viernes, 19 de agosto de 2016

La invención del gato Marisa


 Se asomó horrorizada por la ventana y vio a cientos de gatos rodeando su casa. No paraban de maullar por el hambre. Marisa recordó con pesar aquel día en el que encontró a un gato Ashera de color blanco desangrándose por las mordidas de unos perros Bull terrier y trató, sin éxito, de salvarle la vida. Fueron sus dueños los que, al comentarle que el valor del gato era de casi veinte mil euros, le dieron la genial idea de crear un gato similar. Como era veterinaria, observó a la enorme mascota con características de ocelote y decidió que no se detendría hasta que sus conocimientos de su especialidad la llevaran a la creación de un animal del mismo tipo.
Al investigar las características de los gatos americanos creados por selección genética, supo que un Ashera es el resultado de una cruza entre un gato común, un serval africano y un leopardo asiático y que no es peligroso, además no caza ratones y es muy tranquilo.

 Usó sus influencias para sacar esperma de diversos gatos salvajes del zoológico donde trabajaba su mejor amiga y fue realizando las fecundaciones in vitro en diferentes gatas. Cuando obtenía crías con pelaje de lince, gato pescador, ocelote, margay o serval los conservaba para cruzarlos con gatos domésticos tranquilos como los huraños abisinios, por ejemplo. Apareó al birmano con el Maine coon para obtener un gato tranquilo y sin mucho pelaje, para luego, usar una de las combinaciones que tenía de los salvajes. Tardó tres años en realizar su sueño y obtener un gato semejante al Savannah americano. Comparó el suyo con el otro y notó que la única diferencia que había entre los dos era que el americano no podía reproducirse por la esterilidad que le provocaban los científicos en la cadena genética, en cambio, el suyo era igual de tamaño, color y carácter, pero tenía la ventaja de reproducirse. Vio de inmediato las posibilidades del negocio, pues podía vender sus ejemplares a precio más bajo y con la garantía de que podrían reproducirse como un gato común y corriente. Para no tener problemas con la ley, se fue al registro de patentes y registro su invento.

En cuanto tuvo todo listo colgó sus anuncios en internet y convirtió su consultorio en una tienda de animales, contrató los servicios de unas carnicerías para vender el alimento de los gatos, se puso de acuerdo con las empresas encargadas de crear todo tipo de juguetes para los mininos y se puso a vender. A los tres meses ya se había enriquecido y tenía una gran clínica para atender a las personas que llegaban a vacunar o curar a sus animales. Se sentía feliz y tenía muchos planes para casarse, viajar, conocer África y realizar todos sus sueños. Por desgracia, la gente no estaba de acuerdo en capar a los gatos machos, la razón estaba clarísima, pues no sólo Marisa sabía que cada bicho se podía colocar en cinco mil euros, sino que por ser un animal tan bello y seductor el mercado esperaba una cantidad bastante grande que pudiera satisfacer las demandas de los amantes de los morroños, aún en el caso de que los precios bajaran mucho. Llegó la canícula y los gatos machos comenzaron a preñar a las gatas. En condiciones de cautiverio eran más promiscues que sus ancestros de la selva, así que había camadas de diez y hasta quince cachorros cada tres meses. El gato Marisa se hizo muy popular y toda la gente comenzó a adquirirlo, tanto para hacerse de una mascota como para emprender un negocio con grandes garantías.

 Un día el número de gatos sobrepasó el de los perros, luego el de los habitantes de la ciudad y se convirtieron en una plaga. Muchas personas se deshacían de ellos echándolos a la calle y el gobierno no sabía qué hacer porque cada vez que se ofrecía sacrificarlos, las organizaciones, de defensa de los animales, protestaban y era imposible llegar a un acuerdo.
Los gatos empezaron a meterse a las tiendas a robar comida, cuando no fue suficiente el alimento de los comercios, recurrieron a los ratones y los perros, luego a los basureros y, por último, a las personas. Hubo un momento en el que el gobierno desplegó al ejército para exterminar la plaga, sin embargo, murieron muchas abuelas que le impedían a los soldados liquidar animales. El aumento de gatos continuó sin control y fue imposible luchar contra ellos.

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