sábado, 13 de junio de 2015

Micá - El receso de Dios (Cuento apócrifo)


Muchos años después de la muerte de Sansón, cuando nadie gobernaba Israel y los malos espíritus andaban sueltos estropeando a los hombres hostigándolos para traicionar a sus hermanos, Micá bajó de la montaña de Efraín para ver a su madre y hacerle una confesión. Cuando llegó a la ciudad vio que su madre estaba en el porche de su casa, miraba unas flores y permanecía quieta como una estatua. El tiempo había cambiado su esbelta y larga figura por una especie de churro arrugado y retorcido, su aspecto estaba muy lejos de aquellos días en que hasta el mismo juez de los hijos de Abraham la había pretendido. De aquella unión quedó el dulce recuerdo de la inundación de la casa por el torrente pasional y un hijo que sacó la fortaleza del padre y la belleza de su madre.

-¿Estás bien, madre?

La mujer con dificultad se volvió y miró a través de sus nubosos ojos a su primogénito.

-Ah, eres tú, mi querido Micá, ¿Hace cuánto tiempo que no venías por aquí?

-Hace demasiado, madre, pero finalmente me he decidido a venir para hacerte una confesión.

-Dime, hijo mío, ¿Qué es lo que tanto te has callado durante todos estos años?

-Madre, ¿Te acuerdas de los doce kilos y medio de plata que desaparecieron de tu habitación?

-Sí, hijo, cómo no me voy a acordar, si lo pasé fatal por aquel tiempo.
-Madre, fui yo quien los cogió, quiero que me perdones, por favor. He venido a devolvértelos.

-No te preocupes, hijo mío, te adoro y como eres el fruto de mi amor por tu padre, sé, ahora que lo has confesado, que harás el bien. Te diré lo que vamos a hacer. Primero, llevaré dos kilos de plata al herrero y le pediré que me haga un efod en terafim para que el curso de nuestro destino cambie. Desde la muerte de tu padre nadie ha dirigido al pueblo y por la influencia del mal los hermanos de Israel pronto entrarán en guerra.

-¿Cómo lo sabes, madre?

-Hijo, nunca me lo preguntaste pero te lo confieso ahora, desde que se murió tu padre aplastado por las columnas del templo escucho su voz. Él me ha aconsejado hacer lo que te he dicho, así que traeré el efod y se lo darás a tus hijos para que se pongan la mitra con láminas de oro, las piedras de ónice, el pectoral del juicio y el manto azul, así como la túnica blanca. De esa forma volveremos a tener sacerdotes que dirijan a la gente.
Salieron a la calle y mientras recorrían las calles Micá le preguntó a su madre quiénes eran los seres extraños que merodeaban por todos lados.

-Son los ángeles de Dios y también andan por aquí las vírgenes y los arcángeles, según dicen, el creador está de vacaciones y en su ausencia sus emisarios están custodiándonos para que no vayan a pasar cosas malas. Cada vez que está a punto de surgir un conflicto se aparece cualquiera de ellos e intercede para que la discusión termine en paz. Si les ves el rostro notarás que están muy agobiados por el trabajo porque la maldad no para de provocar a las personas para actuar en contra de sus semejantes. Si quieres nos acercamos un poco para que escuches su conversación.
Se fueron caminando disimuladamente y llegaron a un puesto de especias donde un mercader dormitaba apoyando la cabeza en la pared.

-Oye, Gabriel, ¿Tú sabes cuándo volveremos al cielo?

-No, querido Uriel, no me han dado ninguna noticia y los informes que recibimos nos llegan con un poco de retraso, así que ni te ilusiones porque esto va para largo.

-Por cierto, Gabriel, que el otro día oí que los seres malos están fraguando un plan para separar a los hijos de Israel. Según me decían unos ángeles, el plan es confrontar a los pueblos con una ofensa a un levita.

-Pero si no hemos visto ningún sacerdote. ¿Cómo podrían ofender a un emisario del Señor?

-Pues, no lo sé pero es lo que se rumorea por todos lados. El Señor no tiene para cuando regresar y la responsabilidad del orden ha recaído sobre nosotros. ¿Qué vamos a hacer si fallamos?

-¡Ni lo mande Dios! Nos echarían del cielo y tendríamos que quedarnos aquí para siempre. La verdad aquí no se está tan mal, pero ya lo dice el refrán, “Cuando de casa estamos lejanos, más la recordamos”.

-Vamos a tener que andar con pies de plomo y vigilar a todos los demonios que nos encontremos.

-Sí, hay que estar con los cinco sentidos.

Micá se dirigió a su madre comentándole lo que había escuchado, la anciana no dijo nada hasta que estuvo alejada de los arcángeles.

-¿No te lo decía yo? ¿Ves como si es verdad todo eso de los rumores?

-Madre, pues no me imagino cómo irá a surgir el conflicto, pero me parece que esa decisión que has tomado es la más certera. Si hago que mis hijos sean los levitas de Israel, bien podremos controlar la situación hasta que esos ángeles reciban la noticia de que Dios ha vuelto.

-Sí, hijo mío. Mira, creo que ya vamos a llegar a la casa del herrero.

-¿Cómo lo has sabido madre?

-Es que me he venido todo el tiempo contando los pasos. A ver, ¿Ves alguna puerta de madera vieja semi rota y a punto de caerse?

-Sí madre, precisamente estamos enfrente de ella.

-Pues, vayamos a pedirle a Uziel que nos haga el mejor efod que pueda para que nos ayude Dios.

En cuanto el herrero Uziel terminó de hacer el encargo, Micá se despidió de su madre y se fue a su casa para hablar con su familia. Eran las ocho de la noche cuando entró Micá y solicitó la presencia de sus hijos. Les contó el encuentro que había tenido con la abuela y la situación tan delicada en la que se encontraba su pueblo. Cenaron juntos y Micá les ordenó a sus dos hijos mayores que al día siguiente se pusieran el atuendo de sacerdotes y que montaran un altar para venerar a Jehová. Les dio las instrucciones de cómo hacer la ceremonia y les hizo repetir tres veces los procedimientos especificados en el libro Levítico sobre la forma del sacrificio del cordero, los panes ácimos y otras particularidades.

A la mañana siguiente en un montículo se instaló un altar, se llevó el holocausto sacrificado, se pusieron las salsas y se prendió fuego a la hoguera para que saliera el olor a carne asada y llamara la atención del Señor. La familia permaneció a la espera de alguna respuesta, pero no sucedió nada. Entonces, Micá recordó las palabras de Uriel cuando le decía a Miguel que dios estaba de vacaciones. No quiso delatarse y cuando sus hijos le preguntaron la causa del silencio, él les dijo que tendrían que esperar a que llegara la señal. Como nadie sabía qué tipo de señal estaban esperando se pusieron a hacer sus labores diarias. Micá estaba muy nervioso y tenía el presentimiento de que el control de la situación se le estaba yendo de las manos. Sus hijas que lo veían tan abstraído le preguntaban si se sentía bien, a lo que él respondía que no había dormido lo suficiente y que se sentía un poco mal.

La hija menor llegó con una noticia que sacó por completo de su inercia a Micá. –He visto un levita que viene hacia aquí,-¿Cómo dices, Belén? !!Eso es imposible!!No hay un solo...-No terminó de decir su frase porque una voz del exterior lo interrumpió.

-Disculpe, podría alguien indicarme cómo ir hacia Dan, por favor.

-Eh, buen hombre, por supuesto que se lo diré pero antes, ¿no le gustaría refrescarse y beber un poco de leche recién ordeñada? Además, podríamos invitarle a comer con nosotros.

El hombre no se pudo negar a la hospitalidad de su anfitrión y aceptó con gusto. Al día siguiente, cuando el levita se disponía a ponerse en marcha, Micá le comentó que había mandado hacer un efod para oficiar la palabra de Dios y que sus hijos eran inexpertos y no sabían cómo hacerlo. Le propuso que se quedara y a cambio le daría cien gramos de plata anuales por su servicio, además se comprometía a darle techo y alimento, incluso mujer si alguna de sus hijas fuera de su agrado. El levita se negó y se marchó no sin antes agradecer las amabilidades con que había sido tratado.

Micá se quedó muy nervioso porque le parecía que el inocente y cándido levita caería presa de la maldad en algún lugar de Moab, Efraín o cualquier otra tierra. Apareció ante él el bello rosto del sacerdote con su semblante de sabiduría y armonía interior y lamentó mucho haberlo dejado partir. Sentía una gran opresión en el pecho y tenía una sensación hueca en el estómago.

A unos cuantos kilómetros de la casa de Micá, Filemón el levita se encontró a cinco hombres muy bien presentados con aspecto de mercaderes ricos pero con un olor muy extraño. Se le acercaron de pronto, el más respetado por el grupo iba muy elegante, sus sandalias eran nuevas y se le veían los pies limpios, lo que indicaba que no andaba mucho a pie, además era corpulento, llevaba el pelo pegado al cráneo gracias a una sustancia aromática muy penetrante que sólo causaba desagrado por un pequeño picor azufroso  que provocaba rechazo y aversión. Tenía muchos adornos de oro y su aspecto era el de un influyente comerciante, lo acompañaban cuatro hombres más.

-Amable, hombre, ¿tendría la gentileza de decirnos hacia donde va? ¿Sabe? 
podríamos acompañarlo si lo desea. Por este rumbo hay demasiados delincuentes y podrían hacerle pasar un mal rato. Si lo desea podemos proporcionarle nuestra compañía, así gozaría de una buena protección. -El levita los saludo con cordialidad.- ¿Cómo se llama usted y de dónde viene, amigo?-preguntó el jefe del grupo,- Me llamo Filemón y soy de Belén de Judá pero voy hacía la tierra de Dan. Le agradezco mucho que me ofrezca su ayuda, estimado señor, pero prefiero hacer la marcha solo, bien dice el refrán que más vale solo que...Luego, agregó, como ve, soy un misionero del creador por eso es imposible que me pueda pasar algo malo, tengo la protección del cielo. Te entendemos perfectamente,-contestó con voz áspera el hombre,-  pero por si las dudas te vamos a escoltar hasta el próximo poblado y de allí te dirigirás a Dan.

El levita no pudo negarse ya que las miradas y las insinuaciones que le hacía el grupo de vándalos no le dejó otra salida, más que la de aceptar lo que se le imponía a la fuerza. Así fue como se pusieron en marcha en dirección de Gitaín, una pequeña población que se encontraba en la frontera de Efraín y Dan. Por el camino Merarí, el jefe, trepidando al trote de su asno le dijo a Filemón que pronto caería la noche y que tendrían que pernoctar al resguardo de los montes. Zair y Mardoqueo dos hombrecillos pequeños con cara de pícaros y mirada de halcón afirmaron las palabras de su superior con movimientos de cabeza, Zila, un hombre corpulento que iba a pie y daba zancadas más largas que una jirafa dijo, con su voz ensombrecida, que a unos metros se encontraba un montecito a las faldas del cual podrían dormir sin riesgo de ser asaltados o sorprendidos por algún animal. 
Ozni, el más inteligente de todos, escogió un lugar y ordenó que se levantara una pequeña tienda para que Merarí pudiera descansar. Cuando el sol desapareció en el horizonte, la tienda de campaña ya estaba puesta, los seis hombres cenaron té con frutos secos y panes. Se enredaron en una conversación teológica y Merari, les impuso silencio para que se fueran a dormir. A la mañana siguiente recogieron la tienda y emprendieron la marcha.

 Filemón había dormido muy mal porque sus compañeros de viaje se habían levantado durante toda la noche, uno para orinar, otro para defecar, uno más después de los fuertes ronquidos de su compañero gemelo y, el último, el más grande de todos para conversar un poco porque no conciliaba el sueño. Al levita le costaba bastante trabajo mantenerse al ritmo del trote de los borricos, así que Merarí decidió alentar la marcha.

-Respetable Filemón, ¿no te encuentras bien?¿Quieres que conversemos para hacer el trayecto menos pesado?¿O quieres que Ozni te deje su asno?-preguntó sin mucho afán de complacer a levita el jefe de la caravana,- No, no te molestes, estoy bien, he tenido una mala noche pero ya se me va pasando, ya sabes que a dios rogando y con el mazo dando.- Mencionas mucho a tu dios, Filemón, eso está muy bien pero déjame contarte una historia,- seguidamente tosió para aclarar la voz y comenzó a hablar.

- Había una vez un gran señor que tenía un jardín muy grande y hermoso. Contaba con una cantidad de plantas enorme y, el mismo dueño, cuidaba personalmente y con celo sus árboles más queridos, éstos eran el de la vida eterna, el del conocimiento y el del bien y el mal. Si algún ser de los que habitaban en el jardín se atrevía a acercarse a esos frondosos árboles, era expulsado fuera del territorio para vagar en las inmensidades desiertas del universo. Un día del que hubo una tormenta muy fuerte, un fruto del árbol del conocimiento cayó y rodó hasta los pies de un ser que se encontraba podando unas flores. Al ver el hermoso fruto de color amarillo y rojo con unas grandes hojas aterciopeladas, quiso probarlo pero en el momento en que se lo llevaba a la boca escuchó la voz de su jefe que le preguntaba de dónde había sacado ese fruto. El jardinero le contestó que solo había llegado a sus pies después de la tormenta. El dueño se lo arrebató de las manos y se lo llevó. Después mandó construir unos cercos para que no volviera a ocurrir ningún incidente del mismo tipo. 
Por desgracia, durante otra fuerte tempestad un fruto salió volando y volvió a llegar a los pies del floricultor, sin embargo, al caer se hizo añicos y la tierra lo absorbió. El dueño del jardín apareció y el cultivador temiendo que se repitiera el sermón de la vez anterior  guardó una hoja del fruto en un pequeño bolso, más tarde lo sacó y se lo metió a la boca. Tuvo una extraña sensación porque el sabor era muy agradable y conforme lo iba sintiendo las cosas cambiaban de aspecto en el jardín. Agobiado por los cambios que sufría, se dirigió al dueño para preguntarle qué le sucedía. –Has probado el fruto,- preguntó enfadado el dueño,-No, no-, le contestó el jardinero.- El dueño no le creyó y le preguntó si había mascado las hojas, -Sí,- contestó el hombre,- lo he hecho.- Pues ahora tendrás que abandonar este jardín y marcharte al mar. El pobre trabajador que había estado miles de años al servicio de su amo se vio desamparado y solo.En ese momento Ozni se acercó a Merari y le dijo que pararían para comer un poco. Zair subió al monte más cercano y volvió con un pequeño cordero que preparó después bañado con una salsa demasiado picante. Cuando hubieron terminado de comer, Merari prosiguió con su historia.

-Cuando el desempleado florista llegó al mar encontró muchísimos seres que procedían del jardín divino y habían cometido alguna infracción. Se alimentaban de caracoles, cangrejos, peces y algas marinas, tenían la piel muy curtida por vivir a la intemperie y la mayoría eran muy malos o crueles. Con el tiempo el jardinero no solo se les asemejó y se convirtió en el jefe, sino que llevó a esos seres a levantarse contra el dueño del jardín exigiendo que se les otorgara un pequeño terreno en el huerto divino, pero no obtuvieron más que la ira del poseedor.

Un día llegó una hermosa mujer pelirroja que decía que había sido echada de los terrenos del dueño por protestar contra su marido, primogénito del gran señor. La mujer era tan encantadora y fértil que todos los hombres quisieron acostarse con ella. A la divina mujer, le encantó el trato de los hombres del mar y tuvo cientos de hijos pero el gran terrateniente de los jardines dijo que no quería tener herederos bastardos y mandó matar a todos los hijos de su nuera. Desde entonces los habitantes del mar han tenido rencor contra el dueño del oasis perdido y están en guerra por conseguir un pequeño trozo de lo que les fue quitado.

-¿Para qué me has contado esta extraña historia, señor Merarí? ¿Es que acaso quieres ponerme sobre aviso previniéndome de que tenga cuidado con los hombres de Dan, los cuales podrían tener algún resentimiento al Dios nuestro creador a quien represento, y podrían hacerme daño por pregonar su palabra?

-Debo reconocer que eres muy sagaz, querido levita, pero aparte de lo que has dicho, te he dado una pista para que pienses en las consecuencias de tocar a una mujer que no te corresponde y vivir en la tierra que no es la tuya. Te propongo que te quedes con nosotros en el territorio de Dan.

El levita llegó hasta el poblado de Gitaim y se despidió de sus acompañantes prometiéndoles visitarlos en cuanto llegara a la ciudad de Dan. Por desgracia, los acontecimientos obligaron al levita a volver sobre sus pasos porque lo que encontró en Gitaim lo alarmó de sobremanera. En las calles se paseaban unos seres sucios, crueles y mal hablados que repartían panes, frutas y dulces para que los ciudadanos se unieran en protesta contra Dios, que se encontraba ausente, y no volvería en mucho tiempo, según lo decían las brujas, chamanes, hechiceros y conjuradores de todo tipo.
Un hombre sucio y con olor a excremento y ajo se acercó a Filemón.

-¿Tú eres sacerdote de Dios, no?

-Sí, ¿Cómo lo has adivinado?

-Por tu cara, eres demasiado inocente y tus movimientos te delatan.

-Bueno, dime, ¿en qué te puedo servir?

-Únete a nosotros. Dentro de poco organizaremos la guerra. Vamos a conquistar las tierras de Benjamín, las de Efraín, las de Judá, después seguiremos al Norte para apoderarnos de Manasés, Izacar, Zabulón y, por último Neftali y Aser. Contamos con un gran ejército, armamento nuevo y el comando de guerra que hemos contratado en Sorá y Estaol, a esta hora los cinco guerreros deben estarse reuniendo con el alto mando y empezará la campaña bélica.

-Pero ¿es que estáis locos? No podéis hacer esto, Dios vendrá y os hará papilla. No veis que estáis rodeados de ángeles por todos lados.

Era cierto, unos hombres vestidos de blanco pregonaban la palabra del creador y persuadían a la gente de atacar a las otras tribus de Israel. Les explicaban el significado de los designios divinos. Pocos hacían caso y el esfuerzo que hacían los túnicas blancas era exorbitado.

-No, amigo levita, no servirá de nada. La gente quiere poder de adquisición, seguridad económica, placeres tales como follar con quien quieran y darse lujos, hartarse de comida, descansar y vivir a su gusto. Basta de sumisión. El momento ha llegado. Es la hora de tomarnos la justicia por nuestra propia mano.

Filemón pasó la noche en un pesebre que le ofrecieron por unas monedas de plata y a la mañana siguiente emprendió el regreso a la montaña de Efraín. Por el camino, le dio gracias a Dios de haberlo hecho recapacitar y agradeció que se le hubiera dado la oportunidad de vivir con Micá en la montaña de Efraín, oficiando las misas durante cinco años. Para ese entonces las protestas de los danitas habían llegado hasta la tierra de Benjamín y los cinco guerreros de Sorá y Estaol habían envenado la mente de los pobladores de esa tierra.

Un día Merari subió a la montaña de Efraín, junto con sus cuatro subordinados, y descubrió la presencia de Filemón cuando oficiaba una misa en el templo levantado a un lado de la casa de Micá.

-¿Qué haces aquí, Filemón? Te hemos buscado durante muchos años. Nos habías prometido unirte con nosotros en la tierra de Dan y luego te esfumaste. ¡Qué bien que te hemos encontrado de nuevo!
Los hombres ataron al levita y se lo llevaron consigo. Micá comenzó a gritarles pero el grandulón Zila y Merari se volvieron para amenazar al viejo Micá. No hubo más remedio que morderse la lengua y mirar cómo se quedaba la población sin sacerdote. ¿Qué será de nosotros Dios mío?- Se preguntaba Micá al ver alejarse al grupo de bandidos.  El quinteto de criminales condujo a Filemón a un palacio que había en Jopé en la costa del mar. Cuando ya nadie ponía mucha atención en los paseos de Filemón, éste se dio a la fuga y logró llegar después de muchos esfuerzos a Belén de Judá. Se ocultó en la casa de un viejo que tenía una hija muy hermosa.

-Quédate a vivir con nosotros,- le dijo el viejo,- soy muy débil para seguir soportando las hordas de salvajes que vienen de Dan, contigo mi hija tendría protección, además por ser levita y tener un aspecto tan puro Dios será pródigo con vosotros enviándoos muchos hijos. Filemón vio a la hermosa hija del hombre y se enamoró perdidamente de ella.

-Eres tan hermosa como una diosa, tus carnes son tan pródigas que harían renacer a cualquier muerto. En ti está unida la fuerza de la seducción fatal y la ternura. Cásate conmigo y nos iremos a la montaña de Efraín. Viviremos felices. Por lo que más quieras, Noemí, no me desprecies.
La joven aceptó y en presencia del viejo Obied, Filemón dio juramento de amor eterno a su hija. El anciano les dio la bendición y se retiraron a consumar el rito marital. Tardaron tres días sin salir de la habitación en que estaban, el viejo por su discapacidad auditiva no oía los gritos jadeantes que surgían del cuarto. Los vecinos comenzaron a protestar, pero Obied, que tenía bastante dinero y tierras, los hizo callar argumentando que los nuevos esposos no molestaban a nadie. Al cuarto día hubo un silencio total y Filemón salió solo para conseguir comida y llevársela a su mujer. Noemí estaba preciosa, el amor le había dado el último toque de fecundidad y su aura era como una fuerza magnética que elevaba el órgano más sensible de Filemón.
-tenemos que irnos, amada mía. Esta tierra está llena de salvajes y un día me matarán para poseerte.

Noemi que era muy sensata y ya había sufrido el constante acoso de los hombres estuvo de acuerdo en irse con su marido. Planearon salir por la noche, Noemí se puso ropa de hombre y se recortó las pestañas para que la belleza de su mirada no excitara a los hombres, además se recortó el pelo quedando casi a rodilla, se untó de hollín la cara para darle un aspecto sucio, sin embargo su belleza se transformó y Noemí terminó con el aspecto de una tigresa.

Para que nadie los viera, se fueron caminando por las brechas menos concurridas, dormían a la sombra de los árboles durante el día y andaban más de nueve horas por la noche. Así llegaron hasta la ciudad de Betel y trataron de permanecer allí unos días. Estuvieron en la fuente a la espera de cobijo por parte de algún alma noble que se compadeciera de ellos, entonces apareció un viejo que reconoció a Filemón porque lo había tenido en su casa como sacerdote. El hombre no quiso revelar su verdadero nombre y dijo que era Eleazar y que componía yuntas. La pareja se fue a vivir con él y estuvieron una semana. La casa se llenó de gritos de pasión y la pareja se paseaba completamente desnuda por la pequeña vivienda, era tanto el amor y pasión que los embriagaba que no pensaron en continuar su camino.

Un día Merari llegó a recoger unos productos a Betel. Al pasar por una pequeña calle descubrió la figura de Micá y lo siguió, sus inseparables compañeros le preguntaron hacia dónde se dirigía, él les impuso silencio y siguió al viejo. Cuando llegaron a la casucha escucharon gemidos de placer tan contagiosos y excitantes que sintieron curiosidad por lo que ahí sucedía.
-Eh, viejo, ¿A quiénes tienes ahí escondidos?-Preguntó Merari que ya había desmontado su borrico y avanzaba puñal en mano.

-Es un levita que no le hace daño a nadie, señor.

Merari entró junto con sus compañeros y descubrió la pulpa carnosa y suculenta del cuerpo de Noemí.

-¡Qué barbaridad!-gritó Merari que ya estaba sudando y no podía contener la erección de su cuerpo.- ¿Quiénes son?

-Son el levita y su esposa- dijo Micá suplicante temiendo que la furia del malvado Merari se desbordara,-no son gente mala.
Merari sin pensarlo le indicó a Zila y Ozni que cubrieran a la mujer y la sacaran de la casa.

-Nos la llevaremos con nosotros, esa mujer es de nuestra tierra. La han robado de Dan.
Acto seguido la cogieron en vilo y la sacaron. El viejo Micá se quedó sin aliento y Filemón trató de impedir, sin éxito alguno, el rapto de su mujer. El pobre levita estuvo llorando y rogándole a Dios que protegiera a su esposa, pero quiso una fuerza superior que las cosas salieran de otra forma. Por la mañana, Filemón salió a indagar el paradero de su mujer. No tuvo que ir muy lejos porque la encontró tirada cerca de un pesebre a unos quinientos metros- La violaron toda la noche, señor,- le dijo al levita una mujer que estaba allí cuidando que los perros no se acercaran al cadáver. Noemí yacía inerte y su cuerpo estaba lleno de moretes, tenía el rostro con una expresión de indignación. Era tan guapa que a pesar de ese gesto, seguía siendo bonita. Filemón la levantó y la llevó al cementerio. La enterró y rezó por su alma durante varias horas, después recogió la túnica desgarrada y ensangrentada con la que los maleantes había cubierto a su esposa, Filemón cogió la túnica y la cortó en trozos, luego la guardó en un bolso y se marchó.
Iba entrando en la ciudad de Betel cuando escuchó que alguien le seguía el paso, Se detuvo y volteó a ver quien emitía semejantes jadeos.

-Oye, para, para que ya no puedo correr más. ¿A dónde vas con tanta prisa? Pareces alma que lleva el diablo.

-Quiero reunirme con los ancianos de cada una de las familias de Israel. He sido víctima de una gran ofensa.
En seguida comenzó a contarle a su interlocutor la humillación que había recibido.
Mira, -le dijo él hombre,- Yo conozco a Miguel el arcángel del ejército de Israel, si quieres podríamos hablar con él. No está muy lejos, ahora mismo debe estar en Silo a unos cuantos kilómetros de aquí. También, sé que Uriel está al tanto de la conspiración de los malos espíritus que han estado provocando el odio y rencor en los adonitas y sus vecinos de la tierra de Benjamín hacia todos sus hermanos. Dicen que fueron despojados de su tierra y que se la tomarán ellos mismos. En Benjamín está concentrada una cantidad de soldados capacitados y con el apoyo estratégico de los mismísimos demonios. Dicen que es el ejército más astuto y temido que haya surgido hasta el día de hoy. Filemón estuvo de acuerdo en ir al encuentro del general Miguel.

-¿Qué es lo que te ha pasado, buen hombre? Según me dice Sariel, tú eres un levita que ha sufrido una humillación imperdonable, ¿no es así?

-Sí, sí mi general. Mataron a mi mujer después de violarla. La abusaron cinco demonios libidinosos que no estuvieron satisfechos con poseerla y la mataron pidiéndole más placer aun fallecida. Es horrible, lo que han hecho. No ha ocurrido ni se ha visto cosa semejante, desde la subida de los hijos de Israel de Egipto hasta el día de hoy.

-Lo siento mucho, mi querido Filemón, de habernos organizado bien, nada de esto habría pasado. Ahora esos demonios quieren empezar a dominar a todas las familias descendientes de Abraham. Han metido su comercio, engañan a la gente haciéndole invertir en cosas innecesarias, han establecido nuevas reglas de conducta moral y religiosa. Es el momento de organizarnos y entrar en batalla, antes de que logren su objetivo o nos sorprenda el Señor en estado de guerra. Remiel, manda que escriban la frase que ha dicho Filemón en los trozos de las ropas de su mujer y que le agreguen estás tres palabras: Consideradlo, deliberad y pronunciaros. Quiero que las repartan a los jefes de Efraín, Manasés, Rubén, Gad, Simeón, Judá, Zabulón, Isacar y Naftalí. En cuanto estén las deliberaciones, decidiremos quien atacará primero a los benjaminitas.

-Se lo agradezco mucho, Miguel, ahora quisiera ir a descansar, llevo dos días sin dormir.

-Sí, hombre, retírate, ya has cumplido tu misión. Ahora nos toca a nosotros.
Gabriel se presentó unos días después del encuentro entre Miguel y Filemón.

-Hola, Miguel, te tengo malas noticias.

-¿Qué pasa?

-Ha vuelto el Señor y se ha enterado del borlote que se ha armado con esos demonios sueltos. Dice que han influido en mucha gente y que habrá que eliminar unos cuantos miles de hombres. Ha dado la orden de que suban los soldados a la ciudad de Guibea para avanzar hacía Betel para combatir, pero no quiere que vayan todos. Primero, se hará un sorteo y la primera tribu en atacar será la de Judá, que es la que mayor influencia del mal ha recibido por estar al este de Benjamín, mandarán veinte mil soldados que perecerán en una emboscada en la ciudad de Guibea y no llegarán a Betél. Después consultarán al señor y les diremos que ataquen de nuevo en Guibea, allí perecerán otros dieciocho mil israelitas de la familia de Rubén que está al sur de Benjamín. 
Al final, cuando aparezca Pinjás el hijo de Eleazar, hijo de Aarón le daremos la orden de atacar pero como llevará solo hombres fieles a las leyes de Dios, le acompañaremos para matar a los demonios y dejar vivos a los inocentes que por la influencia demoniaca han perdido los estribos. La estrategia que planearemos será una emboscada fingiendo una retirada, pero cuando los benjaminitas se sientan triunfantes, un grupo saldrá de Baal Tamar y atacará por los flancos y se encenderá fuego dentro de la ciudad de Guibea y las ánimas pensarán que ha caído la ciudad. Perecerán dieciocho mil benjaminitas. Al terminar la guerra se perdonará a los niños, y las mujeres que no hayan conocido hombre, todas las demás serán sacrificadas porque han probado la maldad de los depravados demonios. Se levantará un holocausto y las familias de Israel volverán a ser hermanas.
 Todo salió como lo había dicho Miguel. 
Por último, para que no se extinguiera la gente de Benjamín, se buscó un pueblo que no hubiera participado en la confrontación bélica. Raguel y Sariel dijeron que no habían participado los hombres Yabés de Galaad porque los ciudadanos se habían dedicado a la vagancia y no les importaba el destino de su pueblo. Miguel, por orden de Dios, mandó ejecutar a los varones, sin embargo la cantidad de mujeres era mínima y para compensar la falta de hembras, se les entregó a los benjaminitas a todas mujer residente de la ciudad de Siló.

Aprendida la lección, los arcángeles crearon un curso de instrucción de orden cerrado para los ángeles con el fin de adiestrarlos para las posibles batallas futuras que pudieran surgir.



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