lunes, 4 de agosto de 2014

Una llamada divina.

Si me preguntaran cuál es la característica que más me sorprende de los rusos de la era soviética, respondería a nombre del narrador y no del autor ni el personaje de esta historia, que es el fin idealista que les arrebata la decisión a los hombres y los obliga a hacer cosas que nadie haría jamás en su sano juicio.

 Para ser más claro pondré el ejemplo de Slava, nombre corto de Viacheslav, que un día oyó la llamada de Dios y se fue a restaurar iglesias derruidas en el norte de Rusia. Como soy yo  quien debe  llevar la batuta en este embrollo y el encargado de contarlo, empezaré diciendo que Slav estaba casado y llevaba quince años de feliz matrimonio, su mujer era una trabajadora ejemplar, no faltaba al empleo y dedicaba su tiempo libre a inculcarle, con excelentes resultados, los buenos principios a sus hijos Alexei y Guenady, los cuales sacaban buenas notas en el colegio, practicaban deportes , asistían a círculos literarios, de actuación y baile, eran unos chicos muy responsables y respetuosos, y pronto serían unos universitarios destacados. Slava era ingeniero en construcción y, a diferencia de lo que yo y el autor pensábamos, no era adicto al alcohol como podrían corroborarlo las palabras pronunciadas en una fiesta de cumpleaños por el mismo Slava:

 “No es necesario que me tome un litro de vodka para desearle a mi mejor amigo lo mejor del mundo”.-Sí, efectivamente eso dije ese día, en la fiesta de Boris, claro que era un sacrilegio no beber y fumar en compañía de los camaradas, pero es que a mí nunca me ha entrado el alcohol y odio el tabaco. A pesar de todo,  mis compañeros lo entendieron, aunque estoy seguro de que mi actitud estropeó la relación con ellos. En fin, no lo pude evitar.

El autor cree que dicha actitud si influyó en la vida de Slava y que precisamente a partir de ese momento la vida del personaje cambió.
Pues, como decía, Slava estaba casado con Nastia, una mujer, desde mi punto de vista muy personal, hermosa, apasionada y con un carácter férreo forjado en los trabajos encomendados por el partido comunista que imponía la recolección de patatas en la temporada de cosecha, la limpieza de los barrios en cuanto llegaba la primavera, la realización de todo tipo de obras de mantenimiento y la participación en las marchas del uno y nueve de mayo. Él estaba  enamorado de ella. Llevaba siempre el sueldo a casa y aprovechaba cualquier ocasión para salir al cine, al teatro u otro lugar con el fin de estrechar  la relación con su amada y sensual mujer.

 Según el autor el hombre soviético tenía una forma de vida muy sencilla y sin preocupaciones económicas porque el partido le proporcionaba todo al ciudadano, además nadie tenía que comprar viviendas ni coches porque el único requisito era apuntarse en la lista y esperar que el plan de construcción de pisos y la fabricación de automóviles siguieran hasta que la espera terminara cuando les llegaba su turno para obtener vivienda o transporte personal. Entonces se iban a vivir al nuevo sitio, se llevaban, según palabras de Slava, un gato para que espantara las malas vibraciones y encontrara el lugar más cómodo y adecuado para encontrar la armonía y la paz.

Sucedió que un día, Slav entró en una iglesia por encargo de su prima hermana para comprar unos pequeños iconos benditos que pondrían en el nuevo coche que había recibido la familia Stepanov. Al  entrar en el ortodoxo aposento sagrado, sintió un pequeño escalofrió provocado por el  presentimiento de que algo importante pasaría, fue como si ese lugar le hubiera estado esperando por mucho tiempo y él hubiera llegado finalmente para cumplir una gran  misión. Por palabras del autor, sabremos que el suceso es real, aunque un poco exagerado en la descripción, puesto que el  creador de esta historia es un hombre perteneciente a una secta religiosa americana y, Slav y yo, pensamos que se ha enaltecido ese momento de la concepción del objetivo religioso al que estaba destinado. Quizás un poco más tarde se vio que realmente era muy significativo para Vladislav, pero exactamente en el momento de la misa en la iglesia ortodoxa no sintió gran cosa.

“Recuerdo que realmente fue en el jardín de la iglesia donde sentí ese deseo de colaborar religiosamente, además ya he comentado que fue el sacerdote Iván quien  me convenció de integrarme a un grupo de restauradores para mejorar el estado de algunos templos desperdigados por nuestro gran país y que se encontraban abandonados o en condiciones paupérrimas."

Como muchos hombres rusos, Slava era un manitas muy capaz. Tenía facilidad para el bricolaje, por su origen, ya que su padre había sido obrero calificado, y podía entender el funcionamiento de muchos aparatos y componerlos o adaptarlos para hacer otras tareas con ellos.

La primera vez que se lo comentó a su esposa, Vlad lo dijo como si se dispusiera a hacer un pequeño viaje de esparcimiento a la casa de campo, fue por eso que Nastia no dijo nada al escucharlo y asintió  balanceando  la cabeza. Uno de nosotros tres, que no es el personaje de nuestra historia, dice que Nastia, sospechaba de lo que ocasionaría esa salida de su marido y que por eso fue el broncón que la mujer, poco afecta a los principios religiosos, armó esa noche durante la cena. Desconozco realmente las condiciones bajo las cuales vivía Slava con su esposa, pero estuve  unos años en la URSS y pude darme cuenta del tipo de relaciones que había en ese tiempo en las familias soviéticas y puedo asegurar que Nastia lo tomó como algo habitual y sin importancia.

El caso es que Slava se fue a Suzdal a asistir a un pequeño curso de restauración y hacer sus primeras prácticas. Al ver los especialistas que Slava tenía mucha capacidad para pintar le propusieron trabajar en la restauración en todas las áreas posibles. Su primer destino fue la ciudad de Tula donde estuvo restaurando por tres meses el interior de la iglesia los mártires Frol y Lavr, en donde cumplió con la tarea de resanador de la fachada y luego de las cúpulas de la bóveda central.

“El trabajo era en realidad muy arduo y comía poco pero sentí satisfacción de poder colaborar en el restablecimiento de edificios tan bonitos, era muy placentero compararlos, después de restaurados, con la imagen guardada inconscientemente en la memoria o una fotografía  del lugar derruido con el reparado”.

El autor, que debería dejar que la historia se desarrollara por sí misma, me obliga a comentar que este arduo trabajo iba santificando el alma de Slava, que al poder tener contacto con la casa de Dios, se fue ennobleciendo para realizar una gran tarea. A pesar de que no puedo negarme a cumplir con la misión que se me ha encomendado, tendré que comentar algunas cosas con las que no estoy de acuerdo con el autor,

El  mismo Slava lo dijo posteriormente y se rectificó a sí mismo el autor, después:

“Al principio era solamente el trabajo lo que me llamaba la atención, no gozaba de un sueldo pero el alojamiento y la comida estaban asegurados y esa era la causa de mi despreocupación, sin embargo un día sentí algo muy poco habitual. De pronto, el peso que había llevado sobre la espalda se desvaneció, en ese momento me di cuenta de que Iván me miraba con mucha curiosidad, se acercó a mí y me preguntó:

-¿Te pasa algo, Slav?

-No, ¿por qué me lo preguntas?

-Es que tienes una mirada diferente, cómo decirte, más tranquila, noble; casi infantil.

-Será que he terminado de cubrir con yeso toda la fachada y, como no veía el final, ahora me siento como si hubiera cumplido una gran misión.

Está última frase le fue expresada al autor de la presente  historia, pero siendo Iván religioso y el autor de este cuento también, la frase tomó otro matiz y cambió su significado.

Ahora mismo, como narrador me es imposible saber la verdad, puesto que el padre Iván, después de la conversación con Slava, desapareció y se le encontró un año después en Grecia pero ya había olvidado las palabras precisas que le transmitió al autor y por eso resulto que había que contraponer lo que decía Slava con lo que decía el autor.

 Como el autor es imparcial desde este momento tendré que darle un aspecto  religioso y fantástico a la historia y, en lugar de decir que Slav encontró  su vocación a una edad apropiada pero en un tiempo poco factible para el desarrollo espiritual; que dejó a su familia en vísperas de la perestroika y la glasnost;  que se negó a participar en las revueltas organizadas por los oponentes al partido comunista; que dejó morir de hambre a su familia y no movió un solo dedo para procurarles sustento, aun teniendo la posibilidad de hacerlo y ; que, finalmente, le importó un pimiento que su mujer tuviera que enfrentarse a la ola de violencia, corrupción y engaño del período de transición hacía la era de la globalización e incluso que tuvo un amante vividor y chantajista. Además, no seré muy especifico en la descripción de los sentimientos de los hijos que llegaron a odiar a su padre y no lo perdonaron el día que volvió, cuando ellos habían formado su familia y gozaban de riqueza y una posición social envidiable, para decirles que se quería quedar con ellos para cuidar a sus nietos y mostrarles el camino del bien. Por último, no tocaré en absoluto la forma real en que murió Vladislav y, por el contrario, describiré con un punto de vista muy tendencioso el momento en que, llegada su muerte, vio un arcángel que bajaba del cielo que lo aliviaba de todos sus sufrimientos y lo conducía suavemente por los aires para reunirse con los ángeles de la bóveda celeste, mientras veía, al alejarse de la tierra, los templos reconstruidos y las miradas de los santos de los íconos por él retocados que con un coro de voces divinas le acompañaban en su trayecto.

Entonces, he de empezar como lo hacen en las grandes historias:


Erase una vez un hombre que…

JCEH


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