Jeremy
había metido su solicitud para enrolarse en el ejército. Era marzo
y lo requerían porque los aliados habían sufrido muchas bajas. Era
un momento determinante porque habría pronto un contraataque
sorpresa y si retrocedía el ejército alemán cambiaría el curso de
la historia. Llegó por él un camión militar que transportaba a los
voluntarios. Jeremy había oído muchas historias sobre la
exterminación judía. “¿Por qué el Vaticano no hace nada? ̶
se preguntaban algunos de sus familiares que lamentaban la muerte de
sus parientes judíos europeos ̶
. Si están al tanto de lo que pasa en Auschwitz”. Yo iré a
liberarlos de los campos de concentración, pensaba Jeremy con
rencor. Quería convertirse en un héroe y cuando se lo comentó a su
madre ella rompió en llanto. Al principio Madelene lloró por el
presentimiento de perder a su hijo y después por la impotencia de
convencerlo para que no fuera. Alex, el padre, se quedó
desconcertado porque siempre había creído que el más endeble de
sus hijos jamás pensaría en un proyecto tan descabellado. Su hijo
mayor James, que sí era arrebatado y fuerte, además de astuto, se
lavó las manos diciendo que la guerra no era cosa de ellos, que
estaría dispuesto a combatir si el enemigo llegaba a suelo
americano, antes ni loco. Alex no pudo convencer a su hijo menor de
que se olvidase de la guerra. Cada día era más difícil evitar los
ruegos de la madre, las opiniones negativas del padre y las risas
irónicas de James.
Llegó
el momento de la separación y James enmudeció, de alguna manera
sabía de antemano que su hermano moriría sin poderle disparar una
sola vez al enemigo. Madelene trató de consolarse con una idea
absurda. “Las leonas crían a sus cachorros ̶
se dijo ̶
y cuando están
listos para cazar por ellos mismos los dejan ir. Eso
mismo haré yo.
!Que dios bendiga a
mi pobre Jeremy!”. Él
salió con un uniforme que le habían adaptado con unas costuras. Se
veía como un soldado de verdad, su altura le ayudaba para tener
presencia, pero la falta de peso quedaba oculta debajo de la cazadora
militar. Se fue con la cara alegre, como si ya hubiera triunfado de
antemano en la guerra y se enorgulleciera de haber salido intacto de
las grandes batallas. Era un guerrero como el legendario Héctor que
tenía valor y un alto sentido de la justicia. Se alejó el camión y
entonces Madelene soltó las lágrimas acumuladas en los últimos
días. Alex la abrazó y se contagió de la pena. No se libro del
llanto James, quien finalmente reconoció que había querido a su
hermano, pero nunca se lo había manifestado. Se quedaron estáticos
como unas figuras de mármol. Estuvieron así hasta que el vehículo
desapareció de su mirada. La tarde fue muy triste y si hablaron, fue
solo para comentar los recuerdos chuscos de la adolescencia de
Jeremy. Desde ese día un manto de remordimiento cubrió su casa. Las
tardes comenzaron a enfriarse y el cuerpo de Madelene tuvo un
marchitamiento prematuro.
En
el cuartel al que fue asignado Jeremy había unos trescientos jóvenes
voluntarios. Todos ellos irían a la operación secreta. Tendrían
que pasar unas pruebas de resistencia, cursos de balística y
primeros auxilios. Un capitán les contaba cosas horribles de los
alemanes, les despertaba el odio contra todo lo que fuera nazi y los
conmovía con tristes historias de las que era testigo. “Sí ganan
los germanos ̶
decía con rostro de ogro ̶
, tendremos que resignarnos a ver morir en los hornos a nuestros
abuelos, hermanos, primos y novias. En Polonia ya casi no quedan
judíos, ni gitanos, han muerto unos cuatro millones y les seguirán
los árabes, los asiáticos, los negros y los latinos. No habrá
futuro para nadie. Solo gobernará la raza aria y tendrán al mismo
demonio como líder. Si no acabamos con ellos, gobernarán el mundo”.
Los jóvenes sentían correr ácido por sus venas. Su sangre estaba
agria y corrosiva, les enfurecían las cruces gamadas, las dos eses
del servicio secreto y el bigotito corto del Führer. Esa era la forma
de animarlos a clavarle la bayoneta a los soldados de pacotilla con
los que practicaban sus técnicas mortales de ataque. Cuando se
terminó el último entrenamiento todos supieron que a la semana
siguiente zarparían a Europa. Llegarían hasta Inglaterra y de allí
se dirigirían hasta las costas francesas.
Jeremy
conversaba mucho con su amigo Charles. Se entendían muy bien porque
el primero era bastante ingenioso e inteligente y el segundo era una
masa de músculos sin mucho cerebro, pero con mucho corazón. Era
fiel y noble. Le había cogido mucho cariño a Jeremy porque gozaba
oyendo sus historias. Se imaginaba que el chico endeble con ilusiones
de caudillo era su hermano menor al que tenía que proteger para que
no muriera a manos de un demente fascista. En el transbordador no se
separaron ni un centímetro. Charles le pidió que le contara alguna
historia de caballeros como “Los tres mosqueteros” o “Ivanhoe”.
Jeremy lo hizo y, mientras sus compañeros se debatían con el miedo
a la muerte o, en un profundo sueño, ellos se imaginaron que
llegaban a la orilla y que unas armaduras especiales los protegían
de las balas enemigas. Se vieron degollando soldados alemanes. Irían
en caballos de acero y aplastarían al enemigo. Los últimos días el
temporal había sido muy malo, por eso había esperado casi una
semana para ponerse en marcha. Ahora, el buen tiempo estaba de su
parte. Las aguas eran mansas y condescendientes. Le habían abierto
un canal al transbordador y empezaron a alejarse del resto del grupo
de naves. “Mira ̶
dijo Charles ̶
parece que fuéramos en un barco de vela impulsado por la fuerza de
un gran dios mitológico de los que tú hablas. Vamos a la cabeza y
seremos los primeros en desembarcar”. Jeremy lo notó y rezó en
silencio para que la suerte estuviera de su lado y no los mataran
nada más bajar. La brisa era tibia, la embarcación parecía no
encontrar resistencia en el aire y en lugar de flotar volaba.
Distinguieron la playa. Sabían que pronto combatirían. Sin
pensarlo, Jeremy, pronunció el nombre de la chica de la universidad
que le gustaba, Annette. Una joven muy inteligente y bella que
siempre lo miraba con ojos retadores y un día le dio un beso en los
labios mientras bebían en una fiesta de aniversario en la
universidad. Él no pudo formalizar la relación porque ella lo
intimidaba y sabía que al volver de la guerra como héroe le
propondría matrimonio. Charles se asombró de que su amigo tuviera
una novia tan guapa y lo envidió un poco. Se oyó la orden de
prepararse para el ataque. El nerviosismo y la angustia comenzaron a
deambular por la borda como dos fantasmas. Algunos soldados apenas
pudieron contenerse para no vomitar, otros apretaban los dientes
fingiendo que deseaban entrar en combate. Se abrió la parte
delantera d ella embarcación, Jeremy y Charles oyeron los zumbidos
de las balas. El agua comenzó a teñirse de rojo, corrieron con
todas su fuerzas y alcanzaron la playa, siguieron decididos y al
localizar una ametralladora enemiga corrieron hacia ella en zigzag,
Charles cayó fulminado por una ráfaga de plomo y, aunque Jeremy
recibió algunos impactos, pudo llegar hasta los enemigos. Liberada
esa linea, muchos compañeros pudieron continuar el ataque. Al final
del día los aliados se habían situado en una colina y obligaron al
enemigo a retroceder. Los enfrentamientos duraron tres meses y a
finales de agosto los alemanes ya iban en retirada. Faltaba menos de
un año para que terminara definitivamente la guerra. Jeremy luchó
hasta el final y volvió a su casa lleno de condecoraciones. Lo
habían sacado en el periódico. Sus vecinos le hicieron una
recepción inolvidable. Se presentó Annette con un vestido precioso
y esperó que Jeremy la abrazara. Lo volvió a besar, pero esta vez
fue para unir sus vidas en matrimonio. Lo dijo él sin pensarlo con
otras palabras: “Lo único que me animó a seguir en la batalla
fuiste tú, querida Annette”. No tuvo que decir más, estaba claro
que serían pareja hasta el fin de sus vidas.
Cuando
la calma volvió al mundo, Jeremy terminó su carrera y consiguió un
trabajo en un bufete jurídico. La fama y la experiencia de la guerra
lo hicieron progresar muy rápido, pues tenía muchas agallas para
enfrentar cualquier adversidad en la vida civil. Se le apreciaba por
sus nervios de acero. No se inmutaba, incluso en las situaciones más
adversas, siempre animaba a sus clientes y les decía que si había
podido sobrevivir en la guerra, sobreviviría a esos pequeños
problemas. Por lo regular era así. Cuando sus clientes llenos de
pánico lo miraban expectantes, Jeremy se concentraba y urdía las
estrategias más asombrosas de la historia de la abogacía. Pronto
abrió su propio bufete y comenzó a llevar casos gordos. Vivía
feliz. Tenía dinero y su esposa lo adoraba. Pasaban las vacaciones
en lugares afrodisíacos y su amor era como una llama inextinguible.
Un
día llamaron a Jeremy para defender a un cliente muy importante.
Tenía el juicio a mediodía. Llegó pronto, saludó a sus conocidos
y esperó a que le permitieran entrar en la sala. Llevaba un traje
muy caro, se veía muy bien y su optimismo le daba un aspecto de
profeta moderno. Cuando dieron las doce le sorprendió que su cliente
no llegara. Le pidió al juez que le permitiera esperar unos minutos
más pero en lugar de darle una tregua anunció que se abría el
juicio.
“Se
abre la sesión ̶
dijo con la voz solemne de siempre ̶
. Se llevará a cabo el juicio por usurpación de personalidad y
engaño contra el señor Jeremy Cárter”.
̶
Perdone, señor juez ̶
dijo Jeremy muy extrañado ̶
. Me parece que se ha equivocado en algo. Este juicio debería ser
contra el señor Marcello Sabattini, un mafioso de la Cosa Nostra,
¿no?
̶
Se equivoca, señor Jeremy, creo que se la ha olvidado que usted
mismo llevaría su defensa. Al menos, eso fue lo que dijo cuando se
le citó.
Jeremy
se rio para manifestar su conformidad, se sentía cómplice de una
broma. Trató de recordar si era su cumpleaños o el del juez a quien
conocía muy bien, pero no encontró nada que se lo pudiera recordar.
̶
Perdóneme, señor juez, pero no he entendido la broma...Si fuera tan
amable de explicármela, se lo agradecería mucho.
̶
No, señor Jeremy, esto no es ninguna broma, tiene una acusación muy
seria y el abogado James Carlson le meterá en el calabozo si no
logra llevar bien su caso.
Jeremy
siguió sin entender, las circunstancias lo obligaron a realizar su
defensa, pero como desde el inicio había tomado las cosas con poca
seriedad, después fue imposible enderezar la situación, había
dejado que declararan los testigos en su contra y en lugar de
protestar y requerir apelaciones dejó que las cosas siguieran su
curso sin intervenir. El resultado no podía ser peor. Fue condenado
al paredón por usurpación de personalidad, fue esposado en la misma
sala y conducido a una cárcel de criminales peligrosos. Lo metieron
en una celda de alta seguridad y le informaron que la ejecución
sería en los próximos días. Luego, le avisaron que por una orden
judicial se había adelantado su ejecución. La noche anterior al
cumplimiento de su condena, Jeremy se preguntó si no estaría siendo
víctima de un sueño. Por qué no lo había visitado su esposa, por
qué el gobierno no había impedido esa injusticia, él era uno de
los más valientes soldados que había tenido el país. Había muchos
cabos sueltos en su situación y le pareció que su existencia era
absurda. No podía olvidar la cara de los testigos, los cuales eran
los soldados con quienes había combatido. Todos lo habían
reconocido, pero no como Jeremy Cárter, sino como un tal Franz
Swayze, espía alemán del SS, que se había apoderado de la placa de
identificación del pobre soldado Cárter y luego había combatido
con el bando de los aliados, sin matar a sus compañeros y pasando
información secreta al ejército alemán. “Son estupideces ̶
se decía sin parar ̶
, ¿cómo es posible que yo no sea yo y que me acusen de ser alemán?
Ni siquiera sé el idioma germano, no nací en Berlín, ni conozco a
mi supuesta familia, ni la historia de ese país”. Su mente era un
laberinto en el que se extraviaba sin encontrar pistas para desvelar
la verdad o encontrar algún razonamiento lógico que pudieran
explicarle lo que estaba pasando. No tuvo más tiempo. La puerta se
abrió y entró un sacerdote para preguntarle si quería confesarse.
Se negó y entonces dos hombres musculosos lo levantaron en vilo y se
lo llevaron. Le dieron un cigarrillo y lo obligaron a fumar. Jeremy
seguía tratando de despertar de esa absurda pesadilla. Repitió cien
veces que él era un héroe, que estaban actuando conducidos por la
locura. Pidió que lo dejaran ver a su mujer por última vez, pero
cuando le informaron que no estaba casado estuvo a punto de morir de
un infarto. Se negó a salir al patio donde lo fusilarían. Lo
arrojaron al piso, se vio reflejado en un charco y le sorprendió que
era otra persona. De ojos azules, pelo rubio ondulado, con un mentón
rígido y la nariz afilada estaba muy lejos de ser el flacucho Jeremy
de ojos castaños y pelo marrón. Le comenzaron a temblar las manos.
Aplicó todo su peso para aferrarse al suelo, pero lo levantaron con
facilidad. Lo apoyaron contra un pared fría y se oyó la orden.
!Atención! !En línea! !Apunten! !Fuego!
Se
oyeron las detonaciones. El pantalón de Jeremy estaba húmedo por la
orina sus verdugos giraron sobre sus talones y abandonaron el lugar.
Quedó enrollado el cuerpo de prisionero. Llegaron dos enfermeros con
una camilla y se lo llevaron.
Despierte
̶
le dijo una voz masculina ̶
. Despiértese, agente VT1945 ̶.
El hombre estaba tratando de abrir los ojos, pero le resultaba muy
difícil. Empezó a gemir. Por fin vio el lugar en el que se
encontraba y preguntó:
̶
¿Qué ha pasado capitán?
̶
Nada, agente VT1945, es solo que hemos tenido un problema con el
programa.
̶
¿Qué fue lo que falló, capitán?
̶
Tuvimos un pequeño fallo con el cálculo de las coordenadas del
espacio. En el tiempo todo estuvo bien, pero en el espacio fallamos
por una diez millas. No tenía usted que haberse materializado en el
cuerpo de Jeremy Carter, sino en el de Richard Dune, quién si fue un
héroe en la II Guerra Mundial. Tuvimos que reprogramar la máquina
con urgencia y, al hacerlo, estuvimos a punto de perderle. La única
solución fue enviarlo al paredón. Tenían que matarlo para que
pudiera regresar. Sentimos mucho que todo haya salido mal. No sabemos
cuándo podremos enviarlo a la siguiente misión. Hemos borrado de su
mente toda la información. Ahora vaya a que le revisen y le
restablezcan las partes de tejido cerebral afectada. Lo sentimos
mucho, agente. Esperamos que pronto quede bien la máquina y pueda
seguir trabajando. Por ahora descanse. Hasta pronto.
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