martes, 3 de enero de 2017

El último adiós

Se giró al escuchar el grito, pero me miró de reojo y siguió su marcha. Era imposible detenerla porque ya no había nada que hacer, ella había tomado una decisión irrevocable. Me dejó en medio del parque. De pronto, desapareció la luz y mi alma quedó ensombrecida, me brotó un llanto de lágrimas amargas. Me había costado mucho esfuerzo dejarla ir, pero hasta el último segundo conservé la falsa esperanza de que se quedara, de que recapacitara y volviera conmigo. Vi su cuerpo joven y esbelto avanzar sin prisa, su pelo castaño ondulado, un poco revuelto por el aire tibio de la tarde, se contoneaba, la falda roja se ajustaba a sus caderas marcándole los bordes de las bragas, su blusa amplia con estampados de leopardo me recordó el día que nos conocimos. Llevaba, entonces, la misma ropa y otros zapatos más altos. 

Estábamos en el mismo sitio, pero ella, en lugar de alejarse, venía hacía mí. Se detuvo y me imploró que la ayudara, que la escondiera en algún lugar. Vi la sangre que manchaba su rostro y la inflamación de su nariz rota, sin pensarlo la llevé a mi piso y le ofrecí que se quedara el tiempo que quisiera. Por el acento con el que hablaba supe que era extranjera.

 “De Kiev—dijo cuando se lo pregunté mientras tomaba un poco de té enrollada en una toalla—. Me vendieron, después de haberme engañado con la historia de la agencia de modelos”. 

Me lo contó todo. La habían convencido de salir en revistas modelando prendas de marca, pero luego la prostituyeron. Me dijo que la habían drogado y violado durante varios días hasta que se resignó y empezó a trabajar vendiendo su cuerpo. La tenían como esclava. Al oír su historia las tripas se me revolvieron, le prometí que haría lo posible por protegerla, pero se negó a que fuéramos a la policía a declarar. “Si se enteran —dijo resignada—los primeros en sufrir las consecuencias serán mi hermano y mi madre. Los matarán sin dudarlo”.

 Vivió conmigo unos meses y en ese tiempo me enamoré de ella. Me acostumbré a su cuerpo y sus graciosas palabras, no podía explicarme cómo podía ser, en algunas ocasiones, tan superficial estando su vida en peligro. Le propuse que nos casáramos, que rehiciera su vida y que nos fuéramos a esconder a algún lugar lejano donde no nos conociera nadie. Estuve a punto de convencerla, pero el destino nos impidió realizar nuestro plan. La encontraron, por casualidad, en un centro comercial la vio uno de los proxenetas que la andaba buscando, le siguió los pasos y llegó hasta mi casa. En poco tiempo descubrimos que nos seguían por todos lados. Fue por esa razón que compré una pistola, Nadia me dijo que era inútil oponerse, que de cualquier forma nos matarían si nos negábamos a cumplir sus exigencias. No estaba en posibilidades de pagar la suma que me pedían por ella, así que ella hizo su maleta, no tenía gran cosa que llevarse, y se fue. Salí tras de ella sin que se diera cuenta. Llevaba escondida la pistola, una treinta y ocho automática, sin el seguro, estaba dispuesto a todo, incluso a morir por salvarla.


Cuando llegó al lugar de la cita la llamé para que volviera, pero me miró sin inmutarse, se dio la vuelta y siguió su marcha. El hombre ya la esperaba, era alto y muy fornido, entonces el dolor de perder para siempre a la mujer que amaba me sacó un llanto de ira, aceleré el paso, saqué la pistola y le apunté. Cayó fulminada, la bala le atravesó el corazón. El hombre reaccionó rápido, pero no tuvo tiempo de defenderse, los tiros le hicieron sangrar el estómago y el pecho, me apuntó, pero falló en los dos intentos, le temblaban las manos, me acerqué y lo miré, dijo algo en otro idioma con mucha rabia, le apunté a la cara y tiré del gatillo dos veces más, luego arrojé el arma. Me puse de rodillas y levanté a Nadia. Su cara estaba manchada de polvo, pero su expresión no era de terror, más bien estaba triste y tenía las mejillas húmedas. Oí que alguien llamaba a la policía, me quedé con ella en los brazos y sentí que el tiempo se congelaba, perdí la noción de la realidad hasta que llegaron unos guardias. Me cogieron de los hombros, me separaron de Nadia y me metieron con fuerza a una patrulla. 

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