jueves, 24 de agosto de 2017

Cross dressing asesino

Siempre había pensado que esa escena que ponen en el cine, cuando un protagonista está muriéndose y ve pasar frente a él los sucesos más importantes de su vida, era una agradable invención para consolarnos antes de marcharnos de esta existencia; pero ahora que estoy a punto de partir, puedo ver con claridad los acontecimientos que me marcaron el camino. Lo malo es que están desordenados y no podría explicar por qué han surgido así. Está Angelina que se presentó vestida a la Dietrich en una fiesta, ha aparecido en el momento en que estamos en la terraza mirándonos cogidas de la mano. Luego la persiguen unos jóvenes, violentos y lacras perdidas, como a Hilary Swank en la película Boys don´t cry. En una toma o pasaje juro matar a mi padrastro en la primera oportunidad. Ernest está parado frente a mí, me grita, dice que, si mi madre hubiera tenido un hijo, otra cosa habría sido, pero con una niña endeble y fea como yo, no tenía más remedio que humillarme, triturarme con su peso y rebajarme a la condición de perra. Aparece, también, un paisaje marino, iluminado por el tibio sol, mi abuela me lleva de la mano por la playa, me cuenta historias fantásticas y sueño con llegar a ser una bonita princesa. Ella lleva un bañador muy ajustado y se ve la deformidad de su cuerpo, pero su cara dice que es feliz. Hay muchas cosas más, que podría describirles, pero el tiempo se termina y lo que he visto en una fracción de segundo, se llevaría más de una hora en ser contado. En fin, espero que, del otro lado, es decir, en el más allá, exista la oportunidad de seguir mirando mis recuerdos y alguien converse conmigo o me escuche.

Miranda Rose fue una chica común y corriente en la infancia. No había motivos para que yo apareciese en su vida, pero al quedarse huérfana de padre, me presenté una noche después de una serie de circunstancias desfavorables que la obligaron a acogerme en contra de su voluntad. El chulo de su madre la golpeaba, abusaba de ella y le reprochaba no ser varón. La mortificaba llamándola Mario el debilucho, niñito tonto y otras cosas por el estilo. Su madre era demasiado sumisa y no la defendía, además se le entregaba a él por unas cuantas caricias o por miedo a las golpizas. Ernest, que era un vividor holgazán, tenía un concepto demasiado exaltado de sí mismo, sin embargo, su virilidad dejaba mucho que desear. Le surgió a la niña Miranda un sentimiento de rechazó hacía los hombres y la primera experiencia, en la que su cuerpo obtuvo placer sexual, fue lésbica. Así, de una manera tan simple y absurda, la pequeña Rose quedó encerrada en su laberinto de confundidas emociones. En mí sólo encontró a su acompañante más obsesiva y aterradora. En nuestra relación estaban presentes su pasión por las mujeres vestidas de hombre y la venganza contra Marito, que no era ella, sino la representación ridícula de su padrastro destruyéndola.

No deseaba que las cosas terminaran así, pero ni la fama ni la buena situación económica de la que gocé me trajeron la cura que necesitaba. Creo que más bien fue al revés, pues de haber seguido soportando la pobreza en el total anonimato, habría llegado a suicidarme y no le habría causado daño a nadie. Tal vez, sí habría matado a Ernest, pero por fortuna para él y desgracia para mí la cirrosis se lo llevó primero. A mí también me llegó la muerte de manos de la justicia y he recibido mi merecido. En realidad, estaba dispuesta a entregarme, pero la lucha interna que mantuve toda mi vida me obligó a retardar la confesión. Me hubiera gustado ser condenada a una cadena perpetua o ser victimada en una silla eléctrica, pero el destino lo acomodó de otra manera. He de decir que los actos criminales que cometí fueron realizados por mi trauma, por una mezcla de ceguera, odio, rencor y excitación que no pude controlar. Mis actos a menudo fueron pasionales en extremo, sin esperanza, vacíos y superficiales. Es verdad que mi estrategia era infalible, pero no la urdí yo, más bien fue la amalgama que se formó con las experiencias que viví y se convirtió en un monstruo independiente y cruel al que empecé temer tanto como a mis traumas. Los polizontes me han sorprendido, en una situación habitual: realizando una sesión de fotografía con una aspirante a foto modelo, ha tenido suerte la pobre porque no terminó como las demás. Siempre lo hacía de la misma forma. Las chicas que deseaban saltar a la fama y, que eran completamente desconocidas, me llamaban para impulsarse con mi reputación que creían le había servido de trampolín a muchas modelos famosas. Las citaba para ir a mi estudio en mi casa de campo, a unos cuantos kilómetros de la ciudad y actuaba con la mayor tranquilidad porque me cercioraba de que no me viera nadie y ellas desconocieran el lugar exacto al que iban. Siempre las recogía cerca de una estación de tren. Me vestía con modestia y ocultaba mi cara con un pañuelo y gafas de sol. Aparcaba mi coche en un camino de terracería a unos metros del ferrocarril, luego, en el proceso de trabajo, mientras ellas se transformaban con los trajes de casimir en hombres afeminados o chicas masculinizadas, dentro de mí se iban deslizando con lentitud las secuelas de mi pasado para formar al monstruo. El deseo enfermo, ataviado con la toga de la provocación, era mucho más fuerte que mi voluntad, por eso me dejaba llevar por los ásperos quejidos del carboncillo arañando el lienzo, luego el olor del aguarrás mezclándose con el licor y el perfume de rosas, por último, la suavidad del óleo era acariciada por un enorme pincel, las espátulas se deslizaban con sutileza y mis dedos sentían la humedad de la vulva de la jugosa pintura de nuestros cuerpos. Luego el pecaminoso lumen anaranjado con olor de cítrico podrido y el ardor intenso me incitaba a morderlas. Me transformaba, perdía la orientación y las dimensiones se alteraban, se hacían cóncavas y convexas, frontales e invertidas. Caía en un ensueño de placer incomparable, pero al volver veía las consecuencias de mi viaje y lamentaba el alto precio que tenía que pagar por fugarme de la realidad.

Cuando la carga de Mario, su hermanastro fantasma, se hizo insoportable y la ausencia de Angelina enfermaron su espíritu aparecí para seguirle los pasos. Mi naturaleza está ideada para martirizar con mi presencia. Tengo un ciclo de vida muy habitual porque nazco, me desarrollo y crezco hasta arrinconar a mis víctimas, a veces las conduzco al suicidio, pero si se consulta a tiempo a un especialista, es sencillo librarse de mí. En el caso de Miranda habría sido muy sencillo porque había llegado a la pubertad, odiaba en los hombres la imagen de Ernest y sentía debilidad por las chicas. Un experto le habría abierto los ojos diciéndole cuál era la naturaleza de su cuerpo y la forma de curar su espíritu a través del autoconocimiento y el desarrollo intelectual y físico. Por desgracia esa persona no estaba y crecí muy rápido. El método que uso es a través de la intimidación y la duda. Es suficiente encontrar un pequeño motivo para que salte como un resorte. Al principio sentí retraso en mi desarrollo y llegué a sospechar que ella se curaría, pero después mi crecimiento fue pleno porque, como decía antes, se reunieron los elementos adecuados para alimentarme. Las agresiones sexuales por parte de Ernest dieron como resultado la aversión hacia el género masculino, luego la decepción amorosa lésbica sembró la semilla del odio y Miranda quedó condenada a buscar su propio camino hacia la libración de su lívido. La mente es un mecanismo muy difícil de comprender para la gente. Hay demasiados laberintos y una idea o temor pueden encaminarse por tantos rumbos que determinar a priori por donde seguirán, es imposible. En el caso de Rose el frustrado deseo sexual ocasionó que odiara la imagen del hombre tratando de destruirla y añorara amar a las mujeres, pero la duda y el miedo al fracaso la mortificaban. Poco a poco, ella fue creando un mecanismo de defensa. Su naturaleza salvaje desarrolló una forma de venganza.  Ella lo ocultó pensando que sus desbordamientos eran una forma de arte, pero en realidad eran destrucción.

Ahora que estoy libre de toda atadura terrenal y mi condición pluridimensional me lo permite, iré aclarando las cosas que afirma o cuenta una parte oscura de mi inconsciente. He oído su voz al final de ese corredor oscuro que tengo enfrente. Me parece oírla, es Glimmer, la luz trémula con forma de bruja que me ha martirizado tantos años. Es ridículo pensar que los sentimientos tan absurdos que me provocó me orillaran a cometer barbaridades. Lo entiendo ahora, pero en mi condición anterior ni siquiera lo suponía. Fui una imbécil al dejar que se formara un círculo frustrante en mi mente. Ella no sabe nada de lo que ocurría fuera, en la vida real. Si percibía algo era gracias a mis sentidos, pero se le escapaban muchos detalles, cosas que para mí estaban claras, pero a ella le parecían borrosas. Se convirtió en una desagradable vecina fisgona. Era como una mujer mirándome desde su ventana en un edificio aledaño. No había momentos en que me sintiera librada de sus penetrantes ojos. Podía estar ausente, pero el simple hecho de saber que me vigilaba hacía surgir de nuevo su cara y era suficiente para meterme de nuevo en mi jaula. Dice que Ernest se burlaba de mí y que me trataba como a un niño tonto, es verdad, pero no ha dicho que era un hombre guapo que sabía explotar su apariencia. Se perfumaba y hacía gala de su narcisismo. Gracias a mi madre podía vivir a cuerpo de rey. Comía bien, se compraba buena ropa y fumaba habanos, bebía ron caro. Se había encargado de tener a sus vasallos controlados. Sabía que cualquier mujer estaría dispuesta a cumplir sus caprichos y por eso abusaba de nosotras. A mí me aprisionó verbalmente y cuando tuvo la oportunidad me rompió por dentro con su risa burlona. Mi madre le mendigaba los favores y el accedía, a veces.  Se esmeraba para desquebrajar por completo el corazón de mi madre, se lo desprendía en gajos y la despreciaba. Julie, como la llamaba, supo que Ernest se acostaba con otras mujeres, pero se aferró a tenerlo en casa. El gusto le duró unos años y finalmente el zángano se marchó. El muy imbécil provocó que Julie cayera en un foso profundo, la depresión se convirtió en la cera que le impedía salir de su panal de torturas. La hospitalizaron después de su intento de suicidio y salió sólo para ocupar un cuarto en el psiquiátrico. No la volví a ver. A Ernest tampoco porque me fui a otra ciudad. Tiempo después me enteré de que un marido influyente y celoso había encontrado a su mujer en brazos del narcisista y los había matado disparándoles a bocajarro. Fue como en esos ridículos filmes de Hollywood.

Espero que pronto Miranda note mi presencia y venga a aclarar las dudas que todavía deben de quedarle. Por fortuna, aquí hay tiempo de sobra para ella, sin embargo, el mío está contado y todo depende de las condiciones que mantengan la red de conexiones neurológicas en condiciones adecuadas para mantener el pensamiento. La sangre no fluye y si se coagula, pronto perderemos la comunicación. A ella el último instante vida le ha parecido muy largo por sus visiones y eso ahora me pasa a mí. En fin, sólo quiero aclarar que noté las relaciones que había entre su cuerpo y los sentimientos. Me usaba como un estupefaciente al que le tuviera miedo, pero necesitara para realizar sus obras más crueles. Terminó aprovechando la segregación de adrenalina para excitarse. Llamaba a sus amigas o clientas, les pedía que se vistieran de hombre y comenzaran a posar frente a ella mientras las pintaba o fotografiaba. Durante sus sesiones hablaba de las famosas que había usado el atuendo masculino para escapar de la represión machista de la sociedad y habían destacado implantando nuevas modas. Por eso salían en sus conversaciones las figuras de la Dietrich, la J Andrews, María Félix y otras famosas de la historia que había querido llevar los pantalones puestos en su casa. De pronto, comenzaba el contacto de sus labios, la esperanza de obtener el placer deseado, después del derramamiento de su vientre, llegaba ese sabor acre y amargo de Mario que le encendía la furia, entonces perdía el control y actuaba de forma muy cruel. Cuando volvía en sí, descubría cadáveres junto a ella, pero se engañaba diciéndose, todavía en su deliro, que eran Mario y Ernest muertos. Los metía en la chimenea y los quemaba. Salía a dar una vuelta por el bosque y esperaba que el horno consumiera a sus víctimas. Había pocas casas cerca y no todas estaban habitadas. Oía el canto de los pájaros, sentía la respiración de los árboles y bailaba junto con las ramas de los altos eucaliptos. Volvía para meter las cenizas en un costal y las echaba cerca del lago. Los patos la veían con rencor porque notaban el enorme bulto y pensaban que era pan, pero al sentir las cenizas que los cubrían, salían despavoridos.

Veo algo ahí. Es ella, Glimmer, tiene forma de mujer y se asemeja un poco a mí. Seguro es porque ha adoptado la única forma que conoce del mundo del que vengo. Me saluda y me pregunta si sé quién es. Con la cabeza asiento y le digo que esperaba encontrarla aquí para aclarar algunas cosas. Me responde que no le queda mucho tiempo, que el calor y la humedad están descomponiendo mi cuerpo, que el cerebro dura más que otros órganos y que los disparos estropearon mis pulmones y el estómago. Se disculpa, dice que fue producto de mis temores, de mi imposibilidad racional de superar acertijos sencillos de la vida emocional. Ahora no me parece tan desagradable como antes, incluso me da pena. Empieza borrase y mi luminosidad la empieza a intimidar, parece que la luz de este sitio es infinita. Empiezo a sentir como me expando y me alejo. No sé hacia dónde voy, pero estoy segura de que hay un equilibrio matemático. Todo está previsto y sigue el proceso eterno de lo que siempre fue, ha sido y será. No hay tiempo ni dimensiones ni principio ni fin. Se siente la armonía divina, uno es el todo y de lo más insignificante se forma lo colosal. Soy parte del ciclo y empiezo a integrarme.


Se nubla todo, el esfuerzo para continuar aquí me está pulverizando. Empieza a faltarme todo. Con los segundos se van borrando los dolores que sufrió Mariana, las moléculas se dividen y caen los puentes enormes donde un día hubo un reino, las ruinas están llenas de moho, los lagos se han llenado de larvas e insectos, el gris comienza a predominar y surge un desagradable aroma de canalización. El tufo putrefacto es como una nube de humo. Se hace de noche y reina el silencio y el vacío. Es el fin.  

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