martes, 2 de enero de 2018

Sueño fatuo

Estuvo cinco horas a la deriva. El barco se había hundido por el impacto de un torpedo. Roger tuvo la suerte de encontrarse en el momento de la explosión cerca de los botes salvavidas y cogió uno hinchable antes de que la proa desapareciera por completo. No hubo más sobrevivientes. Era ya mediodía y el sol lo calcinaba, buscó la forma de cubrirse, pero no tenía nada a mano. De pronto vio una enorme roca en el mar. Era una piedra de cinco metros de alto, estaba rodeada por arena oscura y grava. Se esforzó por acercarse impulsándose con un pequeño remo, tardó más de media hora en llegar. Bajó de la lancha salvavidas. Pisó tierra y comenzó a medir el territorio, caminó en círculo y calculó que habría unos cincuenta metros cuadrados. Se trepó a la roca, que tenía consistencia volcánica, y miró en las cuatro direcciones sin resultado alguno.

Estaba solo en medio del Pacífico. Tal vez a unos trecientos kilómetros de Hawái. Descubrió una cuneta donde había agua dulce, algas y unos moluscos. Calmó su sed y se mojó la cabeza. Se quitó el uniforme y lo colgó para que lo ocultara del sol. Resguardado por la débil sombra se durmió. Unos minutos después, notó que a su lado estaba sentado un individuo desagradable. “¿Te acuerdas de aquella obra que leíste en la cárcel? —le preguntó el hombre con mirada estricta—Era Martin Pincher, de Lord William Golding, aquel náufrago, ¿verdad?”.  No, no—contestó temeroso Roger—Martin Pincher soy yo. El hombre guardó silencio y se recostó, se puso las manos detrás de la nuca y dijo que no hacía calor, que el viento era frío y olía a hormigón. Mi nombre está escrito en mi uniforme, lo puedes comprobar si quieres—agregó Roger sin escuchar lo que le comentaba su interlocutor—. “El caso—respondió el hombre— es que no quiero y, a decir verdad, tú tampoco querrás hacerlo porque eso significará que aceptas que no pudiste escapar, que no lograste embarcarte y que en este momento deseas que hubiera sido así. Sin embargo, la realidad indica lo contrario. No has naufragado, no estás en medio del mar y ni siquiera me tienes recostado a aquí en este sitio”. Roger decidió abrir los ojos para demostrarse que el otro mentía, pero por más esfuerzos que hizo no logró despertar. “¿Lo ves? — le dijo el hombre con ironía—. Te queda poco tiempo y deberías aprovecharlo para idear tu fuga. Se supone que sólo estás agotado por las náuseas y los mareos”. Roger había estado preso y había leído el libro de aquel náufrago que se salvaba y quedaba en un islote como él. Se acordó de que el personaje moría al final y que esa salvación ficticia no era más que la muerte real. Miró a su compañero, éste no respondió y se encogió de hombros.

Tengo que idear algo para huir de los policías—se dijo con voz apresurada—. Oyó que un gendarme decía: “Vean, es el marinero: no subió al barco”. Eso era, él no había subido al barco, un golpe en la cabeza lo había hecho perder el conocimiento, pero ya podía despertarse y huir, correr con todas sus fuerzas y evitar el encarcelamiento. Está vez le ampliarían la condena por intento de fuga. Debía actuar rápido. Notó los pasos del policía y el silbado pitando. Abrió los ojos y dio un tremendo saltó. Se le enredó la camisola en la cabeza, tiró varios golpes y sus puños se estrellaron contra algo muy duro. Oyó el crujido de las piedras bajos sus pies. Notó el aroma salino y las olas estrellándose contra la roca. Se quitó de la cara el peto y con terror descubrió el inmenso mar. No he salido de mi sueño—se dijo golpeándose la cara—. Necesito despertarme con urgencia.

El policía estaba a unos metros. Si me atrapara—pensó—, jamás volvería a navegar, nunca más regresaría al Aurora, no podría viajar hacia el Oriente y no me quedaría atrapado en un pequeño espacio de tierra volcánica y una zanja con agua dulce y moluscos, además no existiría el mentiroso que me engaña en los sueños. Se recostó, se durmió y vio al hombre que fingía roncar, esperó oír los pasos y el silbido del policía, aguantó hasta el último segundo y volvió a saltar como resorte. Crujieron las piedras, golpeó algo duro y se quitó el peto de la cara. Lo que vio lo aterrorizó completamente. 

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