jueves, 3 de enero de 2019

La muerte del dragón


Se reunió el consejo de los animales para decidir cómo se resolvería el problema del dragón. Hacía unos meses que la enorme bestia padecía de una enfermedad rara. Los más inconformes eran los castores que habían visto reducida la cantidad de árboles y les era muy difícil construir sus presas: “Es imposible seguir así—decían enfurecidos—. Tenemos que arrastrar los árboles desde sitios muy lejanos porque la mayoría de los que hay aquí están quemados”.  No había muchos partidarios del exótico reptil y hasta los parientes más cercanos como los lagartos y las serpientes lo veían como un problema mayor. “A grandes problemas, grandes soluciones—dijo con aspecto sabio la culebra pitón más anciana”. Es verdad, le secundaron todos, el dragón debe ser sacrificado en beneficio de la comunidad. A los pequeños roedores les preocupaba su participación en la matanza, pues si bien era cierto que eran muchos, sus fuerzas resultaban inútiles para cometer tal heroísmo, por eso preguntaron de qué forma se le mataría. Hubo un silencio muy largo porque la sombra de su conciencia les reprochaba su ingratitud, ya que gracias a las características del dragón los hombres no habían podido invadir el bosque y, en cierto grado, Leviatán, como erróneamente le llamaban, era el protector de su reino salvaje. A pesar de saberlo, la zorra dijo que lo mejor sería pedir la ayuda de un valiente caballero. Conozco uno de nombre Sigfrido, agregó frunciendo el entrecejo, si lo desean le puedo proponer la empresa. “Pero ¿cómo le pagaremos el favor?”—preguntaron todos los participantes al unísono. Le daremos una parte del territorio, contestó la zorra, exigiremos que nos firme con sangre el acuerdo.

Se terminó la reunión y los animales se fueron alejando. Se les oía quejarse de todo mientras jugaban a la baraja. Mira nada más cuánta ceniza, decían. Sí, sí, y esos nidos incinerados, los conejos achicharrados, también los ciervos, esas liebres y los tejones. Se merece la muerte ese ingrato monstruo. Solo una vieja zarigüeya defendía al dragón. “Deberían preguntarle cómo se siente el pobre—gritaba la, medio ciega, zarigüeya—, recapaciten un poco. No es justo que le impidan descansar en su cueva y le exijan guardias permanentes día y noche, además nadie se preocupa mucho por su alimentación”. No la escucharon y sólo le recriminaron que fuera tan estrecha y que estorbara en la realización del plan.

Sigfrido, un general ambicioso que no había podido obtener del rey el poder y riqueza que deseaba, era muy rencoroso y oportunista, por eso se alegró cuando la zorra le propuso un gran territorio a cambio de unos cuantos rebaños de ovejas y un trozo de tierra. Reunió a su ejército y se fue directamente al bosque. Les pidió a sus soldados que abrieran brechas para que pasaran las carretas con barricas de agua y fuelles, la artillería y al final los soldados de infantería que, en lugar de llevar armaduras, tenían trajes de cuero muy gruesos. Se mojaban cada media hora para mantenerse húmedos y cuando se enfrentaron al dragón ninguno fue víctima de las quemaduras. La campaña fue exitosa. El dragón había tenido un ataque de estornudos cuando apareció el ejército, se acercaron a él, le llenaron de agua la boca y con lanzas y picas lo desangraron hasta que murió. Sigfrido se despidió de la zorra y le señaló el territorio que le correspondía. Se retiraron muy alegres los dos. El primero porque sabía que destronaría al rey y la segunda porque tenía hambre de carne y de apareamiento. La zorra se fue a ver a los animales y les dijo que el problema estaba resuelto. Hubo fiesta y barullo. El bienestar que se imaginaban que tendrían en el futuro los embriagó de felicidad y agotados terminaron todos tirados por el bosque.

Días después notaron que los zorros y las ovejas ocupaban una planicie cercada por el río y que los árboles eran talados por los hombres. Vieron nuevos caminos empedrados y la construcción de un gran castillo. Los ríos fueron desviados para uso del hombre y los castores se usaron para hacer abrigos. Las liebres comenzaron a desaparecer, los ciervos no sabían a dónde huir y las aves eran derribadas en pleno vuelo. Los reptiles y roedores rezaban y en sus plegarias invocaban el regreso de Leviatán.

Moraleja:

“Antes de adicionarte a un grupo, cerciórate de que el objetivo no tendrá consecuencias graves, no sea que por defender intereses colectivos infundados te comprometas junto con toda la comunidad”.

2 comentarios:

  1. HOLA SOY LUZ HUDTLER.TE ENVIO UN ABRAZO A TI Y A TU FAM

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias. Dale recuerdos a todos mis primos por allá y mis mejores deseos. Un abrazo.

    ResponderEliminar