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jueves, 22 de mayo de 2025

La estocada

 

Francisco Gamboa estaba soñando. Era un joven novillero que estaba a punto de hacerle la faena a un tal “Remolinete”. Lo había visto ya, pero no lograba adivinar qué relación tendría aquel escuálido becerro venido a más con ese apodo tan poco común. Se apretó los machos, sentía la taleguilla un poco holgada, pues su madre en el afán de consumar los sueños de su hijo, le había comprado un traje de segunda mano que había llevado con gloria un banderillero. La chaquetilla le quedaba mejor, pero al verse así, remandado y con sus cacharros apretados al pecho siendo mulato, pensaba que todo era una falsedad, por no decir broma. Respiró profundamente y escuchó los consejos de su tío:

“Mira, Paquito, ese bicho eta como una cabra, embijte con fuerza y luego sarta, así que teng mucho cuidao cuando use el capote, ¿entiende?”.

En efecto el torito era un demonio saltarín que se enredaba con el capote y al llegar a la muleta se lo llevó en el lomo y los pocos curiosos que veían su debut no pudieron controlar la risa. Paquito se levantó y con determinación ajustó sus movimientos y calculó la distancia, bravura y empuje del animal y comenzó a domarlo con carácter. Eran uno en un baile dirigido por el temprano Mulato Gamboa que llenaría las plazas. La gente decía con orgullo:

“¿Ve a ese negro? Pue sho lo conocí cuando se hizo torero, fue con una vaquita que se enamoró de e¨”.

Francisco se vio frente a Lucía que lo llamaba torero. Él no se pudo resistir y la besó, le prometió que cuando llegara a “Las Ventas” en Madrid, se casarían. Se fueron aclarando las imágenes de su boda, la Luna de Miel, los viajes, los primeros triunfos y la gloria. Vio como pasaban de nuevo los días frente al altar de La Virgen de la Esperanza Macarena, ella con aquella expresión de llanto, rogándole que fuera cuidadoso con los bichos, y él maldiciendo que cada vez le mandaran animales más peligrosos. Entonces lo vio allí, era El Castaño, fuerte, inmisericorde, leal a sus principios básicos de dios del campo. Su mirada negra le recordó la batalla. Fue con él con quién casi se queda capado. Ya el cuerno le había traspasado el brazo, luego el doble giro en el aíre y, al caer, el muslo. Estuvo a punto de morir. Los días de recuperación, las pesadillas y aquella duda que no pudo disipar hasta que lo ayudó Lucía. “Lo ve, mi amo ´, todo e´tá como siempre”. Era verdad, seguía siendo ese macho salvaje en el lecho, pero el conservar su virilidad lo llevo a subir la cuesta de la fama con rapidez, sin embargo, el camino torcido de su mente lo hizo bajar precipitadamente por la pendiente de la demencia. ¿En qué momento perdió la luz? Le preguntó a su amante americana Jane. Sí, sí, era verdad ella fue la perdición: caprichosa, vulgar en la intimidad, rencorosa y frívola. Ella era peor que cualquier toro. Las bestias al menos te anuncian su traición y lo sabes, te arriesgas y gana el más diestro, pero con las hembras no es así. ¿Cuánto dinero le invirtió? ¿Cuántos desprecios tuvo que soportar para demostrar que no era un negrito de pueblo? Pero al final, nunca pudo librarse de la desconfianza que le provocaban sus miradas. Ella era descarada y no tenía reparo en salir con cualquier blanquito que le gustara. Dios es testigo de que lo había soportado todo.

Mulato Gamboa empezó a salir de su sueño. Lo primero que vio fue el techo. Sintió el dolor de la resaca, mareo y una leve náusea. Se giró y no pudo dar crédito a sus ojos. Allí estaba Jane inerte con una espada atravesada en el pecho. Se le heló el alma, pero la duda lo aplastó. No sabía si seguía durmiendo. Levantó por los hombros el níveo cuerpo frío. Tenía una sonrisa sarcástica, esa que siempre sacaba para hacerlo enfurecer. Pero, ¿qué había pasado? No lo pudo recordar. La última imagen que se había quedado era la de esa mueca burlona y luego el telón negro. Vacío, oscuridad y silencio. No la lloró, la miró decepcionado. Muerta le parecía una muñeca de plástico con la espada de El Castaño su contrincante y cómplice. En extremo blanca, insípida, sin gracia, con sus caderas amplias, pero con olor a pollo. Trató de reconstruir la noche anterior. Empezó con la cena, la discusión de siempre.

“Regrésate, Negrito, vete a tu casa para que tu mujercita te reproche estar conmigo. Yo me puedo acostar con quien se me dé la gana, mientras tu solo vives de las migajas que dejan los otros…”.

Recordaba que habían salido del restaurante, ella pavoneándose como siempre, mostrando quien era la dueña del matador más popular, al cual tenía de esclavo. Él con la cara en alto, sufriendo en silencio las críticas de los mirones, luego los tragos de alcohol que lo fueron sumiendo en un estado de insensibilidad o, más bien de control forzado. No había desorden, solo dos botellas de Whisky tiradas en el suelo. Miró a Jane y le preguntó: “¿Fue por eso? Dímelo, ¿fue porque te dije que eras una escoria y te pusiste a alardear de tu fama y éxito? ¿Qué me dijiste para que reaccionara así? Viva, me jodiste y ahora muerta serás peor. Se quedó sentado, inmóvil, desconectado por completo. Levantó el teléfono, pidió que lo comunicaran con la policía y dijo: “Soy El Mulato Gamboa, he matado a Jane Page, no se lo digan a mi esposa…”.

lunes, 19 de mayo de 2025

Exit

 

Exit

Elery miró con atención a Eduard Redmyne y le preguntó si se confesaba culpable.

—Por supuesto, inspector, está de más confesarlo porque usted ya sabe toda la verdad.

—Así es, mi querido amigo, pero hay algo que todavía no ha dicho y…

—¿Se refiere a lo de la puerta?

—Digamos que sí, creo que fue una forma de acelerar las cosas, ¿por qué tenía tanta prisa de que le encontrara?

—Le parece banal, ¿no? Pero ha de saber que fue un chispazo de buen humor, una broma del destino que me llegó que ni pintada. Me pareció gracioso dejarle esa pista en el párpado. ¿Sabe? Era absurdo que esa pegatina se encontrara allí: en el lugar y momento precisos. La cogí y se la pegué en el ojo, y me dije, que busque en esa jodida mente retorcida, que…

—Bueno, eso es divertido, pero lo que realmente me gustaría saber es ¿cuánto tuvo que esperar para perpetrar su venganza?

—Mire, siempre he sido una persona con principios. Cuando empezaba con mi grupo, la competencia era enorme. Cada vez que hacíamos una canción, de esas que enganchan, empezábamos a buscar a alguien que nos la promoviera en una disquera, pero no nos aceptaban nada. Decían que era buen rock y que eran originales, pero no del gusto de la gente. ¡Jodidos cabrones! ¡Hubieran probado al menos! Pero a ningún estúpido se le ocurrió.

—Sin embargo, al final, lo logró, ¿no?

—Sí, sí, claro. Era un día mágico, ¿sabe? Lo sentíamos en el aíre. John el baterista levantó el teléfono y se quedó así— Eduard se quedó inmóvil con los ojos saltones y la boca abierta—. Luego se giró y nos dijo: “!Chicos, chicos! Nos aceptan Big Word. Estábamos eufóricos, locos de alegría. Ahora pienso que teníamos que haber recapacitado, pero éramos jóvenes, teníamos hambre y queríamos triunfar costara lo que costara y ese maldito ladrón se aprovechó.

—¿Pero, ¿qué tuvo que ver el gordo Dan en esto? ¿Se merecía que le hiciera eso?

—¡Ah! ¡Ese puto Dan era una mierda! —Eduard hizo un gesto de hastío y luego de su cara salió una nube verde de hiel. Se le desfiguró la cara y apretó los dientes—. ¿Sabe que cuando hicimos la audición nos aduló hasta hacernos sentir como en el puto paraíso? Van a ganar un pastón, van a ser tan famosos como los Beatles, prepárense para vivir a toda máquina, muchachitos.

—Pero ganaron bastante con él, ¿no? Por cierto, me encantan tus canciones, Eduard, tu voz es privilegiada.

—Es un don, pero a cambio Dios me quitó un trozo de cerebro. ¡Joder! ¡Si solo le hubiera echado un vistazo al contrato, lo habría entendido todo y no habría perdido veinte años a lo estúpido!!No habría tenido que andar mendigando lo que me pertenecía!

—¡Ah! ¿Te refieres a los derechos de autor?

—Sí, exactamente. Resultó que el maldito gordo se aprovechó de nuestra euforia para tramar su plan. ¡Que bien sabía lo que le había caído del cielo!!Maldito cabrón!!Ojalá y se esté pudriendo en el infierno!

La camarera que los había estado evitando, se acercó temiendo que Eduard fuera a empezar un escándalo y les preguntó si deseaban pedir algo más. Elery pidió un café y Eduard una cerveza. La camarera miró con una mirada temerosa a Elery, pero este asintió con un movimiento de cabeza.

—Eduard, pero tus relaciones fueron muy buenas con él, ¿verdad?

—¿Está bien del coco, inspector? Ese cerdo nos estuvo mareando, nos daba las ganancias de los conciertos, pero lo que dejaban las ventas de los discos se lo quedaba casi completo. Un día saqué el contrato y le dije que cambiara esa cláusula de los derechos de autoría. Lo amenacé con dejar de grabar, pero me restregó el maldito papel en la cara y me gritó:

“!Mira, estúpido cabeza hueca. !Aquí dice que todo lo que hagas me pertenece, ¿lo ves? ¡Me pertenece!¡Si los quieres de nuevo, cómpramelos!”

Inspector, estaba atrapado. Juré que un día lo mataría. Al principio solo era odio, pero la idea fue cuajando. Se fue engendrando un pequeño monstruo que al final se liberó de sus cadenas y salió a cometer el asesinato. Incluso, ahora mismo, siento como si hubiera sido ese extraño ser el ejecutor de la masacre, pero sé que fui yo mismo, estaba poseído por ese ser maléfico y cruel que se encubó durante largos años.

—Te ensañaste, Eduard, no era necesario que hicieras aquello, tantas puñaladas... Con un buen golpe de cuchillo al corazón y, quién sabe, tal vez con la pura amenaza, ese gordo embaucador se habría muerto de miedo y…el remordimiento, claro, habría sido decisivo. Todo mundo sabía que estaba aterrado por la idea de que lo liquidarás. ¿sabes? Su ayudante Jimmy y su secretaria, la señora Judy, nos lo contaron. El desgraciado Dan se escondía cada vez que alguien llegaba a su despacho y los últimos años ni siquiera iba a la oficina. ¿Cómo lograste que te recibiera en su despacho?

—¡Ah!!Eso! Pues, fue cómo engañar a un niño con un dulce. Le dije que estaba buscando una disquera para un joven talentoso que prometía. Le puse la grabación de un ensayo que me había dado un amigo al cual ayudo siempre que necesita sabios consejos, inspiración y entender la música del pasado. Se la mandé y alucinó. Me cito para el domingo por la mañana, pero qué le voy a contar, si ya sabe todo.

—Bueno, Edy, no sé qué hacer, ¿sabes? La ley me exige que te arreste y te lleve a prisión, pero el sentido común me dice que tu condena ya ha sido cumplida—Hizo una larga pausa, miró el aspecto aliviado de Eduard y le dijo: “Te interesaría una vía de escape?  Tengo una coartada…”

 

jueves, 8 de mayo de 2025

El principio del fin

Estaba tumbado en un diván. El efecto placentero de su medicina se iba desvaneciendo, dejando ver la claridad de una existencia triste. Eran días difíciles y veía cómo los recuerdos de la gloria se convertían en una estrella que se alejaba del planeta a gran velocidad. Se quedó mirando el techo y recordó los momentos más dulces de su infancia. Se vio rodeado de aquel ambiente tibio, sintió el viento fresco del verano. Recordó el sabor de aquellos sorbetes que se vendían en puestos callejeros; la gente haciendo fila; los mayores regocijándose de poder compartir aquel simple pero significativo placer. En las calles la gente, vestida con modestia, caminaba tranquila, sonriente y feliz. A pesar de todo el déficit de alimentos y riqueza material, el país era una casa donde todos eran iguales. No había diferencia ni de raza ni de credo. La amistad de los pueblos, no era un simple losung, sino un concepto aceptado y compartido por extranjeros y locales.

Por un momento se imaginó que su vida era un cortometraje de la historia, a pesar de que le habían prometido un papel estelar para quedar como caudillo libertador, por desgracia, su naturaleza de cómico no se había podido ocultar, más aún, provocó que se ridiculizaran sus opiniones. Se empezó a reprochar su ambición. ¿Para qué quería tanto dinero si la felicidad era inalcanzable?

Había soñado de pequeño con la gloria, la fama y la riqueza. No sabía si sus ilusiones habían sido la causa de tantas muertes e injusticias. Había tenido que amputarse el corazón para dejar de sentir. Era inmune al afecto, el cariño y la ternura, su avidez de poder lo había conducido a un callejón oscuro donde sus fantasmas eran los únicos que estaban dispuestos a comunicarse con él.

Le pidió a uno de sus subordinados que prepararan todo para salir del escondrijo. Le advirtieron que era peligroso, pero hizo caso omiso de todos los consejos que le dieron. Ya estaba decidido a todo porque sus discursos sonaban vacíos, le parecía que sus mensajes en lugar de crear un efecto positivo, se revertían y le caían como un balde de agua fría. Se puso su uniforme, se recortó la barba y salió al exterior.

El día era soleado, en algunos lugares subían nubes de humo negro. La ciudad ardía y clamaba por una tregua. Era imposible dar marcha atrás. El envalentonamiento del inicio del conflicto lo había llevado a burlarse de sus enemigos y, ahora, que estaba casi a punto de capitular, no quería caer en manos del enemigo. “Ya que no puedo escapar— se decía sin reproches—, al menos que se convierta mi cuerpo en ceniza y se expanda por toda la ciudad. Dios es testigo de que mis intenciones eran buenas, sin embargo, me convirtieron en un juguete. Ahora que se ha terminado la diversión, empezará el saqueo y la repartición. Prefiero arder y quedarme sobre la tierra, que consumirme eternamente en…”.

Trató de recordar los mejores momentos de su vida. Miró al cielo y vio la imagen de sus amigos en la escuela, las largas tardes de juegos en la calle, su madre llamándolo a comer y su padre contándole las hazañas de la Guerra Patria. ¿En qué momento se torció su destino? ¿Por qué no fue más prevenido cuando le ofrecieron el poder? Era por la vida imaginaria, esa ilusión con la que los grandes pensadores del beneficio y el engaño le lavaron el cerebro. Sí, era verdad que a todo mundo le gustaban los lujos, el placer y el dominio. Es una parte intrínseca del hombre, pero ¿por qué no calculó las consecuencias? Tuvo que cometer actos horribles y los psicotrópicos no le ayudaron a aliviar la pena porque el problema era moral, así que tuvo que refugiarse en una dimensión diferente, en un lugar donde las cosas no le pasaban a él, ni a los humanos, sino a simples seres desconocidos que estaban allí para ser consumidos.

Empezó una lluvia de proyectiles. Los guardias comenzaron a temblar y gritaron que ya no había salvación. De pronto, algo explotó y el mundo se fundió como una bombilla. Todo desapareció, salvo un helado en el asfalto.

jueves, 1 de mayo de 2025

La última frontera

La última frontera

El profesor Liam entró en el laboratorio, revisó el termómetro y el barómetro, escribió en un cuaderno de registros las condiciones de presión y temperatura y se acercó a la cámara que registraba el movimiento molecular del metal que estaban analizando. Consultó en el ordenador la filmación del proceso de evolución de la última semana y se quedó muy extrañado al notar una pequeña alteración. Revisó con minuciosidad el film en velocidad muy lenta y detuvo el programa en el instante en el que había un traslape de moléculas. Hizo una captura de pantalla y la archivó. Se fue en busca de sus compañeros Anatoly y Min.

Los encontró en el comedor discutiendo sobre la dimensión del tiempo a nivel micro cósmico. Anatoly trataba de convencer a Min de que era posible revertir el proceso de envejecimiento de algunos materiales. Min, por su parte, argumentaba que era imposible ir en contra de la segunda ley de la termodinámica, que rezaba que el desorden de un sistema siempre iría en aumento, y que era imposible revertirlo para, por ejemplo, restaurar la forma anterior de un cristal roto.

—Tienen que venir a ver esto— les dijo Liam con voz autoritaria y muy nervioso.

—Pero ¿qué le pasa, Liam? !Está usted fuera de sí! — le dijeron sus compañeros al unísono.

—¡Cállense y síganme!

No pudieron hacer nada más que seguirlo. Liam avanzaba con enormes zancadas por el corredor. Cada vez iba más rápido. Empujó a un joven que se cruzó en su camino: “¡Imbécil, fíjese por dónde anda!”.

Llegaron al laboratorio y Liam les pidió que se acercaran a la pantalla del ordenador.

—¿Ven esto? —Les inquirió señalando en la pantalla una mancha de color gris oscuro.

—Sí— contestó Min—, pero es una molécula como todas las de esa llave oxidada.

—¡No, no lo entiendes!¡Mira con atención! — gritó Anatoly con los ojos exorbitados.

—¡No sé qué tratan de decirme! ¡Explíquenmelo!

—Mira, Min— dijo Liam comparando dos imágenes—, durante todo este tiempo, hemos visto que el proceso de oxidación del metal tenía un comportamiento predecible de acuerdo a la segunda ley, pero si pones atención y te fijas en la imagen de las 20: 57: 13: 00 puedes ver que una molécula en lugar de seguir la trayectoria normal, ha dado un salto hacia atrás. ¿Sabes lo que significa eso?

—Eso significa…que yo tenía razón. ¡Bien! ¡Estimado Liam, lo adoro!—Gritó Anatoly abrazando efusivamente a Liam.

Se pusieron los tres a analizar las imágenes del proceso del envejecimiento del metal, calcularon los períodos en los que podría suceder ese fenómeno del traslape e incidencia del proceso y propusieron varias formas de acelerarlo. Anatoly propuso que se cambiaran las condiciones de temperatura y se usara una pequeña carga magnética para ralentizar el proceso de degradación, se revirtiera la oxidación y se renovara el metal.

—¿Y qué piensa ahora, estimado Min? —preguntó con una enorme sonrisa Liam.

—Pues, no puedo creerlo todavía. Ha sido un shock para mí.

—¡Ya te lo había dicho, Min! ¡Y no querías hacerme caso! —le reprochó Anatoly agitando la llave como si se tratara de una honda.

Decidieron redactar un artículo sobre la reversión del estado físico de la materia. Clasificaron en primer lugar los metales y plantearon la hipótesis de que materiales como el plástico y el vidrio pudieran regirse por la misma ley. Hicieron los preparativos para realizar los próximos experimentos y con las condiciones apropiadas. Se tomaron una semana de descanso. Liam viajó a Alemania para ver a su madre que ya apenas lo reconocía, pero se alegraba mucho al verlo dirigiéndose a él como si fuera su marido. Anatoly decidió descansar en la playa con su familia. Visitó la ciudad de las artes y ciencias de Valencia, mientras que Min se quedó estudiando unos artículos relacionados con la ley de termodinámica que le había despertado muchas dudas.

Cuando llegaron Liam y Anatoly al Instituto de Investigaciones Físicas y Químicas de Yakutsk no encontraron la llave y le preguntaron a Min si la había visto. Les contestó que no sabía nada y se sumergió de nuevo en su lectura y estudio. Liam, después de buscar por todo el edificio, encontró la llave en medio de un cajón de los cubiertos del comedor, pero estaba completamente oxidada. Corrió a mostrársela a sus compañeros y cuando estos la vieron Min dijo:

“Queridos amigos, resulta que se puede revertir el tiempo de oxidación del metal, pero cuando vuelve a las condiciones habituales, la degradación se acelera”.