Entró
a la casa apuntándole al hombre con una pistola. “Me vas a dar el
pagaré o te mato
̶ le dijo Rosendo López ̶ . Coge este dinero y quedamos en paz”.
Él no tenía la intención de matarlo, creía que con la pura
amenaza, Eduardo Reyes, le daría la carta que comprometía a Sarita
Andrade. Era muy importante cuidar su reputación. Ella no se merecía
un escándalo y él, que reconocía que era un mujeriego
inmisericorde, tenía lástima de destruir su vida. El plan era muy
sencillo. Primero, debía recuperar la carta, llevaba suficiente
dinero para hacerlo, en segundo lugar, rompería sus relaciones con
su amante, a quien le dolería la noticia; pero la salvaría del
ridículo y del sufrimiento y, por último, dejaría de asistir a los
centros nocturnos donde bebía e invitaba a todos los que se le
acercaran sin pensar en quiénes eran. “No la tengo aquí, Rosendo
̶ le dijo temblando de miedo el usurero chantajista ̶ ,
te lo juro. Mi
hermano Armando la guardó en la caja fuerte de nuestro local, ve y
pídesela. Con este dinero que traes será suficiente para saldar la
deuda”. Esas palabras lo único que logró
fue
provocar
la ira de Rosendo que era muy fuerte y no estaba acostumbrado a que
le escatimaran las cosas o le hicieran sentirse engañado. Cogió a
Eduardo Reyes por el cuello y lo comenzó a asfixiar. Con el rostro
rojo el hombre tendido en el piso imploraba perdón con ojos
desorbitados. Rosendo aflojó las manos y le dio tiempo de respirar,
pero siguió inmovilizándolo con sus cien kilos de peso. Le pidió
que buscara con atención en la casa, que seguro podría bien tenerla
en la caja fuerte. Lo obligó a abrirla, había muchos papeles
importantes, joyas muy caras y títulos de propiedad, pero el pagaré
no estaba.
En una hora pusieron de cabeza el piso y no quedó lugar alguno en el
que se pudiera buscar más. Enfurecido, Rosendo, cogió de nuevo la
pistola y lo amenazó, por desgracia, el terror del que era víctima
Eduardo lo hizo cometer un fatal error y en lugar de arrancar la
pistola de las manos de su visitante, recibió un tiro en la frente.
La sangre salió en un fuerte chorro y salpicó a Rosendo. Se quedó
inmóvil y, aunque estaba en una situación muy peligrosa no pensó
en cómo solucionarla, sino que recordó que lo habían condenado a
prisión en su país antes de exiliarse y se le tensaron las piernas.
En la otra ocasión, el crimen había sido perpetrado
conscientemente, pero esta vez el destino le había jugado muy sucio.
Trató de pensar en la forma más lógica de escapar. No lo había
visto nadie entrar al apartamento del chantajista, por el trayecto no
había encontrado a ningún conocido y el dinero no lo había sacado
del banco, más bien se lo había proporcionado Sara dentro de un
taxi. Así que lo único que necesitaba era borrar sus huellas de las
cosas que había tocado, limpiarse la sangre y deshacerse del arma.
Entró al baño se limpió y restregó su camisa con agua y jabón,
se la puso húmeda y salió dispuesto a abandonar la escena del
crimen. Cuando agarró el maletín y se guardó el arma se abrió la
puerta de forma inesperada. Era la criada Francisca, una mujer de
unos cincuenta años de edad. Llevaba una pesada bolsa con alimentos.
Miró el desorden en que se encontraba todo y cuando quiso reaccionar
tenía rodeado el cuello por un fuerte brazo.
“Ni
se te ocurra gritar ̶ le dijo casi ahogándola ̶ por que te me
mueres aquí mismo”. Paquita asintió, pero ya no tenía fuerzas y
estaba a punto de desmayarse. Rosendo pensó en dejarla viva y salir
del piso, pues la pobre mujer no había logrado verlo. Se oyó un
ruido de una llave tratando de abrir la cerradura. Rosendo se puso
muy nervioso, crujió el cuello de la pobre criada y su cuerpo se
desplomó. Respiraba agitado, los pocos segundos que tardó la puerta
en abrirse le sirvieron solo para sacar la pistola.
̶
No se mueva o la mato ̶ le dijo a la dueña del piso.
̶
No me haga daño, le daré todo lo que me pida
̶
!Escuche!!Todo esto ha sido una confusión! Las cosas han salido mal.
No sé si esté al tanto de las cosas que hacen su marido y su
cuñado, pero he sido víctima de un chantaje. Vine por una carta y
su marido cometió una estupidez y por eso ha muerto, así que si me
promete darme lo que busco no morirá ̶ . La mujer
trató de gritar, pero recibió un golpe en
el rostro y cayó al piso. Rosendo ya no tenía más tiempo que
perder. Tomó un cojín de terciopelo del
diván y se lo puso en la cara a la mujer, luego lo oprimió con
todas sus fuerzas. Ella se zangoloteó como si le hubieran aplicado
un electrocardiograma y luego se quedó inmóvil. Rosendo se levantó
asió el maletín y abrió la puerta. No había nadie, salió y bajó
despacio por las escaleras, llegó hasta la planta baja y chocó con
él una anciana. Le riñó y le dio un golpe en la espalda. Salió
con paso acelerado y con la cabeza baja, siguió recto por la calle,
giró a la derecha, por último se dirigió a su casa.
Entró
arrojando en el sillón su maletín. Se quitó la ropa y la metió en
la lavadora. Se puso una bata y se sirvió un vaso de coñac. Se lo
tomó de un trago. Su cabeza estaba llena de ideas y una sensación
de angustia comenzaba a oprimirle el estómago. “!Maldito, Rosendo!
¿Qué has hecho?”
̶ se recriminó tratando de encontrar una solución. Había sopesado
la idea de escapar, pero vio tres obstáculos, el primero era Sara a
quien no quería traicionar, ya le había causado demasiado daño los
últimos meses, el segundo era la esperanza de que no sospecharan de
él. Armando y Eduardo Reyes eran dos bichos ponzoñosos a quien
nadie quería y no faltaban personas que quisieran matarlos, con un
poco de astucia y una buena coartada cuando llegaran los
interrogatorios podría librarse, tal vez. La última traba era la
peor y estaba relacionada con el pagaré. Necesitaba recuperar la
carta poder que le había dado Sara para empeñar las joyas. Se
recriminó por haber caído en una trampa tan simple. Las joyas
tenían su valor y no era necesaria ninguna factura para saber que no
eran robadas, además los prestamistas eran unos lobos capaces de
vender hasta a su madre sin que les pidieran ningún comprobante de
parentesco. Pasó una hora fraguando un plan. La única solución era
recuperar la carta, sin embargo no era tan fácil, pues era probable
que Armando Reyes ya estuviera al tanto del asesinato de Eduardo y no
sería tan tonto como para devolverle el documento sin antes
cerciorarse de que él no había sido el causante de la muerte de su
hermano. Decidió arriesgarse. Le llevaría dinero por la noche, le
daría el pésame y con el papel se fugaría. Meditó unos minutos y
comprendió que eso era absurdo y que en lugar de estar bebiendo y
gastar el valioso tiempo, tenía que actuar. Se lavó con prisa, se
puso un traje, limpió el maletín y salió en dirección al comercio
de los Reyes. Llegó en un buen momento. La tienda estaba sola y como
era la pausa de la comida no había transeúntes. Armando se disponía
a cerrar cuando se miraron.
̶
Buenas tardes ̶ le dijo Rosendo mostrándole el maletín ̶ . Te
traigo dinero.
Armando
se extrañó por la absurda actitud de Rosendo y se quedó mirándolo
con la intención de descubrir la trampa.
̶
¿Qué te trae por aquí, Rosendo?
̶
Pues, te tengo una propuesta. Necesito que me des la carta de Sara y,
a cambio, te ofrezco el triple de lo que me has pedido. Mira, aquí
están los billetes ̶ Armando se asomó al interior del maletín y
le hizo una seña para que lo siguiera. Luego bajó la cortina
metálica hasta la mitad y le pidió a Rosendo que le explicara su
propuesta.
̶
Mira, Armando, tú sabes que no quiero poner en riesgo la reputación
de Sara. Por eso, te propongo que me devuelvas la carta poder y te
doy esté dinero.
̶
No, claro que no te la voy a dar, ¿sabes? Si has cedido tan pronto y
has traído este dinero, será más fácil sacarte más. Así que
olvídalo, dejame lo que traes y si no vienes la próxima vez con el
doble, te juro que haré pública la noticia de las aventuritas que
tienes con esa perra.
Rosendo
se enfureció. No tenía tiempo que perder y el estúpido de Armando
le iba a estropear todo. Sacó la pistola y lo amenazó. Armando se
rio, pero cuando se dio cuenta de que las cosas iban en serio quiso
aceptar el trato. Rosendo le pidió que abriera la caja fuerte y le
devolviera el documento. A regañadientes abrió y sacó un sobre.
Rosendo le echó un vistazo rápido y se lo metió en el bolsillo. Se
dispuso a salir, sin embargo se disparó la alarma de su mente ágil.
No podía dejar vivo a Armando porque de inmediato comprendería
todo. Se armó de valor y se acercó fingiendo que le iba a entregar
el dinero. Cuando Armando extendió la mano para agarrar el maletín
sintió algo duro en el estómago, luego se derrumbó. Y sintió una
suela de cuero en la cara. Quería gritar, pero no le salía más que
un leve gemido de la garganta. Empezó a ver borroso y luego dejó de
moverse.
Rosendo
se fue sin prisa. En una esquina rompió el papel que tantos dolores
de cabeza le había dado y se fue a su casa para ocultarse. Esperó
que llegara la noche y metió toda su ropa sucia en una bolsa y la
tiró lejos de su casa. Después sacó de su caja fuerte su
pasaporte, metió un poco de ropa y el dinero que le había dado Sara
en una maleta pequeña. Se puso un traje elegante y se fue al
aeropuerto. Durante el trayecto escuchó con paciencia al taxista y
fingió interés, incluso, rio por una tonta ocurrencia de su
interlocutor. Compró un billete para viajara a Buenos Aires y esperó
más de tres horas. No pensó en nada, trató de distraerse viendo a
los demás viajeros. Luego compró un periódico y lo leyó por
encima. Nada le llamó la atención. El mundo seguía con sus
conflictos internacionales, la política nacional estaba
convaleciente después de haber pasado por una fuerte crisis. En la
sección de deportes ninguna información lo alegró. Llegó el
momento de abordar el avión. Era de madrugada y tendría que viajar
unas veinte horas con una escala en Brasil. Se acomodó en su
asiento, metió su maleta debajo y se relajó. El sueño lo ayudó a
desconectarse, se quedó torcido viendo sus fantasías. Siempre había
sido un mujeriego. Conocía las debilidades de las mujeres. Tenía
personalidad y dinero. La vida le había proporcionado el don de
abrir las puertas que se encontraba. El carácter también le
favorecía porque confiaba en sí mismo y, en cierta medida,
controlaba sus emociones. Solo en el amor podía fallar de vez en
cuando al no mantenerse detrás de la linea del compromiso. Con Sara
le había pasado. Ella era una mujer diferente, muy parecida a él.
Se sentía a su lado como con un ser de alma gemela. Los dos pasaban
por donde querían, los respetaban y admiraban. Sabían soportar el
dolor, el fuego y el frío sin quejarse. Era por todo eso, por lo que
se habían hecho amantes. Rosendo no pensó en ella hasta que estuvo
instalado en una casa. El ambiente porteño y los atractivos de la
ciudad habrían llenado los oídos de cualquier visitante de un
apasionado tango, pero él estaba sordo y ciego para eso. Sus
pensamientos comenzaron a hilar el fondo de un panorama muy gris. Era
la señal de que la conciencia empezaba a despertarse. Él se la
había imaginado como una impertinente mujer de las que no le
gustaban por ser demasiado directas y crudas, sin embargo su aspecto
era fiero, de cuerpo macizo y fuerte, con ojos inmisericordes y de
cara sosa. Rosendo se molestó, le empezó a llenar el cuerpo un gran
malestar. Se tuvo que sentar en la banca de un parque y, aunque hacía
calor, lo recorrió un escalofrío.
“No
había necesidad de matar a esas mujeres ̶ se reprochó murmurando
̶ una era la criada explotada y, la otra, una mujer fracasada que
tenía que soportar al pestilente de Eduardo y las órdenes de su
cuñado. No habrían declarado en mi contra y habrían sido felices
al saber que se habían librado de esos dos chantajistas”.
No
pudo seguir pensando porque un policía se le acercó.
̶
¿Es usted Rosendo López?
̶
Sí, soy yo ̶ contestó muy desconcertado.
̶
Tiene que acompañarme a la comisaría, señor Rosendo.
Caminó
despacio evaluando la actitud del policía. Quería preguntarle la
razón por la que lo llevaba ante la ley. Las preguntas e hipótesis
que tenía en la cabeza eran como un pequeño remolino de arena en el
que cada grano era una pregunta que le irritaba por dentro. Cuando
llegaron a la comisaría se armó de valor y preguntó arriesgándose
a todo.
̶
¿Cómo me han encontrado?
̶
¿Es usted el señor Rosendo López? ̶ le preguntó un oficial con
una cara muy gorda y gesto duro.
̶
Sí, sí soy yo, pero no me ha respondido.
̶
Mire ̶ le contestó con voz autoritaria ̶ . La señora Consuelo
Vargas, su casera, ha venido a pedir que le obliguemos a hacer una
declaración en la que usted se comprometa a pagar hasta el último
peso de su alquiler. Es que la pobre mujer sufrió un fraude, ¿sabe?
Tuvo alojados a un español y un italiano y, éstos, al encontrar
dificultades para liquidar su deuda, le pagaron con dólares falsos.
Es por eso que quiere que le firme un pagaré por el período de su
estancia, que como usted le ha dicho, será de seis meses.
̶
No tiene por qué preocuparse ̶ respondió Rosendo aligerado de la
carga que le había supuesto el temor de que lo fueran a deportar.
Firmó
con gusto y salió de la comisaría. El viento era tibio, había una
suave energía en el ambiente que lo sedujo para que diera una larga
caminata. Por su camino apareció un cabaret en el que había un gran
anuncio luminoso. “La esmeralda” club nocturno, decía el enorme
tablón. Rosendo sintió que se le despertaba el deseo. Toda su vida
se había trasnochado. Vivía de la energía que le proporcionaban el
alcohol, las mujeres y el dinero. Decidió que esa misma noche se
ayudaría a escupirle al destino y se iría a bailar con la mujer más
guapa del antro. Se fue al centro a comprar un traje caro. Se afeitó
en un sitio muy popular. Por el camino de regreso se dio cuenta de
que las mujeres que lo veían sentían su aura, su magnetismo natural
que lo había ayudado a dormir con actrices y vedetts. Se perfumó y
salió por la noche. Llegó al Esmeralda y vio la larga fila. Buscó
a un guardia y se le acercó. Tengo reservada la barra, le dijo
poniéndole un billete en la mano. Lo dejaron pasar y le asignaron
una mesa cerca del escenario. Los músicos tocaban un tango de Gardel
y una mujer lo interpretaba, estaba vestida de hombre, y miró a
Rosendo con curiosidad. Él pidió una botella de cava y dijo que le
dieran un mensaje a la cantante. Minutos más tarde ella estaba a su
lado. Se presentó como Marga, tenía unos cuarenta años y llevaba
mucho maquillaje. Rosendo intuyó que era una pieza clave, supo
después que llevaba muy buena amistad con Eva la bailarina más
guapa. Rosendo la vio actuar. La guapa bailarina interpretó un baile
caribeño con un vestido rojo de lunares blancos. Tenía un cuerpo
alargado de estrecha cintura y firmes caderas. Los clientes, en su
mayoría, estaban fascinados con ella y pagaban bastante por poder
verla actuar. Ella se mantenía alejada y los únicos afortunados
eran los hombres influyentes y ricos. En realidad, Eva era muy dócil
y enamoradiza, pero la vida y las circunstancias en las que se
encontraba, la habían obligado a ser fría y calculadora. Marga la
llamó y le presentó a su gentil amigo. Con un guiño le indicó que
fuera con cuidado. Eva sintió un leve temblor, presintió una
desgracia porque Rosendo la atraía como un fuerte imán.
̶
Nunca te había visto por aquí, Rosendo.
̶
Es verdad. Acabo de llegar a Buenos Aires y no conocía este sitio.
̶
Y ¿te gusta?
̶
Sí. Tiene su encanto, aunque conozco mucho mejores en Portugal,
Francia, Italia y España.
̶
Y ¿qué te ha traído por aquí?
̶
Negocios. Me dedico al café. Vendo por toneladas.
Eva
sonrió y mantuvo una conversación amena. Bebió y se rio mucho con
las ingeniosas bromas de su anfitrión. Se disculpó y no volvió a
sentarse con él. Era el consejo que le había dado Marga. “No te
le acerques mucho, hija mía, y si te llegas a acostar con él, por
nada del mundo te vayas a enamorar. Ese hombre te puede destruir”.
Eva
trató de evitar a Rosendo, pero este era muy amable con ella y
ejercía una presión soportable que le impedía respirar por el día
y la hacía suspirar por la noche. Se fueron estrechando sus
relaciones y, al final, terminaron en la cama. Al principio todo era
como el paraíso, pero pronto Eva quiso salir a conocer mundo. Le
pidió que la llevara a Europa. Él ya recibía sumas de dinero de
parte de su familia en un banco local. Se permitía grandes lujos
porque su madre le pedía las sumas de dinero a su contable y este le
enviaba al hijo consentido todo lo que le pedía. No tenían
problemas, la empresa acerera del difunto padre estaba en plena
extensión.
Un
día Rosendo se olvidó de todo. Eva le había entregado su corazón
y le había dejado ver la cara de todos los placeres secretos.
Estaban borrachos y, al recordar un sitio exclusivo de fama
internacional, Eva le pidió que se fueran a París. Bebieron más de
dos días y al encontrarse tumbados por la resaca en su habitación
notaron que toda la gente les hablaba en francés. Eva estaba feliz.
Se repusieron muy despacio de la arrolladora fiesta de placeres
interminables y cuando ya estaban listos para continuar con sus
juergas se fueron al Moulin Rouge. Así empezó un mes de diversión
y excesos. Eva entraba a los cabaret ataviada con joyas y vestidos de
muy buen gusto.
Una
noche Rosendo perdió el habla. Estaba frente a él Sarita Andrade.
Tenía una expresión rígida. La cubría un halo de sufrimiento que
se adivinaba en las arrugas que le habían salido en los párpados.
Quiso hacerle muchas preguntas, pero los interrumpió el marido. Se
fueron disculpándose por la indisposición de Sarita que apenas se
podía mantener en pie.
Eva
notó el efecto que había provocado el encuentro. Rosendo se había
marchitado un poco y tenía la cara gris. Siguieron tratando de
divertirse, pero una nube de moho comenzó a incomodarlos. Eran los
celos de Eva y el temor de Rosendo a su conciencia. El aire frío de
una tormenta los amenazaba. Eva fingía ser la de siempre, pero las
quemaduras que le dejaban los celos la ponían nerviosa e irritable.
Comenzaron a evitarse. Pasaban horas en sus habitaciones sin hablar.
Una noche apareció un inspector de policía ante la puerta de su
habitación del hotel. Les anunció el arresto por robo y asesinato.
Era el fin.
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