En la
naturaleza ocurren de vez en cuando fenómenos que
el hombre sólo puede explicar después de mucho tiempo. Este era el
caso de una simple alineación de campos magnéticos cósmicos en los
que se abrió una trayectoria recta entre tres mundos paralelos. La
probabilidad de adivinar que esto sucedería alguna vez era de una
entre un millón de posibilidades.
Stanislav
salió de la oficina y se fue un rato al bar. Había tenido un día
difícil y quería relajarse un poco. Por lo común, conversaba con
Jessie, una chica interesada en el arte y literatura, pero con
aspecto de mujer fatal con un maquillaje exagerado. En alguna ocasión
le propuso a Stas que se acostara con ella, pero sin mucho éxito.
Stanislav la apreciaba como una mujer inteligente, sin embargo no se
sentía muy atraído sexualmente por ella, aunque en otras
circunstancias, tal vez, le habría pedido matrimonio. Esa tarde ella
llevaba un vestido entallado de color rojo con un gran escote y
zapatos de plataforma. Se le notaban los bordes de las medias a la
altura de los muslos y algunos curiosos que pasaban a su lado para ir
al baño, la miraban con lascivia. Se saludaron y Stas se sentó a un
lado pensando que su cambio era muy radical, pues estaba lejos de ser
la chica prudente que amaba a los clásicos rusos. Le invitó como
siempre una piña colada y le chuleó su vestido. Ella no agradeció
el piropo y le dijo que no le gustaba nada esa bebida. La cambiaron
por una cuba libre muy cargada y entablaron una conversación. El
tema no fue muy interesante y Jessie adoptó una actitud muy parca y
reacia. Cansado de la mala predisposición de la chica, Stas se fue a
su casa. El portero lo saludó sin mirarlo. Cuando llegó a su
apartamento se quitó la ropa y se metió en la cama.
A la mañana
siguiente llegó a la oficina con media hora de retraso. Tenía una
reunión con los representantes de una empresa que le habían
encargado un anuncio publicitario. Lo llamó Therence
que iba demasiado maquillada para la ocasión, nunca la había
visto en el trabajo con ropa tan entallada, apreció sus formas y
lamentó que siempre hubiera un impedimento ético o moral que le
quitara la posibilidad de acostarse con ella. Le sonrió guiñándole
con picardía, parecía una clave porque hizo un movimiento con las
manos que Stas no entendió. Ella cubrió su cara con un gesto recio.
Entraron a la sala y recibieron los buenos días de los hombres que
ya estaban allí.
“Queridos
amigos, dijo Stas con voz cordial, les agradezco mucho su presencia.
He elaborado este pequeño anuncio con recursos de persuasión que
van directamente al inconsciente del espectador. El secreto está en
las palabras clave y las ideas asociadas con el concepto de seguridad
femenina. Saben, como todo el mundo, que una mujer cuando necesita
apoyo y lo encuentra en un producto, persona o concepto, es capaz de
mover mar y tierra para conseguirlo. Esa es, básicamente, la función
de este trabajo, pero para que no les aburran mis palabras se lo
presentaré ahora mismo. Therence, por favor proyéctalo, ya”.
En una gran
pantalla apareció una mujer muy atractiva en bañador, iba caminando
por la orilla de una playa de arena muy blanca, el mar estaba muy
tranquilo y no se veía persona alguna. De pronto aparecía una
embarcación con inmigrantes, todos se bajaban con rapidez de la
patera en la que con dificultad habían llegado hasta la costa y
comenzaban a correr hacia ella. Un negro muy fuerte se le abalanzaba
y la comenzaba a someter. En ese momento se oía una sirena y un
grupo de policías armados con macanas comenzaban a golpear a los
agresores. Después la imagen se alejaba y aparecía la vista aérea
de un país europeo. Una voz segura y seca decía que la mejor forma
de evitar el abuso sexual era eliminando a los inmigrantes. Stas
estaba muy sorprendido porque el anuncio no se parecía en nada al
que él había elaborado. Miró a Therence con nerviosismo, pero ella
fingió indiferencia. Hubo un minuto gris, la atmósfera le pareció
fúnebre. Stas sospechó que perdería su empleo, no sabía qué
decir, pero uno de los clientes, un hombre gordo de traje de marca,
con el rostro y las manos demasiado cuidados, elogió el comercial.
“Está perfecto, querido Stanislav, es precisamente lo que
necesitamos para controlar la entrada de esos bichos. Mándenos la
cuenta de sus honorarios y con gusto le haremos el pago. Bueno, nos
retiramos porque no tenemos mucho tiempo. !Ah! Y si se le ocurre
alguna idea más para la próxima campaña social de protección de
la ciudadanía, llámenos. Que pase una buena tarde”. Se levantaron
del sillón de cuero y con un fuerte apretón de mano salieron
alegres haciendo comentarios picantes.
Stas no
sabía qué pensar había algunas cosas que no encajaban con su vida
habitual. Se retiró a su despacho sin cruzar palabra alguna con los
empleados. Cerró la puerta y pidió que no lo molestaran el resto
del día. Se sentó en su butaca y miró los objetos que había en la
mesa. Todo parecía normal, pero la lámpara que a menudo tenía del
lado derecho, estaba a la izquierda y era roja, en el librero casi no
había libros, habían desaparecido sus colecciones de literatura
clásica. “¿Será un ictus amnésico?”
̶ se preguntó Stas sin entender nada. Abrió la gaveta y sacó
todo lo que encontró y lo puso sobre la mesa. Había un pequeño
cuaderno de pastas de cuero negro. Lo abrió y vio unas notas. No era
exactamente un diario y contenía información extraña. Había
muchas frases escritas en clave y no había una línea lógica para
entender el contenido. Al parecer, se habían apuntado allí algunas
ideas, planes o acciones que solo conocía el autor, pero Stas no
recordaba haber apuntado nada por el estilo. Nunca se había
preocupado en redactar cosas de su vida personal y mucho menos en
llevar un diario. Pensó que lo más lógico para descubrir el
sentido de lo escrito sería guiarse con las pistas que tenía y así
podría descubrir de qué se trataba todo ese acertijo. Decidió
comenzar por la frase que estaba relacionada con la cafetería
Starbucks y una mujer de nombre Amelie. Tenía la fecha del mismo día
en que estaba, pero del año anterior y estaba subrayada la
dirección. Había también nombres de desconocidos y planes macabros
que incluían dibujos de torturas y asesinatos. Se preocupó mucho
por el destino de aquella gente. Acudió a la cafetería al día
siguiente.
Era
pequeña, estaba en una calle poco transitada. Por la noche había
mala iluminación y se reunían allí unos seudo intelectuales que
hablaban con actitud de sabelotodo. Sus temas principales eran la
literatura de misterio, los cómics japoneses y una música que
denominaban progresiva. Iban vestidos con vaqueros viejos y jerseys
de lana de mangas muy largas. Tomaban café durante varias horas y
luego se iban despidiendo hasta que no quedaba ninguno. Stas se
sintió atraído por una mujer pelirroja que, sin duda, era la más
inteligente. Como líder, Dévora, que era como le decían, llevaba
la voz cantante y hacía de mediadora en las discusiones. Era una
buena anfitriona y su voz era potente. Sabía muchas cosas y
acompañaba sus opiniones con citas y nombres de todo tipo: artistas,
escritores, conceptos de arte y mucho más.
Stas
tardó mucho en decidirse, pero al final se acercó a la mujer antes
de que se marcharan sus dos últimos acompañantes.
̶
Disculpe, señora ̶ dijo Stas sonrojándose un poco ̶ . No es mi
intención meter las narices en lo que no me importa, pero ¿podría
hacerle una pregunta?
̶
No le conozco, pero si me dice su nombre podré tutearle ̶ contestó
ella tratando de descubrir cuáles eran las intenciones del
desconocido.
̶
Sí, perdone mi mala educación. Me llamo Stanislav.
̶
Gusto en conocerte, Stanislav. Ahora sí, dime ¿qué es lo que
deseas?
̶
Es algo relacionado con una chica que venía por aquí. Se llamaba
Amelie, ¿Dónde la podría encontrar?
Dévora
enmudeció y su cara se transformó en una mascara de hueso. Se le
notaba el dolor en el rostro y su respiración era agitada. Habló
con mucha dificultad.
̶
Es una lástima lo que le pasó. Sufrió mucho la pobre. La perdimos
para siempre y estará en nuestros corazones toda la vida.
Stas
sospechaba que algo horrible había sucedido y no deseaba que la
curiosidad se apoderara de él, sin embargo se le salió una pregunta
absurda.
̶
¿Murió?
̶
Sí. Fue horrible. La policía no ha encontrado al asesino hasta la
fecha. Parece que fue un ser de ultratumba o un maníaco quien la
martirizó y... ̶ Dévora no pudo continuar y rompió en llanto.
Stas
no supo qué hacer y se marchó. Por el trayecto pensó en todas las
incoherencias que estaba viviendo. Nada encajaba con la rutina de su
vida y se preguntó seriamente qué era la realidad. No era posible
que de un día para otro su existencia se viera tan alterada. Las
notas que había encontrado en el diario indicaban que él, era el
asesino de la pobre Amelie. Ese pensamiento absurdo, pero ya
constatado por Dévora lo incomodó. Sentía que no podía respirar
con libertad, algo se le atascaba en la garganta como una bola de
pelo. Decidió ordenar y analizar todo el contenido del cuaderno.
Apuntó primero las diferencias entre los objetos que conocía a la
perfección y los que veía diferentes. La lámpara acomodada del
lado contrario, el color del armario, las camisas con cuello de
botones, las corbatas de telas baratas, el calzado demasiado
lustrado, su estuche de objetos de aseo personal y hasta las cremas,
medicamentos y los perfumes.
En
su casa no quiso navegar por Internet y leyó un diario en papel. Se
durmió a medianoche y soñó que encontraba al día siguiente la
clave que descifraba los acertijos del diario. Se veía atentamente
en un espejo y descubría que sus ojos eran más claros y que estaban
rodeados por una circunferencia o aura celeste. No podía sentir ni
recordar nada y estaba desnudo. Abría el grifo y se metía a bañar
bajo el chorro de agua fría, pero tampoco sentía su cuerpo, solo la
cara se le congelaba. Salía en bata y al mirar hacia su cama
descubría a una mujer ensangrentada. Se despertó conmocionado. Eran
las tres y media de la mañana. Le faltaban cuatro horas para irse al
trabajo. No podía dormir, su cabeza era un panal de ideas locas.
Pasada la tensión, dormitó un poco, pero se levantó a las seis.
Desayunó, leyó las noticias en el ordenador y se arregló para ir a
la oficina.
Cuando
llegó le dijeron que Therence le había llamado para decirle que se
retrasaría un poco. Él hizo un gesto de aprobación y entró en su
despacho. Se le hizo raro que no estuviera la lámpara de mesa y que
hubiera una de pie. Quiso preguntar la causa, pero recordó que las
cosas se estaban alterando y que debía ir con pies de plomo. Seguía
bajo la impresión del cadáver de la mujer en su cama. Pensó que
bien podría ser la representación inconsciente que su mente había
creado por la impresión. También era posible que se tratara de la
Amelie del extraño diario. Abrió el cajón de su escritorio y buscó
el cuaderno para comprobar si el dibujo de la cara de Amelie
coincidía con el de la chica que había visto en su sueño. No lo
encontró. Trató de recordar si el día anterior lo había cambiado
de lugar, pero estaba segur de que lo había metido debajo de unas
carpetas. Sacó todo lo que había dentro de la gaveta y solo
descubrió papeles bien ordenados. Luego se quedó pensando y cayó
en la cuenta de que en la pared estaba un pizarra y unos imanes
acomodados con los dibujos de piezas de piezas de ajedrez. No había
tablero, pero se podía adivinar la partida. Observó que las negras
estaban en mejor posición gracias a la buena defensa del rey y que
las blancas habían sido las últimas en mover. Un ruido lo distrajo.
Era Therence que entró apresurada.
̶
¿Qué te haz hecho en el pelo? ̶ preguntó sin pensarlo, Stas.
̶
¿A qué te refieres?
̶
Pues, a que siempre has llevado el pelo largo y ondulado.
̶
¿Estás loco? !Hace tres años que me casé y desde entonces lo
llevo así porque es más práctico! ̶ Stas se asombró por la
noticia. Sabía a la perfección que Therence era soltera y que se
mortificaba por no encontrar marido.
̶
Bueno, no pasa nada. Hay días así. Por cierto, ¿te avisaron de mi
retraso?
̶
Sí, me lo han dicho hace media hora, espero que no hayas tenido
muchos contratiempos...
̶
No, era solo lo del niño. Ya sabes cómo es mi suegra que nunca
quiere ayudarnos.
Stas
no quiso seguir escuchando porque todo era muy extraño. Su
secretaria no estaba casada, llevaba el pelo largo, no tenía hijos y
era un poco provocadora y vulgar. Esta otra Therence era muy seria,
responsable e inteligente.
̶
Por cierto, tenemos en diez minutos la reunión con tus clientes ̶
dijo Therence con seriedad y miró hacía la pizarra ̶ . !Ey! ¿Qué
pasa con el alfil? ¿No lo has movido? ¿Eso quiere decir que has
cambiado de planes?
Stas
no supo qué responder y le pidió que ella misma tirara. Entonces le
asombró que cogiera el alfil negro y cantara un jaque mate. “Lo
hemos logrado, ¿no? ̶ y miró con ojos retadores a Stas que no
sabía qué hacer ̶ . Bueno, vayámonos a la reunión.
Entraron
en la sala y los clientes ya estaban allí. Vio al señor Stevens y
le estrechó con fuerza la mano. No iba como la vez anterior y su
ropa estaba mal cuidada, a pesar de ser muy cara. No iba afeitado y
olía a mortadela. Se sentó y comenzó a hurgarse algo entre los
dientes. Después miró a Stas y le habló.
̶
Respetable Stanislav, qué gusto me da verle de nuevo. Hemos venido a
hacerle una petición
̶
Sí, Mr. Stevens, dígame ¿en qué puedo servirle?
̶
Pues, mire, a raíz del éxito publicitario con la mujer de la playa
y las palabras tan bien empleadas. Queremos que nos diga si es
posible hacer un comercial del mismo tipo, pero más intelectual.
̶
Por supuesto, seguro que algo se me ocurrirá. ¿Qué es lo que
persiguen con la campaña publicitaria?
̶
!Pensé que no vendría tan preparado para este encuentro! Veo que
nos está haciendo concesiones. Bueno, al grano. Mire, lo hemos
pensado bien Crowford y yo y estamos de acuerdo con su propuesta. Un
anuncio debe ser algo contundente, algo que impresione y deje huella
en el espectador. Así se podrá recordar, incluso muchos años
después. Es verdad que sus métodos son muy excepcionales e
intelectuales en demasía, pero la gente lo entenderá. Vamos a hacer
el comercial Killer. A Stas casi se le saltan los ojos por la
sorpresa. Primero, no recordaba a qué anuncio se referían, después,
Therence lo veía con expresión implorante, como si temiera que la
fueran a castigar. Consiguió mantenerse firme y asintió.
̶
Bueno, a mi me parece una buena decisión. Le pediré a Therence que
se encargue de los detalles y ahora, si me perdonan tengo cosas que
hacer.
Stas
se marchó a la calle y dio un pequeño paseo. Era indiscutible que
algo iba mal. Pero se preguntó si él sería la única persona que
había notado las diferencias o había más personas padeciendo los
cambios igual que él. Entró en la tienda donde siempre encargaba
algunas prendas de ropa. Salió un hombre bonachón.
̶
!Ah, es usted, Stanislav! ¿Qué le trae por aquí? Espero que no
tenga otra queja.
̶
No, que va. Venía para preguntarle si me podría confeccionar una
chaqueta ̶ El hombre lo miró asombrado y no respondió, al notarlo
Stas rectificó. ̶ o quizás unos pantalones.
̶
Mire, señor Stanislav, la última vez que discutimos, aprendí bien
la lección. No pienso volver a trabajar para usted. Ni aunque me
pague en oro. No le diseñaré nada jamás. Así que váyase por
donde vino. Lo siento, espero no volver a verlo por aquí.
Se
tuvo que salir y recordó que siempre había tenido buenas relaciones
con su sastre. Tuvo la intención de entrar de nuevo para preguntarle
a Roland Massieu si a él no le había pasado algo raro los últimos
días. Desistió porque le pareció absurdo después de lo que había
escuchado. Siguió andando y se quedó estupefacto cuando vio el
cielo. Eran las tres de la tarde y había una luna de color naranja
en medio del firmamento. Jamás había visto algo similar. Tenía que
empezar a ordenar los cambios de su vida. Tenía por el momento
referencias de las personas a las que podía comparar: sus clientes,
Therence y el sastre, ¿cuántas cosas más habían cambiado? Se
metió a una cafetería y empezó a hacer una lista de personas y sus
características. También se anotó a sí mismo- Ya había visto el
trabajo de un Stas medio esquizofrénico y el de otro Stas de
coeficiente intelectual muy alto. ¿Qué otras sorpresas le
esperaban? Se terminó el café y volvió a la oficina. Therence se
había ido. Ordenó sus cosas, leyó el reporte de su secretaria y
buscó sin resultado el cuaderno extraviado. Hurgó en sus cosas y
vio libros de lógica, manuales de ajedrez y muchos libros de
marketing. Había ropa en un armario. Todo estaba limpio y planchado.
No había sido tan pulcro jamás, ni había derrochado tanto dinero
en ropa de marca. Dedujo que el Stas de esa oficina era un
intelectual obsesionado con el orden y su aspecto. En comparación
con el otro, el autor del diario, este era un hombre casi ideal. Y
¿él? Había estado en dos oficinas extrañas, ¿era posible que sus
otros dos semejantes, clones o lo que fueran también hubieran estado
en su oficina. ¿Cómo podría saberlo?
Eran
las ocho de la mañana, sabía que esta vez si estaba en el espacio o
mundo adecuado. No había duda. Las cosas habían vuelto a su sitio.
Cuando entró en la oficina le reconfortó ver a la Therence de
siempre con su aspecto sensual, su peinado con caireles y su actitud
de come hombres. La llamó y le preguntó sobre la última decisión
del señor Stevens.
̶
No ha quedado muy satisfecho con el comercial. Dice que le falta algo
de persuasión. Por cierto, ¿le vas a agregar algo más picante?
̶
¿Algo más picante? ¿En eso habíamos quedado?
̶
¿No te acuerdas? Tú mismo dijiste que era muy parco y que,
tratándose de un yogur, era obsceno relacionarlo con el sexo, pero
cediste a la petición de tus clientes y ahora lo haremos como te lo
propuse.
Stas
sonrió porque ya no había duda de que las cosas estaban en su
lugar. Esa tarde iría a ver a Jessie para insinuarle que había
visto una de sus réplicas que era mucho peor. Therence, al ver que
Stas estaba meditabundo, salió con las instrucciones que se le
habían dado. Stas abrió el cajón de su escritorio. Buscó unos
documentos y se topó con el cuaderno que no había encontrado el día
anterior. Era un mal presagio. Eso indicaba que el Stas violento
había estado allí y había dejado el cuaderno, pero ¿lo había
hecho a propósito? Llamó a Therence.
̶
Te va a parecer una tontería, pero necesito preguntarte sobre lo que
hice ayer.
̶
Tú si que estás mal de la cabeza, ¿eh?
̶
¿Qué quieres decir con eso?
̶
Pues, que ayer te pusiste muy borde y me dijiste que en la primera
ocasión que se pudiera te meterías conmigo en la cama. Luego, como
si nada te ausentaste toda la tarde y solo volviste para encerrarte
aquí hasta la noche.
Stas
se disculpó, dijo que estaba pasando por una pequeña crisis y que
no se volvería a repetir. Therence lo miró como a un demente y se
retiró dando un portazo. Sus objetos personales estaban intactos,
pero Stas pensó que si alguien había estado en su oficina habría
algunas huellas. Sacó algunos archivos, buscó los contratos con la
empresa de Stevens y vio correcciones y notas. La letra era muy
parecida a la suya, pero algunas letras eran más garaboleadas, sobre
todo las ges, las haches y las jotas. Tenía que prepararse para las
consecuencias que vendrían. Se preguntó como estarían actuando sus
dobles y si habría más tipos como él. Recordó que siempre había
soñado ser un campeón de ajedrez, que le habría encantado poder
estudiar como todo el mundo sin tener que mantener a su madre y
hermanos. Estuvo una hora tonteando con su pasado y salió muy
despacio de la proyección de sus recuerdos. Tenía un mal sabor de
boca y pensó en sus aspectos negativos y positivos. ¿Qué
significaban los fenómenos que estaba presenciando? ¿Era verdad que
sí había podido ser un buen estudiante y un buen jugador de
ajedrez? Y también, se había dejado llevar por las malas
influencias de su adolescencia y se había convertido en asesino?
Miró el diario y decidió mostrárselo a un experto en
criminalística. Se guardó el diario en el bolsillo de la chaqueta y
se dirigió a la comisaría. Tenía que saber de qué era capaz su
clon malo.
Lo
recibió un joven oficial que parecía estar de prácticas, le dijo
que el mejor inspector del departamento de homicidios era James
Müller, pero que estaba muy ocupado. Stas esperó medía hora a que
lo recibiera el inspector. Lo invitaron a que pasara a su oficina en
la segunda planta. Subió por la escalera y llamó a la puerta, al
abrirla se encontró con un hombre de mediana edad, gafas de poco
aumento y un rostro impenetrable.
̶
!Adelante! !Pase, pase!¿Qué le trae por aquí?
̶
Mire, inspector, es una cuestión personal, se trata de...De esto ̶
Stas puso el diario frente Müller y esperó a que este lo abriera.
̶
¿Cómo ha llegado esto a sus manos?
̶
No lo sé. Es decir...Es...estaba abandonado cerca de mi buzón. Lo
cogí por curiosidad y al verlo pensé que tal vez sería bueno
traerlo aquí.
El
inspector entrecerró los ojos y se quedó meditabundo como si
tratara de recordar algo importante.
̶
Esto es muy grave, ¿entiende lo que le digo? ¿No? Se trata de unos
mensajes en clave escritos tal vez por un criminal peligroso. El
único problema es que hay sitios y nombres que no parecen de esta
ciudad. Además hay planes de asesinatos y confesiones macabras con
signos y jeroglíficos, pero no recuerdo que hayamos tenido víctimas
con los nombres que allí se mencionan. Tal vez también están
escritos en clave. Necesitaré tiempo para descifrar todo esto.
̶
Pero...No me gustaría dejárselo, creo que será mejor que le saque
copias, ¿no cree?
̶
Oiga, señor...
̶
Ah, perdone. Me llamo Stanislav, soy mánager en publicidad y
trabajo...
̶
Pues, sí, señor Stanislav, esto puede ser muy útil para descubrir
a un asesino serial y si se lo lleva, podría entorpecer la
investigación y quizás habría alguna víctima un día de estos.
̶
Pero...es que... ̶ Stas no pudo urdir nada convincente y se tuvo que
resignar a que el inspector le confiscara el cuaderno. Tenía miedo
de que se perdiera o que la próxima vez que volviera a la comisaría encontrara a otro inspector Müller que le diría que no sabía nada
del diario.
Había
cometido un grave error y lo primero que se le ocurrió fue dirigirse
al Starbucks a ver si encontraba a Dévora.
Llegó
al barrio pero no encontró la calle. Había una cafetería pequeña.
La intuición le indicó que esa era, aunque en la entrada tuviera
otro nombre. Había unas personas sentadas armando un gran barullo.
Estaban bebiendo y contando chistes. Parecían un equipo de trabajo
discutiendo algún proyecto. Se acercó y vio a Dévora que tenía
aspecto de ejecutiva y hacía callar a sus subordinados. La
escuchaban con atención, pero en cuanto terminaba de hablar o hacía
una pausa, la gente comenzaba de nuevo su escándalo. Tuvo que
esperar una hora y cuando ya solo quedaban dos personas, se levantó
para preguntarle su nombre a Dévora. No lo pudo hacer porque en
cuanto se puso de pie, una joven de pelo castaño rizado entró
sonriente. Iban muy arreglada con un vestido blanco, llevaba tacones
altos y se acercó a la mujer. Le dio un beso y se sentó a su lado.
Stas se quedó inmóvil. Tenía ante sí a la mujer que había visto
en su sueño. Reconoció su perfil, su pelo largo y sus ojos. Era
Amelie.
Pasó
una semana, Stas se dedicó a revisar una por una las cosas que le
rodeaban, estaba seguro de que se encontraba en el sitio correcto. El
martes por la mañana, se duchó, desayunó y salió a la oficina.
Encontró a Therence escribiendo un reporte. Se saludaron como lo
habían hecho los últimos tres años. En su oficina estaba todo como
él lo había dejado el día anterior. Vio el comercial que le había
propuesto a Stevens y repitió palabra por palabra el guion. Buscó
los contratos que su otro yo había tachonado y no encontró
alteración alguna. Pensó de inmediato en el diario y salió a
mediodía a la comisaría para hablar con el inspector Müller. Le
dijeron que estaba muy ocupado haciendo una investigación
importante. Stas se resignó y salió muy inquieto. Había algo que
le producía malestar. Fue comprobando que en su trayecto se
encontraran las cosas de siempre. Las calles no habían cambiado,
estaba en su ciudad. Pensó en Dévora y Amelie. ¿ellas también
tenían sus dobles? ¿Se habían interesado por el destinos de sus
gemelas? ¿Y los demás? ¿Stevens sabía que había otro gordo,
vulgar y despreciable? ¿Y el sastre?
Llegó
a su oficina. Le pidió un café a Therence y se puso a leer el
diario. Repasó la situación internacional, leyó algunas noticias
curiosas, se decepcionó cuando supo que su boxeador favorito había
perdido su cinturón de la AMB, vio algunos vídeos de la situación
en la India, un sunami en Japón y de pronto se vio mirando por
encima algunas noticias relacionadas con la delincuencia. Amelie
estaba allí, con el vestido blanco y las piernas torcidas. El
titular era horrible. La habían matado. Sobre el asesino no se decía
nada en absoluto. Ella estaba en una cama como la había visto en su
sueño. Se horrorizó al pensar que lo que para él había sido un
sueño, para su doble o para él mismo había sido real. Sin tardanza
se fue a la comisaría a buscar a Müller. Lo encontró en su
oficina.
̶
Ah, es usted. Le tengo muy malas noticias.
̶
¿Qué ha pasado inspector? He leído una noticia horrible.
̶
Sí, sí. De eso quería hablarle ̶ el inspector hizo una pausa y
sacó el cuaderno ̶ . Mire este dibujo, señor Stanislav.
Stas
vio la cara de Amelie y los ojos se le llenaron de lágrimas.
̶
¿Conocía usted a la señorita Mirel?
̶
¿Mirel?
̶
Sí, señor Stas, es esta chica que ve aquí dibujada y que murió en
un hotel a manos de un asesino del que se desconocía su aspecto y
paradero. Tal vez usted podría darnos una pista, ¿no cree?
Stanislav
estaba desconcertado. No era posible que una de las Dévoras le
hubiera dicho algo premonitorio. Había escuchado claramente que
Amelie había sido asesinada hacía dos años. Se suponía que si
había vidas paralelas, debían ir en el mismo año, por lo menos, y
las únicas diferencias serían las decisiones de las personas o su
aspecto. ¿Y si Amelie hubiera tomado una mala decisión en su mundo,
mientras que Mirel había muerto por culpa de algún fenómeno raro?
Tenía que haber alguna forma de descubrir esas leyes absurdas de ese
demente paralelismo que no se sabía si era real o no.
̶
No me imagino en qué podría ayudarle, inspector. Le he dicho que
encontré este cuaderno en el atrio de mi edificio, cerca del buzón.
¿Qué más quiere que haga?
̶
Por el momento será necesario que le tomemos las huellas dactilares
y que comprobemos su ADN. No estará en contra, ¿verdad?
Stas
pensó que se encontrarían sus huellas en el lugar del crimen y que
su ADN coincidiría con el del criminal. Pensó en la forma de
escapar, pero tenía dos policías en la puerta que habían llegado
unos segundos antes.
̶
Es una simple formalidad, señor Stanislav. Si es usted inocente, no
tiene nada que temer.
Se
lo llevaron a una oficina y le pidieron que dejara impresas todas sus
huellas dactilares en el registro. Le cogieron una prueba de saliva
para hacer el reconocimiento del ADN. El inspector le pidió que no
saliera de la ciudad y que estuviera siempre localizable. Stas se fue
muy pensativo. Analizó su situación. Si coincidían sus huellas,
estaba perdido. ¿Cómo explicaría que su otro yo había ocupado su
sitio y había cometido un asesinato o que era el mismo asesinato que
ya había cometido en otro mundo, pero con dos años de retraso? Todo
era absurdo. No podía seguir esperando que el destino dirigiera su
vida. Calculó las posibilidades de aparecer en el mundo de su yo
asesino. En caso de aparecer de nuevo allí, dejaría un mensaje en
la comisaría para que en cuanto el otro apareciera lo cogieran y lo
encarcelaran. Solo había un problema. Y si el que apareciera fuera
el intelectual, el ajedrecista o, simplemente, ¿si ya no había
ningún cambio? Bueno, seguro que su yo asesino podría librarse sin
ningún problema. Pero, ¿y si había más copias? Sabía que estaba
al borde del caos y su libertad estaba en peligro. Era muy probable
que en los siguientes días fuera arrestado y luego fuera a juicio.
¿Cómo evitarlo? ¿Sería bueno fugarse? Si lo hacía tal vez otro
de sus yos caería en la trampa y el podría hacer otra vida, sin
embargo, ¿adónde lo llevaría esa decisión? No sabía mucho de
matemáticas, pero comprendió que la probabilidad de encauzar su
vida era poca. Se convertiría en un prófugo y ya no pararía hasta
que su suerte se acabara. Era mejor enfrentar el problema que tenía.
Sucedió
lo que había temido. Llegó a su oficina el inspector. Los empleados
se sorprendieron al saber que el tranquilo Stanislav era una mosquita
muerta que siempre había dado la impresión de ser un hombre ideal.
Le pusieron las esposas y se lo llevaron en una patrulla.
“Lo
siento mucho, Stanislav ̶ le dijo en inspector ̶ , por desgracia
todas las pruebas están en su contra. Tendrá que contratar un buen
abogado”.
Fue
ingresado a una cárcel preventiva. Lo llevaron a una sección de
ladrones y estafadores. Le tocó compartir su celda con un
falsificador. Era un hombre joven y debilucho, con nariz de garfio y
un poco calvo. Entablaron una conversación muy superficial. El
falsificador, Artur, era muy desconfiado y tenía la impresión de
que le habían puesto a un topo para saber en qué andaba metido. No
hablaron durante una hora, pero después Stas le preguntó si sabía
cuánto tiempo estarían allí.
̶
No tengo ni idea. No sé cómo estén los planos de la realidad.
̶
Lo mismo me pasa a mí ̶ dijo Stas lamentando su suerte ̶ . De
pronto, algo cambió y las cosas se entorpecieron. Llevaba una vida
tranquila y muy rutinaria, jamás me imaginé que todo se fuera a
complicar de esta forma.
̶
De cualquier manera, ya nada será igual. Hace una hora pensaba que
eras un espía que me habían mandado, pero ya veo que estás peor
que yo.
̶
¿Peor que tú? ¿Cómo puedes decir eso, sí acabo de llegar y no
sabes nada de mí?
̶
Es que tú eres de los pocos que ha sufrido el traslapamiento
espacial y temporal.
̶
¿Ah, sí? ¿Y de dónde sacas eso?
̶
Lo sé simplemente. Tú has visto a los otros, ¿verdad?
̶
¿Los otros? ¿Qué quieres decir?
̶
Pues, los de los mundos paralelos. Antes de verte creía que eras un
pobre ladrón, pero ahora me doy cuenta de que no es así. Todo lo
que te ha pasado lo he vivido yo. Bueno, de una forma diferente...
̶
Y ¿qué te ha pasado a ti?
̶
Lo mismo que a ti, tonto. Me han puesto una trampa.
̶
¿Una trampa?
̶
Claro, no se puede tratar de otra cosa. Seguro que ya sabes que se
han alineado tres planetas y en ese reducido espacio y tiempo, te
duermes y amaneces en otro sitio al día siguiente o unos días
después, pero hay unas personas más astutas que saben o, han
descubierto, la forma de pasarse de un espacio a otro y hacer de las
suyas. En mi caso...
̶
Oye, Artur, ¿estás hablando en serio?
̶
!Claro que estoy hablando en serio! Si no hubiera sentido en ti la
energía de otras galaxias no te lo habría comentado. Mira. Aquí
uno de mis otros yo es un tendero. De pequeño soñó con ser un
estafador. Quería falsificar documentos, billetes y todo lo que
representara valor. Su padre un día lo descubrió falsificando un
rublo y lo castigó de tal forma que perdió la afición por las
estafas, pero en otro mundo, su padre era un estafador y motivó a su
hijo a dominar técnicas sofisticadas de copiado, es decir, que
aparecí yo. Luego, empezamos a realizar grandes fraudes. Dólares,
Libras, acciones, documentos de propiedades, documentos secretos y
del estado, en una palabra, todo lo que podía dejarnos jugosos
beneficios. Mi padre se convirtió en una especie de padrino de la
mafia. Se apoderó de grandes fortunas y empezó a dominar en su
mundo. Un día descubrió que había un complot contra él y decidió
emplear todo su capital para el desarrollo de la ciencia y la
tecnología. Por fortuna, los hombres más talentosos se unieron a él
y descubrieron una fórmula cuántica para avanzar en el espacio y el
tiempo. Lo que no se ha podido hacer aquí, por las cuestiones
políticas y económicas, en mi mundo se han perfeccionado gracias a
las decisiones de gente astuta. No tienes idea de la cantidad de
posibilidades que hay para desplazarse por el universo. El problema
es que somos todos parecidos y conservamos los mismos defectos del género humano. No nos hemos podido librar de la envidia, la ira y el
temor a lo desconocido. Yo mismo había dudado en venir aquí. Pensé
que moriría y que no tendría posibilidades de continuar
traslapándome por el universo, sin embargo, ahora sé que es
fantástico y que uno se multiplica en cientos de seres. No sé cuántas galaxias como la nuestra existan en todo el espacio, pero sé
que se desarrollan paralelamente y que hay muchísimas. Cada decisión
desencadena unas consecuencias y se bifurcan los caminos de la vida
de cada persona ̶ Stas estaba mudo. Le dolía la cabeza y un
escalofrío le provocaba mareos. Tenía las manos tensas y no sabía
qué decir. Sintió los ojos penetrantes de su interlocutor y giró
la cabeza para no mirarlo ̶ . Sé cómo te sientes, pero hay
solución para todas las cosas. En mi caso, te lo confieso, recibiré
una pequeña condena por evadir impuestos y maltratar a mi esposa.
Sin embargo, el otro Artur, el que es tendero aquí, morirá en mi
mundo, no me preguntes las razones; y luego, mis amigos me
trasladarán de nuevo. Cambiaré mi identidad y seré un hombre
libre.
̶
Y ¿cómo es posible manipular el espacio y el tiempo?
̶
Eso lo saben solo los científicos. Guardan muy bien el secreto, pero
con dinero baila el perro, dicen por allí. Por cierto, ¿quienes son
tus dobles y tus promotores? ¿qué cosas raras has notado en tu
vida?
Stas
le contó todo lo que le había pasado hasta ese momento y cuando
terminó, Artur dijo que era posible que la trampa se la hubiera
puesto el asesino de Amelie. Al final, Artur le propuso una solución.
Pasaron
dos días y por fin apareció Therence. Le había contratado un
abogado. La empresa no estaba dispuesta a ayudarlo y solo su
secretaria, con una recolección, había podido conseguir a un tipo
que le prometió sacar a Stas del hoyo. Se saludaron sin mucho
afecto. Stas sintió el rechazo de su amiga y no quisieron hablar
mucho. Ella le dio falsas esperanzas y lo dejó a solas con su
abogado. Era un hombre de estatura media, con un peinado sujeto con
gel, las cejas depiladas, la piel bien cuidada y una voz de pájaro.
Le dijo que la situación era muy difícil y que, a pesar de que todo
estaba en su contra, había alguna posibilidad de conseguir una
condena menor si confesaba el crimen. Stas no quiso discutir con él
sobre las posibilidades de demostrar su inocencia y se despidió del
letrado Lawrence sin mucha cordialidad.
Después
de la visita estaba claro que las cosas no iban a salir muy bien.
Stas se alegró un poco cuando Artur le dijo que lo ayudaría a
escapar. “Falta una semana para que se deshaga la alineación
magnética ̶ le dijo Artur con una gran sonrisa ̶ En ese tiempo
será mejor que amanezcas en otro sitio y que el verdadero asesino de
la chica Mirel o Amelie, como le dices tú, se quede atrapado en esta
celda. Haré todo lo posible para que nos transporten. Tendrás que
decidir en que universo paralelo deseas vivir. Al parecer en este ya
te será imposible”. Artur se tendió sobre la cama y dijo que se
dormiría un rato. Necesitaba relajarse y meditar. Stas también se
vio asaltado por algunos pensamientos. Sabía que el mejor lugar
sería el mundo del ajedrecista, pero le causaba angustia imaginar
que su otro yo genial podría morir por una inyección letal. Lo
mejor era que fuera el esquizofrénico, pero qué posibilidades había
de que fuera él. Hasta ese momento, sólo del treinta por ciento. Era
muy poco y las cosas podían salir mal. Quiso dormir igual que Artur.
La intuición le decía que ese estado onírico favorecía la
comunicación con los otros mundos. Le recorrió la espalda un
escalofrío cuando pensó que si se dormía se trasladaría y que en
su lugar quedaría alguno de sus compañeros y llegado el momento
decisivo, el volvería a parar en la celda y no tendría remedio.
Al
día siguiente Artur le hizo preguntas sobre lo que había notado en
la vida de sus paralelos. Stas le contó todos los detalles y
decidieron que era necesario hacer una confesión en clave para el
ajedrecista en caso de que le tocara a él el juicio y pudiera
escabullirse de la cárcel. No había tiempo para falsificar
documentos como pasaportes u otras identificaciones, pero Artur hizo
una orden emitida por el jefe de homicidios Müller para que dejaran
a Stas en libertad. Stas reconoció la letra de Müller. Pensaron en
la forma en que le harían llegar el papel al doble correcto. El
abogado llegó en dos ocasiones y le explicó lo que tenía que
declarar. Tenían el juicio para el jueves y Stas comenzaba a dudar
del plan de Artur, pero éste permanecía muy apacible a la espera de
su fuga.
̶
¿Qué haremos si falla el plan, Artur?
̶
No deberías preocuparte por eso, querido Stas porque hay otro
pequeño problema. Antes de que te trajeran aquí, éramos unos
desconocidos y ahora partiremos juntos hacia otra dimensión el
problema es que deberías saber quién soy yo allá a donde vas a ir
a parar. Te recomiendo que por nada del mundo te cruces en mi camino.
Podría resultar muy peligroso para ti.
̶
¿Por qué?¿Qué cosa podría pasarme?
Mira,
hay muy poca gente que sabe lo que está sucediendo. Si se te ocurre
anunciar públicamente lo que has vivido te podrían tomar por loco
y, el destino podría burlarse de ti, poniéndome en tu camino para
eliminarte. No sería el mismo y algunos de mis dobles son demasiado
peligrosos. Alejate de todo lo que te parezca raro y que presientas
que se relaciona con la estafa, el crimen, la demencia, los
manicomios, los barrios pobres y los vagabundos. Podría ser malo
para ti.
̶
Pero, ¿cómo lo sabré?
̶
No lo sé. No tengo ni idea. Sé muy cuidadoso y trata de pasar
desapercibido.
̶
Esta bien. Espero no parar en la oficina del esquizofrénico. Sería
una vida horrorosa.
̶
Lo único que te puedo desear es suerte, querido amigo.
Llegó
el día del juicio. Stas fue llevado ante el juez y Lawrence hizo una
defensa muy mala. Lo único que logró fue que se suspendiera la
sesión por la indisposición de su cliente. Stas realmente había
padecido un desmayo. Le sucedió en el momento de declarar. No pudo
presentar su coartada y un médico confirmó que no estaba en
condiciones de continuar. Se pospuso el juicio hasta la semana
siguiente. En la celda, Artur le proporcionó un vomitivo y Stas echó
las hierbas venenosas que había ingerido antes de salir con su
abogado. Las recomendaciones de Artur fueron que tomara mucha agua y
durmiera bien, pues a la mañana siguiente aparecerían en otro
lugar. Stas abrazó con cordialidad y cariño a su salvador. El
malestar del estómago le impedía explayarse de la forma en que lo
deseaba. Artur le deseó lo mejor y le pidió que se durmiera. Ya se
encargaría él de dejar las cosas preparadas para el ajedrecista o
el esquizofrénico.
Stas
apareció en su cama. El plan había funcionado. Artur le había
advertido que en muchos años no se repetiría el fenómeno y que
tendría que resignarse a su situación pasara lo que pasara. No
había camino atrás. Le dolía mucho la cabeza. Se levantó y fue al
frigorífico a buscar agua. Examinó su piso y comprendió que había
tenido suerte. Miró los libros de las estanterías. Vio en un
armario un tablero de ajedrez. Se imaginó que Therence se
disculparía por su mala actitud y que finalmente se acostaría con
él. Lo malo es que tendría que convertirse en un intelectual
demasiado astuto y serio, tal vez, rechazado por la gente. Salió a
la calle y comenzó a memorizar las diferencias. Tenía demasiado
trabajo por delante. Pasó el fin de semana hurgando en sus cosas.
Leyó textos muy difíciles y pensó que tendría que buscar un tutor
para que le enseñara matemáticas, otro para el ajedrez. Tendría
que ponerse en forma mental y físicamente. Pensó que había tenido
mucha suerte.
Llegó
muy animado a la oficina. Preguntó por Therence y le dijeron que iba
con retraso por causa de sus hijos. Se sentó y abrió la gaveta de
su escritorio. Encontró el informe de su secretaria y las peticiones
de Stevens. Miró la pizarra y vio que las piezas estaban listas para
una nueva partida. Era hora de comenzar una nueva existencia. Buscó
las noticias sobre los asesinatos de mujeres. No encontró ninguna
Amelie o Mirel ni nadie que se les pareciera. Pidió que no lo
molestaran y se puso a revisar los trabajos del último mes. Sin duda
alguna, se había realizado su sueño de adolescente. Había podido
convertirse en un intelectual y era feliz. Recordó a Jessie y
decidió ir al bar por la tarde para ver cómo era allí. Recibió
con cordialidad a Therence, le dijo que desde ese día podía llegar
una hora más tarde si lo deseaba. Organizó una reunión con sus
subordinados y les dejó de manifiesto que las cosas ya no serían
tan rígidas y que sería más tolerante. Por la tarde se fue de
copas, llegó a un bar donde pensaba que encontraría a Jessie. Halló
a una mujer parecida que llevaba el pelo teñido de azul, su ropa
estaba ajada y olía mal. Tenía muchos persings y bebía vodka.
Estaba muy demacrada y hablaba de forma muy burda. Stas se
decepcionó. Dejó su cerveza intacta, la pagó y se fue. El martes
se levantó de buen humor, se puso un traje de color azul marino y se
fue a la oficina. Al llegar a su empresa, saludó a las chicas
de la recepción que lo miraron con asombro. Él les preguntó por
Therence y le dijeron que había tenido un contratiempo y que no
llegaría a trabajar. Se fue a su despacho y cuando abrió la puerta
se quedó muy impresionado. En su butaca estaba sentado un hombre al
que reconoció de inmediato.
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