jueves, 5 de octubre de 2017

Sniper

Llevaba años detrás de sus huellas. Lo había encontrado y estaba en un lugar estratégico perfecto para ejecutarlo. Ya lo había tenido dos veces en la mirilla, pero el destino no quiso que lo eliminara. La primera vez, por una llamada de emergencia que detuvo mi dedo. La razón, me dijeron, era que se reuniría con otro gran terrorista en las próximas horas y serviría de anzuelo para pescar piezas gordas. La segunda, se había cruzado una mujer con sus niños y no me dio la oportunidad de disparar. El riesgo era pequeño, pero tenía prohibido actuar en esas condiciones. Me mantuve hasta el último segundo con el índice tenso y listo para reaccionar en cuanto la madre diera un paso, pero no lo hizo y luego, otra vez la orden de arriba.
Esta vez ya no tenía escapatoria, pero estaba mezclado entre una multitud. Había un mitin de trabajadores de una fábrica. Estaba junto a varios hombres con casco y mono rojos. Era un camaleón. Mi respiración se había reducido al mínimo, mi pulso a penas se sentía. Hacía un poco de calor y el viento estaba tibio. Sentí unas cuantas gotas de sudor resbalar por mi frente. Podía permanecer en esa posición una hora si era necesario. Tenía bastante control sobre mi cuerpo y entre la relajación y la meditación mis reflejos eran los de un gato que espera el primer movimiento del ratón para zarparlo.
 “La Hiena”, como le decíamos al terrorista se había acercado a dos hombres más altos y fornidos y estaba seguro de que nadie le seguía, pero su instinto de conservación y experiencia hacían que se encorvara un poco. La gente esperaba la salida de un líder que echaría un rollo sobre las peticiones de los obreros y en cuanto empezaran los griteríos se escurriría como una serpiente. De pronto, salió al estrado callejero un hombre rubicundo con voz muy grave, los aplausos y chiflidos lo acompañaron hasta el micrófono. Me puse atento para no perder a mi presa.
Entró una llamada. «Hazlo, pero tendrás que eliminar a cincuenta más y herir a mucha gente incluidos policías». Traté de adivinar la razón por la que me habían dado esas indicaciones. No tenía derecho a preguntar. Di en el blanco. La bala le atravesó el casco y cayó muerto, luego vacié todo el cargador sobre objetivos seguros. Puse otro, cartucho y otros más. Había una estampida. El gordo estaba debajo del entarimado, los obreros se dispersaron y algunos se tiraron o cayeron. Los policías buscaban mi posición y pidieron refuerzos. Me retiré.
Pensarán que en esas películas cutres todo se hace de una forma muy sencilla, pero en la vida real es mucho más difícil porque si no tienes un plan de escapatoria y un plan alternativo por si falla, estás muerto. Recibí la indicación de dejar el arma y salir lo más pronto posible. Me puse el traje negro que llevaba en la maleta y salí sin prisa. Sólo tuve tiempo de cerrar la puerta porque de inmediato en el pasillo me detuvieron unos policías. Me esposaron y me condujeron al ascensor. Bajamos y unos militares me pusieron una capucha. No sé por dónde salimos ni cómo llegué a un Hummer. Dentro me pidieron que no hablara y diez minutos después tuve un encuentro con miembros del servicio de seguridad. Las instrucciones eran muy claras. No hablar ni levantar sospechas, seguir con mi estilo de vida habitual y esperar más instrucciones.

 Estaba muy tenso y necesitaba sacar la energía negativa que se me había acumulado en el cuerpo y que era lo bastante peligrosa para crearme un estrés para una semana. Cogí mi chándal y mis zapatillas deportivas, me puse los cascos para adentrarme en las películas de Rocky y comencé a trotar. Una hora más tarde llegué a mi piso, me duché y me recosté un rato. Las dudas comenzaron a saltar como palomitas de maíz. Me levanté y puse la televisión. Estaban las noticias. El presentador del programa informativo declaró que habían cogido a un hombre en una habitación de hotel con un arsenal. Se había suicidado y nadie sabía los motivos que tendría para actuar así. Era la primera vez que lo veía. No reconocí en él a ningún delincuente. Me imaginé que sería un sicópata que la policía quería eliminar y habían aprovechado la situación para matar dos pájaros de un tiro. Lamenté, como siempre, haberme enrolado en ese grupo de francotiradores, pero ya no podía arrepentirme.

2 comentarios:

  1. Por favor, puedes poner el nombre del autor de la pintura?,soy el autor y mi nombre es Ernest Descals,gracias y saludos.

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  2. Hola, Ernest, te pido mil disculpas por no haber puesto las referencias de la ilustración. Me encanta tu trabajo y me gustaría ver más obras tuyas. Muchas felicidades y suerte. Saludos

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