jueves, 20 de marzo de 2014

Falso argonauta


No. Lo siento pero está no es una noticia fresca, tampoco es para los noticiarios, ni mucho menos para hacer un chisme, bulo o cotilleo, como deseen llamarle, más bien es algo personal. Es la noticia añeja de algo que debí saber hace unos treinta años. ¿Con qué licor se debe  acompañar una noticia como está? Ahora no lo sé, pero seguro que pronto se me ocurrirá algo. 
Tal vez, piensen que se trata de una maternidad o paternidad escondida, como las que dramatizan tanto en las telecomedias o los libros de Corín Tellado; pero no, tampoco es eso. Por desgracia, es algo más ridículo y no piensen que se trata de algo relacionado con el sexo o con un implante de silicona. Para que me entiendan empezaré desde el principio y tendré que remontarme a los años 70´s. 
Cerca de mi casa vivía una niña muy bonita con la que todos los niños de mi edad querían jugar. Se llamaba Alicia y tenía una hermana más pequeña que se llamaba Mónica  y estaba muy lejos de ser comparada con su hermana mayor. Todos estábamos locos por Alicia y siempre que se hacía un corro para jugar, el objetivo primordial era cogerla de la mano para demostrarle a todos los demás lo afortunado que se era, sintiendo la tibieza de la manita de sololoy de la niña ojiazuada  y de guedejas doradas. Yo estaba enamorado de ella, pero sentía ese amor fraternal  e inocente que solo se puede experimentar a los ocho años y que es una de las cosas más hermosas de la infancia. Por desgracia, yo era gordito y muy moreno, lo primero  porque comía muy bien y, lo moreno, porque los fines de semana mi padre nos llevaba a la playa, lo único era que mis hermanos no se bronceaban como yo, a ellos el sol les ponía la piel cobriza y perdían el color con cierta rapidez; a mí se me quedaba la piel negra. Era tal vez por eso que no me acercaba mucho a Alicia, tenía temor de que ella me rechazara y para compensar esa lejanía le confesaba a mis amigos que estaba tonto por ella. 
Un día, cuando jugábamos a las escondidas, ella se escondió conmigo en un arbusto, yo estaba un poco nervioso, entonces ella sin ningún preámbulo me pregunto si era verdad lo que todos los niños decían. Yo sin entender a qué se refería exactamente me encogí de hombros y le pregunté que qué era lo que decían. -¡Qué yo te gusto!- me dijo acercándose mucho a mí. Bajé la mirada, rojo de vergüenza, y le dije que era cierto, entonces ella me dio un beso en la mejilla y me dijo que ya éramos novios. El supuesto noviazgo no duró ni un mes porque el padre de Alicia había terminado de construir su casa y se llevó a su familia a vivir  a las afueras de la ciudad, ni siquiera nos despedimos. 

Perdí el contacto con Alicia y, en cierta medida, la olvidé. Pasaron los años y un día entré a una tienda de helados a comprar una bola de sorbete que era la fenomenal especialidad de la casa. Vi a mi lado a una quinceañera muy guapa que esperaba le dieran su helado, por cortesía y tratando de ligar, me ofrecí a pagar. Ella me dijo que no quería y que no la molestara, sin embargo cuando me vio se quedó pensando un poco y yo la reconocí de inmediato.- ¿eres Alicia, verdad?- le pregunté, emocionado.- ¿Y tu Daniel, no? Soltamos una carcajada al unísono y salimos atiborrándonos de preguntas para recuperar los siete años que habíamos estado separados. 
Así, supe que estudiaba cerca y que esa era la razón de su vuelta a nuestro barrio, que su amiga Laura estudiaba con ella y que la madre de Gabriel le había encargado su custodia para que nadie molestara al chico que era muy especial. Laura se convirtió en nuestra alcahueta porque la señora Blanca, madre de Alicia, me odiaba a morir porque decía que yo era un vago sin oficio ni beneficio, aunque la verdadera razón era que quería conservar a su hija para un buen partido y yo, estudiante de secundaria, hijo de abogado con sueños de ser ingeniero, no encajaba en sus planes. Gracias a Laura, podíamos intercambiar cartas de amor, regalos y citatorios. 
En una ocasión la madre de Alicia salió a hacer unas compras y Laura fue a decirme que Alicia estaba esperándome en un jardín que había al lado de su edificio, salí rápidamente y me fui a verla. Cuando llegué nos escondimos en la entrada de un edificio y sentí el olor de agua de rosas con melocotón de su perfume, luego el calor de su cuerpo y sus labios tiernos y dulces. Me volví loco, solo hasta ese momento supe lo que querían decir Bécquer,Lorca,Neruda,Nervo y todos los demás en sus poemas. 
Fue un año excepcional, la vida tuvo un solo color, un solo nombre y una sola música y todo eso se llamó Alicia. La vida nos da regalos pero no nos consiente mucho, así que la tormenta de la desgracia también me llegó y en el momento menos oportuno. Estaba jugando en un torneo de baloncesto, era la final y José, Arturo, Lino, mi hermano Roberto y yo, habíamos podido llegar al último minuto del encuentro final con un empate y la posesión del balón para ejecutar los tiros de castigo de una falta que me habían cometido a mí. Ahí estaba parado en el centro del medio círculo listo para tirar, pero me llamó Alicia, que pasaba por allí y me vio, le pedí tiempo al árbitro para salir del rectángulo de la cancha y con el abucheo de todo mundo me fui a preguntarle qué quería. 
Tenía la cara triste y solo me dijo que teníamos que terminar y se fue, mis intentos de detenerla y abrazarla fueron vanos. Volví al terreno de juego como un zombi y tiré dos veces el balón sin ni siquiera acertar en el tablero, luego perdimos y me gané el reproche de todos los aficionados y compañeros. Lino me dejó de hablar para siempre y los otros casi me matan. Sin embargo yo era insensible a todo eso, traté de buscar a Alicia pero su casa estaba abandonada.
 No supe más de ella y ese fue el peor día que pasé en mi vida. Por la noche el trago amargo de la impotencia me dejo insensible, el luto de amor duró cuatro años en los que me oculté en los libros y el estudio. Luego conocí a otras chicas y pude olvidar. La herida cicatrizó y el tiempo se encargó de lo demás. Lo malo es que en nuestra mente el tiempo es todavía más relativo que en la realidad y solo la pérdida de la memoria puede hacer que tome dimensiones reales. 
Así que hoy he vuelto a esa época a mirar con detalle lo que pasó antes de aquel día fatídico. 
Permítanme decirles que todo esto lo ha provocado mi hermana con una conversación tonta en la que me ha dicho con ironía las siguientes palabras: 

“Pues fue Ulises, ¿qué no lo sabías?” 

- Se preguntaran quién es ese Ulises famoso. Pues, era un chico travieso que tenía una motocicleta y le encantaba lucirse con sus trucos enfrente de las jovencitas de nuestro barrio. Cogía la moto y como si fuera montando un caballo levantaba la rueda delantera del vehículo y comenzaba a hacer círculos mientras las niñas le aplaudían. 
Una ocasión le propuso a Alicia llevarla a dar una vuelta. Laura, que era un poco mayor, se dio cuenta de las malas intenciones del chico y puso sobre aviso a Alicia pero ésta, empujada tal vez por la curiosidad y la insistencia de las otras mozuelas, aceptó. 
Dicen que tardó más de tres horas en volver y por alguna razón, ni para bien ni para mal nadie me lo dijo. Yo lo habría intuido, de ser un poco más pícaro, pero con los entrenamientos y el estudio, aparte de la inexperiencia, me fue imposible concebirlo. Ahora está claro por qué Alicia se desapareció de esa forma, pues fue tres meses después del  infortunado paseo que se decidió a dejarme.
Hay una equivocación y confusión completa, pues Ulises tenía que haber encontrado  a una Penélope y era él quien tenía que haberse ido a surcar los mares y buscar aventuras en otros mundos. Nadie ha tejido  durante el día y destejido por las noches, ningún almirante ha hecho frente a las tormentas ni al canto de las sirenas, ni se ha recuperado un reino. 
Estoy a miles de kilómetros de distancia y a treinta años en el tiempo. Lo único que me queda es reconciliarme con el pasado y desear que ellos hayan sido felices, que finalmente se hayan amado, que hayan llenado su casa de pequeños argonautas y que se hayan acordado alguna vez de que en los momentos de nostalgia y soledad, siempre he recordado esa primera sensación tibia y agitada de sus tiernos labios. Así es como Ulises me engañó quedándose en tierra y fletándome en su barca me echo a la deriva en busca de otras tierras.


Juan Cristóbal Espinosa Hudtler 



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