Yo me valgo por mi mismo y van a lamentar su osadía—dijo con voz hueca y
potente Yan K cuando le hicieron la propuesta.
El juez lo miró sin comprender cómo aquel ser extraño de pelos erizados,
ojos exorbitados y dientes afilados argumentaba. Era como si dentro llevara un
código antiguo que mezclaba las leyes de Dios con sus aberrantes principios
éticos.
Soy yo quien debe imponer la conducta de los demás, he sido elegido para
gobernar el mundo y nadie se atreverá a impedírmelo—decía echando espuma por la
boca—. Soy el elegido y mi palabra es la ley.
Permítame que le recuerde señor Yan K—le dijo enfadado el juez—. Que debe
primero jurar ante Dios posando su mano en la Biblia, luego podrá comenzar sus
declaraciones.
Como respuesta Yan K empezó a morderse las mangas del traje gris que
llevaba, se desató la corbata y se la arrojó al jurado. Escupió violentamente
en el piso y se negó a hacer juramento. Dos policías lo sometieron a punta de macanazos
y un tercero lo obligó a posar su mano en las Sagradas Escrituras. El juez le
dijo que se sentara, cosa que se realizó gracias a que lo ataron con una soga,
y se dio por abierta la sesión.
Se le acusa, señor Yan K—dijo solemnemente el juez—, de amenazar a la
población, de imponer impuestos y sanciones y de declarar la guerra a las
organizaciones responsables del orden. También se le adjudican las agresiones a
personas de la tercera edad, corrupción de menores, tráfico de armas y
estupefacientes, especulación bursátil y degradación moral de la nación. ¿Se
considera culpable o inocente?
Es una pregunta absurda—contestó Yan K—, puesto que el concepto de
culpabilidad sería cierto solo en caso de que yo hubiera violado alguna norma,
sin embargo, mis actos han sido guiados por los más altruistas principios, por
lo tanto, es obvio que soy inocente.
Se trató sin éxito llevar un juicio según las normas y, notando que Yan K
representaba un peligro sin precedente, se decidió encerrarlo en una celda de
alta seguridad con un régimen alimenticio de pan modificado y agua. Se procuró
que la luz permaneciera encendida las 24 horas y se estableció un horario para
poner música de Heavy Metal tres veces al día.
Pasó el tiempo y de aquel calabozo solo salían las siguientes palabras:
¡Debo gobernar! ¡Debo mentir, ultrajar!
!Debo saquear y amenazar!...
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