seguridad y le informaron que la ejecución sería en los próximos días. Luego, le avisaron que por una orden judicial se había adelantado su ejecución. La noche anterior al cumplimiento de su condena, Jeremy se preguntó si no estaría siendo víctima de un sueño. Por qué no lo había visitado su esposa, por qué el gobierno no había impedido esa injusticia, él era uno de los más valientes soldados que había tenido el país. Había muchos cabos sueltos en su situación y le pareció que su existencia era absurda. No podía olvidar la cara de los testigos, los cuales eran los soldados con quienes había combatido. Todos lo habían reconocido, pero no como Jeremy Cárter, sino como un tal Franz Swayze, espía alemán del SS, que se había apoderado de la placa de identificación del pobre soldado Cárter y luego había combatido con el bando de los aliados, sin matar a sus compañeros y pasando información secreta al ejército alemán. “Son estupideces ̶ se decía sin parar ̶ , ¿cómo es posible que yo no sea yo y que me acusen de ser alemán? Ni siquiera sé el idioma germano, no nací en Berlín, ni conozco a mi supuesta familia, ni la historia de ese país”. Su mente era un laberinto en el que se extraviaba sin encontrar pistas para desvelar la verdad o encontrar algún razonamiento lógico que pudieran explicarle lo que estaba pasando. No tuvo más tiempo. La puerta se abrió y entró un sacerdote para preguntarle si quería confesarse. Se negó y entonces dos hombres musculosos lo levantaron en vilo y se lo llevaron. Le dieron un cigarrillo y lo obligaron a fumar. Jeremy seguía tratando de despertar de esa absurda pesadilla. Repitió cien veces que él era un héroe, que estaban actuando conducidos por la locura. Pidió que lo dejaran ver a su mujer por última vez, pero cuando le informaron que no estaba casado estuvo a punto de morir de un infarto. Se negó a salir al patio donde lo fusilarían. Lo arrojaron al piso, se vio reflejado en un charco y le sorprendió que era otra persona. De ojos azules, pelo rubio ondulado, con un mentón rígido y la nariz afilada estaba muy lejos de ser el flacucho Jeremy de ojos castaños y pelo marrón. Le comenzaron a temblar las manos. Aplicó todo su peso para aferrarse al suelo, pero lo levantaron con facilidad. Lo apoyaron contra un pared fría y se oyó la orden. !Atención! !En línea! !Apunten! !Fuego!
Se oyeron las detonaciones. El pantalón de Jeremy estaba húmedo por la orina sus verdugos giraron sobre sus talones y abandonaron el lugar. Quedó enrollado el cuerpo de prisionero. Llegaron dos enfermeros con una camilla y se lo llevaron.

Despierte ̶ le dijo una voz masculina ̶ . Despiértese, agente VT1945 ̶. El hombre estaba tratando de abrir los ojos, pero le resultaba muy difícil. Empezó a gemir. Por fin vio el lugar en el que se encontraba y preguntó:
̶ ¿Qué ha pasado capitán?
̶ Nada, agente VT1945, es solo que hemos tenido un problema con el programa.
̶ ¿Qué fue lo que falló, capitán?
̶ Tuvimos un pequeño fallo con el cálculo de las coordenadas del espacio. En el tiempo todo estuvo bien, pero en el espacio fallamos por una diez millas. No tenía usted que haberse materializado en el cuerpo de Jeremy Carter, sino en el de Richard Dune, quién si fue un héroe en la II Guerra Mundial. Tuvimos que reprogramar la máquina con urgencia y, al hacerlo, estuvimos a punto de perderle. La única solución fue enviarlo al paredón. Tenían que matarlo para que pudiera regresar. Sentimos mucho que todo haya salido mal. No sabemos cuándo podremos enviarlo a la siguiente misión. Hemos borrado de su mente toda la información. Ahora vaya a que le revisen y le restablezcan las partes de tejido cerebral afectada. Lo sentimos mucho, agente. Esperamos que pronto quede bien la máquina y pueda seguir trabajando. Por ahora descanse. Hasta pronto.

jueves, 8 de agosto de 2019

Adversidad


Entró a la casa apuntándole al hombre con una pistola. “Me vas a dar el pagaré o te mato ̶ le dijo Rosendo López ̶ . Coge este dinero y quedamos en paz”. Él no tenía la intención de matarlo, creía que con la pura amenaza, Eduardo Reyes, le daría la carta que comprometía a Sarita Andrade. Era muy importante cuidar su reputación. Ella no se merecía un escándalo y él, que reconocía que era un mujeriego inmisericorde, tenía lástima de destruir su vida. El plan era muy sencillo. Primero, debía recuperar la carta, llevaba suficiente dinero para hacerlo, en segundo lugar, rompería sus relaciones con su amante, a quien le dolería la noticia; pero la salvaría del ridículo y del sufrimiento y, por último, dejaría de asistir a los centros nocturnos donde bebía e invitaba a todos los que se le acercaran sin pensar en quiénes eran. “No la tengo aquí, Rosendo ̶ le dijo temblando de miedo el usurero chantajista ̶ , te lo juro. Mi hermano Armando la guardó en la caja fuerte de nuestro local, ve y pídesela. Con este dinero que traes será suficiente para saldar la deuda”. Esas palabras lo único que logró fue provocar la ira de Rosendo que era muy fuerte y no estaba acostumbrado a que le escatimaran las cosas o le hicieran sentirse engañado. Cogió a Eduardo Reyes por el cuello y lo comenzó a asfixiar. Con el rostro rojo el hombre tendido en el piso imploraba perdón con ojos desorbitados. Rosendo aflojó las manos y le dio tiempo de respirar, pero siguió inmovilizándolo con sus cien kilos de peso. Le pidió que buscara con atención en la casa, que seguro podría bien tenerla en la caja fuerte. Lo obligó a abrirla, había muchos papeles importantes, joyas muy caras y títulos de propiedad, pero el pagaré no estaba. En una hora pusieron de cabeza el piso y no quedó lugar alguno en el que se pudiera buscar más. Enfurecido, Rosendo, cogió de nuevo la pistola y lo amenazó, por desgracia, el terror del que era víctima Eduardo lo hizo cometer un fatal error y en lugar de arrancar la pistola de las manos de su visitante, recibió un tiro en la frente. La sangre salió en un fuerte chorro y salpicó a Rosendo. Se quedó inmóvil y, aunque estaba en una situación muy peligrosa no pensó en cómo solucionarla, sino que recordó que lo habían condenado a prisión en su país antes de exiliarse y se le tensaron las piernas. En la otra ocasión, el crimen había sido perpetrado conscientemente, pero esta vez el destino le había jugado muy sucio. Trató de pensar en la forma más lógica de escapar. No lo había visto nadie entrar al apartamento del chantajista, por el trayecto no había encontrado a ningún conocido y el dinero no lo había sacado del banco, más bien se lo había proporcionado Sara dentro de un taxi. Así que lo único que necesitaba era borrar sus huellas de las cosas que había tocado, limpiarse la sangre y deshacerse del arma. Entró al baño se limpió y restregó su camisa con agua y jabón, se la puso húmeda y salió dispuesto a abandonar la escena del crimen. Cuando agarró el maletín y se guardó el arma se abrió la puerta de forma inesperada. Era la criada Francisca, una mujer de unos cincuenta años de edad. Llevaba una pesada bolsa con alimentos. Miró el desorden en que se encontraba todo y cuando quiso reaccionar tenía rodeado el cuello por un fuerte brazo.

Ni se te ocurra gritar ̶ le dijo casi ahogándola ̶ por que te me mueres aquí mismo”. Paquita asintió, pero ya no tenía fuerzas y estaba a punto de desmayarse. Rosendo pensó en dejarla viva y salir del piso, pues la pobre mujer no había logrado verlo. Se oyó un ruido de una llave tratando de abrir la cerradura. Rosendo se puso muy nervioso, crujió el cuello de la pobre criada y su cuerpo se desplomó. Respiraba agitado, los pocos segundos que tardó la puerta en abrirse le sirvieron solo para sacar la pistola.

̶ No se mueva o la mato ̶ le dijo a la dueña del piso.
̶ No me haga daño, le daré todo lo que me pida
̶ !Escuche!!Todo esto ha sido una confusión! Las cosas han salido mal. No sé si esté al tanto de las cosas que hacen su marido y su cuñado, pero he sido víctima de un chantaje. Vine por una carta y su marido cometió una estupidez y por eso ha muerto, así que si me promete darme lo que busco no morirá ̶ . La mujer trató de gritar, pero recibió un golpe en el rostro y cayó al piso. Rosendo ya no tenía más tiempo que perder. Tomó un cojín de terciopelo del diván y se lo puso en la cara a la mujer, luego lo oprimió con todas sus fuerzas. Ella se zangoloteó como si le hubieran aplicado un electrocardiograma y luego se quedó inmóvil. Rosendo se levantó asió el maletín y abrió la puerta. No había nadie, salió y bajó despacio por las escaleras, llegó hasta la planta baja y chocó con él una anciana. Le riñó y le dio un golpe en la espalda. Salió con paso acelerado y con la cabeza baja, siguió recto por la calle, giró a la derecha, por último se dirigió a su casa.

Entró arrojando en el sillón su maletín. Se quitó la ropa y la metió en la lavadora. Se puso una bata y se sirvió un vaso de coñac. Se lo tomó de un trago. Su cabeza estaba llena de ideas y una sensación de angustia comenzaba a oprimirle el estómago. “!Maldito, Rosendo! ¿Qué has hecho?” ̶ se recriminó tratando de encontrar una solución. Había sopesado la idea de escapar, pero vio tres obstáculos, el primero era Sara a quien no quería traicionar, ya le había causado demasiado daño los últimos meses, el segundo era la esperanza de que no sospecharan de él. Armando y Eduardo Reyes eran dos bichos ponzoñosos a quien nadie quería y no faltaban personas que quisieran matarlos, con un poco de astucia y una buena coartada cuando llegaran los interrogatorios podría librarse, tal vez. La última traba era la peor y estaba relacionada con el pagaré. Necesitaba recuperar la carta poder que le había dado Sara para empeñar las joyas. Se recriminó por haber caído en una trampa tan simple. Las joyas tenían su valor y no era necesaria ninguna factura para saber que no eran robadas, además los prestamistas eran unos lobos capaces de vender hasta a su madre sin que les pidieran ningún comprobante de parentesco. Pasó una hora fraguando un plan. La única solución era recuperar la carta, sin embargo no era tan fácil, pues era probable que Armando Reyes ya estuviera al tanto del asesinato de Eduardo y no sería tan tonto como para devolverle el documento sin antes cerciorarse de que él no había sido el causante de la muerte de su hermano. Decidió arriesgarse. Le llevaría dinero por la noche, le daría el pésame y con el papel se fugaría. Meditó unos minutos y comprendió que eso era absurdo y que en lugar de estar bebiendo y gastar el valioso tiempo, tenía que actuar. Se lavó con prisa, se puso un traje, limpió el maletín y salió en dirección al comercio de los Reyes. Llegó en un buen momento. La tienda estaba sola y como era la pausa de la comida no había transeúntes. Armando se disponía a cerrar cuando se miraron.

̶ Buenas tardes ̶ le dijo Rosendo mostrándole el maletín ̶ . Te traigo dinero.
Armando se extrañó por la absurda actitud de Rosendo y se quedó mirándolo con la intención de descubrir la trampa.
̶ ¿Qué te trae por aquí, Rosendo?
̶ Pues, te tengo una propuesta. Necesito que me des la carta de Sara y, a cambio, te ofrezco el triple de lo que me has pedido. Mira, aquí están los billetes ̶ Armando se asomó al interior del maletín y le hizo una seña para que lo siguiera. Luego bajó la cortina metálica hasta la mitad y le pidió a Rosendo que le explicara su propuesta.
̶ Mira, Armando, tú sabes que no quiero poner en riesgo la reputación de Sara. Por eso, te propongo que me devuelvas la carta poder y te doy esté dinero.
̶ No, claro que no te la voy a dar, ¿sabes? Si has cedido tan pronto y has traído este dinero, será más fácil sacarte más. Así que olvídalo, dejame lo que traes y si no vienes la próxima vez con el doble, te juro que haré pública la noticia de las aventuritas que tienes con esa perra.

Rosendo se enfureció. No tenía tiempo que perder y el estúpido de Armando le iba a estropear todo. Sacó la pistola y lo amenazó. Armando se rio, pero cuando se dio cuenta de que las cosas iban en serio quiso aceptar el trato. Rosendo le pidió que abriera la caja fuerte y le devolviera el documento. A regañadientes abrió y sacó un sobre. Rosendo le echó un vistazo rápido y se lo metió en el bolsillo. Se dispuso a salir, sin embargo se disparó la alarma de su mente ágil. No podía dejar vivo a Armando porque de inmediato comprendería todo. Se armó de valor y se acercó fingiendo que le iba a entregar el dinero. Cuando Armando extendió la mano para agarrar el maletín sintió algo duro en el estómago, luego se derrumbó. Y sintió una suela de cuero en la cara. Quería gritar, pero no le salía más que un leve gemido de la garganta. Empezó a ver borroso y luego dejó de moverse.

Rosendo se fue sin prisa. En una esquina rompió el papel que tantos dolores de cabeza le había dado y se fue a su casa para ocultarse. Esperó que llegara la noche y metió toda su ropa sucia en una bolsa y la tiró lejos de su casa. Después sacó de su caja fuerte su pasaporte, metió un poco de ropa y el dinero que le había dado Sara en una maleta pequeña. Se puso un traje elegante y se fue al aeropuerto. Durante el trayecto escuchó con paciencia al taxista y fingió interés, incluso, rio por una tonta ocurrencia de su interlocutor. Compró un billete para viajara a Buenos Aires y esperó más de tres horas. No pensó en nada, trató de distraerse viendo a los demás viajeros. Luego compró un periódico y lo leyó por encima. Nada le llamó la atención. El mundo seguía con sus conflictos internacionales, la política nacional estaba convaleciente después de haber pasado por una fuerte crisis. En la sección de deportes ninguna información lo alegró. Llegó el momento de abordar el avión. Era de madrugada y tendría que viajar unas veinte horas con una escala en Brasil. Se acomodó en su asiento, metió su maleta debajo y se relajó. El sueño lo ayudó a desconectarse, se quedó torcido viendo sus fantasías. Siempre había sido un mujeriego. Conocía las debilidades de las mujeres. Tenía personalidad y dinero. La vida le había proporcionado el don de abrir las puertas que se encontraba. El carácter también le favorecía porque confiaba en sí mismo y, en cierta medida, controlaba sus emociones. Solo en el amor podía fallar de vez en cuando al no mantenerse detrás de la linea del compromiso. Con Sara le había pasado. Ella era una mujer diferente, muy parecida a él. Se sentía a su lado como con un ser de alma gemela. Los dos pasaban por donde querían, los respetaban y admiraban. Sabían soportar el dolor, el fuego y el frío sin quejarse. Era por todo eso, por lo que se habían hecho amantes. Rosendo no pensó en ella hasta que estuvo instalado en una casa. El ambiente porteño y los atractivos de la ciudad habrían llenado los oídos de cualquier visitante de un apasionado tango, pero él estaba sordo y ciego para eso. Sus pensamientos comenzaron a hilar el fondo de un panorama muy gris. Era la señal de que la conciencia empezaba a despertarse. Él se la había imaginado como una impertinente mujer de las que no le gustaban por ser demasiado directas y crudas, sin embargo su aspecto era fiero, de cuerpo macizo y fuerte, con ojos inmisericordes y de cara sosa. Rosendo se molestó, le empezó a llenar el cuerpo un gran malestar. Se tuvo que sentar en la banca de un parque y, aunque hacía calor, lo recorrió un escalofrío.

No había necesidad de matar a esas mujeres ̶ se reprochó murmurando ̶ una era la criada explotada y, la otra, una mujer fracasada que tenía que soportar al pestilente de Eduardo y las órdenes de su cuñado. No habrían declarado en mi contra y habrían sido felices al saber que se habían librado de esos dos chantajistas”.
No pudo seguir pensando porque un policía se le acercó.

̶ ¿Es usted Rosendo López?
̶ Sí, soy yo ̶ contestó muy desconcertado.
̶ Tiene que acompañarme a la comisaría, señor Rosendo.
Caminó despacio evaluando la actitud del policía. Quería preguntarle la razón por la que lo llevaba ante la ley. Las preguntas e hipótesis que tenía en la cabeza eran como un pequeño remolino de arena en el que cada grano era una pregunta que le irritaba por dentro. Cuando llegaron a la comisaría se armó de valor y preguntó arriesgándose a todo.
̶ ¿Cómo me han encontrado?
̶ ¿Es usted el señor Rosendo López? ̶ le preguntó un oficial con una cara muy gorda y gesto duro.
̶ Sí, sí soy yo, pero no me ha respondido.
̶ Mire ̶ le contestó con voz autoritaria ̶ . La señora Consuelo Vargas, su casera, ha venido a pedir que le obliguemos a hacer una declaración en la que usted se comprometa a pagar hasta el último peso de su alquiler. Es que la pobre mujer sufrió un fraude, ¿sabe? Tuvo alojados a un español y un italiano y, éstos, al encontrar dificultades para liquidar su deuda, le pagaron con dólares falsos. Es por eso que quiere que le firme un pagaré por el período de su estancia, que como usted le ha dicho, será de seis meses.
̶ No tiene por qué preocuparse ̶ respondió Rosendo aligerado de la carga que le había supuesto el temor de que lo fueran a deportar.

Firmó con gusto y salió de la comisaría. El viento era tibio, había una suave energía en el ambiente que lo sedujo para que diera una larga caminata. Por su camino apareció un cabaret en el que había un gran anuncio luminoso. “La esmeralda” club nocturno, decía el enorme tablón. Rosendo sintió que se le despertaba el deseo. Toda su vida se había trasnochado. Vivía de la energía que le proporcionaban el alcohol, las mujeres y el dinero. Decidió que esa misma noche se ayudaría a escupirle al destino y se iría a bailar con la mujer más guapa del antro. Se fue al centro a comprar un traje caro. Se afeitó en un sitio muy popular. Por el camino de regreso se dio cuenta de que las mujeres que lo veían sentían su aura, su magnetismo natural que lo había ayudado a dormir con actrices y vedetts. Se perfumó y salió por la noche. Llegó al Esmeralda y vio la larga fila. Buscó a un guardia y se le acercó. Tengo reservada la barra, le dijo poniéndole un billete en la mano. Lo dejaron pasar y le asignaron una mesa cerca del escenario. Los músicos tocaban un tango de Gardel y una mujer lo interpretaba, estaba vestida de hombre, y miró a Rosendo con curiosidad. Él pidió una botella de cava y dijo que le dieran un mensaje a la cantante. Minutos más tarde ella estaba a su lado. Se presentó como Marga, tenía unos cuarenta años y llevaba mucho maquillaje. Rosendo intuyó que era una pieza clave, supo después que llevaba muy buena amistad con Eva la bailarina más guapa. Rosendo la vio actuar. La guapa bailarina interpretó un baile caribeño con un vestido rojo de lunares blancos. Tenía un cuerpo alargado de estrecha cintura y firmes caderas. Los clientes, en su mayoría, estaban fascinados con ella y pagaban bastante por poder verla actuar. Ella se mantenía alejada y los únicos afortunados eran los hombres influyentes y ricos. En realidad, Eva era muy dócil y enamoradiza, pero la vida y las circunstancias en las que se encontraba, la habían obligado a ser fría y calculadora. Marga la llamó y le presentó a su gentil amigo. Con un guiño le indicó que fuera con cuidado. Eva sintió un leve temblor, presintió una desgracia porque Rosendo la atraía como un fuerte imán.

̶ Nunca te había visto por aquí, Rosendo.
̶ Es verdad. Acabo de llegar a Buenos Aires y no conocía este sitio.
̶ Y ¿te gusta?
̶ Sí. Tiene su encanto, aunque conozco mucho mejores en Portugal, Francia, Italia y España.
̶ Y ¿qué te ha traído por aquí?
̶ Negocios. Me dedico al café. Vendo por toneladas.

Eva sonrió y mantuvo una conversación amena. Bebió y se rio mucho con las ingeniosas bromas de su anfitrión. Se disculpó y no volvió a sentarse con él. Era el consejo que le había dado Marga. “No te le acerques mucho, hija mía, y si te llegas a acostar con él, por nada del mundo te vayas a enamorar. Ese hombre te puede destruir”.

Eva trató de evitar a Rosendo, pero este era muy amable con ella y ejercía una presión soportable que le impedía respirar por el día y la hacía suspirar por la noche. Se fueron estrechando sus relaciones y, al final, terminaron en la cama. Al principio todo era como el paraíso, pero pronto Eva quiso salir a conocer mundo. Le pidió que la llevara a Europa. Él ya recibía sumas de dinero de parte de su familia en un banco local. Se permitía grandes lujos porque su madre le pedía las sumas de dinero a su contable y este le enviaba al hijo consentido todo lo que le pedía. No tenían problemas, la empresa acerera del difunto padre estaba en plena extensión.

Un día Rosendo se olvidó de todo. Eva le había entregado su corazón y le había dejado ver la cara de todos los placeres secretos. Estaban borrachos y, al recordar un sitio exclusivo de fama internacional, Eva le pidió que se fueran a París. Bebieron más de dos días y al encontrarse tumbados por la resaca en su habitación notaron que toda la gente les hablaba en francés. Eva estaba feliz. Se repusieron muy despacio de la arrolladora fiesta de placeres interminables y cuando ya estaban listos para continuar con sus juergas se fueron al Moulin Rouge. Así empezó un mes de diversión y excesos. Eva entraba a los cabaret ataviada con joyas y vestidos de muy buen gusto.
Una noche Rosendo perdió el habla. Estaba frente a él Sarita Andrade. Tenía una expresión rígida. La cubría un halo de sufrimiento que se adivinaba en las arrugas que le habían salido en los párpados. Quiso hacerle muchas preguntas, pero los interrumpió el marido. Se fueron disculpándose por la indisposición de Sarita que apenas se podía mantener en pie.

Eva notó el efecto que había provocado el encuentro. Rosendo se había marchitado un poco y tenía la cara gris. Siguieron tratando de divertirse, pero una nube de moho comenzó a incomodarlos. Eran los celos de Eva y el temor de Rosendo a su conciencia. El aire frío de una tormenta los amenazaba. Eva fingía ser la de siempre, pero las quemaduras que le dejaban los celos la ponían nerviosa e irritable. Comenzaron a evitarse. Pasaban horas en sus habitaciones sin hablar. Una noche apareció un inspector de policía ante la puerta de su habitación del hotel. Les anunció el arresto por robo y asesinato. Era el fin.