martes, 31 de diciembre de 2024
martes, 17 de diciembre de 2024
Yan K
Yo me valgo por mi mismo y van a lamentar su osadía—dijo con voz hueca y
potente Yan K cuando le hicieron la propuesta.
El juez lo miró sin comprender cómo aquel ser extraño de pelos erizados,
ojos exorbitados y dientes afilados argumentaba. Era como si dentro llevara un
código antiguo que mezclaba las leyes de Dios con sus aberrantes principios
éticos.
Soy yo quien debe imponer la conducta de los demás, he sido elegido para
gobernar el mundo y nadie se atreverá a impedírmelo—decía echando espuma por la
boca—. Soy el elegido y mi palabra es la ley.
Permítame que le recuerde señor Yan K—le dijo enfadado el juez—. Que debe
primero jurar ante Dios posando su mano en la Biblia, luego podrá comenzar sus
declaraciones.
Como respuesta Yan K empezó a morderse las mangas del traje gris que
llevaba, se desató la corbata y se la arrojó al jurado. Escupió violentamente
en el piso y se negó a hacer juramento. Dos policías lo sometieron a punta de macanazos
y un tercero lo obligó a posar su mano en las Sagradas Escrituras. El juez le
dijo que se sentara, cosa que se realizó gracias a que lo ataron con una soga,
y se dio por abierta la sesión.
Se le acusa, señor Yan K—dijo solemnemente el juez—, de amenazar a la
población, de imponer impuestos y sanciones y de declarar la guerra a las
organizaciones responsables del orden. También se le adjudican las agresiones a
personas de la tercera edad, corrupción de menores, tráfico de armas y
estupefacientes, especulación bursátil y degradación moral de la nación. ¿Se
considera culpable o inocente?
Es una pregunta absurda—contestó Yan K—, puesto que el concepto de
culpabilidad sería cierto solo en caso de que yo hubiera violado alguna norma,
sin embargo, mis actos han sido guiados por los más altruistas principios, por
lo tanto, es obvio que soy inocente.
Se trató sin éxito llevar un juicio según las normas y, notando que Yan K
representaba un peligro sin precedente, se decidió encerrarlo en una celda de
alta seguridad con un régimen alimenticio de pan modificado y agua. Se procuró
que la luz permaneciera encendida las 24 horas y se estableció un horario para
poner música de Heavy Metal tres veces al día.
Pasó el tiempo y de aquel calabozo solo salían las siguientes palabras:
¡Debo gobernar! ¡Debo mentir, ultrajar!
!Debo saquear y amenazar!...
miércoles, 4 de diciembre de 2024
Atin an ab
Pepito Peralta Pérez no era cualquier persona. El destino le había jugado una inocente broma al obligarlo a nacer en Senegal, no hablar francés, sino fula o fulani, de manera muy inadecuada, además a los cinco años había llegado en una patera a España. Fue adoptado por unos pescadores que lo vieron desamparado en una playa. La pareja de ancianos que lo encontró se compadeció de él y le brindó protección para que el pobre niño lograra sobrevivir en una tierra tan inhóspita. José y Pablo que estaban viudos, eran hermanos y vivían en una pequeña casa del pueblo de Tres piedras en Cádiz, lo enseñaron a pescar y le inculcaron los valores de la moral y la ética. En el pequeñito y oscuro ser proveniente de África pronto germinó esa esencia latina católica, dándole unas características muy especiales, dado que era alegre, comunicativo y muy, pero muy fantasioso. Hasta los dieciocho años se dedicó a los estudios y la pesca, pero un día vio un hermoso barco de la marina y decidió que su camino se encontraba en aquellas aguas. Hizo sus maletas y se despidió de sus padres, luego se ofreció de ayudante de cocinero en el Ministerio de defensa y, al aprobar todos los exámenes, se le concedió el grado de Marinero Primera y la obligación de asistir con premura todos los encargos que le dieran en la cocina de El Audaz, un barco de operaciones para la prevención de tráfico de personas y mercancías.
El buen gusto para preparar la
comida le atrajo el aprecio, respeto y cariño de los 48 tripulantes de la nave.
En poco tiempo, PPP desarrolló unas cualidades que le sorprendieron muchísimo.
He de decir que por cuestiones de tiempo y el mismo objetivo de esta narración
que no es el de convertirse más que en un cuento corto, no contaré los sueños
extraños que tuvo triple pe cuando era pequeño, tampoco hablaré de sus largos
diálogos con su Ángel de la guarda o Ángel custodio, quien le reveló que sería
un pitoniso o adivinador o visionario o clarividente o yiyoowo labbdo como le fue
dicho originalmente. Tampoco hablaré de sus cualidades físicas, su resistencia
a la adversidad, su espontaneidad a la hora de reírse de sí mismo, ni mucho
menos de la mujer que se le apareció desnuda en un sueño inquieto de verano
gaditano o kadiis, en fulani o fulano de tal idioma, y evitaré hablar de las
eternas noches estrelladas en las que triple p soñaba con el amor puro, al rojo
vivo, pero puro.
Por cuestiones que, solo el mismo
sino o destino o azar o como se le diga en cualquier idioma del mundo
incluyendo el fulani, en el que, por cierto, esa palabra se asocia más con un
plátano que con la caótica incertidumbre fatum, hado o suerte, pues se dice
“bana ni tan”; llegó PPP a un pueblo mexicano llamado Catemaco. Este sitio es
famoso por sus curaciones poco tradicionales, cada año miles de enfermos
decepcionados de la medicina tradicional acuden a sus especialistas que
llamaremos sellinoowo jaambaaro, ya que es la única forma que triple p conocía
hasta ese momento.
Al desembarcar para buscar un
sitio en el que los marineros pudieran hacer ejercicio, Pepito vio detrás de
una palmera una aparición. Lo que notó de reojo fue una hermosa cabellera negra
de pelos rizados, pero debajo se vislumbraba una piel morena de formas
sensuales. Empezó a seguirla, se guiaba por las huellas de aquellos pequeños
pies que dejaban unos huequitos simpáticos en la arena. Levantó la vista para
tratar de adivinar el camino, lamentó que su Ángel custodio no le hubiera dado
poderes para ver entre la maleza. Usa la nariz—le ordenó el sentido común—,
trata de buscar su olor. ¡Era verdad! Fue necesario abrir bien las aletas de la
nariz para que entrara por ellas ese aroma fresco que lo arrastró hacía una
pequeña población salvaje. En el rostro de Pepito se reflejaba esa felicidad
que lo había colmado su actividad cerebral erótica de la adolescencia. Me
gustaría contar más, pero como ya se termina el tiempo y tenemos que decir por
qué “la vidente abrió la puerta”, recortaremos un poco. Entonces resultó que la
estela de aceite de coco con esencia de piña, tersura de papaya y picor de
ramas secas llevó a nuestro amigo hasta la puerta de una choza en la que lo
esperaba una mujer desnuda que dijo: Naat, giɗo am, miɗo fadi ma...