martes, 7 de abril de 2015

Desamor


Quiero liberarme de la lacra, de esa escoria mental que me ha llenado la cabeza con estos recuerdos. Deseo terminar con estas ideas viciadas  y añejas, rascarme las costras abultadas de evocaciones e imágenes pardas, sin embargo sé que me quedaría una cicatriz inevitable, contundente. Mi camino por la mente es tedioso: las mismas imágenes, la misma mujer, el mismo rechazo dicho de mil formas; transformado, adulterado y amargo. No hay forma de salir del laberinto, tenía una vaga esperanza pero de tan acostumbrado que estoy, siento temor de perder lo que ha sido mi vida durante tantos años. Este sufrimiento se ha transformado en una necesidad, es mi vida misma. Ya no encuentro otro motivo para vivir más que esos recuerdos. La duda y el temor me asaltan cuando pienso en la pérdida de mi adicción, es como el hombre que sabe que puede dejar la bebida o el tabaco pero que prefiere morir a enfrentarse a una existencia vacía, sin causa, porque qué es una existencia sin el objeto del placer sea cual sea, bueno o malo.

También están allí todas esas chucherías que he guardado desde la adolescencia. La foto del grupo del último año de la secundaría, donde yo estoy parado junto a ella mirándola con devoción. Amarillenta y mil veces leída, la única carta que ella me envió posponiendo la decisión a mi propuesta. En una caja de madera, una diadema que se le perdió a Julieta cuando fuimos de excursión al planetario y yo la escondí furtivo, temeroso, culpable. Los dibujos a mano alzada que hice durante los cortos recreos en los que a la distancia delineé con lápiz  su hermoso cuerpo juvenil.  Mis poemas improvisados, guiados por la pasión incontrolable y nunca recibidos, y sus papelitos, sus notas y sus hojas trozadas con su letra gariboleada y grande con esos “No” rotundos, hirientes, casi mortales. No tengo ningún objeto que se relacione con la esperanza, ni uno solo que me produzca un poco de alegría y, no obstante, sigo con la ilusión de ese “Sí”, que nunca llegó.

Acumulado, en capas enormes, endurecido e imposible de quitar, está el nombre de Luis, su voz, su aspecto majadero y altivo, su imagen de triunfador, todo un rompecorazones. Su donjuanismo y su persistencia con Julieta, esa horrible barbita de chivo que tanto detesto y que para ella era como un llamado de seducción, como un signo del sátiro, del pervertido y lujurioso;  y ella, ella como diosa de la fertilidad deseosa de llenar su vientre con todo el deseo y pasión del hombre chivo, del cabrón, que no era otra cosa más que eso.

Por qué ante él, ella, se desmoronaba, enrojecía y perdía el control, por qué se mostraba tan perceptiva tan húmeda y deseosa, ¿y conmigo? Como un claustro, como un monasterio de estricto régimen que no dejaba entrar ni a Dios. ¿Quién era yo?, nada más que un pobre desdichado, enamoradizo, ilusionado y tonto. Por qué, por qué no luché. Bien podía haberla tomado con violencia, obligarla como se obliga a una mula retozona e indomable. También, podría haber actuado contra él, como un loco desaforado, incontrolable y demente. No me hubiera costado nada ahuyentarlo, echarlo para siempre como se debe espantar a una hiena, pero no lo hice y me condené, yo mismo me puse el cerco y lo hice mi prisión. Vi todas las desgracias detrás de una trinchera improvisada, ocasional. En cada momento decisivo me oculté tras un comulgatorio.

Ahora es tan tarde y aunque sé que ella estaría dispuesta para mí, sin reticencias, me estorba la costra, ese bulto de residuos acumulados, disecados, enraizados hasta lo más profundo. Cómo pude ir edificando este insalvable muro, no lo sé. Ni la fuga ni el cambio, ni el pasado ni el futuro, ni la unión ni la separación pueden ayudarme. Condenado a seguir así, seguiré encerrado en mi propio infierno, por haber rechazado la ayuda, la misericordia de otras que con benevolencia trataron de levantarme mientras yo seguía esclavo, víctima de aquel desprecio que en ese momento era mi única vida, mi única savia y redención.  Lo único que me queda es una existencia desvalida, perdida por la obsesión, un hombre frustrado por la necedad, ilusionado por el deseo de conseguir un poco de compasión y cariño. No queda más que una viuda infeliz, torturada eternamente, por las mentiras de su macho caprino.
 
 

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