Fiodor
Honcharenko gritó mientras su cuerpo se sacudía con fuerza.
Respirando agitadamente, lleno de sudor y satisfecho, se echó al
lado de la mujer. Se quedó viendo el techo amarillento y trató de
recuperar la respiración. Jéssica, la nigeriana, le miró el
rostro. Era su cliente habitual y le había cogido aprecio. Le
gustaba su forma de comunicarse y los piropos que le decía. Aunque
ella hablaba mejor en español, él era más parlanchín. Ese día
hacía calor. Eran las once de la noche y para Jéssica la jornada
apenas había empezado. Fiodor había cobrado su sueldo y por esa
razón había bebido un poco en la obra con sus compañeros, luego,
ya medio borracho se dirigió a su casa, pero al ver el anuncio del
bar que le gustaba, no tuvo más remedio que entrar. Era un sitio
popular, había bastantes mujeres y el dueño era un turco con mala
reputación que explotaba inmigrantes.
̶
Has estado muy apasionado hoy.
̶
Será por el alcohol y el tiempo que no he venido por aquí.
̶
¿Me echabas de menos?
̶
Claro, no he pensado en otra cosa que no seas tú, preciosa.
Era
verdad. Para Fiodor la vida era un calabozo en el que cumplía una
condena impuesta por un Dios injusto que nunca le había dado nada.
Abogado de profesión, había terminado en la universidad estatal de
Kiev, jamás había ejercido. Su especialidad era el derecho penal
soviético y, al empezar los cambios de la Perestroika, perdió toda
su capacidad y no se pudo adaptar a los cambios. Fue por eso que a
los veintiún años se fue de su país para probar suerte en el
extranjero. Con su título no pudo ni siquiera acomodarse de
barrendero en un bufete jurídico español, así que se fue a la obra
más cercana y se puso a trabajar de albañil. Pasó muchos años y
consiguió comunicarse muy bien en el idioma local. Sabía todas las
palabrotas habidas y por haber. En cierto grado había tratado de
cultivarse leyendo algunos libros de filosofía y podía mantener
conversaciones cultas sin profundizar mucho en los temas. Siempre que
iba al bar donde estaba Jéssica se sentaba en la barra un rato y
conversaba con los otros clientes o el barman. Hacía todo tipo de
bromas y con la risa trataba de compensar el fracaso de su vida.
Fiodor
iba a cumplir los cincuenta años y se le había venido encima el
peso de su infeliz existencia. Estaba concentrado en sus pensamientos
sin despegar la mirada de una mancha en forma de flor. De pronto, oyó
un toquido en la puerta anunciando que se le había terminado el
tiempo. Se enderezó, se fue al baño y se lavó un poco, se vistió
y se despidió de su amiga con la promesa de volver pronto. Antes de
irse a su casa, aprovechó para tomarse la última copa. Encontró a
unos conocidos con los que solo intercambiaba unas palabras o algún
chiste. Vio a varias chicas guapas semi desnudas y se lamentó de
llevar una vida tan miserable. A veces soñaba que tenía dinero, que
se compraba ropa de marca, un buen coche y sacaba de ese sitio a las
mujeres más bellas. Oyó que sus vecinos estaban comentando algo
sobre un negocio disparatado.
“Oye, Ricardo ̶
dijo el que era más bromista ̶
¿Te imaginas si eso de los vientres de alquiler se hiciera con
chicas como estas?”. El otro se comenzó a carcajear y, cuando se
tranquilizó un poco, comentó que sería un súper negocio porque
los clientes pondrían la excusa de que los embarazos no resultaban
para acostarse cuantas veces quisieran con ellas. La broma no era tan
mala y otros clientes que la oyeron se burlaron de ellos. Fiodor
también se rió mucho, pero miró el reloj y se dio cuenta de que no
podía retrasarse más. Salió y se fue rápido hacía su parada de
autobús. Cogió el último vehículo. Esa noche durmió bien y al
día siguiente se levantó tarde. Esperó a Mohamed un marroquí con
el que hacía chapuzas, pero no llegó. Tenían que ir a poner
azulejo a una casa. Ya era mediodía y Fiodor comprendió que le
habían cancelado el trabajo a su amigo. Se metió otra vez a la cama
y durmió hasta la tarde. A las cinco salió a comer. Cerca de su
casa había un comedor en el que se podía almorzar bien. Alcanzó
las sobras de una sopa de lentejas y carne con patatas. Comió con
apetito y se fue por una botella de vino. Volvió a su casa y en
lugar de poner la televisión para distraerse se quedó pensando en
lo que había oído el día anterior. ¿Cómo funcionaba eso de los
vientres de alquiler? ¿Quiénes lo solicitaban? ¿Cómo se hacían
los contratos? ¿Qué dictaba la ley? Las dudas le fueron despertando
la curiosidad. Lo que si sabía bien era que si localizaba mujeres
guapas para contratar sus servicios, los clientes estarían
encantados de relacionarse con ellas. “En mi ciudad hay cientos de
mujeres que estarían dispuestas a prestar su vientre por unos
cientos de dólares”. La idea le siguió inquietando varios días
y, por eso, se puso a investigar. Leyó en los periódicos que muchas
mujeres europeas decidían alquilar el vientre de una mujer para
tener hijos. Las sumas que la gente pagaba por ese servicio era alto
y se estaba poniendo de moda. Era necesario donar un poco de esperma
del marido para depositarlo en la matriz de la mujer con la que se
firmaba el acuerdo. Era necesario contratar los servicios de un
laboratorio y tener la asesoría de un buen abogado.
Fiodor
contó el dinero que le quedaba y decidió viajar a Kiev para ponerse
en contacto con algunas personas con las que pudiera empezar su
negocio. Primero fue a un laboratorio de análisis clínicos,
preguntó por los servicios de embarazos in vitro y le comentaron que
solo había un laboratorio con la tecnología necesaria, que podía
ir a la calle Pushkinska a un lado del metro Teatralna. Llegó
rápido, pues no se encontraba muy lejos. Preguntó por el señor
Arkadi Lomashenko y le dijeron que esperara unos minutos. Pasó más
de media hora. En ese espacio de tiempo leyó dos revistas y se tomó
dos cafés que la secretaria le ofreció amablemente. Lo hicieron
pasar a una sala bastante lujosa. El señor Loma, como le pidió que
lo llamara Fiodor, tenía un aspecto poco saludable, hablaba con
calma y parecía que sufría de una resaca permanente. Era bastante
grueso y respiraba con frecuencia emitiendo un leve ronquido.
̶
Es por el tabaco ̶ le
dijo al notar que le ponía mucha atención al ronquido cuando le
salía de la garganta ̶ .
He fumado toda la vida, por eso me he conseguido esta angina de
pecho. Dígame, ¿en qué puedo ayudarle, señor Honcharenko?
̶
Mire ̶ exclamó Fiodor
tratando de ordenar sus ideas ̶
, se me ha ocurrido una idea que tal vez podría dejar muy buenas
ganancias.
̶
¿Ah, sí? Y ¿de qué modo piensa que se puede hacer?
̶
No sé cómo explicárselo con términos económicos o médicos. Soy
un ignorante en todo eso.
̶
Pues, intente explicármelo con las palabras que pueda y ya le iré
entendiendo y, si hace falta, le corregiré.
̶
De acuerdo, pero de antemano le pido disculpas por las molestias.
Bien, ¿sabe que he vivido mucho tiempo en Europa?
̶
!Por supuesto que no!!Es la primera vez que lo veo en mi vida!
̶
Sí, sí, perdone mi estupidez. Es que lo que quiero contarle es
que... La semana pasada frecuenté un sitio de esos...
̶
¿De esos? ¿A qué se refiere?
̶
Pues a un sitio para hombres, para relacionarse con mujeres...
̶
¿Se refiere a un prostíbulo?
̶
No, no, es decir, sí, creo que se podría denominar así, aunque...
̶
Bueno, entiendo que ha estado con una mujer y que se ha contagiado y
quiere que lo curen, ¿no?
̶
No, ni lo mande Dios. Es que mientras estaba tomando una copa, oí
una conversación que me dejó muy desconcertado y luego se me
empezaron a ocurrir ideas y es por eso que...
̶
Bueno, amigo, vaya al grano, ¿de qué se trata?
̶
Le voy a contar mi idea y después quiero saber si estaría dispuesto
a que colaboráramos juntos.
̶
Usted dirá. Le escucho con atención.
̶
Bien. Pues, esos hombres del bar, comentaron que había un negocio de
alquiler de vientres...
̶
Sí, en efecto. Existe tal negocio, pero hay países en los que la
legislación es muy estricta y se necesita un gran equipo de personas
para solucionar los problemas que genera. A mi no me interesa en
absoluto.
̶
Es que... ¿Acaso, es imposible llevarlo a cabo aquí en nuestro
país?
̶
No, no es imposible, ni está prohibido tampoco. Es que, como le
digo, se necesitan muchas personas para hacer un negocio así.
̶
Bueno, dígame cuáles son esos famosos problemas y qué tipo de
gente se necesita.
̶
Oiga, primero tiene que encontrar clientes, eso no es tan fácil.
Después debe garantizar física y jurídicamente que no habrá
problemas con la salud de la mujer que alquila su vientre y que ésta
no pedirá después la patria potestad del niño que ha dado a luz,
además son nueve meses de revisiones y tratamiento, ¿sabe cuánto
cuesta eso?
̶
Sí, doctor, Loma, lo entiendo a la perfección.
̶
No se olvide , amigo, de que debe tener en cuenta las complicaciones
que pudieran surgir como cesáreas o abortos, necesita una clínica
especializada.
̶
De acuerdo, lo entiendo bien, pero supongamos que se solucionan esos
problemas, ¿qué otros habría?
̶
No lo sé, tal vez resultaría difícil que unos extranjeros se
llevaran un bebé nacido en nuestro país, luego, los padres
adoptivos tendrían que estar de acuerdo en pagar la manutención de
las mujeres que alquilan, exigirán que sean saludables que tengan
muy buena salud y que sean guapas, además, pedirán antecedentes
familiares y no sé... Muchas cosas tales como el anonimato...no sé
que más...¿Y el dinero? No creo que alguien esté dispuesto a pagar
unos veinte mil dólares o más por un alquiler de matriz y luego,
los gastos de los viajes. Se necesita una planificación muy fiable
porque si hay algún problema gordo... el teatrito se le puede venir
abajo, ¿sabe?
̶
Pues, estoy dispuesto a jugármela. Llevo demasiado tiempo viviendo
de albañil y no quiero terminar mi vida colocando ladrillos y
recibiendo bicocas por mi trabajo.
̶
!Oiga! Creo que se ha equivocado. Según veo es usted un don nadie y
quiere verme la cara de tonto. Ande, vaya a otro sitio a buscar quien
le crea.
̶
No, no. Espere. No se precipite. Sé que la idea que tengo resultará.
Usted solo tiene que garantizarme que los análisis serán
profesionales, además, le ruego que me recomiende una buena clínica
para los partos y que me diga si podría asesorarme en cuestiones
genéticas y médicas.
̶
No le prometo nada porque no veo nada claro.
Fiodor
salió con una promesa por parte del doctor Loma, pero sabía que
mientras no tuviera nada que ofrecerle, él no movería un dedo para
ayudarle. Los siguientes días investigó sobre las cuestiones
legales. Cogió la constitución, el código civil y el penal y se
puso a estudiar como en la juventud. Se decepcionó mucho por no
haberse dedicado a la abogacía. Todo lo que le había hartado en la
juventud ahora le parecía muy lógico y tentador. Descubrió que sí
tenía vocación de jurista y, si lo hubiera comprendido antes, no
habría desperdiciado su existencia viajando inútilmente para
levantar muros y cargar costales de cemento. Fue acomodando las
piezas de su rompecabezas. Analizó con detenimiento el papel de cada
persona, las ventajas e inconvenientes de una determinada decisión
en la gran estructura que le había resultado. En cierto grado, se
dijo, era como construir un buen edificio. Lo importante era tener un
buen cimiento, material de calidad y una buena planificación para
las instalaciones hidráulicas y eléctricas. Hacía falta un diseño
atractivo para los clientes. Con el negocio bien organizado en el
papel se fue a ver de nuevo al doctor Loma, quien se sorprendió al
ver muy claro el éxito de la empresa. No dudó en ofrecer su ayuda y
se comprometió a buscar las clínicas de maternidad más apropiadas,
le dio dinero a Fiodor para que hiciera su viaje de inmediato a la
península en la que ya tenía localizados a dos clientes. Dejaron en
claro todos los pormenores y Fiodor se marchó al extranjero.
El
encuentro tuvo lugar en un hotel céntrico de lujo. La pareja era de
una condición económica media alta. Mariana no era muy guapa,
bajita y gorda. Tenía el mentón salido y llevaba una gruesas gafas
que se acomodaba todo el tiempo haciendo un gesto muy raro. Tenía el
pelo castaño y era muy blanca. Ramiro, en cambio, tenía atractivo
y cierta personalidad. Era fortachón y simpático, pero al descubrir
sus dientes perdía mucho encanto. Hablaron durante más de dos
horas. Ramiro era tendero y su mujer ocupaba un alto puesto en el
ministerio de transporte. Habían tomado la decisión de alquilar un
vientre porque a ella le asustaba el parto, ya había tenido dos
abortos y no quería arriesgarse más. En su familia había
diabéticos y algunos esquizofrénicos. En la familia de Ramiro lo
más grave había sido un caso de deformación, pero la causa había
sido que la hermana de su bisabuela no deseaba tener a su hijo porque
la habían violado y, al tratar de abortar el fruto de su vientre,
había tomado hasta veneno. No logró su fin y el niño nació ciego,
pero con salud de toro. Lo más difícil fue acordar el precio. En el
mercado se barajaba una suma de cincuenta mil euros por un servicio
llevado a feliz entrega. Fiodor no podía exigir esa suma porque no
contaba con los medios para garantizarlo, además su país estaba en
la lista de los más pobres del ex bloque soviético. La única
ventaja que le proporcionó la clave del éxito fue el aspecto
saludable de la dueña de la matriz. “Es realmente guapa ̶
dijo Mariana con un poco de envidia ̶
. Ya quisiera yo tener un poquito de ella”. No te preocupes, mujer,
le dijo Ramiro, tú no eres fea y además. Si nos da un niño imagínate al chaval, va a volver locas a las mujeres. Bueno, y si es
una niña, pues tendremos que andar detrás de ella para que no se la
roben.
Lo
tomaron con humor y el acuerdo se cerró en veinticinco mil euros.
Fiodor les propuso que viajaran con él para que les pudiera mostrar
las instalaciones en la clínica, se entrevistaran con Evdokia la
futura madre y firmaran juntos el contrato. Estuvieron de acuerdo y
se fueron ilusionados. Quedaron que saldrían la siguiente semana.
Ella se tomaría los días de asueto que se le habían acumulado a lo
largo del año y él dejaría a su empleado José para que atendiera
la tienda mientras se iban a lo que llamaron una segunda luna de
miel. La pareja nunca había viajado al extranjero. Oyeron hablar a
Fiodor por primera vez en ucraniano y se sorprendieron mucho porque
lo habían tomado por madrileño. Confiaban en él. Perdieron los
tapujos y las apariencias y decidieron hacerse sus amigos. Él se
había esmerado mucho para ganarse su confianza y al darse cuenta de
que el vino los sensibilizaba no dudó en procurarles las dosis
adecuadas. En la noche Mariana se fue a acostar y Ramiro se
emborrachó.
̶
Espero que esto no afecte a mi futuro vástago ̶
dijo muy alegre Ramiro.
̶
No lo creo, querido Ramiro. Te ves bien de salud y tendrías que ver
a Evdokia. Es una mujer fuerte sin enfermos en la familia y además
muy simpática.
̶
Sí que tiene personalidad la mujer. ¿Sabes? Cuando la vi, pensé
que sería una condesa o algo así.
̶
Oh, mi querido Ramiro, por fortuna en mi tierra hay muchas mujeres
así. Ahora que lo pienso me arrepiento de no haberme casado nunca
con una de ellas.
̶
Ah, pillín, lo lamentas, ¿a que sí? Ya te imagino metido en la
cama con una mujer como esa.
̶
Pues, sí que sería muy agradable. Ya lo creo.
De
pronto Ramiro se quedó pensativo. Una idea que no había considerado
le dio una palmada en la frente. Fue tan asombrosa que hasta gritó y
Fiodor decidió que ya era hora de irse a dormir. No pudo evadirse
para ir a su cupé.
̶
Oye, Fiodor. Quiero preguntarte algo, pero tienes que contestarme con
toda sinceridad.
̶
Sí, amigo, mío. Pregúntame lo que quieras.
̶
Pues es sobre eso de la inmisenización artificial.
̶
No, Ramiro, no es inmisenización, sino inseminación artificial.
̶
Bueno, pues como sea. Oye...escúchame y respóndeme como amigo ̶
Fiodor sospechó que algo le iba a pedir y comenzó a mover la cabeza
en actitud negativa ̶ .
Oye, Fiodor, tú me dijiste que eso de inmisenización se hace en un
laboratorio, ¿no?
̶
Sí, Ramiro, en efecto.
̶
Y que me sacan el jugo y luego se lo ponen a ella con una jeringa,
como a las vacas en un establo, ¿verdad?
̶
Oye, Ramiro, no es como en un establo, somos una empresa muy seria.
Ya lo verás ahora que llegues. ¿Por quién nos tomas?
̶
!Cálmate, Fiodor, cálmate!!No me refería a eso!!Escúchame con
atención lo que te voy a decir!!Ah! Pero, antes tienes que
prometerme que no le dirás nada a la Mariana porque se nos
estropeará todo si se lo dices. ¿Está claro? ̶
Fiodor estaba pensando sobre el posible curso de las cosas y decidió
aceptarlo todo con tal de mandar a Ramiro a la cama.
̶
Está bien, dime qué es lo que quieres. Te prometo que Mariana no
sabrá ni una palabra.
̶
Bueno, Lo has prometido y no te puedes echar para atrás. Si revelas
algo de esto no cerramos el negocio y adiós a todos.
̶
Está bien. Dímelo ya.
̶
Mira, Fiodor, es que la verdad no quiero hacerme una paja y
regresarme sin más. ¿Me entiendes? Me gustaría...Dime
sinceramente, ¿no hay forma de que la Evdokia y yo...De que
ella...Es decir...!Carajo!!¿Me puedo acostar con ella o no?!
Fiodor
se quedó muy extrañado porque desde el principio había previsto
que esa era la idea del negocio. Engatusar a los hombres para que
pagaran lo que fuera por estar con una mujer bella. Lo del vientre de
alquiler era secundario. Así lo habían dicho los hombres del bar y
así lo había entendido él. Sin embargo, había hecho todo para
crear su negocio legal. No quería prostitución de ningún tipo.
Sabía que de la decisión que tomara dependería el futuro de su
business, la elección que hiciera en ese momento determinaría su
futuro. Trató de calcular las consecuencias de un error y miro a
Ramiro.
̶
Lo siento, Ramiro, Evdokia es una mujer decente. Jamás me atrevería
a hacerle una propuesta como la que me pides. Lo siento de verdad.
Oye, ya estás borracho, ¿por que no te vas a dormir?
̶
!Escúchame, Fiodor! !Sé lo importante que es para ti este
negocio!!Sé que te puedo arruinar!!O me concedes lo que pido o se
acabó!
̶
Pues, se acabó. Ya puedes irte de vuelta a tu casa.
Ramiro
se quedó tan frío que parecía un muerto, en silencio se retiró.
Iba temblando, temiendo que al día siguiente Mariana lo matara por
su estupidez.
Al
amanecer, Ramiro estaba roncando. Mariana le dio, como lo hacía a
menudo, un golpe en la nuca. No se calló, así que ella lo despertó.
Se miraron sin experimentar ningún sentimiento. Ella le dijo que
fueran a desayunar. Cuando llegaron al vagón restaurante Fiodor ya
los esperaba. Los saludó y miró amenazante a Ramiro. No hablaron
mucho. Fiodor les informó que muy pronto llegarían a Kiev.
En
la estación de trenes había un hombre esperándolos. Los condujo a
un coche y les comentó que los llevaría a un piso que les había
cedido el doctor Loma. Había dos habitaciones y el mobiliario era
muy rudimentario. Mariana dijo que si solo iban a estar un par de
días ese sitio estaba bien. Por la tarde probaron los platillos de
la cocina vernácula y se sorprendieron de la riqueza y variedad de
sabores. Miraron algunos sitios de interés en la ciudad y quedaron
de entrevistarse con Evdokia al día siguiente.
La
cita se llevó a cabo en el laboratorio de Loma, era necesario
empezar a revisar a Ramiro para estar seguros de que no habría
contratiempos. Le tomaron las pruebas de sangre y excremento, le
hicieron radiografías, electrocardiogramas y un
electroencefalograma. Oyeron las explicaciones del doctor Loma sobre
la forma en que se germinaría el óvulo de Evdokia y luego, se
depositaría de nuevo en su interior. En secreto Loma le comentó a
Fiodor que el doctor Evtushenko, un especialista en genética, estaba
dispuesto a modificar algunos genes en caso de que fuera necesario,
por eso le pidió que le preguntara a Mariana de qué color le
gustaría que su hijo tuviera los ojos. Ella sin pensarlo dijo que
grises. Fiodor le siguió haciendo preguntas los tres días que
permanecieron en la ciudad. Fue necesario inventar un malestar o un
imprevisto para que Ramiro pudiera hacerse un tratamiento profundo.
“Estoy dispuesto a gastarme todos mis ahorros ̶
le dijo a Fiodor, Ramiro ̶
con tal de que me permitas pasar una hora con Evdokia”. Se lo
propusieron a la futura madre y no se negó. La única condición que
puso fue que le dieran el dinero por adelantado.
Ramiro
se sintió en el paraíso. Tuvo dos días de tratamiento en los que
pasó los mejores momentos de su vida. Le remordía un poco la
conciencia por haberle sido infiel a Mariana, pero ¿acaso no le
había dedicado toda su vida? La toleraba, a pesar de que ella era
muy inconstante y explosiva. Además estaban colaborando por el bien
común. Necesitaban una familia y él la iba a formar.
El
doctor Loma le pidió unas pruebas de esperma a Ramiro por si las
relaciones que había tenido con Evdokia no dejaban ningún fruto. Se
marcharon felices. Mariana con la confianza en el futuro y la
esperanza de tener un hijo. Ramiro con la satisfacción de haber
conocido por primera vez los néctares del verdadero placer.
Pasaron
tres meses y Ramiro recibió la información de que el embarazo iba
según el plan. Ramiro soñaba todas las noches con Evdokia y pensó
que si lograba reunir una buena suma de dinero le propondría a
Mariana tener otro hijo. Como la gente lo veía feliz en la tienda,
todos le preguntaban la razón. Él decía que iba a tener un hijo.
Le comentaba a sus mejores clientes lo que le había sucedido en
Europa del Este. Algunos al ver la foto de la ucraniana en bañador
se ponían nerviosos. Don Alberto Calderón, un solterón
empedernido, le preguntó el precio del vientre de alquiler. No le
pareció muy caro y le pidió la dirección de la página de Internet
a su conocido.
Fiodor
recibió a Don Alberto y le mostró, al igual que lo había hecho con
Ramiro, las instalaciones, le presentó al doctor Loma y le hicieron
el tratamiento sobre el que tanto les había hablado Ramiro a sus
amigos.
Cuando
Ramiro recibió a su hijo, la empresa Loma-Honcharenko ya había
progresado muchísimo. Tenían muchos clientes de todo el mundo y
varias clínicas. Las dueñas de los vientres de alquiler eran casi
foto modelos y los precios se habían elevado considerablemente. No
obstante, la demanda era mucha. Fiodor se fue haciendo muy popular.
Lo reconocían en los restaurantes. Muchas personas le agradecían
que les hubiera dado un capital que jamás se habían imaginado que
tendrían.
Alguna
de esas personas agradecidas le propuso a Fiodor postularse como
candidato a la presidencia. Tenía muchas cualidades que lo hacían
ideal. Emprendedor, serio, con un rostro que inspiraba confianza y
sobre todo era rico. No se pudo negar cuando el Partido Popular
Ucraniano lo postuló para presidente. Loma se convirtió en su brazo
derecho y se acoplaron a los consejos que les daba un gran filósofo
que era miembro del partido. “Fiodor ̶
le dijo Arcadi Soloviev ̶
necesitas hacer una campaña que exalte a las mujeres, piensa en
algo”. En realidad, Fiodor solo necesitaba hacer publicidad de su
negocio. Se lo dijo Loma. “No seas tonto, Fiodor. Haz del alquiler
de matrices una política nacional. Las mujeres te lo agradecerán y
tendremos no solo dinero para la campaña, sino también para
reformar nuestro demacrado país.
Así
lo hizo. Elaboró a conciencia sus discursos y recorrió el país con
la consigna de convertir al país en la primera nación de los
vientres de alquiler. Propuso reformas a la constitución y llevó
sus plan de desarrollo económico y social al parlamento para su
análisis. Consiguió el apoyo del sesenta por ciento de la
población. Los partidos de la oposición se rindieron al ver la
derrota inminente.
El
uno de septiembre, cuando en las escuelas se abrió el ciclo escolar,
las gente supo que el país tenía un nuevo mandatario. Por la
televisión mostraron a Fiodor que aseguró que cumpliría sus
promesas. Lo entrevistaron y contó su triste historia. Habló de los
días en que se sentía desfallecer después de las duras jornadas de
trabajo en la construcción, luego prometió que cada mujer tendría
garantizado su futuro si cumplía con los requisitos mínimos y
estaba dispuesta a alquilar su vientre. Animó a los hombres a ser
condescendientes con el desarrollo de la nación y les pidió a los
solteros que se casaran y a los casados que tuvieran más hijos e
hijas.
“Queridos
compatriotas, siempre se ha considerado nuestra nación un país de
segunda o tercera categoría, a pesar de que tenemos un enorme
potencial. Lo hemos demostrado en la cultura, la comida, el deporte y
la belleza. Tenemos un clima excelente, verduras, frutas, trigo y
carne. Somos un pueblo privilegiado que siempre ha sido oprimido. Es
el momento de destacar y mostrar nuestra valía. Nos convertiremos en
el país con más embarazos asistidos. Les ruego que colaboren con
nuestra política. En este momento las ganancias generadas por la
rentabilidad de los vientres de alquiler son de varios miles de
millones de dólares. Hemos desarrollado la industria ligera, estamos
extrayendo más carbón que nunca. En un año, si el plan se cumple,
reduciremos la deuda externa en un cincuenta por ciento”.
El
discurso fue largo y convincente. La gente se contagió de la fiebre
del progreso y se imaginó un futuro brillante. La adulación y las
palmas no cesaron hasta que Fiodor obligó a la gente a callar. Tomó
las riendas del país con determinación y el progreso se notó desde
los primeros días de su mandato. Aumentó la población mundial el
uno por ciento. Todo iba viento en popa. Las mujeres estaban
encantadas. Los artículos de higiene y los medicamentos se vendían
por toneladas. Miles de turistas viajaban con sus esposas para
escoger a las más adecuadas procreadoras de sus futuros hijos. Los
hombres extranjeros pagaban cantidades enormes porque sus tentativas
de inseminación fueran lo más largas posible. Había mujeres
exclusivas que por su alquiler pedían pequeñas fortunas, pero
siempre había algún millonario que estaba dispuesto a
desembolsarla.
Un
día el presidente de EEUU se alarmó porque notó que en la bolsa de
valores, algunas empresas estaban perdiendo puntos. Reunió a sus
asesores y les pidió investigar la causa. Dos días después le
entregaron un detallado informe en el que estaba subrayado el
superávit de un pequeño país de Europa del Este. Sin tardanza, el
mandatario se puso en contacto con su homologo ruso y le preguntó si
las cosas iban bien en su continente. La respuesta fue muy dudosa y,
al sospechar de un plan secreto para desestabilizar la economía
americana, mandó a un equipo de especialistas al epicentro del sismo
económico. Lo más preocupante fue que los expertos pidieron unos
viáticos exagerados, se llevaron a sus mujeres y volvieron con
contratos de alquiler de vientres. En una reunión lo contaron todo y
dijeron que era necesario suspender el servicio de alquiler de
matrices, puesto que en poco tiempo la riqueza de muchas potencias
se fugaría por ese canal. Además, los métodos no eran legales. Los
juristas comentaron que si se acusaba internacionalmente a Fiodor
Honcharenko de tráfico de órganos, es decir, recién nacidos que se
destinaban a padres extranjeros, entonces se podría implantar un
embargo.
El
caso llegó a la ONU y en una reunión cumbre se sometió a votación
la prohibición de la renta de vientres y se decidió, por mayoría,
embargar los bienes del país insubordinado. Muchos lamentaron la
imposición del castigo, pero no podían evitarlo.
Loma
tuvo un infarto y no pudo resistir el peso de la sanción. Fiodor lo
acompaño en sus últimos momentos y se preparó para mantener una
lucha desigual. Los economistas le dijeron que lo mejor que podía
hacer era invertir en armamento y simular que se preparaba para la
guerra. Los militares pusieron el grito en el cielo y recomendaron
evitar la guerra a toda costa.”¿Qué podemos hacer? ̶
preguntaba Fiodor desesperado ̶
¿Cómo evitar esta injusticia?”. No encontró la solución y para
afrontar los malos tiempos que se avecinaban escondió todas las
reservas de oro que había en el país. Las mujeres comenzaron a
adelgazar con rapidez y nadie podía salir del país con menores de
edad y mujeres.
La
crisis en América se terminó y empezó a recuperarse con mucha
fuerza. Habría sido posible levantarle las sanciones al país
europeo, sin embargo, el parlamento yanqui decidió que era mejor
apretar un poco más el cinturón. Las fachadas de las casas se
descarapelaban, los niños estaban desnutridos, desaparecieron las
clínicas y la pobreza se extendió como peste. No crecía nada en el
campo y las personas arrancaban las raíces de los árboles para
comérselas. Fiodor salió del país de forma clandestina. No se pudo
adaptar a los cambios. En un quiosco de periódicos vio un titular en
el que se decía que EEUU había tomado la decisión de legalizar el
alquiler de vientres y que se esperaba un crecimiento económico del
cinco por ciento ese mismo año. Fiodor apretó los dientes, la rabia
lo anegó y se quedó inmóvil, luego se desplomó. Llegó una
ambulancia a tratar de auxiliarlo, pero ya era demasiado tarde.
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