martes, 10 de enero de 2017

Decisiones erróneas

Después de haber mantenido una relación sexual vacía de pasión y muy automatizada, Marcelo le dijo a Jessica que tenían que romper la rutina. Pensaron la forma de motivar su añeja relación de diez años de casados, pero el compromiso de padres los ataba a dos pequeños gemelos con multitud de necesidades. No podían escaparse a una playa, ni pedir un año sabático, sobre todo por la crisis que les ajustaba cada vez más el cinturón. Al no encontrar una solución se resignaron a seguir con su vida habitual. Marcelo se fue a trabajar y Jessica se quedó atendiendo a sus dos pequeños. Los llevó a la escuela y volvió a sus quehaceres del hogar. 

Estaba preparando la comida cuando recibió la llamada de su marido que le propuso que se encontraran el fin de semana con Andrés, un viejo conocido que en el bachillerato se había colado por Jessica y seguía soltero. Ella se negó de inmediato, pero Marcelo le insistió tanto que tuvo que ceder. El sábado por la mañana llevaron a los dos chicos con los abuelos y se fueron a su cita a un restaurante de comida china. Andrés estaba muy alegre y recibió a la pareja con un saludo estudiantil. Se rieron por la ocurrencia y se sentaron entre las bromas y chascarrillos evocadores de otra época.

Pasaron una tarde estupenda y al despedirse se intercambiaron todas sus direcciones de correo electrónico y sus móviles. Quedaron en volverse a reunir en la primera oportunidad. No fue muy pronto, a pesar de que lo estuvieron acordando mucho tiempo. El día en que se reencontraron Marcelo estaba un poco raro, según palabras de su esposa, quien no sabía que todo ya estaba planeado con anticipación. Jessica se vio obligada a recordar su breve relación con Andrés. Se habló mucho del día en que se escaparon al cine y de lo que habían hecho protegidos por la oscuridad de la sala. Durante la alegre conversación el camarero, por orden de Marcelo, no dejó de servirle vino tinto a Jessica y coñac a sus acompañantes. La nostalgia por el pasado y los tiempos de juventud lograron que se formara un sentimiento fraternal que los obligó, en la calle, durante un corto paseo, a tomar una resolución descabellada. ¿Sabes que Andrés es un hombre con ideas muy modernas? —le preguntó Marcelo a su mujer, pero ella no entendió el significado del mensaje. Sí—continuó— se ha encontrado con algunas parejas y ha compartido su amor con ellos, bueno, bajo ciertas condiciones, ¿no es verdad, Andrés?
Andrés secretamente se había enamorado de nuevo de Jessica y había estado observándola como un experto don Juan, tratando de adivinar su desnudez y su fuerza en el lecho marital. Marcelo lo supo y motivó que se hablara con libertad de eso. Su intención en realidad era que tuvieran un encuentro los tres en la intimidad. Marcelo sabía que Jessica necesitaba un chispazo para despertar de nuevo su instinto femenino y Andrés era el macho adecuado, pues no sólo era físicamente atractivo, sino que había mantenido una pequeña relación sentimental con su esposa y eso era suficiente para motivarla. “Hay que incitarla para que le gane el sentimiento y pueda superar la barrera moral” —le había dicho Marcelo a su compañero antes de encontrarse con su esposa.

El método resultó y terminaron los tres en una habitación de hotel disfrutando de su amistad. Al principio Jessica estaba un poco inhibida, pero las tiernas caricias de Andrés y la aprobación de Marcelo en todo momento lograron despertarla. Se apasionó, gritó y terminó tendida respirando con dificultad mientras sus dos hombres la acariciaban sin parar. Salieron de la habitación y acordaron la próxima cita. Se separaron con el deseo de volver muy pronto. Desde ese momento las cosas marcharon mejor. Marcelo trabajaba con ímpetu y era recibido por las noches con fiereza en su cama. Jessica disfrutaba recordando los mejores momentos de su vida sexual y se aferraba a su esposo como si fuera una sanguijuela. Terminaban fumando, riéndose de felicidad. 

Siguieron los encuentros con Andrés, que se hicieron habituales, pero gracias a su ingenio y experiencia era esperado con anhelo. Pasaron dos años y Andrés se convirtió en parte de la familia. Ya no tenían que ir a hoteles para estar los tres juntos. Todo había ido bien porque se había respetado la regla principal que era la de que Jessica y Andrés no se encontraran en ausencia de Marcelo. Lo único malo fue una falta de cálculo en los planes, pues Andrés vio que dentro se le despertaba un sentimiento raro, pero era causado por la conducta de sus amigos y en particular por Jessica que era más tierna y benevolente con él que con su cónyuge. Además, aparecieron hábitos que entorpecieron la relación marital de Jessica porque se la pasaba chateando con él. En las largas conversaciones que tenían, ella le decía que sentía un torbellino que le revolvía el vientre y que todo lo provocaba él. Andrés se arriesgó y le propuso que se encontraran a solas. Fijaron la hora y el lugar. La relación fue increíble y se sintieron renacidos y optimistas. Andrés comenzó a visitar con más frecuencia la casa de sus amigos. Le propuso a Marcelo organizar fiestas e invitar a conocidos comunes. Llegó un momento en el que parecía que en la vida todo era dicha, sin embargo, una noche en la que estaban los invitados bailando al ritmo de una canción romántica, Marcelo sintió un piquete en la espalda, fue un llamado de alerta que le llegó con la voz de una de sus invitadas. “Si no supiera que tú eres el marido de Jessica, me arriesgaría a decir que está recién casada con Andrés”. Era cierto, parecía que estaban en su luna de miel, no tanto por las caricias o los besos, sino por la mirada ilusionada que se dirigían sin parar. La llama de los celos quemó a Marcelo y se fue al baño por un fuerte dolor en el estómago.  Mientras estaba inclinado frente al inodoro se decía que todo era un mal entendido, que no existía ninguna preferencia y que Jessica lo seguía amando como siempre. Recordó que había urdido ese encuentro para reavivar su relación, pero también para ocultar la presencia de Lurdes, su esporádica amante.

Se irritó al ver de nuevo la posición de las fichas que él había colocado mal en el tablero. Había comenzado dedicándole toda su energía y atención a Lurdes quien no quedó satisfecha por ser demasiado ardiente en el aspecto físico y calculadora en lo que atañe a la razón, luego el laberinto de sus ideas le estorbaba en la cama cuando estaba con su mujer, después el error de traer a otro hombre para hacer el trabajo que le correspondía y, por último, la amenaza de perder emocionalmente a Jessica y quedarse como un marido cornudo sin poder protestar por ser él, quien motivara dicho engaño. La única solución que encontró fue la de poner las cosas como estaban al principio. Sabía que sería muy difícil, pero se sentía capaz de hacerlo porque la balanza se inclinaba a su favor. Tenía dos hijos, mantenía a su esposa, no tenía amante, le había ayudado a su mujer a recobrar la llama del amor y podía exigir sin miramientos que se alejara de Andrés.

Sí, así, sin más explicación —pensó que se lo diría—. Muchas gracias, Andrés, nos has servido de mucha ayuda, pero ya basta. Prescindiremos de ti. Seremos siempre amigos y te recibiremos en nuestra casa mientras seas un simple invitado. Adiós.  Parecía fácil hacerlo, por eso Marcelo se unió de nuevo a sus invitados con la determinación de comunicarle su resolución a su amigo y esposa, pero quiso la realidad que las cosas no salieran bien. En el salón no encontró a la pareja de tórtolos, salió al jardín y habló con las personas con las que se cruzó, volvió al salón, buscó en la cocina, en los baños y decidió subir a la segunda planta. La habitación de los niños estaba vacía y su dormitorio también, pero del cuarto de los cacharros salía un sonido raro, era como si dos personas no pudieran respirar bien y por la sofocación no se entendieran sus palabras. Marcelo pudo haber entrado para interrumpirlos, pero decidió bajar al salón.

Se entrometió en una conversación y con sonrisa comprensiva movía la cabeza aceptando las barbaridades que decían sus conocidos. Media hora más tarde, se comenzó a retirar la gente y aparecieron, como por arte de magia, Andrés y Jessica. Se llevó a cabo la ceremonia de las despedidas y los buenos deseos y al final se quedaron los tres compartiendo una botella de vino. Marcelo habría hecho la proposición de que fueran al dormitorio si se hubiera encontrado en otras condiciones, pero en ese momento resultaba inútil porque sabía que se negarían y en caso de insistir tendría que soportar la idea de haberlos encontrado in fraganti un poco antes, también cargar con las condolencias de Andrés por haberle ganado el mandado y para colmo tolerar la pasividad de Jessica esperando que terminara sus embistes para librarse de él.  Decidieron separarse y verse unos días después.

Jessica estaba muy nerviosa, se había enterado de que Andrés no asistiría al encuentro de ese día por razones familiares. Miraba con persistencia el móvil y revisaba su correo electrónico. Marcelo se puso de mal humor, pero no dejó salir su rencor y trató de convencer a Jessica para salir a dar una vuelta. Ella se negó excusándose de un dolor de cabeza y se encerró en su habitación. La casa se quedó en silencio y Marcelo encendió la televisión. No encontró nada que le llamara le interesara, entonces vio su cámara de video y comenzó a ver lo que tenía. Mejor no lo hubiera hecho porque encontró la ocasión en que se sintió rechazado por su mujer. En las escenas ella mostraba su desagrado cuando él la tocaba y veía con horror la satisfacción que ella mostraba cuando se unía a Andrés. Entendió que la había perdido sentimentalmente a Jessica y hacía mucho tiempo que estaba con él sólo por obligación. Recordó aquellas palabras que le había dicho uno de sus amigos de la universidad. “Para que una mujer sea infiel, necesita dejar de amar a su pareja. Nosotros, en cambio, somos distintos porque lo tomamos como deporte”. Se enfureció porque lo primero era verdad y lo segundo no valía mucho para él, pues había conocido pocas mujeres en su vida y era muy recatado.  Una idea le comenzó a estorbar por la insistencia con que iba y venía por sus pensamientos. Tomó una decisión y comenzó a fraguar un plan para deshacerse de su enemigo Andrés. 

La confabulación era sencilla. Invitaría a su compañero a ir de caza al bosque. Se llevaría el rifle que tenía arrumbado en el armario y que había sido utilizado la última vez por su padre. Llevaría a Andrés a un lago donde podrían dispararles a los patos, luego fingiría que se le escapaba un disparo y de esa forma terminaría con todo. Recogería el cadáver y lo enterraría lejos de ese sitio y por último tiraría el arma al profundo estanque donde nadie lo encontraría jamás. A espaldas de Jessica, Marcelo realizó el plan. Se inventó una coartada y mató a su amigo de tres disparos a quemarropa.

Jessica comenzó a inquietarse cuando sus mensajes se fueron acumulando y las respuestas no llegaban. Se lo comentó a Marcelo y decidieron acudir a la policía. “Lleva tres días sin reportarse y nos preocupa que haya desaparecido sin decirnos nada, pues somos muy íntimos amigos”—le dijo Jessica al inspector de la comisaría. Empezó la búsqueda, pero no hubo respuesta ni la primera semana, ni el primer mes. Interrogaron a los clientes de Andrés que sólo los atendía por internet y el día que había desaparecido les había comentado a todos que iba de cacería y que atendería sus pedidos al día siguiente. No lo cumplió, pero nadie se preocupó por ello. La mayoría decidió posponer las compras o dirigirse a otro distribuidor de partes de recambio para autos.

En lo referente a sus familiares nadie sabía nada del paradero de Andrés y Jessica y Marcelo tenían la misma versión desde el primer interrogatorio. Ella había despedido a su marido al trabajo, se había quedado en la cocina haciendo la comida, había recogido a los niños de la escuela y había esperado a que volviera Marcelo de la oficina. Él se había ido al trabajo, había ido a entregar unos documentos a una empresa, había vuelto a la hora de la comida a reportarse con el jefe y había salido a la hora de costumbre. No había motivo de sospechas, pero Jessica estaba desmejorada, no le ponía atención a su familia, se despertaba por las noches y terminó culpando a su marido de la desaparición de su amante. “Tú nos oíste cuando estábamos en el cuarto de los cacharros, ¿verdad? —le preguntó ella, pero Marcelo lo negó—. Por eso no nos propusiste estar juntos los tres después de la fiesta. Luego ideaste un plan para matarlo. ¡Eres un maldito asesino!”.

La intuición de Jessica era, por desgracia, más poderosa que las investigaciones de la policía y la prudencia y meticulosidad de Marcelo, por eso su instinto la guió hasta el armario donde recordaba haber visto un rifle viejo de cacería. Al no encontrarlo le dirigió una mirada aterradora a Marcelo, pero este fingió no saber nada al respecto y le dijo que no sabía a qué arma se refería. Las noches comenzaron a ser insoportables por el insomnio y las eternas preguntas que se habían repetido hasta el cansancio. Una mañana llegó el inspector a informarles de que se había encontrado el cadáver de Andrés en estado avanzado de descomposición y se le habían extraído unas balas de rifle calibre 25. Jessica le dijo al inspector, tal vez sin pensarlo, que a ellos se les había perdido un arma del mismo calibre. Marcelo se puso blanco y no le quedó otra salida que la de permitirle al inspector que viera el lugar de donde se había extraído el arma. Salió a flote la lista de invitados y personas que concurrían la casa, el inspector se llevó, en un paquetito, una caja pequeña y vieja que había contenido algunas balas y Marcelo tuvo que contar detalles de la vida de su padre con respecto a su afición a la caza y comentó que lo había acompañado dos o tres veces, pero que para él ese tipo de actividad era muy inhumano. Las cosas no eran tan alarmantes como pensaba Marcelo, porque la policía, aunque hubiera sospechado de él, nunca encontraría el arma, pero la sospecha de su mujer empezó a crecer como un enorme monstruo que lo fue aplastando hasta que la desesperación lo obligó a confesar. No lo hizo frente al investigador de la policía, ni se lo dijo a un amigo, ni a su mujer, sino a sí mismo en una pesadilla. Estaba hablando dormido cuando Jessica se levantó a orinar y al conocer los detalles se desmayó. Por la mañana, Jessica permaneció muy callada y no dijo más que lo necesario, luego estuvo todo el tiempo haciendo una evaluación de las cosas y logró, por un instante, volver a la realidad y sentir de nuevo las cosas tal y como eran. Lo primero que notó fue que llevaba dos meses sin reglar y que los síntomas del embarazo ya comenzaban a manifestarse, luego lloró por saber quién era el padre, por último, la paralizó un escalofrío por el presentimiento de quedarse abandonada con tres hijos, con un marido en la cárcel y el agrio recuerdo de su amante asesinado. 

No podía permitir que las cosas se acomodaran de esa forma. Así que tomó el bando familiar. Enfrentó los interrogatorios con valor, le confesó a Marcelo su embarazo, se mantuvo con firmeza admirable ante las adversidades y logró salvar a su familia. Quién no pudo mantenerse tan firme fue él porque en el último interrogatorio se quebró. Lo engañaron usando unas palabras que se le habían escapado, de forma inconsciente, a Jessica y que luego el astuto inspector fue hilando con los hechos hasta llegar a la conclusión de que Marcelo no había ido a entregar unos documentos como lo había afirmado todo el tiempo, sino que se había ido a un bosque con Andrés, lo había despachado nada más llegar a un lago, luego lo había dejado tirado en una fosa oculta bajo unos arbustos que había cerca de allí, se había deshecho del arma tirándola al lago y cambiándose de ropa se dirigió de nuevo al trabajo.
“Lo confesó en un sueño—dijo el inspector—, esas fueron las palabras de su mujer que nos llevaron a aclarar la verdad ¿se imagina? Ella ni siquiera se dio cuenta de lo que nos estaba contando. Se hallaba tan distraída lamentando la muerte de Andrés que pensaba en una cosa y decía otra. Lo siento mucho, señor Marcelo, pero ahora tendrá que cumplir una condena por homicidio calificado”.



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